VOLVER A NAZARET - Teodoro Berzal.hsf

12 de febrero de 2012 – VI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO - Ciclo B - Comentado por José María Vegas, cmf


"Si quieres puedes limpiarme"

Lev 13, 1-2.44-46 // 1 Cor 10, 31–11, 1

Lectura del santo evangelio según san Marcos (1,40-45):

En aquel tiempo, se acercó a Jesús un leproso, suplicándole de rodillas: «Si quieres, puedes limpiarme».
Sintiendo lástima, extendió la mano y lo tocó, diciendo: «Quiero: queda limpio.» La lepra se le quitó
inmediatamente, y quedó limpio. Él lo despidió, encargándole severamente: «No se lo digas a nadie; pero, para que
conste, ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que mandó Moisés.»
Pero, cuando se fue, empezó a divulgar el hecho con grandes ponderaciones, de modo que Jesús ya no podía entrar
abiertamente en ningún pueblo, se quedaba fuera, en descampado; y aun así acudían a él de todas partes.

EL COMENTARIO

Sintiendo lástima, lo tocó
La lepra es una enfermedad terrible. Hoy sabemos que no es contagiosa y
que tiene cura. Pero sus efectos devastadores sobre el cuerpo no puede
no producir horror, incluso en nuestros días, tanto más cuando se carecía
de remedios eficaces contra ella. Las prescripciones del libro del Levítico
parecen indicar que, en aquellos tiempos, bajo el término lepra se
contemplaba un amplio espectro de enfermedades e infecciones de la
piel. Por eso, se puede entender que se hace referencia, además de a la
terrible lepra que devora la carne del enfermo, a otras afecciones más
leves y temporales que podían llegar a curarse. En todo caso, la prudencia
sanitaria aconsejaba alejar al enfermo del grupo social; y esta marginación
recibía además una sanción religiosa: el enfermo era declarado impuro; la
exclusión social venía aparejada a una suerte de excomunión de la
comunidad de salvación, ya que en la mentalidad antigua la desgracia se
vinculaba con alguna culpa, incluso si esta no era patente, ni siquiera para
la conciencia del presunto culpable.
Realmente, la enfermedad conlleva siempre un elemento de marginación.
Incluso de las más leves, como una gripe, decimos a veces que “nos han
puesto fuera de circulación”. La enfermedad nos exilia de nuestra vida cotidiana, nos impide llevar una vida normal,
nos convierte en seres débiles y dependientes, disminuye el caudal de nuestra siempre frágil libertad.
Aunque hoy día casi nadie considera ya las enfermedades como maldiciones ni castigos divinos, la situación de
enfermedad en general nos sirve como signo y cifra de la postración humana en todas sus formas: el que está
postrado por cualquier motivo, física o moralmente, por culpa propia, ajena o por mera y desgraciada casualidad, es
alguien que, de un modo u otro, se encuentra al margen y que para sobrevivir necesita pedir, suplicar.
El leproso del evangelio de hoy expresa meridianamente esa situación. Marginado e impuro, postrado y de rodillas
implora la sanación a quien piensa que puede otorgársela: “si quieres…”. Jesús, dice el evangelista lacónicamente,
“sintió lástima”. Es la reacción debida ante la desgracia ajena. Dice el filósofo ruso Vladimir Soloviov que la lástima es
el sentimiento básico y espontáneo que regula las relaciones del hombre con sus semejantes, y que este sentimiento
primario no es ni puede ser la complacencia (es decir, el gozar junto con), pues el placer puede a veces ser
moralmente malo, y además es fin y, por tanto, acabamiento de la acción; mientras que el dolor ajeno,
independientemente de que sea producido o no por culpa del que padece, es siempre digno de lástima y mueve a la
acción. Si, por ejemplo, una persona sufre a consecuencia de su mal comportamiento (por ejemplo, porque ha
abusado del alcohol o de las drogas), el que ese comportamiento sea reprobable no quita que su situación de actual
postración nos mueva a la compasión. Y ésta, por la mediación de la razón, se eleva a exigencia universal de justicia y
misericordia (no hacer mal y hacer el bien posible). Por eso, incluso si el leproso del evangelio sufría a causa de
alguna culpa suya pasada (algo que nosotros no pensamos respecto de la lepra, pero que, como vemos, puede darse
en otras situaciones) no por eso dejaba de ser digno de lástima. Y esa compasión no se queda en un sentimiento
inactivo, sino que mueve la voluntad y lleva a actuar en socorro del sufriente. “Jesús, sintiendo lástima, lo tocó,
diciendo ‘quiero’”.
Pero el gesto de Jesús no es sólo (aunque también) la ilustración de una reacción debida ante el sufrimiento ajeno.
En la mentalidad judía que contextualiza su gesto (para eso hemos de leer la primera lectura), éste es de una osadía
inusitada, que raya la profanación de normas tenidas por sagradas. Jesús no sólo habla y cura, sino que “toca”. Antes
de reintegrar en la sociedad, va al encuentro, traspasa la frontera y, al tocar al impuro, él mismo queda
contaminado. Jesús no sólo cura la enfermedad sino que salva al hombre, reintegra en la comunidad de salvación,
limpia lo que era impuro y declara que no hay forma de impureza (física, moral o espiritual) que nos aparte
definitivamente de Dios si somos capaces de reconocerla y de suplicar.
Sorprende que Jesús, que acaba de trasgredir la ley de manera tan flagrante, acto seguido ordene al regenerado que
cumpla las prescripciones de la ley, al tiempo que le prohíbe hablar con nadie del bien recibido. Por un lado, es claro
que Jesús no quiere publicidad, no realiza estos signos salvadores para atraerse la admiración de los demás y
asegurarse el éxito. Jesús no instrumentaliza el dolor ajeno, no cura para…, sino que cura porque: porque sintió
lástima, porque el hombre aquel estaba en situación de postración. Pero, en segundo lugar, si manda que cumpla lo
establecido en la ley, es porque esa era la forma concreta de reconocer que el bien recibido procedía de Dios (y, en
consecuencia, de confesar que Jesús actuaba con el poder de Dios) y de agradecer. Si ante el dolor ajeno hay que
compadecer (y actuar), ante el bien recibido es de ley mostrar agradecimiento.
Lo que el leproso curado hace, en cambio, no debe entenderse como una desobediencia (explicable, por otro lado),
sino como el hecho real de que al hacer el bien no se debe buscar publicidad (que no sepa tu mano derecha…), entre
otras cosas porque el bien habla por sí mismo. Ese leproso, ya limpio, era en sí mismo un testimonio vivo de la acción
de Jesús, de la benevolencia de Dios para con él.
Al contemplar al leproso suplicante y curado y a Jesús, sintiendo lástima y actuando, hemos de volver los ojos a
nuestro mundo y a nosotros mismos. Porque también hoy existen formas de lepra (física, moral, espiritual, social,
política, ideológica, racial…, se puede ampliar la lista infinitamente), que producen sufrimiento y marginación, que
nos separan y alienan a unos de otros. ¿Quiénes son hoy los leprosos de nuestra sociedad? ¿Quiénes son mis
leprosos personales? En segundo lugar, estas situaciones ponen a prueba nuestro corazón humano, nuestro corazón
de carne. ¿Somos capaces de sentir lástima, de compadecer, o nos hemos vuelto insensibles a los sufrimientos de los
demás? Y hemos de caer en la cuenta de que tal vez sintamos lástima de ciertas categorías de lepra, pero seamos
insensibles a los sufrimientos de otros, a los que, según nuestros parámetros, hemos declarado “impuros”. Pero la
compasión, ya lo vimos, no es suficiente. Ella llama a la acción (al querer, como dice Jesús: “quiero”). Y esta requiere
con frecuencia estar dispuesto a “tocar”, a “mancharse las manos”. Imitar a Jesús en la audacia de su gesto significa
atravesar fronteras y derribar barreras, superar el miedo al “otro”. Esa imitación significa, además, hacer el bien sin
buscar recompensa ni reconocimiento, sino por amor del bien mismo, aún más, por amor de aquel que me necesita.
Así, el bien realizado dará testimonio, él mismo, de la bondad de Dios, de quien procede todo bien.
Por fin, podemos mirar a la situación desde otra perspectiva, que también está implicada en el texto del Evangelio:
yo mismo tengo mis propias lepras. Por eso, la Palabra hoy me invita también a tener el coraje de ponerme de
rodillas ante Jesús y suplicarle, para que me toque y me cure. Hay que hacerlo con fe y confianza (el “si quieres”
significa decirle: “sé que puedes”). Pero también hay que “ponerse a tiro”, acercarse a Él, allí donde es posible
encontrarlo: su Palabra, la Eucaristía, la Reconciliación, para que nos pueda tocar. Y para que, como el leproso, al
sentir que nos ha limpiado, podamos vivir con un corazón agradecido que ya por sí mismo habla “con grandes
ponderaciones” de lo que Él ha hecho con nosotros.
José María Vegas, cmf

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5 de febrero de 2012 – V DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO - Ciclo B

"Y recorrió toda la Galilea"

-Jb 7,1-4,6-7 // -Sal 146 // -Ico 9,16-19,22-23 // -Mc 1,29-39

Marcos 1,29-39
En aquel tiempo, al salir Jesús de la sinagoga, fue con Santiago y Juan
a casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, y se
lo dijeron. Jesús se acercó, la cogió de la mano y la levantó. Se le pasó la
fiebre y se puso a servirles. Al anochecer, cuando se puso el sol, le lleva-
ron todos los enfermos y poseídos. La población entera se agolpaba a la
puerta. Curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó muchos demonios;
y como los demonios lo conocían no les permitía hablar.
Se levantó de madrugada, se marchó al descampado y allí se puso a orar.
Simón y sus compañeros fueron y, al encontrarlo, le dijeron:
- Todo el mundo te busca.
Él les respondió:
- Vámonos a otra parte, a las aldeas cercanas, para predicar también
allí; que para eso he venido.
Así recorrió toda Galilea, predicando en las sinagogas y expulsando los
demonios.

Comentario
El evangelio de hoy completa la descripción de la jornada de Jesús en
Cafarnaún ya iniciada el domingo pasado. El mensaje de las lecturas es por
eso una continuación y profundización del significado que tiene la misión de
Jesús.
A través de tres escenarios cada vez más amplios (en la casa de Pedro,
a las puertas de la ciudad, en toda Galilea), el evangelista nos va abriendo
progresivamente la perspectiva hasta decir que Jesús ha venido a llamar a
todos y que es el salvador de todos.
Los otros dos textos litúrgicos de hoy ayudan a enfocar mejor la
universalidad del mensaje evangélico y a situarlo en nuestro contexto
existencial. La acción sanadora de Jesús en la casa de Pedro y a las puertas
de la ciudad de Cafarnaún, adquiere una resonancia más grande vista a la luz
de la experiencia del dolor que nos transmite el libro de Job. Jesús no
pretende suprimir artificialmente el dolor o la enfermedad, sino ofrecer un
signo de que con su venida y a través de la fe en su persona el hombre puede
encontrar un camino de liberación y un sentido a su vida incluso en los
momentos más difíciles y desesperados.
La segunda lectura, que nos presenta la experiencia apostólica de S.
Pablo, nos ayuda también a profundizar en la universalidad de la misión de
Jesús: "Vámonos a otra parte", y comienza su misión por toda la Galilea.
Antes que la de Pablo, la experiencia misionera de Jesús es la de "ponerse
al servicio de todos para ganar a los más posibles" (I Cor 9,19). Jesús hace
así presente la preocupación universal del Padre que "sana los corazones
destrozados y venda sus heridas" (Sal 146).
A quien busca a Jesús ("Todos te buscan", Mc. 1,32), el evangelio de
hoy propone seguirlo en el servicio, en la esperanza y en el testimonio de
la bondad de Dios.

La experiencia de Nazaret
El Jesús que vemos hoy en el evangelio es una persona cercana al hombre
y preocupada por uno de los problemas más agudos de la humanidad: la enfer-
medad, el dolor, la desesperanza. Pero al mismo tiempo no queda prisionero
de una situación concreta: sabe que es para todos.
La imagen de Jesús tendiendo la mano a la suegra de Pedro y levantándo-
la para que pueda servir a su familia revela una actitud que caracteriza toda
su existencia y que nos remite, en ultimo término a la verdadera imagen de
Dios.
Si leemos desde Nazaret el evangelio de hoy, tenemos que pararnos
delante de esa capacidad de atención y proximidad al hombre que Jesús sólo
pudo adquirir en su larga experiencia de vida en Nazaret.
Comprender al hombre, y comprenderlo sobre todo en sus situaciones de
postración, de enfermedad, de decaimiento, es una experiencia humana que no
se asimila de la noche a la mañana. Hace falta un esfuerzo de atención y una
maduración en la vida. Y aquí nos encontramos de nuevo con el misterio del
tiempo que permitió esa maduración de hombre a Jesús hasta llegar a descubrir
incluso los lados más débiles de la existencia humana. En este caso los del
hombre que, como Job, por causa del sufrimiento ve su vida como "meses
baldíos", como "noches de fatiga", o los de la mujer que, como la suegra de
Pedro estaba postrada en la cama por causa de la fiebre.
El acercamiento a todos los aspectos de la vida del hombre que supone
la encarnación, sólo puede producirse en la sucesión de los días y de los
años, viviendo los acontecimientos tal y como se presentan y no acumulándolos
en experiencia artificiales.
Los años de Nazaret vividos por Jesús, le llevaron a tocar con la mano
la limitación humana en la enfermedad y el dolor, y le llevaron a ver en el
hombre postrado la imagen de la opresión y el decaimiento interior y así le
llevaron a entender más profundamente su misión salvadora y liberadora.
Sin duda su experiencia nazarena le llevó también a saber elegir los signos
de salvación que hoy vemos actuados en el evangelio.

Señor Jesús, tú que comprendías como nadie
el corazón del hombre
y pasaste personalmente
por la experiencia del dolor y de la muerte,
comunícanos con tu Espíritu Santo
esa capacidad de comprender al hombre caído
y esa decisión para hacer signos concretos
que manifiesten el amor universal del Padre.
Todos nosotros necesitamos
ser levantados por ti
para poder seguirte
y servir a la comunidad
.

Un sentido para el dolor humano
Las intervenciones milagrosas de Jesús, vistas a la luz de su
experiencia de Nazaret, cobran un sentido profundo que nos ayuda a vivir
nuestra propia existencia y la de nuestros hermanos.
Los milagros no son una coartada para superar una situación negativa
de quien se encuentra enfermo o en una situación de limitación o de dolor.
El peso de los años de Nazaret nos hace comprender mejor las curaciones de
Jesús como signos de una liberación más grande que se juega en el terreno de
la libertad humana. Jesús, en efecto, dice el evangelio "curó a muchos
enfermos de diversos males y expulsó a muchos demonios" (Mc. 1,34).
Nos sentimos ayudados a superar dos actitudes igualmente negativas y
presentadas a veces como cristianas: la de admitir que el dolor es bueno por
sí mismo y la pretensión de escapar de él acudiendo a intervenciones sobrena-
turales.
Desde la perspectiva cristiana no puede pretenderse la superación del
dolor sin tener en cuenta su valor educativo en todos los órdenes y sin
implicar a la persona entera en su liberación, para que pueda después mejor
servir a los demás ofreciendo a todos el don recibido.
Sólo así una curación puede ser imagen y anticipo de la resurrección
final y del verdadero rostro de Dios.

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29 de enero de 2012 – IV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO - Ciclo B

"¿Qué es esto? ¡Una doctrina nueva!"

-Dt 18,15-20 // -Sal 94 // -ICo 7,32-35 //-Mc 1,21-28

Marcos 1,21-28
Llegó Jesús a Cafarnaúm, y, cuando el sábado siguiente fue a la sinago-
ga a enseñar, se quedaron asombrados de su enseñanza, porque no enseñaba como
los letrados, sino con autoridad.
Estaba precisamente en la sinagoga un hombre que tenía un espíritu in-
mundo, y se puso a gritar:
- ¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con
nosotros? Sé quién eres: el Santo de Dios.
Jesús le increpó:
- Cállate y sal de él.
El espíritu inmundo lo retorció y, dando un grito muy fuerte, salió.
Todos se preguntaron estupefactos:
- ¿Qué es esto? Este enseñar con autoridad es nuevo. Hasta a los
espíritus inmundos les manda y lo obedecen.
Su fama se extendió en seguida por todas partes, alcanzando la comarca
entera de Galilea.

Comentario
El evangelio de hoy empieza a describirnos en lo concreto de la vida
de Jesús, el misterio de su persona y de su misión.
La página del Deuteronomio en la primera lectura, introduce la figura
del profeta que Jesús encarna con sus palabra y con su acción liberadora. El
modo nuevo que Dios elige para comunicarse con su pueblo es un paso más en
el camino de la encarnación. Este camino llega a su realización perfecta
cuando surge el "profeta en medio de sus hermanos", es decir, Jesús: capaz
al mismo tiempo de hablar el lenguaje humano, porque es verdadero hombre y
de transmitir las palabras que Dios pone en su boca, enseñando con autoridad.
Pero Jesús no encarna sólo la figura del maestro que enseña, es también
quien libera del mal y no sólo del mal de las enfermedades, sino del mal
radical al que el hombre esta sometido bajo el poder del demonio. El
evangelio no separa los dos aspectos.
Precisamente en un sábado, el día séptimo, el hombre, por la acción de
Jesús, recupera su dignidad y libertad quedando restablecido en su dignidad
primera.
La eficacia de la palabra de Jesús frente al poder del demonio y la
autoridad de su doctrina es lo que lleva la gente de la sinagoga a plantearse
la cuestión esencial: "¿Quién es éste?" A ella parecen hacer eco las palabras
del espíritu inmundo: "Sé quién eres tú". Y hasta tiene la respuesta exacta.
Esa respuesta juega una doble función en el relato evangélico. Por una
parte es una confirmación de lo que el lector sabe ya desde el acontecimiento
del bautismo en el Jordán, por otra sirve para denunciar la inutilidad de una
confesión de fe, aunque sea exacta, puramente teórica.
El camino que el evangelio propone es otro: es el seguimiento de Jesús,
escuchando (con admiración) su mensaje y viendo los signos que realiza para
entrar en la dinámica de vida que Él propone.

"Jesús de Nazaret"
El final del evangelio de hoy nos devuelve de modo genérico a los
lugares donde Jesús pasó su infancia y adolescencia: "Bien pronto su fama se
extendió por todas partes, en toda la región de Galilea" (Mc 1,28). Esto nos
ayuda a meditar la Palabra de hoy no sólo desde esos lugares, sino desde el
tiempo concreto en que Jesús vivía en Nazaret, sin ser aún reconocido como
"el profeta poderoso en palabras y obras" (Lc 24,19).
Existe, en efecto, en la vida de Jesús una conexión intrínseca entre
las palabras y las obras que realiza en el modo más perfecto esa ley general
de la revelación divina (Dei Verbum 2). De este modo el tiempo vivido en
Nazaret queda explicitado en las palabras que después Jesús pronunció.
Igual que su gesto de expulsar un demonio queda iluminado por su
doctrina expuesta con autoridad, de manera que su figura no queda reducida
a la de un simple exorcista, así también las enseñanzas de Jesús iluminan su
modo de vivir en Nazaret. De este modo su vida de joven no queda reducida a
la de "un hombre cualquiera", sino que en ella se encierra el misterio de
quien es de verdad el "Santo de Dios" (Mc 1,24)
El silencio impuesto al demonio, opresor de aquel hombre de Cafarnaún,
es la condenación de toda proclamación inoportuna, a destiempo aun, de lo que
es la verdad de Dios. Fue el silencio misterioso vivido por Jesús en Nazaret
lo que después le permitió decir con autoridad: "Cállate y sal de él" (Mc
1,25)

Con la gente de Cafarnaún,
quedamos admirados de tu palabra
y del poder divino que obra en ti, Señor Jesús.
Tus palabras y tus obras
manifiestan la llegada del reino de Dios.
Queremos ponernos a la escucha de lo que dices
y pedimos la luz de tu Espíritu
que nos lleve a la admiración
y al sano temor ante lo que haces,
pero también al seguimiento y a la entrega
.

Palabra y liberación
Ante el modo de comunicación de Dios con el hombre que es la palabra
y que encuentra su plenitud en la Palabra hecha carne en Jesús, la actitud
primera del creyente es la escucha.
Escucha para asimilar y comprender lo que Dios dice. Pero no una
escucha simplemente racional que se limita a analizar y estructurar unos
contenidos. Una tal escucha puede terminar en una confesión de fe semejante
a la del demonio de Cafarnaún.
La nuestra debe ser una escucha en la que cabe la admiración, el temor
respetuoso, el reconocimiento de que Dios es alguien que nos sobrepasa. Desde
esa escucha se puede pasar a la proclamación profética que el mundo de hoy,
como el del momento en que se escribió el Deuteronomio, necesita.
Palabra y liberación. Ante Jesús, que libera al endemoniado, hemos de
reconocer nuestra necesidad continua de liberación y de redención del poder
del mal que nos rodea y que a veces nos atenaza por dentro. Es el primer paso
para poder ayudar a los demás a volver a su dignidad primera de hombres
libres, como Dios los creó.
Viviendo el misterio de Nazaret, donde Jesús aprendió poco a poco
lo que es ser hombre, comprendemos todo el alcance de la palabra para llegar
a ser hombre y su constante necesidad de liberación.

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22 de enero de 2012 – III DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO - Ciclo B

"El tiempo se ha cumplido"

-Jon 3,1-5,10 // -Sal 24 // -ICo 7,29-31 // -Mc 1,14-20

Marcos 1,14-20

Cuando arrestaron a Juan, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el
Evangelio de Dios. Decía:
- Se ha cumplido el plazo, está cerca el Reino de Dios: Convertíos y
creed la Buena Noticia.
Pasando junto al lago de Galilea, vio a Simón y a su hermano Andrés,
que eran pescadores y estaban echando el copo en el lago.
Jesús les dijo:
- Venid conmigo y os haré pescadores de hombres.
Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron.
Un poco más adelante vio a Santiago, hijo del Zebedeo, y a su hermano
Juan, que estaban en la barca repasando las redes. Los llamó, dejaron a su
padre Zebedeo en la barca con los jornaleros y se marcharon con Él.

Comentario

La proclamación de la llegada del reino de Dios es el acto primero de
la misión de Jesús. Los textos de la liturgia de hoy tienden a ambientar y
a introducirnos en ese primer y fundamental anuncio.
La predicación de Jonás predispone el contenido del mensaje de Jesús
sobre el acercamiento definitivo de Dios en su persona a todos los hombres
y no solamente al pueblo de la antigua alianza.
El texto de la carta a los Corintios que hoy leemos subraya y comenta
a su modo el anuncio de que "el tiempo se ha cumplido", es decir, que con
Jesús hemos llegado al momento definitivo de la intervención de Dios en la
historia de los hombres.
Una primera lectura del evangelio de hoy, podría llevar a pensar que
el anuncio hecho por Jesús carece de todo contenido y que pudiera reducirse
a la pura proclamación de un acontecimiento: llega el reino de Dios. Pero
viéndolo más en detalle, encontramos algunos puntos clave de la predicación
de Jesús que se irán desarrollando más adelante en el evangelio. El anuncio
de la llegada del reino, no termina en sí mismo: nos dice algo acerca de
Dios. Proclamar la llegada del reino de Dios, es empezar a delinear los
rasgos de un Dios que se interesa por el hombre, que se acerca a él y que
toma la iniciativa de salvarlo. Si dejamos además que resuene en el evangelio
el eco de la primera lectura de hoy, se trata de un Dios misericordioso, que
desea la salvación de todos los hombres.
Este anuncio nos dice también algo acerca de la persona de Jesús. Desde
que Él llega "se abren los cielos", estamos en una era nueva, la posibilidad
de la llegada del reino de Dios está ligada a su persona y a su misión.
Y nos dice también algo acerca del hombre. El anuncio de la llegada del
reino de Dios, es una llamada a la conversión: una conversión tan radical y
urgente que lleva a algunos que lo oyen a dejar las redes, el trabajo y la
familia, para emprender un nuevo modo de vivir.
Todo cambia, pues, con el anuncio de Jesús, verdaderamente se inaugura
un tiempo nuevo, un tiempo de gracia: "El tiempo se ha cumplido y el reino
de Dios está cerca".

El tiempo de Nazaret

Existe un tiempo natural medido por el sucederse de las estaciones y
existe un tiempo histórico marcado por el flujo de los acontecimientos. Las
grandes intervenciones de Dios han transformado la historia del mundo en
historia de salvación, de la que Cristo es el culmen y el cumplimiento. Con
Él llegó la plenitud de los tiempos.
Ha habido quienes han querido, sin embargo, trazar límites demasiado
rígidos dejando, por ejemplo, la figura de Juan Bautista en el umbral de los
tiempos mesiánicos, pero sin formar parte de los mismos. No parece esa opi-
nión concordar con el criterio de los evangelistas Lucas y Mateo, quienes ven
ya en los acontecimientos de la infancia de Cristo un reflejo de esos tiempos
nuevos e interpretan, sin duda a partir de la fe pascual, todo el tiempo del
Jesús histórico como tiempo de la plena manifestación de Dios, de la
salvación de Dios.
El tiempo de Nazaret nos ayuda a no dejarnos engañar por la urgencia
e inexorabilidad del anuncio del reino de Dios hecho por Jesús; Él anuncia
que "el tiempo se ha cumplido" y que "el reino de Dios está cerca". Pero se
trata, sin duda, de un cumplimiento dinámico que queda abierto hacia los
acontecimientos de su pasión, muerte y resurrección, y, a más largo plazo,
hacia su segunda venida al final de los tiempos; pero también, mirando hacia
el pasado, hacia toda su vida en la tierra.
Es el tiempo de Jesús, el momento de su paso por la tierra, el que
marca el giro radical de la historia humana; la lleva de la promesa al
cumplimiento, a la plenitud de la revelación de Dios y a la actuación
concreta del plan de salvación.

Señor Jesús, queremos acoger
la buena nueva que tú proclamaste,
la buena nueva de la cercanía,
de la misericordia, del dominio y reinado de Dios,
que se impone sólo por la fuerza del amor.
Sabemos que ese anuncio nos llama
a cambiar muchas cosas en nuestra vida,
o más bien, a mantenernos siempre
en estado de escucha y de cambio:
eso es la conversión.
Enséñanos a vivir como creyentes,
es decir, como discípulos y seguidores.
Que tu Espíritu Santo grabe en nosotros
el anuncio del reino que hemos oído
cada vez más profundamente,
hasta que se haga vida de nuestra vida,
hasta que también nosotros seamos capaces de proclamarlo
.

Aprender a proclamar el mensaje

Un aspecto importante de la acogida de la Palabra es, además de
asimilar su contenido, aprender a proclamarla. El anuncio del reino que Jesús
hace, nos da también algunas indicaciones preciosas para nosotros.
Tenemos que aprender a no separar el acontecimiento de la salvación
("está cerca el reino de Dios") de las exigencias que comporta el aceptarlo
("convertíos"). Deben ir unidas la proclamación de las verdades de la fe y
las implicaciones morales que llevan consigo.
El anuncio que hacemos, debe implicarnos concretamente en el mensaje
que proclamamos, y, al mismo tiempo, aparecer claramente que es el reino "de
Dios" el que predicamos, que somos continuadores de Jesús y no sus
sustitutos. En último término, es Dios mismo quien comunica su buena noticia
a los hombres
La lectura del evangelio que hemos hecho en Nazaret debe llevarnos a
anunciar la salvación como ya cumplida y al mismo tiempo como un hecho
abierto hacia el futuro, dando a todos la posibilidad de llegar un día a la
fe. Nunca se puede proclamar el reino de Dios como la "ultima" oportunidad.
La urgencia y radicalidad no pueden convertirse en intolerancia, opresión o
amenaza.

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15 de enero de 2012 – II DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO - Ciclo B

"Y se quedaron con Él aquel día"

-ISam 3,3-10,19 // -Sal 39 // -Ico 6,13-15,17-20 // -Jn 1,35-42

Juan 1,35-42

En aquel tiempo estaba Juan con dos de sus discípulos y, fijándose en
Jesús que pasaba, dijo:
- Este es el cordero de Dios.
Los dos discípulos oyeron sus palabras y siguieron a Jesús. Jesús se
volvió y, al ver que lo seguían, les preguntó:
- ¿Qué buscáis?
Ellos le contestaron:
- Rabí (que significa Maestro), ¿dónde vives?
Él les dijo:
- Venid y lo veréis.
Entonces fueron, vieron dónde vivía, y se quedaron con Él aquel día;
serían las cuatro de la tarde.
Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que oyeron a Juan
y siguieron a Jesús; encontró primero a su hermano Simón y le dijo:
- Hemos encontrado al Mesías (que significa Cristo).
Y lo llevó a Jesús. Jesús se le quedó mirando y le dijo:
- Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas (que significa
Pedro).

Comentario
El tema que unifica los textos litúrgicos de este domingo es el de la
llamada de Dios. En el centro del mensaje está la persona de Cristo, quien
se presenta a la vez dispuesto a cumplir la voluntad de Dios (Sal 39) y es
el protagonista de la llamada a los apóstoles y a todos los cristianos. Este
mensaje se sitúa así en conexión con el del domingo pasado sobre la persona
y misión del Mesías dando la clave de interpretación de toda experiencia
vocacional.
La palabra de Dios nos presenta sucesivamente la vocación de Samuel,
la vocación del Mesías, la de todo cristiano y la de los primeros discípulos
de Jesús. Cada una de ella nos va descubriendo algún aspecto importante de
ese momento decisivo del encuentro con Dios en el que se pone en juego la
existencia entera de una persona.
En Samuel vemos la elaboración progresiva de una respuesta bajo la guía
de un maestro. En la vocación de los primeros discípulos aparece la importan-
cia del encuentro con Jesús y del testimonio y mediación de los demás. La
segunda lectura pone de relieve la radicalidad y hondura de la entrega que
toda vocación requiere. Como punto clave de todas estas experiencias aparece
la iniciativa de Dios que entra en diálogo con el hombre y la disponibilidad
de quien se siente llamado. Esta disponibilidad la Iglesia la ve ante todo
en el primero que fue llamado: el Mesías. Al entrar en el mundo la expresa
con las palabras del salmo 39: "Heme aquí" (cfr. Heb. 10,4-10.
El seguimiento e imitación de Cristo es lo que da unidad y apertura a
todas las vocaciones específicas dentro de la Iglesia. Por eso entre todos
los rasgos vocacionales que aparecen en las lecturas de hoy quizá sea
oportuno destacar la experiencia de los primeros apóstoles que no sólo fueron
tras Él y vieron donde vivía Jesús, sino que "se quedaron con Él aquel día"
(Jn, 1,39). Es, en efecto, en el contacto prolongado con Jesús como nace y
se desarrolla toda vocación.

En Nazaret
Los dos sumarios que Lucas nos da sobre la vida de Jesús en Nazaret (Lc
2,39-40 y 2,51-52) comportan una serie de verbos en imperfecto de indicativo
que crean perfectamente el clima de la duración y del progreso continuo.
Siguiendo la misma línea de todas las vocaciones que la Palabra de Dios
nos ha presentado hoy, la de María, José y Jesús, revelan en la experiencia
de Nazaret ese aspecto de lenta profundización y maduración.
El Evangelio dice que Jesús "crecía", pero nosotros podemos intuir que
fueron sobre todo María y José los que más crecieron en ese contacto
prolongado con Jesús que supuso la experiencia nazarena.
No les bastó a Andrés y a su compañero aquel primer día de vida en
común con Jesús. El evangelista Marcos subraya que cuando Jesús llamó a los
apóstoles fue "para que estuvieran con Él y para enviarlos a predicar" (3,14)
El evangelio de la vocación, leído en Nazaret, lleva casi instinti-
vamente a valorar intensamente el permanecer con Jesús, tan propio de toda
experiencia vocacional. Lo que los 30 años de Nazaret puedan tener, en
apariencia, de exagerado, debería llevarnos a dar el paso hacia el "siempre".
Es decir, con Jesús hay que estar siempre. También cuando se es enviado a
predicar en su nombre. Así nos lo enseña María, que estuvo con Jesús en
Nazaret y también al pie de la cruz y entre los apóstoles el día de
Pentecostés.

"Heme aquí, Señor"
Tú me has llamado y quiero responder a tu voz.
Como aquel día en que te conocí,
en el que supe quién eras
y en el que se decidió mi existencia,
hoy quiero ponerme en camino tras tus pasos.
Me pongo entre tus manos,
haz de mí lo que quieras.
Que tu Espíritu Santo, Padre,
me lleve a saber quedarme siempre con Jesús,
a buscarlo y a desear parecerme a Él,
a crecer con Él, a obrar con Él
.

Vocaciones
La Palabra de este domingo leída en Nazaret nos lleva también al hoy
de nuestra vocación y a estimar toda vocación en la Iglesia.
La vocación es a la vez un don inesperado y un proceso de búsqueda que
compromete la existencia entera. Vivir nuestra vida como vocación es estar
constantemente pendientes de las llamadas que el Señor nos va haciendo a lo
largo de la vida y elaborar progresivamente nuestra respuesta.
Esto implica también ser sensible a todas las vocaciones en la Iglesia.
La urgencia de ciertas tareas u otros motivos no deben llevarnos a
minusvalorar la maduración de las respuestas vocacionales. Sabemos que hoy
el compromiso de por vida requiere planteamientos más largos que en otras
épocas y que ciertas características de nuestro mundo y algunas condiciones
de los jóvenes, tienden a que se prolonguen los tiempos de la formación
inicial y a que se retrase el momento del compromiso. Sepamos vivir todo esto
desde la fe, aceptándolo como tiempo de Nazaret, como tiempo de maduración,
sin impaciencia; con la esperanza de que el Espíritu Santo va trabajando en
el secreto más allá de las apariencias y más allá de nuestros cálculos.
Todo esto no ha de ser un impedimento para hacernos portadores de la
llamada de Jesús, a veces exigente y apremiante. El mismo, en el momento
oportuno, salió de Nazaret...

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8 de enero de 2012 – I DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO - BAUTISMO DEL SEÑOR - Ciclo B

"Jesús vino desde Nazaret de Galilea y fue bautizado en el Jordán"

-Is 55,1-11 // -Is 12,2-6 // -IJn 5,1-9 // -Mc 1,7-11

Marcos 1, 6b-11

En aquel tiempo, proclamaba Juan:
- Detrás de mí viene el que puede más que yo, y yo no merezco ni aga-
charme para desatarle las sandalias.
Yo os he bautizado con agua, pero Él os bautizará con Espíritu Santo.
Por entonces llegó Jesús desde Nazaret de Galilea a que Juan lo
bautizara en el Jordán.
Apenas salió del agua, vio rasgarse el cielo y al Espíritu bajar hacia
Él como una paloma. Se oyó una voz del cielo:
- Tú eres mi Hijo amado, mi preferido.

Comentario
Las lecturas de este domingo presentan en primer plano el bautismo de
Jesús y tienen como trasfondo el bautismo de todo cristiano a través de la
simbología del agua y del nuevo nacimiento.
El bautismo de Jesús es presentado como un acontecimiento fundacional,
como un "nuevo comienzo" de su existencia terrena. Durante él tiene lugar la
manifestación trinitaria que revela la condición divina de Jesús y su misión
mesiánica. El Espíritu Santo irrumpe en la persona de Jesús, el Padre revela
la verdadera naturaleza de su Hijo y Éste recibe el bautismo en el agua en
plena solidaridad con el pueblo.
El acontecimiento del Jordán, que todos los comentaristas dan como
hecho histórico por considerar lo difícil que hubiera sido que la comunidad
primitiva inventara un relato en el que Jesús se somete a Juan, está
relacionado con la pascua. En el bautismo se anticipa lo que en la pascua se
revelará plenamente: quién es Jesús y cuál es el sentido último de su misión.
El Jesús histórico, plenamente consciente de su condición filial y
lleno del Espíritu Santo, camina así hacia la pascua siendo el modelo
perfecto de todo cristiano. Este está llamado a participar en esa condición
filial ("todo el que cree que Jesús es el Cristo ha nacido de Dios" I Jn 5,1)
y a emprender el camino de su liberación, que el Espíritu Santo realiza.
Nuestra salvación aparece así como obra de la Trinidad. Así se
expresaba un padre de la Iglesia: "Como la primera creación fue obra de la
Trinidad, también la segunda creación es obra de la Trinidad".

Desde Nazaret
Fue de Nazaret de Galilea de donde Jesús salió para ser bautizado en
el Jordán, apunta Marcos.
Cuando Jesús llegó al lugar del bautismo se puso entre los que iban
siendo bautizados en una actitud de plena solidaridad con los demás hombres.
Y es que su camino de encarnación en Nazaret le había llevado a esa plena
identificación con el hombre, a compartir plenamente la condición humana. De
ahí que ahora, al comienzo de su ministerio se sitúe "naturalmente" entre
aquellos a quienes va a salvar.
Así como la pascua reveló quién era en verdad el crucificado del
Gólgota, la manifestación trinitaria del Jordán revela quién era el que había
vivido durante treinta años sometido a María y a José.
El acontecimiento inaugural de la etapa final de la vida de Jesús es
de algún modo también la culminación de su experiencia de vida oculta en
Nazaret y proyecta una luz sobre esos que un autor ha llamado "años oscuros"
de la vida de Jesús. Quien vivía en Nazaret era el "Hijo amado" del Padre y
estaba lleno del Espíritu Santo.
El camino desde Nazaret de Galilea hasta el Jordán, donde Juan bautiza-
ba, es así imagen del camino pascual de Jesús pues en él avanza también hacia
la revelación de su persona y de su misión
En ese recorrido, los años de Nazaret son esa etapa de encarnación en
el itinerario de la Palabra (Is 55,10) en que, al igual que la lluvia,
permanece en la tierra, la fecunda y la hace germinar. Nazaret es el momento
de la penetración de lo infinito en lo limitado, pero sin que esto aprisione
la Palabra. Esta, siguiendo el himno de Isaías, vuelve a Dios después de
haber fecundado la tierra. Y de Nazaret, en efecto, salió Jesús para empren-
der su camino pascual de retorno al Padre.

Te bendecimos, Padre,
porque llamando con tu voz "Hijo amado" a Jesús,
nos descubres también a nosotros
nuestra condición de hijos tuyos en Él.
Deseamos acoger en nuestra vida al Espíritu Santo
que libera y transforma,
que nos da vida nueva y nos hace solidarios con todos.
Trinidad santísima,
Padre, Hijo y Espíritu Santo,
origen y meta de todo,
gracias por habernos sellado en el agua del bautismo
y por habernos puesto en el camino de la salvación
.

Vivir como bautizados
Necesitamos en la vida de cada día el testimonio concorde del Espíritu,
del agua y de la sangre. El bautismo no es un acontecimiento que queda en el
comienzo de nuestra vida cristiana sólo como puerta de entrada, como hecho
del pasado.
El testimonio del agua (agua del Jordán, agua del bautismo) en la que
el Espíritu Santo nos revela nuestra condición de hijos del Padre gracias a
la sangre derramada por Cristo, es algo actual en nuestra vida.
El testimonio del agua manifiesta en la oscuridad de nuestros días, de
nuestros años, en la monotonía de nuestras actividades, en las apariencias
de nuestra condición actual, la verdad que funda y da sentido a nuestra vida.
La revelación trinitaria del agua (agua del Jordán, agua del bautismo) nos
dice quiénes somos verdaderamente y cuál es nuestra misión en el mundo.
El testimonio del agua es concorde con el del Espíritu, quien nos
asegura "que somos hijos de Dios, y si hijos también herederos" (Rom 8,14),
porque Cristo nos redimió con su sangre.
En el día que celebramos "el testimonio de Dios acerca de su Hijo" (I
Jn 5,9), dado en el río Jordán, hacemos presente el testimonio que a través
de los signos de la fe nos da también a nosotros que vivimos en la oscuridad
de Nazaret.

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25 de diciembre de 2011 – NAVIDAD - Misa del Día

"Y la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros"

Isaías 52,7-10
¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia
la paz, que trae la buena nueva, que pregona la victoria, que dice a Sión:
¡"Tu Dios es Rey"! Escucha: tus vigías gritan, cantan a coro, porque ven cara
a cara al Señor, que vuelve a Sión. Romped a cantar a coro, ruinas de Jerusa-
lén, que el Señor consuela a su pueblo, rescata a Jerusalén: el Señor desnuda
su santo brazo a la vista de todas las naciones, y verán los confines de la
tierra la victoria de nuestro Dios.

Hebreos 1,1-6
En distintas ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a
nuestros padres por los profetas. Ahora, en esta etapa final, nos ha hablado
por el Hijo, al que ha nombrado heredero de todo, y por medio del cual ha ido
realizando las edades del mundo. Es el reflejo de su gloria, impronta de su
ser. El sostiene el universo con su Palabra poderosa. Y, habiendo realizado
la purificación de los pecados, está sentado a la derecha de Su Majestad en
las alturas; tanto más encumbrado sobre los ángeles cuanto más sublime es el
nombre que ha heredado.
Pues, ¿a qué ángel dijo jamás: "Hijo mío eres tú hoy te he engendra-
do"? O: "¿Yo seré para él un padre y él será para mí un hijo?" Y en otro
pasaje, al introducir en el mundo al primogénito, dice: "Adórenlo todos los
ángeles de Dios".

Juan 1,1-18
En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a
Dios, y la Palabra era Dios. La Palabra en el principio estaba junto a Dios.
Por medio de la Palabra se hizo todo, y sin ella no se hizo nada de lo
que se ha hecho.
En la Palabra había vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz
brilla en la tinieblas, y la tiniebla no la recibió.
Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como
testigo para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la
fe, No era él la luz, sino testigo de la luz.
La palabra era la luz verdadera que alumbra a todo hombre. Al mundo
vino y en el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de ella, y el mundo no
la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron.
Pero a cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, si
creen en su nombre. Estos no han nacido de la sangre, ni de amor carnal, ni
de amor humano, sino de Dios.
Y la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros, y hemos contemplado
su gloria: gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de
verdad.
Juan da testimonio de El y grita diciendo: éste es de quien dije: "El que
viene detrás de mí pasa delante de mí, porque existía antes que yo".
Pues de su plenitud todos hemos recibido gracia tras gracia: porque la
ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad vinieron por medio de
Jesucristo.
A Dios nadie lo ha visto jamás: El Hijo único, que está en el seno del
Padre, es quien lo ha dado a conocer.

Comentario
"El Verbo se hizo carne"

En la fiesta de Navidad y durante todo el tiempo que sigue celebramos
el misterio de Dios que se hace hombre.

Dios se encuentra con los hombres precisamente en Cristo en cuanto
hombre. Y así a través del elemento humano de la persona de Cristo, el
hombre puede acceder a lo invisible y puede adentrarse en el misterio de
Dios.

Aquel que en el seno del Padre era Verbo-palabra, al hacerse hombre,
se convierte en el revelador de lo que Dios es. Cristo es la plenitud de la
revelación, Él es el "unigénito de Dios" y "está lleno de gracia y de ver-
dad". "La luz ha brillado en las tinieblas", Dios se ha hecho hombre. Ahora
como entonces el hombre puede acogerlo, abrirse a Él o rechazarlo.

Dios ha salido a encontrarse personalmente con el hombre y éste tiene
la posibilidad de la acogida o del rechazo. "Pero a los que lo acogieron los
hizo capaces de ser hijos de Dios". "De su plenitud todos hemos recibido".

Ante la plenitud de gracia dada en Cristo, la alianza del Antiguo Tes-
tamento queda pálida, anticuada. La nueva alianza viene cualificada sobre
todo por la calidad del mediador que es Cristo. Con él Dios nos ha dicho de
sí mismo su palabra definitiva. "Es el Hijo único, que es Dios y está al lado
del Padre, quien lo ha explicado". "Si te tengo ya habladas todas las cosas
en mi Palabra, que es mi Hijo, y no tengo otra, ¿qué te puedo yo ahora
responder o revelar que sea más que eso? Pon los ojos en Él, porque en Él te
lo tengo dicho todo y revelado, y hallarás en Él más de lo que pides y
deseas" S. Juan de la Cruz, II Subida, 22,5.

"Y la Palabra se hizo hombre". Es el misterio de la Navidad. Es un
misterio de humildad, pobreza y ocultamiento. La gloria eterna de Dios brilla
en el rostro de un niño y se expresa con los gestos de un recién nacido. El
Dios eterno e inmenso se somete a las condiciones de espacio y de tiempo y
asume todas las limitaciones de la naturaleza humana. Los pañales que
envuelven al niño, como las vendas puestas alrededor de su cuerpo ya muerto
y bajado de la cruz, están ahí para indicar hasta que punto Dios ha unido su
designio a nuestra condición.

Pero lo más maravilloso es el impulso de amor que descubrimos a través
de este gesto supremo de acercamiento. Dios se hace hombre para salvar al
hombre. "Os ha nacido en la ciudad de David un Salvador, que es Cristo Señor"
Lc. 10-11. "El motivo del nacimiento del Hijo de Dios, dice S. León Magno,
no fue otro sino el de poder ser colgado en la cruz".

Desde Nazaret

Para María y José‚ el misterio de la venida de Dios entre los hombres
estaba ligado a lugares, personas y situaciones muy concretas: el anuncio del
mensajero de Dios, el bando de un censo, el viaje a Belén, el no encontrar
lugar en la posada, la cuadra, el pesebre, los pañales, los pastores, ...
Dios en persona con la apariencia de un niño como todos los otros.

El tiempo de Nazaret nos descubre una dimensión importantísima de la
encarnación. Esta no consiste en que Dios se haga hombre en un momento
determinado, sino en que además Dios asuma la condición de hombre, todo lo
humano, con lo que ello lleva consigo.

La frase "La Palabra se hizo carne" puede tener dos sentidos. Uno
puntual, circunscrito a un momento concreto de la historia, y otro durativo,
que indica todo el proceso necesario para que el Hijo de Dios vaya asumiendo
todas las características humanas hasta llegar a ser un hombre completo. Este
proceso implica el crecimiento físico, la inserción en una cultura, en un
ambiente de vida, aprender a vivir todas las dimensiones de la persona.

Este segundo aspecto es el que descubrimos viendo desde Nazaret el
misterio de Navidad.

Esta asunción de lo humano y de lo "mundano" por parte del Hijo de Dios
transforma y santifica todo lo humano y todo lo que está en el mundo.

En Nazaret vemos a Jesús, tocar, ver, agarrar, caminar, comer, reír,
vestirse, estar con la gente, amar a sus padres y a los demás... Es admirable
y maravilloso contemplar como Dios tomó la naturaleza humana no de forma abs-
tracta o aparente, sino muy concretamente y de manera profunda y total. Dios
vivió como nosotros; habló, rió, amó, como cualquier hombre.

Esta dimensión de la encarnación, tan importante y rica de consecuen-
cias, se hace patente en Nazaret.

Para vivir ahora

Para vivir ahora, en el tiempo de la Iglesia, encontramos en Nazaret
un fuerte estímulo y un fundamento sólido de valoración de todo lo humano y
de apreciación positiva del mundo y de sus valores.

Cristo asumiendo todo lo humano (menos el pecado): lengua, cultura,
instituciones sociales, le infunde una nueva vida, un nuevo sentido, y le da
una proyección eterna.

Desde que Cristo se hizo hombre hay que hablar de un modo nuevo del
mundo y del hombre. Ciertamente el pecado existe, pero el pecado y el mal ya
no caracterizan de la forma más profunda ni al hombre ni al mundo. Dios hizo
buenas todas las cosas y Cristo viniendo al mundo y haciéndose hombre, en-
contró la vía exacta para poner de nuevo en armonía la relación hombre-mundo
dañada por el pecado. La encarnación del Cristo no sólo libera al hombre de
una concepción pesimista del mundo, sino que le da la posibilidad de trabajar
en él como lugar de encuentro con Dios, como ámbito de sus relaciones
fraternas con los demás hombres, como materia prima de la construcción de su
propia realidad.

El concilio Vaticano II asigna a los laicos la misión de consagrar el
mundo con estas palabras: "Cristo Jesús, supremo y eterno sacerdote, desea
continuar su testimonio y su servicio también por medio de los laicos; por
ello vivifica a éstos con su Espíritu e ininterrumpidamente los impulsa a
toda obra buena y perfecta. Pero a aquéllos a quienes asocia íntimamente a
su vida y misión, también los hace partícipes de su oficio sacerdotal, en orden
al ejercicio del culto espiritual para gloria de Dios y salvación de los hom-
bres... Así también los laicos, como adoradores que en todo lugar obran
santamente, consagran a Dios el mundo mismo" L.G. 34; Cfr. 36,b.

Contemplando desde Nazaret la encarnación de Cristo, aprendemos a
encarnarnos también nosotros para llevar el mundo a Dios.

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24 de diciembre de 2011 – MISA DE NOCHEBUENA

"Hoy en la ciudad de David os ha nacido un Salvador"


Isaías 9,1-3. 5-6
El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande; habitaban la
tierra de sombras, y una luz les brilló.
Acreciste la alegría, aumentaste el gozo: se gozan en tu presencia, como
gozan al segar, como se alegran al repartirse el botín.
Porque la vara del opresor, y el yugo de su carga, el bastón de su
hombro, los quebrantaste como el día de Madián.
Porque un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado: lleva a hombros el
principado, y es su nombre:
Maravilla de Consejero, Dios guerrero, Padre perpetuo, Príncipe de la
paz.
Para dilatar el principado con una paz sin límites, sobre el trono de
David y sobre su reino.
Para sostenerlo y consolidarlo con la justicia y el derecho, desde ahora
y por siempre. El celo del Señor lo realizará.

Tito 2,11-14
Ha aparecido la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hom-
bres, enseñándonos a renunciar a la impiedad y a los deseos mundanos, y a
llevar ya desde ahora una vida sobria, honrada y religiosa, aguardando la
dicha que esperamos: la aparición gloriosa del gran Dios y Salvador nuestro,
Jesucristo.
El se entregó por nosotros para rescatarnos de toda impiedad y para
prepararse un pueblo purificado, dedicado a las buenas obras.


Lucas 2,11-14
En aquellos días salió un decreto del emperador Augusto, ordenando hacer
un censo en el mundo entero.
Este fue el primer censo que se hizo siendo Cirino gobernador de Siria.
Y todos iban a inscribirse, cada cual a su ciudad.
También José, que era de la casa y familia de David, subió desde la
ciudad de Nazaret en Galilea a la ciudad de David, que se llama Belén, para
inscribirse con su esposa María, que estaba encinta. Y mientras estaban allí
le llegó el tiempo del parto y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió
en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no tenían sitio en la posada.
En aquella región había unos pastores que pasaban la noche al aire libre,
velando por turno su rebaño.
Y un Ángel del Señor se les presentó: la gloria del Señor los envolvió de
claridad y se llenaron de gran temor.
El Ángel les dijo:
-No temáis, os traigo una buena noticia, la gran alegría para todo el
pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador: el mesías, el
Señor. Y aquí tenéis la señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y
acostado en un pesebre.
De pronto, en torno al Ángel, apareció una legión del ejército celestial,
que alababa a Dios, diciendo:
-Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres que Dios
ama.

Comentario

El relato del nacimiento de Jesús que nos ofrece el evangelio de Lucas en
el corazón de esta noche santa o noche buena, nos da las coordenadas de
tiempo y de lugar para situar el hecho y para interpretar su alcance. El
evangelista lo hace no sólo en términos generales y solemnes, como conviene
al caso, (emperador reinante, regiones y comarcas del imperio), sino que nos
da también una serie de detalles concretos que convierten el acontecimiento
en algo cercano y familiar.

Fijémonos en primer lugar en los aspectos que tratan de subrayar la
magnitud de este acontecimiento singular. El texto de Lucas alude en primer
lugar al emperador Augusto y al "censo de todo el mundo". El mismo
evangelista ofrece otras referencias para situar la historia de Jesús. El
censo de todo el mundo y el hecho de que "todos iban a inscribirse" abre el
nacimiento del niño de Belén a unas perspectivas universales insospechadas.
Esa tendencia a amplificar el hecho se refuerza después en el anuncio del
Ángel a los pastores. La alegría que anuncia no es sólo para ellos, sino
"para todo el pueblo". Además el anuncio es presentado como "buena noticia"
(=evangelio), destinada por tanto a propagarse y a comunicarse.

Dentro de esa perspectiva universalista, no sólo en cuanto al espacio
sino también al tiempo, la liturgia destaca justamente el "hoy" de la cele-
bración. Desde ese "hoy" litúrgico y actual pretende llevarnos a aquel otro
en el que se cumplió nuestra salvación. La palabra "hoy" es el centro del
anuncio del Ángel a los pastores y es igualmente el centro del mensaje que
la Iglesia quiere transmitir permanentemente a los hombres: hoy ha nacido el
Salvador.

A dar ese sentido de plenitud y cumplimiento que tiene el "hoy" de la
liturgia contribuye también el texto de Isaías que se proclama en la 1ª.
lectura. En él se anuncia la época mesiánica como un paso de las tinieblas
a la luz, de la tristeza a la alegría, a esa alegría plena del momento de las
cosechas o de la liberación de una opresión milenaria. Pero todo ello se da
como algo ya realizado ("una luz les brilló"). El niño que ha nacido es el
príncipe de la paz. Pero al mismo tiempo es algo que se cumplirá en el
futuro: "El celo del Señor lo realizará".

Ese mismo sentido podemos ver en la 2ª. lectura, cuando el apóstol habla
de la aparición de la gracia de Dios realizada en Cristo. Su venida y su
entrega tienen como finalidad el "prepararse un pueblo purificado", lo que
supone una tarea permanente.

La lectura de la Palabra nos lleva así a vivir ese "hoy" de la salvación
ya cumplida en Cristo que se hace actual en nuestra historia. Somos invitados
a participar personalmente con María y José‚ con los pastores y con todos los
creyentes en ese maravilloso intercambio en el que Dios presenta y ofrece al
hombre su misma vida y el hombre es llamado a dejarse desarmar y entrar en
esa nueva luz que lo salva.

En eso consiste la "gloria de Dios" que los Ángeles cantan y que tiene su
eco correspondiente en la "paz" de los hombres en la tierra. La manifestación
de Dios y la salvación del hombre son dos aspectos de la misma realidad.

Los signos concretos

La narración del nacimiento de Jesús se mueve en el evangelio de Lucas a
través de signos muy concretos y muy sencillos que pretenden guiar al lector
a encontrar, también él, como los personajes del relato, al Mesías.

El signo central, que da sentido a todos los otros, es el "niño": "encon-
traréis un niño". Este niño es presentado en primer lugar como "primogénito".
Es un término de amplio significado en el Nuevo Testamento porque refiere a
Jesús la herencia mesiánica de la casa de David. Además el recién nacido es
designado con tres títulos de gran relieve: Salvador, título ya incluido en
su nombre, el Mesías o Cristo que recoge la profecía sobre la ciudad de David
como lugar de su nacimiento, y, sobre todo, el Señor, aplicando de forma
directa al niño la designación que servirá a los creyentes para hablar de su
condición divina.

Todo esto dice a quien se acerca al texto evangélico que el "niño" de
quien se habla esconde, tras su apariencia sencilla, un misterio profundo.
Por otra parte hay un gran contraste entre esa "grandeza" y "universalidad",
a la que aludíamos antes, y los signos concretos que se ofrecen para recono-
cer la identidad del niño. Ese contraste estimula también hoy al lector a dar
el mismo paso que los destinatarios del primer anuncio.

Los signos concretos situados entorno al niño son, en primer lugar, su
condición de impotencia y debilidad; vienen luego los "pañales" que lo
envuelven, pero también que limitan sus movimientos y su libertad. Ese último
aspecto ha llevado a algunos a establecer un paralelismo entre este pasaje
y el de la sepultura de Jesús (Lc 23,53). Está también el detalle del
"pesebre" que puede subrayar el alejamiento del ambiente humano normal en el
que se produjo el nacimiento del niño.

Por tres veces el texto evangélico recalca esos detalles ("niño", "paña-
les", "pesebre"): en la narración directa del hecho, en el anuncio del Ángel
a los pastores y en la constatación que éstos efectúan. Queda así bien subra-
yada la pobreza de los signos para revelar el altísimo misterio.

Esos signos concretos ofrecidos a los pastores, pero también a María y a
José (y a nosotros), nos invitan a dar el paso de la fe reconociendo en el
niño recién nacido al Salvador. Y ese paso de la fe es el mismo que María y
José continuaron en Nazaret durante muchos años. Con el tiempo irán cambiando
los signos concretos según las condiciones de vida, pero siempre permanecerán
en el ámbito de la pobreza, de la humildad, de la sencillez. Es como una
invitación constante a mantenerse fieles a ese contraste infinito entre lo
que se ve y lo que se esconde, contraste por donde se mueve la fe.

En silencio y llenos de amor
queremos también nosotros
llegarnos hasta el pesebre
y contemplar la Palabra hecha carne.
Te adoramos, Señor Jesús,
en la elocuencia y humildad
de tu primer gesto de encuentro con los hombres.
Ilumina con tu luz
las zonas de sombra de nuestra vida,
esas partes aún no evangelizadas de nosotros mismos
y del mundo en que vivimos,
para que encontremos la verdadera paz
y Dios sea glorificado.


Jesús, María y José

La fiesta de Navidad nos invita a captar en profundidad el misterio de la
sencillez de los signos. Más que escudriñar los detalles de la narración,
ser bueno fijarnos con mirada contemplativa en los gestos de María y de José‚
para aprender esas actitudes cristianas que nos llevan a acoger en nuestra
vida la salvación traída por Cristo.

Fijémonos en María. La sublimidad de su gesto se esconde en las acciones
simples, transparentes, puras que menciona el evangelio: dio a luz a su hijo
primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre... Es el primer
gesto de donación y presentación de Jesús. María ha acogido el Verbo en su
carne y lo ha entregado al mundo. Ningún gesto de posesión, ninguna sombra
de protagonismo ha ensombrecido la gloria de Dios en su entrega al hombre.
Nada hay más personal que engendrar y dar a luz y nada más desprendido que
entregar al recién nacido y permitirle que cumpla su misión.

La solución inmediata de colocar al niño en el pesebre por no tener sitio
en la posada, sin duda compartida por María y José‚ traduce esa sencillez tan
humana de saberse contentar con lo que se tiene, de saber acomodarse a las
circunstancias como se presentan. Ninguna vanidad herida hubo en ese momento
porque ninguno de los dos pretendía una dignidad que fuera reflejo de la
grandeza del momento que vivían.

José estaba también allí. Sin duda con la preocupación y premura, con la
responsabilidad y atención que requería un momento tan delicado y en tales
circunstancias. De él no se dice apenas nada, ¿qué importa? Su silencio su
"ausencia" del relato, deja ver con mayor claridad el signo central que es
el niño. También de él tenemos que aprender a desaparecer para que el
Salvador, el Señor, pueda manifestarse.

Sin embargo, cuando los pastores llegan para comprobar el mensaje del
Ángel encuentran a María y a José junto con el niño. Se diría que las figuras
de María y de José sólo cobran importancia cuando se ha descubierto quién es
el recién nacido.

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18 de diciembre de 2011 – DOMINGO IV DE ADVIENTO – Ciclo B

"... de la casa de David"

II Samuel 7,1-5. 8b-11. 16
Cuando el rey David se estableció en su palacio, y el Señor le dio la
paz con todos los enemigos que le rodeaban, el rey dijo al Profeta Natán:
-Mira: yo estoy viviendo en casa de cedro, mientras el arca del Señor
vive en una tienda.
Natán respondió al rey:
-Ve y haz cuanto piensas, pues el Señor está contigo.
Pero aquella noche recibió Natán la siguiente palabra del Señor:
-Ve y dile a mi siervo David: ¿Eres tú quien me va a construir una
casa para que habite en ella?
Yo te saqué de los apriscos, de andar tras las ovejas, para que fueras
jefe de mi pueblo Israel. Yo estaré contigo en todas tus empresas, acabaré
con tus enemigos, te haré famoso como a los más famosos de la tierra. Daré
un puesto a Israel, mi pueblo: lo plantaré para que viva en él sin
sobresaltos, y en adelante no permitiré que animales lo aflijan como antes,
desde el día que nombré jueces para gobernar a mi pueblo Israel.
Te pondré en paz con todos tus enemigos, te haré grande y te daré una
dinastía. Tu casa y tu reino durarán por siempre en mi presencia y tu trono
durará por siempre."

Romanos 16,25-27
Hermanos:
Al que puede fortalecernos según el evangelio que yo proclamo,
predicando a Cristo Jesús -revelación del misterio mantenido en secreto
durante siglos eternos y manifestado ahora en la Sagrada Escritura, dado a
conocer por decreto del Dios eterno, para traer a todas las naciones a la
obediencia de la fe-, al único Dios por Jesucristo, la gloria por los siglos
de los siglos. Amén

Lucas 1,26-38
En aquel tiempo, el Ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de
Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José,
de la estirpe de David; la virgen se llamaba María.
El Ángel, entrando a su presencia, dijo:
-Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo; bendita tú entre las
mujeres.
Ella se turbó ante estas palabras, y se preguntaba qué saludo era
aquel.
El Ángel le dijo: -No temas María, porque has encontrado gracia ante
Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo y le pondrás por nombre
Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el
trono de David su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su
reino no tendrá fin-.
Y María dijo al Ángel:
-¿Cómo será eso, pues no conozco varón?
El Ángel le contestó:
-El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá
con su sombra; por eso el santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios.
Ahí tienes a tu pariente Isabel que, a pesar de su vejez, ha concebido
un hijo, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, porque para Dios
nada hay imposible.
María contestó:
-Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra.
Y el Ángel se retiró.

Comentario
La densidad del mensaje de la Palabra de Dios en este domingo se ve
reforzada por el eco y amplificación que la primera lectura encuentra en el
Evangelio.
David, después de haber consolidado su poder y sintiéndose seguro en
la capital de su reino, quiere dar también una estabilidad al signo de la
presencia de Dios en medio de su pueblo: construir una casa para el Señor.
Excelente deseo, aprobado por el profeta Natán, pero quizá también tentación
de querer instrumentalizar a Dios haciéndole garante de la propia dinastía
En este contexto, Dios interviene por medio del profeta para dejar
claro quién es el Señor, quién guía los destinos de la historia. Es fácil de
entender el contenido de la profecía de Natán atendiendo a la doble acepción
de la palabra casa. Tú me quieres construir una casa = templo, dice el Señor,
pero seré yo quien te dé una casa = dinastía (descendencia) en la que se
cumplirá mi promesa.
El Evangelio ha "leído", desde la "plenitud de los tiempos", la antigua
profecía en su relato del anuncio del nacimiento de Jesús, ayudándonos así
a comprender mejor quién es el Enviado y cómo se cumplen las promesas del
Señor. A David Dios le había asegurado, por medio del profeta, "una descen-
dencia nacida de tus entrañas". A María el Ángel le asegura que "concebirá
en su seno". El descendiente prometido a David había de heredar su "trono",
y al hijo de María "el Señor Dios le dará el trono de David, su padre". La
estirpe de David debía ser "grande" y el evangelista dice que quien había de
nacer de María "será grande y se llamará Hijo del Altísimo. Como a la descen-
dencia de David, también del Mesías se dice que "su reino no tendrá fin".
El "hijo" que nace de María es verdaderamente el descendiente prometido
a David, es de la casa de David. Las genealogías de Lucas y de Mateo pre-
tenden confirmarlo. Pero curiosamente en ambos casos la continuidad con la
casa de David viene asegurada por José, pues "se pensaba que (Jesús) era hijo
de José" (Lc 3,24).

"A una ciudad de Galilea que se llama Nazaret"
Si todo el evangelio puede ser leído en Nazaret, con mayor motivo pode-
mos leer este pasaje que nos transmite un acontecimiento ocurrido en ese
lugar.
Desde la humilde casa de Nazaret, el momento de la visita del Ángel
Gabriel es el momento de la acción de Dios por antonomasia, el momento
maravilloso, estupendo, que hace nuevas todas las cosas. Hay que colocarlo
en la línea que va de la creación del mundo, a la alianza con Abrahán, a la
gran manifestación del Sinaí, cuando la nube cubrió la cima de la montaña
cuando "la gloria del Señor llenaba el santuario" (Ex 40,35).
Esa es la maravilla que María canta desde el fondo de su alma "porque
se fijó en su humilde esclava" (Lc 2,47). Ese momento de la acción suprema
del Espíritu Santo funda y da sentido a toda la experiencia vivida en Nazaret
que es una prolongación de la encarnación del Verbo del Padre.
Desde que María fue "morada" del Hijo de Dios, ella y José se pusieron
en camino con la fe de Abrahán, y aun cuando permanecieron mucho tiempo en
el pueblo de Galilea, nunca pretendieron como su antepasado David, erigir una
"casa" para Dios. Ellos habían comprendido que sería Dios mismo quien se
ocuparía de ello. "Después volverá a levantar de nuevo la choza caída de
David; levantará sus ruinas y la pondrá en pie, para que los demás hombres
busquen al Señor" (Am 9,11; cfr. Hech 15,16-17).
Sólo desde esa fe cobran sentido todas las preocupaciones por buscar
un lugar digno donde pudiera nacer el Mesías y para proporcionarle una
familia, una casa y un ambiente donde crecer.

Señor, desde el principio del mundo
tú has construido para el hombre una casa,
un hogar donde acogernos a todos.
Cuando vino Jesús, tu Palabra,
Él "plantó su tienda entre nosotros"
para ofrecer a todos los hombres
un espacio de salvación.
Danos la fe de María,
danos la obediencia de la fe
para acoger la acción fecunda del Espíritu Santo
y poder así llevarte a los demás
.

Nuestra casa
La actitud de María, de José, de Jesús en Nazaret orientan nuestro
vivir. Vivir el misterio de Nazaret es vivir en familia, y vivir en familia
quiere decir, entre otras cosas, vivir en una casa.
Todos sabemos que construir la comunidad es también construir la casa,
porque la casa es el lugar donde el hombre es persona, es el lugar de la
fraternidad y de la acogida y es también el lugar donde Dios habita.
Pero cuando construimos desde la fe, necesitamos saber, como David,
como María y José, que lo importante es lo que Dios construye, que su obra
es más grande que la nuestra.
Tenemos que aprender, sobre todo, el camino de la solidaridad para
sentir como nuestro el problema de quienes no tienen casa, por causas econó-
micas, por exilio, por desamparo o injusticia humana. Solo así llegaremos a
creer verdaderamente que desde su venida y desde que derramó su Espíritu, es
Cristo quien está construyendo una casa para todos, porque es Él quien nos
abre un porvenir de libertad y de humanidad nueva.
De vez en cuando es bueno escuchar estas palabras del Señor para
valorar lo que estamos haciendo: "El cielo es mi trono y la tierra estrado
de mis pies: ¿qué casa podréis construirme o qué lugar para mi descanso?" Is
66,1. "El Altísimo no habita en edificios construidos por el hombre" (Hch
7,48).

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11 de diciembre de 2011 – DOMINGO III DE ADVIENTO – Ciclo B

"Entre vosotros está ese que no conocéis"

Isaías 61,1-2a. 10-11
El Espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido. Me
ha enviado para dar la Buena Noticia a los que sufren, para vendar los
corazones desgarrados, para proclamar la amnistía a los cautivos y a los
prisioneros, la libertad, para proclamar el año de gracia del Señor.
Desbordo de gozo con el Señor, y me alegro con mi Dios: porque me ha
vestido un traje de gala y me ha envuelto en un manto de triunfo, como novio
que se pone la corona, o novia que se adorna con sus joyas.
Como el suelo echa sus brotes, como un jardín hace brotar sus semillas,
así el Señor hará brotar la justicia y los himnos, ante todos los pueblos.

Tesalonicenses 5,16-24
Hermanos: Estad siempre alegres. Sed constantes en orar. En toda
ocasión tened la Acción de Gracias: ésta es la voluntad de Dios en Cristo
Jesús respecto de vosotros.
No apaguéis el espíritu, no despreciéis el don de profecía; sino
examinadlo todo, quedándoos con lo bueno.
Guardaos de toda forma de maldad. Que el mismo Dios de la paz os
consagre totalmente, y que todo vuestro ser, alma y cuerpo, sea custodiado
sin reproche hasta la Parusía de nuestro Señor Jesucristo.
El que os ha llamado es fiel y cumplirá sus promesas.

Juan 1,6-8. 19-28
Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: este venía como
testigo, para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la
fe. No era él la luz.
Este es el testimonio que dio Juan cuando los judíos enviaron desde
Jerusalén sacerdotes y levitas a Juan, a que le preguntaran:
-¿Tú quién eres?
El contestó sin reservas: -Yo no soy el Mesías-.
Le preguntaron:
-Entonces ¿qué? ¿Eres tú Elías?
El dijo: -No lo soy-
-¿Eres tú el Profeta?
Respondió: -No- y le dijeron:
-¿Quién eres? Para que podamos dar una respuesta a los que nos han
enviado, ¿qué dices de ti mismo?
El contestó: -Yo soy "la voz que grita en el desierto: Allanad el
camino del Señor" (como dijo el Profeta Isaías).
Entre los enviados había fariseos y le preguntaron:
-Entonces ¿por qué bautizas, si tú no eres el Mesías, ni Elías, ni el
Profeta?
Juan les respondió:
-Yo bautizo con agua; en medio de vosotros hay uno que no conocéis, el
que viene detrás de mí, que existía antes que yo y al que no soy digno de
desatar la correa de la sandalia.
Esto pasaba en Betania, en la orilla del Jordán, donde estaba Juan
bautizando.

Comentario
Los textos bíblicos propuestos por la liturgia de este domingo nos
ofrecen tres mensajes complementarios entre sí: el Bautista anuncia que el
Mesías está entre nosotros, el profeta Isaías lo presenta como el Mesías de
los pobres y, S. Pablo nos invita a alegrarnos por la venida del Mesías y a
acudir a su encuentro. Queda sí claro que el núcleo central del mensaje está
en esa condición de pobreza, requerida para poder acoger con alegría la
salvación que se nos ofrece en Cristo.
El evangelio de S. Juan, despojado de los detalles anecdóticos de los
sinópticos, va directamente al punto clave: la identidad de aquel que el
Bautista anuncia. Queda al mismo tiempo desenmascarada la actitud de quien
pregunta sin comprometerse, quizá por pura curiosidad, para que los
acontecimientos no le pillen desprevenido o para saber a qué atenerse,
quedando encerrado en los esquemas de su propia seguridad.
La triple negativa de Juan Bautista rechaza para sí mismo toda
expectativa mesiánica y muestra al verdadero Mesías, ese desconocido, ya
presente, pero aún ignorado por "los de su casa" (Jn 1,11). El Bautista es
así testigo de "la luz", para que todos lleguen a "la fe" (Jn 1,7-8). Y el
evangelio de hoy se detiene aquí. El "juego educativo" de la liturgia va
desvelando progresivamente la identidad del "desconocido".
El destinatario actual del mensaje ya sabe quien es ese "desconocido",
pero acepta el irlo descubriendo poco a poco, por dos motivos; Primero,
porque la expectativa aumenta, educa y hace madurar el deseo; segundo,
porque, aunque lo haya experimentado, el creyente tiene que confesar que él
no conoce aún a su Señor. A pesar de la fe, su rostro le queda todavía
velado. "A Dios nadie le ha visto jamás" (Jn. 1,18).
Los rasgos ya entrevistos en el anuncio profético y, sobre todo, la
proximidad del encuentro es lo que suscita la alegría del creyente. Pero no
para llegar individualmente a un cierto goce espiritual, sino porque el
Mesías trae "la buena noticia a los que sufren, venda los corazones
desgarrados, proclama la amnistía a los cautivos y a los prisioneros la
libertad" (Is. 61,1). Es la salvación completa que el Bautista anuncia y
María canta en el magnificat.

En Nazaret
Y de la mano de María, que se introduce hoy discretamente en nuestro
Adviento, vayamos a leer el evangelio en Nazaret.
Sin forzar el texto del evangelio de hoy, se puede decir también en
el tiempo de Nazaret: "entre vosotros está ese que no conocéis" (Jn. 1,26).
Desconocido vivió, en efecto quien era tenido por sus vecinos sencillamente
como "el hijo de José" (Lc 4,22) y el "hijo de María" (Mc 6,3).
Después del anuncio del nacimiento y primeras manifestaciones de la
infancia, Jesús Bajó a Nazaret. "Eclipse de Dios", titula un autor el
capítulo que dedica a Nazaret en su historia de Jesús. Y La Iglesia ha
aplicado al misterio de Nazaret la expresión veterotestamentaria que habla
del "Dios escondido".
Más que ningún otro, María y José vivieron la tensión que supone acom-
pañar al Mesías ya presente, pero aún desconocido. Ellos, que sabían quién
era Jesús por lo que se les había dicho al principio, vivieron en la
esperanza y en la fe por largo tiempo. Ellos, que lo habían acogido desde el
primer momento, sabían también cuáles eran las condiciones necesarias para
reconocerlo.
Sólo desde la pobreza y la sencillez nazarenas se puede acoger al
Salvador como el Mesías, el que trae el reinado de Dios sobre la tierra. El
es verdaderamente, como dijo María, el único capaz de hacer cosas grandes.

Señor, aún no conocemos bien tu rostro,
pero nuestro corazón se alegra en ti.
Una voz anuncia tu presencia
y sabemos que un día llegará tu reino en plenitud.
Señor, necesitamos tu misericordia
que colme nuestra pobreza,
que cure nuestros corazones desgarrados,
que rompa las cadenas de nuestra esclavitud
y las barras de nuestra prisión;
que proclame fuerte la llegada del tiempo de la gracia.
Gozamos ya, Señor, con el encuentro que se anuncia.
Nos sentimos envueltos en tu "manto de triunfo"
porque te has fijado en tu "humilde esclava".

Entre nosotros está
Este evangelio de adviento leído en Nazaret nos educa para la vida.
Tenemos que aprender a buscar a Jesús y abrirnos a su mensaje para saberlo
reconocer en los diversos modos en que hoy viene y se manifiesta.
Tenemos que acudir a quienes nos pueden enseñar a reconocerlo con
seguridad. Tenemos que aprender a acogerlo en la pobreza y en la humildad.
Pero tenemos también que aprender a dar testimonio de Él como Juan
Bautista: diciendo claramente que es Él el Mesías, el único que puede salvar.
El contenido del mensaje tiene que ser claro y coherente tanto en nuestras
palabras como en nuestras obras.
Para ello, como el Bautista y como María y José, tenemos que aprender
a disminuir para que Él crezca. "Por eso mi alegría que es ésa, ha llegado
a su colmo. A Él le toca crecer y a mí menguar" (Jn 3,30). Esas palabras de
Juan Bautista, que fueron también plenamente vividas en Nazaret, nos trazan
un camino que nunca lograremos recorrer totalmente.

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4 de diciembre de 2011 – DOMINGO II DE ADVIENTO – Ciclo B

"Preparad el camino al Señor"

Isaías 40,1-5. 9-11
Consolad, consolad a mi pueblo, dice vuestro Dios; hablad al corazón
de Jerusalén, gritadle: que se ha cumplido su servicio, y está pagado su
crimen, pues de la mano del Señor ha recibido doble paga por sus pecados.
Una voz grita: En el desierto preparadle un camino al Señor; allanad
en la estepa una calzada para nuestro Dios; que los valles se levanten, que
los montes y colinas se abajen, que lo torcido se enderece y lo escabroso se
iguale.
Se revelará la gloria del Señor, y la verán todos los hombres juntos
-ha hablado la boca del Señor-.
Súbete a lo alto de un monte, heraldo de Sión, alza con fuerza la voz,
heraldo de Jerusalén, álzala, no temas, di a las ciudades de Judá: aquí está
vuestro Dios.
Mirad: Dios, el Señor, llega con fuerza, su brazo domina.
Mirad: le acompaña el salario, la recompensa le precede. Como un pastor
apacienta el rebaño, su mano los reúne. Lleva en brazos los corderos, cuida
de las madres.

II San Pedro 3,8-14
Queridos hermanos:
No perdáis de vista una cosa: para el Señor un día es como mil años y
mil años como un día.
El Señor no tarda en cumplir su promesa, como creen algunos. Lo que
ocurre es que tiene mucha paciencia con vosotros, porque no quiere que nadie
perezca, sino que todos se conviertan.
El día llegará como un ladrón. Entonces el cielo desaparecerá con gran
estrépito; los elementos se desintegrarán abrasados y la tierra con todas sus
obras se consumirá.
Si todo este mundo se va a desintegrar de este modo, ¡qué santa y
piadosa ha de ser vuestra vida!. Esperad y apresurad la venida del Señor,
cuando desaparecerán los cielos consumidos por el fuego y se derretirán los
elementos. Pero nosotros, confiados en la promesa del Señor, esperamos un
cielo nuevo y una tierra nueva, en que habite la justicia.
Por tanto, queridos hermanos, mientras esperáis estos acontecimientos,
procurad que Dios os encuentre en paz con Él, inmaculados e irreprochables.

Marcos 1,1-8
Comienza el Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios. Está escrito en el
Profeta Isaías: "Yo envío mi mensajero delante de ti para que te prepare el
camino. Una voz grita en el desierto: preparadle el camino al Señor, allanad
sus senderos."
Juan bautizaba en el desierto: predicaba que se convirtieran y se
bautizaran, para que se les perdonasen sus pecados y él los bautizaba en el
Jordán.
Juan iba vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la
cintura y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre. Y proclamaba:
-Detrás de mí viene el que puede más que yo, y yo no merezco agacharme
para desatarle las sandalias.
Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizar con Espíritu Santo.

Comentario
El comienzo del evangelio de S. Marcos nos presenta a Juan Bautista,
una de las figuras típicas del adviento. La descripción de su persona y de
su predicación, en la que resuenan las palabras de Isaías, coinciden en
darnos un único mensaje: "la buena noticia de Jesús, Mesías, Hijo de Dios".
El núcleo central del contenido que la Palabra de Dios nos ofrece en
este domingo es la afirmación de que Dios viene al encuentro del hombre para
que el hombre vaya al encuentro de Dios.
Es la venida de Dios a su pueblo "con potencia" la que, según el
profeta, produce no sólo la consolación sino también su reconstrucción. El
pueblo disperso será nuevamente un rebaño guiado personalmente por el Señor.
Sólo cuando el Señor viene (en el sentido global de la primera lectura, sería
mejor decir retorna) es posible la reconstrucción del pueblo.
En esa misma línea se sitúa el evangelio con el anuncio de la venida
definitiva de Dios en Cristo, ante quien todo hombre, como Juan, es indigno
e incapaz de realizar la obra nueva que sólo a Él pertenece: el bautismo "con
Espíritu Santo". Será precisamente éste el nuevo principio de cohesión y de
dinamismo del nuevo pueblo de Dios. Esta obra nueva que el Señor realiza en
cada persona y en el pueblo en cuanto tal, tiene también una resonancia
cósmica y su imagen acabada en "los cielos nuevos y la tierra nueva", que
aparecerán cuando pase el mundo presente.
Ante una perspectiva tan grande, es clara la misión del profeta: por
una parte anunciarla, ser voz de quien es la Palabra y por otra, ser testigo,
es decir, convertirse, entrar en la dinámica que le pide el mensaje mismo que
anuncia.
De esta forma, la preparación de la venida del Señor, más que una
actividad previa, se convierte en una consecuencia de haberlo encontrado. Y
así como la vía en el desierto de que habla Isaías es una nueva versión de
la experiencia del Exodo, el cristiano sabe que aceptando a Cristo como
"camino" del encuentro de Dios con el Hombre se coloca en una dinámica de
transformación total de su persona y de renovación total de las cosas.

El "camino" de Nazaret
Partiendo de la experiencia que el pueblo de Israel tenía de la
manifestación de Dios en el Sinaí, la esperanza mesiánica había anunciado su
llegada con poder: "Di a las ciudades de Judá: Aquí está vuestro Dios. Mirad,
el Señor Dios llega con poder y su brazo manda" (Is 40,9-10).
Este espejismo de grandeza pudo desorientar a algunos cuando Dios se
presentó hecho hombre en la humildad de Nazaret. No debía parecer, sin embar-
go, tan extraño si se tiene en cuenta toda la historia del Antiguo Testamen-
to. Al comienzo Dios tomó el polvo de la tierra para crear al primer hombre
y eligió a un "amorreo errante" para crear a su pueblo. Entre todos los
pueblos de la tierra puso su mirada en el más pequeño e insignificante para
hacerlo depositario de sus promesas. De humildes orígenes fueron David y los
profetas.
Nadie, pues, podía considerar extraña la preferencia de Dios por "lo que no
cuenta". En esa misma línea se sitúa también Nazaret.
El camino elegido por Dio para manifestarse definitivamente a los
hombres pasa por la fe de un hombre y de una mujer, por la sencillez de una
familia común, por la humildad de un pueblo desconocido. Es el camino de la
encarnación, que en Nazaret se prolonga hasta hacer de Dios un hombre como
los demás hombres. Esa es la maravilla del misterio de Nazaret. Ese es el
lugar donde, como en la Jerusalén de Isaías, "se revelará la gloria del Señor
y la verán todos los hombres juntos" (40,5).

Tu, Señor, vienes con poder.
Pero ¿qué poder?
Un poder lleno de mansedumbre y delicadeza,
el poder del pastor que reúne al rebaño,
que "toma en brazos a los corderos
y hace recostar a las madres".
Tú vienes en busca de quien va perdido
y sonríes a quien está cerca de ti.
Tu poder es humildad en Belén y en Nazaret:
fragilidad del niño y sencillez del hombre que crece.
Tú, el más grande y poderoso,
que nos salvas con el soplo amoroso
y fuerte del Espíritu
.

Para que vayamos a Él
El Señor ha venido, viene y vendrá para que nosotros vayamos a Él. Su
salida hacia nosotros está siempre guiada por el amor y busca en el hombre
una correspondencia.
Pero hoy el mensaje de la Palabra leído en Nazaret, nos ha llevado a
meditar también en el modo de acercamiento que Dios a empleado, en cuál ha
sido el camino que ha recorrido para venir a encontrarnos. Es ese camino el
que el profeta y el evangelista nos invitan a preparar.
Hemos visto que el camino del Señor es el de la encarnación lenta y
gradual que pasa por los largos años de Nazaret. Quizá para ayudarnos a
entender esta vía de acercamiento de Dios - que es la misma que nosotros
tenemos que recorrer si queremos acercarnos a Él - es bueno fijarnos en lo
que dice S. Pedro: "Para el Señor un día es como mil años y mil años como un
día". Es el camino de la paciencia de Dios que tiene una imagen bien clara
en los muchos años de encarnación vividos por Jesús con María y José.
"Preparar el camino del Señor" significará, pues, para nosotros, acoger
su venida y su modo de acercamiento al hombre como dos movimientos de un
mismo impulso. Situarse en el camino de la encarnación, prepararlo, seguirlo
es también aceptar el cómputo del tiempo que Dios hace: a veces hacen falta
"mil años" para obtener lo que parece cosa de "un día". Pero en el camino de
la paciencia de Dios hay también cosas sorprendentes: un buen día, en cual-
quier sitio, como en Nazaret, puede aparecer un niño portador del misterio,
de repente puede verse colmada una larga espera, un solo día puede valer por
mil años.
En nuestro mundo eficientista y mecanizado, lleno de automatismos y
fechas fijas, vivir el camino de la encarnación puede parecer imposible. Algo
nos dice, sin embargo, en el fondo de nosotros mismos, que hay caminos y
tiempos distintos a los de la cronología oficial.

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27 de noviembre de 2011 – DOMINGO I DE ADVIENTO – Ciclo B

"¡Estad en vela!"

Isaías 63,16b-17; 1.3b-8
Tú, Señor, eres nuestro padre, tu nombre de siempre es "nuestro
redentor".
Señor, ¿por qué nos extravías de tus caminos y endureces nuestro
corazón para que no te tema?. Vuélvete por amor a tus siervos y a las tribus
de tu heredad. ¡Ojalá rasgases el cielo y bajases, derritiendo los montes con
tu presencia!.
Bajaste y los montes se derritieron con tu presencia. Jamás oído oyó
ni ojo vio un Dios, fuera de ti, que hiciera tanto por el que espera en Él.
Sales al encuentro del que practica la justicia y se acuerda de tus
caminos.
Estabas airado y nosotros fracasamos: aparta nuestras culpas y seremos
salvos. Todos éramos impuros, nuestra justicia era un paño manchado; todos
nos marchitábamos como follaje, nuestra culpas nos arrebataban como el
viento.
Nadie invocaba tu nombre ni se esforzaba por aferrarse a ti; pues nos
ocultabas tu rostro y nos entregabas al poder de nuestra culpa. Y, sin
embargo, Señor, tú eres nuestro padre, nosotros la arcilla y tú el alfarero:
somos todos obra de tus manos.

Corintios 1,3-9
Hermanos:
La gracia y la paz de parte de Dios, nuestro Padre, y del Señor
Jesucristo sean con vosotros.
En mi Acción de Gracias a Dios os tengo siempre presentes, por la
gracia que Dios os ha dado en Cristo Jesús.
Pues por Él habéis sido enriquecidos en todo: en el hablar y en el
saber; porque en vosotros se ha probado el testimonio de Cristo. De hecho,
no carecéis de ningún don, vosotros que aguardáis la manifestación de nuestro
Señor Jesucristo.
El os mantendrá firmes hasta el final, para que no tengan de qué
acusaros en el tribunal de Jesucristo Señor Nuestro.
Dios os llamó a participar en la vida de su Hijo, Jesucristo Señor
Nuestro. ¡Y El es fiel!

Marcos 13,33-37
En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos:
-Mirad, vigilad: pues no sabéis cuándo es el momento. Es igual que un
hombre que se fue de viaje, y dejó su casa y dio a cada uno de sus criados
su tarea, encargando al portero que velara.
Velad entonces, pues no sabéis cuándo vendrá el dueño de la casa, si
al atardecer, o a medianoche, o al canto del gallo, o al amanecer: no sea que
venga inesperadamente y os encuentre dormidos.
Lo que os digo a vosotros, lo digo a todos: ¡Velad!

Comentario
El tiempo litúrgico del Adviento, que celebra la primera venida de
Cristo y prepara al encuentro definitivo con Él, es imagen de la vida del
cristiano. Ya redimido en el bautismo, el cristiano debe mantener y desarro-
llar el don recibido hasta que llegue a su plenitud.
La Palabra de Dios de este domingo es una fuerte llamada a tomar con-
ciencia de esta condición de la vida cristiana que avanza entre los peligros
de la noche y que espera a Quien dará un sentido definitivo a todo el camino
recorrido.
El centro del mensaje está en la pequeña parábola del evangelio de Mar-
cos que concluye las enseñanzas de Jesús antes de entrar en su pasión. Por
tres veces se insiste en ella sobre la necesidad de velar. Y el motivo de
esta fuerte recomendación es obvio: "no sabéis cuando llegará el dueño de
casa".
A la luz de las otras dos lecturas pueden descubrirse algunas motiva-
ciones para que el cristiano permanezca en vela. Existe el peligro, por
cierto nada imaginario, de "extraviarse lejos de los caminos del Señor", y
del "endurecimiento del corazón", hasta "quedar en poder de nuestra propia
culpa". He ahí un motivo para estar alerta, para que el Señor cuando venga
no lo encuentre "dormido". Pero además la condición del cristiano en el mundo
es similar a la de quien vive en la noche. Muchas veces lo recuerda el Nuevo
Testamento y, sobre todo, S. Pablo. Vivimos en un "mundo de tinieblas" (Ef
6,12), del que el Padre "nos sacó para trasladarnos al reino de su Hijo
querido". La novedad cristiana nos sitúa muchas veces en contraste con la
situación de este mundo: "los que duermen, duermen de noche; los borrachos
se emborrachan de noche; en cambio nosotros que pertenecemos al día, estemos
despejados y armados" (ITes 5,7).
Así pues, la atención del cristiano tiene un doble frente: las tinie-
blas que pueden invadir su corazón y las tinieblas exteriores que tienden a
obstaculizar su camino. Es cierto, sin embargo que, "por medio del Mesías
Jesús", Dios no sólo le da su "gracia" y no le falta "ningún don", sino que
le "mantiene firme hasta el fin".
La vigilancia cristiana se ve, pues, sostenida por la ayuda del Señor,
que "ha señalado a cada uno su tarea" al salir de casa y le da su gracia para
cumplirla. La condición filial, compartida con Jesús, lleva a respetar el
secreto del Padre sobre el momento en que acontecerá la manifestación
gloriosa. Nadie lo sabe. Así el cristiano vive en una total confianza,
sabiendo por una parte que todo se le ha dado ya y por otra que no está en
sus manos el desenlace del drama humano. Dios es siempre imprevisible,
inalcanzable, no se deja manipular por el hombre. Por eso al cristiano a
veces le resulta difícil dar testimonio de este Dios que dice poseer y que
al mismo tiempo se le escapa de entre la manos. Esa es la mejor garantía
contra todo intento de manipulación.

La espera en Nazaret
María y José compartieron la esperanza del pueblo de Israel. Mas aún,
pertenecían a ese grupo de los llamados pobres de Yavé que tenían una
confianza total en Dios y estaban seguros de su fidelidad perenne: sabían que
iba a cumplir su promesa. Tampoco ellos conocían el día ni la hora, pero
sabían que el Señor iba a visitar a su pueblo. Y así aconteció cuando llegó
el Mesías.
Pero María y José vivieron luego, junto con Jesús, otra larga espera:
el tiempo de Nazaret. La experiencia de Nazaret se sitúa entre la llegada del
que fue anunciado a María como "Hijo del Altísimo" y el momento de su
manifestación definitiva y gloriosa en la resurrección.
En cierto sentido, la familia de Nazaret vivió la misma experiencia de
larga espera que ahora toca vivar a todo cristiano. Como al cristiano,
también a ellos se les dio todo al principio, pero pasaron largos años hasta
que se manifestó quién era realmente el niño, el joven que vivía en nazaret.
Y cuando la espera dura, hay que saber esperar.
El evangelio de hoy recalca que puede pasar una hora o varias de la
noche y hay que seguir esperando. Y así era también el tiempo de Nazaret:
pasaba un día, pasaba otro, pasaban los meses y los años y nada se veía. La
impaciencia hubiera podido llevar al grito del profeta: "Ojalá rasgases el
cielo y bajases, derritiendo los montes con tu presencia" (Is 63,19). Pero
en Nazaret no hubo nada de eso, sino la larga y atenta espera hasta que para
Jesús, como para Juan Bautista, le llegó el momento asignado por el Padre
para "presentarse a Israel" (Lc 1,80).
En Nazaret fue madurando en la paciencia ese respeto absoluto hacia el
secreto del Padre que marcó la hora de Jesús y que marcará también el momento
de su venida gloriosa.

"Tú, Señor eres nuestro Padre,
tu nombre de siempre es nuestro redentor" (Is 63,16),
nos ponemos en tus manos con entera confianza,
como María y José.
Renueva nuestra fe
para que no nos cansemos de esperar en la noche
y escuchemos hoy la Palabra que nos dice:
"¡Estad en vela!"
hasta que un día oigamos aquella otra que nos diga:
"Aquí estoy"
.

Esperar con paciencia
El modo de vivir en Nazaret el tiempo de la espera ilumina nuestro ad-
viento. Tras los pasos de Jesús, María y José podemos caminar nosotros en la
noche de nuestra vida cristiana con una mayor esperanza.
Como ellos tenemos la certeza de tener entre nosotros, con nosotros y
en nosotros al Salvador, aunque estemos en medio a las dificultades de la
vida. Sabemos, como dice S. Pablo que, para quien cree, en último término la
dificultad produce esperanza "y esa esperanza no defrauda, porque el amor que
Dios nos tiene inunda nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha
dado" (Rom 5,5).
La abundancia y calidad del don recibido, el germen de vida que lleva-
mos dentro empujan "hacia la luz y hacia la vida" tanto como la conciencia
de la posible venida inminente del Señor. Ambas líneas de fuerza, la que
parte del don recibido y la que viene de la promesa, nos mantienen alerta,
no deben dejarnos dormir.
La paciencia cristiana no es resignación y aletargamiento sino la
certeza que da la fe prolongada sin cesar en el tiempo y el respeto filial
al momento designado por el Padre.
La paciencia vigilante que nos pide hoy el evangelio se opone tanto al
aturdimiento como a la impaciencia y debe comportar un programa de trabajo
sereno, de vida de comunidad, de humildad y obediencia como el que se vivió
en Nazaret. Este es el mejor modo de esperar la vuelta del Señor, que puede
llegar en cualquier momento.

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20 de noviembre de 2011 – TO – DOMINGO DE LA SEMANA XXXIV JESUCRISTO REY DEL UNIVERSO – Ciclo A

"Serán reunidas ante Él todas las naciones"

-Ez 34,11-12.15-17 - -Sal 22 - -1Co 15,20-26.28 - -Mt 25,31-46

Mateo 25,31-46
Dijo Jesús a sus discípulos:
-Cuando venga en gloria el Hijo del hombre y todos los Ángeles con Él, se
sentará en el trono de su gloria y serán reunidas ante Él todas las naciones.
El separará a unos de otros, como un pastor separa las ovejas de las cabras.
Y pondrá las ovejas a su derecha y las cabras a su izquierda. Entonces dirá
el rey a los de su derecha:
-Venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para
vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me disteis de
comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis,
estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y
vinisteis a verme.
Entonces los justos le contestarán:
-Señor, ¿cuándo te vimos con hambre y te alimentamos, o con sed y te
dimos de beber?; ¿cuándo te vimos forastero y te hospedamos, o desnudo y te
vestimos?; ¿cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte?
Y el rey les dirá:
-Os aseguro que cada vez que lo hicisteis con uno de estos mis humildes
hermanos, conmigo lo hicisteis.
Y entonces dirá a los de su izquierda:
-Apartaos de mí, malditos; id al fuego eterno preparado para el diablo y
sus ángeles. Porque tuve hambre y no me disteis de comer, tuve sed y no me
disteis de beber, fui forastero y no me hospedasteis, estuve desnudo y no me
vestisteis, enfermo y en la cárcel y no me visitasteis.
Entonces también éstos contestarán:
-Señor, ¿cuándo te vimos con hambre o con sed, o forastero o desnudo, o
enfermo o en la cárcel y no te asistimos?
Y Él replicará:
-Os aseguro que cada vez que no lo hicisteis con uno de éstos, los
humildes, tampoco lo hicisteis conmigo.
Y estos irán al castigo eterno, y los justos a la vida eterna.

Comentario
La Iglesia conmemora hoy la solemnidad de Cristo Rey del Universo como
recapitulación de su camino anual de celebración de la fe y como centro de
toda la historia humana. "En el círculo del año litúrgico la Iglesia
desarrolla todo el misterio de Cristo, desde la Encarnación y la Navidad
hasta la Ascensión, Pentecostés y la expectativa de la feliz esperanza y
venida del Señor" (S.C.102). La Palabra de Dios nos lleva a ver en Cristo,
el primogénito de los muertos, a Aquél que es el pastor y cabeza de la
Iglesia y de toda la humanidad, en quien todo ha sido llamado a la plenitud.
El evangelio nos presenta una solemne descripción del juicio universal
que tendrá lugar al final de los tiempos, recogiendo una tradición
apocalíptica que se remonta a los profetas de Israel.
El juicio es presentado ante todo como una gran convocación. Poco antes
de la escena que hoy leemos, el evangelista había dicho que el Señor enviaría
a sus Ángeles para convocar al son de trompeta a todos los elegidos de los
cuatro vientos y de un extremo al otro de los cielos (Mt 24,31). En este
ambiente apocalíptico del relato, el Hijo del hombre aparece rodeado de sus
Ángeles que actúan como testigos de lo que va a suceder.
El juicio consiste en una separación que coloca a los buenos de una parte
y a los malos de otra. Para realizar esta separación la figura del rey y juez
se reviste de otra familiar a los lectores del evangelio: la figura de
pastor. Es de notar además que el rey no procede de una forma completamente
autónoma, sino que se refiere constantemente al Padre. Ante todo él mismo se
presenta como el Hijo del hombre, expresión que recuerda a Dan. 7,9-14, y
después proclama su sumisión. "Y cuando el universo le quede sometido,
entonces también el Hijo se someterá al que se lo sometió, y Dios lo será
"todo para todos" (1Co 15,28). Pero lo que más importa es el criterio de sepa-
ración de unos y otros establecido por el rey. No es otro que el del amor
expresado en el servicio y la atención hacia quien se encuentra necesitado,
en situación de pobreza, de enfermedad, de injusticia. El gesto de amor hacia
los hermanos o su ausencia establece la diferencia definitiva entre unos
hombres y otros.
Podemos ahora preguntarnos quienes son esos "humildes hermanos" suyos de
que habla el Señor con tanto afecto. Si consultamos otros textos similares
del mismo Mateo, hay que pensar en los discípulos y seguidores de Jesús (Cf.
Mt 10,42; 18,10). Hoy tenderíamos a pensar que se trata de una interpretación
demasiado restrictiva. Pensamos espontáneamente que esos "humildes hermanos"
son todos los pobres, marginados, excluidos... Por otra parte el criterio de
amor al prójimo puede aplicarse a todo hombre y no sólo al cristiano. Pero
cuando se escribió el texto de Mateo que hoy leemos para una comunidad
pequeña y perseguida del siglo I, quizá el sentido original era el primero,
se trataba de los cristianos que por amor a Cristo se hicieron pobres, fueron
encarcelados, vivieron errantes y en toda clase de necesidad. Desde ese
sentido restringido y dada la ambientación universalista del relato ("serán
reunidas ante Él todas las naciones") es fácil pasar al sentido más amplio
en el que todo hombre es hermano de Jesús.

"Conmigo lo hicisteis"
La vida de Nazaret se entiende sólo a la luz del misterio de la
encarnación. Los aspectos de pobreza, humildad, autolimitación voluntaria en
muchos aspectos de la vida de Jesús, expresan otros tantos momentos de su
asunción de la condición humana. Y la razón del amor cristiano que hoy da el
evangelio es la punta más avanzada de misterio de la Encarnación: "cada vez
que lo hicisteis con uno de estos mis humildes hermanos, conmigo lo
hicisteis".
Esta identificación de Jesús con el pobre y desamparado, con el débil y
oprimido, es no sólo una novedad absoluta del mensaje cristiano con respecto
a otras doctrinas, sino el fundamento de toda la actividad caritativa de la
Iglesia y de su amor preferencial por los pobres. Cuando Jesús se identifica
con el pobre, no hace más que ratificar lo que fue su opción de vida. Podemos
decir que la encarnación de Jesús no consistió sólo en hacerse hombre entre
los hombre, sino que se hizo también pobre entre los pobres. La trayectoria
entera de su existencia, que culmina en la cruz, fue un camino de solidaridad
con quien está desarmado, con quien sólo se impone por la fuerza del amor,
con quien no se apoya sobre ninguna de las cosas que ofrecen al hombre poder,
dominio sobre los otros, suficiencia... Por eso en el camino entero de su
vida se revela el amor y la misericordia del rostro de Dios para con el
hombre en su condición de pobreza, de abatimiento, de limitación y de pecado.
La Iglesia postconciliar ha llevado a cabo esta reflexión que nos
compromete a todos en plena fidelidad al evangelio: "La Iglesia debe mirar
a Cristo cuando se pregunta cuál ha de ser su acción evangelizadora. El Hijo
de Dios demostró la grandeza de ese compromiso al hacerse hombre, pues se
identificó con los hombres haciéndose uno de ellos, solidario con ellos y
asumiendo la condición en que se encuentran, en su nacimiento, en su vida y,
sobre todo, en su pasión y muerte, donde llegó a la máxima expresión de
pobreza. Por esta razón los pobres merecen una atención preferencial, cual-
quiera que sea la situación moral o personal en que se encuentran. Hechos a
imagen y semejanza de Dios para ser sus hijos, esta imagen está ensombrecida
y aun escarnecida. Por eso Dios toma su defensa y los ama. Es así como los
pobres son los primeros destinatarios de la misión y su evangelización es por
excelencia señal y prueba de la misión de Jesús. Acercándonos al pobre para
acompañarlo y servirlo hacemos lo que Cristo nos enseñó, al hacerse hermano
nuestro, pobre como nosotros. Por eso el servicio a los pobres es la medida
privilegiada aunque no excluyente de nuestro seguimiento de Cristo. El mejor
servicio al hermano es la evangelización que lo dispone a realizarse como
hijo de Dios, lo libera de las injusticias y lo promueve
integralmente" (Documento de Puebla nn. 1141, 1142 y 1144).

Te bendecimos, Señor Jesús, rey del universo
porque tu cercanía a todos los hombres
y tu identificación con los pobres
te permitirán en el momento final
ser el juez de todos
descubriendo lo que hay de más profundo en cada uno.
Guíanos con tu Espíritu Santo
para que sepamos reconocerte y servirte
en los que ahora sufren
y así formemos parte un día de la asamblea
de quienes son bendecidos por el Padre
y lo bendicen por toda la eternidad
.

"Cristo tiene que reinar"
Es el triunfo final de quien ha entregado su vida por todos. Pero Él
mismo indicó que su reino tiene un estilo muy distinto a los de este mundo.
"Este Hombre no ha venido a que le sirvan, sino a servir y dar su vida en
rescate por todos" (Mt 20,28).
Si ese es el modo de "reinar" de Jesús, ese debe ser también el estilo de
la Iglesia y del cristiano. No se pueden copiar los procedimientos de
organización y gestión del poder con una lógica inspirada en el mundo. Como
para Jesús, para el cristiano, reinar es servir.
El cristiano, comprometido en la transformación de este mundo con la
fuerza del evangelio, debe luchar por reconducir desde dentro todas las cosas
según los valores del Reino. De esta forma todos los hechos de la historia
personal y colectiva, por pequeños que sean, cobran un sentido nuevo porque
se inscriben en la construcción de los cielos nuevos y la tierra nueva que
esperamos. "La plenitud de los tiempos ha llegado, pues, hasta nosotros (Cf.
1Cor 10,11) y la renovación del mundo está irrevocablemente decretada y
empieza a realizarse en cierto modo en el siglo presente, ya que la Iglesia,
aun en la tierra, se reviste de una verdadera, si bien imperfecta santidad.
Y mientras no haya cielos nuevos y nueva tierra en los que tenga su morada
la justicia (Cf 2Pe 2,13), la Iglesia peregrinante, en sus sacramentos e
instituciones, que pertenecen a este tiempo, lleva consigo la imagen de este
mundo que pasa, y Ella misma vive entre las criaturas que gimen entre dolores
de parto hasta el presente, en espera de la manifestación de los hijos de
Dios (Cf. Rom 8,19-22)" (L. G. 48).

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13 de noviembre de 2011 – TO – DOMINGO DE LA SEMANA XXXIII – Ciclo A

"Señor, cinco talentos me dejaste"

-Prov 31,10-13.19-20, -Sal 127, -1Tes 5,1-6 y -Mt 25,14-30

Mateo 25,14-30
Dijo Jesús a sus discípulos esta parábola:
-Un hombre que se iba al extranjero llamó a sus empleados y les dejó
encargados de sus bienes: a uno le dejó cinco talentos de plata, a otro dos,
a otro uno; a cada cual según su capacidad. Luego se marchó. El que recibió
cinco talentos fue enseguida a negociar con ellos y ganó otros cinco. El que
recibió dos hizo lo mismo y ganó otros dos. En cambio, el que recibió uno
hizo un hoyo en la tierra y escondió el dinero de su señor. Al cabo de mucho
tiempo volvió el señor de aquellos empleados y se puso a ajustar las cuentas
con ellos. Se acercó el que había recibido cinco talentos y le presentó otros
cinco, diciendo:
-Señor, cinco talentos me dejaste; mira, he ganado otros cinco.
Su señor le dijo:
-Muy bien. Eres un empleado fiel y cumplidor; como has sido fiel en lo
poco, te daré un cargo importante; pasa al banquete de tu señor.
Se acercó luego el que había recibido dos talentos y dijo: Señor, dos
talentos me dejaste; mira, he ganado otros dos.
Su señor le dijo:
-Muy bien. Eres un empleado fiel y cumplidor; como has sido fiel en lo
poco, te daré un cargo importante; pasa al banquete de tu señor.
Finalmente, se acercó el que había recibido un talento y dijo:
-Señor, sabía que eres exigente, que siegas donde no siembras y recoges
donde no esparces; tuve miedo y fui a esconder tu talento bajo tierra. aquí
tienes lo tuyo.
El señor le respondió:
-Eres un empleado negligente y holgazán. ¿Conque sabías que siego donde
no siembro y recojo donde no esparzo? Pues debías haber puesto el dinero en
el banco para que al volver yo pudiera recoger lo mío con los intereses.
Quitadle el talento y dádselo al que tiene diez. Porque al que tiene se le
dará y le sobrará; pero al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene. Y
a ese empleado inútil echadlo fuera, a las tinieblas; allí será el llanto y
rechinar de dientes.

Comentario
La laboriosidad atenta y vigilante en espera de la manifestación gloriosa
del Señor es el tema predominante en la liturgia de este domingo, como lo era
ya de los precedentes. "Estemos vigilantes y vivamos sobriamente"
(2ª. lectura). Esta actitud de responsabilidad y compromiso viene puesta de
relieve de manera singular en la llamada parábola de los talentos.
La parábola contada por Jesús anuncia ante todo su próxima salida de este
mundo con las consecuencias que esto iba a suponer para sus discípulos: su
ausencia pondrá entre las manos de sus seguidores la gran responsabilidad de
conservar y propagar los bienes del reino; de ahora en adelante les tocará
a ellos continuar su obra, cada uno según su capacidad.
Vistas así las cosas, la parábola no es una simple exhortación a cultivar
las propias cualidades; existe en ella una dimensión de fe y compromiso con
el Reino que va más allá de las sabias recomendaciones de la pedagogía
clásica, para ponerle al creyente en trance de jugarse la vida como respuesta
a la llamada que ha recibido.
El amo, al regresar de su largo viaje, alaba la fidelidad creativa de los
dos primeros empleados que no sólo conservan, sino que doblan lo que han
recibido. Pero el punto de fuerza de la parábola se revela mayormente en
relación con el tercero de los empleados. La relación difícil, hecha de
desconfianza y recelo, entre amo y siervo, paraliza la generosidad de éste
y le lleva a tomar las medidas para conservar lo recibido más que a actuar
con la libertad que pondrá en juego su talento y su persona.
Precisamente éste parece ser el centro de la parábola, el contraste entre
quien acepta el reto de la fe que lleva a acoger el don de Dios y responder
con generosidad y quien prudentemente se cierra sobre sí mismo.
El evangelista interviene, como en las parábolas precedentes, para
subrayar el aspecto escatológico. En primer lugar coloca en ese ambiente una
parábola que en Lucas ocupa otro lugar. Además aumenta notablemente la
cantidad que cada siervo recibe. En Lucas son "minas", medida que valía
sesenta veces menos que el talento. Mateo tiende así a hacer más comprometida
la situación del siervo infiel. Por otra parte subraya con insistencia cómo
el amo "al cabo de mucho tiempo volvió y se puso a ajustar las cuentas" (v.
19). Las sentencias que da, tanto en sentido positivo a los dos primeros
siervos, como en sentido negativo al último, son definitivas e inapelables.
Es interesante notar la expresión "al que tiene se le dará y al que no tiene
se le quitará" que aquí es usada de forma personalizada para condenar al
tercer siervo. El propio Mateo y los otros evangelistas la usan también para
hablar de los bienes del Reino, dados a quien ha creído en el evangelio y
"quitados" a quien lo rechaza (Cf Mt 13,12).

El hombre y la mujer
La primera lectura y el salmo responsorial nos presentan respectivamente
la figura de la mujer fuerte y laboriosa y la del hombre honrado que teme al
Señor.
Meditando el evangelio desde Nazaret, podemos ver a contraluz las
siluetas de María y de José. Ellos fueron "buenos administradores" de la
gracia recibida porque supieron poner en juego toda su persona en la
respuesta inicial a la llamada de Dios y porque día a día fueron viviendo en
fidelidad.
Tres son los rasgos que el poema del libro de los proverbios celebra en
la mujer perfecta, que es presentada al final de ese libro como la
personificación misma de la sabiduría. Se pone de relieve en primer lugar la
laboriosidad, el amor al trabajo. La mujer perfecta es, ante todo,
"hacendosa". Viene en segundo lugar la amabilidad, que se expresa en relación
con los de su casa, marido, hijos y criados, y con los de afuera. Esa
cualidad le merece la confianza de todos. Finalmente se revela cuál es la
fuente secreta de todas esas cualidades y la fuerza interior de donde mana
su actividad: es el temor de Dios. Frente a esa motivación profunda, las
demás cosas son fugaces y, a veces, hasta pueden ser engañosas.
En el contexto litúrgico de hoy evidentemente la "mujer perfecta" se
alinea con los dos primeros siervos de la parábola, pues como ellos, sabe
hacer rendir al máximo cuanto se le ha confiado. El evangelio hace hincapié
en el momento final en que el amo se presenta para pedir cuentas, en
realidad, la fidelidad dispone ya desde el presente con el testimonio de la
propia conciencia. Ningún juez más severo con que lo que nosotros mismos hacemos.
"Que sus obras la alaben en la plaza" (Prov 31,31).
En el salmo responsorial tenemos la figura del hombre que teme al Señor.
En el cuadro familiar que describe se destaca sin duda la figura del padre y
marido. Su felicidad y la de su casa se cifra ante todo en la fe y práctica
religiosa. El temor de Dios expresa esa profunda actitud de piedad que se
vive en el diario cumplimiento de la voluntad de Dios, en el "seguir sus
caminos". El trabajo viene presentado como medio de subsistencia y no aparece
el sentido de castigo por el pecado que tiene en el primer libro de la
Biblia. La bendición del Señor, que proporciona la felicidad, se vive en la
intimidad familiar con una esposa fecunda y la numerosa prole en torno a la
mesa. Las imágenes del olivo y de la vid, tomadas del mundo agrícola de la
Biblia, son la mejor expresión de la paz, serenidad y crecimiento que se vive
en una familia unida. Revelan al mismo tiempo la situación más íntima de las
personas y ponen la base de una paz y prosperidad duraderas para todo el
pueblo. "Paz a Israel" es el saludo litúrgico que sirve de conclusión a este
salmo, que se cantaba en las procesiones de los israelitas al templo de
Jerusalén.
La familia de Nazaret vivió día a día los valores más altos de honradez
y fidelidad encarnando el ideal de toda familia hebrea creyente y abierta a
los bienes del Reino que con Jesús llevaba en su seno.

Te bendecimos, Padre, que has creado el mundo
y lo has puesto entre las manos del hombre
para que lo guarde y lo cultive.
Te bendecimos porque en la plenitud de los tiempos
Jesús puso en las manos de sus discípulos
la responsabilidad de hacer crecer la semilla
que con su vida y con su muerte había plantado.
Danos tu Espíritu Santo
que nos mantenga en una fidelidad constante
a lo que nos diste cuando nos llamaste a la fe
y a lo que nos das cada día
para podernos presentar ante ti
con el fruto de tus dones
.

Buenos administradores
La dimensión escatológica de la vida cristiana, puesta ya de relieve en
el domingo precedente, es acentuada y desarrollada en esta anteúltima etapa
del año litúrgico. Ante la vuelta del Señor que la parábola evangélica
escenifica de manera tan eficaz, aparece la exigencia de saber administrar
los dones que hemos recibido, como siervos buenos y fieles. La invitación a
ser buenos administradores cobra toda su urgencia si consideramos de una
parte la cantidad inmensa de dones que hemos recibido y de otra la
posibilidad de perderlo todo, de quedarnos sin nada. Digamos, sin embargo,
que la urgencia mayor, la que más estimula nuestra responsabilidad es la
relación personal de amor con quien nos lo ha dado todo y un día nos lo
pedirá todo.
Ya en el plano de la naturaleza es mucho lo que todo viviente ha
recibido. Cada persona debe sentirse deudora de toda la acumulación de amor
que ha posibilitado su existencia. Si además consideramos el don de la
filiación divina con los otros dones sobrenaturales que se nos han dado en
el bautismo, la cuenta de nuestra deuda aumenta sobremanera. En realidad los
dos o los cinco talentos se quedan aún cortos para describir todo lo que el
Señor nos ha dejado como regalo.
El otro acicate para estimular nuestra buena administración es la
posibilidad de perderlo todo. Es difícil admitir esto a quien se siente en
posesión absoluta de todo lo que tiene; a quien se apoya en sus cálculos y
capacidades; en definitiva, a quien no se siente administrador, sino amo. Y,
sin embargo, tanto en el plano de la naturaleza como en el de la gracia,
existen personas frustradas, gente que no produce nada ni para sí mismo ni
para los demás, que ni siquiera sabe conservar lo poco que tenía...
La solución evangélica es que hay que arriesgar, que no vale agarrarse
egoístamente a lo que se cree tener. Pero para dar ese salto que supone la
fe, hay que confiar en alguien. Podemos suponer que lo que paralizó al siervo
"negligente y holgazán" fue el concepto negativo que tenía de su amo y la
desconfianza que sentía hacia Él. Sólo el "temor del Señor", el verdadero
temor que no mete miedo porque esta hecho de adoración y de amor, es capaz
de poner en marcha todas las energías en la vida del cristiano.

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6 de noviembre de 2011 – TO – DOMINGO DE LA SEMANA XXXII – Ciclo A

"Llegó el esposo"

-Sab 6,13-17, -Sal 62, -1Tes 4,12-17 y -Mt 25,1-13

Mateo 25,1-13

Dijo Jesús a sus discípulos esta parábola:
-El Reino de los cielos se parece a diez doncellas que tomaron sus
lámparas y salieron a esperar al esposo. Cinco de ellas eran necias y cinco
sensatas. Las necias, al tomar las lámparas, se dejaron el aceite, en cambio,
las sensatas se llevaron alcuzas de aceite con las lámparas. El esposo
tardaba. Le entró sueño a todas y se durmieron. A media noche se oyó una voz:
"¡Que llega el esposo, salid a recibirlo!" Entonces se despertaron todas
aquellas doncellas y se pusieron a preparar sus lámparas. Y las necias
dijeron a las sensatas: "Dadnos un poco de vuestro aceite, que se nos apagan
las lámparas". Pero las sensatas contestaron: "Por si acaso no hay bastante
para vosotras y nosotras, mejor es vayáis a la tienda y os lo compráis".
Mientras iban a comprarlo llegó el esposo, y las que estaban preparadas
entraron con él al banquete de bodas, y se cerró la puerta. Más tarde
llegaron también las otras doncellas, diciendo: "Señor, señor, ábrenos". Pero
él respondió: "Os lo aseguro: no os conozco". Por tanto, velad, porque no
sabéis el día ni la hora.

Comentario

La parábola de las diez vírgenes forma parte del llamado discurso
escatológico que ocupa los capítulos 24 y 25 del evangelio de Mateo. En él
se trata ampliamente el tema del fin de los tiempos y la Iglesia lo propone
como lectura litúrgica al comienzo y al final del año litúrgico.

La colocación de la parábola de las diez vírgenes en este contexto
modifica también su significado original. Probablemente cuando Jesús contó
la parábola pretendía insistir en la prontitud ante la llamada de Dios.
Partiendo de una costumbre judía en la celebración de las bodas, Jesús
advierte que con su venida Dios ha lanzado la última llamada para que los
hombres se conviertan y entren en el Reino. Ahora bien, la respuesta no se
improvisa: hay que estar preparados. De ahí la insistencia en mantenerse
despiertos y de tener el aceite para encender la lámpara y acompañar al
esposo en la fiesta de las bodas de Dios con la humanidad.

A este sentido originario, el evangelista Mateo, que escribe para la
segunda generación cristiana, cuando ya la esperanza en la vuelta inmediata
del Señor tiende a aflojarse, le añade un matiz fuertemente escatológico. El
acento se desplaza en el significado de la parábola hacia la necesidad de
mantenerse vigilantes aunque parece que la voz que anunciará la llegada del
esposo tiende a atrasarse. En esa situación, quien se duerme, quien no se
mantiene constantemente preparado, corre el riesgo de encontrarse un día con
la puerta cerrada. De esta forma, la parábola se coloca en la misma línea de
significado que tienen las del siervo fiel que la precede (Mt 24,45-51) y la
de los talentos, que le sigue (Mt 25,14-30).

Hay dos elementos en la parábola que acrecientan su carácter
escatológico. El primero es la aparición de improviso del esposo. Parece que
las conversaciones entre las familias del esposo y de la esposa podían
prolongarse, nadie podía saber a ciencia cierta cuándo las doncellas tendrían
que incorporarse al cortejo nupcial. El otro elemento es que la puerta se
cierra definitivamente. Cuando las vírgenes necias llegan con retraso, no hay
posibilidad de una solución de compromiso, la puerta está cerrada y ya no se
puede entrar. Es un momento dramático, tajante, que establece una distinción
definitiva entre quien participa en el festín y quien se queda fuera.

Por eso el punto clave de la parábola no está ya en las condiciones de la
espera (Todas las jóvenes se duermen, todas tiene la lámpara), sino en el
tener o no tener el aceite. Ese es el detalle que establece la diferencia
final.

La verdadera sabiduría consiste en tener la lámpara encendida en el
momento oportuno; como consecuencia, la provisión de aceite debe estar en
relación con el momento de la llegada del esposo y no de los cálculos que uno
puede hacer sobre su posible retraso.

"Se cumplieron los días"

La Iglesia nos invita en este final del año litúrgico a dirigir la mirada
hacia las cosas últimas, los "novísimos" como se decía antiguamente. Hoy
preferimos hablar de escatología cristiana. De todas formas la parábola
evangélica que leemos en este domingo nos ayuda a interpretar la vida como
espera del cumplimiento de algo que está ya incoado en nuestra vida.

Como hemos meditado en otras ocasiones, también los evangelios de la
infancia de Cristo tiene un aspecto escatológico que nos permite comprender
y vivir mejor esta dimensión del mensaje cristiano.

Una de las expresiones que más recalcan que con la venida de Jesús la
historia ha llegado a su término es la que hemos puesto más arriba como
título: "Se cumplieron los días". Lucas la emplea sistemáticamente en los dos
primeros capítulos de su evangelio y lo hace con dos sentidos: uno biológico
y el otro litúrgico.

Al primero pertenece la señalación del tiempo de los anuncios,
concepciones, nacimientos, etc. "A Isabel se le cumplió el tiempo y dio a luz
un hijo" (1,57), también a María "le llegó el tiempo del parto y dio a luz
a su hijo primogénito" (2,7). El otro sentido es de carácter litúrgico y a
veces profético. Al "cumplirse los días" de su servicio litúrgico, Zacarías
regresa a casa... (1,23); "Al cumplirse los ocho días, cuando tocaba
circuncidar al niño le pusieron de nombre Jesús" (2,21). Todo ese ambiente
de promesas cumplidas, que el texto va tejiendo poco a poco culmina en el
cántico de Simeón: "Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo
irse en paz, porque mis ojos han visto a tu Salvador" (2,29-30). El mismo
sentido tiene el uso de los verbos en pasado en el Magnificat.

Algunos han visto también una relación entre el cumplimiento de las
Escrituras, tema constante en el evangelio de Mateo, y el cumplimiento de los
tiempos que Lucas subraya.

En uno y en otro caso la llegada de Jesús es la oportunidad última y
definitiva de salvación que Dios ofrece a los hombres. Pero ese cumplimiento
del tiempo de Dios no es una especie de ultimátum amenazador para el hombre.
Al contrario, Dios va plenificando desde dentro la historia humana, le va
dando sentido. Mediante el Espíritu Santo estimula a cada persona para que
dé un sí libre a su llamada.

Por otra parte el cumplimiento escatológico que presentan los evangelios
de la infancia de Cristo, se presenta con sencillez y humildad, despojado de
la gloria aparente y externa con que la imaginación tiende a arropar todo lo
que se refiere a los últimos tiempos. Para Mateo y Lucas, Cristo es el
cumplimiento de las promesas hechas a los padres, pero se trata de un
cumplimiento realizado bajo el signo de la cruz, por eso llevado a cabo con
discreción, como una puerta que se abre o que se cierra.

Así surge la vida nueva, la etapa última de la historia de la salvación
marcada por la acción del Espíritu Santo. De parte humana lo que encontramos
como actitud predominante es la premura por una fidelidad gozosa, la espera
llena de la certeza que no defrauda...

Te alabamos, Padre,
porque con la venida de Jesús
nos has llamado definitivamente
a entrar en tu alianza de amor con la humanidad.
Que el Espíritu Santo
nos dé la sabiduría de la vida
para vivir la espera
con una buena provisión
del aceite del amor,
de modo que en cualquier momento,
del día o de la noche,
estemos preparados para la fiesta nupcial
.

"Velad"

La sentencia final del evangelio de hoy es una exhortación a la
vigilancia, como lógica conclusión de la parábola de las diez vírgenes.

Pero la actitud de vigilancia en el contexto de la liturgia de este
domingo tiene varios aspectos. Ciertamente está la vigilancia referida al
"último día", que para cada uno acontece el día de su muerte y puede llegar
cuando menos se espera. Pero la vigilancia cristiana se refiere también al
presente, al día de hoy. Estar vigilantes, o mejor ser vigilantes o vivir
vigilantes, significa entonces tener una gran sensibilidad hacia todo lo que
sucede a nuestro alrededor. La distracción, la superficialidad, el pensar
demasiado en nosotros mismos, pueden ir cerrándonos poco a poco el campo de
nuestra sensibilidad espiritual para reconocer sólo algunos signos. La
vigilancia cristiana lleva a una apertura total: una apertura hacia todo,
porque todo nos puede avisar de la llegada de Dios.

Si la vigilancia es sensibilidad y apertura en el presente, lo es también
hacia el futuro. De hecho las vírgenes del evangelio son llamadas "prudentes"
o "necias" en la medida que previeron o no la cantidad suficiente de aceite
para el momento crítico de la llamada.

La interpretación de la vida como proyecto, como una serie de decisiones
coherentes con una opción fundamental, no está en contradicción con la
esperanza ni con la apertura a las sorpresas de la vida. Al contrario, el
creyente que, confiando en Dios, se atreve a poner bajo su mirada el arco
entero de su existencia y lo encamina hacia lo que cree ser su voluntad,
podrá vivir una fidelidad cotidiana, en las cosas pequeñas, más coherente y
más intensa. La mediocridad humana y espiritual suele ser fruto de esa falta
de previsión del futuro que comporta un proyecto de vida capaz de movilizar
los mejores recursos de una persona o de una comunidad para cumplir sus
objetivos.

Prudente es quien sabe "construir su casa sobre la roca" (Mt 7,24) de la
Palabra de Dios porque está seguro que un día vendrá el temporal... Prudente
es quien sabe emplear los recursos que Dios le ha dado en el momento
oportuno.

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30 de octubre de 2011 – TO – DOMINGO DE LA SEMANA XXXI – Ciclo A

"Todos vosotros sois hermanos"

-Mal 1,14-2,2.8-10 // -Sal 130 // -1Tes 2,7-9.13 // -Mt 23,1-12

Mateo 23,1-12
Jesús habló a la gente y a sus discípulos diciendo:
-En la cátedra de Moisés se han sentado los letrados y los fariseos;
haced y cumplid lo que os digan, pero no hagáis lo que ellos hacen, porque
ellos no hacen lo que dicen. Ellos lían fardos pesados e insoportables y se
los cargan a la gente en los hombros; pero no están dispuestos a mover un
dedo para empujar. Todo lo que hacen es para que los vea la gente: alargan
las filacterias y ensanchan las franjas del manto; les gustan los primeros
puestos en los banquetes y los asientos de honor en las sinagogas; que les
hagan reverencias por la calle y que la gente los llame "maestro".
Vosotros en cambio no os dejéis llamar maestro, porque uno solo es
vuestro Maestro y todos vosotros sois hermanos. Y no llaméis padre vuestro
a nadie en la tierra, porque uno solo es vuestro Padre, el del cielo. No os
dejéis llamar jefes, porque uno solo es vuestro Señor, Cristo. El primero
entre vosotros sea vuestro servidor.
El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.

Comentario
El cap. 23 del evangelio de Mateo, cuya parte primera leemos hoy,
prolonga y agudiza el tono polémico de las parábolas y controversias que lo
preceden. Jesús se encuentra en el templo de Jerusalén y se dirige primero
a la multitud (vv. 1-12), luego directamente a los fariseos, presentados como
adversarios directos (vv.13-36) y finalmente a la ciudad de Jerusalén (vv.37-
39).
Para comprender la dureza de las palabras empleadas por Mateo en este
capítulo conviene siempre tener presente que se dirige a las comunidades
judeocristianas, cuyos miembros estaban sufriendo una dolorosa separación y
un desarraigo, a veces violento, de la sinagoga. Además, después del año
70, cuando el Evangelio de Mateo toma su forma definitiva, el movimiento de
los fariseos es el único que sobrevive a todos los grupos que existían en
tiempos de Jesús y, de algún modo, se le hace encarnar toda la realidad del
pueblo hebreo. Esto ha cargado a los fariseos con más responsabilidades de
las que probablemente tenían y ha contribuido a deformar su imagen en la
tradición cristiana.
Si nos fijamos concretamente en el texto de hoy, podemos descubrir la
siguiente sucesión estructural. Después de señalar que los destinatarios del
discurso de Jesús son la gente y sus discípulos, viene la serie de
acusaciones a los fariseos, precedidas, sin embargo, por la afirmación de la
legitimación de su función; la segunda parte del discurso propone una fuerte
antítesis de comportamiento para los discípulos con respecto a los fariseos
y el discurso se cierra con una máxima que exalta la humildad.
Tres son las acusaciones fundamentales que se desprenden de las palabras
de Jesús. Viene en primer lugar la incoherencia de vida o hipocresía, que
consiste en el desacuerdo entre lo que se propone como ideal para los demás
y lo que realmente uno hace. A pesar de esa incoherencia, Jesús reconoce la
legitimidad de la función de enseñar que tienen los fariseos y recomienda a
sus seguidores que sepan discernir y obrar lo que es bueno.
Está después la acusación de rigorismo o interpretación excesivamente
"ortodoxa" de la ley, cosa muy posible cuando se acentúa la multiplicidad de
normas y se da excesiva importancia al cumplimiento externo.
La última acusación se refiere a la vanidad y está íntimamente unida a
las anteriores. Quien cumple o cree cumplir bien las leyes puede dejarse
tentar por el veneno sutil de la vanidad que seca de raíz la bondad de su
esfuerzo.
De ahí el contraste frontal que Jesús propone como conducta a sus
seguidores, sobre todo a quienes tienen funciones de guía en la comunidad.
"Vosotros en cambio..."
Es peligroso y debe ser evitado en la comunidad el uso de ciertos títulos
que falsean el concepto de la función que pretenden designar y tienden a
colocar a la persona por encima de los demás. Podríamos decir que el único
título legitimado por el evangelio es el de hermano y el único concepto para
entender la autoridad es el de servicio.

"No llaméis padre a nadie"
Lo que Jesús recomienda expresamente a sus seguidores había sido
practicado ya por Él desde los años de su adolescencia. El término "padre"
en boca de Jesús abarca un contenido tan grande que es imposible atribuírselo
a nadie sobre la tierra. Sólo Dios es padre. Esto no significa negar, sino
dar todo su valor a las relaciones humanas de paternidad y de filiación.
Resumimos aquí unas páginas de R. Laurentin en su libro Les évangiles de
l'enfance du Christ. En el episodio de Jesús en el templo podemos
preguntarnos qué es lo que sus padres no entendieron. "Jesús contestó: ¿Por
qué me buscabais? ¿No sabíais que yo tenía que estar en la casa de mi Padre?
Ellos no comprendieron lo que quería decir" (Lc 2,49-50).
Lo que María "no entendió" no es ciertamente la filiación divina de
Jesús, puesto que se le había revelado desde el principio, en el momento de
la encarnación. En las palabras de Jesús hay tres aspectos que en aquel
momento pueden escapar a la comprensión de sus padres.
Está en primer lugar el juego de palabras en torno al término "padre". En
su pregunta María usa la palabra "padre" refiriéndose a José. "Mira con qué
angustia te buscábamos tu padre y yo" (Lc 2,48). Jesús responde usando el
mismo término, pero refiriéndose a otro "padre". Ese empleo del mismo término
pero con un significado totalmente distinto es lo que crea el desconcierto
en María y José. El texto nos es tan familiar que quizá no advirtamos la
dificultad de comprensión para quien se acerca a él desprevenido. Si
quisiéramos explicitar el contenido de la respuesta de Jesús para hacerlo
comprensible de forma inmediata tendríamos que usar una fórmula parecida a
ésta: José es sólo mi padre de la tierra. Yo tengo que obedecer a mi Padre
del cielo. Como este templo es su casa, es en él donde yo tengo que vivir y
no en la casa de Nazaret.
En el evangelio hay muchos otros juegos de palabras que Jesús emplea y
que hay que saber entender para captar el contenido del mensaje. Así, por
ejemplo, las expresiones "Cuidado con la levadura del pan de los fariseos"
(Mt 16,6), "Destruid este templo y en tres días lo levantaré" (Jn 2,19).
Detrás de los términos "levadura" y "templo" hay que entender otras
realidades.
Volviendo a las palabras de Jesús en el templo cuando tenía 12 años, hay
otros aspectos "incomprensibles" para sus padres. Jesús dice que Él tiene que
estar "en la casa de su Padre", es decir en el templo de Jerusalén y, sin
embargo, baja a Nazaret. Esta vuelta, aparentemente contradictoria,
manifiesta que el gesto momentáneo de Jesús tiene un alcance trascendente,
profético. Lo que dice se refiere a un futuro. Hacía falta que pasara el
tiempo para entenderlo. La palabra de Jesús anuncia ya su vuelta al Padre que
cumplirá con su muerte (Cf. Lc 23,46). Eso es lo que María no podía compren-
der antes de verlo realizado (Cf. Lc 2,50).
No creemos arbitrario el acercamiento de la respuesta de Jesús sobre su
Padre del cielo al texto que leemos hoy en el evangelio. En realidad nos pone
de manifiesto cómo lo que es experiencia personal suya se convierte en algo
que comparte con todos lo que quieren seguirlo.

Padre nuestro, que estás en los cielos,
te bendecimos por Jesús, tu Hijo,
con quien podemos compartir la filiación divina
gracias al Espíritu Santo que se nos ha dado.
Enséñanos a descubrir
en quienes nos guían y en quienes tienen la autoridad
tu rostro de Padre.
Danos la sabiduría de obedecer con humildad
y de no confundir el servicio que prestan
con sus méritos y cualidades personales
.

Hermanos
En contraste con el modo de actuar de algunos fariseos, el evangelista
pone en boca de Jesús algunas prescripciones de primera importancia para la
construcción de la comunidad mesiánica que hacen eco a otros pasajes del
mismo Mateo, en particular al sermón de la montaña.
"Todos vosotros sois hermanos", dice Jesús. Es la razón por la que deben
aborrecerse todos los otros títulos entre sus discípulos. La condición de
"hermano" subraya sobre todo la igualdad. Igualdad de dignidad entre todos
los bautizados que el Concilio Vaticano II ha puesto en evidencia para la
Iglesia de nuestro tiempo cuando ha colocado el ministerio jerárquico no por
encima ni fuera, sino en el interior mismo del pueblo de Dios, como una
función necesaria y permanente.
Desde esta perspectiva plenamente evangélica, el título de "hermano" es
el que corresponde más radicalmente a la verdad. Los primeros cristianos lo
usaban comúnmente para su trato recíproco y así se ha mantenido en varios
grupos de la Iglesia y fuera de ella.
A primera vista llamarse "hermano" parece lo más fácil, pero comporta,
sin duda, un gran compromiso de vida. Hermano quiere decir igualdad, común
dignidad, pero también profunda comunión de origen, de relación, de destino.
La fraternidad, dato esencial de la naturaleza humana y de la gracia
bautismal, es también una llamada radical que compromete: amar al otro como
a uno mismo.
Llamarse hermano es también una invitación a la humildad. "Los nombres de
dignidad inspiran y exigen respeto, pero el nombre de hermano solamente
comunica sencillez, bondad y caridad. Es el nombre que Jesucristo ha escogido
para sí mismo cuando quiso expresarnos con una sola palabra su inmensa bondad
y su amor. "Id a decir a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán"
H. Gabriel Taborin Nuevo Guía p. 73.
En el contexto del ejercicio de la autoridad doctrinal y de la guía
espiritual en que está colocado el evangelio de hoy, la insistencia de Jesús
sobre la fraternidad que debe unir a sus seguidores clarifica también el
papel de quienes están llamados a ejercer un ministerio en la comunidad.
Quien es llamado a hacer de "padre", de "maestro", etc, debe sentirse y ser
aceptado ante todo como hermano. Sólo desde esa plataforma podrá interpretar
y vivir su función de modo que respete la libertad de los hijos de Dios y
construya la comunidad.

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23 de octubre de 2011 – TO – DOMINGO DE LA SEMANA XXX – Ciclo A

"Amarás al Señor... y amarás a tu prójimo"

-Ex 22,21-27 // -Sal 17 // -1Tes 1,5-10 // -Mt 22,34-40

Mateo 22,34-40
Los fariseos, al oír que había hecho callar a los saduceos, se acercaron
a Jesús y uno de ellos le preguntó para ponerlo a prueba:
-Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la Ley?
Él le dijo:
-"Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo
tu ser". este mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante
a él: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo". Estos dos mandamientos sostienen
la Ley entera y los Profetas.
Comentario
En la controversia de Jesús con sus adversarios, el evangelio de hoy
ocupa un puesto relevante, porque la pregunta de un doctor de la ley le
permitirá explicitar el contenido central de su mensaje: el amor a Dios y el
amor al prójimo. Toma parte así Jesús en una discusión frecuente entre los
rabinos de su tiempo que trataba de establecer un orden en la gran cantidad
de preceptos existentes o, mejor aún, de encontrar el principio de donde
todos ellos derivan.
Si nos acercamos al texto del evangelio, podemos comprobar que está
contenido en una estructura muy sencilla de pregunta y respuesta. La primera
parte se relaciona con el contexto polémico que hemos venido meditando en
domingos anteriores.
Los otros evangelistas sitúan la enseñanza de Jesús sobre el principal
mandamiento en contextos diferentes. Para Marcos, por ejemplo, el escriba que
pregunta es elogiado por Jesús, pues es él mismo quien responde
acertadamente. Sólo Mateo subraya las intenciones malévolas de los fariseos,
quizá porque cuando él escribía las relaciones de éstos con los cristianos
se habían deteriorado ya bastante.
Viniendo al contenido de la respuesta de Jesús, podemos destacar los dos
aspectos en que mayormente se cifra su novedad. Está en primer lugar el
acercamiento del "segundo" mandamiento al "primero". Ciertamente no era una
novedad recordar la primacía del amor a Dios, que Israel había profesado
siempre en su "credo": "Escucha Israel, amarás..." (Dt 6,4-5). Jesús no
identifica totalmente el segundo mandamiento con el primero, pero dice que
le es "semejante". Es la misma palabra que la Biblia usa para designar al
hombre con respecto a Dios. De la multitud de casos particulares que el
Antiguo Testamento recoge en los que se expresa el precepto de amar al
prójimo (véanse por ejemplo los casos citados en la 1ª. lectura), Jesús hace
una norma general y más amplia, porque en su perspectiva el prójimo era todo
hombre y no sólo los miembros del pueblo elegido.
El otro aspecto esencial del mensaje evangélico es la reducción de toda
la revelación veterotestamentaria a los preceptos del amor. De ellos "penden"
la ley y los profetas. Es lo que S. Pablo recuerda a los Romanos: "De hecho,
el no cometerás adulterio, no matarás, no robarás, no envidiarás y cualquier
otro mandamiento que haya se resume en esta frase: "amarás a tu prójimo
como a ti mismo". El amor no causa daño al prójimo y por tanto el
cumplimiento de la ley es el amor" (13,9-10).
Esa interpretación fundamental que Jesús hace de la ley y los profetas le
sitúa en el punto de coyuntura entre el Antiguo Testamento y la revelación
definitiva del rostro de Dios en el Nuevo, y como consecuencia, del verdadero
rostro del hombre.
El prójimo
Sólo en la encarnación de Dios encontramos la razón última de lo que hoy
el evangelio presenta como exigencia fundamental del creyente.
Jesús dice que el mandamiento de amar al prójimo es semejante, similar al
mandamiento de amar a Dios. En la misma línea dirá más adelante S. Juan:
"Quien ama a Dios, debe también amar al hermano" (1Jn 4,20). Esto significa
que el amor al prójimo se coloca en la misma línea que el amor a Dios. Esta
es la gran novedad del evangelio: el prójimo es alguien a quien se ama en el
mismo impulso de amor con que se ama a Dios. El prójimo, el hermano adquiere
así una relevancia, una dignidad imposible de comprender si se le separa de
Dios.
Pero junto a esta "elevación" del prójimo está lo que podemos llamar el
"abajamiento" de Dios. Podemos, en efecto, hablar de un abajamiento de Dios
hasta identificarse con el hombre, como si hubiera de compartir con el hombre
el amor que sólo a Él se debe. Él, que es "Dios y no hombre", como dice el
profeta Oseas (11,9), se ha hecho realmente hombre y desde entonces se ha
identificado con todos los hombres. "Él, el Hijo de Dios, por su encarnación,
se identificó en cierto modo con todos los hombres" (G.S. 22). En esta
identificación, en esta semejanza de Dios con el hombre está la base de la
semejanza del segundo mandamiento con el primero.
Saliendo al encuentro del hombre, Dios se ha hecho el prójimo del hombre.
Es significativo que en el evangelio de Lucas, inmediatamente después de la
explicación sobre el principal mandamiento, viene la parábola del buen
samaritano, como un comentario bien concreto y práctico.
La encarnación del Verbo puede así ser vista también como ese gesto de
condescendencia divina que se hace accesible a nuestra debilidad humana para
que amando al hermano a quien vemos, podamos amar a Dios a quien no vemos
(1Jn 4,20).
En el texto del antiguo Testamento que hemos leído hoy en la primera
lectura, se ve claramente cómo Dios se pone de la parte de los pobres, de los
débiles, de los oprimidos. La razón aducida para exigir la práctica de la
justicia y de la caridad es ante todo de carácter "humanitario": "Porque
forasteros fuisteis vosotros en Egipto". Es decir, porque vosotros habéis
compartido la misma situación de quien ahora sufre. El segundo motivo es
netamente "teológico": "Si grita a mí lo escucharé porque soy compasivo".
compartiendo nuestra naturaleza humana en su condición de pobreza y
debilidad, Dios ha llegado a la máxima expresión de su solidaridad e
identificación con cada hombre, de manera que su rostro está dibujado en
cualquiera que necesite de nuestro amor.
Te bendecimos, Padre, que nos llamas
a amarte a ti y a los hermanos.
Te damos gracias por Jesús
en el que vemos cumplido
tu gesto de acercamiento al hombre
y la exigencia de total donación a ti
y a los hermanos.
Danos el Espíritu de amor
para que podamos compartir
su gesto de encarnación
haciéndonos presentes a los demás
y amándolos como a nosotros mismos
y su gesto de consagración
dando libremente la vida por t
i.
Amar
Es importante que dejándonos guiar por la Palabra, recordemos con
frecuencia el centro inspirador y el motor de toda la vida cristiana, que es
el amor. El evangelio de hoy nos lo presenta con fuerza.
Amor a Dios y amor al prójimo... Salvadas las debidas diferencias, hay
que reafirmar siempre el principio unificador: Lo importante es amar.
Ciertamente las exigencias de la vida cristiana se articulan en muchas
situaciones concretas y a muchos niveles. Se puede y se debe construir todo
un sistema moral que señale los diversos grados de obligatoriedad, las
diversas circunstancias en que se compromete la responsabilidad individual
y colectiva. Pero es necesario que el cristiano no se pierda nuevamente en
un laberinto de preceptos como había sucedido a los fariseos. El principio
inspirador del amor debe ser transparente siempre como motivación de fondo
de todas las exigencias morales. La teología clásica lo había expresado
diciendo que la caridad es la forma, unidad y significado de todas las virtu-
des. Es la mejor traducción del aforismo agustiniano: "Ama y haz lo que quieras".
Este principio, que aparece evidente en la reflexión teórica (el amor
centro de toda la vida cristiana) debemos incorporarlo continuamente a
nuestra existencia dejando que el Espíritu Santo, amor que ha sido derramado
en nuestros corazones (Rm 5,5), nos mueva en todo lo que hacemos y decimos.
Nuestro camino de vida cristiana debe rehacer continuamente la síntesis
del amor a Dios y del amor al prójimo. Son dos aspectos inseparables y en
relación mutua de forma constante. No se trata de identificar y confundir las
exigencias del primer y del segundo mandamiento, sino de relacionarlos
correctamente.
Amar a Dios como respuesta al amor suyo que nos precede siempre y amar al
prójimo en sí mismo, porque es "otro yo", amarlo porque en el hombre está
Dios, es su imagen, es hijo suyo, porque todos estamos llamados a compartir
la vida de la familia de Dios.

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16 de octubre de 2011 - TO - DOMINGO DE LA SEMANA XXIX - Ciclo A

"Pagad al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios"

-Is 45,1.4-6 -Sal 95 -1Tes 1,1-5 -Mt 22,15-21

Mateo 22,15-21
Los fariseos se retiraron y llegaron a un acuerdo para comprometer a
Jesús con una pregunta. Le enviaron unos discípulos con unos partidarios de
Herodes, y le dijeron:
-Maestro, sabemos que eres sincero y que enseñas el camino de Dios
conforme a la verdad; sin que te importe nadie, porque no te fijas en las
apariencias. Dinos, pues, qué opinas: ¿es lícito pagar impuesto al César o
no?
Comprendiendo su mala voluntad, les dijo Jesús: ¡Hipócritas!, ¿por qué me
tentáis? Enseñadme la moneda del impuesto.
Le presentaron un denario, Él les preguntó:
-¿De quién son esta cara y esta inscripción?
Le respondieron:
-Del César.
Entonces les replicó:
-Pues pagadle al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios.

Comentario
En el evangelio de hoy prosigue la polémica entre Jesús y sus adversarios
que las parábolas de los domingos precedentes habían ya puesto en evidencia.
Pero esta vez en el campo estrictamente religioso entra también la componente
política, por eso la cuestión se hace más comprometida. A acentuar la
dificultad contribuye no sólo el tema, sino la composición de la delegación
que se acerca a Jesús. Se trata de dos facciones opuestas: los fariseos,
contrarios a la dominación romana, y los herodianos, a los que hoy
llamaríamos colaboracionistas, porque aceptaban la dominación extranjera y
sostenían a Herodes, tratando de conciliar las aspiraciones mesiánicas con
las ventajas del poder constituido.
En ese clima y ante tal auditorio, la opinión que piden a Jesús sobre la
legitimidad de pagar los impuestos, resultaba delicada. Si daba un sí se
atraía la enemistad de los fariseos y de buena parte de la multitud que lo
había seguido y aclamado al entrar en Jerusalén. El no de su parte era
colocarse en contra de la autoridad civil constituida, pudiendo ser tachado
de subversivo.
Jesús, sin embargo, no se deja engañar y encuentra una solución que va
más allá de la habilidad dialéctica para situar la cuestión en su terreno
justo y verdadero.
Ha habido quien ha visto en la respuesta de Jesús la justificación de la
teoría que pretende asignar a la esfera de lo religioso y a la esfera de lo
político dos ámbitos contrapuestos o independientes para el hombre y para la
sociedad. Sin negar las legítimas autonomías, lo que Jesús dice tiende a
crear una profunda unidad en el hombre ofreciéndole las razones más válidas
de su vivir. La dimensión política del hombre debe estar abierta a lo
religioso y este último aspecto no puede encerrarse en sí mismo, sino
iluminar y motivar la acción social y política del hombre.
En las palabras de Jesús, la realidad última no es lo que hay que dar al
Céar, sino lo que hay que dar a Dios. Es decir, no existe un paralelismo
entre ambas exigencias, sino una subordinación. En otros términos, en las
situaciones normales el hombre debe poder armonizar ambas exigencias, pero
en caso de oposición y conflicto, Dios debe estar por encima de todo.
Esto no significa disminuir los derechos de César, sino colocarlos en el
lugar que les corresponde y además darles la justa perspectiva en el designio
global de Dios. Este último aspecto resalta más en la lectura litúrgica al
acercar el texto evangélico a la elección que Dios hace de Ciro, un pagano,
para realizar sus proyectos con el pueblo elegido (1ª. lectura).

El César y Dios
Los evangelios de la infancia de Cristo ilustran varios aspectos de la
relación de la Sagrada Familia con el poder político instituido en su tiempo.
Quizá podamos a través de ellos prolongar nuestra reflexión sobre el
evangelio de hoy.
Algunos de esos episodios tienen un fuerte significado simbólico que
sirve para decirnos algo sobre la identidad de Jesús; otros indican, en la
línea de la encarnación, la condición ordinaria de una familia de Palestina,
sujeta a los vaivenes de las circunstancias históricas y a las decisiones de
quien gobierna. Nos detendremos en la figura de Augusto en el evangelio de
Lucas y en la de Herodes en el evangelio de Mateo.
La narración del nacimiento de Jesús empieza con el decreto de César
Augusto de empadronar "todo el universo" (Lc 2,1). Es presentado así el
emperador como un sujeto activo en el cumplimiento de los planes de Dios y
no sólo como referencia cronológica de los hechos de la historia. Además se
le atribuye un dominio absoluto sobre la totalidad del mundo habitado
(oikoumene) como indicando que el Mesías que va a nacer y sus padres están
también sujetos a su autoridad. El evangelio presenta el caso de José y María
como uno de tantos: "Todos iban a empadronarse, cada uno a su ciudad" (Lc
2,2). Siguiendo el hilo del relato se descubre, sin embargo, no sin una
cierta ironía, que la decisión imperial ha servido de manera determinante a
que el niño venga al mundo en Belén, la ciudad de David, el antepasado de
José. Se pone así en evidencia su condición mesiánica y se confirma lo que
Dios había anunciado a María por boca del Ángel: "Su reino no tendrá fin" (Lc
1,33).
Pasemos al caso de Herodes.
En el episodio de la visita de los Magos, en los dos primeros versículos
del cap. 2º de Mateo se habla de dos reyes: el Rey Herodes y el recién nacido
rey de los judíos por el que los Magos preguntan. El conflicto es evidente
y parece inevitable. La terrible decisión de suprimir a todos los niños de
la zona viene motivada por la inquietud que le produce a Herodes el
nacimiento de un rival. Su designio se opone así abiertamente al de Dios,
pero para realizarlo no duda un instante en movilizar a todas las fuerzas
religiosas de la ciudad, solicita la colaboración de los Magos, etc. La
continuación del relato explica el fracaso de Herodes tras un aparente
triunfo. Cuando cree poder estar tranquilo porque su orden terrible ha sido
ejecutada, resulta que al único que le interesaba matar ha escapado. No sólo eso,
sino que posteriormente se nos informa que, mientras Jesús vuelve de Egipto
con su familia, quien ha muerto ha sido precisamente Herodes.
Quienes tienen la misión de gobernar toman las decisiones, unas veces
justas, otras equivocadas, pero quien conduce la historia, la historia de la
salvación, es Dios. Este último gran actor de todo lo que sucede no quita la
responsabilidad a los hombres, al contrario, sus decisiones adquieren una
nueva dimensión al inscribirse en los designios divinos.

Te bendecimos, Padre, porque en Cristo
nos has llamado a la libertad.
Te damos gracias porque su evangelio
ilumina toda nuestra vida
y nos da las razones verdaderas
para todas las dimensiones de nuestra existencia.
Que tu Espíritu Santo nos lleve
a dar a Dios lo que es de Dios,
a colocarte por encima de todas las cosas
y a ordenarlas todas
a partir de ese principio supremo.
Guía a tu Iglesia, Señor,
para que sea testigo de los bienes del Reino
en medio de las vicisitudes de este mundo
.

La actividad de la fe
La actividad de la fe, el esfuerzo del amor, el aguante de la
esperanza... Son las tres grandes dimensiones en que se expresa toda la vida
cristiana que S. Pablo nos recuerda hoy en la 2ª. lectura. Son esas tres
dimensiones las que en lo concreto de la vida aseguran al cristiano el
equilibrio y la armonía entre la esfera de lo temporal y la esfera de lo
espiritual de que habla el evangelio de hoy, ayudándole a establecer entre
ellas la justa relación.
Por lo que se refiere a la comunidad eclesial las orientaciones del
Vaticano II han sido luminosas en nuestra época: "La misión propia que Cristo
confió a su Iglesia no pertenece al orden político, económico o social: el
fin que le asignó es de orden religioso. Con todo, de esta misión religiosa
emanan un encargo, una luz y unas fuerzas que pueden servir para establecer
y consolidar según las leyes divinas la comunidad humana" (G.S. 42). Porque
la misión de la Iglesia es religiosa, es también "sumamente humana", dirá el
Concilio en otro lugar (Cfr.G.S.11). De ahí que las tendencias reduccio-
nistas, en uno u otro sentido, han sido siempre empobrecedoras.
Lo mismo podemos decir si consideramos el compromiso de cada cristiano.
La primera parte de la sentencia de Jesús: "Pagadle al César..." nos obliga
a tomar en serio los compromisos temporales, la profesionalidad en el
trabajo, el cumplimiento de los deberes cívicos, las exigencias de la
justicia. Pero la segunda parte, "Y dad a Dios...", nos debe llevar a no
absolutizar la política hasta hacerla árbitro de todas las opciones
colectivas, ni la ciencia hasta despojarla de las exigencias de la ética, ni
la economía hasta sacrificar vidas humanas a sus postulados. La perspectiva
religiosa del creyente debe situar a Dios por encima de todo y relativizar
todas las demás instancias de la vida. Es así como el cristiano llega a una
libertad interior inestimable que le hace comprometerse a fondo y en la
medida justa con todas las causas del hombre.

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9 de octubre de 2011 – TO - DOMINGO DE LA SEMANA XXVIII – Ciclo A

"Venid a la boda"

-Is 25,6-10 // -Sal 22 // -Fil 4,12-14.19-20 // -Mt 22,1-14

Mateo 22,1-14
Volvió Jesús a hablar en parábolas a los sumos sacerdotes y a los
senadores del pueblo, diciendo:
-El Reino de los cielos se parece a un rey que celebraba la boda de su
hijo. Mandó criados para que avisaran a los convidados, pero no quisieron ir.
Volvió a mandar criados encargándoles que les dijeran: "Tengo preparado el
banquete, he matado terneros y reses cebadas y todo está a punto. Venid a la
boda".
Los convidados no hicieron caso; uno se marchó a sus tierras, otro a sus
negocios, los demás les echaron mano a los criados y los maltrataron hasta
matarlos. El rey montó en cólera, envió sus tropas, que acabaron con aquellos
asesinos y prendieron fuego a la ciudad. Luego dijo a sus criados:
-La boda está preparada, pero los convidados no se la merecían. Id ahora
a los cruces de los caminos, y a todos los que encontréis convidadlos a la
boda. Los criados salieron a los caminos y reunieron a todos los que
encontraron, malos y buenos. La sala del banquete se llenó de comensales.
Cuando el rey entró a saludar a los comensales reparó en uno que no llevaba
el traje de fiesta, y le dijo:
-Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin vestirte de fiesta?
El otro no abrió la boca. Entonces el rey dijo a los camareros:
-Atadlo de pies y manos y arrojadlo fuera, a las tinieblas. Allí será el
llanto y el rechinar de dientes. Porque muchos son los llamados y pocos los
escogidos.

Comentario
Las parábolas que leemos en estos últimos domingos del año litúrgico en
el evangelio de Mateo tienen todas un significado polémico contra quienes no
aceptan la llamada a entrar en el Reino. El tono es muy distinto al de las
parábolas del Reino (cap. 13).
El texto de hoy se compone de dos parábolas: la del banquete nupcial (vv.
1-10) y la del traje de fiesta (vv.11-14). Esta última habría sido colocada
arbitrariamente por el evangelista en ese lugar para corregir de algún modo
el sentido demasiado optimista de la primera. Así dicen los comentaristas.
La parábola del banquete tiene un significado similar a la de los
viñadores homicidas. En este caso se subraya más la paciencia de Dios con el
pueblo rebelde y las desastrosas consecuencias del rechazo a la invitación
de compartir la fiesta. Pero lo que más llama la atención es la solución
alternativa propuesta por el "rey" que excluye del banquete a lo primeros
invitados y luego lo ofrece a todos.
Hay en la parábola algunos rasgos paradójicos, fuera del orden normal de
las cosas, que contribuyen, sin embargo, a dar mayor relieve a ciertos
aspectos teológicos del mensaje. Señalamos algunos.
Es inverosímil que quienes reciben la invitación a la fiesta, no sólo la
rechazan sino que matan a los enviados (vv.5-6). Resuena aquí el eco de la
parábola de los viñadores homicidas. Es igualmente desproporcionado el
castigo infligido a los que se niegan a aceptar la invitación: se queman las
ciudades porque algunos individuos no quieren asistir al banquete (v.7). Ese
detalle subraya el carácter escatológico que se atribuye al banquete. No
aceptarlo significa la perdición total. Algunos comentaristas invitan a ver
en contraluz la destrucción de Jerusalén en el año 70. Paradójico es también,
y en grado sumo, que un rey celebre la boda de su hijo con cualquier tipo de
gente, buenos y malos (v.10) (Lucas dice: "ciegos, lisiados y cojos"). Es
este último detalle el que mejor deja patente el nuevo orden de cosas que ha
venido a crear la llegada de Cristo. Ahora la llamada a la salvación se hace
a todos, la invitación a entrar en la sala del festín no tiene en cuenta la
condición en que cada uno se encuentra cuando la recibe.
El último detalle "extraño" que señalamos está en la segunda parábola.
Parece desproporcionado y fuera de sentido común que los "camareros" del rey
que sirven a los invitados se transformen en guardias, y que, por no llevar
el vestido adecuado, uno sea expulsado violentamente "a las tinieblas
exteriores". Este aspecto que hiere la sensibilidad del lector, dice bien
claramente la exigencia de una conversión interior para participar en los
bienes mesiánicos. No basta estar en la sala donde se celebra la boda. Si es
verdad que la condición inicial de los llamados no importa, no puede decirse
lo mismo después de que se ha entrado.

"El esposo está con ellos" (Mt 9,15)
El comienzo de la parábola que estamos meditando tiene un tono solemne
que deja entrever la trascendencia del momento que invita a vivir: "El Reino
de los cielos se parece a un rey que celebraba la boda de su hijo..." Se
trata de la ocasión más solemne y festiva del reino. De ahí que la invitación
a participar en el acontecimiento sea apremiante y única.
En la parábola el "hijo" de quien se celebra la boda queda al margen de
la narración y es sólo el "rey" quien actúa: convoca a los invitados, castiga
a los culpables, expulsa al que se viste indignamente... Y, sin embargo, la
ocasión solemne y única es la boda del hijo.
Viniendo a la realidad que la parábola pretende iluminar, podemos decir
que el rey es Dios, que celebra la alianza definitiva con los hombres
mediante la misión de Cristo.
Varias veces en el evangelio Jesús se presenta como el "esposo", y casi
siempre en relación a la celebración de la boda. La imagen nupcial es una de
las que mejor traducen la realidad de la nueva alianza de Dios con los hombres
en Cristo. Es la imagen de ese gran misterio de amor que une a Cristo con su
Iglesia y que refleja el que Dios tiene a la humanidad.
Leyendo el evangelio a la luz de Nazaret, podemos ver ya en el matrimonio
de María y de José la más viva expresión del mensaje central del evangelio
de hoy. Juan Pablo II en su Carta a las familias lo expresa así: "Este amor
esponsal recíproco, para que sea plenamente "amor hermoso", exige que José
acoja a María y a su hijo bajo el techo de su casa, en Nazaret. José obedece
el mensaje divino y actúa según lo que le había sido mandado (Mt 1,24). Es
también gracias a José como el misterio de la Encarnación y, junto con él,
el misterio de la Sagrada Familia, se inscribe profundamente en el amor
esponsal del hombre y de la mujer e indirectamente en la genealogía de cada
familia humana. Lo que Pablo llamará el "gran misterio" encuentra en la
Sagrada Familia su expresión más alta. La familia se sitúa así verdaderamente
en el centro de la Nueva Alianza" (n.20).
Esa es la participación de primera importancia de María y José en la
fiesta de las bodas que Dios celebra con la humanidad enviando a su Hijo para
salvar al mundo. Su matrimonio, su amor recíproco y virginal es no sólo una
imagen, sino el lugar mismo donde se efectúa el gran misterio que ofrece la
salvación a todos los hombres.
La invitación a entrar en el misterio de Nazaret que hacemos desde cada
reflexión sobre la Palabra de Dios coincide así hoy con la invitación a
entrar en la sala donde se celebran las bodas de Dios con la humanidad. Todos
estamos invitados...

Padre, te bendecimos y te damos gracias
por habernos llamado con el Evangelio
a la Nueva Alianza que quieres establecer
con la humanidad
en la que Cristo se da enteramente a la Iglesia.
Danos tu Espíritu Santo,
que nos revista con el vestido de fiesta,
a imagen de Jesús,
para que tu puedas reconocernos
como hijos tuyos
.

Llamados
Los motivos aducidos por los primeros invitados para no ir al banquete
son un pretexto, según la parábola: "uno se marchó a sus tierras, otro a sus
negocios..." Todas cosas buenas y legítimas, sin duda, pero insuficientes
ante la llamada apremiante del rey para un acto importante.
Para nosotros, invitados de la última hora, es un toque de atención. Los
afanes y preocupaciones de la vida pueden tender un velo sutil e impenetrable
que nos hace sordos a las llamadas de Dios en lo concreto de la vida. El
esfuerzo por preferir a Dios sobre todas las cosas no se realiza de una vez
para siempre. En este sentido la orientación del Vaticano II es clara, los
cristianos no podemos desentendernos de las cosas de este mundo, pero tampoco
podemos dejar que éstas obscurezcan el sentido de Dios: "Por esto la Iglesia,
que es al mismo tiempo una sociedad visible y una comunidad espiritual, ca-
mina junto con la humanidad y experimenta la misma suerte terrena que el
mundo, y es como el fermento o el alma de la sociedad humana, destinada a
renovarse en Cristo y a transformarse en familia de Dios" (G.S. 40).
Si consideramos la segunda llamada efectuada en la parábola evangélica,
podemos destacar algunas actitudes a las que hoy se nos invita. En primer
lugar está el sentido de gratuidad: todos llamados independientemente de sus
méritos, de su condición de vida, de su papel en la sociedad. Y llamados por
Dios, por el "rey" en persona. Es el máximo honor y dignidad que uno puede
recibir. Ese doble aspecto de la llamada lleva a vivir la vida cristiana con
gran humildad, pero al mismo tiempo con gran dignidad. Es de esa actitud de
reconocimiento de una inmerecida dignidad, de donde brota la alegría con la
que se deja todo para participar en la fiesta con los otros invitados;
alegría que no suprime el cuidado por mantenerse siempre digno, no tanto en
las apariencias formales, cuanto en esa identidad interior que se va formando
cada día a imagen de Cristo.

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2 de octubre de 2011 – TO - DOMINGO DE LA SEMANA XXVII – Ciclo A

"Se os quitará a vosotros el Reino"

-Is 5,1-7 // -Sal 79 // -Fil 4,6-9 // -Mt 21,33-43

Mateo 21,33-43Dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los senadores del pueblo:
-Escuchad otra parábola: Había un propietario que plantó una viña, la
rodeó con una cerca, plantó en ella un lagar, construyó la casa del guardia,
la arrendó a unos labradores y se marchó de viaje. Llegado el tiempo de la
vendimia, envió sus criados a los labradores para percibir los frutos que le
correspondían. Pero los labradores, agarrando a los criados, apalearon a uno,
mataron a otro, y a otro lo apedrearon. Envió de nuevo otros criados, más que
la primera vez, e hicieron con ellos lo mismo. Por último, les mandó a su
hijo diciéndose: "Tendrán respeto a mi hijo". Pero los labradores, al ver al
hijo, se dijeron: "Este es el heredero; venid, lo matamos y nos quedamos con
su herencia". Y, agarrándolo, lo empujaron fuera de la viña y lo mataron.
Y ahora, cuando vuelva el dueño de la viña, ¿qué hará con aquellos
labradores? Le contestaron:
-Hará morir de mala muerte a esos malvados y arrendará la viña a otros
labradores que le entregue los frutos a sus tiempos.
Y Jesús les dijo:
-¿No habéis leído nunca en la Escritura: "La piedra que desecharon los
arquitectos es ahora la piedra angular. es el Señor quien lo ha hecho, ha
sido un milagro patente"?
Por eso os digo que se os quitará a vosotros el Reino de los cielos y se
dará a un pueblo que produzca sus frutos.

Comentario
La tercera parábola de Jesús en su disputa con los sumos sacerdotes y los
senadores del pueblo es la más dura y directa. Se trata de una descripción,
apenas velada por el artificio literario, del drama que se estaba fraguando.
Pronunciada poco antes de comenzar la pasión, esta parábola es una verdadera
profecía de lo que iba a suceder. Los oyentes y adversarios de Jesús
"comprendieron que se trataba de ellos", dice el evangelista.
Desde el punto de vista formal, se trata de una parábola alegórica,
porque si bien existe un punto central de comparación con la realidad, hay
también muchos otros fácilmente identificables sin necesidad de
explicaciones.
Considerando la globalidad del significado, se trata de un resumen de la
historia de la salvación. De una parte está el amor de Dios hacia su pueblo
("la viña del Señor de los ejércitos es la casa de Israel", Is 1,6; 1ª lect),
que colma de atenciones a su propiedad y que espera de aquéllos a quienes la
ha confiado "los frutos a su debido tiempo". Pero al "in crescendo" del amor
y de la premura del dueño de la viña corresponde el "in crescendo" de la
maldad de los arrendatarios, que en la parábola está subrayada por la
progresión de los verbos: "apalearon a uno, mataron a otro y a otro lo
apedrearon".
Los enviados por el dueño de la viña representan a los profetas, quienes
en los diversos momentos de la historia se encargan de recordar a quién
pertenece el campo y qué frutos espera de Él. Casi siempre encontraron
oposición en su misión y muchas veces pagaron con su vida la fidelidad al
mensaje que llevaban.
Se llega al punto culminante cuando de forma inesperada, vistos los
resultados precedentes, el dueño decide enviar a su hijo (Marcos subraya "a
mi hijo predilecto", y Lucas "a mi hijo único"). No se trata de un enviado
más, es la última ocasión, y por lo tanto la historia se precipita llegando
a su punto final. La muerte del hijo, que en el absurdo razonar de los
viñadores debía suponer el entrar en posesión de su herencia, se convierte,
por el contrario, en su propia condenación. Mientras el hijo es exaltado y
colocado como piedra angular.
De forma sarcástica el evangelista hace que los opositores de Jesús
pronuncien su autocondenación al declarar culpables a los viñadores homicidas
en cuanto responsables del campo que se les había confiado.
La parábola tiene también una lectura eclesial, pues la nueva comunidad
surgida de la muerte y resurrección de Cristo es el pueblo que debe producir
los frutos del Reino. Por lo tanto el amor apremiante de Dios, manifestado
definitivamente en Cristo, está pidiendo una repuesta de plena fidelidad en
el tiempo presente.

El envío del HijoLo que da toda la profundidad dramática a la parábola es la sorprendente
decisión del dueño de la viña de jugarse la última carta mandando nada menos
que a su hijo único.
La serie de atenciones prodigadas a la viña en las que se reflejan todas
las acciones de Dios en favor de su pueblo, no pueden tener como explicación
el deseo de unos frutos más o menos abundantes. Es sólo el amor, un amor
inmenso y permanente, deseoso de una respuesta, la única motivación de Dios
en favor de su pueblo. Por amor lo creó, lo eligió y lo condujo a lo largo
de los siglos (Dt 7,7). Pero lo más sorprendente es el gesto final de ese
amor: "Tanto amó Dios al mundo que envió a su Hijo único" (Jn 3,16). El envío
del Hijo revela la cercanía, la atención, la fidelidad, el amor de Dios hacia
su pueblo más que ninguna otra cosa. De rechazo pone también en evidencia la
maldad de quienes no sólo acaban con los profetas sino que ponen también las
manos sobre el último enviado. La "ingenuidad" del amor paterno ("tendrán
respeto a mi hijo") se encuentra con la astucia y dureza de corazón de los
responsables del pueblo.
Revelando en la parábola estas cosas, Jesús se muestra plenamente
consciente de su identidad, del vínculo personalísimo que lo une con el
Padre, del sentido de su misión en el mundo y del misterio de iniquidad que
acabará echándole fuera de la ciudad y matándolo (Heb 13,13). Es inexplicable
esa actitud de oposición al Reino de Dios que termina por rechazar al último
y definitivo de sus enviados, al Hijo. Hay en la actitud de los opositores
de Jesús una tremenda inconsciencia unida a la responsabilidad de un
procedimiento madurado largamente y ejecutado a pesar de haber recibido
previamente aviso de la trascendencia del acto que iban a realizar.
Si el gesto definitivo del amor de Dios enviando al Hijo pone de
manifiesto lo que hay en el fondo de los corazones de los hombres, si revela
el misterio de la iniquidad y el rechazo de algunos, revela también la fe y
la humilde acogida de otros."Vino a los suyos y los de su casa no le
recibieron..."(Jn 1).
María y José se encuentran entre quienes supieron valorar la
trascendencia del momento final de la historia de la salvación en el que Dios
decidió enviar a su Hijo para demostrar la validez y permanencia de su
alianza con los hombres. Así lo proclama María en el Magnificat evocando los
gestos de misericordia de Dios "en favor de Abrahán y de su descendencia".
Pero sobre todo dando su consentimiento cuando se le anuncia que "el santo
que va a nacer se llamará Hijo de Dios". No se trataba, pues, de uno más de
los enviados por Dios a su pueblo, se trataba del envío de su Hijo.

Te bendecimos, Padre, por habernos mandado
en la plenitud de los tiempos
a tu Hijo amado
para revelarnos tu amor
y establecer tu Reino entre los hombres.
Tu amor y confianza en el hombre
ha pasado por encima
de la maldad y perversión
que anida también en su corazón.
De esta forma, de la tragedia del Calvario
ha brotado la efusión del Espíritu Santo
que construye un pueblo nuevo
sobre el cimiento que es Cristo
y que asume la responsabilidad
de anunciar a todo el mundo esa buena nueva
y de operar para que venga tu Reino
.

FidelidadSi la primera parte del evangelio de hoy se centra en el misterio de la
persona, la misión y el destino de Jesús, el hijo enviado por el Padre, las
sentencias que el evangelista coloca en la segunda parte hablan más bien de
la Iglesia.
La Iglesia, nuevo pueblo de Dios, llamada no sólo a recibir la herencia
dilapidada por los viñadores infieles, sino también a producir los frutos del
Reino que el Padre espera. De ahí una fuerte llamada a nuestra fidelidad. La
trayectoria del pueblo de Israel ilumina hoy el camino que la Iglesia está
llamada a recorrer.
El primer aspecto de la fidelidad al que estamos llamados es la atención
que prestamos y la acogida que dispensamos a quienes son enviados por Dios.
El rechazo definitivo del Hijo es el último eslabón de una cadena de cerrazón
ante las llamadas de atención de muchas embajadas que venían de parte de Dios
y que no fueron aceptadas. La dinámica de la infidelidad lleva al paso,
aparentemente incomprensible, del rechazo total en el momento clave. Lo mismo
puede decirse en sentido opuesto, una actitud permanente de acogida y de
fidelidad prepara el momento cumbre en el que Dios se presenta en persona.
La segunda reflexión sobre la fidelidad apunta hacia los frutos que Dios
espera de nosotros. El domingo pasado se nos pedía un esfuerzo de claridad
y coherencia cristiana. Los frutos son los que mejor muestran la veracidad
de nuestra vida cristiana y el estado de salud espiritual en que nos
encontramos.
Pero ¿qué frutos? Ante todo la caridad en sus múltiples manifestaciones.
Una descripción muy válida es la que encontramos en la 2ª. lectura. "Todo lo
que es verdadero, noble, justo, puro, amable, laudable; todo lo que es virtud
o mérito, tenedlo en cuenta". Es la apertura hacia los valores humanos y
cristianos lo que va consolidando día a día el amor de Dios y estableciendo
ya desde ahora ese Reino de Dios por el que Jesús murió.

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25 de septiembre de 2011 – TO - DOMINGO DE LA SEMANA XXVI – Ciclo A

"Se arrepintió y fue"

-Ez 18,25-28 // -Sal 24 // -Fil 2,1-11 // -Mt 21,28-32

Mateo 21,28-32
Dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo:
-¿Qué os parece? Un hombre tenía dos hijos. Se acercó al primero y le
dijo: "Hijo, ve hoy a trabajar en la viña". El contestó: "No quiero". Pero
después se arrepintió y fue. Se acercó al segundo y le dijo lo mismo. El le
contestó: "Voy, señor". Pero no fue. ¿Quién de los dos hizo lo que quería el
padre?
Contestaron:
-El primero.
Jesús les dijo:
-Os aseguro que los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera
en el camino del Reino de Dios. Porque vino Juan a vosotros enseñándoos el
camino de la justicia y no le creísteis; en cambio los publicanos y las
prostitutas le creyeron. Y, aun después de ver esto, vosotros no os arrepen-
tisteis ni le creísteis.

ComentarioLa parábola de los dos hijos que leemos en el evangelio de hoy sigue a la
controversia de Jesús sobre su autoridad con los responsables religiosos del
pueblo judío. Es una parábola propia de Mateo y, situada después de la
entrada mesiánica en Jerusalén y la purificación del templo, tiene una
función de ruptura con las autoridades judías. La respuesta de Jesús a
quienes le preguntaban ¿con qué autoridad cumplía aquellos gestos? comprende
en el evangelio dos partes: la parábola y su explicación.
La parábola se abre con una pregunta retórica (¿Qué os parece?) que
sirve para relacionarla con el párrafo anterior y al mismo tiempo para
implicar a los oyentes en la explicación.
El fuerte contraste entre el comportamiento de los dos hijos, reducido en
el relato evangélico a los rasgos esenciales, refleja de forma esquemática
los dos grupos principales de quienes hasta entonces habían escuchado a Jesús
y lo habían seguido y, desde una perspectiva más amplia, los dos componentes
fundamentales de la sociedad judía de su tiempo.
Viene en primer lugar el hijo que da una respuesta negativa, pero después
se arrepiente, se convierte, dice literalmente el texto. En el polo opuesto
está el otro hijo que llama al padre "señor", tratándole con la debida
reverencia y respeto, considerándolo digno de ser escuchado y a quien se debe
responder con educación. Pero después, en la práctica, no existe concordancia
entre lo que se dice y lo que se hace.
Ante el padre de la parábola, que representa a Dios, última garantía de
verdad, en el primer hijo están representados quienes no tienen en cuenta las
prescripciones de la ley de Moisés y pertenecen, en un primer momento, a la
categoría de los "pecadores". En el segundo hijo están representados los
observantes de la ley, los que son fieles a las prescripciones de la
religión, los justos. El punto clave está, sin embargo, en el hecho de que,
ante el anuncio del Reino efectuado primero por Juan y luego por Jesús,
fueron los primeros los que se convirtieron y no los segundos.
A través de la parábola y su explicación evangélica se desplaza así el
problema desde la legitimidad y autenticidad del mensajero (autoridad de Juan
o de Jesús) hacia la acogida efectiva que se da a su mensaje. O si se quiere,
más en general, teniendo también en cuenta lo que se dice en la 1ª. lectura,
la cuestión de fondo es dar una respuesta personal y responsable a Dios, que
nos interpela y nos pide recapacitar y convertirnos a su voluntad para vivir
verdaderamente.

Obediencia de la feLa parábola evangélica pone de manifiesto una de las dimensiones
esenciales del misterio de Nazaret, que podemos sintetizar con la expresión:
obediencia de la fe. Fue ese, en efecto el camino que María y José siguieron.
Muchos judíos contemporáneos suyos, y en particular los fariseos,
esperaban que la venida del Mesías supondría una confirmación de la situación
existente. Es decir, de un lado, ellos, los justos, el pueblo elegido, el
hijo que había dicho sí a su Señor... Del otro, los pecadores, los paganos,
los demás pueblos, que hasta entonces habían dado a Dios una respuesta
negativa. Pero la venida del Mesías rompió totalmente ese esquema, y María
y José, como todos los auténticamente creyentes, lo habían entendido así
desde el principio.
Ellos comprendieron que de poco sirve ser de la casa de David, ser hijos
de Abrahán o apelar a los privilegios del pasado. Lo importante es la actitud
personal ante Dios. En realidad Este puede sacar hijos de Abrahán incluso de
las piedras, es decir, de los pecadores más insensibles. Lo que cuenta es,
en el momento definitivo, cuando se escucha la llamada de la fe, dar un sí
a Dios sin condiciones.
Pero el mensaje evangélico ilumina hoy sobre todo la importancia que
tiene la respuesta concreta, la que se da con la vida y no tanto con las
palabras. Entramos así de lleno en el tema de la obediencia de la fe que
tanto brilla en Nazaret.
Más allá del contraste entre el decir y el hacer, está el que se produce
entre la incredulidad y la fe. La obediencia de la fe traduce esa armonía
profunda entre la aceptación de lo que Dios propone y las transformación de
la propia vida hasta hacerla coincidir con su voluntad.
Por una parte la obediencia no es posible si antes la fe no descubre en
qué consiste la llamada de Dios, que se manifiesta normalmente a través de
sus mensajeros; por eso la fe debe preceder a la obediencia. Por otra parte,
la fe que no acaba en el cumplimiento de la voluntad de Dios con actos
concretos, es vana, pura ilusión. De algún modo el actuar del creyente es
interpretación de su fe.
Y eso fue en realidad la existencia de la Sagrada Familia en Nazaret: una
traducción coherente durante largos años del sí dado a Dios al comienzo.
Jesús, María y José mantuvieron siempre la actitud profunda de humildad que
los llevó a vivir como una familia cualquiera, pasando por una de tantas. Ese
es el camino que más tarde llevó a Jesús a la humillación de la cruz y al
triunfo de la resurrección.

Padre, te bendecimos porque tú conoces lo más íntimo
de nuestro corazón,
y porque nos has dado la libertad
de responder a lo que nos mandas.
Tú ofreces a todos la salvación
y a todos pides el paso necesario de la conversión
para entrar en el Reino.
Danos el Espíritu Santo
que cree en nosotros esa armonía profunda
entre lo que te decimos en la oración
y lo que hacemos en nuestra vida.
Enséñanos el camino de la verdad y de la humildad
que siguió Jesús.

Hágase tu voluntadLas lecturas de hoy tienen un sentido mirando no sólo al momento inicial
del anuncio del Reino, que se traduce en la aceptación de la salvación y la
consiguiente conversión. Si las meditamos bien, se refieren también al
momento actual de nuestra vida de cada día. Hay en ellas efectivamente una
llamada a buscar cuáles son las motivaciones profundas y auténticas de
nuestro obrar, a ser coherentes con lo que decimos creer.
En la vida cristiana, para que se dé un crecimiento constante y sano, la
primera condición es la constante búsqueda de claridad, de autenticidad. La
erradicación de la hipocresía es una labor de toda la vida. Si no estamos
atentos, constantemente tienden a colársenos motivaciones falsas en lo que
hacemos, podemos aparentar estar diciendo sí a Dios cuando en realidad
estamos tratando de realizar nuestra voluntad o los deseos de otros.
Para eliminar esa falsedad interior, que vicia la raíz de toda vida
cristiana, se necesita una atención constante sobre el propio obrar y sobre
las motivaciones que nos llevan a la acción. "Quien obra la verdad viene a
la luz" (Jn 3,21).
La principal preocupación del cristiano pasa a ser en este campo un
esfuerzo de discernimiento de la voluntad de Dios: presentarnos ante el Padre
para que nos mande a su viña. Y esto de manera constante y sistemática,
tratando de adherirnos a lo que creemos ser su voluntad. Esto comporta una
apertura de todo nuestro ser en la oración, pero también el deseo de
interpretar los signos y de descubrir en las mediaciones concretas que se nos
van presentando cada día, ese rostro personal y vivo del Padre que envía. En
eso consiste la rectitud del corazón, la claridad interior, imprescindible
para todo progreso espiritual.
Existirá siempre una distancia entre lo que descubrimos ser la voluntad
de Dios y lo que hacemos. Lo importante es mantenernos siempre en esa actitud
de atención a su palabra y de prontitud en el cumplimiento de lo que nos
pide, convencidos como debemos estar que en la voluntad de Dios está nuestro
bien, nuestra salvación y la del mundo.

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18 de septiembre de 2011 - XXV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO – Ciclo A

"Id también vosotros a mi viña"

-Is 55,6-9 // -Sal 144 // -Fil 1,20-27 // -Mt 20,1-16

Mateo 20,1-16
Dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: El Reino de los cielos se
parece a un propietario que al amanecer salió a contratar jornaleros para su
viña. Después de ajustar con ellos un denario por jornada, los mandó a la
viña. Salió otra vez a media mañana, vio a otros que estaban en la plaza sin
trabajo, y les dijo:
-Id también vosotros a mi viña, y os pagaré lo debido.
Ellos fueron. Salió de nuevo hacia mediodía y a media tarde, e hizo lo
mismo. Salió al caer la tarde y encontró a otros, parados, y les dijo:
-¿Cómo es que estáis aquí el día entero sin trabajar?
Le respondieron:
-Nadie nos ha contratado.
Les dijo:
-Id también vosotros a mi viña.
Cuando oscureció dijo el dueño al capataz:
-Llama a los jornaleros y págales el jornal, empezando por los últimos y
terminando por los primeros.
Vinieron los del atardecer, y recibieron un denario cada uno. Cuando
llegaron los primeros, pensaban que recibirían más, pero ellos recibieron
también un denario cada uno. Entonces se pusieron a protestar contra el amo:
-Estos últimos han trabajado sólo una hora y los ha tratado como a
nosotros, que hemos aguantado el peso del día y del bochorno.
El replicó a uno de ellos: Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No nos
ajustamos en un denario? Toma lo tuyo y vete. Quiero darle a este último
igual que a ti. ¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera en mis
asuntos? ¿O vas a tener tú envidia porque yo soy bueno? Así, los últimos
serán los primeros, y los primeros los últimos.

Comentario
La parábola del dueño de la viña constituye una de las últimas enseñanzas
de Jesús antes de su entrada final en Jerusalén. Es propia del evangelista
Mateo. Los datos de la vida real que forman el conjunto de la parábola,
permiten hacerse una idea de algunos aspectos de la sociedad en tiempo de
Jesús: situación de los obreros y campesinos, dificultad de encontrar
trabajo, el salario, etc. Pero esto no debe llevarnos a pensar que podemos
encontrar en ella enseñanzas sobre los aspectos sociales del mensaje
cristiano. Lo que el evangelio quiere transmitir va por otros caminos.
El texto evangélico que leemos hoy consta de tres partes: La contratación
de los obreros por el amo de la viña (v. 1-7), la paga del salario al final
de la jornada (v. 8-15) y la sentencia conclusiva (v. 16), que en los otros
evangelios sinópticos se halla en contextos diferentes.
Nada de particular encontramos en la primera parte de la parábola, si no
es la preocupación del dueño, no sólo por que se realice el trabajo en su
propiedad, sino también por la situación de quienes estaban desocupados todo
el día: "¿Cómo estáis aquí el día entero sin trabajar?".
Lo que aparece como desconcertante e inesperado (y en ello reside la
fuerza expresiva de la parábola) es el salario que el dueño da a los
trabajadores. La paga, en efecto, no guarda proporción con la tarea que los
obreros, contratados a horas distintas, han podido efectuar. Por eso la
crítica de los primeros parece a primera vista justificada, aunque en
estricta justicia no pueden pretender un salario mayor al del contrato.
Llegamos así al núcleo central de la parábola que está en la actitud de
liberalidad del amo de la viña, ante quien no cuentan los méritos personales
(nada se dice de la calidad del trabajo de cada uno), pues es él quien da a
todos según su criterio.
Esa actitud de generosidad de parte del dueño es reflejo claro de la
de Dios. Y nos muestra no sólo que sus planes son muy distintos del común
pensar de los hombres (1ª. lectura), sino que invita a todos a recibir la
salvación como un don precioso y gratuito. En la paga más que justa de los
últimos se traduce la misericordia del Padre con todos los hombres y la
bondad de Jesús con los pecadores y los que menos contaban en la sociedad de
su tiempo.
Parece ser que la Iglesia primitiva aplicaba esta parábola a la entrada
de los paganos en la comunidad de salvación. En ella, en efecto, se da ese
cambio de situaciones por la que los últimos llegan a ser los primeros. Es
una lectura de la historia que puede haber influido en la formulación misma
de la parábola. Es de tener en cuenta, sin embargo, que ni en la parábola ni
en la realidad histórica los últimos llegados sustituyen a los que ya
llevaban mucho tiempo en la viña (el pueblo de Israel) y que unos y otros
reciben la misma salvación.

Los últimos
La meditación del evangelio desde Nazaret nos lleva a detenernos un poco
más en la sentencia que concluye la parábola. En ella se recoge una parte
importante del contenido del texto.
Los padres de la Iglesia han dado frecuentemente una interpretación de la
parábola desde el punto de vista de la historia de la salvación. San Agustín
escribe: "Los llamados en la primera hora fueron Abel y los justos de su
época; "hacia las nueve", Abrahán y los justos de su tiempo; "hacia
mediodía", Moisés, Aarón y los justos de su tiempo; "hacia las tres de la
tarde", los profetas y los justos coetáneos; a la última hora del día, es
decir, casi al fin del mundo, todos los cristianos". Viendo así el sentido
global de la parábola ciertamente se pone de relieve la desproporción entre
los últimos llegados y el don recibido. No sólo porque el don no corresponde
al tiempo de trabajo efectuado, sino porque los últimos han recibido la
plenitud de la salvación".
Pero la parábola nos invita a dar un paso más. El cruce de las
situaciones que se produce entre los primeros y los últimos, es una
invitación a entender cómo es "el Reino de los cielos". Y más concretamente
cómo es el rostro de quien ha producido con su comportamiento un tal cambio
de situación. La parábola apunta hacia una fe en un Dios, dueño del mundo,
que interviene en él y se preocupa por su suerte desde el primer hasta el
último y ante quien nadie puede alegar méritos. Pero también nos invita a ver
al Padre que con su comportamiento pone en crisis los modos de pensar con-
siderados normales o racionalmente justos, para dar un vuelco a las si-
tuaciones en favor de quienes tienen menos derecho, menos posibilidades,
menos oportunidades...
Es la misma mirada en la que nos educa la contemplación del misterio de
Nazaret, porque también allí Dios es alabado como aquél que se fija en los
humildes, en los pobres y en los últimos. Es lo que María canta en el
Magnificat cuando dice: "Derriba del trono a los poderosos y enaltece a los
humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos despide vacíos"
(Lc 1,52-53).
Fundamento de todo es la actuación suprema de Dios en la plenitud de los
tiempos cuando decidió manifestar su gloria en la humildad de la naturaleza
humana. En la encarnación se expresa la preferencia de Dios por lo pobre, por
lo humilde. No excluye con ello a los que son "poderosos" o "ricos", sino que
los llama a bajarse del trono y a vaciarse de sus riquezas para recibir
gratis el mismo salario que los pobres y humildes.
La parábola evangélica llama a todos a una igualdad basada en la
gratuidad del don de Dios y en su amor.

Te bendecimos, Padre,
por la abundancia de tu gracia.
Tú llamas a todas las horas del día
y a todos los hombres;
das a cada uno la fuerza para responder
y para trabajar en la viña,
y, al final de la jornada,
das también más de lo que cada uno ha ganado.
Nadie puede medir tu grandeza y tu generosidad.
Te agradecemos el don del Espíritu Santo,
que en Jesús, tu Hijo, nos hace hijos,
y es ya desde ahora la señal y las arras
del premio que, cuando todo acabe,
nos darás un día
.

Gratuidad
En una sociedad como la nuestra donde tienden a intensificarse las
relaciones comerciales entre personas y grupos, quedan siempre menos espacios
para la gratuidad. Todo parece tener un precio, todo puede ser comprado o
pagado.
El gesto del amo de la viña que paga sin medida, nos lleva a reflexionar
sobre el puesto que ocupa en nuestra vida la gratuidad.
El primer paso de esta reflexión puede ser una apertura hacia el fluir de
la vida. En ella encontramos muchas cosas que nos son dadas gratuitamente,
sin que nos demos cuenta. Es más, son precisamente las cosas más importantes
las que recibimos gratis, empezando por el don mismo de la existencia. La
mirada de fe descubre detrás de todo lo que recibimos la mano de Dios, rico
en gracia y misericordia, cuya grandeza no se puede medir (Sal resp).
Como consecuencia brota la actitud profunda del agradecimiento. A la
gratuidad de Dios corresponde la gratitud del hombre. Es una actitud humana
y cristiana de primer orden que lleva a la justa valoración no sólo de lo que
se recibe, sino de quién es el que da y de quién es el beneficiario.
Pero además esa actitud debe alumbrar en nosotros la fuente de la
gratuidad, según la lógica del "gratis habéis recibido, dad gratis" (Mt
10,8).
Quien es capaz de abrirse a la gratuidad de Dios, fácilmente entra en la
dinámica del amor, interpretando todo lo que hace como respuesta agradecida
al don recibido. A la "gracia" que viene de Dios, se responde con el
"gracias" de la vida entera. Se entra así en una dinámica que lleva a dar sin
medida y sin esperar recompensa: es la pura caridad cristiana.
Si nos dejamos llevar por la gratuidad como sentido profundo de lo que
hacemos, contribuiremos en nuestro ambiente a crear un clima más respirable
y a fundar la existencia sobre los verdaderos valores. Estaremos de algún
modo contribuyendo a una "ecología espiritual" al crear espacios donde se
recupera la alegría de vivir al mismo tiempo que los pobres encuentran
también un puesto.

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11 de septiembre de 2011 - TO - DOMINGO DE LA SEMANA XXIV - Ciclo A

"...si cada cual no perdona de corazón a su hermano"

-Eclo 27,30-28,7 // -Sal 102 // -Rom 14,7-9 // -Mt 18,21-25

Mateo 18,21-25
Acercándose Pedro a Jesús, le preguntó:
-Si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces le tengo que perdonar? ¿Hasta
siete veces?
Jesús le contestó:
-No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete.
Y les propuso esta parábola:
-Se parece el Reino de los cielos a un rey que quiso ajustar las cuentas
con sus empleados. Al empezar a ajustarlas, le presentaron a uno que debía
diez mil talentos. Como no tenía con qué pagarlos, el señor mandó que lo
vendieran a él con su mujer y sus hijos y todas sus posesiones, y que pagara
así.
El empleado, arrojándose a sus pies, le suplicaba diciendo:
-Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré todo.
El señor tuvo lástima de aquel empleado y lo dejó marchar, perdonándole
la deuda. Pero, al salir, el empleado aquel encontró a uno de sus compañeros
que le debía cien denarios, y agarrándolo, lo estrangulaba diciendo:
-Págame lo que me debes.
El compañero, arrojándose a sus pies, le rogaba diciendo: Ten paciencia
conmigo y te lo pagaré.
Pero él se negó, y fue y lo metió en la cárcel hasta que pagara todo lo
que debía. Sus compañeros, al ver lo ocurrido, quedaron consternados y fueron
a contarle al señor lo sucedido. Entonces el señor lo llamó y le dijo:
-¡Siervo malvado! Toda aquella deuda te la perdoné porque me lo
pediste. ¿No debías también tú tener compasión de tu compañero, como yo tuve
compasión de ti?
Y el señor, indignado, lo entregó a los verdugos hasta que pagara toda la
deuda. Lo mismo hará con vosotros mi Padre del cielo si cada cual no perdona
de corazón a su hermano.

Comentario
La segunda parte del discurso sobre la comunidad, que leemos este
domingo, está centrada en el problema del perdón de las ofensas: punto clave
para la construcción de una Iglesia que está formada por personas con todos
sus límites y debilidades.
El texto se articula en dos partes: un diálogo entre Pedro y Jesús que
plantea la cuestión, y una parábola que expone con claridad la enseñanza de
Jesús. La sentencia conclusiva es la aplicación práctica de la parábola al
caso planteado por Pedro.
Para entender la pregunta de Pedro, hay que recordar que en la mentalidad
judía exista la obligación de perdonar las ofensas, pero los rabinos
discutían sobre el número de veces que hay que perdonar. La propuesta de
Pedro de siete veces hay que considerarla como muy generosa, pues parece que
iba más allá de la opinión corriente. Eso explica también lo sorprendente de
la propuesta de Jesús, que va hasta setenta veces siete, es decir,
prácticamente un número ilimitado. La fórmula usada por Jesús tiene un
precedente en la Biblia, aunque de signo opuesto. En el libro del Génesis
(4,24), a propósito de Lamech, se dice que si Caín debe ser vengado siete
veces, él lo será setenta veces siete. Es decir, en una humanidad abandonada
a sí misma después del pecado de Adán, la venganza es imparable; llega a una
exasperación tal que nadie la contiene. Jesús, por el contrario, propone un
tipo de humanidad nueva basada sobre el amor recíproco, que incluye una
actitud permanente de perdón.
Tal enseñanza es ilustrada por una parábola que comprende tres escenas
unidas por una lógica hecha de contrastes.
En la primera tenemos el perdón otorgado por un rey a su siervo. Se trata
de un acto sorprendente porque va contra las leyes normales de la justicia
y por la suma exorbitante que queda cancelada.
Frente a la generosidad del rey, que puede representar la de Dios, en la
segunda escena aparece la mezquindad del siervo, incapaz de perdonar a su
colega una cifra ridícula. Esa actitud inhumana representa bien el corazón
que no valora el don recibido y se cierra a la generosidad.
La lógica conclusión es la condena de ese siervo que se ha negado a
perdonar, por no haber seguido en lo poco la misma línea de conducta que su
amo le había enseñado en lo mucho.
Queda así resuelto y llevado a sus proporciones más grandes el problema
inicial. No se trata de ampliar más o menos el número de veces que hay que
perdonar, sino, como hace el Padre, estar siempre dispuestos a conceder el
perdón, tanto en las cosas grandes como en las pequeñas.

"Recuerda la alianza del Señor"
La 1ª. lectura de este domingo pide al creyente en tono sapiencial que,
para mantener una actitud de apertura y de perdón con respecto al prójimo,
recuerde la alianza del Señor y los beneficios que de Él ha recibido.
Un modo de meditar el evangelio desde Nazaret es ver cómo la fuerza
espiritual de este misterio proviene de la acogida sincera y de la alta
valoración del don de Dios. Ese "recuerdo" de las maravillas obradas por Dios
es lo que pone en marcha las actitudes evangélicas que vemos reflejadas en
los tres que vivieron en Nazaret. No sabemos en qué medida tuvieron que
"perdonar", pero sabemos que como cimiento de su vida estaba la valoración
atenta del inmenso don de Dios que lleva al perdón de las ofensas, a la
adoración, a la entrega generosa de la propia vida... En particular María,
en el canto del Magníficat, se coloca en esa actitud de acogida y recono-
cimiento que explica su posterior camino de fe."El Poderoso ha hecho grande
cosas por mí" (Lc 1,48).
Por ese camino penetramos en el núcleo más profundo del evangelio de este
domingo. Su contenido se mueve, en efecto, entre dos polos opuestos. De una
parte está la postura sorprendente del "rey" que, de la condena rigurosa de
su siervo infiel pasa al generoso y gratuito perdón de todas sus deudas. Ese
cambio radical de actitud en el rey es el que, como reflejo, quiere
introducir Jesús en la imagen que sus oyentes tienen de Dios. De pensar en
un ser que pide cuentas y no pasa por alto ninguna infidelidad a la imagen
de un Padre que perdona generosamente ("Lo dejó marchar perdonándole toda la
deuda").
De la otra parte está la actitud, también sorprendente, pero esta vez en
sentido negativo, del siervo que no perdona la mínima deuda a su compañero.
Pero en la lógica de la parábola lo más negativo de su comportamiento es que
no recuerda el beneficio que acaba de recibir. Es desconcertante cómo, a
renglón seguido de haber recibido el perdón de una gran deuda, ese acto de
generosidad del rey queda borrado de su corazón. La falta de generosidad en
el perdonar tiene como raíz el olvido del gesto de misericordia de que ha
sido beneficiario.
Esa disyunción entre el perdón recibido y el perdón otorgado, que es el
centro del significado de la par bola, tiene como explicación la estrechez
de espíritu de quien no sabe valorar el don recibido. "¿No debías también tú
tener compasión de tu compañero?" Es la razón que el rey da para volver a su
actitud primera de condena, y esta vez con carácter definitivo.
Cobra así todo su valor la "memoria" de las maravillas de Dios que se
vivió en Nazaret para mantener y estimular la actitud de apertura y perdón
en la vida de cada día.

Padre bueno y misericordioso,
que perdonas nuestras ofensas
como nosotros perdonamos a los que nos ofenden,
te bendecimos por Jesús, tu Hijo,
cuyo amor es más grande que nuestros pecados.
Que el Espíritu de amor,
que has derramado en nosotros,
nos lleve a buscar la reconciliación y el perdón
para ser semejantes a ti.
Enséñanos a acoger con reconocimiento
el don de tu misericordia
y a prologar ese gesto tuyo
en nuestra vida.

Perdonar
La palabra de Dios nos lleva hoy a ver en el perdón otorgado y recibido,
no un aspecto circunstancial de la vida del cristiano, sino por así decirlo,
una estructura permanente de su existencia. Como la comunidad cristiana y
cada persona debe vivir en actitud permanente de misión y de apertura a Dios,
tiene que vivir también en estado permanente de reconciliación mutua entre
sus miembros. "No siete veces, sino setenta veces siete..."
Para no disminuir la grandeza de esta realidad cristiana de la
reconciliación, necesitamos guardarnos de algunas tendencias que tratan de
vaciarla de su contenido.
Digamos en primer lugar que la actitud de perdón no significa renunciar
a un juicio recto y a la lucha contra la mentira y la injusticia en todas sus
manifestaciones. La madurez cristiana lleva a saber conjugar la corrección
fraterna con el perdón e infinito respeto a las personas, el desacuerdo con
todo lo que no es conforme al evangelio con la acogida de todo lo que es
humano.
El perdón cristiano está fuertemente marcado por la reciprocidad: se
ofrece y se pide. Hay quienes son muy propensos a pedir siempre perdón, aun
en detalles mínimos, y no ven, sin embargo, la necesidad de ofrecerlo. Otros,
por el contrario y es el caso más frecuente, creen estar siempre dispuestos
a perdonar. Pueden éstos llegar a crearse incluso una mentalidad falsamente
generosa si no llegan a descubrir la necesidad que todos tenemos de ser
perdonados por los demás como reflejo del gesto de misericordia de Dios. En
la mayoría de los casos quien dice: "Te perdono", debe estar dispuesto a
decir también: "Perdóname".
Otra ambigüedad a la que estamos llevados frecuentemente cuando se trata
de perdonar, es la de pensar que basta con el cambio interior de actitud sin
dar los pasos hacia una reconciliación plena, que llega hasta los actos
concretos de estima y servicio mutuo. Normalmente son estos últimos los que
sellan la mirada nueva y el nuevo tono de voz que ha madurado en el fondo del
corazón.
Para concluir habría que decir también una palabra sobre los mediadores,
los que saben propiciar situaciones de encuentro y de reconciliación. Son los
que saben vivir la bienaventuranza de la paz, los creadores de paz.

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4 de septiembre de 2011 – TO - DOMINGO DE LA SEMANA XXIII – Ciclo A

"Si tu hermano te ofende"

-Ez 33,7-9 // -Sal 94 // -Rom 13,8-10 // -Mt 18,15-20

Mateo 18,15-20
Dijo Jesús a sus discípulos:
-Si tu hermano peca, repréndelo a solas entre los dos. Si te hace caso,
has salvado a tu hermano. Si no te hace caso, llama a otro o a otros dos,
para que todo el asunto quede confirmado por boca de dos o tres testigos. Si
no les hace caso, díselo a la comunidad, y si no hace caso ni siquiera a la
comunidad, considéralo como un pagano o un publicano. Os aseguro que todo lo
que atéis en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desatéis en
la tierra quedará desatado en el cielo. Os aseguro además que, si dos de
vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, se lo dará mi
Padre del cielo. Porque donde dos o tres estén reunidos en mi nombre, allí
estoy yo en medio de ellos.

Comentario
La liturgia propone a nuestra reflexión la última parte del capítulo 18
de Mateo en dos domingos sucesivos. Esta última parte trata del perdón de las
ofensas en un tono exhortativo. En el llamado discurso eclesial de Jesús, se
tratan diversas cuestiones que se refieren a la vida concreta de una comu-
nidad cristiana: la precedencia en la asamblea, el respeto y acogida de los
más débiles, la búsqueda de quienes se alejan, la manera de tratar a quienes
hacen un mal a la comunidad...
El procedimiento propuesto por Jesús para corregir a quien ha cometido
una ofensa, se presenta, desde el punto de vista literario, como una
concatenación de cinco condicionales. Yendo al sentido global, se saca la
conclusión de que hay que poner todos los medios para que quien ha faltado,
reconozca su error y vuelva a la situación normal en la comunidad. Sólo en
casos extremos se puede proceder a la exclusión.
Si nos detenemos en cada una de las fases del proceso propuesto en el
discurso, podemos descubrir también algunos valores importantes de la vida
de la comunidad que aparecen progresivamente.
En la fase de la reprensión individual, se pone de manifiesto la
importancia de las relaciones personales y de la responsabilidad de cada uno
respecto a todo lo que afecta a la comunidad. En el texto original, muchos
manuscritos omiten el pronombre de segunda persona en la frase "si tu hermano
te ofende" apoyando la idea de que más que de una ofensa personal, se trata
de un mal causado a la comunidad.
La fase en que hay que recurrir a testigos, recoge las prescripciones del
A. T. (Dt 19,5) y las prácticas de los grupos esenios. Incluye el principio
de la representatividad de la comunidad en algunos de sus miembros y
recomienda la discreción y prudencia en el modo de proceder.
La última fase, en la que interviene la comunidad en asamblea, es la más
solemne y pone de relieve el peso que tiene el cuerpo entero reunido.
Esta importancia de la comunidad viene subrayada por las dos sentencias
que siguen en el texto evangélico. En la primera, Jesús parece atribuir a la
comunidad reunida los mismo poderes que había atribuido poco antes a Pedro:
"Todo lo que atéis en la tierra..."
La otra expresión da la razón teológica de la importancia que tiene la
reunión comunitaria: Cristo está en medio de los hermanos reunidos en su
nombre. Y esto aun el caso de gran exigüidad de número. Esta presencia de
Cristo es la que constituye a la Iglesia en cuanto tal en sus dimensiones
fundamentales: la relación con Dios en la oración y la construcción de un
grupo de personas reconciliadas, signo de una reconciliación más amplia, la
que Dios ofrece a todo los hombres.

"Donde están dos o tres"
Acabamos de decir que lo que cualifica a la comunidad cristiana es la
presencia de Cristo en medio de ella y no tanto el número de sus componentes
o la legitimidad formal de la asamblea. La familia de Nazaret se presenta así
nuevamente a nuestro ojos como la comunidad que goza, en el sentido más
fuerte, intenso, tangible y duradero, de la presencia de Jesús. Puede, pues,
presentarse como la comunidad tipo, como aquélla que mejor realiza el ideal
de comunidad descrita en el evangelio.
La familia de Nazaret es una comunidad reunida en nombre de Cristo. En
primer lugar porque ha sido constituida por Dios, con el libre consentimiento
de María y de José, para acoger a Jesús. Pero también porque éste ocupaba el
centro y era el punto de referencia constante de las preocupaciones y
proyectos de María y de José.
Las palabras del evangelio de Mateo, puestas en boca de Jesús, sobre su
presencia en medio de dos o tres de sus discípulos, respiran ya un aire
postpascual; se refieren a una presencia que ya no es física sino en el
Espíritu Santo. Es un modo de presencia al que también se refiere San Pablo
con estas palabras: "Reunidos vosotros, y yo en espíritu, en nombre de
nuestro Señor Jesús, con el poder de nuestro Señor Jesús, entregad ese
individuo a Satanás" (1Co 5,4). Lo que crea la fuerza de la comunidad es la
referencia al nombre de Jesús, es decir, en el lenguaje de la Biblia, a su
persona. Y esto en el sentido más fuerte y denso que puede tener la presencia
divina entre los hombres. Como cuando leemos en el libro del Exodo: "En los
lugares donde pronuncie mi nombre, bajaré a ti y te bendeciré" (20,24).
La Iglesia necesita su referencia a la familia de Nazaret como necesita
la referencia a la comunidad constituida por los apóstoles con Jesús, para
descubrir su rostro verdadero. Y no se trata ciertamente de la imagen
plástica del grupo reunido con Jesús que ayuda a la imaginación, sino de esa
vinculación que se establece con Él por medio de la fe y que es la única
fuente de cohesión y de fuerza espiritual.
Meditando las palabras del evangelio - "donde dos o tres" - a la luz del
misterio de Nazaret, surge espontáneamente la reflexión sobre la exigüidad
del número de los miembros de la comunidad. En Nazaret, todo está reducido,
por así decirlo, al mínimo indispensable. Vendrá luego la comunidad
pentecostal y las grandes asambleas de todos los tiempos. De Nazaret quedará
siempre el gusto por lo pequeño, por lo mínimo. Estableciendo así un nexo con
todas las realidades minúsculas de la presencia de la Iglesia (empezando por
la familia "Iglesia doméstica"); con todas esas comunidades pequeñas donde
falta casi todo, donde se vive en el límite mismo entre la existencia y no
existencia de una comunidad; donde, sin embargo, la presencia de Cristo da
esa calidad nueva y esa fuerza que va más allá de la debilidad humana y que
ningún número de personas puede suplir.

Te bendecimos, Padre, por tu bondad,
porque tú eres misericordioso
y paciente con todos.
Danos ese Espíritu que procede de ti
y que lleva a olvidar las ofensas recibidas,
a tender la mano a quien est caído,
a no pasar de largo ante quien
necesita nuestra comprensión.
Enséñanos a saber construir la comunidad,
sobre todo en las circunstancias difíciles,
cuando reina el descontento
y cuando el pecado nos divide.
Danos la misma actitud de Jesús
que supo entregar su vida
para reunir a tus hijos que estaban dispersos.

Responsabilidad comunitaria
De la Palabra de Dios recibimos hoy un fuerte impulso para construir la
que llamamos nuestra comunidad, pero también todas las comunidades de las que
por uno u otro motivo formamos parte.
Punto clave para construir la comunidad es esa responsabilidad compartida
que lleva a la solidaridad, a hacerse cargo los unos de los otros. Podemos
llamarla responsabilidad comunitaria.
Esa responsabilidad se ejerce de muchas maneras; el evangelio de hoy nos
lleva a tomar en consideración una de ellas: la corrección fraterna ("Si tu
hermano peca...") El ejercicio de la corrección fraterna lleva consigo por
parte de quien la practica algunas cualidades que son esenciales a la vida
cristiana.
En primer lugar la comprensión hacia quien falta, que proviene de una
actitud de misericordia y de reconciliación. Pero se requiere igualmente
valentía para expresarse con claridad y para sobreponerse a falsas
consideraciones de respeto al otro. Quien corrige o llama la atención al otro
en algo que le parece mal, necesita además una buena dosis de sabiduría para
elegir el momento oportuno de hacerlo y las palabras adecuadas, de modo que
se facilite el camino de retorno de quien con su conducta se ha alejado de
la comunidad.
Pero hemos de considerar que todos nosotros nos encontramos también
muchas veces de la parte de quien necesita ser corregido. Y también en ese
caso son necesarias algunas actitudes importantes. Está en primer lugar la
humildad para recibir las advertencias que se nos hacen. La Escritura pone
bien claramente las dos posturas posibles por parte de quien recibe la
corrección: "No reprendas al cínico, pues te aborrecerá, reprende al sensato,
que te lo agradecerá" (Prov 9,8). "El hombre perverso rechaza la corrección
y acomoda la ley a su conveniencia" (Eclo 32,17).
En uno u otro caso, sólo el amor fraterno, que lleva a estimar al prójimo
como a uno mismo, debe regular nuestra conducta. A propósito de la corrección
fraterna ha escrito San Agustín: "Ama y haz lo que quieras. Si callas, calla
por amor; si hablas, habla por amor; si corriges, corrige por amor; si
perdonas, perdona por amor. Está en ti la raíz del amor, pues de esta raíz
sólo puede brotar el bien".

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28 de agosto de 2011 – TO - DOMINGO DE LA SEMANA XXII – Ciclo A

"Tu idea no es la de Dios"

-Jer 20,7-9 // -Sal 62 // -Rom 12,1-2 // -Mt 16,21-27

Mateo 16,21-27
Empezó Jesús a explicar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén y
padecer allí mucho por parte de los senadores, sumos sacerdotes y letrados
y que tenía que ser ejecutado y resucitar al tercer día. Pedro se lo llevó
aparte y se puso a increparlo:
-¡No lo permita Dios, Señor! Eso no puede pasarte.
Jesús se volvió y dijo a Pedro:
-¡Quítate de mi vista, Satanás, que me haces tropezar; tú piensas como los
hombres, no como Dios!
Entonces dijo a los discípulos:
-El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con
su cruz y me siga. Si uno quiere salvar su vida, la perderá; pero el que la
pierda por mí, la encontrará. ¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo
entero, si malogra su vida? ¿O qué podrá dar para recobrarla? Porque el Hijo
del hombre vendrá entre los ángeles, con la gloria del Padre, y entonces
pagará a cada uno según su conducta.

Comentario
El pasaje que leemos este domingo representa un cambio de tono en el
evangelio de Mateo. Completa el del domingo precedente y al mismo tiempo
ofrece algunos contrastes con él. Presenta también dos partes bien
diferenciadas: el primer anuncio de la pasión y la reacción de Pedro ante tal
anuncio, al que sigue una enseñanza de Jesús sobre el significado del
seguimiento.
Jesús anuncia en breve síntesis lo que ser su destino. El pasaje de
Jeremías que la liturgia nos presenta en la 1ª. lectura preanuncia los
sufrimientos del Mesías y confirma la mentalidad bíblica según la cual la
muerte del justo es muchas veces violenta. Y Jesús presenta ese desenlace
como una necesidad para sí mismo. Notemos que lo hace hablando sólo a sus
discípulos.
En las palabras de Jesús hay que ver una prolongación de lo que Pedro
había dicho poco antes sobre su identidad. Se revela así la profundidad del
misterio de Cristo, Hijo de Dios y hombre que sufrirá, morirá y resucitará.
La reacción de Pedro, que también en este caso parece representar la
postura de los otros discípulos, es fuerte. No puede aceptar que el Mesías
sea sometido a tal humillación. Aunque resulta difícil comprender todo el
alcance de su respuesta expresada en forma de invocación, parece que podría
interpretarse así: el sufrimiento es consecuencia de una culpa; invoca, pues,
a Dios para que Jesús sea liberado de él.
La respuesta de Jesús no es menos fuerte. El rechazo de la actitud que
suponen las palabras de Pedro, se produce no sólo porque es incoherente con
el plan de Dios sino porque constituye una tentación que proviene de Satanás.
Jesús recuerda así las que sufrió en el desierto al comienzo de su
ministerio.
Inmediatamente después figura en el evangelio la enseñanza sobre el
discipulado. Inculca la asunción del misterio de la cruz no sólo en la vida
del Maestro, sino también en la de sus seguidores. Esa enseñanza se articula
en cuatro expresiones que podemos considerar con algún detenimiento.
"El que quiera venirse conmigo". Quien asume libremente el seguimiento de
Jesús, sabe, después de conocer el destino de su Maestro, que su vida tendrá
el mismo desenlace. Se trata de una necesidad inherente al hecho de compartir
las misma opciones. Ello supone los tres pasos fundamentales que se enuncian
después.
"Negarse a sí mismo", que significa salir de uno mismo, del propio modo
de pensar y de proyectar la vida para acoger el plan de Dios y el programa
del evangelio.
"Cargar con la propia cruz", es decir, ser capaz de asumir en la propia
vida como lo hizo Jesús, el sufrimiento y las situaciones humillantes para
cumplir la propia misión.
"Seguir a Jesús", que significa entrar en comunión vital con Él y
compartir su suerte en esta vida, pero también la resurrección.
Son éstos los aspectos esenciales de toda vida cristiana.

Pedro, José y María
En pocos renglones se pasa en el evangelio de Mateo de un gran elogio a
Pedro ("Dichoso tú Simón, hijo de Jonás") al más duro rechazo ("Quítate de
mi vista, Satanás"). A la brillante confesión de fe siguió, en efecto, la
mayor incomprensión. Pedro acogió con alegría y entusiasmo el aspecto del
misterio de Cristo referido a su relación con el Padre y a su misión
salvadora ("Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo"), pero su fe vaciló
cuando el mismo Jesús anunció los sufrimientos y el tipo de muerte que le
esperaba.
Desde esa perspectiva veamos ahora cómo fue la fe de María y de José. A
ellos se les reveló también al principio la identidad del hijo que iba a
nacer: "Será grande, se llamará Hijo del Altísimo y el Señor Dios le dará el
trono de David su antepasado" (Lc 1,32). "La criatura que lleva en su seno
viene del Espíritu Santo" (Mt 1,20). María y José acogieron con fe esta
revelación que tampoco venía "de la carne ni de la sangre". María respondió
generosamente al anuncio y José hizo lo que el Ángel le decía. La fe de María
fue elogiada por Isabel y lo mismo hubiera podido decirse de José: Dichosos
vosotros porque habéis creído.
Pero también a ellos no tardando mucho les tocó oír la segunda parte de
la revelación referente al camino que Dios había elegido para salvar al
mundo. También ellos recibieron, aunque de forma velada, el anuncio de los
padecimientos del Mesías. Pronto supieron que la vida del niño que les había
nacido no sería un paseo triunfal sobre esta tierra. También en su caso el
anuncio del momento doloroso llegó de improviso y a poca distancia de la
exaltación. Después de la presentación en el templo del niño Jesús para el
rito de la circuncisión, dice el evangelio de Lucas: "Su padre y su madre
estaban admirados de los que se decía del niño. Simeón los bendijo, y dijo
a María, su Madre: Mira Éste está puesto para que todos en Israel caigan o
se levanten; será una bandera discutida, mientras que a ti una espada te
traspasará el corazón, así quedará patente lo que todos piensan" (2,33-36).
Palabras misteriosas, pero sin duda cargadas de un significado claro que
diseña un horizonte de sufrimiento futuro. Lo mismo que las que Jesús pronun-
ció ante sus apóstoles sobre su pasión y su muerte.
Nosotros no conocemos lo que pasó en el alma de María y de José en esos
momentos, como conocemos la reacción de Pedro. Lo que sí sabemos es que, a
diferencia de lo que hizo Pedro, no intentaron oponerse al designio divino,
sino que dejaron que las cosas siguieran por el camino que Dios había
trazado.
Y el relato de Lucas continúa: "Cuando cumplieron todo lo que prescribía
la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret" (2,39).

Señor Jesús, te bendecimos
por la fuerza y la determinación
con que has asumido el camino de la cruz.
Danos tu Espíritu Santo,
que renueve nuestra mentalidad
demasiado mundana y demasiado sometida
a criterios que no son los del evangelio.
Enséñanos a dar el paso generoso
de entregar nuestra propia vida
para ganarla en el Reino,
de modo que nuestro peregrinar por la tierra
sea un camino hacia la luz de la resurrección
.

El signo de la cruzLa vida del cristiano está marcada desde el bautismo por el signo de la
cruz. A ese signo, repetido tantas veces en la liturgia y fuera de ella,
debería corresponder la actitud profunda de adhesión a Cristo muerto y
resucitado.
El primer paso para vivir esa actitud, lo sabemos bien, consiste en creer
en Cristo, aceptando la contradicción que para una lógica puramente humana
puede tener el hecho de que la vida y la liberación puedan venir de la
entrega y el sacrificio. La respuesta tajante de Jesús a Pedro muestra que
se trata de un paso decisivo en el que no puede haber componendas.
Viene luego como consecuencia inmediata la "necesidad", también para
nosotros, de cargar con nuestra cruz. Aquí es importante la recomendación de
S. Pablo (2ª. lectura) de no amoldarnos a la mentalidad del mundo, sino de
adoptar esa postura paradójica que supone el tomar voluntariamente la propia
carga de sufrimiento, que llamamos cruz. A los ojos mundanos puede parecer
una insensatez. "De hecho el mensaje de la cruz para los que se pierden
resulta una locura; para los que se salvan, para nosotros, es un portento de
Dios" (1Co 1,18).
Entre la vía de la liberación del sufrimiento predicada por las
religiones orientales y la búsqueda morbosa de todo lo que contraría a la
naturaleza, está el camino cristiano de aceptación serena de las
contrariedades propias de nuestra vida y de nuestro mundo, que comprende
también "la entrega generosa de la propia vida como sacrificio vivo,
consagrado, agradable a Dios" (2ª. lectura), al servicio del prójimo.
Lo importante es saber cargar con la propia cruz para seguir a Jesús. Es
decir, no podemos entender en primer lugar nuestra cruz como sufrimiento,
sino que el deseo de compartir el mismo destino de Jesús, nos lleva a cargar
con la cruz. Sabemos, en efecto, ya de entrada, que seguirlo comportará
momentos de fracaso y de decepción, de pobreza y humillación, de dolor, de
soledad y de muerte. Jesús asumió a sabiendas ese camino fiándose totalmente
del Padre. El triunfo maravilloso del Espíritu Santo sobre las ruinas del
Calvario en el día de la resurrección es nuestra garantía de que ese camino
conduce a la vida.

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14 de agosto de 2011 – TO - DOMINGO XX – Ciclo A

"¡Qué‚ grande es tu fe, mujer!"

-Is 56, 1. 6-7 // -Sal 66 // -Rom 11, 13-15. 29-32 // -Mt 15, 21-28

Mateo 15,21-28
Jesús salió y se retiró al país de Tiro y Sidón. Entonces una mujer
cananea, saliendo de uno de aquellos lugares, se puso a gritarle:
-Ten compasión de mí, Señor, Hijo de David. Mi hija tiene un demonio muy
malo.
El no le respondió nada. Entonces los discípulos se le acercaron a
decirle:
-Atiéndela, que viene detrás gritando.
Él les contestó:
-Sólo me han enviado a las ovejas descarriadas de Israel.
Ella los alcanzó y se postró ante Él, y le pidió de rodillas:
-Señor, socórreme.
Él le contestó:
-No está bien echar a los perros el pan de los hijos.
Pero ella repuso:
-Tienes razón, Señor; pero también lo perros comen las migajas que caen
de la mesa de los amos.
Jesús le respondió:
-Mujer, ¡qué grande es tu fe!, que se cumpla lo que deseas, En aquel
momento quedó curada su hija.

Comentario
Las tres lecturas de este domingo tienen como tema común la universalidad
de la salvación en Cristo, para que "todos los pueblos alaben a Dios" (Sal
66).
El pasaje de la tercera parte del libro de Isaías hace hincapié en la
posibilidad que tienen los extranjeros de "subir al monte santo de Sión" y
de ofrecer su sacrificio en el templo, casa común de todos los pueblos. Es
de notar que el profeta insiste en las condiciones interiores, accesibles a
todos, para formar parte del pueblo de Dios (extranjeros que se han dado al
Señor), más que en las características étnicas o en observancias legales.
Se va así abriendo camino la idea de una apertura universal según la cual
todo hombre puede adorar a Dios en espíritu y en verdad (Cfr. Jn 4,21) y de
que la salvación es ofrecida a todo el que cree (Rom 3,21). En esa línea
puede verse el relato que leemos hoy en el evangelio, aunque no sin alguna
dificultad.
El único punto de referencia del relato de Mateo es el pasaje paralelo de
Marcos (7,24-30). Esto ya es significativo, pues Lucas, el evangelista que
más insiste en los aspectos universales de la salvación, omite este hecho.
Si nos fijamos en el texto de Mateo que leemos hoy, llama la atención la
determinación de Jesús para ir a tierra de paganos. Hay que tener en cuenta
la crítica que en los versículos anteriores había hecho a las prácticas
legalistas que olvidan el corazón del hombre.
Si leemos con atención el relato vemos que, ante la fe profunda y
sencilla de la mujer cananea, Jesús parece oponer un triple rechazo: el
silencio, la declaración de que su misión está reservada a las ovejas de
Israel y la preferencia de los hijos sobre los perros. Es de notar que en el
evangelio de Marcos el rechazo es sólo uno y que no hay una exclusión tan
fuerte de los paganos, sino más bien una preferencia por el pueblo elegido:
"Deja que coman primero los hijos" (Mc 7,27).
La diferencia puede explicarse por la diversidad de destinatarios de
ambos evangelios: las comunidades provenientes del paganismo (Marcos) y las
comunidades judeocristinas (Mateo). O quizá la mayor dureza de Jesús en el
evangelio de Mateo sirva sólo para acentuar la fe de la mujer cananea. El
rechazo pone mayormente de relieve cómo de nada sirve la pertenencia al
pueblo de Israel sin la fe personal.
La postura de Mateo se acercaría así a la que expresa S. Pablo en la 2ª.
lectura, el cual pretende despertar la emulación de los de su raza para ver
si salva a alguno de ellos.

Al encuentro del hombre.
La Palabra de Dios orienta nuestra reflexión hacia la dimensión universal
del plan salvífico de Dios. En el milagro efectuado por Jesús en favor de una
mujer que no pertenecía al pueblo elegido, los evangelistas ven el signo de
una llamada a todos los hombres a formar parte de la nueva alianza hecha por
Dios en Cristo. La única condición es la fe en Jesús, "el hijo de David".
La piedra fundamental de ese universalismo de la salvación, ya anunciado
por los profetas, es ciertamente la encarnación del Verbo. El concilio
Vaticano II lo ha expresado así: "Imagen de Dios invisible (Col 1,15). Él es
el hombre perfecto que ha restaurado en la decadencia de Adán la semejanza
divina deformada por el primer pecado. La naturaleza humana ha sido por Él
asumida, no absorbida; por lo mismo, también en nosotros ha sido elevada a
dignidad sin igual. Y que Él, Hijo de Dios, por su encarnación, se identificó
en cierto modo con todos los hombres: trabajó con manos de hombre, reflexionó
con inteligencia de hombre, actuó con voluntad humana y amó con humano
corazón. Nacido de la Virgen María, es verdaderamente uno de nosotros,
semejante en todo a nosotros, excepto en el pecado" (G.S. 22). Ese primer
paso de solidaridad con todo hombre dado por Dios mismo en la encarnación es
el que orienta todos los otros y el que guía los que la iglesia y cada uno
de nosotros debemos dar continuamente.
Ante el hecho de la encarnación, podríamos, sin embargo,
estar tentados de eliminar todas las barreras y de llegar a un confusionismo
sincretista para decir que todas las situaciones religiosas son equivalentes,
puesto que Dios mismo parece haber negado la raíz de todos los privilegios.
El respeto de la libertad religiosa se funda en la naturaleza libre de la
persona y no en la mayor o menor adecuación a la verdad que tienen sus
creencias.
El evangelio de este domingo nos invita a ser al mismo tiempo abiertos y
cautos ya que el mismo Jesús, que va al encuentro de todos, parece marcar
unas distancias y establecer unas prioridades. Esa es también la otra faceta
que nos enseña la encarnación y que no cesamos de meditar. Jesús se ha
identificado con un pueblo, el pueblo de Israel. Ha asumido la naturaleza
humana, no de modo genérico, sino con todas las limitaciones y connotaciones
de una cultura, una lengua, una fe. En un momento determinado y encontrándose
en una situación similar a la que relata el evangelio de este domingo, no
teme decir a la mujer samaritana: "la salvación viene de los judíos" (Jn
4,23).
Efectivamente, Dios no puede deshacer con una mano lo que construye con
la otra. "Los dones y la llamada de Dios son irrevocables" (2ª. lectura). Hay
una armonía en el designio de Dios que a veces se nos escapa porque nuestra
limitación nos impide sondear el misterio.

Señor Jesús, abierto a todos,
que has salido al encuentro del hombre,
prisionero del diablo y del pecado,
aumenta en nosotros la fe
que confiesa tu nombre y tu poder,
y nos acerca al Padre con la confianza de los hijos.
Enséñanos a no desanimarnos en la oración
y danos esa actitud profunda
de respeto y de apertura,
de humildad y de sencillez,
fruto de la acción del Espíritu Santo,
que no hace cercanos a todos
y nos une verdaderamente a ti


Ser universales
La construcción de la comunión entre todos los hombres es una vieja
aspiración humana que hoy se hace más apremiante por la facilidad de la
comunicación y por la frecuencia de intercambios de todo tipo. El evangelio
de hoy nos enseña que para que tal aspiración pueda realizarse de verdad es
necesario reconocer a Jesús como Señor y portador de la salvación. Es, en
efecto, el pecado lo que cierra el corazón del hombre al encuentro con sus
hermanos y con Dios.
Podemos imaginar dos caminos para ensanchar nuestro corazón y vivir esa
universalidad de la salvación a la que invita la Palabra de Dios.
El uno se dirige hacia la comprensión de la complejidad del alma humana
y de las diversas realidades en las que la salvación actúa. Es un camino que
lleva a la admiración por la multiplicidad y grandeza de las obras de Dios
en los distintos tiempos de la historia, en la diversidad de las culturas, en
la multiplicidad de los pueblos, de las instituciones... Requiere una buena
capacidad de apertura, de tolerancia y de penetración en las realidades
humanas para rastrear los senderos del Espíritu y para comprender a personas
muy distintas de nosotros.
Pero hay otro camino para llegar a la universalidad. Es el de la
sencillez. Consiste en saber vivir en profundidad y con sentido común las
cosas más elementales. Podemos estar seguros de que en ella nos encontramos
con todo hombre.
Fue quizá esa actitud de sencillez, aprendida largamente en Nazaret, la
que permitió a Jesús descubrir en la apremiante insistencia de una madre
cananea esa fe sincera que le arrancó el milagro de la liberación de su hija.
Los cristianos, llamados hoy a colaborar más que nunca con todos los
hombres en los diversos terrenos de la actividad humana, debemos al mismo
tiempo ponernos al alcance de todos y conservar de modo firme la autenticidad
de nuestra fe y la coherencia con la vida teniendo como punto de referencia
a Jesús, el Hijo de Dios.

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7 de agosto de 2011 – TO - DOMINGO XIX - Ciclo A

"¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!"

-1Re 19,9. 11-13 // -Sal 84 // -Rom 9,1-5 // -Mt 14,22-33

Mateo 14,22-33

Después que sació a la gente, Jesús apremió a sus discípulos para que
subieran a la barca y se le adelantaron a la otra orilla mientras Él despedía
a la gente. Y después de despedir a la gente subió al monte a solas para
orar. Llegada la noche, estaba allí solo. Mientras tanto la barca iba ya muy
lejos de tierra, sacudida por las olas, porque el viento era contrario. De
madrugada se les acercó Jesús andando sobre el agua. Los discípulos, viéndole
andar sobre el agua, se asustaron y gritaron de miedo, pensando que era un
fantasma. Jesús les dijo en seguida:
¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!
Pedro le contestó:
-Señor, si eres tú, mándame ir hacia ti andando sobre el agua.
Él le dijo:
-Ven.
Pedro bajó de la barca y echo a andar sobre el agua acercándose a Jesús;
pero, al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, empezó a hundirse y
gritó:
-¡Señor, sálvame!
En seguida Jesús extendió la mano, lo agarró y le dijo:
-¡Qué poca fe! ¿Por qué has dudado?
En cuanto subieron a la barca amainó el viento. Los de la barca se
postraron ante Él diciendo:
-Realmente eres Hijo de Dios.

Comentario
La primera parte del evangelio de este domingo puede servir de empalme
con el anterior. Jesús despide a la multitud y ordena a sus discípulos que
pasen en barca a la otra orilla del lago. Mientras Él se retira a orar. Se
diría que su oración solitaria prolonga el gesto de elevar los ojos al cielo
y de bendecir a Dios efectuado durante el milagro de la multiplicación
de los panes. Pero puede ser también la preparación para el signo de caminar
sobre las aguas, que vendrá después. Se diría que Jesús encuentra en su
relación con el Padre la lucidez para rechazar la tentación de un mesianismo
triunfante y falso, y para ser fiel y coherente con ella.
Detengámonos ahora en el episodio central del texto de hoy: Jesús camina
sobre las aguas. El análisis de algunas particularidades en la narración de
Mateo nos permitirá, como otras veces, penetrar en lo esencial del mensaje.
Mateo sigue de cerca lo que dice el evangelio de Marcos (6,41-52). Pero
éste insiste en el poder de Jesús, que calma la agitación de las olas, y en
la incredulidad de los discípulos ("ellos no habían comprendido el milagro
de la multiplicación de los panes y su corazón permanecía cerrado" 6,52).
Mateo, por su parte, ve más a los discípulos en cuanto grupo. Para él es la
barca la que está agitada por las olas, y no tanto sus ocupantes. Además
parece fijarse más en el miedo de los discípulos que en su cerrazón. Mateo
es el único de los evangelistas que habla del gesto de Pedro, que lleno de
entusiasmo comienza a caminar sobre las olas como su Maestro, aunque luego
su fe vacila. Finalmente en el evangelio de Mateo, contrariamente a lo que
sucede en el de Marcos, los discípulos proclaman explícitamente su fe en
Jesús como Hijo de Dios.
Teniendo en cuenta estos datos, la intención de Mateo parece clara. En un
relato que tenía originariamente un marcado carácter cristológico, ha
subrayado también la dimensión eclesial. No se trataba sólo de mostrar la
identidad de Jesús con su poder sobre los elementos naturales, sino también
su capacidad de restablecer la calma, la paz y la serenidad en el grupo de
los que creían en Él.
Cuando Mateo escribe su evangelio, ha pasado ya el tiempo de las primeras
conversiones y de la rápida propagación del evangelio. Las primeras
dificultades internas y las primeras persecuciones llevan a pensar a la
Iglesia que su camino a través del tiempo no será fácil. Se diría que en el
relato de Mateo se traslucen ya de alguna manera, esas dificultades y que su
mensaje es por tanto un mensaje de esperanza. Aun en medio de las tinieblas
y preocupaciones, el Señor resucitado es el apoyo firme de su Iglesia. La
personalización del drama en el apóstol Pedro subraya la necesidad de una fe
fuerte para continuar el camino con Jesús.

"Cristo según la carne"
Para meditar la Palabra de Dios desde el punto de vista del misterio de
Nazaret, nos fijaremos hoy sobre todo en la segunda lectura.
S. Pablo abre su corazón al comienzo del cap. 9 de la carta a los romanos
y revela su drama interior: la mayoría de los miembros del pueblo de Israel
no ha aceptado a Cristo. Para él esto es desconcertante, sobre todo viendo
cómo los paganos se abren a la fe. Los judíos tenían en principio muchas más
oportunidades ya que su historia les había conducido, por así decirlo, al
Mesías.
Y precisamente en la enumeración de los "privilegios" que tienen los
miembros del pueblo de Israel, S. Pablo menciona uno que se refiere
directamente al misterio de Nazaret: "De ellos proviene Cristo según la
carne" (Rom 9,5).
Es importante constatar cómo Pablo sitúa a Cristo en la línea de todos
los dones ofrecidos por Dios a Israel a lo largo de su historia. Pero al
mismo tiempo el don de Cristo supera a todos los otros, es la oportunidad
definitiva.
Pocas son las veces que Pablo se refiere al Cristo de la historia, a la
vida humana de Jesús. En esta ocasión lo hace de forma sintética, pero
expresa bien el aspecto de pertenencia de Cristo al pueblo de Israel y su
inserción en las relaciones de Dios con su pueblo.
La expresión "según la carne" había sido ya utilizada por Pablo en el
prólogo de la misma carta a los Romanos, cuando dice que Cristo era "de la
descendencia de David según la carne" (1,2).
Muchas veces hemos meditado el misterio de Nazaret viendo a Jesús, con
María y José, en cuanto miembros de pueblo de Israel, compartiendo sus
costumbres, su mentalidad, su fe y esperanza en las promesas de Dios. Hoy
contemplamos a Cristo como don al pueblo de Israel, el último y más
importante porque los resume todos ya que es la donación de sí mismo a los
hombres. El drama de Israel está no en su larga historia mezclada de
fidelidad e infidelidad, sino en no haber respondido a la hora de la verdad,
en el momento clave en que surgió de sus mismas entrañas el Mesías esperado.
En ese punto clave se sitúa el misterio de Nazaret.
La fe humilde de María y de José, que al mismo tiempo continúa la de
Israel y sabe dar el primer paso hacia la nueva alianza, aparece así, por
contraste, en todo su esplendor. Es el camino que otros "pobres de Yahvé"
siguieron también y al que estamos llamados nosotros.
Pero esto en la sencillez y encarnación de cada día. Sin ningún orgullo,
pues la fe es don de Dios y nada sabemos de sus juicios que son
impenetrables. Es la conclusión a la que llegará S. Pablo en su reflexión
sobre el desenlace de la historia de Israel en los capítulos siguientes de
esta misma carta a los Romanos.

Te bendecimos, Padre,
porque no abandonas nunca a los que creen en ti.
En el momento culminante nos enviaste a Jesús, el Señor,
y Él permanece siempre cerca de sus discípulos.
Danos la fuerza del Espíritu Santo
en los momentos de vacilación
en las situaciones de prueba
a las que nuestra debilidad
se ve sometida constantemente.
Queremos compartir de un lado
la seguridad de la salvación
que ofrece la Iglesia
y de otro las angustias y preocupaciones
de todos los hombres
.

Nuestra fe
Nos es familiar la imagen de la barca combatida por las olas y el viento
para representar la Iglesia. Los Padres acudieron frecuentemente a ella. Una
situación extraordinaria de los discípulos de Jesús ha servido para
representar la condición permanente de la Iglesia. Se puede decir que se
cumple así de algún modo la intención del evangelista que con el relato de
hoy pretendía expresar las dificultades en que se mueve siempre quien quiere
seguir a Jesús y anunciar su mensaje.
En el mismo sentido apunta la experiencia del profeta Elías que hemos
visto en la 1ª. lectura. No es en la violencia de los fenómenos, no es en el
ruido aparatoso donde Dios se manifiesta, sino en la suavidad de la brisa.
Esos momentos excepcionales de la manifestación del Señor, nos remiten
siempre a la cotidianidad de nuestra experiencia cristiana. En ella tienen
lugar los momentos de duda y de vacilación como también los momentos en los
que parece podemos tocar con la mano la presencia del Señor.
Debemos saber reducir a la medida de cada una de nuestras jornadas
ordinarias la confiada súplica de Pablo, la confesión humilde de los
discípulos, la actitud contemplativa de Elías, la fe de María y de José que
supieron reconocer al Mesías cuando Dios lo sacaba del pueblo de Israel para
entregarlo al mundo.
Nuestro drama de la fe se juega en las aguas movedizas de lo cotidiano,
en las mil circunstancias de cada día que ponen a prueba la fe que
confesamos. A veces esperamos una ayuda extraordinaria de parte de Dios,
cuando más arrecia la prueba, y somos incapaces de reconocerlo en los signos
más sencillos en que se esconde. Nos dejamos vencer por el miedo o queremos
que se muestre en alguna forma fuera de lo normal, mientras ignoramos la mano
que nos tiende en las muchas manos que nos ayudan cada día y no sentimos en
la brisa que nos roza la revelación misteriosa de su presencia.

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30 de julio de 2011 - TO - DOMINGO XVIII - Ciclo A

"Partió los panes y se los dio a los discípulos"

-Is 55,1-3 // -Sal 144 // -Rom 8,35. 37-39 // -Mt 14,13-21

Mateo 14,13-21

Al enterarse Jesús de la muerte de Juan el Bautista, se marcha de allí en
barca a un sitio tranquilo y apartado. Al saberlo la gente, lo siguió por
tierra desde los pueblos. Al desembarcar, vio Jesús al gentío, le dio lástima
y curó a los enfermos. Como se hizo tarde, se acercaron los discípulos a
decirle:
-Estamos en despoblado y es muy tarde; despide a la multitud para que
vayan a las aldeas y se compren de comer.
Jesús les replicó:
-No hace falta que vayan, dadles vosotros de comer.
Ellos le replicaron:
-Si aquí no tenemos más que cinco panes y dos peces.
Les dijo:
-Traédmelos.
Mandó a la gente que se recostara en la hierba, y, tomando los cinco
panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición,
partió los panes y se los dio a los discípulos; los discípulos se los dieron
a la gente. Comieron todos hasta quedar satisfechos y recogieron doce cestos
llenos de sobras. Comieron unos cinco mil hombres, sin contar mujeres y
niños.

Comentario
Al discurso de las parábolas sigue en el evangelio de Mateo una sección
narrativa de la que forma parte el milagro de la multiplicación de los panes
que leemos en este domingo. El hecho es narrado por todos los evangelistas
y, si nos atenemos a la opinión de la mayoría de los comentaristas actuales,
Mateo, siguiendo a Marcos, narra dos veces el mismo acontecimiento. En todos
los relatos evangélicos el sentido global del milagro es el mismo, pero cada
uno de ellos presenta algunas particularidades que nos ayudan a penetrar con
mayor profundidad en el mensaje de la Palabra de Dios.
Mateo sigue, en general, la narración del episodio hecha por Marcos. Nos
fijaremos, pues, más bien en las particularidades que ofrece.
Mateo ofrece una explicación al hecho de que Jesús estuviera en lugares
poco frecuentados o desérticos: la reciente muerte violenta del Bautista,
cuyas consecuencias podían ser negativas también para Él. Aun así, "la
multitud lo seguía", anota sólo Mateo. Aparece así más destacada la figura
de Jesús como guía del pueblo que, a través del desierto, lo lleva al
banquete de la nueva alianza. Ser Él, en efecto quien dará el verdadero
maná. Aquí puede oírse la resonancia de la 1ª. lectura.
Tenemos tres detalles en la narración de Mateo que acentúan la dimensión
eucarística del milagro. El primero se refiere al momento en que se produce:
"al caer de la tarde". Es la misma expresión empleada por el evangelista en
la última cena de Jesús con sus discípulos (Cfr. 26,20). Por otro lado,
cuando los discípulos ponen a disposición del maestro lo poco que tienen para
tantos, el evangelista concreta exactamente que se trata de cinco panes y dos
peces. Pero cuando se trata de distribuirlos a la gente, en Mateo sólo se
habla de los panes. ¿Omisión involuntaria o subrayado del elemento empleado
también en la eucaristía? Pero evidentemente es sobre todo la coincidencia
de los gestos de Jesús (bendecir, romper y distribuir) lo que más hace
entrever la dimensión eucarística. Los otros detalles ayudan también.
Cabe igualmente destacar cómo es distinta la actitud de Mateo y la de
Marcos cuando se trata de describir el papel de los discípulos de Jesús en
el acontecimiento. Marcos subraya la incomprensión y desconfianza (Mc 6,37),
mientras que en Mateo se cuenta con ellos para la realización del gesto
milagroso. Quizá se dé a entender así a qué funciones eclesiales estaban
llamados...
En la lectura litúrgica del milagro los otros dos textos de la misa
amplían el sentido de don gratuito que tiene la multiplicación del pan y la
abundancia de los bienes de la salvación (1ª. lectura); como también la
liberalidad y consistencia del amor de Dios manifestado en Cristo, al que
ninguna otra potencia ni dificultad puede vencer (2ª. lectura).
La insistencia en la perennidad de la alianza ofrecida por Dios habla ya
bien claramente de ese amor inquebrantable que Dios tiene al hombre y que se
ha manifestado en Jesús.

Nazaret
El misterio de Nazaret consiste esencialmente en la presencia humana del
Hijo de Dios durante años en el seno de una familia. Su presencia viva,
tangible, cotidiana es el centro de la experiencia humana y espiritual de
María y de José, quienes constituyen en torno a Él una comunidad de fe. Esta
comunidad que vive a diario la presencia de Jesús y lo tiene como punto de
referencia de su ser y de su actuar es ya esa comunidad mesiánica de gente
humilde que lo seguirá y creerá en Él durante su vida pública y por lo tanto
la imagen más cercana a esa otra comunidad que llamamos Iglesia.
La comunidad de Nazaret, que vive de forma inmediata la presencia de
Jesús, nos ayuda a entender la comunidad en la que el evangelio se hace
palabra escrita, mensaje de salvación para todas las generaciones. Hay un
rasgo que une, como un hilo de oro, la comunidad cristiana a la que se dirige
Mateo en su evangelio y la familia de Nazaret: es la estima por la presencia
del Señor. El evangelio de Mateo se cierra con estas palabras: "Mirad que yo
estoy con vosotros cada día, hasta el fin del mundo"(28,28). Ese "cada día"
realizado en el signo sacramental y en los otros signos de la presencia de
Cristo resucitado, esta muy cercano a la cotidianidad de la experiencia de
Nazaret.
Y es esa experiencia de la presencia del Señor la que, creemos nosotros,
lleva a la comunidad de Mateo a ver en la narración del milagro de la
multiplicación de los panes un anuncio más o menos explícito de esa otra
multiplicación que se produce en la "fracción del pan", en la eucaristía. De
esa forma la narración del milagro no es la simple crónica de un hecho más
o menos maravilloso en la vida de Jesús, sino que se carga de un significado
nuevo y vivo para la Iglesia de todos los tiempos y para cualquier comunidad
cristiana.
La meditación de la experiencia de Nazaret nos permite así entrar en el
corazón mismo del misterio cristiano subrayando un rasgo que es esencial para
la Iglesia y para toda comunidad cristiana. El Vaticano II, hablando de los
religiosos, se expresa así: "La comunidad, como verdadera familia, reunida
en nombre del Señor, goza de su divina presencia (Mt 18,20) por la caridad
que el Espíritu Santo difunde en los corazones (Rom 5,5)". P.C. 15.
Y en un texto de alcance más universal: "Este pueblo mesiánico tiene por
cabeza a Cristo "que fue entregado por nuestros pecados" y resucitó por
nuestra salvación" (Rom 4,25), y habiendo conseguido un nombre que está sobre
todo nombre, reina ahora gloriosamente en los cielos. Tiene por condición la
dignidad y libertad de los hijos de Dios, en cuyos corazones habita el
Espíritu Santo como en un templo. Tiene por ley el nuevo mandato de amar como
el mismo Cristo nos amó (Cfr. Jn 13,34). Tiene por último como fin la dilata-
ción del Reino de Dios... "(L.G. 9).

Señor Jesús, que dándote totalmente a nosotros
nos has mostrado de forma patente el amor de Dios,
queremos cantar la victoria de ese amor
eterno, pleno, transfigurado,
a pesar de las dificultades y limitaciones,
en medio de las cuales estamos viviendo.
Confiamos en la fuerza del Espíritu Santo
que continúa construyendo la Iglesia entorno a ti
y nos da la certeza de que el amor del Padre
dura siempre.
Queremos renovar constantemente
la experiencia de comunión
con Dios y con los hombres
que tú nos propones cada día en la eucaristía
.

Comunión
Si meditamos con atención el evangelio de este domingo, vemos que a
través de él se desarrollan dos secuencias lógicas que se oponen radicalmente
y entre las que se mueve también muchas veces nuestra vida.
Una es la interpretación de los hechos que dan los discípulos de Jesús y
la solución que proponen: hay mucha gente, el lugar es desértico, se hace
tarde... luego lo mejor es la dispersión de la multitud y que cada uno trate
de solucionar el problema de la subsistencia como pueda...
Totalmente distinto es lo que propone Jesús: reunir la gente, decirle que
se siente y darle de comer...
La solución imaginada por los discípulos es realista y de una
racionalidad impecable, pero tiende hacia la disgregación, hacia la
insolidaridad, lleva a que cada uno se refugie en su esfera privada... Lo que
Jesús propone, por el contrario, promueve de inmediato la participación y la
comunión.
La exégesis racionalista ha querido a veces explicar todo el contenido de
este pasaje del evangelio a base de ese mecanismo de tipo social. El milagro
consistiría únicamente en repartir bien lo que el grupo tiene porque ha
sabido encontrar a alguien que sabe estimular el dinamismo de la solidaridad.
Pero el dato evangélico desautoriza esas interpretaciones: "Solo tenemos
cinco panes y dos peces... Comieron unos cinco mil hombres...".
Jesús no es sólo, como José en Egipto, un buen administrador de lo que la
naturaleza produce. Su acción encierra un misterio que va más allá del saber
distribuir bien o de saber organizar a la gente. Pero no por eso es menos
cierto que el milagro viene a confirmar y, por así decirlo, a ratificar el
movimiento de comunión que las palabras y los gestos de Jesús habían
suscitado. Se constituye así el grupo inmenso de "los que habían comido".
El evangelio de Juan (cap. 6) explica, sin embargo, la fragilidad de ese
grupo que se consideró ya saciado por haber comido el pan material una sola
vez y no supo buscar el otro tipo de alimento que Jesús ofrecía también.

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24 de julio de 2011 - TO - XVII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO - Ciclo A

"El Reino de los cielos es semejante a..."

-1Re 3,5. 7-12 - Sal 118 - Rom 8,28-30 - Mt 13,44-52

Mateo 13,44-52

Dijo Jesús a la gente:
-El Reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en el campo: el
que lo encuentra, lo vuelve a esconder, y, lleno de alegría, va, vende todo
lo que tiene y compra el campo. El Reino de los cielos se parece también a
un comerciante en perlas finas, que, al encontrar una de gran valor, se va
a vender todo lo que tiene y la compra. El Reino de los cielos se parece tam-
bién a la red que echan en el mar y recoge toda clase de peces; cuando está
llena, la arrastran a la orilla, se sientan y reúnen los buenos en cestos y
los malos los tiran.
Lo mismo sucederá al final del tiempo: saldrán los ángeles, separarán a
los malos de los buenos y los echarán al horno encendido. Allí será el llanto
y el rechinar de dientes: ¿Entendéis bien todo esto?
Ellos contestaron:
-Sí.
Él les dijo:
-Ya veis, un letrado que entiende del Reino de los cielos es como un
padre de familia que va sacando del arca lo nuevo y lo antiguo.

Comentario
Como introducción al mensaje evangélico, la liturgia nos presenta la
sabiduría de Salomón. Su capacidad de discernir el verdadero valor, que para
él consistía en saber gobernar a su pueblo, es ampliamente elogiado por el
autor sagrado. Dejando de lado riquezas y honores, sabe pedir en su oración
lo que realmente le conviene y su oración es escuchada. El mismo libro de los
Reyes muestra posteriormente cómo le fueron concedidas también la riqueza y
los honores, a pesar de su infidelidad. Lo que importa es tener un corazón
sabio e inteligente, como Salomón desea. En eso está verdaderamente el mejor
tesoro.
El capítulo de las parábolas del Reino se cierra en el evangelio de Mateo
con tres comparaciones brevísimas que leemos en este domingo.
Las dos primeras, la del tesoro y la del mercader de perlas, son casi
paralelas. En ambas se subraya la capacidad del protagonista para descubrir
un bien que está por encima de los demás y su prontitud para dejar todo y
obtener lo que más estima. Queda así claro cuál es la actitud que el
discípulo de Jesús debe adoptar frente al anuncio del Reino. Ante el gran
tesoro del Reino que Dios ofrece gratuitamente en Jesús, no queda más remedio
que acogerlo y valorarlo por encima de todas las demás cosas.
Cada una de estas dos parábolas, a pesar de su significado fun-
damentalmente idéntico, acentúa un aspecto que conviene destacar. En la del
tesoro encontrado en el campo, se subraya la alegría del afortunado. La
alegría es uno de los signos más claros de todo discernimiento bien hecho,
de quien ha sabido elegir bien. En la segunda parábola se destaca la
sagacidad del comerciante capaz de distinguir, entre muchas perlas, la que
vale más que entre todas las demás. Sólo una larga experiencia en el oficio
permite llegar a un juicio tan certero.
La parábola de la red parece tener el mismo sentido que la de la cizaña,
ya comentada el domingo pasado. Aquí, sin embargo los elementos de la
comparación quedan reducidos a lo esencial: la distinción entre peces buenos
y malos, y la distinción entre los dos tiempos, el de la pesca en el presente
y el de la selección, que se hará en el futuro. Esa esencialidad contribuye
a destacar la distinción entre unos y otros: no caben situaciones
intermedias.
La conclusión del discurso de las parábolas es también altamente
significativa. A lo largo de la exposición de estas narraciones, el
evangelista ha ido intercalando varios pasajes en los que da las razones de
este modo de presentar el mensaje que Jesús practicaba, como también la
explicación de algunas de las parábolas. En la conclusión se insiste sobre
la necesidad del "comprender". Es necesario comprender no sólo ese modo de
transmitir el mensaje, sino el contenido del mismo. Jesús lo subraya con el
ejemplo del escriba capaz de integrar lo nuevo y lo antiguo. Parece ser el
ideal de quien, habiendo dado cabida a la novedad del Reino, es capaz de
conservar los valores de la antigua alianza. Ese es también un tipo de
sabiduría nada despreciable.

"Lo esconde de nuevo"
No es buen método de interpretación el buscar un significado a cada uno
de los detalles de las parábolas. Estas tienen un sentido unitario que se
capta en la fuerza del témino de comparación: la figura, la imagen, el
comportamiento recogido en la experiencia de la vida corriente que revela la
verdad de orden espiritual.
Si se destaca un detalle, hay que saberlo integrar en el sentido global
de la parábola mostrando cómo ilumina su contenido desde un ángulo
particular. Es lo que pretendemos hacer leyendo la experiencia de Nazaret a
la luz de ese detalle destacado en el título, que forma parte de la parábola
del campo en la que se encuentra el tesoro.
El texto dice que el hombre que encuentra el tesoro "lo esconde de
nuevo". Se distinguen así tres momentos en el tiempo de la narración de la
parábola: el descubrimiento del tesoro, el momento más o menos largo en que
el tesoro ya descubierto permanece nuevamente escondido bajo tierra y la
plena posesión del mismo. Sólo en este último momento el tesoro puede ser
mostrado sin temor puesto que el campo pertenece ya plenamente a quien
descubrió su riqueza.
Si vemos en el tesoro, como nos enseña el evangelio, no tal o cual valor
de la vida ni tampoco el Reino de Dios como un dominio abstracto de Dios
sobre el mundo, sino que lo identificamos con Jesús mismo, entonces podemos
decir que el segundo momento del que hablábamos, en que el tesoro es ya
conocido pero ha sido escondido de nuevo, coincide con el tiempo de Nazaret.
Después de la revelación inicial a María y a José, y a algunos otros "que
esperaban la redención de Israel", por mucho tiempo aún el tesoro estuvo
escondido. El misterio de Cristo, "que no había sido comunicado a los hombres
en los tiempos antiguos" (Ef 3,3), permaneció también oculto durante un largo
período después de haber sido inicialmente revelado.
Los primeros que lo descubrieron, vivieron esa "alegría" desbordante y
esperanzada de quien sabe que un día el tesoro les pertenecerá
definitivamente porque están dispuestos a dejarlo todo por él. Además saben
que será puesto a disposición de todos para que todos los que quieran, puedan
beneficiarse de él. Es lo que María canta en el Magníficat: "Su misericordia
llega a sus fieles de generación en generación".
Esa alegría del hombre de la parábola que sabe que el tesoro est allí y
que puede ser de él para siempre, esa alegría no exenta de preocupaciones,
pero que pone alas a la esperanza y lleva a dejarlo todo, sin mirar cuánto
vale, porque sabe que lo que esconde la tierra vale más, es la misma que se
vivió en Nazaret durante mucho tiempo.

Te bendecimos, Padre, porque en Cristo
nos has dado el conocimiento y la verdad.
Él es el tesoro por el que vale la pena dejarlo todo.
Te pedimos la gracia del Espíritu Santo,
que abra nuestro corazón a la verdadera sabiduría,
para saber encontrar el tesoro de nuestra vida
y esconderlo de nuevo
hasta que sepamos darlo todo
para poseerlo definitivamente
.

Discernimiento
La atención sobre uno mismo y sobre la situación que le rodea para captar
lo que verdaderamente vale, "lo bueno, lo perfecto, lo que agrada a Dios"
(Roma 12,2), es una de las dimensiones fundamentales del vivir cristiano. A
ella parece invitarnos de forma insistente el mensaje de la Palabra de Dios.
Existe un primer y fundamental discernimiento que consiste en descubrir
en Jesús la llegada del Reino de Dios, como algo absoluto y superior a todo
lo demás. Pero a ese descubrimiento inicial debe seguir una actitud concreta
de discernimiento en la vida de cada día para ir viendo en cada caso lo que
es conforme con ese valor primero. En esa confrontación es donde se juega la
bondad o maldad de cada "pez" que es pescado en nuestra vida. De manera que
el discernimiento final, el que se hace en un futuro que está más allá del
tiempo, no hará más que manifestar de forma definitiva lo que han sido
nuestras opciones presentes.
El cap. 8º de la carta a los Romanos, que venimos leyendo todos estos
domingos, constituye en el fondo una gran llamada a someter toda nuestra
existencia al influjo del Espíritu Santo, el cual nos llevará a identificar
nuestra vida con Cristo. "Él es para nosotros sabiduría, justicia y
redención" (1Co 1,30 ) tal es el designio que el Padre ha "pensado" desde
siempre para todos los hombres: "Que lleguemos a ser, según la imagen de su
Hijo" (Roma 8,29).
Este don y esta promesa deben espolear cada día nuestra atención para
buscar con verdadero empeño dónde esta la verdad. Es más, la alegría de haber
descubierto el verdadero tesoro, pone en la balanza que tenemos en nuestras
manos el contrapeso que nos indica constantemente el valor que tienen las
demás cosas. No podemos perder de vista esa perspectiva si queremos juzgar
las situaciones y los acontecimientos con sabiduría y en conformidad con lo
que un día se descubrirá.
Vivir en esa actitud de atención y de fidelidad constante es una gracia
grande que el Señor no niega a quienes quieren ser suyos y seguirlo.

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17 de julio de 2011 - TO - DOMINGO XVI - Ciclo A

"Les hablaré en parábolas"

-Sab 12,13. 16-19 -Sal 86 -Rom 8,26-27 -Mt 13,24-43

Mateo 13,24-43

Jesús propuso esta parábola a la gente:
-El Reino de los cielos se parece a un hombre que sembró buena semilla en
su campo; pero, mientras la gente dormía un enemigo fue y sembró cizaña en
medio del trigo y se marchó. Cuando empezaba a verdear y se formaba la
espiga, apareció también la cizaña. Entonces fueron los criados a decirle al
amo:
-¿Señor, no sembraste buena semilla en tu campo? ¿De dónde sale la
cizaña?
Él les dijo:
-Un enemigo lo ha hecho.
Los criados le preguntaron:
-¿Quieres que vayamos a arrancarla?
Pero Él les respondió:
-No, que podríais arrancar también el trigo. Dejadlos crecer juntos hasta
la siega, y cuando llegue la siega diré a los segadores: Arrancad primero la
cizaña y atadla en gavillas para quemarla, y el trigo almacenadlo en mi
granero.
Les propuso esta otra parábola:
-El Reino de los cielos se parece a un grano de mostaza que uno siembra
en su huerta; aunque es la más pequeña de las semillas, cuando crece es más
alta que las hortalizas; se hace un arbusto más alto que las hortalizas y
vienen los pájaros a anidar en sus ramas.
Les dijo otra parábola:
-El Reino de los cielos se parece a la levadura; una mujer la amasa con
tres medidas de harina, y basta para que todo fermente. Jesús expuso todo
esto a la gente en parábolas, y sin parábolas no les exponía nada. Así se
cumplió el oráculo del profeta: "Abriré mi boca diciendo parábolas; anunciaré
lo secreto desde la fundación del mundo". Luego dejó a la gente y se fue a
casa. Los discípulos se le acercaron a decirle:
-Acláranos la parábola de la cizaña en el campo.
Él les contestó:
-El que siembra la buena semilla es el Hijo del hombre; el campo es el
mundo; la buena semilla son los ciudadanos del Reino; la cizaña son los
partidarios del Maligno; el enemigo que la siembra es el diablo; la cosecha
es el fin del tiempo, y los segadores los Ángeles. Lo mismo que se arranca
la cizaña y se quema, así será al fin del tiempo: el Hijo del hombre enviará
a sus Ángeles y arrancarán de su Reino a todos los corruptores y malvados y
los arrojarán en el horno encendido; allí será el llanto y el rechinar de
dientes. Entonces los justos brillarán como el sol en el Reino de su Padre.
El que tenga oídos, que oiga.

Comentario
La liturgia de la palabra se abre en este domingo con una reflexión sobre
la paciencia de Dios. El Libro de la Sabiduría, repasando los principales
acontecimientos de la historia de Israel, descubre que Dios ha actuado
siempre con moderación. En el caso concreto de que se ocupa el texto, cuando
los israelitas entraron en la tierra prometida, Dios no exterminó a todos los
pueblos que la poblaban, sino que les ofreció la posibilidad de convertirse.
Este modo de proceder de Dios fue siempre para el pueblo elegido un motivo
de reflexión, cuando no de escándalo.
Ese preludio veterotestamentario introduce de lleno en el tema central de
la parábola evangélica del trigo y la cizaña, que examinamos a continuación.
El punto clave de la parábola está en el contraste de pareceres entre el
amo del campo y sus siervos. Estos pretenden poner un remedio inmediato a la
situación desastrosa en que se encuentra el campo por causa de la
intervención del enemigo. El dueño por su parte impone una solución tolerante
que respeta el crecimiento de cada planta y remite al futuro la sentencia
definitiva. En ese modo de actuar se distinguen perfectamente dos tiempos:
el de la paciencia y respeto y el del juicio inapelable. El primero refleja
la situación actual, el segundo se dar al fin del mundo. Entre ambos tiempos
se juega el crecimiento del Reino de Dios en este mundo.
La parábola ilumina así, ante todo, la misión de Jesús y su condición
mesiánica. En contraste con las expectativas de muchos, entre los que se
puede contar incluso Juan Bautista, que esperaban un Mesías juez escatológico
para que pronunciara el juicio definitivo de Dios sobre la historia, Jesús
asume una actitud muy diferente. Anuncia la buena nueva y constata cómo,
ofreciendo la salvación de Dios a los pecadores y teniendo paciencia con
ellos, se van abriendo a la misericordia, se convierten y cambian de vida.
No es, pues, el caso de precipitarlo todo pretendiendo abreviar el tiempo de
la misericordia de Dios. Además ello daría una falsa imagen del mismo, que
es justo sí y castiga las faltas hasta la cuarta generación, pero es sobre
todo clemente y misericordioso y tiene paciencia hasta mil generaciones.
"Lento a la ira y lleno de amor" (Salmo).
La interpretación de la parábola que, según el evangelista, Jesús ofrece
a sus discípulos, de forma privada ya en casa, quizá sea, como en el caso de
la del sembrador, más bien la aplicación que habitualmente hacía de la misma,
la primera comunidad cristiana. Sea como fuere, se nota un desplazamiento del
acento desde la comprensión de la misión mesiánica de Jesús hacia el destino
final que espera a buenos y malos en el juicio de Dios. Desde esa posición
la llamada a la conversión en el tiempo de la Iglesia se hacía más
apremiante.

La semilla y la levadura
La mirada nazarena al texto evangélico nos hace hoy considerar con mayor
atención las dos pequeñas parábolas que siguen a la de la cizaña. También
ellas revelan una dimensión importante del Reino de Dios.
Estas dos parábolas pretenden también corregir la falsa idea de que el
Reino de Dios tiene que instaurarse entre los hombres con gran potencia
externa o de manera precipitada. De rechazo esa concepciones falsean la
imagen del Mesías que anuncia ese Reino y el significado de su obra.
La clave de interpretación de ambas parábolas se cifra en el contraste
pequeño-grande. Pequeño es el grano de mostaza, "la más pequeña de todas las
semillas", y poca es la levadura que usa la mujer para hacer el pan. Grande
es el árbol capaz de cobijar a muchos pájaros y grande es la masa fermentada
en comparación con la cantidad de levadura.
Ambas parábolas reflejan de modo admirable el maravilloso modo de actuar
de Dios que lleva a cabo su plan con medios aparentemente desproporcionados
a su fin. Es lo que María canta en el Magníficat ya en los albores de la
salvación traída por Cristo.
Estas parábolas nos hablan también, en la concisión de la imagen, de la
experiencia humana de Jesús. Él veía cómo en su persona, a pesar de los
orígenes humildes (y aquí podemos incluir todo el período de su vida
escondida en Nazaret) iba tomando cuerpo una realidad maravillosa. Hasta el
anuncio de la buena nueva poco se veía, pero él sabía y notaba que aquello
podía tomar proporciones insospechadas. Bastaba dejarlo crecer...
Él había visto cómo el anuncio de la buena nueva salvadora parecía ser
cosa de poco, pero puesta en un corazón que la acoge con buena voluntad, es
capaz de transformar la vida entera. Lo había visto en los discípulos que lo
seguían, en los pecadores que se convertían, en la gente que aceptaba su
Palabra... No se trataba, pues, de impacientarse y arrebatar la cosecha. Él
había sabido esperar mucho tiempo hasta empezar a sembrar el anuncio del
Reino, tenía que saber esperar ahora a que la semilla germine, crezca, madure
y dé fruto. Esa esperanza no podía dejar lugar a que la desilusión hiciera
mella en su corazón, sino más bien impulsarlo a darlo todo, incluso la propia
vida, para que la obra de Dios que había comenzado, llegara a cumplirse del
todo.
La parábola de la levadura, que pone de relieve el dinamismo del Reino de
Dios en la oscuridad y el silencio, cuando aún no se ve ningún resultado,
valoriza de forma significativa el silencio de Nazaret y todos los momentos
de la vida de Jesús, incluido el silencio de los tres días en la tumba, en
los que parece que nada acontece y, sin embargo, todo está fermentando.

Padre bueno, que nos sorprendes siempre
con tu sabiduría infinita,
te bendecimos con el Espíritu Santo,
que gime en nosotros
y nos asegura que somos tus hijos.
Te bendecimos por Jesús,
que ha elegido el camino de la humildad,
de la paciencia y del silencio
para anunciar con su vida y con su palabra
tu infinita paciencia con todos.
Danos un corazón abierto
que deje crecer la semilla
y espere sin cansarse
el momento dispuesto por ti
para que se manifieste tu obra.


Paciencia
El Reino de Dios, su acción salvadora no es una doctrina abstracta, es
una realidad que está creciendo constantemente en el mundo, aunque a veces
no sepamos verlo. La Palabra de Dios nos invita hoy a convertirnos a esa
actitud paciente del dueño del campo que refleja la de Dios mismo.
Esto no significa renunciar a ver el mal. El maligno est también
trabajando en el mundo y siembra su cizaña siempre que puede. La invitación
a la paciencia no significa cerrar los ojos ante las situaciones concretas
que deben ser mejoradas, ni a resignarse ante el mal como si no supiéramos
que al final la cizaña será quemada. El dueño del campo sabe que no todo es
trigo limpio, pero quiere que sus siervos no se precipiten, sino que asuman
la totalidad del plan que Él tiene. El conocimiento de la totalidad de ese
plan es lo que les debe infundir serenidad y paciencia.
Ese abandono a la forma de proceder de Dios, pide al discípulo de Jesús
una fuerza interior capaz de imponerse a los juicios precipitados sobre las
situaciones y personas, a ejercitar constantemente el discernimiento para no
dejarse engañar por las apariencias y algunas veces a tener la valentía de
callar, aun sabiendo a donde van a parar ciertos modos de proceder.
Existe siempre, sin embargo la tentación de precipitarse y de ser
impacientes. Se manifiesta en el deseo de imponer el bien y la verdad a toda
costa. Tal actitud puede llegar a ser opresora e intolerante, llegando a
provocar el rechazo del evangelio y de los mismos valores del Reino en vez
de suscitar la adhesión convencida de las personas.
Una llamada especial hace el evangelio de hoy a los padres y educadores
y a quienes tienen la responsabilidad de formar a otros. Hay que respetar los
tiempos de maduración, que siempre parecen lentos. Hay que dejar que la
levadura pueda terminar todo su proceso de fermentación para cocer el pan y
poderlo presentar como alimento; si no, se corre el riesgo de estropearlo
todo.

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10 de julio de 2011 - TO - DOMINGO XV - Ciclo A

"La semilla es la Palabra de Dios"

-Is 55,10-11 -Sal 64 -Rom 8,18-23 -Mt 13,1-23

Mateo 13,1-23

Salió Jesús de casa y se sentó junto al lago. Y acudió a Él tanta gente,
que tuvo que subirse a una barca; se sentó y la gente se quedó en pie a la
orilla. Les habló mucho rato en parábolas:
-Salió el sembrador a sembrar. Al sembrar, un poco cayó al borde del
camino; vinieron los pájaros y se lo comieron. Otro poco cayó en terreno
pedregoso, donde apenas tenía tierra, y como la tierra no era profunda brotó
enseguida; pero, en cuanto salió el sol, se abrasó y por falta de raíz se
secó. Otro poco cayó entre zarzas, que crecieron y lo ahogaron. El resto cayó
en tierra buena y dio grano: unos ciento, otros sesenta, otros treinta. El
que tenga oídos, que oiga.
Se le acercaron los discípulos y le preguntaron:
-¿Por qué les hablas en parábolas?
El les contestó:
-A vosotros se os ha concedido conocer los secretos del Reino de los
cielos, y a ellos no. Porque al que tiene se le dará y tendrá de sobra, y al
que no tiene, se le quitará hasta lo que tiene. Por eso les hablo en parábo-
las, porque miran, sin ver, y escuchan, sin oír ni entender. Así se cumplirá
en ellos la profecía de Isaías: "Oiréis con los oídos, sin entender; miraréis
con los ojos, sin ver; porque está embotado el corazón de este pueblo, son
duros de oído, han cerrado los ojos; para no ver con los ojos, ni oír con los
oídos, ni entender con el corazón, ni convertirse para que yo los cure". Di-
chosos vuestros ojos porque ven, y vuestros oídos porque oyen. Os aseguro que
muchos profetas y justos desearon ver lo que veis vosotros, y no lo vieron,
y oír lo que oís y no lo oyeron. Vosotros oíd lo que significa la parábola
del sembrador: Si uno escucha la Palabra del Reino sin entenderla, viene el
Maligno y roba lo sembrado en su corazón. Esto significa lo sembrado al borde
del camino. Lo sembrado en terreno pedregoso significa el que la escucha y
la acepta enseguida con alegría; pero no tiene raíces, es inconstante, y,
en cuanto viene una dificultad o persecución por la Palabra, sucumbe. Lo
sembrado entre zarzas significa el que escucha la Palabra; pero los afanes
de la vida y la seducción de las riquezas la ahogan y se queda estéril. Lo
sembrado en tierra buena significa el que escucha la Palabra y la entiende;
ése dará fruto y producirá ciento o sesenta o treinta por uno.

Comentario
Después de haber leído en el evangelio de Mateo el discurso de la montaña
(caps. 5-7) y el discurso de la misión apostólica (cap. 10), encontramos en
el cap. 13 el discurso de las parábolas. Con la primera de ellas, la del
sembrador, que leemos este domingo, el evangelista nos descubre también el
motivo del lenguaje parabólico empleado por Jesús.
El texto de hoy comprende una introducción narrativa que presenta a Jesús
en actitud docente, en un ambiente alejado del lugar habitual de residencia
de la gente (el mar) y rodeado de dos categorías de personas: la multitud
(más bien hostil a Jesús en esta parte del evangelio de Mateo) y los
discípulos. Viene después la parábola propiamente dicha, que examinaremos con
más detalle. Sigue un intermedio en el que Jesús explica las razones de su
hablar en parábolas y a continuación el evangelista ofrece la explicación de
la parábola. Los comentaristas dicen que esta última parte no puede
atribuirse al Jesús histórico sino que sería la explicación que la comunidad
primitiva daba habitualmente de las palabras del Maestro.
Si nos fijamos en la parábola propiamente dicha, podemos subrayar los
tres actores principales: el sembrador, la semilla y los diferentes tipos de
tierra que producen fruto en medida diferente. Nosotros concentraremos la
atención ahora sólo en la semilla.
En la narración se pone el acento en su fecundidad. A pesar de que parte
de ella se pierda por falta de acogida, cuando encuentra el terreno adecuado,
la semilla germina y da fruto. El fracaso repetido se interrumpe de modo
sorprendente al final de la narración; cuando todo parece perdido aparece la
tierra buena y se da el éxito final de la siembra e indirectamente del
sembrador. La semilla (identificada con la Palabra de Dios en la
interpretación) es presentada como conteniendo una virtud propia, un poder
germinador que es independiente del suelo donde cae, pero que necesita de un
lugar donde arraigar.
A subrayar ese poder autónomo de la Palabra contribuye la lectura de la
parábola que se hace en la liturgia ya que viene precedida por el texto de
Isaías que describe el ciclo de la Palabra y su fecundidad. El profeta la
compara con la lluvia que penetra, fecunda la tierra y la hace producir sus
frutos para regresar al lugar donde reside, según la concepción cosmológica
antigua.
La dificultad de la germinación y la tardanza en producir el fruto
encuentra eco, incluso en dimensiones cósmicas, en la 2ª. lectura. La realidad
germinal de la salvación traída por Cristo reclama la manifestación gloriosa
y el cumplimiento total de lo que es ya una realidad en el hombre bautizado
y en el mundo en cuanto tal.

El sembrador
La meditación del evangelio desde Nazaret nos lleva a fijar la mirada
ahora más bien en el sembrador de la parábola. En realidad todas las
parábolas, al hablarnos del Reino de Dios, nos dicen también algo acerca de
Jesús mismo que lo anuncia y lo personaliza en sí mismo.
En el caso de la parábola del sembrador de lo que se habla en primer
término es de la experiencia misionera de Jesús. El salió de Nazaret para
anunciar la buena nueva como buen sembrador y sembró abundantemente la
palabra de salvación en su tierra de Galilea. Tras un cierto éxito inicial,
y prueba de ello es el gentío que tiene delante cuando habla, empieza a ver
cómo lo que dice encuentra muchas resistencias para arraigar de verdad en la
gente y para que llegue a dar fruto. Los relatos evangélicos testimonian
ampliamente como a medida que pasa el tiempo el panorama se va ensombrecien-
do. Hay quienes no comprenden lo que dice, su corazón es duro como la tierra
de un camino; el diablo parece llevarse lo que Él había depositado; después
de haberlo seguido un instante muchos lo abandonan. Hay quienes acogen su
mensaje con alegría, muestran incluso deseos de seguirlo, todo hace pensar
que seguirán adelante, pero apenas llega la hora de la prueba se muestran
flojos o bien son otras preocupaciones las que se encargan de sofocar una
planta que prometía... Muchas veces la experiencia del profeta, del
anunciador de la buena nueva es desalentadora.
Pero cuando todo parece perdido, y en eso está el aspecto que podríamos
llamar profético de la parábola, cambia todo, se da una acogida y una
fecundidad insospechada, la tierra da su fruto. También esto trasluce la
experiencia de Jesús. Cuando las multitudes le vuelven la espalda y hasta
piden su condena a muerte, cuando hasta sus discípulos lo abandonan, cuanto
parece que todo va a terminar en un fracaso he aquí que la palabra empieza
a multiplicarse y sale de Jerusalén para llegar hasta los confines de la
tierra. Jesús vio al ejercer su actividad evangelizadora cómo al lado de la
cerrazón de algunos, otras gentes sencillas se iban abriendo a su palabra y,
aun en medio de muchas resistencias y dificultades, supo con certeza que un
día su mensaje se abriría camino.
En realidad Jesús está expresando en la parábola su experiencia humana
más profunda. Consciente de poseer y de tener que anunciar el amor del Padre,
el mensaje de salvación, toca con la mano la lentitud, la inconstancia, la
dureza del corazón humano. Encontramos así una prolongación de su camino de
encarnación que tantos años había durado en Nazaret. Y encontramos también
un anuncio de lo que será su experiencia definitiva de abandono en las manos
del Padre cuando llegue el momento de la muerte, como grano caído en tierra.
En eso consiste la experiencia del sembrador: echar la semilla en tierra
con una gran esperanza, una esperanza que no se doblega ni ante las
apariencias de esterilidad ni ante la dureza de la tierra, sino que confía
totalmente en quien le asignó la misión y en la fuerza misma del mensaje.

Señor Jesús, Palabra de Dios,
tú has sido sembrado en nuestra tierra
y has experimentado en tu vida
toda la resistencia y oposición
que nosotros ponemos para dejarte germinar.
Danos tu Espíritu Santo
que rompa la dureza de nuestro corazón
para que nuestros ojos te vean
y nuestros oídos te escuchen.
Así podremos dar los frutos
que el Padre espera de nosotros.
Que la esperanza de la cosecha
venza en nosotros la duda y el abatimiento
ante la lentitud y las dificultades
con las que tropieza el Reino.

La tierra
La donación gratuita y generosa por parte de Dios, que ha sembrado
abundantemente su Palabra, la fuerza germinadora que ésta lleva en sí misma,
la difusión del Evangelio en el mundo, prueba inequívoca de que la misión de
Jesús no ha sido vana, no debe hacernos olvidar el otro actor de la parábola:
la tierra.
La interpretación de la parábola que ofrece el texto mismo del evangelio,
pone el acento precisamente en los diversos modos de acoger la semilla; se
da por descontado la generosidad del sembrador y la bondad de la semilla.
El punto clave de la acogida está en el "comprender" la Palabra. Todas
las personas representadas por los tipos de tierra que no dan fruto
"escuchan" la Palabra, pero sólo quien escucha y comprende es tierra buena.
De ahí la importancia de las palabras de Jesús sobre el ver sin ver y el oír
sin oír ni comprender, que marcan la neta diferencia entre la Palabra
sembrada y la Palabra acogida. Es la línea sutil que separa el creer del no
creer. El evangelio no busca las razones de esa distinción: a unos es dado
a otros no. Daría la impresión incluso que en nada depende de las personas.
En realidad, si leemos bien el texto de Isaías 6,9-10, al que remite la
expresión evangélica (Cfr. v. 13) encontramos la explicación. Se trata de
aquellos que por tener un corazón endurecido no pueden ver ni oír. Son
quienes de forma explícita y consciente rechazan la conversión. No son quie-
nes no ven u oyen, sino quienes no quieren ver ni oír.
La parábola pone el dedo en la llaga de lo que significa acoger o
rechazar la salvación que es ofrecida gratuitamente por Dios. Por eso Jesús
declara dichosos a sus discípulos, porque "ven" y "oyen".

Los porcentajes en el rendimiento de cada terreno, desde este punto
de vista, tienen una importancia secundaria. Se diría que el sembrador se contenta
con lo que cada uno buenamente puede dar. La oposición principal se produce
entre la tierra buena (solo una) y los diferentes tipos de tierra baldía (que
son tres).
La tradición cristiana ha visto siempre en los diferentes tipos de
tierra, los diferentes modos de responder a la gracia de Dios. Hay siempre
en ello un más y un menos del que depende no sólo la suerte personal de cada
uno -"cada uno recogerá según lo que haya sembrado" (Gal 6,6)- sino el
progreso del Reino de Dios en este mundo.

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