VOLVER A NAZARET. Teodoro Berzal hsf

3 de julio de 2011 - XIV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

"Soy sencillo y humilde"

Mateo 11,25-30

Jesús exclamó:
-Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has
ocultado estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la
gente sencilla. Sí, Padre, así te ha parecido mejor.
Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el
Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo
quiera revelar. Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados y yo
os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de
corazón, y encontraréis vuestro descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi
carga ligera.

Comentario

En el cap. 11 de S. Mateo encontramos diversas reacciones ante la persona
y el mensaje de Jesús. Como contrapunto de quienes lo rechazan o de quienes
no saben distinguir el momento histórico excepcional que están viviendo,
aparece el grupo de los humildes y sencillos que dan fe a sus palabras. Este
misterio de la sabiduría de los sencillos viene presentado por el texto que
leemos hoy en tres pasos sucesivos.
La primera unidad comprende la exclamación orante de Jesús que bendice al
Padre por su designio de revelación. Paradójicamente quedan fuera de él
quienes mejor podían entenderlo. Por el contrario penetran en él quienes
menos dotados estaban para ello, los pequeños. Se ratifica así una constante
de la historia de la salvación que en los tiempos del Mesías llegó al grado
sumo.
En la segunda parte del texto, formada por los vv. 26 y 27, Jesús, en tono
solemne, se presenta Él mismo como uno de estos "pequeños" que conoce, de
modo perfecto y exclusivo, el misterio del Padre. "Conocer" indica esa
relación de intimidad y recíproca donación que constituye el fondo del amor
trinitario. La simetría respecto al conocer indica la igualdad de las
personas en la esencia divina. De rechazo indica también la necesidad
absoluta de pasar por Jesús para entrar en la intimidad de la vida divina.
Esa revelación se presenta como un acto gratuito, fruto de la generosidad del
Hijo, quien en su condición humana revela los secretos de Dios. La única
condición parece ser esa "pequeñez" o sencillez de la que antes se ha hecho
mención.
La parte conclusiva es una cálida invitación personal a los cansados y
oprimidos para buscar el descanso, la renovación y el consuelo en Jesús
mismo. ¿Pero de qué tipo de cansancio y opresión se trata? La respuesta
parece venir dada por las palabras que figuran a continuación en el texto.
Veamos por qué. En la tradición del Antiguo Testamento la ley divina se
consideraba como un "yugo" (Cfr Jer 2, 20; Eclo 51,21). La interpretación
rigorista de los fariseos había acentuado su carácter opresor al
desarrollarla en numerosos preceptos imposibles de cumplir para la gente
sencilla. Jesús, identificándose con éstos últimos ("soy humilde y sencillo")
propone otro camino. Se trata de penetrar en el espíritu mismo de la ley y
ver su cumplimiento no tanto como la realización de una exigencia externa,
cuanto la expresión de un corazón que pertenece por entero al Señor. De este
modo, todo aparece más fácil y ligero. Jesús mismo se presenta como modelo
de esa forma de ser ("aprended de mí") que consiste en aceptar con corazón
humilde el amor del Padre y responderle entregando la vida por todos.

"Miró la humildad de su sierva"

El corazón humilde y sencillo de Jesús se formó en Nazaret, en la casa de
María, la sierva del Señor, y de S. José.
La primera lectura de este domingo, tomada del profeta Zacarías, nos da
perfectamente la identidad de ese Mesías, a la vez débil y fuerte, sencillo
y humilde que corresponde a las características de quien vivió en Nazaret
durante treinta años.
El texto de Zacarías comienza con una invitación a la alegría y a la
aclamación a Dios por la llegada del Mesías. Esa alegría y exultación están
motivadas por la intervención salvadora de Dios al final de los tiempos, pero
también porque el Salvador que llega corresponde a la esperanza de los más
humildes.
El Mesías esperado es presentado como justo y victorioso, pero su figura
no tiene nada de triunfalista. Más adelante el profeta lo presentará bajo la
figura del "pastor golpeado" (11,4-17), de quien ha sido "traspasado", de
alguien por quien se hace luto, como cuando muere el hijo único (12,10-12).
En contraste con otras expectativas, el profeta presenta al Mesías en su
entrada triunfal cabalgando sobre un asno, animal tranquilo y trabajador,
símbolo de la humildad de la vida cotidiana. Pero a pesar de esa actitud
mansa y humilde, ser ese Mesías quien eliminará las armas de la guerra no
sólo en Jerusalén, sino en todo el territorio de Israel. Con Él llegará la
paz. Y ese es precisamente el motivo del júbilo: el hecho de que Dios cumple
su promesa por medios inesperados y aparentemente inadecuados a la grandeza
del resultado. Así aparece con más claridad que es Él quien salva.
Esa figura de Mesías es la que Jesús fue "encarnando" y asimilando
progresivamente en el ambiente humilde de Nazaret. Ese trabajo lento de ir
descubriendo como hombre la raíz más auténtica de la esperanza de su pueblo,
fue plasmando su figura y sus actitudes más profundas: ese corazón sencillo
y humilde del que hoy descubrimos la grandeza en el evangelio.

Sin duda hubiera podido llegar a todo eso en un instante, pero nosotros
sabemos, contemplando el misterio de Nazaret, que el designio de Dios era
otro. Jesús fue creciendo... Y es que las actitudes más profundas del alma
humana exigen irse formando poco a poco, ir impregnándose paulatinamente del
ambiente humano en que se vive para desarrollar las potencialidades la
persona. El tiempo de Nazaret fue decisivo seguramente para la formación de
la personalidad humana de Jesús, para ser alguien capaz de asimilar las
mejores esperanzas de su pueblo, para comprender el cansancio, la aflicción
y la opresión en que vive tanta gente y también para saber cómo el orgullo
puede cerrar el corazón humano para rechazar incluso a Dios y oscurecer la
inteligencia hasta no comprender las cosas más sencillas...
El corazón humilde de Jesús se forjó en la humildad de Nazaret.

Te bendecimos, Padre,
lento a la ira y grande en el amor,
porque te has manifestado en Jesús,
el Mesías humilde y pacifico.
En Él acoges a cuantos están cansados y oprimidos
y les ofreces la salvación.
Danos el Espíritu de amor
que vaya transformando nuestro corazón
a imagen del de tu Hijo,
para que en Él aprendamos a conocerte
y sepamos acoger y confortar de verdad
a cuantos piden nuestro apoyo.
Recuérdanos siempre cómo hemos sido nosotros
acogidos por ti,
para que no impongamos a los demás cargas
más pesadas de las que nosotros mismos
estamos dispuestos a llevar.

El Espíritu da vida

Aprender a conocer a Jesús, entrar en intimidad con Él, conocer sus
actitudes profundas, no es algo que la inteligencia, el estudio, el dominio
del saber puedan dar por sí solos. "Si uno no tiene el Espíritu de Cristo,
no le pertenece" (Rom. 8, 9). Es el Espíritu Santo, en efecto, que ha sido
dado al cristiano en el bautismo y en la confirmación, quien le guía en esa
tarea constante de conocimiento e identificación con Cristo.
El primer paso consiste en descubrir cómo nuestra salvación y la de todos
los hombres es fruto de la humildad y de la humillación de Jesús. "Él, a
pesar de su condición divina, no se aferró a su categoría de Dios; al
contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, haciéndose
uno de tantos..." (Fil 2,5-7). No es fácil admitir eso; si uno se deja llevar
por la lógica del mundo o de la carne, parece más bien una locura, siguiendo
la expresión de S. Pablo.
Pero el mismo S. Pablo exhorta a los cristianos a tener los mismos
sentimientos que Cristo y precisamente en ese acto de su abajamiento y
humillación. Tener los mismos sentimientos supone un conocimiento y una
identificación con Cristo que sólo el Padre puede dar por medio del Espíritu
Santo. Es la gran audacia, y al mismo tiempo, el gran privilegio de los que
son humildes.
Existe un paralelismo entre la actitud de quienes, encerrados en su
propia inteligencia, no saben descubrir los secretos del misterio de Dios y
la existencia "en la carne" de que habla S. Pablo, que rechaza la acción del
Espíritu Santo. El Cristiano está llamado a dejar vivificar toda su
existencia por el soplo del Espíritu Santo y a poner toda su conducta bajo
ese influjo.
Esa docilidad coincide exactamente con la sencillez evangélica de los
pequeños, que se fían de Dios más que de las propias fuerzas y que quieren
compartir la suerte de Jesús.
Todo ello supone en nosotros un esfuerzo para dejarnos desarmar de nuestras
categoría exclusivamente humanas y de nuestros modos de pensar para entrar
en esa sumisión al Espíritu Santo que llevará nuestro corazón a ser cada vez
más semejante al de Jesús.

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26 de junio de 2011 - SOLEMNIDAD DEL CUERPO Y SANGRE DE CRISTO

"El pan vivo"

Deuteronomio 8,2-3. 14b-16a
Habló Moisés al pueblo y dijo:
-Recuerda el camino que el Señor tu Dios te ha hecho recorrer estos
cuarenta años por el desierto, para afligirte, para ponerte a prueba y cono-
cer tus intenciones: si guardas sus preceptos o no. El te afligió haciéndote
pasar hambre y después te alimentó con el maná --que tú no conocías ni cono-
cieron tus padres-- para enseñarte que no sólo de pan vive el hombre, sino
de todo cuanto sale de la boca de Dios. No sea que te olvides del Señor tu
Dios, que te sacó de Egipto, de la esclavitud, que te hizo recorrer aquel
desierto inmenso y terrible, con dragones y alacranes, un sequedal sin una
gota de agua; que sacó agua para ti de une roca de pedernal; que te alimentó
en el desierto con un maná que no conocían tus padres.

I Corintios 10,16-17
Hermanos: El cáliz de nuestra Acción de Gracias, ¿no nos une a todos en
la sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no nos une a todos en el cuerpo
de Cristo?
El pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos formamos un solo
cuerpo, porque comemos todos del mismo pan.

Juan 6,51-59
Dijo Jesús a los judíos:
-Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo: el que come de este pan
vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo.
Disputaban entonces los judíos entre sí:
-¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?
Entonces Jesús les dijo:
-Os aseguro que, si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su
sangre no tendréis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre
tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día.
Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida.
El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él.
El Padre que vive me ha enviado y yo vivo por el Padre; del mismo modo,
el que me come vivirá por mí.
Este es el pan que ha bajado del cielo; no como el de vuestros padres,
que lo comieron y murieron: el que come este pan vivirá para siempre.

Comentario
Dentro de la riqueza inmensa de significados que tiene la fiesta de hoy,
la liturgia mediante las lecturas y preces, se fija sobre todo en la pre-
sencia "verdadera" de Cristo en la eucaristía y en la comunión vital con Él
a la que los creyentes están llamados. En los otros ciclos litúrgicos se
insiste más en la eucaristía como memorial de la nueva alianza (ciclo B) y
en los compromisos que implica la comunión de vida con Cristo (ciclo C).
El texto del evangelio, tomado de la parte final del discurso en la
sinagoga de Cafarnaún, acentúa el significado eucarístico de toda la
explicación dada por Jesús al milagro de la multiplicación de los panes.
Jesús se presenta como el verdadero pan venido del cielo, en contraste
con el maná que los israelitas habían comido en el desierto. Por eso la
liturgia explicita el primer término de la comparación con la 1ª. lectura,
sacada del Deuteronomio. En ella, cuando ya el pueblo se encontraba bien
afincado en su tierra, el autor sagrado recuerda a sus contemporáneos el
tiempo del desierto: tiempo de prueba y dificultad, pero también tiempo de
fidelidad y de dependencia total (incluso para la comida diaria) de quien
había sacado al pueblo de Egipto. La alternancia prueba-don pone de
manifiesto la pedagogía divina que quiere conocer las profundidades del
corazón humano y al mismo tiempo se ofrece como única alternativa a la
tentación de la tierra.
En el texto del Nuevo Testamento se dejan de lado muchas conotaciones del
episodio del maná para seleccionar los dos significados que más interesan:
el maná era un alimento perecedero (sólo duraba un día) y quienes lo
comieron, murieron antes de entrar en la tierra prometida.
Por contraste, Jesús se presenta como el pan vivo y asegura la vida para
siempre a quienes se nutran de ‚l.
Lo sorprendente, para quienes escuchaban a Jesús en sentido negativo, y
positivo para quien tiene fe, es que la expresión "dar el pan" se transforma
a lo largo del discurso en "ser el pan". Esto lleva a una interpretación
sacramental de todo el pasaje. De modo que ese nuevo pan vivo puede ser
también comido. El texto original acentúa incluso la materialidad del acto
de comer. En el se saborea el nuevo manjar que es la carne y la sangre del
Hijo del Hombre. La "carne y la sangre" significa la totalidad de la persona
entregada como alimento. Es esa disponibilidad y entrega la que permite a los
comensales entrar en esa comunión profunda con Jesús que les asegura la vida
eterna.
La 2ª. lectura subraya ulteriormente esa dimensión de comunión que se
produce también con los demás al compartir el mismo pan.

Sacramento y encarnación
"Lo que era visible en nuestro Salvador, dice S. León Magno, ha pasado a
sus misterios". Y S. Gregorio: "Lo que era visible en Cristo pasó a los
sacramentos de la Iglesia".
En la historia de la salvación hay una progresión según la cual la
presencia de Dios se hace cada vez más tangible en medio de su pueblo. En esa
línea el punto culminante es la encarnación del Verbo en el seno de la Virgen
María por obra del Espíritu Santo. El Verbo se hace carne, se hace "imagen
visible del Dios invisible" (Col 1,15), "reflejo de su gloria e impronta de
su ser"(Heb 1,3). La venida de Dios en Jesucristo inaugura la etapa
sacramental de la historia de la salvación. Podemos decir, en efecto, que
Jesús es el "sacramento" del Padre. Lo visible es signo de lo invisible, lo
material se convierte en signo de lo espiritual; se abre así un nuevo camino
de acceso a Dios a quien "nadie ha visto jamás" (Jn 1,18).
Es fundamental el paso de la encarnación para la economía sacramental. Si
bien es cierto que a través de los sacramentos Cristo se hace presente en
virtud de la fuerza salvadora del misterio pascual, la encarnación se
presenta como la condición indispensable y el paso previo para llegar a la
donación sacramental. El paso del signo-cuerpo humano de Jesús al "signo-pan
y vino", como se presenta en el sacramento, representa una continuidad que,
en la oscuridad de la fe, explica de algún modo la dinámica de la acción sal-
vadora de Dios.
Podemos decir incluso que la presencia de Cristo en los signos
sacramentales de la Iglesia pone de manifiesto la irremediable limitación y
provisionalidad de la encarnación, en cuanto el cuerpo de Jesús estaba
sometido a las mismas coordenadas de tiempo y de lugar que todos los demás.
En comparación con la amplitud de los tiempos, de las generaciones y
generaciones a las que está destinada la salvación, el número de los que
pudieron "ver y tocar" el signo-cuerpo es ciertamente reducido, casi
insignificante. Por esto, de algún modo, la encarnación reclamaba una forma
de presencia que rompiera los límites del espacio y del tiempo permaneciendo
inmutable la estructura sacramental. Es lo que se realiza en todos los sacra-
mentos y de modo especial en la eucaristía.
La meditación de la encarnación nos ayuda así a dar el paso de la fe que
requiere toda sacramentalidad. Así como en el hombre Jesús de Nazaret vemos
la presencia de Cristo Hijo de Dios, del mismo modo en la humildad del pan,
del vino, del aceite y de los demás signos hemos de ver su misma presencia
actuante y salvadora. La fe debe llevarnos a exclamar con el apóstol: "Es el
Señor" (Jn 21,7).

Señor Jesús, que te has hecho hombre y te has hecho pan,
queremos, con la fuerza del Espíritu Santo,
saber acogerte en nuestra vida
para que se despliegue toda la vitalidad
que has puesto en el sacramento.
Comiendo tu carne y bebiendo tu sangre
queremos asimilar tu forma de vida
para que la nuestra se vaya transformado
a la luz del evangelio
de manera que, reunidos en la misma mesa,
estemos también unidos en la vida
y caminemos con todos los hombres
hacia el banquete del Reino.

Vivir el sacramento
Participar en la Eucaristía significa en primer lugar hacer memoria de un
pasado, el pasado de las maravillas de Dios que culminan en la muerte y
resurrección de Cristo. Ser conscientes de esa dimensión histórica comporta
una gran confianza, pues la eficacia del sacramento está garantizada por el
misterio pascual que ya se ha cumplido y con el que entramos en comunión por
la acción del Espíritu Santo en la Iglesia. Nuestra vida cristiana se
presenta así como una progresiva incorporación al Cristo viviente y operante
a través de los siglos.
Vivir el sacramento implica el "comer" y el "beber", es decir, realizar
los actos concretos que comporta la acción sacramental, la cual necesita de
la colaboración humana para llegar a su término. Y estos gestos no se cumplen
en solitario, sino en solidaridad con quienes comparten la misma fe.
La donación de Cristo que se hizo posible gracias a la encarnación y la
institución del sacramento, es también el camino indicado para que el signo
se cumpla en el creyente. Movido por la fuerza del Espíritu, debe encontrar
el modo concreto de "dejarse comer" en la celebración y en la vida para poder
hacerse de Cristo y de todos.
El papel del Espíritu Santo en la encarnación y en la eucaristía como
creador de vida y de comunión, debería llevarnos a ponernos a su disposición
para que realice la transformación que nuestra vida necesita y para que así
el sacramento produzca su efecto para gloria de Dios Padre.
Viviendo así repetidamente el signo sacramental, aprenderemos a vivir los
otros signos de la presencia de Cristo y de la acción del Espíritu Santo en
nuestra vida y en nuestra historia. Todos esos signos nos llevarán a su
manera a la eucaristía, de mismo modo que ésta afinará nuestra percepción y
nos dará nuevas fuerzas para entrar en ellos y transformar el mundo.

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19 de junio de 2010 - SOLEMNIDAD DE LA SANTISIMA TRINIDAD

"Tanto amó Dios al mundo"

Exodo 34,4b-6. 8-9

En aquellos días, Moisés subió de madrugada al monte Sinaí, como le había
mandado el Señor, llevando en la mano las dos tablas de piedra.
El Señor bajó en la nube y se quedó con él allí, y Moisés pronunció el
nombre del Señor.
El Señor pasó ante él proclamando:
-El Señor es un Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en
clemencia y lealtad.
Moisés al momento se inclinó y se echó por tierra.
Y le dijo:
-Si he obtenido tu favor, que mi Señor vaya con nosotros, aunque este es
un pueblo de cerviz dura; perdona, nuestras culpas y pecados y tómanos como
heredad tuya.

II Corintios 13,11-13

Hermanos: Alegraos, trabajad por vuestra perfección, animaos; tened un
mismo sentir y vivid en paz.
Y el Dios del amor y de la paz estará con vosotros. Saludaos mutuamente
con el beso santo.
Os saludan todos los fieles.
La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del
Espíritu Santo esté siempre con vosotros.

Juan 3,16-18

En aquel tiempo dijo Jesús a Nicodemo:
-Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único, para que no perezca
ninguno de los que creen en Él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no
mandó a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se
salve por Él. El que cree en Él, no será condenado; el que no cree, ya está
condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios.

Comentario

La Iglesia nos conduce a lo largo del año litúrgico a acoger el designio
salvífico del Padre, a entrar en comunión con Cristo y a dejarnos transformar
progresivamente por el Espíritu Santo. Son tres aspectos de la misma
realidad. En la solemnidad de la Santísima Trinidad somos invitados a un
esfuerzo de unificación de nuestra vida cristiana penetrando en la
contemplación de la vida misma de Dios, origen y meta de la iniciativa de la
salvación, de la redención, de la santificación.
Un primer paso podemos darlo con la lectura del Exodo. El cap. 34 nos
sitúa en el acontecimiento de la teofanía del Sinaí. A pesar de la
infidelidad del pueblo de Israel, Dios no renuncia a su proyecto de salvación
y amor, y se manifiesta nuevamente a Moisés. En esta ocasión proclama ante
él su nombre propio YHWH (Yahvé), que previamente le había revelado (Ex 3,13-15).
Pero ahora da un paso más en el camino de la revelación con un gesto y con
una palabra. El gesto es el de acercarse y quedarse con Moisés ("El Señor
bajó de la nube y se quedó allí con él" (Ex 34,5). Y la palabra expresa los
atributos más característicos de su vida íntima: la bondad y la misericordia,
la clemencia y la lealtad.
Si en el Antiguo Testamento Dios se revela como un ser personal, con
quien, como hace Moisés, se puede tratar (aun desde el respeto sumo y la
adoración), en el Nuevo Testamento se manifiesta en la pluralidad de las
personas, descubriéndonos las relaciones que existen entre ellas y con
nosotros. A esto apunta el texto trinitario que leemos hoy en la segunda
lectura. Su parte final, convertida actualmente en saludo litúrgico, señala
bien ese aspecto tripersonal de la vida de Dios y sus relaciones con nosotros
a la vez unitarias y diferenciadas "la gracia de Jesucristo", "el amor de
Dios", "la comunión del Espíritu Santo" (1Co 13,13).
La invitación sucesiva a penetrar en la vida misma de Dios nos viene del
Evangelio. Para entender plenamente el breve pasaje que leemos, habría que
tener en cuenta toda la conversación de Jesús con Nicodemo. Queda, sin
embargo, bien clara la idea de fondo: el amor de Dios, que constituye lo más
profundo de su ser, se revela definitivamente en la entrega del Hijo para que
el mundo se salve. El don del Hijo, más que ninguna otra palabra, pone de
relieve el entendimiento total entre las personas divinas, su mutua
implicación en el ser y en el actuar y la irrevocabilidad de la salvación
concedida al hombre de una vez para siempre. Esa posibilidad de salvación,
ofrecida por el Espíritu Santo a cada hombre en el tiempo, señala el
compromiso de Dios con este mundo, que es obra suya pero que está marcado
también por el pecado del hombre.

La Trinidad

Hablar de Dios como Trinidad de personas en comunión de ser, de vida, de
acción, nos lleva también directamente al corazón del misterio de Nazaret.
La reflexión de la Iglesia sobre la Trinidad divina ha seguido, sobre
todo en Occidente, el método llamado psicológico. Se basa en la observación
de la persona humana en su aspecto más espiritual, para establecer, por
analogía y a partir de los datos de la revelación, cómo es Dios. Ese método
tiene como fundamento el hecho de que el hombre ha sido creado "a imagen de
Dios"; por lo tanto, a partir de la "imagen" podemos acceder a la realidad.
Fue S. Agustín en el tratado De Trinitate quien elaboró ese método para
integrar, en una explicación coherente, los datos del evangelio. Según él,
la actividad humana del conocimiento, que elabora un concepto y se expresa
en una palabra, es la que mejor idea puede darnos, por analogía, del origen
del Verbo en Dios. Por otra parte, el acto del amor humano es lo que más se
asemeja al modo de ser del Espíritu Santo.
Aunque de atribución dudosa, un texto de S. Gregorio de Nyssa explica de
modo gráfico el modo de proceder del método psicológico: "Si quieres conocer
a Dios, conócete antes a ti mismo. Por la comprensión de tu ser, por su
estructura, por lo que hay dentro de ti, podrás conocer a Dios. Entra en ti
mismo, mira en tu alma como en un espejo, descifra su estructura y te verás
a ti mismo como imagen y semejanza de Dios".
La gran autoridad doctrinal de S. Agustín influyó en toda la teología
medieval y escolástica sobre la Trinidad, la cual fue afinando cada vez más
los conceptos y las palabras para expresar sutilmente ese gran misterio.
La tradición de las Iglesias orientales adopta otro punto de vista. Para
ella, el punto de partida es la pluralidad de las personas, vistas en su
distinción y relaciones mutuas, como las presenta la Biblia. De ahí se pasa
a la consideración de la unidad divina. Y desde esa posición se critica a la
teología latina de pretender racionalizar demasiado el misterio.
Existen, sin embargo, posibilidades reales de diálogo y entendimiento
entre las dos formas de ver el mismo misterio. A título de ejemplo recogemos
unas palabras de S. Gregorio Nazianceno que resta importancia a la diversidad
de puntos de vista: "Apenas empiezo a pensar en la Unidad, la Trinidad me
ilumina con esplendor. Apenas empiezo a pensar en la Trinidad, la Unidad se
apodera de mi".
Al método psicológico se le han hecho muchas críticas, sobre todo en
tiempos recientes; pero lo cierto es que no se han elaborado suficientemente
otros, como pudiera ser uno de corte sociológico que tomara en consideración
más que la estructura y funciones del individuo, las relaciones de las
personas entre sí, teniendo siempre presente la incapacidad del lenguaje
humano para hablar del misterio.
En esta última vía, sin duda el núcleo familiar ofrecería las mejores
posibilidades de reflejar de algún modo lo más profundo de la vida divina.
Es de suponer que una teología de ese estilo pudiera también iluminar mejor
la relación existente entre la Sagrada Familia y el misterio de la Trinidad.

Dios Padre bueno, que has roto el silencio
que separaba al hombre de ti
y le has tendido tus manos con misericordia;
Dios que en Jesús te has hecho hombre,
hijo y compañero de camino
hasta dar la vida por nosotros;
Dios Espíritu Santo, que haces presente la fuerza salvadora
del misterio de Cristo en todos los tiempos,
en todos los lugares y situaciones,
reúne a todos los pueblos en una sola familia
que invoque a Dios como Padre,
por medio de Jesús, el Señor,
y construya en este mundo una casa habitable,
a imagen de la del cielo
.

Vida

La Palabra de Dios en la solemnidad de la Santísima Trinidad nos invita
más que a un esfuerzo intelectual para penetrar el significado del dogma, a
entrar en comunión con el misterio. Misterio que se desvela y se realiza en
la historia y es la fuente de nuestra salvación.
La experiencia cristiana auténtica, cuando va madurando, se hace cada vez
más trinitaria. Por eso hemos de preguntarnos cómo va creciendo en nuestra
vida la relación personal con Dios que se nos ha comunicado en Jesús y se nos
hace presente por medio del Espíritu Santo. Veamos ante todo si se trata de
una relación entre personas, donde a pesar de la distancia infinita hay dos
sujetos activos, Dios y yo, dos conciencias despiertas, dos presencias
recíprocas, dos vidas que se entrecruzan, se condicionan, se comparten, se
aman...
Tendríamos que dar luego un nuevo paso para ver como va madurando nuestra
experiencia de relación con un Dios que es pluripersonal. Será bueno
comprobar si nuestro acceso a Dios en la oración va siendo efectivamente cada
vez más, como la Iglesia nos educa en la liturgia, por medio de Jesucristo,
en el Espíritu Santo. Constatemos también si nuestra conciencia de ser
habitados por la Trinidad se va haciendo cada vez más clara hasta establecer
una reciprocidad y habitar nosotros mismos la Trinidad como nuestra casa.
La relación con la Trinidad, cuando es verdadera, devuelve al cristiano
su auténtica imagen de persona. A fuerza de mirarse en la Trinidad, se
comprende cada vez mejor a sí mismo en sus dimensiones más profundas. Puede
comprobar así cómo la medida de su madurez coincide con la de su amor a los
otros y con la generosidad del don que hace de su propia vida.
Se cumple de este modo el ciclo de toda vida cristiana que consiste en
acoger el amor como don de Dios y entregarlo nuevamente a los demás para que
crezca y se multiplique, siendo así "alabanza de la gloria de su gracia" (Ef
1,3-6).

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12 de junio de 2011 - DOMINGO DE PENTECOSTES

"Se llenaron todos de Espíritu Santo"

Hechos 2,1-11

Todos los discípulos estaban juntos el día de Pentecostés. De repente un
ruido del cielo, como un viento recio, resonó en toda la casa donde ese
encontraban. Vieron aparecer unas lenguas, como llamarada, que se repartían,
posándose encima de cada uno. Se llenaron todos de Espíritu Santo y
empezaron a hablar en lenguas extranjeras, cada uno en la lengua que el
Espíritu le sugería.
Se encontraban entonces en Jerusalén judíos devotos de todas las naciones
de la tierra. Al oír el ruido, acudieron en masa y quedaron desconcertados,
porque cada uno los oía hablar en su propio idioma. Enormemente sorprendidos
preguntaban:
-¿No son galileos todos esos que están hablando? Entonces, ¿cómo es que
cada uno los oímos hablar en nuestra lengua nativa?
Entre nosotros hay partos, medos y elamitas, otros vivimos en Mesopo-
tamia, Judea, Capadocia, en el Ponto y en Asia, en Frigia o en Panfilia, en
Egipto o en la zona de Libia que limita con Cirene; algunos somos forasteros
de Roma, otros judíos o prosélitos; también hay cretenses y árabes; y cada
uno los oímos hablar de las maravillas de Dios en nuestra propia lengua.

I Corintios 12,3b-7. 12-13

Hermanos: Nadie puede decir "Jesús es Señor", si no es bajo la acción del
Espíritu Santo.
Hay diversidad de dones, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de
servicios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de funciones, pero un mismo
Dios que obra todo en todos. En cada uno se manifiesta el Espíritu para el
bien común.
Porque, lo mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos
los miembros del cuerpo, a pesar de ser muchos, son un solo cuerpo, así es
también Cristo.
Todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bauti-
zados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Y todos hemos bebido
de un sólo Espíritu.

Juan 20,19-23

Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los
discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. En
esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:
-Paz a vosotros.
Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se
llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:
-Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.
Y dicho esto exhaló el aliento sobre ellos y les dijo:
-Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les
quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.

Comentario

En la solemnidad de Pentecostés las lecturas de la misa están orientadas
a presentarnos la persona y la acción del Espíritu Santo en la Iglesia y en
el mundo.
Para el evangelista Juan hay un primer Pentecostés el día mismo de la
resurrección de Jesús. Según S. Lucas, Jesús promete el Espíritu Santo la
tarde de la Pascua (24,40), pero sólo cuarenta días más tarde se cumple la
promesa.
Como en el II domingo de Pascua hemos leído el mismo evangelio que hoy,
centraremos más nuestra atención en el relato del acontecimiento de
Pentecostés que nos ofrece la 1ª. lectura.
Para los israelitas Pentecostés fue al principio una fiesta agrícola
unida a la recogida de las primeras mieses. Luego se le añadió el significado
de conmemorar la donación de la ley en el Sinaí y recibió el nombre de fiesta
de las semanas después del año 70 de la era cristiana. La coincidencia de la
efusión del Espíritu Santo con esa fiesta subraya la dimensión histórica del
acontecimiento, su inserción en la historia de los hombres.
La parte de la narración que leemos en la liturgia tiene dos núcleos
fundamentales. Ambos subrayan la acción del Espíritu Santo como en dos
círculos concéntricos. En el primero podemos considerar lo que hace el
Espíritu Santo en el cenáculo, donde están reunidos los discípulos de Jesús;
en el segundo lo que hace fuera, donde está la multitud, representante de
todos los pueblos de la tierra.
El narrador subraya que en el cenáculo estaban todos los discípulos de
Jesús. Esa unidad material de la presencia parece ya sugerir la otra unidad
más profunda creada por el Espíritu. Este irrumpe de forma incontrolable,
fuerte, improvisa, para significar que se trata de un don que viene de lo
alto y que mantiene su total libertad. Su acción transformadora en el
interior de las personas se manifiesta exteriormente con el signo del fuego
y con la capacidad de comunicar y de alabar a Dios ("empezaron a hablar
lenguas extranjeras").
Pero también fuera del cenáculo hay una acción del Espíritu Santo. En
contraste con la confusión, fruto del pecado, que se produce en Babel (Gen
11,1-9), el Espíritu Santo escribe ese nuevo código de comunicación que
permite a los hombres entenderse y reconstruir su unidad perdida.
La explosión del Espíritu, que inaugura la misión de la Iglesia, se
produce cuando ambos círculos se encuentran, cuando los apóstoles abandonan
el cenáculo y hablan de las maravillas de Dios a la multitud. En contraste
con los habitantes de Babel, que pretendían no separarse nunca ("para
hacernos famosos y no tener que dispersarnos por la superficie de la tierra",
Gen 9,4), los apóstoles son enviados a "todas las naciones de la tierra", La
acción del Espíritu consiste en que cada uno los entiende en su propia
lengua. Se construye así la comunidad basada en la comunión, que cuenta con
la diversidad de cada persona y de cada pueblo.

Una familia

Proyectada desde siempre por el amor infinito del Padre, realizada por el
Hijo con su venida entre los hombres, la Sagrada Familia es también desde el
principio la obra del Espíritu Santo.
El Espíritu Santo es el gran protagonista de los primeros momentos de la
vida de Jesús, tal y como nos los narra sobre todo el evangelista Lucas.
En el relato de la infancia de Cristo se dice de tres personajes que
estaban llenos del Espíritu Santo: Juan Bautista (Lc 1,15), Isabel, su madre,
(Lc 1,41) y Zacarías, su padre, (Lc 1,67). Otros, como Simeón y Ana son
movidos interiormente por ese mismo Espíritu (Lc 2,26-27). A José se le
anuncia que "la criatura que María lleva en el seno es obra del Espíritu
Santo" (Mt 1,21). Y la acción del Espíritu Santo llega a su ápice en el
momento de la encarnación del Verbo: "El Espíritu Santo bajará sobre ti y la
fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra" (Lc 1,35)
Como en Pentecostés, la acción divina se manifiesta con poder, eliminando
los obstáculos y barreras que se oponían a la fecundidad de Isabel (Lc 1,25)
o que causaban el mutismo de Zacarías, pero, sobre todo, haciendo las
"grandes cosas" de que habla María en el Magnificat. Aparece así evidente que
finalmente Dios, en la plenitud de los tiempos, "ha desplegado el gran poder
de su derecha" (Lc 1,51) y que nada es imposible para Él (Lc 1,37). El
Espíritu Santo, tanto como poder que viene de lo alto, como moviendo a las
personas desde su interior, a veces con evidentes manifestaciones carismá-
ticas, es el sujeto principal de todo lo que se realiza en los albores de la
era mesiánica.
El misterio de Nazaret nos habla de esa acción profunda y duradera del
Espíritu Santo en María y José para construir en la fe y en el amor una
familia entorno a Jesús. Y de Jesús mismo se dice que "fue ungido con la
fuerza del Espíritu Santo" (Hech 10,38).
Fue el Espíritu Santo quien creo la célula germinal que llamamos Sagrada
Familia en su unidad primordial. Si más tarde ese mismo Espíritu reuniría en
unidad con su poder a la gran dispersión de los hombres para formar la
familia de los hijos de Dios, es porque ya en los comienzos (misterio de la
encarnación) había reunido de una dispersión aún mayor a Dios y al hombre en
la persona de Jesús. En torno a esa unidad primera, para prepararla, para
llevarla a cumplimiento, quiso unir también en familia a María y a José. Como
más tarde sucedería con el grupo de los apóstoles, también de su desinte-
gración, de su envío a los demás, nacería una familia más grande, la de los
creyentes en Jesús.

Te bendecimos, Espíritu Santo,
que el Hijo nos ha mandado desde el seno del Padre.
Tú haces de la Iglesia el cuerpo de Cristo
y el sacramento de salvación para los hombres;
Tú que con tus dones y carismas la haces variada y múltiple,
articulada y compacta,
para que pueda ejercer su misión;
Tú, que trabajas también constantemente fuera de la Iglesia
haciendo madurar los tiempos
y conduciéndolo todo hacia el Reino,
por caminos que nosotros ignoramos.
Te pedimos hoy una nueva efusión de tus dones
y un conocimiento cada vez más claro de quién eres tú
y de tu acción
para poder colaborar mejor contigo
.

La unidad

El Espíritu Santo se nos presenta hoy como el gran artífice y constructor
de la unidad en la Iglesia y fuera de ella.
El está en todos los comienzos como fuerza que da vida (comienzo de la
creación del mundo y del hombre, comienzo de la Iglesia), asegurando esa
unidad radical sobre la que se asientan todos los valores y desde la que
parte todo crecimiento. Por eso hemos de ver la unidad en nuestra familia,
en nuestra comunidad, en la Iglesia en primer lugar como un don precioso que
nos viene de Dios. Es un don gratuito que compromete nuestra responsabilidad.
La oración de Jesús era: "Yo les he dado a ellos la gloria que tú me diste,
la de ser uno, como lo somos nosotros, yo unido a ellos y tú conmigo para que
queden realizados en la unidad (Jn 17,22-23).
Hemos de aprender a vivir este don precioso de la unidad en la variedad
de los dones naturales y de la gracia, en la diversidad de los carismas en
la multiplicidad de las situaciones culturales y de los tiempos que nos toca
vivir, si de verdad queremos construir la comunión. Hay una dialéctica
unidad-pluralidad en la que ambos términos se reclaman mutuamente. Tenemos
que aprender no sólo a vivirla con serenidad y equilibrio para pasar del uno
al otro extremo, sino también a buscar apasionadamente la unidad en la
variedad de las manifestaciones del Espíritu. Como cristianos hemos de promo-
ver sinceramente la libertad y belleza de esas formas diversas de encarnar,
de vivir, de servir el evangelio.
Por eso la unidad está también delante de nosotros como una esperanza y
como una tarea siempre inacabada. Sólo cuando "Dios lo será todo en todos"
tendremos la unidad perfecta. Mientras tanto nuestro esfuerzo por construir
la unidad en todos los ámbitos debe dirigirse en un doble sentido:
reconciliación para reconstruir nuestras fracturas internas (personales y
comunitarias) y, llenos del Espíritu Santo, encuentro con todos en la
pluralidad de sus lenguajes y situaciones para reconstruir el tejido de las
relaciones humanas e iluminar el mundo con la luz del evangelio.

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5 de junio de 2011 - SOLEMNIDAD DE LA ASCENSION DEL SEÑOR

"Id y haced discípulos"

Hechos 1,1-11

En mi primer libro, querido Teófilo, escribí de todo lo que Jesús fue
haciendo y enseñando hasta el día en que dio instrucciones a los apóstoles,
que había escogido movido por el Espíritu Santo, y ascendió al cielo. Se les
presentó después de su pasión, dándoles numerosas pruebas de que estaba vivo
y, apareciéndoseles durante cuarenta días, les habló del reino de Dios.
Una vez que comían juntos les recomendó:
-No os alejéis de Jerusalén; aguardad que se cumpla la promesa de mi
Padre, de la que os he hablado, Juan bautizó con agua; dentro de pocos
días, vosotros seréis bautizados con Espíritu Santo.
Ellos lo rodearon preguntándole:
-Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar la soberanía de Israel?
Jesús contestó:
-No os toca a vosotros conocer los tiempos y las fechas que el Padre ha
establecido con su autoridad. Cuando el Espíritu Santo descienda sobre
vosotros, recibiréis fuerza para ser mi testigos en Jerusalén, en toda Judea,
en Samaría y hasta los confines del mundo.
Dicho esto, lo vieron levantarse hasta que una nube se lo quitó de la
vista. Mientras miraban fijos al cielo, viéndolo irse, se les presentaron dos
hombres vestidos de blanco, que les dijeron:
-Galileos, ¿que hacéis ahí plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que
os ha dejado para subir al cielo volverá como le habéis visto marcharse.

Efesios 1,17-23

Hermanos: Que el Dios del Señor nuestro Jesucristo, el Padre de la
gloria, os dé espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo. Ilumine los
ojos de vuestro corazón para que comprendáis cuál es la esperanza a la que
os llama, cuál la riqueza de gloria que da en herencia a los santos y cuál
la extraordinaria grandeza de su poder para nosotros, los que creemos, según
la eficacia de su fuerza poderosa, que desplegó en Cristo, resucitándolo de
entre los muertos y sentándolo a su derecha en el cielo, por encima de todo
principado, potestad, fuerza y dominación, y por encima de todo nombre
conocido, no sólo en este mundo, sino en el futuro.
Y todo lo puso bajo sus pies y lo dio a la Iglesia, como Cabeza, sobre
todo. Ella es su cuerpo, plenitud del que lo acaba todo en todos.

Mateo 28,16-20

Los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había
indicado. Al verlo ellos se postraron, pero algunos vacilaban. Acercándose
a ellos, Jesús les dijo:
-Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra. Id y haced
discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del
Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he
mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del
mundo.

Comentario

La solemnidad de la Ascensión que celebra el último momento de la vida
terrena de Cristo, es también el acto último de su resurrección. El misterio
de Cristo, como es celebrado en el año litúrgico, tiene su primera
manifestación en la Navidad y Epifanía, su momento central en la Pascua con
el complemento natural de la Ascensión y Pentecostés. La Ascensión marca el
comienzo del camino de la Iglesia en la historia y su llamada a dar
testimonio de Cristo hasta los confines del tiempo y del espacio.
Los versículos conclusivos del evangelio de Mateo, además de su
significado propio ya denso, se cargan, leídos en la liturgia de esta fiesta,
de un contenido nuevo. En realidad son la mejor respuesta a la pregunta "¿Qué
hacéis mirando al cielo?" formulada en la 1ª. lectura de la misa.
La última aparición del resucitado encuentra varias versiones según los
evangelistas. El texto de Mateo presenta dos partes bien diferenciadas: una
narración de los hechos y las palabras de Jesús.
En la sobria narración cabe destacar el significado del lugar elegido por
Jesús para manifestarse por última vez: un monte de Galilea. En otras partes
de este mismo evangelio hemos visto ya el significado simbólico de la montaña
como lugar de revelación. También la región de Galilea tiene su importancia
en el evangelio de Mateo: es allí donde Jesús empezó su ministerio y es
también el punto de partida de la misión universal de la Iglesia.
Pero además el Jesús que se presenta a los apóstoles empieza a hablar
recordando la figura docente del sermón de la montaña, tan familiar en el
evangelio de Mateo. Las primeras palabras que Jesús pronuncia, por una parte
hacen eco a un pasaje del libro de Daniel ("Le dieron poder y dominio" 7,14),
referidas al "hijo del hombre", y por otra parecen aludir a las falsas
propuestas del tentador en el desierto (Mt 3,13). Tienen, sin embargo, un
alcance más amplio y universal. La expresión "cielo y tierra" tiene un valor
absoluto que manifiesta a su manera la divinidad de Cristo.
En el mandato misionero ("Id y haced discípulos... ") cabe destacar la
fórmula trinitaria que pone de relieve el don de la vida nueva recibida por
quien se bautiza y el contenido de la fe de quien se hace discípulo de Jesús.
En esa misma línea cabe señalar la importancia que aquí, como en todo el
evangelio de Mateo, tiene la enseñanza, es decir las transmisión del
contenido de la fe. (El evangelio de Lucas acentúa más bien el valor del
testimonio). Lo que Jesús ha enseñado ha sido fundamentalmente el misterio
de Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo y su llamada a entrar en el Reino. Eso
es lo que tendrán que hacer también los apóstoles. El punto de referencia
sigue siendo Él: se trata de hacer discípulos suyos y su presencia misteriosa
acompañará siempre a los enviados.
Hay, pues, una continuidad real entre la misión de Jesús y la de su
Iglesia.

"Yo estoy con vosotros"

Un comentario al evangelio de Mateo concluye con estas palabras: "En el
conjunto del relato pascual hemos notado muchas correspondencias con el
relato de la infancia de Jesús: los nombres de "José" y de "María", la misión
de un José que por una parte introduce a Jesús en la descendencia de David
y de otro José que lo introduce en el reino de los muertos; la misión del
Ángel del Señor; la importancia de Galilea en detrimento de Jerusalén; la
apertura del evangelio a los paganos (los Magos y todas las naciones); las
reticencias y el rechazo de los jefes de los judíos. Y para ilustrar estos
dos paneles el del comienzo y el del final, el nombre prestigioso de Jesús,
el Emmanuel, Dios con nosotros. Esta sorprendente perspectiva confirma la
unidad de la obra de Mateo e ilumina el contenido de su evangelio".
Dentro de ese panorama fijémonos con un poco más de atención en la última
frase del evangelio de Mateo: "Yo estoy con vosotros... " Su resonancia
nazarena es evidente Si el mandato misionero de Jesús, nos ha llevado a
pensar en los días de su vida pública, estas últimas palabras nos llevan a
pensar en su vida en Nazaret.
Los tiempos mesiánicos comienzan cuando las profecías que anuncian la
presencia de Dios mismo en medio de su pueblo, se hacen realidad en Jesús.
"Yo estoy con vosotros, oráculo del Señor" (Ag. 1,13). Mateo al comienzo de
su evangelio ve cumplidas esa profecías con la encarnación de Cristo: "Esto
sucedió para que se cumpliese lo que había dicho el Señor por medio del
profeta: la virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrá por nombre Em-
manuel, que significa Dios con nosotros" (Mt 1,23).
En la encarnación, lo mismo que en el momento de la ascensión, se agudiza
la tensión presencia-ausencia, inmanencia-trascendencia, misterio-historia.
En ambos momentos el paso de una fase de la historia de la salvación a otro
está definido por el modo de presencia de Dios en medio a su pueblo. El
tiempo de la Iglesia se caracteriza por esa presencia escondida de Cristo en
medio de sus discípulos para desarrollar mediante la acción del Espíritu
Santo, toda la virtualidad contenida en el misterio pascual. Si el camino de
la encarnación llevó a Jesús a hacerse compañero de todo hombre compartiendo
con Él su condición humana, comienza ahora un segundo camino de encarnación
en compañía de sus discípulos para acercarse a los hombres de todas las
naciones y hacer que con el bautismo compartan su vida divina.
El "estar con", que María y José‚ vivieron en primera persona durante los
largos años de Nazaret, es imagen de la respuesta de reciprocidad de todo
apóstol que quiera colaborar en la obra de la evangelización. Esa
reciprocidad fue pedida por el mismo Jesús: "Seguid conmigo, que yo seguiré
con vosotros. Si un sarmiento no sigue en la vid, no puede dar fruto" (Jn
15,4).

Te pedimos, Padre, en nombre de Jesús,
el Espíritu Santo para que ilumine nuestros ojos
y podamos comprender la grandeza de tu poder
manifestado en la resurrección y ascensión de Jesús
y para que podamos llevar la verdad del evangelio
a nuestro ambiente y hasta los confines de la tierra.
Que tu Espíritu guíe siempre a la Iglesia
en el camino de penetración del evangelio
en las diversas culturas,
y en la espera paciente de que el mensaje cristiano
vaya siendo asimilado, madure
y dé frutos de santidad y de justicia


Misión

La ausencia física del resucitado coloca a los apóstoles ante el vasto
mundo al que llevar el evangelio para hacer discípulos de Jesús. Después de
dos mil años, la Iglesia, echando una mirada sobre la situación actual, está
cobrando una nueva conciencia de su responsabilidad misionera. "Nuestro
tiempo, testigo de una humanidad en movimiento y en búsqueda, exige un
renovado impulso en la actividad misionera de la Iglesia. Los horizontes y
las posibilidades de la misión se están ensanchando y nosotros los cristianos
estamos llamados a desplegar un valor verdaderamente apostólico que tiene
como fundamento la confianza en el Espíritu Santo. Es Él, en efecto, el
protagonista de la misión" (R. M. 30).
En cualquier situación en que nuestra comunidad cristiana se encuentre
inserta, está llamada a un nuevo impulso evangelizador. Hay situaciones
misioneras de primera línea donde grupos enteros nunca han oído hablar de
Cristo y el evangelio es totalmente desconocido. Hay situaciones en las que
la comunidad cristiana está sólidamente arraigada y produce excelentes frutos
de santidad. Hoy no se puede vivir ninguna situación de forma cerrada. Otros
países, otras culturas, llaman constantemente a una responsabilidad comparti-
da.
El caso más frecuente es, sin embargo, el de una situación intermedia en
la que los bautizados abandonan el camino de la fe, no se sienten miembros
integrantes de la comunidad cristiana, han oído hablar del evangelio pero lo
han olvidado o no hacen nada para llevarlo a la vida. Los "confines de la
tierra", de los que habla el evangelio de hoy, se encuentran muchas veces en
la puerta de nuestra casa y dentro de ella.
Debemos tomar conciencia de que la misión a la que somos llamados
comporta en todos los casos una nueva evangelización. Sólo un nuevo anuncio
del evangelio puede despertar una nueva respuesta en el hombre para comenzar,
o cobrar nuevos ánimos en el camino del discipulado que lleva a la plenitud
de vida trinitaria a la que somos llamados.

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29 de mayo de 2011 - VI DOMINGO DE PASCUA

"Yo le pediré al Padre que os dé otro abogado"

Hechos 8,5-8. 14-17

En aquellos días, Felipe bajó a la ciudad de Samaría y predicaba allí a
Cristo. El gentío escuchaba con aprobación lo que decía Felipe, porque habían
oído hablar de los signos que hacía y los estaban viendo: de muchos poseídos
salían lo espíritus inmundos lanzando gritos, y muchos paralíticos y lisiados
se curaban. La ciudad se llenó de alegría.
Cuando los apóstoles, que estaban en Jerusalén, se enteraron de que
Samaría había recibido la palabra de Dios, enviaron a Pedro y a Juan; ellos
bajaron hasta allí y oraron por los fieles, para que recibieran el Espíritu
Santo; aún no había bajado sobre ninguno, estaban sólo bautizados en el
nombre del Señor Jesús. Entonces les imponían las manos y recibían el
Espíritu Santo.

I Pedro 3,15-18

Hermanos: Glorificad en vuestros corazones a Cristo Señor y estad siempre
prontos para dar razón de vuestra esperanza a todo el que os la pidiere; pero
con mansedumbre y respeto y en buena conciencia, para que en aquello mismo
en que sois calumniados queden confundidos los que denigran vuestras buenas
conductas en Cristo; que mejor es padecer haciendo el bien, si tal es la
voluntad de Dios, que padecer haciendo el mal.
Porque también Cristo murió una vez por los pecados, el justo por los
injustos, para llevarnos a Dios. Murió en la carne, pero volvió a la vida por
el Espíritu.

Juan 14,15-21

Jesús dijo a sus discípulos:
-Si me amáis, guardaréis mis mandamientos. Yo le pediré al Padre que os
dé otro Defensor que esté siempre con vosotros, el Espíritu de la verdad. El
mundo no puede recibirlo porque no lo ve ni lo conoce; vosotros, en cambio,
lo conocéis, porque vive con vosotros y está con vosotros.
No os dejará desamparados, volverá. Dentro de poco el mundo no me verá
pero vosotros me veréis, y viviréis, porque yo sigo viviendo. Entonces
sabréis que yo estoy con mi Padre, vosotros conmigo y yo con vosotros. El que
acepta mis mandamientos y los guarda, ése me ama; al que me ama, lo amará mi
Padre, y yo también lo amaré y me revelaré a él.

Comentario

El evangelio de este domingo es continuación casi inmediata del pre-
cedente. Por tanto habrá que tener presente lo ya dicho para situarlo en su
contexto.
El breve pasaje que leemos hoy se articula en dos partes, las cuales
ponen de manifiesto los dos motivos de consuelo que Jesús ofrece a sus
discípulos ante su próxima desaparición: la promesa del Espíritu Santo y su
propio retorno.
La Iglesia, en la proximidad de la fiesta de Pentecostés, nos lleva en la
liturgia a desplazar nuestra atención hacia la persona del Espíritu Santo.
En varios pasajes de los discursos de la última cena Jesús habla del Espíritu
Santo y en los versículos que hoy leemos encontramos la expresión más clara
de su relación con el mismo Jesús y con el Padre.
El Espíritu Santo es presentado como "otro" abogado (defensor) ya que el
mismo Jesús intercede por nosotros ante el Padre (1Jn 2,1). En los mismos
discursos de la última cena se dice que el Espíritu Santo "procede del Padre"
(Jn 15,26) y que Éste lo enviará en nombre de Jesús (Jn 14,26). El Espíritu
Santo es llamado "Espíritu de verdad" (15,26) y se dice que comunicará a los
discípulos lo que pertenece a Jesús, quien a su vez afirma: "Todo lo que
tiene el Padre es mío" (Jn 16,14).
Todo lo precedente se refiere a las relaciones intratrinitarias. Pero
además el Espíritu Santo cumple respecto a los discípulos de Jesús
importantes funciones: está con ellos y en ellos, es maestro y guía, lleva
a la comprensión del mensaje de Jesús y da la fuerza para ser testigos suyos.
Todo ello puede efectuarse únicamente en quien acoge la palabra de Cristo.
El mundo en cuanto conjunto de situaciones y actitudes contrarias al Reino
de Dios, es incapaz de abrirse a la acción del Espíritu Santo.
Hay una progresión en la presencia y acción del Espíritu Santo en los
creyentes, tal y como nos la presenta el evangelio de hoy, que merece ser
destacada. En el texto original la progresión está señalada por el uso de
tres preposiciones distintas. En el v. 16 Jesús dice que el Espíritu Santo
estará siempre con (=metà) vosotros y en el versículo siguiente que vive ya
con (=parà) vosotros y en (=en) vosotros. Algunos prefieren ver una
progresión temporal atendiendo a las diversas fases del misterio de Cristo:
vida terrena, presencia postpascual y el siempre del tiempo de la Iglesia.
Pero no cabe duda que puede verse también un camino hacia la intimidad de las
personas y de la Iglesia entera.
Esto nos introduce en la segunda parte del texto evangélico que habla del
retorno de Jesús a sus discípulos después de haber muerto. Su presencia
conlleva también la del Padre: "Yo estoy con el Padre, vosotros conmigo y yo
con vosotros". Es la realidad estupenda en la que nos introduce el bautismo
recibido en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. La única
condición es el amor: "Si me amáis... "

"Con ellos"

Nazaret inspira siempre nuestra lectura del Evangelio. La promesa de
Jesús de no dejar desamparados a los discípulos sino de volver con ellos, nos
hace pensar en ese momento clave de su llegada a la mayoría de edad, según
la ley, en el que después de haber proclamado que tiene que estar "en la casa
de su Padre", vuelve con María y José a Nazaret.
Más allá de las coincidencias formales de los textos, está el hecho de la
permanencia de Jesús en Nazaret. Podemos ver en ello un signo claro de la
voluntad de acercamiento de Dios al hombre para salvarlo. El "habitar con"
es una de las experiencias humanas que mejor traducen la comunidad de vida,
el deseo y la posibilidad de llegar a relaciones personales íntimas y
profundas.
Podemos pensar que para Jesús las posibilidades de orientarse por otros
caminos en esos momentos no eran muchas. Más tarde sí lo serían. Cabía la
posibilidad de romper el círculo familiar y emprender un nuevo oficio en vez
de continuar haciendo lo mismo que veía hacer a su padre. Cabía la
posibilidad de comenzar una ocupación más libre, quizá de estudiar (Jn 7,15).
Jesús prefirió seguir la tradición y fue primero aprendiz, luego compañero
y finalmente sucesor de José‚ en el oficio de carpintero. Nunca terminaremos
de comprender el porqué de ese quedarse en Nazaret, de ese volver "con
ellos... "
Leemos también en el evangelio : "Entonces sabréis que yo estoy con mi
Padre, vosotros conmigo y yo con vosotros" (Jn 14,21). María y José tampoco
entendieron en aquel momento qué significaba "estar en la casa del Padre" y
al mismo tiempo vivir con ellos en Nazaret de forma permanente. A la luz de
la resurrección, podemos decir que Jesús vive con el creyente y vive en el
creyente. De manera que es Él mismo, y no sólo su casa, quien es habitado por
Jesús. La reciprocidad de que Él habla ("vosotros conmigo y yo en vosotros"),
nos invita a dar un paso más. Sabemos, en efecto, que si Él viene con
nosotros es para que nosotros vayamos con Él. Y Él es la puerta para entrar
en la casa de la Trinidad. Somos así invitados a una recíproca inhabitación:
la Trinidad en nosotros y nosotros en la Trinidad, habitar y ser habitados...
Todo esto sólo puede efectuarse cuando Jesús está con el Padre, está en
la casa de su Padre y desde allí envía el Espíritu Santo, es decir, en el
tiempo de la Iglesia (En el tiempo de Nazaret). Entonces puede el bajar con
nosotros, como con María y José, a las ocupaciones de la vida ordinaria
mientras dure la condición presente de nuestra historia humana, pero ya
transfigurada por la fe.

Señor Jesús, que estás con el Padre
y al mismo tiempo estás con nosotros,
te bendecimos por el Espíritu Santo
consolador, defensor, abogado,
que tú por la efusión de tu sangre
nos has conseguido y nos has dado con abundancia.
Te pedimos la gracia
de dejarnos guiar por Él en todas nuestras acciones
y de estar atentos a su presencia
que actualiza también la tuya y la del Padre
en nosotros y entre nosotros
.

"Si me amáis... "

El proceso maravilloso descrito en el evangelio de hoy que resume el arco
entero de la vida cristiana hasta en sus mayores profundidades, se
desencadena a partir del amor a Jesús. Ese amor lleva al cumplimiento de sus
mandatos y a acogerlo en nosotros.
Se puede así romper un esquema demasiado intelectualista de la vida del
cristiano que lleva a poner el acento en el conocimiento de las verdades de
la fe. Lo primero es el amor. Es ese el verdadero punto de partida que pone
en movimiento todo lo demás. Hay que recordar, sin embargo, que ese
movimiento primero es fruto de la gracia. Y lo que admitimos fácilmente en
abstracto o cuando se trata de la vida entera de una persona, hemos de
vivirlo también en lo concreto de cada una de nuestras jornadas en la vida
diaria.
Otro prejuicio que este evangelio debería llevarnos a superar es el de la oposición entre amor y cumplimiento de los mandamientos. Una concepción de
la vida cristiana que ve en los mandamientos puras imposiciones que hieren
la libertad de la persona y, en último término, su dignidad, no ayuda a
llegar a la unidad de vida. El evangelio de hoy señala el camino exacto: el
cumplimiento de los mandamientos es expresión del amor. Con esa motivación
de fondo, ninguna obediencia, incluso minuciosa, coarta el desarrollo de la
persona.
Pero sobre todo el evangelio de hoy nos lleva a interpretar nuestra vida
cristiana como comunión y convivencia. Comunión de vida en primer lugar con
y en la Trinidad, que es el fundamento de todo lo demás. Comunión de vida que
es vivir en la comunidad de fe, pero que ofrece ya en esperanza lo que será
la vida eterna, término de nuestro camino. Comunidad de vida que presenta la
posibilidad de un progreso hacia una intimidad cada vez más grande y al mismo
tiempo hacia una extensión cada vez mayor en los compromisos. El "vosotros"
que viene usado constantemente en al evangelio de hoy es una invitación a la
construcción de la comunión contando con los demás. En último término radica
aquí el impulso misionero, pues no se trata de compartir la vida sólo con
quienes tienen la misma fe que nosotros, sino de llamar también a otros.

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22 de mayo de 2011 - V DOMINGO DE PASCUA

"Yo soy el camino, la verdad y la vida"

Hechos 6,1-7

En aquellos días, al crecer el número de los discípulos, los de lengua
griega se quejaron contra los de lengua hebrea, diciendo que en le suministro
diario no atendían a sus viudas. Los apóstoles convocaron al grupo de los
discípulos y les dijeron:
No nos parece bien descuidar la Palabra de Dios para ocuparnos de la
administración. Por tanto, hermanos, escoged a siete de vosotros, hombres de
buena fama, llenos de espíritu de sabiduría, y los encargaremos de esta
tarea; nosotros nos dedicaremos a la oración y al servicio de la Palabra.
La propuesta les pareció bien a todos y eligieron a Esteban, hombre lleno
de fe y de Espíritu Santo, a Felipe, Prócoro, Nicanor, Simón, Parmenas y
Nicolás, prosélito de Antioquía. Se los presentaron a los apóstoles y ellos
les impusieron las manos orando.
La Palabra de Dios iba cundiendo y en Jerusalén crecía mucho el número de
discípulos; incluso sacerdotes aceptaban la fe.

I Pedro 2,4-9

Queridos hermanos:
Acercándoos al Señor, la piedra viva desechada por los hombres, pero
escogida y preciosa ante Dios, también vosotros, como piedras vivas, entráis
en la construcción del templo del Espíritu, formando un sacerdocio sagrado
para ofrecer sacrificios espirituales que Dios acepta por Jesucristo.
Dice la Escritura: "Yo coloco en Sión una piedra angular, escogida y
preciosa; el que crea en ella no quedará defraudado".
Para vosotros los creyentes es de gran precio, pero para los incrédulos
es la piedra que desecharon los constructores: ésta se ha convertido en
piedra angular, en piedra de tropezar y en roca de estrellarse.
Y ellos tropiezan al no creer en la palabra: ése es su destino.
Vosotros, en cambio, sois una raza elegida, un sacerdocio real, una
nación consagrada, un pueblo adquirido por Dios para proclamar las hazañas
del que os llamó a salir de la tiniebla y a entrar en su luz maravillosa.

Juan 14,1-12

Dijo Jesús a sus discípulos:
-No perdáis la calma, creed en Dios y creed también en mí. En la casa de
mi Padre hay muchas estancias, si no os lo habría dicho, y me voy a
prepararos sitio. Cuando vaya y os prepare sitio, volveré y os llevaré
conmigo, para que donde estoy yo, estéis también vosotros. Y adonde yo voy,
ya sabéis el camino.
Tomás le dice:
-Señor, no sabemos a dónde vas ¿Cómo podemos saber el camino?
Jesús le responde:
-Yo soy el camino y la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí.
Si me conocierais a mí, conoceríais también a mi Padre. Ahora ya lo conocéis
y lo habéis visto.
Felipe le dice:
-Señor, muéstranos al Padre y nos basta.
Jesús le replica:
-Hace tanto que estoy con vosotros ¿y no me conoces, Felipe? Quien me ha
visto a mí ha visto al Padre. ¿Cómo dices tu: "Muéstranos al Padre"? ¿No
crees que yo estoy en el Padre y el Padre en mí? Lo que yo os digo no lo
hablo por cuenta propia. El Padre, que permanece en mí, Él mismo hace las
obras. Creedme: yo estoy en el Padre y el Padre en mí. Si no, creed a las
obras. Os lo aseguro: el que cree en mí, también él hará las obras que yo
hago, y aun mayores. Porque yo me voy al Padre.

Comentario

El texto del evangelio, que ilumina también las otras lecturas de hoy,
forma parte del primer discurso de despedida pronunciado por Jesús durante
la última cena. Desde el punto de vista redaccional, esta sección ( Jn 13,31
- 14,31) está compuesta por cuatro unidades con la misma estructura: Jesús
da una explicación sobre su próximo "éxodo pascual", los apóstoles no
entienden y sucesivamente uno de ellos (Pedro, Tomás, Felipe, Judas) le
formulan una pregunta que da ocasión a Jesús para ampliar y explicitar lo que
inicialmente había querido decir. El pasaje de este domingo recoge la segunda
y tercera de estas unidades.
Es Tomás en primer lugar quien pregunta por el "camino" que los
discípulos deberán seguir para llegar adonde Jesús, según sus propias
palabras, se dispone a ir. En la mentalidad común de los hebreos, "camino"
es toda la vida humana interpretada como éxodo hacia Dios, "camino" es
también la ley ( Cfr Sal 119) que conduce a El... Jesús responde
presentándose como "el camino" que sustituye a todos los otros para llegar
al encuentro con Dios. "Nadie se acerca al Padre sino por mí". El es único
mediador, la puerta por la que pasa el rebaño (Jn 10,7). Los otros dos
términos usados por Jesús en su respuesta ("verdad" y "vida") están en íntima
relación con el primero. Jesús es el camino en cuanto revela al hombre la
verdad acerca de Dios y le conduce a la vida misma de Dios haciéndole hijo
suyo.
La segunda pregunta, la de Felipe, permite a Jesús continuar la
explicación. Pero no procede a la manera de una exposición lógica, sino
volviendo, como en círculos concéntricos, siempre sobre el mismo tema.
Felipe, que como muchos de sus contemporáneos, esperaba en una manifestación
del poder y la gloria de Dios en el momento de la venida del Mesías, es
guiado por Jesús hacia la fe verdadera que consiste en ver en el mismo Jesús
el signo definitivo de la presencia de Dios en el mundo. Para el IV
evangelio, Jesús es la pura transparencia del Padre: "Quien me ve a mí está
viendo al Padre". Y la razón está en la unión inefable, que va mas allá de
todas las categorías humanas, entre el Padre y el Hijo. "Yo estoy en el Padre
y el Padre en mí".
Lo sorprendente está en el hecho de que Jesús, a renglón seguido, aplica
a sus discípulos lo mismo que está diciendo de sí mismo: "Quien cree en mí...
" La Iglesia es imagen de Jesús como Él lo es del Padre. Desde aquí podemos
también meditar la 2ª. lectura en la que S. Pedro nos invita a ser uno con
Jesús. El es la "piedra viva" y nosotros somos llamados a ser "piedras vivas"
en el templo del Espíritu. Por medio de Él podemos ofrecer el sacrificio de
nuestra vida.

"En la casa de mi Padre"

Las explicaciones de Jesús durante la última cena comunican a los
discípulos el alcance que tendrán los acontecimientos inminentes que van a
vivir. En ellos se pondrá de manifiesto la gloria de Dios y las relaciones
existentes entre la divinas personas.
Una de las expresiones elegidas por Jesús para hablar del misterio
pascual es la de volver a la casa del Padre. La misma expresión había
utilizado, según el evangelio de Lucas, cuando sus padres lo encontraron en
el templo de Jerusalén. "¿No sabíais que yo tenía que estar en la casa de mi
Padre?" (2,49). En el texto evangélico que hoy meditamos, se habla de una ida
y de una vuelta para llevar junto a Él a sus discípulos.
Jesús parece querer desdramatizar el choque que supondrá su muerte ("No
estéis agitados") hablando de su próximo retorno y de la posibilidad de estar
siempre con Él. Pero sobre todo presentando su ida al Padre como un acto de
hospitalidad: "Voy a prepararos sitio". Habitar la misma casa es una forma
de expresar la pertenencia a la misma familia y de vivir la misma vida.
Si meditamos el evangelio desde Nazaret, no podemos por menos de recordar
el movimiento descendente y encarnatorio que ha precedido ese "ir al Padre".
La vuelta de Jesús, para llevar consigo a sus discípulos queda así cargada
de esa acogida hospitalaria que Él recibió en la casa de María y de José en
Nazaret. Ellos lo recibieron en la humildad y en la fe cuando se encarnó y
lo acompañaron cuando después de decir que tenía que estar en la casa de su
Padre "bajó con ellos y vino a Nazaret y siguió bajo su autoridad" (Lc 2,51).
Jesús, la vía única hacia el Padre, ha hecho primero el camino hacia
nosotros, se ha acercado a nuestra condición humana, para que nosotros
podamos compartir su condición divina.
Los Padres de la Iglesia veían en la condición terrena del hombre un ir
acostumbrándose a su destino eterno en la casa del Padre. Podemos así
considerar nuestro vivir "bajo el humilde techo de Nazaret" con Jesús, María
y José, como un ir acostumbrándonos a compartir con ellos (y con todos los
hombres) las "moradas eternas" (Lc 16,9).
La conversión consiste precisamente en emprender el camino que conduce a
la casa del Padre (Cf Lc 15).

Señor Jesús, derrama sobre nosotros
el Espíritu Santo que nos lleva
a creer en el Padre y a creer en ti,
a ir al Padre a través de ti,
a ver al Padre viéndote a ti,
a conocer al Padre conociéndote a ti,
a estar en el Padre como tú estás,
a decir las cosas como oídas antes al Padre,
a hacer las mismas obras que tú hacías,
a pedirlo todo al Padre en tu nombre,
para que su gloria se manifieste en todos sus hijos
.

"Servir"

La elección de los primeros diáconos (1ª. lectura), la invitación a ser
"piedras vivas" (2ª. lectura) y el gesto de Jesús de preparar a los suyos un
lugar (Evangelio) convergen hacia una llamada al servicio, si queremos poner
en práctica lo que la Palabra nos dice.
La división de funciones que los apóstoles establecen, motivada por un
conflicto en la primera comunidad cristiana, a primera vista parece reflejar
una situación antitética al ideal descrito por Lucas poco antes: "Un solo
corazón y un alma sola".
Es bueno notar que las dos funciones: el servicio de la Palabra y el
servicio de las mesas, son expresadas con la misma palabra (diaconía). Esto
parece sugerir que la única actitud válida para contribuir a la construcción
de la comunidad cristiana es el servicio. Tal actitud tiene además un gran
valor de testimonio, es la manifestación clara de que el Espíritu del
resucitado sigue vivo.
La mentalidad actual tiende a eliminar el concepto de servicio,
pretendiendo que todo trabajo, toda acción en favor de los demás, sea pagada,
remunerada. En algunas ocasiones se corre incluso el riesgo de hacer el
ridículo o de ser considerado un ingenuo si uno hace un gesto de servicio sin
pretender nada a cambio. A fuerza de reivindicaciones laborales (muy
legítimas en ciertos casos) podemos ponernos en contra del espíritu
evangélico del servicio como manifestación del amor a los demás.
La institución de los diáconos en la comunidad cristiana para el servicio
interno es una fuerte invitación a toda la Iglesia para colocarse al servicio
del hombre ofreciéndole el don de la salvación. Es la forma de hacer presente
a lo largo de la historia la actitud fundamental de Jesús "venido no para ser
servido, sino para servir y dar la vida para rescatar a muchos" (Mc 10,45).
Si queremos, pues, dar cabida en nuestra vida de cada día al mensaje de
la Palabra, demos espacio y tiempo al servicio poniendo a disposición del
bien común las cualidades, las fuerzas, los talentos, los dones que hemos
recibido de Dios. Así crecerá y se desarrollará nuestra comunidad.

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15 de mayo de 2011 - IV DOMINGO DE PASCUA - Ciclo A

"Yo soy la puerta..."

Hechos 2,14a. 36-41

El día de Pentecostés se presentó Pedro con los once, levantó la voz y
dirigió la palabra:
-Todo Israel está cierto de que al mismo Jesús, a quien vosotros cruci-
ficasteis, Dios lo ha constituido Señor y Mesías.
Estas palabras les traspasaron el corazón, y preguntaron a Pedro y a los
demás apóstoles:
-¿Qué tenemos que hacer, hermanos?
Pedro les contestó:
-Convertíos y bautizaos todos en nombre de Jesucristo para que se os
perdonen los pecados, y recibiréis el Espíritu Santo. Porque la promesa vale
para vosotros y para vuestros hijos y, además, para todos los que llame el
Señor Dios nuestro, aunque estén lejos.
Con éstas y otras muchas razones los urgía y los exhortaba diciendo:
-Escapad de esta generación perversa.
Los que aceptaron sus palabras se bautizaron, y aquel día se les agre-
garon unos tres mil.

I Pedro 2,20b-25

Queridos hermanos:
Si obrando el bien soportáis el sufrimiento, hacéis una cosa hermosa ante
Dios, pues para esto habéis sido llamados, ya que también Cristo padeció su
pasión por vosotros, dejándoos un ejemplo para que sigáis sus huellas.
El no cometió pecado ni encontraron engaño en su boca; cuando le
insultaban, no devolvía el insulto; en su pasión no profería amenazas; al
contrario, se ponía en manos del que juzga justamente. Cargado con nuestros
pecados subió al leño, para que, muertos al pecado, vivamos para la justicia.
Sus heridas os han curado. Andabais descarriados como ovejas, pero ahora
habéis vuelto al pastor y guardián de vuestras vidas.

Juan 10,1-10

Dijo Jesús a los fariseos:
-Os aseguro que el que no entra por la puerta en el aprisco de las
ovejas, sino que salta por otra parte, ése es ladrón y bandido; pero el que
entra por la puerta es pastor de las ovejas. A éste le abre el guarda y las
ovejas atienden a su voz, y él va llamando por el nombre a sus ovejas y las
saca fuera. Cuando ha sacado a todas sus ovejas, camina delante de ellas, y
las ovejas lo siguen, porque conocen su voz; a un extraño no lo seguirán,
sino que huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños.
Jesús les puso esta comparación, pero ellos no entendieron de qué les
hablaba. Por eso añadió Jesús:
-Os aseguro que yo soy la puerta de las ovejas. Todos los que han venido
antes de mí son ladrones y bandidos; pero las ovejas no los escucharon. Yo
soy la puerta: quien entre por mí, se salvará, y podrá entrar y salir, y
encontrará pastos. El ladrón no entra sino para robar y matar y hacer
estrago; yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante.

Comentario

Después de haber escuchado ampliamente los relatos de la resurrección,
que resuenan todavía en la primera lectura de este domingo (" Dios lo ha
constituido Señor y Mesías"), la Iglesia nos lleva a escuchar la voz de Jesús
en los días de su vida mortal. Lo hace, sin embargo, después de pasar por la
interpretación redentora del sacrifico de la cruz ("cargado con nuestros
pecados subió al leño", 2ª. lectura).

El evangelio es el comienzo del cap. 10 de S. Juan y hay que situarlo en
su contexto para poder comprenderlo mejor. Forma parte de la sección en que
se describen los acontecimientos que siguen a la fiesta de las tiendas (Jn
7,1-10,21). Es la continuación de la conclusión que Jesús saca de la reacción
de los fariseos ante el milagro de la curación del ciego: los que pretenden
ver, son ciegos.

Esto explica el tono polémico de la primera parte del pasaje (vv. 1-6).
Jesús pone una similitud sin referirla explícitamente a nadie. El evangelista
afirma expresamente que "ellos no entendieron de qué les hablaba". El
significado parecía, sin embargo, claro: entrar por la puerta es asumir la
responsabilidad de presentarse en nombre de Dios, pretender interpretar su
voluntad, situarse como guía y mediador frente al pueblo. En el pasado así
se habían presentado los reyes, sacerdotes y profetas. En el momento presente
también pretenden lo mismo. Jesús, a su vez, entra en Jerusalén y es recibido
como "el que viene en nombre del Señor" (Jn 12,13).

Ante la dificultad de comprensión de sus interlocutores, Jesús explica la
similitud aplicándola directamente a su persona en una doble instancia: "Yo
soy la puerta" (vv 7-11) y "Yo soy el buen pastor" (vv. 11-18).

En sentido absoluto, Jesús se presenta como el único mediador entre Dios
y los hombres (Tim 2,5; Ef 2,8). Por lo tanto ese es también el criterio para
que sus seguidores puedan discernir entre los verdaderos pastores que, en
espíritu de servicio, buscan como él el bien, el crecimiento, la libertad de
las ovejas, y los "ladrones y bandidos" que buscan su propio interés (Cfr.
Ez 34,2-3).

Así pues, la expresión "los que han venido antes de mí" puede referirse
también a los que vienen después y hablan y actúan en nombre de Jesús. El
mismo Juan denuncia el caso de los que se presentaban como falsos mesías en
la Iglesia naciente (1Jn 2,18).

Sólo Jesús es la puerta y quien entra y sale a través de Él encontrará la
abundancia de la vida que Él da. Jesús es la puerta y el modelo de todos los
pastores que no buscan un dominio sobre el rebaño (1Pe 5,3). El mismo
aparecerá un día como supremo y único Pastor.

La puerta

No es fácil penetrar en el significado del evangelio de hoy a pesar de su
aparente sencillez. El contenido se basa en dos imágenes (la puerta, el
pastor) que son polivalentes en el texto mismo y están relacionadas entre sí.
Estas imágenes son usadas como similitud para ilustrar una realidad.

La similitud es empleada varias veces en el evangelio como forma de
expresión. Se distingue de la parábola porque pasa directamente de la imagen
a la realidad, mientras que ésta última interpone la narración de una
historia libremente inventada. La eficacia comunicativa de la similitud está
en la claridad con que se ve el punto de comparación existente entre la
imagen y la realidad significada, en este caso entre la puerta, el buen
pastor y Cristo.

Cuando se trata de similitudes y parábolas, la lectura nazarena del
evangelio tiene siempre la posibilidad de meditar cómo Jesús capta en su
ambiente, en su pueblo de Nazaret, las realidades de la vida humana para
después hacerlas portadoras de un significado que las sobrepasa, hasta
convertirlas en medios para revelar los misterios del Reino.

Hay, sin embargo, otro aspecto que conviene tener presente. Las
similitudes, las alegorías, las parábolas, son palabras o relatos de Jesús,
pero son también muchas veces palabras que nos dicen algo acerca de la
identidad de Jesús. La afirmación clara y rotunda que leemos hoy "Yo soy la
puerta de las ovejas" nos invita a recorrer este segundo camino.

La imagen de la puerta está empleada con doble sentido: Jesús entra por
la puerta y Jesús es la puerta. El primer sentido nos descubre de forma
sintética todo el misterio de la vida de Jesús desde su encarnación hasta su
éxodo pascual. En otro lugar Jesús sintetiza as¡ su vida: "Salí del Padre y
vine al mundo, ahora dejo el mundo y voy al Padre". Entrar por la puerta y
llegar hasta donde están las ovejas, conocerlas y ser conocido por ellas,
llamarlas por su nombre, son todas expresiones que ponen de manifiesto ese
camino de acercamiento de Dios hacia el hombre realizado en Jesús de Nazaret.
Sacar las ovejas, guiarlas y llevarlas a pastos abundantes alude necesaria-
mente a su obra liberadora y redentora.

Notemos sin embargo que el punto de comparación entre el buen pastor y
los otros está en el entrar o no entrar por la puerta. Es ese gesto familiar
de entrar por la puerta lo que garantiza la simpatía de quien está encargado
de abrir la puerta y de las ovejas del rebaño. El paso por la puerta de la
encarnación que ha permitido a Jesús ser uno como nosotros es lo que
garantiza la realidad de su obra redentora. Es ese paso el que le permite ser
conocido y seguido.

Para el evangelista Juan ése es también el criterio de discernimiento de
la fe verdadera. "Toda inspiración que confiesa que Jesús es el Mesías venido
ya en la carne mortal, procede de Dios" (1Jn 4,3). Viendo la trayectoria de
Cristo a la luz de la encarnación, podemos decir que el haber entrado por la
puerta es lo que le ha permitido luego ser la puerta por donde entran y salen
quienes van a la vida y ser el buen pastor que conduce todo el rebaño.

Señor Jesús, la proclamación de la Palabra
nos da acceso a escuchar tu voz
en toda su pureza e intensidad.
Queremos escuchar y entender lo que nos dices
para aprender a distinguir el acento de tu voz
de todos los otros
para poder seguir tu llamada.
Te bendecimos por la libertad que nos has dado
con tu venida hasta donde nosotros estábamos
y por la abundancia de vida
que ofreces a quienes te siguen.
Con la fuerza de tu Espíritu
queremos salir hacia la luz y hacia la vida
para testimoniar lo que has hecho con nosotros.


"¿Qué tenemos que hacer?"
Es la pregunta que se hicieron quienes escucharon el discurso de Pedro
sobre la resurrección de Cristo y es la pregunta que tenemos que hacernos
también nosotros siempre después haber escuchado, meditado e interiorizado
la Palabra de Dios.

La respuesta sobre el camino concreto que tenemos que seguir para llevar
a cabo lo que nos dice la Palabra de Dios está muy condicionado por el modo
cómo acogemos la misma Palabra.

El domingo pasado veíamos que a los dos de Emaús les ard¡a el corazón
mientras escuchaban lo Jesús les decía explicando las Escrituras. A los
habitantes de Jerusalén las palabras de Pedro "les traspasaron el corazón"
y entonces fue cuándo preguntaron "¿Qué tenemos que hacer?" (Hech 2,37).

La ovejas siguen al pastor porque conocen su voz. Al "esfuerzo" que Dios
ha hecho por venir a hablarnos con palabras humanas y comprensibles para
llamarnos a cada uno por nuestro nombre, debe corresponder el esfuerzo que
nosotros hacemos por escuchar y comprender su voz.

Es la presencia viva de Cristo en la comunidad cristiana la que hace que
su palabra sea siempre actual, esté siempre viva. Esa presencia impide que
la palabra se convierta en un texto muerto. Por eso sus palabras son
"espíritu y vida" (Jn 6,63). Como consecuencia, también nosotros debemos
"hacernos presentes" a la Palabra con la atención y la fe. "Los evangelios
mismos envejecen, decía Orígenes, si no los lee el hombre nuevo".

De esa comunión profunda, que surge en el diálogo, de cada cristiano y de
cada comunidad en cuanto tal, con Cristo pastor, surge el itinerario concreto
hacia la vida.

En la 1ª. lectura S. Pedro propone los pasos concretos que se deben dar:
conversión, bautismo (que comprende la confesión de la fe y el perdón de los
pecados) y la efusión del Espíritu Santo. Son los pasos fundamentales para
aquel grupo de personas a las que hablaba, pero también el punto de
referencia de toda comunidad para emprender o confirmar el camino de
fidelidad de toda comunidad cristiana.

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8 de mayo de 2011 - III DOMINGO DE PASCUA - Ciclo A

"Ellos lo reconocieron"

Hechos 2,14. 22-23

El día de Pentecostés, se presentó Pedro con los once, levantó la voz y
dirigió la palabra:
-Escuchadme, israelitas: Os hablo de Jesús de Nazaret, el hombre que Dios
acreditó ante vosotros realizando por su medio milagros, signos y prodigios
que conocéis. Conforme al plan previsto y sancionado por Dios, os lo
entregaron, y vosotros, por mano de paganos, lo matasteis en una cruz. Pero
Dios lo resucitó rompiendo las ataduras de la muerte; no era posible que la
muerte lo retuviera bajo su dominio pues David dice:
Tengo siempre presente al Señor,
con Él a mi derecha no vacilaré.
Por eso se me alegra el corazón,
exulta mi lengua
y mi carne descansa esperanzada.
Porque no me entregarás a la muerte,
ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción.
Me has enseñado el sendero de la vida,
me saciarás de gozo en tu presencia.
Hermanos, permitidme hablaros con franqueza: El patriarca David murió y
lo enterraron, y conservamos su sepulcro hasta el día de hoy. Pero era
profeta y sabía que Dios le había prometido con juramento sentar en su trono
a un descendiente suyo; cuando dijo que "no lo entregaría a la muerte y que
su carne no conocería la corrupción", hablaba previendo la resurrección del
Mesías. Pues bien, Dios resucitó a este Jesús, y todos nosotros somos
testigos.
Ahora, exaltado por la diestra de Dios, ha recibido del Padre el Espíritu
Santo que estaba prometido, y lo ha derramado. Esto es lo que estáis viendo
y oyendo.

I Pedro 1,17-21

Queridos hermanos:
Si llamáis Padre al que juzga a cada uno, según sus obras, sin parciali-
dad, tomad en serio vuestro proceder en esta vida.
Ya sabéis con qué os rescataron de ese proceder inútil recibido de
vuestros padres: no con bienes efímeros, con oro o plata, sino a precio de la
sangre de Cristo, el cordero sin defecto ni mancha, previsto antes de la
creación del mundo y manifestado al final de los tiempos por nuestro bien.
Por Cristo vosotros creéis en Dios, que lo resucitó y le dio gloria, y
así habéis puesto en Dios vuestra fe y vuestra esperanza.

Lucas 24,13-35

Dos discípulos de Jesús iban andando aquel mismo día, el primero de la
semana, a una aldea llamada Emaús, distante unas dos leguas de Jerusalén;
iban comentando todo lo que había sucedido. Mientras conversaban y discutían,
Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Pero sus ojos no
eran capaces de reconocerlo. El les dijo:
-¿Qué conversación es esta que tenéis mientras vais de camino?
Ellos se detuvieron preocupados. Y uno de ellos que se llamaba Cleofás,
le replicó:
-¿Eres tú el único forastero en Jerusalén, que no sabe lo que ha pasado
allí estos días?
El les preguntó:
-¿Qué?
Ellos le contestaron:
-Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y en
palabras ante Dios y todo el pueblo; cómo lo entregaron los sumos sacerdotes
y nuestros jefes para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. Nosotros
esperábamos que Él fuera el futuro liberador de Israel. Y ya ves, hace dos
días que sucedió todo esto. Es verdad que algunas mujeres de nuestro grupo
nos han sobresaltado, pues fueron muy de mañana al sepulcro, y no encontraron
su cuerpo, e incluso vinieron diciendo que habían visto una aparición de
ángeles, que les habían dicho que estaba vivo. Algunos de los nuestros fueron
también al sepulcro y lo encontraron como habían dicho las mujeres; pero a
Él no lo vieron.
Entonces Jesús les dijo:
-¡Qué necios y torpes sois para entender lo que dijeron los profetas! ¿No
era necesario que el Mesías padeciera esto para entrar en su gloria?
Y comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas les explica lo que
se refería a Él en toda la Escritura.
Ya cerca de la aldea donde iban, Él hizo ademán de pasar adelante, pero
ellos le apremiaron diciendo:
-Quédate con nosotros porque atardece y el día va de caída.
Y entró para quedarse con ellos. Sentado a la mesa con ellos tomó el pan,
pronunció la bendición, lo partió y se los dio. A ellos se les abrieron los
ojos y lo reconocieron. Pero Él desapareció.
Ellos comentaron:
-¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos
explicaba las Escrituras?
Y, levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén, donde encontraron
reunidos a los Once con sus compañeros, que estaban diciendo:
-Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón.
Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían
reconocido al partir el pan.

Comentario

La liturgia va guiando la experiencia pascual de los creyentes a través
de un itinerario que presenta los diversos aspectos de la resurrección de
Cristo. En el domingo de Pascua nos presentó el acontecimiento de la
resurrección, en el segundo domingo la identidad del resucitado con el
crucificado del Gólgota y en este tercer domingo nos presenta el camino de
la fe de los discípulos, que se realiza a través de la comprensión de las
Escrituras y el signo de la eucaristía.

En el arco de la jornada en que se produce la resurrección de Cristo,
Lucas (y él sólo) inserta la narración de los discípulos que van a Emaús. Se
trata de un episodio secundario que el carga de un gran significado humano,
espiritual y teológico.

Dos amigos se vuelven a casa tristes y desilusionados. A través de su
conversación, primero entre ellos y después con el desconocido que se les
acerca, conocemos la causa de su estado de ánimo: "Nosotros esperábamos que
Él fuera el liberador de Israel... " Y se extrañan de que haya alguien que
no conozca lo ocurrido.

Se diría que el evangelista quiere subrayar la dificultad del camino de
la fe. Los testimonios de la resurrección de Jesús para los dos que van a
Emaús no significan nada. Son banalizadas las palabras de las mujeres, las
apariciones de los ángeles, la comprobación de que la tumba estaba vacía...

El Señor resucitado se acerca a ellos y les explica las Escrituras.
Seguramente ellos habían leído o escuchado lo que dicen las Escrituras muchas
otras veces, pero no habían penetrado su significado; sobre todo no habían
entendido que ellas "den testimonio" de Jesús (Jn 5,39). Con las palabras del
Maestro algo empieza a cambiar en su interior ("nuestro corazón ardía", dirán
después) pero los ojos de su fe permanecen aún cerrados.

Con gran sabiduría el evangelista muestra que la Escritura introduce en
el conocimiento del misterio del Señor, pero falta el paso decisivo de la fe
que sólo se cumple ante el signo del pan.

Los ojos de los discípulos sólo se abren cuando, a través de los gestos
de Jesús, repetidos otras veces seguramente en su presencia, entran en la
gracia del sacramento y lo reconocen vivo junto a ellos. Pero en ese mismo
momento Jesús resucitado desaparece de su vista. La experiencia de Cleofás
y su amigo (anónimo para que cada cual pueda identificarse con él) es
paradigmática de todo creyente.

Dejando de lado las apariciones, el creyente está llamado a buscar a
Cristo en la Escritura y a reconocerlo vivo y presente en los signos de su
presencia que son en primer lugar los sacramentos de la Iglesia.

"Al partir el pan"

El relato del encuentro de Cristo resucitado con los dos que iban camino
de Emaús tiene un gran valor sacramental, puesto que ellos lo reconocieron
"al partir el pan".

Meditando el evangelio desde Nazaret no podemos dejar de subrayar el
gesto de partir el pan. No queremos hacerlo en contraposición con las
palabras de bendición que Jesús usó en esos momentos y en el de la
institución de la Eucaristía. Queremos sencillamente fijarnos en el gesto,
porque es una parte importante de la celebración de la fe, pero también
porque nos lleva fácilmente al tiempo de Nazaret. Jesús vio muchas veces y
probablemente también realizó el gesto del jefe de familia de partir el pan.
Más tarde Él cargaría ese gesto de un significado nuevo al establecerlo como
forma de celebrar la nueva alianza entre Dios y los hombres.

"Partir el pan". Para el israelita toda comida, incluso la más ordinaria
y sencilla, tenía un alto valor humano y religioso, que Jesús asimiló
profundamente en la vida de cada día en su familia de Nazaret. El Evangelio
presenta con frecuencia a Jesús participando en reuniones que incluían una
comida (Caná, Jn 2,1-11; con la familia de Lázaro, Lc 10,38-42; con los
publicanos y pecadores, Mt 9,10; Lc 19,2-10). Después de su resurrección,
Jesús come con sus discípulos (Lc 24,30; Jn 21,13). Pero los evangelios y
también S. Pablo ponen especial atención en describir los gestos y las
palabras de Jesús durante la última cena. Y entre los gestos ocupa un lugar
privilegiado el de "partir el pan". Jesús aparece así como el verdadero padre
de familia, que reúne a los suyos y les distribuye el alimento para nutrirlos
y ponerlos en comunión de vida unos con otros. El gesto de partir el mismo
pan para ser comido por todos significa la comunión de fe y de destino, pero
también el sacrificio que supone la ruptura.

De hecho las primeras comunidades cristianas usaron la expresión
"fracción del pan" para designar la comida realizada en memoria del Señor.
Más adelante se impondría la palabra eucaristía = acción de gracias o
bendición. Es difícil saber si las comidas fraternas de los primeros
cristianos de Jerusalén incluían también propiamente la celebración
sacramental (Hech 2,42-46). Progresivamente se pasó de la comida ordinaria
a la "cena del Señor" (1Co 11,20-34) y se fue liberando de las connotaciones
estrictamente judías para pasar a ser la celebración cristiana anual y
también semanal (Hech 20,7-11) (Cfr.Líon Dufour, Diccionario de teología
Bíblica, voz Eucaristía).

Dos cosas queríamos señalar con esta consideración: 1) que el gesto tan
humano de partir el pan, aprendido en Nazaret, sirvió como gesto fundamental
para instituir la eucaristía y sirve hoy para celebrarla en la Iglesia ("los
sacramentos no son sólo palabras, son también acciones", Catecismo de la
Iglesia Católica, 1153-1155); 2) que la primera expresión para designar la
eucaristía aludía precisamente a ese gesto de fracción del pan que Jesús hizo
también en presencia de los dos de Emaús.

Te bendecimos, Señor Jesús,
en el gesto de partir el pan,
perpetuado para siempre en el sacramento de la Eucaristía.
Que tu palabra reveladora de la verdad
haga arder nuestros corazones
con el fuego de tu Espíritu
y podamos reconocerte en todas las formas de tu presencia.
Danos esa atención que teme
dejarte pasar de largo
en tantas ocasiones como te acercas a nosotros
casi de forma imperceptible.
Te necesitamos siempre, Señor,
en nuestra vida
.

"El desapareció"

La inmediatez y continuidad de la presencia de Jesús en Nazaret contrasta
con la fugacidad de sus apariciones postpascuales. Poco a poco Jesús fue
educando a los que estaban con Él para que pudieran reconocerlo en ese otro
modo de presencia que se realiza a través de los signos.

Jesús nos dice con el relato evangélico de hoy que su poder salvador es
sacramental. Es decir, que su presencia llega a nosotros desde su condición
actual de resucitado. Por eso cuando los discípulos de Emaús lo reconocen en
el signo, cesa ese otro modo de presencia extraordinario que es la aparición.
Así pueden entender que la vida del resucitado no es un retorno al modo de
vivir de antes. Su muerte ha roto para siempre esa continuidad y lo ha
constituido Señor y Salvador.

"Entró para quedarse con ellos", dice el texto evangélico. Evidentemente,
para quedarse de otro modo, en la permanencia de la fe, en la posibilidad de
"re-crear" su presencia a través de los signos que Él mismo había
establecido.

El relato de los dos de Emaús es verdaderamente una parábola de la
condición peregrinante del creyente. Toda su fuerza expresiva está en el
realismo de la visibilidad con que se presenta el resucitado. Cuando caminaba
con ellos, no lo veían, aunque su corazón algo les decía; cuando empezaron
a verlo, Él desaparece. Ellos se esperaban del Mesías que cumpliera los
signos y prodigios capaces de liberar a Israel. Pero Jesús resucitado empieza
a ejercer su poder de otra forma, presentándose con unos signos que cambian
el corazón de las personas y comunican, no a un solo pueblo sino a todos los
hombres, la verdadera liberación. Esa es la nueva alianza de Dios con los
hombres en la que Cristo nos introduce derramando su propia sangre.

La Palabra nos convoca hoy a renovar nuestra fe en los sacramentos de la
Iglesia y por medio de los sacramentos de la Iglesia. Los gestos y las
palabras quedan vacíos sin esa fe capaz de comprenderlos en profundidad y de
dejar que vayan transformando nuestra vida hasta que un día nuestros ojos se
abran, purificados por la muerte, para poder contemplar al Señor en su misma
condición gloriosa.

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1 de mayo de 2011 - II DOMINGO DE PASCUA - Ciclo A

"Recibid el Espíritu Santo"

Hechos 2,42-47

Los hermanos eran constantes en escuchar la enseñanza de los apóstoles,
en la vida común, en la fracción del pan y en las oraciones.
Todo el mundo estaba impresionado por los muchos prodigios y signos que
los apóstoles hacían en Jerusalén. Los creyentes vivían todos unidos y lo
tenían todo en común; vendían posesiones y bienes y lo repartían entre todos,
según la necesidad de cada uno. A diario acudían al templo todos unidos,
celebraban la fracción del pan en las casas y comían juntos alabando a Dios
con alegría y de todo corazón; eran bien vistos de todo el pueblo y día tras
día el Señor iba agregando al grupo los que se iban salvando.

I Pedro 1,3-9

Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que en su gran
misericordia, por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, nos ha
hecho nacer de nuevo para una esperanza viva, para una herencia incorrupti-
ble, pura, imperecedera, que os está reservada en el cielo.
La fuerza de Dios os custodia en la fe para la salvación que aguarda a
manifestarse en el momento final. Alegraos de ello, aunque de momento tengáis
que sufrir un poco, en pruebas diversas: así la comprobación de vuestra fe -
de más precio que el oro que, aunque perecedero, lo aquilatan a fuego-
llegará a ser alabanza y gloria y honor cuando se manifieste Jesucristo
nuestro Señor.
No habéis visto a Jesucristo, y lo amáis; no lo veis, y creéis en Él; y
os alegráis con un gozo inefable y transfigurado, alcanzando así la meta de
vuestra fe: vuestra propia salvación.

Juan 20,19-31

Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discí-
pulos en una casa con las puertas cerradas, por miedo a los judíos. Y en esto
entró Jesús, se puso en medio de ellos y les dijo:
-Paz a vosotros.
Y diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se
llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:
-Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.
Y dicho esto exhaló su aliento sobre ellos y les dijo:
-Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les
quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.
Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando
vino Jesús y los otros discípulos le decían:
-Hemos visto al Señor.
Pero é les contestó:
-Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el
agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo.
A los ocho días estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos.
Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo:
-Paz a vosotros.
Luego dijo a Tomás:
-Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi
costado; y no seas incrédulo, sino creyente.
Contestó Tomás:
-­Señor mío y Dios mío!
Jesús le dijo:
-¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto.
Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la
vista de sus discípulos. Estos se han escrito para que creáis que Jesús es
el Mesías, el Hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis vida eterna en su
nombre.

Comentario

Al final del pasaje evangélico que leemos hoy, S. Juan dice cuál es la
finalidad de su evangelio: "Para que creáis que Jesús es el Mesías". Su
escrito se presenta así, sobre todo en su primera parte, como un "libro de
signos", destinado a suscitar y afianzar la fe. Pero el signo más importante,
y el que confirma a todos los otros, es la resurrección de Jesús. Por eso el
IV evangelio, como todos los otros, le dedica una mayor atención y lo
presenta como el comienzo de una época nueva que da sentido a toda la
historia del mundo.

De la enorme riqueza de contenido que ofrece el texto, seleccionamos dos
detalles, ambos con ecos en el Antiguo Testamento, que nos ayudarán a captar
el mensaje en su conjunto.
(Para otros aspectos de este mismo texto del Evangelio, pueden verse los
comentarios a los ciclos B y C, pues es una pasaje que se lee todos los
años).

Después de saludar a los discípulos y mostrarles la manos y los pies,
Jesús "sopló (o exhaló su aliento) sobre ellos". Ese gesto de "exhalar"
recuerda en primer lugar la muerte de Jesús, quien, según Jn 19,30
"reclinando la cabeza, exhaló el espíritu". Subraya así el evangelista la
conexión existente entre la muerte de Jesús, su resurrección y la donación
del Espíritu Santo. "Les da este Espíritu como a través de la heridas de su
crucifixión" (Dominum et vivificantem, 24). Más lejos en el tiempo parece que
puede descubrirse también en ese gesto una alusión al soplo vital que Dios
transmitió al hombre al crearlo. "Le sopló en su nariz aliento de vida y el
hombre se convirtió en ser vivo" (Gen 2,7). Tendríamos así en el evangelio
de hoy un nuevo "acto creador" que el Mesías cumple infundiendo el Espíritu
Santo para dar vida a la "nueva creación" por Él redimida.

El otro detalle subraya la dimensión liberadora de la resurrección. En
contraste con la Magdalena que va al sepulcro por la mañana temprano, los
discípulos se quedan "en una casa con las puertas cerradas por miedo a los
judíos". El "miedo" de los apóstoles recuerda el del pueblo de Israel en
Egipto mientras se cumplía la acción liberadora de Yaveh para sacarlos del
dominio del Faraón y llevarlos a la tierra prometida(Cfr Ex 12,40-42; 14,10).
Como la de los hebreos en Egipto, la situación de los apóstoles era
insostenible, y es el mismo Cristo quien toma la iniciativa de liberarlos.
Y lo hace no tanto eliminando los obstáculos externos (El no abre las
puertas) cuanto comunicándoles con la donación del Espíritu Santo esa paz,
esa alegría, esa fuerza interior que los llevará hasta los confines del
mundo.

A través de ellos esa acción liberadora de Cristo se extiende a todos los
hombres puesto que les comunica el poder de perdonar los pecados. El mismo
Jesús había dicho que "quien comete pecado es esclavo" a los judíos que le
preguntaban: "¿Cómo dices tú que vamos a ser libres?" Y luego añadió: "Sólo
si el hijo os da la libertad seréis realmente libres" (Jn 8,34)

Comunidad-familia

La Palabra de Dios nos presenta hoy la reagrupación de la comunidad de
los discípulos en torno a Cristo resucitado en su fase inicial (3ª. lectura)
y cuando su vida ya se ha afianzado y desarrollado (1ª. lectura). No se trata
sólo de una reconstrucción del grupo de los que creían en Jesús ya antes de
su muerte, de un volver a conquistar lo que ese acontecimiento había
destruido, sino que nace algo nuevo que recupera lo ya existente y lo abre
a nuevas dimensiones hasta entonces insospechadas. En esa misma perspectiva
hemos de ver también el misterio de Nazaret, realidad prepascual que se pro-
yecta también en el tiempo de la Iglesia.

Una figura clave para entender todo esto es María de Nazaret. "Así pues,
en la economía de la gracia, que se lleva a cabo bajo la acción del Espíritu
Santo, existe una singular correspondencia entre el momento de la encarnación
del Verbo y el del nacimiento de la Iglesia. La persona que une estos dos
momentos es María: María en Nazaret y María en el cenáculo de Jerusalén. En
los dos casos su presencia es discreta, pero esencial, indica la vía del
"nacimiento del Espíritu". Así ella que está presente en el misterio de
Cristo como madre, está por voluntad del Hijo y por obra del Espíritu Santo,
presente en el misterio de la Iglesia. También en la Iglesia es una presencia
materna, como indican las palabras pronunciadas en la cruz: Mujer he ahí a
tu hijo; he ahí a tu madre" (R. M. 24).

Las palabras de Cristo en la cruz que confían a Juan esa "filiación de
sustitución" abren el misterio de Nazaret a su dimensión eclesial en el
tiempo de después de la Pascua, porque reconstruyen en sus líneas esenciales
(maternidad-filiación) la realidad familiar de Nazaret que se basa
precisamente en esas relaciones. Y sólo después de haber puesto las bases de
Esa realidad nueva, Jesús da por cumplida su misión en la tierra: "Sabiendo
Jesús que todo estaba cumplido... " (Jn 19,28). Y anticipando el gesto del
cenáculo exhala el espíritu, sopla el nuevo aliento de vida sobre esa nueva
creación.

"Las palabras que Jesús pronuncia desde la cruz significan que la
maternidad de quien le ha engendrado alcanza una "nueva" continuidad en la
Iglesia y mediante la Iglesia, simbolizada y representada por Juan. De este
modo, ella que, como "llena de gracia" fue introducida en el misterio de
Cristo para ser su madre, es decir, la santa madre de Dios, mediante la
iglesia permanece en ese misterio como la "mujer" designada en el libro del
Génesis (3,15) al principio y en el Apocalipsis (21,1) al final de la
historia de la salvación. Según el eterno deseo de la Providencia divina, la
maternidad divina de María debe extenderse a la Iglesia, como indican las
afirmaciones de la tradición, para las cuales la maternidad de María respecto
a la Iglesia es el reflejo y la prolongación de su maternidad respecto al
Hijo de Dios" (R. M. 24).

Jesús, cada uno de nosotros
quiere decirte hoy como el apóstol Tomás:
"Señor mío y Dios mío".
Sin haberte visto queremos experimentar
el gozo inefable y transfigurado
que comunica la fe.
Infunde en nosotros, en nuestra comunidad
y en toda la Iglesia,
ese espíritu de fuerza
que rompe las cadenas del miedo
y libera del pecado,
para poder ofrecer signos claros
de tu presencia entre los hombres
y que así todos glorifiquen al Padre.


Construir la comunidad

Quien está acostumbrado a leer el evangelio desde Nazaret ve fácilmente
ya en la "nueva familia" construida por Jesús desde la cruz con María y Juan,
el germen de la Iglesia, porque había intuido esa misma realidad en la
familia que Él mismo había formado con María y José.

El acontecimiento pascual da cumplimiento y hace florecer las esperanzas
de Nazaret y de la cruz. La presencia del resucitado infundiendo el Espíritu
a los suyos, libera a la comunidad de sus miedos, de su desconfianza hacia
el mundo que la rodea y de la falta de fe, para hacerla vivir en la libertad,
en la alegría y en la paz. De esta forma la comunidad empieza a recobrar su
capacidad de testimonio y de acción misionera. Es la Iglesia que vemos
descrita en la 1ª. lectura de hoy: unida y dinámica, llena de vida y de entu-
siasmo.

En el intento por construir hoy nuestra comunidad, al que nos lleva la
Palabra, hemos de tener muy en cuenta los dos aspectos que ha subrayado
nuestra meditación: la raíz de donde arranca todo, que es la fe en Cristo
resucitado donador del Espíritu Santo, y la constancia (la perseverancia) en
sostener y promover los cuatro pilares de toda comunidad cristiana (1ª.
lectura).

La escucha de la Palabra de Dios y de la enseñanza de la Iglesia, el
compartir los bienes materiales y de todo tipo, la celebración de la
eucaristía que pone a la comunidad en contacto real con Cristo muerto y
resucitado y la oración, expresión de la alianza con el Dios vivo, han sido
y serán siempre los grandes medios para verificar el camino y promover el
crecimiento de nuestras comunidades.

El texto de los Hechos de los Apóstoles habla concretamente de
"constancia" y "perseverancia". Una comunidad está siempre en creación. Por
eso no se pueden descuidar esos medios que la vivifican desde la raíz. Cada
vez que la Iglesia ha querido renovarse ha vuelto a esa inspiración
primitiva. En su medida, lo mismo debe hacer también cada comunidad
cristiana.

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24 de abril de 2011 - DOMINGO DE PASCUA DE RESURRECION – Ciclo A

                               "Vio y creyó"

   Hechos 10,34a. 37-43

   En aquellos días, Pedro tomó la palabra y dijo:
   -Hermanos: Vosotros conocéis lo que sucedió en el país de los judíos,
cuando Juan predicaba el bautismo, aunque la cosa empezó en Galilea. Me
refiero a Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo,
que pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo; porque
Dios estaba con Él.
   Nosotros somos testigos de todo lo que hizo en Judea y en Jerusalén. Lo
mataron colgándolo de un madero. Pero Dios lo resucitó al tercer día y nos
lo hizo ver, no a todo el pueblo, sino a los testigos que Él había designado:
a nosotros, que hemos comido y bebido con Él después de su resurrección.
   Nos encargó predicar al pueblo, dando solemne testimonio de que Dios lo
ha nombrado juez de vivos y muertos. El testimonio de los profetas es
unámine: que los que creen en Él reciben, por su nombre, el perdón de los
pecados.

   Colosenses 3,1-4

   Hermanos: Ya habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá 
arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes
de arriba, no a los de la tierra.
   Porque habéis muerto; y vuestra vida está en Cristo escondida en Dios.
Cuando aparezca Cristo, vida nuestra, entonces también vosotros apareceréis,
juntamente con Él, en gloria.

   Juan 20,1-9

   El primer día de la semana María Magdalena fue al sepulcro al amanecer,
cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro. Echó a correr
y fue donde estaba Simón Pedro y el otro discípulo a quien quería Jesús, y
les dijo:
   -Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto.
   Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían
juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó
primero al sepulcro; y, asomándose, vio las vendas en el suelo; pero no
entró. Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro. Vio
las vendas en el suelo y el sudario con el que le habían cubierto la cabeza,
no por el suelo con las vendas, sino enrollado en un sitio aparte. Entonces
entró también el otro discípulo, el que había llega primero al sepulcro; vio
y creyó. Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que Él había
de resucitar de entre los muertos.
                       
Comentario

   En el domingo de Pascua se lee el comienzo del cap. 20 de S. Juan. A
través de todo el capítulo encontramos la narración de cómo se va
constituyendo la comunidad con quienes van llegando a la fe en el resucitado.
Examinemos las dos primeras escenas que corresponden al caso de la Magdalena
y al de Pedro y el otro discípulo.
   La anotación cronológica con la que se abre el texto ("El primer día de
la semana") tiene un alto valor simbólico. La semana hebrea recuerda los días
de la creación y culmina con el sábado. El día siguiente abre una fase nueva;
con él estamos en los tiempos nuevos. Pero Juan dice también que era todavía
de noche, sin duda porque la luz de Cristo no había empezado a brillar en el
corazón de los creyentes.
   En contraste con los otros evangelistas, Juan presenta a la Magdalena
sola cuando va al sepulcro, ve la losa quitada y corre a decírselo a los
apóstoles. Pero el plural que usa en el anuncio ("no sabemos dónde lo han
puesto") empalma perfectamente con la tradición de los otros evangelistas que
hablan de varias mujeres. Sea como fuere, en ese primer momento no hay una
expresión de fe, sino una constatación de hechos. Es una constante a través
de todo el cap. 20 de Juan. A la fe no se llega de forma inmediata, el hombre
pone dudas y resistencias. Parece que habría que hablar, como algunos han
hecho, de una fe difícil.
   La segunda escena presenta a Pedro y a otro discípulo (generalmente
identificado con Juan) que reaccionan ante el anuncio de la Magdalena
corriendo hasta el lugar del sepulcro. Como ella también los discípulos están
inquietos, buscan algo.
   El gesto de deferencia de Juan, que llega antes (¿porque era más joven o
porque se sintió más amado pro Jesús?) pone de relieve la figura de Pedro,
del que no se había hablado después de sus negaciones. Pero esa primacía no
le da ningún privilegio en lo que se refiere a la fe personal. De hecho los
dos discípulos constatan los mismos signos, pero sólo de Juan se dice que
"vio y creyó". Es el primero del que se dice que llegó a la fe después de la
resurrección.
   Ningún privilegio tampoco para el discípulo amado que necesita ver para
creer, colocándose en la misma situación en que se encontrar  más adelante
el apóstol Tomás. Y más aún si se tiene en cuenta el reproche del último
versículo del texto: "Hasta entonces no habían entendido la Escritura".
   Se inaugura así el tiempo nuevo, el tiempo de la Iglesia en el que la fe
es suscitada por Dios mediante los signos que han visto los primeros testigos
y es corroborada por lo que dice la Escritura. Es el tiempo de los que, sin
haber visto, creen (Jn 20,29)

                             Jesús de Nazaret

   La convicción interior que supone la fe en el resucitado va creciendo a
medida que se interpretan los signos concretos que los discípulos ven a la
luz de la Escritura y con las pruebas patentes que Cristo ofrece en sus
diversas apariciones. Como vemos en la 1ª. lectura, Pedro proclama en casa del
centurión su fe aduciendo los signos concretos que le han permitido
identificar al resucitado con el Jesús que antes había conocido. "Hemos
comido y bebido con Él después de su resurrección" (Hech 10,39) Esa
constatación de la identidad de Jesús que lo muestra en su dimensión
encarnatoria es fundamental para el testimonio apostólico.
   Si es cierto que Jesús se muestra, también lo es que los discípulos lo
buscan. Es de notar a este propósito que en el evangelio de Juan se subraya
cómo la fe nace de una relación de afecto y amor con Jesús. Se trata de una
relación que compromete a toda la persona. El primero que llega a la fe en
el resucitado es el discípulo que Jesús amaba. Magdalena reconoce a Jesús
cuando se siente llamada por su nombre. Pedro recibe la confirmación de su
misión de pastor sólo después de haber afirmado por tres veces su amor a
Jesús.
   Pero la invitación a la fe tiene también una dimensión comunitaria. Jesús
se aparece a los once en el cenáculo o al borde del lago. Los apóstoles en
seguida comprenden y anuncian que la buena noticia de la resurrección y la
llamada a la fe es para todos los que, mediante su testimonio, pueden creer
sin haber visto. Así nace la Iglesia.
   Rasgos de ese clima de fe naciente los encontramos también cuando los
evangelistas hablan de los primeros años de la vida de Jesús en Nazaret. Los
comentaristas del evangelio se complacen en subrayar la semejanza entre la
búsqueda de María y de José cuando Jesús se queda en el templo de Jerusalén
y la búsqueda de las mujeres y los discípulos el primer día después del
sábado.
   La precipitación de Pedro y Juan en su carrera hacia el sepulcro y la
"angustia" de María y de José al volver a Jerusalén después de la primera
jornada de camino, traducen en un solo gesto la preocupación interior que lleva
a salir, a buscar, a tratar de encontrar... Es el gesto que manifiesta el
amor.
   Pero la fe no se ofrece como recompensa. Sorprende a todos. Por una parte
permanece siempre una zona de oscuridad y de incomprensión, donde el misterio
queda siempre escondido, por otra está la seguridad plena que produce la paz
y la alegría de haber llegado a la verdad, de haber encontrado mucho más de
lo que se buscaba.

   Señor Jesús, vivo y resucitado,
   con María Magdalena, con Pedro y Juan,
   con María y José,
   queremos vivir hoy la búsqueda amorosa
   que enciende la fe.
   La luz de tu resurrección
   hace brillar en nosotros el deseo
   de ir a tu encuentro
   porque reconocemos en el evento
   de tu paso de la muerte a la vida
   la explicación del enigma de nuestra vida
   y de la historia del mundo.
   Ante esta maravilla suprema de Dios
   que es tu resurrección,
   nuestra esperanza, Señor Jesús,
   redobla su fuerza para descubrir tu acción
   en todos los signos de vida que tenemos a nuestro alcance.

                            Celebrar la Pascua

   S. Pablo exhorta a los primeros cristianos a celebrar la Pascua "no con
levadura vieja (levadura de corrupción y de maldad) sino con los panes ázimos
de la sinceridad y de la verdad" (1Co 5,8). Quizá tengamos en esas palabras
el primer testimonio de la celebración de la Pascua cristiana. Pero aparte de
su valor histórico son de una lógica contundente para la vida concreta del
cristiano.
   La Pascua de Cristo en la que el cristiano es introducido mediante la fe
y el bautismo pone en su vida una radical novedad, que debe llevar a dejar
de lado lo antiguo, es decir, el pecado. S. Pablo lo expresa aludiendo al
rito hebreo que consistía en eliminar de la casa todo pan fermentado, símbolo
de la impureza, para empezar nuevamente el ciclo de la vida cotidiana con una
pan puro, ázimo.
   Celebrar la Pascua en la liturgia se convierte así en un compromiso a
realizarla en el culto de la vida. Es el compromiso de cada eucaristía.
   La levadura de la "malicia" y de la "corrupción", que fermenta, crece y
da sus frutos de muerte, debe ir dejando el sitio a la "sinceridad", a la
"verdad" y demás virtudes cristianas ya que en la Pascua de Cristo hemos sido
hechos "ázimos". Lo que se nos ha dado como regalo debe ir transformando toda
nuestra vida para poderla ofrecer a nuestra vez como don.
   El don es inicialmente luz interior que da la fe para adherirnos con
certeza a la persona de Jesucristo. En cuanto luz interior tiene una
evidencia subjetiva inapelable. Y es a partir de esa fuerza de convicción que
puede construirse poco a poco una existencia que tiende hacia una mayor
claridad y se expresa progresivamente en comportamientos más coherentes.
   La celebración de la Pascua debería hacer cada vez más clara la razón de
nuestra fe y más nítida la coherencia de nuestro obrar. Como un espejo al ser
desempañado, la Pascua de cada año debería devolvernos cada vez más clara la
imagen de nuestro ser cristiano.

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17 de abril de 2011 - DOMINGO DE RAMOS DE LA PASION DEL SEÑOR

"Realmente Éste era Hijo de Dios"

Isaías 50,4-7

Mi Señor me ha dado una lengua de iniciado, para saber decir al abatido,
una palabra de aliento.
Cada mañana me espabila el oído, para que escuche como los iniciados.
El Señor Dios me ha abierto el oído; y yo no me he rebelado ni me he
echado atrás.
Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, la mejilla a los que mesaban mi
barba.
No oculté el rostro a insultos y salivazos.
Mi Señor me ayudaba, por eso no quedaba confundido; por eso endurecí mi
rostro como pedernal, y sé que no quedaré avergonzado.

Filipenses 2,6-11

Hermanos: Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su
categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango, y tomó la condición
de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre
cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de
cruz. Por eso Dios lo levantó sobre todo, y le concedió el ¡Nombre-sobre-
todo-nombre! de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble -en el
Cielo, en la Tierra, en el Abismo-, y toda lengua proclame: ¡Jesucristo es
Señor! para gloria de Dios, Padre.

Comentario

Como centro de la Palabra de Dios tenemos en este domingo la lectura de
la pasión de Jesús. Esta "memoria de la pasión" debe acompañarnos durante
toda la semana que se abre con el Domingo de Ramos. Escuchar el relato
serenamente en la liturgia y leerlo con atención en el silencio es el mejor
comentario que pueda hacerse.

La versión de la pasión que ofrece S. Mateo coincide casi completamente
con la de S. Marcos. Hay, sin embargo, algunos detalles propios de Mateo que
guiarán nuestra reflexión. Esas diferencias tienden a subrayar la ruptura con
el hebraísmo, el cumplimiento de la Escritura, la dramaticidad de las
situaciones...

Los acontecimientos que preceden a la pasión, además de su significado
propio, crean el clima que permite comprender en profundidad todo el proceso.
Podemos fijarnos en estos detalles. La traición de Judas es interpretada a
la luz de una cita explícita del profeta Zacarías en la que se concreta el
precio exacto pagado por los sumos sacerdotes; ese precio equivalía a lo que
se había dado por el profeta (Zac 11,13) y era el precio de un esclavo. En
el relato de Mateo es en el que con más nitidez aparece la figura del traidor
pues acentúa el contraste entre la comunión y amistad que supone sentarse a
la misma mesa y la delación inmediatamente posterior. En la institución de
la Eucaristía hay dos expresiones propias de Mateo: la sangre de Jesús será
derramada "para el perdón de los pecados" y, cuando Jesús beberá de nuevo el
fruto de la vid en el Reino del Padre lo hará "con vosotros". En la
predicción del abandono por parte de Pedro y los demás discípulos, Mateo cita
nuevamente a Zacarías y añade una palabra con gran valor eclesiológico. Para
él se trata de la dispersión de las ovejas "del rebaño".

Entrando en el relato de la pasión propiamente dicha, encontramos también
algunos aspectos propios de Mateo. Durante la agonía en Getsemaní, atenúa el
drama interior de Jesús. El "terror y angustia" de Mc 14,33,son en Mateo
"tristeza y angustia". En la oración al Padre, Jesús añade un "si es posible"
sumiso y obediente.

Durante el proceso ante las autoridades religiosas se subraya la
inocencia de Jesús y la falsedad de las acusaciones. Puede notarse también
la correspondencia entre la pregunta de Caifás y la confesión mesiánica de
Pedro (Mt 16,16). El proceso ante las autoridades civiles es presentado como
particularmente inicuo, aunque forma parte del designio de Dios. La mujer de
Pilato ve en Jesús "un hombre justo".

En los momentos finales de la crucifixión y muerte de Jesús, Mateo se
fija sobre todo en su abandono y soledad. Más que los otros evangelistas
insiste en el cumplimiento de la Escritura aludiendo repetidas veces a
expresiones de los salmos. Característica de Mateo es también la expresión
"Si eres hijo de Dios... ", que hace eco a las palabras del tentador en el
desierto al comienzo del ministerio de Jesús. Finalmente es propia de Mateo
la alusión a los fenómenos cósmicos que acompañaron la muerte y sepultura de
Jesús. Parece que quiere significar con ellos el paso de una era a otra, el
paso de la antigua a la nueva alianza.

Unus de Trinitate passus est

El misterio de Nazaret educa nuestra mirada de fe para, desde la Sagrada
Familia, contemplar la profundidad trinitaria de Dios.

La pasión de Jesús nos revela en el punto supremo, la historia del Dios
amor: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Con S. Agustín podemos decir: "Allí
estaban los tres, el Amante, el Amado y el Amor".

Con demasiada frecuencia estamos acostumbrados a meditar la pasión viendo
sólo a Jesús e incluso, teniendo en cuenta su doble naturaleza, nos detenemos
casi exclusivamente en sus sufrimientos humanos. Dejamos así de lado su
naturaleza divina que por definición, o quizá más bien por una deformación
mental nuestra, consideramos impasible. Deshacemos así, quizá de manera
inconsciente, la unión hipostática realizada en la encarnación. Por eso hemos
colocado como título de esta reflexión una expresión antiquísima de la fe
cristiana ("uno de la Trinidad ha padecido"), que dice bien esa implicación
de toda la Trinidad en la pasión de Cristo.

Al "abandono" que Jesús experimenta no sólo como hombre, sino también
como Hijo, sobre todo en el momento de Getsemaní y en la hora de la muerte,
corresponde por parte del Padre ese acto que el Nuevo Testamento llama en
diversos lugares "entrega". "Dios no escatimó su propio Hijo, sino que lo
entregó por todos nosotros" (Rom 8,32). Es más, Dios lo ha hecho "pecado" y
"maldición" (Gal 3,13) por nosotros. En el abandono que el Hijo siente está
del otro lado la entrega por parte del Padre. Si el Hijo no fue escatimado,
eso aconteció para que quienes merecíamos el castigo fuéramos salvados.
Podemos ver, pues, en el abandono del Hijo la entrega del Padre, no sólo en
cuanto da a su propio Hijo, sino en cuanto Él mismo se entrega y compromete
definitivamente con el hombre. Pero el Hijo se entrega a sí mismo
voluntariamente, en perfecta sintonía con la voluntad del Padre. "Me amó y
se entregó por mí" (Gal 2,20).

En el acontecimiento de la cruz tenemos el momento del máximo abandono,
de la máxima distancia, por así decirlo, entre el Padre y el Hijo, y al mismo
tiempo la máxima comunión. Quien franquea la distancia y une los extremos es
evidentemente el Espíritu Santo. Por eso de Cristo crucificado brota la
abundancia de vida del Espíritu que vivifica a los muertos y se derrama a
todos los hombres.

El Espíritu Santo "que sondea las profundidades de Dios" (1Co 1,11) está
en el dolor de Dios por el pecado del hombre; está en el dolor del Padre al
entregar al Hijo para que muera a manos de los hombres; está en la agonía,
en el abandono, en la muerte del Hijo y desde esas situaciones, que a los
ojos de los hombres parecen absurdas y desesperadas hace brotar el amor, un
amor que procede de una libertad total y de una misericordia infinita. "Tanto
amó Dios al mundo que entregó a su hijo único para que tenga vida eterna y
no perezca ninguno de los que creen en Él" (Jn 3,16).

Señor Jesús, que te has hecho obediente
hasta morir en la cruz por nuestros pecados,
pedimos para nosotros ese mismo Espíritu,
que transformó esa cadena de humillación,
de dolor, de desprecio, de abandono que fue tu pasión
en el sacrificio perfecto que salva al mundo.
Que el Espíritu Santo nos introduzca,
mediante la fe, la adoración y el compromiso
en ese misterio inconmensurable
del amor trinitario
para que sepamos contemplar
la expresión humana del dolor de Dios
manifestada en el sufrimiento.

Por nosotros

El acontecimiento de la cruz ilumina el misterio de Dios revelándonos la
inmensidad de su amor que se manifiesta en el sufrimiento de Cristo. Pero
proyecta también una luz definitiva sobre el misterio del hombre.

Ante Cristo abandonado-entregado por el Padre y muerto en la cruz no
podemos ver como irremediable ninguna situación humana, nuestra o de los
demás. Ninguna miseria, ninguna maldad, ningún pecado es ajeno a lo que pasó
aquel día en el Calvario. Nuestro corazón debe ser capaz de dilatarse hasta
comprender toda la extensión del mal y del pecado que existe en el mundo,
para desde ella proclamar que la misericordia de Dios es aún más amplia. El
recorrido que Jesús ha hecho en su pasión por todas las miserias del hombre
nos permite lanzar ese grito de esperanza.

Pero al mismo tiempo que la comprensión y la misericordia, debe crecer en
nosotros el repudio más absoluto de toda forma de pecado. Y ese repudio, en
nosotros y en los demás, debe nacer de la contemplación del inmenso amor de
Dios que vemos manifestado en Cristo. "No es posible comprender el mal del
pecado en toda su realidad dolorosa sin sondear las profundidades de Dios"
(Dominum et Vivificantem, 39). Sólo quien se hace cargo del dolor que Dios
experimenta por el pecado, puede abrirse al misterio de la redención. "Pero
a menudo el Libro sagrado nos habla de un Padre, que siente compasión por el
hombre, como compartiendo su dolor. En definitiva, este inescrutable e
indecible "dolor" de Padre engendrará sobre todo la admirable economía del
amor redentor en Jesucristo, para que, por medio del misterio de la piedad,
en la historia del hombre el amor pueda revelarse más fuerte que el pecado"
(idem).

La historia del amor de Dios hacia el hombre se resume en el camino
concreto seguido por Jesús que lo llevó, fiel a Dios y fiel al hombre, a la
cruz. Así nos indicó también la senda que nosotros tenemos que seguir:
"Cristo sufrió por vosotros dejándoos un modelo para que sigáis sus huellas.
El no cometió pecado, ni encontraron mentira en sus labios... El en su
persona subió nuestros pecados a la cruz para que nosotros muramos a los
pecados y vivamos para la honradez" (1Pe 2,23-24).

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10 de abril de 2011 - DOMINGO V DE CUARESMA - Ciclo A

"Yo soy la Resurrección y la Vida"

Ezequiel 37,12-14

Esto dice el Señor:
-Yo mismo abriré vuestros sepulcros, y os haré salir de vuestros sepul-
cros, pueblo mío, y os traeré a la tierra de Israel. Y cuando abra vuestros
sepulcros y os saque de vuestros sepulcros, pueblo, sabréis que soy el Señor:
os infundiré mi espíritu y viviréis; os colocaré en vuestra tierra, y sabréis
que yo el Señor lo digo y lo hago. Oráculo del Señor.

Romanos 8,8-11

Hermanos: Los que están en la carne no pueden agradar a Dios.
Pero vosotros no estáis en la carne, sino en el espíritu, ya que el Espí-
ritu de Dios habita en vosotros.
El que no tiene el Espíritu de Cristo no es de Cristo.
Si Cristo está en vosotros, el cuerpo está muerto por el pecado, pero el
espíritu vive por la justicia.
Si el Espíritu del que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en
vosotros, el que resucitó de entre los muertos a Cristo Jesús vivificará tam-
bién vuestros cuerpos mortales, por el mismo Espíritu que habita en vosotros.

Juan 11,1-45

Un cierto Lázaro, de Betania, la aldea de María y de Marta, su hermana,
había caído enfermo. (María era la que ungió al Señor con perfume y le enjugó
los pies con su cabellera: el enfermo era su hermano Lázaro).
Las hermanas le mandaron recado a Jesús, diciendo:
-Señor, tu amigo está enfermo.
Jesús, al oírlo, dijo:
-Esta enfermedad no acabará con la muerte, sino que servirá para la
gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella.
Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro. Cuando se enteró de que
estaba enfermo, se quedó todavía dos días en donde estaba.
Sólo entonces dice a sus discípulos:
-Vamos otra vez a Judea.
Los discípulos le replican:
-Maestro, hace poco intentaban apedrearte los judíos, ¿vas a volver allí?
Jesús contestó:
-¿No tiene el día doce horas? Si uno camina de día, no tropieza porque ve
la luz de este mundo; pero si camina de noche, tropieza porque le falta la
luz.
Dicho esto añadió:
-Lázaro, nuestro amigo, está dormido: voy a despertarlo.
Entonces le dijeron sus discípulos:
-Señor, si duerme, se salvará.
(Jesús se refería a su muerte; en cambio, ellos creyeron que hablaba del
sueño natural.)
Entonces Jesús les replicó claramente:
-Lázaro ha muerto, y me alegro por vosotros de que no hayamos estado
allí, para que creáis. Y ahora vamos a su casa.
Entonces Tomás, apodado el Mellizo, dijo a los demás discípulos:
-Vamos también nosotros y muramos con él.
Cuando Jesús llegó, Lázaro llevaba ya cuatro días enterrado. Betania
distaba poco de Jerusalén: unos tres kilómetros; y muchos judíos habían ido
a ver a Marta y a María, para darles el pésame por su hermano.
Cuando Marta se enteró de que llegaba Jesús, salió a su encuentro,
mientras María se quedaba en casa. Y dijo Marta a Jesús:
-Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano. Pero aún
ahora sé que todo los que pidas a Dios, Dios te lo concederá.
Jesús le dijo:
-Tu hermano resucitará.
Marta respondió:
-Sé que resucitará en la resurrección del último día.
Jesús le dice:
-Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto,
vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?
Ella le contestó:
-Sí, Señor: yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía
que venir al mundo.
Y dicho esto, fue a llamar a su hermana María, diciéndole en voz baja:
-El maestro está ahí, y te llama.
Apenas lo oyó, se levantó y salió a donde estaba Él: porque Jesús no
había entrado todavía a la aldea, sino que estaba aún donde Marta lo había
encontrado. Los judíos que estaban con ella en casa consolándola, al ver que
María se levantaba y salía de prisa, la siguieron, pensando que iba al
sepulcro a llorar allí. Cuando llegó María adonde estaba Jesús, al verlo se
echó a sus pies, diciéndole:
-Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano.
Jesús, viéndola llorar a ella y viendo llorar a los judíos que la acom-
pañaban, sollozó y muy conmovido, preguntó:
-¿Dónde lo habéis enterrado?
Le contestaron:
-Señor, ven a verlo.
Jesús se echó a llorar. Los judíos comentaban:
-¡Cómo lo quería!
Pero algunos dijeron:
-Y uno que le ha abierto los ojos a un ciego, ¿no podía haber impedido
que muriera éste?
Jesús, sollozando de nuevo, llegó hasta la tumba. (Era una cavidad
cubierta con una losa.) Dijo Jesús:
-Quitad la losa.
Marta, la hermana del muerto, le dijo:
-Señor, ya huele mal, porque lleva cuatro días.
Jesús le dijo:
-¿No te he dicho que, si crees, verás la gloria de Dios?
Entonces quitaron la losa. Jesús, levantando los ojos a lo alto, dijo:
-Padre, te doy gracias porque me has escuchado; yo sé que tú me escuchas
siempre; pero lo digo por la gente que me rodea para que crean que tú me has
enviado. Y dicho esto, gritó con voz potente:
-Lázaro, ven afuera.
El muerto salió, los pies y la manos atados con vendas, y la cara
envuelta en un sudario. Jesús les dijo:
-Desatadlo y dejadlo andar.
Y muchos judíos que habían venido a casa de María, al ver lo que había
hecho Jesús, creyeron en Él.

Comentario

El itinerario catecumenal que la Iglesia realiza cada año en la cuaresma
llega hoy a su punto culminante. Mirando a los domingos precedentes, podemos
sintetizarlo así: pasando a través del "agua" del bautismo, el cristiano es
iluminado por la "luz" de Cristo y recibe la "vida" de los hijos de Dios.

La catequesis litúrgica de este domingo nos lleva a contemplar cómo el
Espíritu de Dios da vida y pone en marcha a todo un pueblo (1ª. lectura),
habitando y transformando la vida desde el interior de cada persona (2ª.
lectura) y conduciéndola a Cristo en quien está la verdadera vida y la resu-
rrección (3ª. lectura).

Detengámonos un momento en el relato de la resurrección de Lázaro, para
captar el mensaje global de estas lecturas. En el evangelio de Juan ocupa un
lugar importante por tres motivos: se presenta el símbolo (vida) en el que
confluyen los que ha empleado anteriormente (agua, luz); Marta confiesa
explícitamente la fe de la Iglesia: "Sí, Señor, yo creo..."; la consecuencia
de la resurrección de Lázaro es la decisión de los sumos sacerdotes y los
fariseos de condenar a muerte a Jesús.

El relato de este "gran signo" viene presentado por el evangelista en
tres etapas. Después de unos versículos de introducción en los que se
describe la situación, Jesús da a sus discípulos algunas instrucciones
fundamentales para introducirlos en el significado del milagro que realizará.
El conoce exactamente, aunque a distancia, cómo están las cosas: Lázaro no
está dormido, sino muerto. Pero la muerte no es la situación definitiva de
quienes son "amigos" suyos. Quien muere con Él, no en el sentido material al
que se refiere Tomás invitando a sus compañeros a ir a Jerusalén, sino
vinculándose a Jesús mediante la fe, vivirá.

La segunda parte de la narración pone el acento sobre el camino de fe que
recorren las hermanas de Lázaro y de modo especial Marta. Ésta, en un diálogo
intenso con Jesús, que tiene como trasfondo el hecho de la muerte de Lázaro,
es conducida a confesar su fe. Ante la afirmación solemne de Jesús
introducida por la expresión "Yo soy", Marta no pone condiciones. Acepta no
sólo que Él puede dar la vida, sino que Él es la vida. Llega así a la verdad
de la fe: "Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios".

El gran milagro que sigue confirma la verdad de esa fe. A pesar de las
vacilaciones de las hermanas de Lázaro y de quienes rodean a Jesús, Éste
cumple el signo de llamar a la vida a un muerto, mostrando así que "igual que
el Padre resucita a los muertos y les da la vida, también el Hijo da la vida
a quien quiere" (Jn 5,21-22). El Hijo lo hace, sin embargo, en plena sumisión
al Padre, "para gloria de Dios" (11,4).

La resurrección de Lázaro anticipa así, en cierto modo, la resurrección
de Jesús "porque el Padre dispone de la vida y ha concedido también al Hijo
el disponer de la vida" (Jn 5,26) y es un signo de la resurrección final de
todos los que duermen en Cristo.

"Jesús se echó a llorar"

Uno de los aspectos más profundos y delicados en los que se manifiesta la
realidad de la encarnación es en el de los sentimientos. Jesús, llorando por
la muerte de su amigo Lázaro, nos da ocasión para meditarlo. Es más, su
llanto sereno y la potencia de su voz que resucita a los muertos nos revelan
su doble condición, igualmente verdaderas, de hombre y de Dios.

Dos son los sentimientos que manifiesta Jesús externamente en ese trance:
el primero es el de turbación e indignación, el segundo el de pena por la
pérdida de Lázaro. Algunas traducciones del evangelio no hacen esta
distinción y ven en los versículos 33,35 y 38 diversas manifestaciones,
reprimidas unas y más libres otras, del mismo llanto.

Sin embargo, ante la actitud de duda e incredulidad de María, la hermana
de Lázaro, y de los judíos, Jesús se turba de indignación. Los comentaristas
vacilan entre dos interpretaciones. Para algunos Jesús se sorprende y se
indigna profundamente por la incredulidad que ve en quienes lo rodean. Para
otros ese sentimiento es producido por la desesperación de la condición
humana necesariamente sometida al sufrimiento y a las tinieblas de la muerte,
cuya raíz está en el pecado. Esta última interpretación contrasta con la
serenidad manifestada al comienzo del relato ante la noticia de la enfermedad
de Lázaro y el retraso voluntario de dos días para ir a Betania, dejando que
se cumpliera el ciclo natural de la enfermedad que desemboca en la muerte.

Muy distinto sentido tiene el verbo usado en el versículo 35: "Jesús se
echó a llorar". Evoca un llanto silencioso, expresión de una honda pena. Los
judíos así lo entienden y comentan: "¡Mirad cuánto lo quería!". Se trata de
una expresión de la intimidad plenamente humana, como la de cualquier persona
ante la muerte de un familiar o de un amigo.

Fácil es evocar desde aquí un momento similar en el que Jesús debió
encontrarse en Nazaret cuando murió S. José. El dolor de la despedida
llegaría a la misma intensidad que había llegado la estima, la intimidad, el
amor. María y Jesús debieron compartir el llanto y el dolor mientras el
"hombre justo" los dejaba con la esperanza en el corazón de ver un día la
resurrección. No hubo, sin embargo, entonces ningún milagro: no había llegado
aún la hora de Jesús. Y, sin embargo, Él, la resurrección y la vida estaba
allí.

Nazaret nos revela también en esto la otra cara del misterio. La
resurrección de Lázaro es un signo, tanto más maravilloso cuanto más
excepcional. La resurrección de Jesús, a la que la de Lázaro nos remite,
descubrirá finalmente en la fe el sentido que tiene toda muerte. Marta creía
en la resurrección de los muertos "en el último día". Jesús le dice que en
Él se encuentra una vida que vence a la muerte, de manera que quien cree en
Él "aunque muera, vivirá ". Luego lo importante no es ya morir o no morir,
sino tener la fe en Cristo para vivir eternamente.

Así cobra todo su valor el ciclo natural de la vida del hombre que
culmina con la muerte. El signo obrado por Jesús (y otros que hubiera podido
hacer) no tienen el significado de sustraer a algunos del paso de la muerte,
sino de iluminar el sentido que este trance tiene para todos.

Te bendecimos, Padre,
porque por la fe que nos has dado en el bautismo,
Cristo, tu Hijo, se ha acercado
a cada una de nuestras tumbas
para llamarnos a la vida,
la vida verdadera y eterna.
Danos el Espíritu Santo
que nos vivifica constantemente,
nos da la armonía de la vida
y nos pone en pie para formar tu pueblo
y caminar al encuentro de todos los hombres.
Tú, Padre de la vida,
que tienes en ti mismo la vida en abundancia,
nos la has dado en Cristo,
bendito seas.

Vivos para Dios

"Gloria de Dios es el hombre que vive y vida del hombre es la visión de
Dios", dice S. Ireneo. El bien más precioso que el hombre posee es la vida.
En el mundo actual, a pesar de los muchos atentados de todo tipo que tiene
la vida, va ganando terreno la conciencia de la dignidad de la persona, de
su valor irrepetible, de su derecho a vivir. Es una toma de conciencia muy
importante que puede poner en camino hacia el paso decisivo de la fe.

En la revelación, Dios se ha presentado siempre como un Dios de vivos y
no de muertos, Él es el Dios de la vida. Y esto en dos sentidos, en cuanto
Él es "la fuente de la vida", el creador de todo, y en cuanto Él asegura y
da una finalidad coherente a todo lo que existe. Pero lo que está por encima
de todo cálculo humano y más allá de lo que nuestro entendimiento puede
concebir es que Él haya querido compartir con el hombre su propia vida,
cumpliendo así la aspiración más honda y más secreta de todo ser humano. Esa
plenitud de vida, nunca merecida, coloca al hombre en una situación
paradójica que lo lleva más allí de sus límites y posibilidades naturales.

El mensaje de las lecturas de este domingo nos lleva así a algunas
actitudes prácticas que apuntan hacia la raíz misma de nuestro ser cristiano.

En primer lugar debemos tener una actitud de apertura que nos lleva a
acoger la vida en todas sus manifestaciones como don de Dios, reconociendo
con gratitud que nos desborda porque nos viene de otro y porque, por gracia,
nos abre unos horizontes nuevos que nos lleva hasta la filiación divina.

Tenemos que ser conscientes y respetuosos con ese don de la vida que
fluye en nosotros y del que somos portadores. El "Verbo de la vida" (1Jn 1,1)
se hizo hombre y vino entre nosotros para traernos esa posibilidad de vida,
verdadera y plena, que da sentido a todo tipo de vida y eleva al hombre a la
dignidad de hijo de Dios.

El gesto de Jesús, llamando a Lázaro de nuevo a la vida, nos invita a
prolongar esa llamada, aun en los casos más desesperados, promoviendo la vida
entorno nuestro, siendo transmisores de vida en todas sus manifestaciones.

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3 de abril de 2011 - DOMINGO IV DE CUARESMA - Ciclo A

"Para que los que no ven, vean"

I Samuel 16,1b. 6-7. 10-13a

En aquellos días, dijo el Señor a Samuel:
-Llena tu cuerno de aceite y vete. Voy a enviarte a Jesé, de Belén,
porque he visto entre sus hijos un rey para mí.
Cuando se presentó vio a Eliab y se dijo: "Sin duda está ante el Señor su
Ungido".
Pero el Señor dijo a Samuel:
-No mires su apariencia ni su gran estatura, pues yo lo he descartado. La
mirada de Dios no es como la mirada del hombre, pues el hombre mira las
apariencias, pero el Señor mira el corazón.
Hizo pasar Jesé a sus siete hijos ante Samuel, pero Samuel dijo:
-A ninguno de éstos ha elegido el Señor.
Preguntó, pues, Samuel a Jesé:
-¿No quedan ya más muchachos?
El respondió:
-Todavía falta el más pequeño, que está guardando el rebaño.
Dijo entonces Samuel a Jesé:
-Manda que lo traigan, porque no comeremos hasta que haya venido.
Mandó, pues, que lo trajeran; era rubio, de bellos ojos y hermosa
presencia.
Dijo el Señor:
-Levántate y úngelo, porque éste es.
Tomó Samuel el cuerno de aceite y lo ungió en medio de sus hermanos.

Efesios 5,8-4

Hermanos: En otro tiempo erais tinieblas, ahora sois luz en el Señor.
Caminad como hijos de la luz (toda bondad, justicia y verdad son fruto de la
luz) buscando lo que agrada al Señor, sin tomar parte en las obra estériles
de las tinieblas, sino más bien poniéndolas en evidencia. Pues hasta ahora
da verguenza mencionar las cosas que ellos hacen a escondidas. Pero la luz,
denunciándolas las pone al descubierto, y todo lo descubierto es luz. Por eso
dice: "Despierta tú que duermes, levántate de entre los muertos y Cristo será
tu luz".

Juan 9,1-41

Al pasar Jesús vio a un hombre ciego de nacimiento. Y sus discípulos le
preguntaron:
-Maestro, ¿quién pecó: éste o sus padres, para que naciera ciego?
Jesús contestó:
-Ni éste pecó ni sus padres, sino para que se manifiesten en él la obras
de Dios. Mientras es de día tengo que hacer las obras del que me ha enviado:
viene la noche y nadie podrá hacerlas. Mientras estoy en el mundo, soy la luz
del mundo.
Dicho esto, escupió en la tierra, hizo barro con la saliva, se lo untó en
los ojos al ciego, y le dijo:
-Ve a lavarte a la piscina de Silo‚ (que significa Enviado).
El fue, se lavó, y volvió con vista. Y los vecinos y los que antes solían
verlo pedir limosna preguntaban:
-¿No es éste el que se sentaba a pedir?
Unos decían:
-El mismo.
Otros decían:
-No es él pero se le parece.
El respondía:
-Soy yo.
Y le preguntaban:
-¿Y cómo se te han abierto los ojos?
El contestó:
-Ese hombre que se llama Jesús hizo barro, me lo untó en los ojos y me
dijo que fuese a Silo‚ y que me lavase. Entonces fui, me lavé y empecé a ver.
Le preguntaron:
-¿Dónde está él?
Contestó:
-No sé.
Llevaron ante los fariseos al que había sido ciego. (Era sábado el día que
Jesús hizo barro y le abrió los ojos). También los fariseos le preguntaban
cómo había adquirido la vista.
El les contestó:
-Me puso barro en los ojos, me lavó y veo.
Algunos de los fariseos comentaban:
-Este hombre no viene de Dios, porque no guarda el sábado.
Otros replicaban:
-¿Cómo puede un pecador hacer semejantes signos?
Y estaban divididos. Y volvieron a preguntarle al ciego:
-Y tú, ¿qué dices del que te ha abierto los ojos?
El contestó:
-Que es un profeta.
Pero los judíos no se creyeron que aquél había sido ciego y había
recibido la vista, hasta que llamaron a sus padres y les preguntaron:
-¿Es éste vuestro hijo, de quien decís vosotros que nació ciego? ¿Cómo es
que ahora ve?
Sus padres contestaron:
-Sabemos que éste es nuestro hijo y que nació ciego; pero cómo ve ahora,
no lo sabemos nosotros, y quién le ha abierto los ojos, nosotros tampoco lo
sabemos. Pregunténselo a él, que es mayor y puede explicarse.
Sus padres respondieron así porque tenían miedo a los judíos, pues los
judíos ya habían acordado excluir de la sinagoga a quien reconociera a Jesús
por Mesías. Por esos sus padres dijeron: "Ya es mayor, pregunténselo a él".
Llamaron por segunda vez al que había sido ciego y le dijeron: -
Confiésalo ante Dios: nosotros sabemos que ese hombre es un pecador.
Contestó él:
-Si es un pecador, no lo sé. Sólo sé que yo era ciego y ahora veo.
Le preguntaron de nuevo:
-¿Qué te hizo, cómo te abrió los ojos?
Les contestó:
-Os lo he dicho ya, y no me habéis hecho caso: ¿para qué queréis oírlo
otra vez?, ¿también vosotros queréis haceros discípulos suyos?
Ellos lo llenaron de improperios y le dijeron:
-Discípulo de ése lo serás tú; nosotros somos discípulos de Moisés.
Nosotros sabemos que a Moisés le habló Dios, pero ése no sabemos de dónde
viene.
Replicó él:
-Pues eso es lo raro: que vosotros no sabéis de donde viene, y, sin
embargo, me ha abierto los ojos. Sabemos que Dios no escucha a los pecadores,
sino al que es religioso y hace su voluntad. Jamás se oyó decir que nadie le
abriera los ojos a un ciego de nacimiento; si éste no viniera de Dios, no
tendría ningún poder.
Le replicaron:
-Empecatado naciste tú de pies a cabeza, ¿y nos vas a dar lecciones a
nosotros?
Y lo expulsaron. Oyó Jesús que lo habían expulsado, lo encontró y le
dijo:
-¿Crees tú en el Hijo del hombre?
El contestó:
-¿Y quién es, Señor, para que crea en él?
Jesús le dijo:
-Lo estás viendo: el que te está hablando, ése es.
El le dijo:
-Creo, Señor.
Y se postró ante él. Dijo Jesús:
-Para un juicio he venido a este mundo: para que los que no ven, vean, y
los que ven, se queden ciegos.
Los fariseos que estaban con él oyeron esto y le preguntaron:
-¿También nosotros estamos ciegos?
Jesús les contestó:
-Si estuvierais ciegos, no tendríais pecado; pero como decís que veis,
vuestro pecado persiste.

Comentario

En el rito de la iniciación cristiana de los adultos, en este domingo de
cuaresma se hace el segundo escrutinio con vistas al bautismo, llamado
también "iluminación" en la Iglesia antigua, y se les entrega un cirio encen-
dido mientras se ora así: "Padre de bondad, haz que estos catecúmenos se vean
libres de la mentira y lleguen a ser hijos de la luz".

La Palabra de Dios recurre muchas veces al símbolo de la luz para
describir la realidad cristiana: "En otro tiempo erais tinieblas, ahora sois
luz en el Señor". La 2ª. lectura nos introduce así en el significado profundo
del evangelio de hoy.

El cap. 9 del evangelio de Juan está ambientado en la ciudad de Jerusalén
durante la fiesta anual de las tiendas, que comprendía como ritos
fundamentales el del agua (procesión desde la piscina de Silo‚ hasta el
templo) y el de la luz (hogueras que recordaban la columna de fuego del
Exodo). En ese contexto el evangelio presenta a Jesús como la verdadera
fuente de agua viva (cap. 7) y como luz del mundo (cap. 8 y 9).

Para entender el relato de la curación del ciego de nacimiento hay que
tener en cuenta el significado polivalente de la palabra "ver" en el IV
evangelio. Además del sentido material, este verbo va asociado frecuentemente
a "creer". "Porque me has visto, has creído" (Jn 20,28).

La narración está construida con una arquitectura impecable para poner
bien de relieve el mensaje principal. Tomando como eje central la curación
del ciego de nacimiento, se cruzan dos procesos que van desarrollándose en
sentido opuesto. Veamos cómo.

En un primer momento el ciego recupera la vista y, más adelante, ante
Jesús que se presenta como el Hijo del Hombre, llega a la fe: "Creo, Señor".
De esta forma el ciego llega a ser plenamente "vidente" y así "se manifiestan
las obras de Dios".

El proceso inverso tiene dos colectivos como protagonistas: los vecinos
y conocidos del ciego, que constatan la materialidad del milagro, pero sin
encontrar su significado, y los fariseos. Estos, en el interrogatorio al
hombre que ha recuperado la vista, muestran sus conocimientos en materia
religiosa y su cerrazón ante los signos que Jesús ofrece. De esta forma, los
que creían "ver", en realidad permanecen "ciegos".

Aparece así claramente la doble misión de Jesús: por una parte el enviado
de Dios que ofrece a los hombre la luz de la salvación, la posibilidad de ver
de verdad; por otra, se cumple en él el juicio de Dios revelando la ceguera
que está en el corazón.

A comprender ese "juicio de Dios", que es distinto del de los hombres,
nos había introducido la 1ª. lectura: "La mirada de Dios no es como la mirada
del hombre, pues el hombre mira las apariencias, pero el Señor mira el
corazón".

"Luz de las gentes"

Desde el comienzo los evangelistas presentan a Jesús como el "sol que
nace de lo alto para iluminar a los que viven en las tinieblas" (Lc 1,79) y
como "luz para alumbrar a las naciones" (Lc 2,32): Nada más alejado, sin
embargo, del modo de proceder de Dios que las demostraciones externas de
grandiosidad. La gloria de Dios se manifiesta en la humildad de la
encarnación; y la luminosidad de su revelación, en la opacidad de la carne
(1Jn 1).

Es curioso notar cómo los evangelios apócrifos envuelven en una luz tan
misteriosa como brillante la cueva donde nació Jesús, mientras que el
evangelio de Lucas dice explícitamente que fue a los pastores a los que "la
gloria de Señor envolvió con su claridad". Mientras tanto la gruta donde
estaban María y José con el niño permanece en la oscuridad. La encarnación
es el modo supremo y definitivo que Dios ha elegido para manifestarse. En
ella se ve "la obra de Dios".

El se había manifestado de muchas formas desde la creación del mundo, por
medio de la revelación del Antiguo Testamento, pero en los últimos tiempos
"nos ha hablado por el Hijo, al que nombró heredero de todo, lo mismo que por
él había creado los mundos y las edades" (Heb 1,2). Reconocer al Hijo de Dios
hecho hombre es la piedra de toque, el criterio de discernimiento ante el que
todo hombre se encuentra: "Si uno confiesa que Jesús es el Hijo de Dios, Dios
está con él y él con Dios" (1Jn 4,5). Y Jesús es "el Mesías venido ya en la
carne" (Jn 4,3). De manera que el Dios invisible y su gran amor se ha hecho
visible: "En esto se hizo visible entre nosotros el amor de Dios, en que
envió al mundo a su Hijo único para que nos diera la vida" (1Jn 4,9).

El hecho de que Dios se haya hecho visible mediante la encarnación, y
esto no sólo en el sentido de poderlo percibir y tocar, sino que de algún
modo se ha hecho más accesible a nosotros, coloca al hombre ante el dilema
de "verlo" o de "no verlo", de aceptarlo o de rechazarlo.

Antes de que Cristo dijera: "mientras estoy en el mundo, soy la luz del
mundo", con el solo hecho de su encarnación, de haberse presentado como
hombre, era ya la luz del mundo. (Cfr. Prólogo del evangelio de Juan).

Así lo experimentó Simeón ante el niño que María y José presentaban en el
templo de Jerusalén. Y él mismo percibió también que la presencia del
Salvador revelaría lo que los corazones esconden; así actuaría ese "juicio
de Dios" que sanciona lo que el hombre lleva dentro. En las palabras de
Simeón se percibe el mismo doble proceso al que asistimos en el evangelio de
hoy. Unos caen, otros se levantan; unos recobran la vista, otros permanecen
ciegos. También María en el Magnificat había cantado ya, como manifestación
de la obra de Dios, ese destino paradójico a los ojos humanos, pero muy
coherente ante Dios, de quienes son arrogantes y poderosos, y de los pobres
y humildes.

Señor Jesús, luz verdadera,
que iluminas a todo hombre que viene al mundo,
abre los ojos de nuestro corazón
rebelde y endurecido por el pecado,
para que podamos contemplarte
y ser testigos tuyos.
Gracias, Señor, porque te has inclinado
para curar a la humanidad,
ciega y perdida en las tinieblas,
y la has enviado a lavarse
con el agua vivificante del Espíritu Santo;
así ha podido brillar en ella
el conocimiento de la gloria
que se refleja en tu rostro.


"Mientras es de día"

Siguiendo el camino trazado por el evangelista Juan, la liturgia de hoy
pretende que el milagro de la curación del ciego de nacimiento no quede
encerrado en él mismo: el ciego vio y luego creyó. Se presenta así el hecho
como una parábola de nuestra vida cristiana.

Lo primero es reconocer nuestra ceguera y las tinieblas que nos rodean.
Ceguera de nuestra limitación y de nuestro pecado, tinieblas de un mundo que
se repliega sobre sí mismo sin dejar espacios a la trascendencia y que
refleja como un espejo la oscuridad que muchas veces anida en el corazón del
hombre. Pascal decía que, sin Jesucristo, no sabemos qué es nuestra muerte
ni nuestra vida, quién es Dios y quiénes somos nosotros mismos.

Desde esa primera constatación podemos oír el grito que nos rescata y
resucita: "Despierta tú que duermes..." Es el momento de la gracia que
necesitamos acoger siempre con humildad. El peor síntoma es pretender ver,
cuando en realidad se está en la oscuridad: nunca llegará la luz. "En
realidad el misterio del hombre no se aclara de verdad sino en el misterio
del Verbo encarnado... Cristo, el nuevo Adán, en la revelación misma del
misterio del Padre y de su amor, pone de manifiesto plenamente al hombre ante
sí mismo y le descubre la sublimidad de su vocación" (G.S.22).

Llamado de las tinieblas, iluminado por Cristo, el hombre está también
destinado a su vez a ser luz. "Ahora sois luz en el Señor" (2ª. lectura).

La Palabra de Dios que hemos leído hoy nos señala los dos momentos
esenciales de esa misión.

S. Pablo insiste en la coherencia de la propia vida: las obras que
hacemos deben corresponder a la nueva situación en la que el bautismo nos ha
introducido. La bondad, la justicia, la verdad son frutos de la luz que hemos
recibido.

El segundo momento es el del testimonio. El ciego curado no teme narrar
lo que le ha sucedido ante sus padres, ante sus vecinos y conocidos, ante los
fariseos... "Me puso barro en los ojos, me lavó y veo". El ciego, desde esa
sencillez y firmeza en la verdad, llega a una sabiduría superior a los que
creen saber: "Vosotros no sabéis de dónde viene... Si ese no viniera de Dios
no tendría ningún poder".

Así pues, mientras es de día, mientras dura el hoy de nuestra existencia,
debemos, como Jesús, cumplir las obras para las que hemos sido enviados.

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27 de marzo de 2011 - DOMINGO III DE CUARESMA - Ciclo A

"El agua viva"

Exodo 17,3-7

En aquellos días, el pueblo, torturado por la sed, murmuró contra Moisés:
-¿Nos ha hecho salir de Egipto para hacernos morir de sed a nosotros, a
nuestros hijos y a nuestros ganados?
Clamó Moisés al Señor y dijo:
-¿Qué puedo hacer con este pueblo? Poco falta para que me apedreen.
Respondió el Señor a Moisés:
-Preséntate al pueblo llevando contigo algunos de los ancianos de Israel;
lleva también en tu mano el cayado con que golpease el río y vete, que allí
estaré yo ante ti, sobre la peña, en Horeb; golpearás la peña y saldrá de
ella agua para que beba el pueblo.
Moisés lo hizo así a la vista de los ancianos de Israel.
Y puso por nombre a aquel lugar Massá y Meribá, por la reyerta de los
hijos de Israel y porque habían tentado al Señor diciendo: ¿Está o no está
el Señor en medio de nosotros?

-Salmo 94

Romanos 5,1-2.5-8

Hermanos: Ya que hemos recibido la justificación por la fe, estamos en
paz con Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo. Por Él hemos obtenido
con la fe el acceso a esta gracia en que estamos; y nos gloriamos apoyados
en la esperanza de la gloria de los hijos de Dios. La esperanza no defrauda,
porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espí-
ritu Santo que se nos ha dado.
En efecto, cuando todavía estábamos sin fuerzas, en el tiempo señalado,
Cristo murió por los impíos; -en verdad, apenas habrá quien muera por un
justo; por un hombre de bien tal vez se atrevería uno a morir-; mas la prueba
de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió
por nosotros.

Juan 4,5-42

Llegó Jesús a un pueblo de Samaría llamado Sicar, cerca del campo que dio
Jacob a su hijo José: allí estaba el manantial de Jacob. Jesús, cansado del
camino, estaba allí sentado junto al manantial. Era alrededor del mediodía.
Llega una mujer de Samaría a sacar agua, y Jesús le dice:
-Dame de beber.
(Sus discípulos se habían ido al pueblo a comprar comida).
La Samaritana le dice:
-¿Cómo tú siendo judío, me pides de beber a mí que soy samaritana?
(Porque los judíos no se tratan con los samaritanos).
Jesús le contestó:
-Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, le
pedirías tú, y él te daría agua viva.
La mujer le dice:
-Señor, si no tienes cubo y el pozo es hondo, ¿de donde sacas el agua
viva?; ¿eres tú más que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo y de él
bebieron él, sus hijos y sus ganados?
Jesús le contestó:
-El que bebe de esta agua vuelve a tener sed; pero el que beba del agua
que yo le daré, nunca más tendrá sed: el agua que yo le daré se convertirá
dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna.
La mujer le dice:
-Señor, dame de esa agua: así no tendré‚ más sed, ni tendré que venir aquí
a sacarla.
El le dice:
Anda, llama tu marido y vuelve.
La mujer le contesta:
-No tengo marido.
Jesús le dice:
-Tienes razón, que no tienes marido: has tenido ya cinco y el de ahora no
es tu marido. En eso has dicho la verdad.
La mujer le dice:
-Señor, veo que tú eres un profeta. Nuestros padres dieron culto en este
monte, y vosotros decís que el lugar donde se debe dar culto está en
Jerusalén.
Jesús le dice:
-Créeme, mujer: se acerca la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén
daréis culto al Padre. Vosotros dais culto a uno que no conocéis; nosotros
adoramos a uno que conocemos, porque la salvación viene de los judíos. Pero
se acerca la hora, ya está aquí, en que los que quieran dar culto verdadero
adorarán al Padre en espíritu y verdad, porque el Padre desea que le den
culto así. Dios es espíritu, y los que le dan culto deben hacerlo en espíritu
y verdad.
La mujer le dice:
-Sé que va a venir el Mesías, el Cristo: cuando venga, Él nos lo dirá
todo.
Jesús le dice:
-Soy yo: el que habla contigo.
En esto llegaron sus discípulos y se extrañaban de que estuviese hablando
con una mujer, aunque ninguno le dijo: "¿Qué le preguntas o de qué le
hablas?"
La mujer, entonces, dejó su cántaro, se fue al pueblo y dijo a la gente:
Venid a ver un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho: ¿será éste el
Mesías?
Salieron del pueblo y se pusieron en camino adonde estaba Él.
Mientras tanto sus discípulos le insistían:
Maestro, come.
El les dijo:
-Yo tengo por comida un alimento que vosotros no conocéis.
Los discípulos comentaban entre ellos:
-¿Le habrá traído alguien de comer?
Jesús les dijo:
-Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y llevar a término su
obra.
¿No decís vosotros que faltan todavía cuatro meses para la cosecha? Yo os
digo esto: Levantad los ojos y contemplad los campos, que están ya dorados
para la siega; el segador ya está recibiendo el salario y almacenando fruto
para la vida eterna; y así se alegran lo mismo sembrador y segador. Con todo,
tiene razón el proverbio: "Uno siembra y otro siega". Yo os envío a segar lo
que no habéis sudado. Otros sudaron y vosotros recogéis el fruto de sus
sudores.
En aquel pueblo, muchos samaritanos creyeron en Él por el testimonio que
había dado la mujer: "Me ha dicho todo lo que he hecho".
Así, cuando llegaron a verlo los samaritanos, le rogaban que se quedara
con ellos. Y se quedó dos días. Todavía creyeron muchos más por su
predicación, y decían a la mujer:
-Ya no creemos por lo que tú dices, nosotros mismos hemos oído y sabemos
que Él es de verdad el Salvador del mundo.

Comentario

Las lecturas de este domingo están elegidas con vista a la celebración de
la Pascua. En su vigilia, en el rito del agua, se celebra o se renueva ese
baño regenerador del Espíritu Santo derramado en nuestro corazones (2ª.
lectura).

Se abre la liturgia de la Palabra con el grito de protesta de los
israelitas en el desierto: "¿Está o no está el Señor en medio de nosotros?"
El agua que brota milagrosamente de la roca es la respuesta que sacia la sed
material del pueblo, pero sobre todo, es la revelación de que Dios es "la
fuente de agua viva" (Jer 2,13) que sacia su otra sed.

El contenido del evangelio es tan amplio y rico de significados que
resulta imposible abarcarlo todo, por eso nos centraremos en el diálogo entre
Jesús y la samaritana.

Como trasfondo del diálogo hay tres símbolos (el agua, la montaña y el
templo) cuya interpretación permite penetrar en la identidad de la persona
de Jesús y de su misión. Siguiendo las diversas fases del diálogo entre Él
y la mujer de Samaría, el lector del evangelio es invitado a dar el mismo
paso que ella dio: reconocer a Jesús como Mesías.

La primera parte del diálogo gira entorno al símbolo del agua, cuyo
significado ambivalente provoca un primer paso hacia la verdad que Jesús
quiere transmitir. Es Él quien inicia la conversación pidiendo de beber, pero
en realidad espera mucho más de la mujer: quiere que brote en ella la fe. La
mujer trata de eludir la cuestión oponiendo dos dificultades: es una mujer
y forma parte de un pueblo hostil al de Jesús. Este vuelve a tomar la
iniciativa en el diálogo y pica la curiosidad de la mujer hablando de otro
tipo de agua. La samaritana opone una nueva dificultad: no entiende de qué
se trata pero intuye que algo misterioso se esconde en aquel hombre y lo
compara nada menos que con Jacob. Es el momento en que Jesús aprovecha para
desvelar su significado del agua: la revelación que él trae es superior a la
del Antiguo Testamento. Al concluir esta primera parte del diálogo, se
invierten los papeles. Ahora que ha empezado a entender de qué se trata, es
la mujer la que pide: "Dame de esa agua".

La segunda parte del diálogo se abre también con una petición de Jesús y
se centra en la verdadera adoración de Dios. Diciendo a la mujer la verdad
sobre la falsedad de su vida, Jesús se revela como el profeta esperado. No
cae en la trampa de reducir la conversación a una cuestión de ritos o de
legitimidad de los lugares de culto y va directamente al corazón del
problema. Ha llegado la hora en que Dios establece en Cristo una nueva
alianza con todos los hombres. En ella se cumplen las promesas hechas a los
hebreos, pero todos están invitados a dar el paso de la fe que les permite
entrar en esa nueva alianza. La samaritana lo da. Ahora sólo queda saber
quién es el Mesías. Y el diálogo culmina con esa maravillosa revelación por
parte de Jesús: "Soy yo, el que habla contigo".

"Hablando con una mujer"

La página evangélica que leemos hoy es un ejemplo particularmente feliz
del arte narrativo propio de S. Juan. En ella afloran la ironía, el juego con
el doble sentido de algunas palabras, la fuerza expresiva de los símbolos,
la viveza de un diálogo que capta enseguida la atención del lector o del
oyente.

Esa maestría en el uso de los recursos literarios es un arma de doble
filo, porque si de una parte es un medio eficaz para transmitir la buena
nueva, por otra es quizá como un velo que nos impide ver al Jesús histórico
en su plena realidad. Aún así, a través de esa página, como de muchas otras
del evangelio, podemos descubrir un Jesús que sabía dialogar, maestro en el
uso de la palabra no sólo para exhortar a la multitud, sino también para
conducir una conversación personal que llega hasta las mayores profundidades.

Ese dominio del lenguaje es una de las manifestaciones más maravillosas
de la encarnación. El hombre se califica primeramente por el uso de la
palabra. Pero cuando ésta se sabe emplear con todos esos matices que revelan
el conocimiento de la psicología de las personas, de las reacciones que
pueden suscitar ciertos términos, etc, estamos ante alguien que ha aprendido
largamente el arte de hablar.

Esto nos lleva necesariamente al tiempo de Nazaret, porque es allí donde
Jesús se formó también en este aspecto. "Toda la vida de Jesús es revelación
del Padre; sus palabras y sus obras, sus silencios y sus sufrimientos, su
manera de ser y de hablar. Jesús puede decir: "Quien me ve a mí ve al Padre
(Jn 14,9), y el Padre: "Este es mi Hijo amado; escuchadle" (Lc 9,35). Nuestro
Señor, al haberse hecho hombre para cumplir la voluntad del Padre (cfr Heb
10,5-7), nos "manifestó el amor que nos tiene" (1Jn 4,9) con los menores
rasgos de sus misterios". (Catecismo de la Iglesia Católica, 516).

S. Lucas en el episodio del hallazgo de Jesús en el templo nos presenta
ya a un Jesús adolescente en diálogo con los doctores, escuchando e
interrogando. En el diálogo con aquella mujer junto al pozo de Jacob hay tres
aspectos que podemos subrayar.

Jesús parte de lo concreto y lo sencillo (el agua, la sed) para hablar de
los misterios de Dios. Es una pedagogía eficaz y adaptada a todos.

Jesús es paciente con su interlocutora. El sabe adonde quiere llegar,
pero procede gradualmente. Escucha con calma las digresiones e intentos de
banalizar el diálogo, pero no permite que éste se desvíe de su objetivo
principal.

Jesús habla con franqueza. En el momento oportuno, no teme decirlo todo:
identificarse con el Mesías.

Detrás de aquella conversación de Jesús con la samaritana estaba todo su
aprendizaje de Nazaret en el arte de hablar. Podemos ver también el reflejo
de ese otro diálogo, más dilatado aún que Dios ha mantenido siempre con el
hombre y que culmina en la encarnación del Verbo.

Señor Jesús, sediento de nuestra sed,
te bendecimos porque has sabido sentarte junto al pozo
y hablar con nosotros
para revelarnos en qué consiste el don de Dios.
Danos t£ esa agua viva
para que brote desde nosotros el don que viene de ti
y pueda saciar nuestra sed y la de los demás.
Te bendecimos por tu paciencia en el diálogo,
reveladora de tu amor al hombre
y de tu deseo de comunicarte totalmente
al hombre, para que,
acogiéndote mediante la fe,
pueda él a su vez entregarse totalmente a ti.

Sed

Sed de los israelitas en el desierto, sed y cansancio de Jesús en aquella
hora del mediodía, sed de la samaritana que va a buscar agua al pozo de
Jacob... Todo nos habla de esa condición del hombre, de esa situación de cada
uno de nosotros que evoca el salmo 62 con estas palabras: "Oh Dios, tú eres
mi Dios, por ti madrugo; mi alma tiene sed de ti, mi carne tiene ansia de ti,
como tierra reseca, agotada sin agua".

En realidad son muchos los deseos y aspiraciones que el hombre guarda en
su corazón. Habría que hablar de "sed" en plural, pero ninguna más honda y
duradera que esa aspiración al infinito, al encuentro con Alguien que lo
transciende en su pequeñez y limitación. La condición del hombre es la de un
ser finito portador de un vacío infinito.

Una de las dos tentaciones a las que estamos siempre expuestos consiste
en pretender eliminar la sed en nosotros y en los demás. Se pretende eliminar
la sed del hombre reduciéndola a una serie de necesidades que periódicamente
o en el arco de la vida de una persona se pueden colmar. Fácilmente se deja
arrastrar uno por la tendencia del mundo actual que pretende tener un remedio
para cada una de las necesidades, una satisfacción a medida de cada deseo,
una solución a cada problema. Pero el requerimiento del hombre va más allá:
"Dame agua de ésa; así no tendré más sed ni tendré que venir aquí a sacarla".

Pero hay otra tentación aún m s sutil y peligrosa: consiste sencillamente
en negar que exista la sed, en reducir al hombre a las solas coordenadas que
nosotros podemos entender. "Y dicen que los vasos sirven para beber, lo malo
es que no sabemos para qué sirve la sed" (A. Machado). Nuestra manera de
hablar de Dios, del don de Dios, puede suscitar, como hizo Jesús con la
Samaritana, el deseo de buscarlo. Pero podemos también hablar de Él como algo
que no interesa ni responde a las grandes aspiraciones del corazón humano o
del mundo de hoy...

Ciertamente no es fácil mantener unidos los dos extremos: de hablar de un
Dios que no puede ser reducido a nuestra palabras y hablar a un hombre al que
se deja siempre insatisfecha su ansia de verdad. Pero es esa senda difícil
la única que ayuda verdaderamente a las personas a entrar en su interior y
descubrir al Dios vivo, el don que se hace manantial dentro de nosotros
mismos.

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20 de marzo de 2011 - DOMINGO II DE CUARESMA - Ciclo A

Se transfiguró delante de ellos...

-Gen 12,1-4
-Sal 32
-2Tim 1,8-10
-Mt 17,1-9

Génesis 12,1-4a

En aquellos días, el Señor dijo a Abrahán:
-Sal de tu tierra y de la casa de tu padre hacia la tierra que te mostraré.
Haré de ti un gran pueblo, te bendeciré, haré famoso tu nombre y será una
bendición.
Bendeciré a los que te bendigan, maldeciré a los que te maldigan.
Con tu nombre se bendecirán todas las familias del mundo.
Abrahán marchó, como le había dicho el Señor.

II Timoteo 1,8b-10

Querido hermano:
Toma parte en los duros trabajos del Evangelio, según las fuerzas que
Dios te dá. El nos salvó y nos llamó a una vida santa no por nuestros méri-
tos, sino porque antes de la creación, desde el tiempo inmemorial, Dios
dispuso darnos su gracia, por medio de Jesucristo; y ahora, esa gracia se ha
manifestado por medio del Evangelio, al aparecer nuestro Salvador Jesucristo,
que destruyó la muerte y sacó a la luz la vida inmortal.

Mateo 17,1-9

Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan y se los llevó
aparte a una montaña alta. Se transfiguró delante de ellos y su rostro
resplandecía como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. Y
se les aparecieron Moisés y Elías conversando con Él.
Pedro entonces tomó la palabra y dijo a Jesús:
-Señor, ¡qué hermoso es estar aquí! Si quieres haremos tres chozas: una
para ti, otra para Moisés y otra para Elías.
Todavía estaba hablando cuando una nube luminosa los cubrió con su
sombra, y una voz desde la nube decía:
-Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadlo.
Al oírlo, los discípulos cayeron de bruces, llenos de espanto. Jesús se
acercó y tocándolos les dijo:
-Levantaos, no temáis.
Al alzar los ojos no vieron a nadie más que a Jesús, solo. Cuando bajaban
de la montaña, Jesús les mandó:
-No contéis a nadie la visión hasta que el Hijo del hombre resucite de
entre los muertos.

Comentario

El camino de la cuaresma nos lleva cada año a recorrer las etapas de
nuestra iniciación cristiana. Hoy nos presenta en qué‚ consiste el itinerario
de la fe: salida de nuestra tierra y confesión de Jesús como Señor.

El cristiano, hijo de Abrahán (1ª. lectura) y seguidor de Jesús, es invi-
tado a contemplar a Éste en el episodio de su transfiguración.

Siguiendo el relato evangélico, cada uno de los personajes que van a-
pareciendo, nos ofrece una posibilidad de acercamiento al misterio.

-Los discípulos. Son elegidos uno por uno y en número reducido, no sólo
para presenciar, sino también para participar y ser testigos del aconteci-
miento. Su actitud de disponibilidad, de alegría y temor reverencial ante el
misterio que se revela, nos habla del sentido trascendente de la experiencia
que están viviendo. Entre ellos destaca Pedro, a quien Mateo, contrariamente
a los otros evangelistas, no reprocha la falta de comprensión de lo que
sucede. Por el contrario, es él quien llama a Jesús "Señor", título que
corresponde a su situación gloriosa, mientras que en los evangelios de Marcos
y Lucas lo llama "Maestro".

- Moisés y Elías. Son los dos personajes del Antiguo Testamento que han
visto la gloria de Dios. Representan la ley y los profetas, formula global
que se usaba para designar el conjunto de la revelaci¢n antigua. Existía la
creencia de que ambos aparecerían un día para anunciar la llegada del Mesías.
Su presencia en la transfiguración de Jesús es un testimonio cargado de
simbolismo. Cuando Jesús aparece en su gloria, ellos se eclipsan,
contribuyendo a poner de relieve su figura. Es de notar que el episodio de
la transfiguración acontece entre dos anuncios que Jesús hace de su propia
pasión y muerte, dejando bien claro el doble aspecto, sufrimiento y gloria,
que encierra su misterio.

Entre los evangelistas, Mateo subraya el aspecto luminoso de la
transfiguración de Jesús: "Su rostro resplandecía como el sol, la nube que
cubrió a los discípulos era "luminosa". Parece que ambas expresiones están
tomadas del pasaje del Antiguo Testamento en el que se describe el paso del
mar Rojo (Ex 34,29-30) y contribuyen a presentar a Jesús como un nuevo
Moisés, tema constante en el primer evangelio.

Pero más importante que el testimonio mudo de Moisés y de Elías, es la
voz del cielo y la nube que envuelve a los discípulos. Como en el bautismo
de Jesús en el Jordán, la voz del cielo revela la identidad de Jesús: Él es
el Hijo amado del Padre. Aquí se añade además la orden de escucharle,
poniendo así de relieve su misión reveladora.

De este modo la transfiguración de Jesús no tiene sólo la función de
manifestar de forma anticipada lo que será la gloria de la resurrección, sino
también la de afirmar que con su vida y con su palabra cumple la misión de
revelar y llevar a cabo el plan de Dios para el hombre.

"Tomó la forma de esclavo" (Fil, 2,7)

Para explicar lo que sucedió ante los ojos atónitos de los tres
discípulos, los evangelistas emplean unánimemente la expresión "se
transfiguró" referida a Jesús, y a continuación dan algunos detalles sobre
el aspecto de su rostro y de sus vestidos.

La palabra griega que corresponde a transfiguración es "metamorfosis",
que significa transformación, cambio de forma o de apariencia. Referido a una
persona es el cambio de su condición de vida.

Esa transformación o transfiguración de Jesús ante los apóstoles, que
revela de alguna manera su otra condición de vida, la que un día, después de
pasada la prueba de la cruz adquirirá definitivamente, nos hace pensar
también en la encarnación.

En la carta a los filipenses, S. Pablo emplea la misma terminología que
aparece en el evangelio de hoy para hablar de la otra transformación en
sentido inverso. Cristo Jesús que existía en la "forma" de Dios, se despojó
de esa condición y asumió la "forma" de esclavo, presentándose como un simple
hombre (Fil 2,5-8). Existen, pues, por así decirlo dos transfiguraciones en
sentido opuesto: la una que lleva a Cristo a manifestarse en la humildad del
Siervo, la otra que lo revela como Señor.

Debemos ahora dar un paso más y descubrir la relación que existe entre
ambas transfiguraciones si queremos meditar el evangelio a la luz del
misterio de Nazaret. La transfiguración del Tabor es transitoria. El rostro
de Jesús transfigurado y radiante de luz será, como Él mismo anuncia,
desfigurado en la pasión hasta perder la apariencia de hombre (Is 53,2-3).
El camino de la encarnación lo había llevado, en un exceso de amor, hasta la
condición infrahumana de la "forma" de esclavo. La "transfiguración" operada
en la encarnación del Verbo hace posible la redención llevándole a compartir
la condición de vida del hombre. Y no se trata de una situación transitoria,
como en el Tabor, sino permanente, pues Dios se ha hecho hombre para siempre.

La conexión de la encarnación con el misterio de la cruz es presentada
así en la carta a los hebreos: "Al entrar en el mundo dice Él: Sacrificios
y ofrendas no los quisiste; en vez de eso me diste un cuerpo a mí" (10,5).
La condición humana de Jesús no es, pues, una cosa pasajera o aparente. Si
pudo morir en la cruz para salvarnos es porque había nacido de la virgen
María.

La verdad de la condición divina de Jesús, desvelada momentáneamente en
la escena evangélica de este domingo, prueba la profundidad del misterio que
durante tantos años se ocultó en Nazaret. La fugacidad del momento de gloria
nos ayuda a penetrar en la opacidad de todos los otros momentos en los que
sólo aparece la condición humana de Jesús y a reconocerlo y escucharlo aun
cuando por la violencia de los malos tratos es reducido a la condición de
esclavo.

Como Él nos ha hablado de hombre a hombre asumiendo nuestro modo de ser,
la transfiguración nos confirma que un día también nosotros podremos hablar
con Dios tratándolo como Él es.

Señor Jesús,
tu rostro transfigurado
nos descubre tu condición gloriosa;
tu rostro desfigurado en la pasión
nos recuerda tu inmenso amor por nosotros;
tu rostro sereno durante tantos años en Nazaret
nos comunica la cercanía y humildad
con la que has querido compartir nuestra vida.
Danos hoy la gracia del Espíritu Santo
para que, desde el Tabor,
sepamos ver el Calvario
y las colinas de Nazaret.

El camino de la fe

La Iglesia con el mensaje litúrgico de este domingo nos invita a tomar
nuevos ánimos en el camino de la fe; más aún, nos pide que redescubramos las
razones verdaderas de nuestro creer para que nuestra vida cobre un sentido
más pleno.

El ejemplo de Abrahán que, llamado por Dios, deja todo y se fía de Él
para emprender un camino con rumbo desconocido, la subida de los apóstoles
con Jesús hacia la cima de Tabor para ser introducidos de forma misteriosa
en lo que es el misterio de Dios, nos indican con fuerza cuál es el camino
de la fe.

La fe supone, ante todo, una ruptura. Con demasiada frecuencia los
cálculos humanos, las perspectivas a corto plazo, los cuidados de la vida,
ahogan en nosotros esa visión hacia el futuro y hacia el sentido último que
tiene nuestra existencia. Por eso necesitamos, de vez en cuando, sacudir
nuestra torpeza; dejar que la Palabra de Dios entre hasta lo más profundo de
nosotros mismos y ponernos nuevamente en pie para emprender la marcha de la
fe.

La fe comporta siempre un riesgo. No suprime toda inquietud. Al
contrario, lleva a estar siempre en camino, siempre abiertos a nuevas
perspectivas.

La obediencia a Dios que comporta la fe nos pone entre sus manos, de
manera que uno pierde, por así decirlo, las riendas del propio destino para
confiar en el Otro. Por eso el creer es también una apuesta que lleva siempre
más allá de las propias posibilidades, hacia rumbos desconocidos.

La fe es, ante todo, un encuentro gozoso con Jesús; un encuentro
recíproco en el que hay una comunicación fundada en una relación de profunda
amistad. De ese encuentro nace la fuerza para caminar en el llano de la vida
cotidiana y para subir al otro monte, al Calvario, cuando Dios lo disponga.

Ese encuentro con Jesús abre la fe hacia la esperanza, hacia el
definitivo estar cara a cara con Él, cuando su rostro ya transfigurado
definitivamente en la resurrección nos transfigurará también a nosotros a su
imagen. "Seremos transformados; porque esto corruptible tiene que vestirse
de incorrupción y esto mortal tiene que vestirse de inmortalidad" (1Co
15,53).

Esa es la "buena noticia" que hemos recibido "ahora por la aparición en
la tierra de nuestro Salvador" (2ª.lectura).

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13 de marzo de 2011 - DOMINGO I DE CUARESMA - Ciclo A

"El Espíritu condujo a Jesús al desierto"

-Gen 2,7-9; 3,1-7
-Sal 50
-Rom 5,12-19
-Mt 4,1-11

Génesis 2,7-9; 3,1-7

El Señor Dios modeló al hombre de arcilla del suelo, sopló en su nariz un
aliento de vida y el hombre se convirtió en ser vivo.
El Señor Dios plantó un jardín en Edén, hacia Oriente, y colocó en Él al
hombre que había modelado.
El Señor Dios hizo brotar del suelo toda clase de árboles hermosos de ver
y buenos de comer; además el árbol de la vida, en mitad del jardín, el árbol
del conocimiento del bien y del mal.
La serpiente era el más astuto de los animales del campo que el Señor
Dios había hecho. Y dijo a la mujer:
-¿Cómo es que os ha dicho Dios que no comáis de ningún árbol del jardín?
La mujer respondió a la serpiente:
-Podemos comer los frutos de los árboles del jardín; solamente del fruto
del árbol que está en mitad del jardín nos ha dicho Dios: "No comáis de él
ni lo toquéis, bajo pena de muerte".
La serpiente replicó a la mujer:
-No moriréis. Bien sabe Dios que cuando comáis de él se os abrirán los
ojos y seréis como Dios en el conocimiento del bien y del mal.
La mujer vio que el árbol era apetitoso, atrayente y deseable porque daba
inteligencia; tomó del fruto, comió y ofreció a su marido, el cual comió.
Entonces se les abrieron los ojos a los dos y se dieron cuenta de que
estaban desnudos; entrelazaron hojas de higuera y se las ciñeron.

Romanos 5,12-19

Hermanos: Lo mismo que por un solo hombre entró el pecado en el mundo, y
por el pecado la muerte, y la muerte se propagó a todos los hombres, porque
todos pecaron...
Pero, aunque antes de la ley había pecado en el mundo, el pecado no se
imputaba porque no había ley.
Pues a pesar de eso, la muerte reinó desde Adán hasta Moisés, incluso
sobre los que no habían pecado con un delito como el de Adán, que era figura
del que había de venir.
Sin embargo, no hay proporción entre la culpa y el don: si por la culpa
de uno murieron todos, mucho más, gracias a un solo hombre, Jesucristo, la
benevolencia y el don de Dios desbordaron sobre todos.
Y tampoco hay proporción entre la gracia que Dios concede y las conse-
cuencias del pecado de uno: la sentencia contra uno acabó en condena total;
la gracia, ante una multitud de pecados, en indulto.
Si por culpa de aquél, que era un solo, la muerte inauguró su reino,
mucho más los que reciben a raudales el don gratuito de la amnistía vivirán
y reinarán gracias a uno solo, Jesucristo.
En resumen, una sola culpa resultó condena de todos, y un acto de
justicia resultó indulto y vida para todos.
En efecto, así como por la desobediencia de un solo hombre, todos fueron
constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno solo, todos
serán constituidos justos.

Mateo 4,1-11

Jesús fue llevado al desierto por el Espíritu para ser tentado por el
diablo. Y después de ayunar cuarenta días con sus cuarenta noches, al final
sintió hambre. Y el tentador se le acercó y le dijo:
-Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes.
Pero Él le contestó diciendo:
-Está escrito: No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que
sale de la boca de Dios.
Entonces el diablo lo lleva a la Ciudad Santa, lo pone en el alero del
templo y le dice:
-Si eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito: "Encargará a
los ángeles que cuiden de ti y te sostendrán en sus manos para que tu pie no
tropiece con las piedras".
Jesús le dijo:
-También está escrito: "No tentarás al Señor, tu Dios".
Después el diablo lo lleva a una montaña altísima y mostrándole todos los
reinos del mundo y su esplendor le dijo:
-Todo esto te daré si te postras y me adoras.
Entonces le dijo Jesús:
-Vete, Satanás, porque está escrito: "Al Señor tu Dios adorarás y a Él
solo darás culto".
Entonces lo dejó el diablo, y se acercaron los ángeles y lo servían.

Comentario

Las lecturas del ciclo "A" dan al tiempo de cuaresma un marcado carácter
bautismal. La Iglesia invita a cada uno de sus miembros a recorrer nuevamente
el camino de la iniciación cristiana para participar, cada vez con mayor
profundidad, en el misterio pascual.

Por eso el mensaje de este domingo podría sintetizarse de este modo:
Somos invitados a tomar conciencia del plan que Dios tiene para el hombre y
constatar la repuesta negativa del primero de ellos (1ª. lectura). Jesús,
recorriendo las etapas del pueblo elegido, se hace solidario con todos
nosotros y, rechazando la propuesta del diablo, elige dar cumplimiento a lo
que Dios quiere (3ª. lectura). Todos podemos entrar así en ese modo nuevo de
ser hombre en comunión con el nuevo Adán (2ª. lectura).

Veamos un poco más detenidamente el texto del evangelio.
Al igual que Lucas, Mateo desarrolla ampliamente el acontecimiento de las
tentaciones de Jesús en el desierto ofreciendo su significado, cuando Marcos
se había limitado sencillamente a citarlo.

Tres son los aspectos más importantes que el texto de Mateo subraya.

Las tentaciones que Jesús sufre son las mismas que había experimentado el
pueblo de Israel en el desierto. La prueba del hambre para mostrarle que el
hombre no vive sólo de pan (Det 8,1-6); la tentación de poner a Dios al
propio servicio (Det 6,16) y la tentación permanente de adorar otros dioses
(Det 6,13). Allí mismo donde el pueblo había sido infiel, Jesús, con la
fuerza del Espíritu y la espada de la Palabra de Dios, sale vencedor.

El segundo aspecto, y el más marcado, es evidentemente mesiánico. Las
tentaciones narradas por Mateo son tentaciones de Jesús. La cuarentena en el
desierto, es el momento en que el hombre Jesús ejerce plenamente su libertad.
Ante el proyecto de un mesianismo triunfante y glorificador de su persona,
que el diablo sutilmente le insinúa con palabras de la Escritura, Jesús se
adhiere plenamente al plan de Dios. Esto comporta identificarse con la figura
del siervo de Yavé que le llevará a la cruz.

Y finalmente las tres tentaciones tienen también un sentido eclesial. Son
también nuestras tentaciones. Resumen perfectamente los puntos críticos donde
se juega la fidelidad de cada uno de nosotros al Señor. También para nosotros
existen las tentaciones de buscar una salvación exclusivamente intramundana
(de solo pan), de pretender acudir a intervenciones milagrosas por parte de
Dios que eliminen el riesgo de la fe, y el deseo del dominio y del poder.

El pasaje evangélico que hoy leemos, colocado por Mateo como preparación
a la misión de Jesús, nos invita a acoger su mensaje y a emprender con Él, el
camino que nos llevará a la pascua si somos dóciles al Espíritu.

En Nazaret

Leyendo el relato de las tentaciones de Jesús en el
desierto fácilmente nos detenemos a considerar cómo la neta oposición
presentada a las propuestas del diablo marcan el camino futuro del Mesías.
Es bueno también meditar cómo ese momento importante de la vida de Jesús
descubre también cuáles eran las opciones que Él había vivido hasta entonces
durante los largos años de Nazaret. Como sucede normalmente a los hombres,
el momento de la prueba pone en evidencia su temple, las convicciones más
profundas que ha venid forjándose a lo largo de los años, la orientación que
ha seguido siempre en su vida.

Desde este punto de vista bien podemos decir que seguir las propuestas
del diablo, no era sólo comprometer el camino previsto por Dios para el
Salvador de los hombres, sino también renegar de su pasado, poner en
entredicho toda la trayectoria que había seguido hasta entonces.

Como trabajador, Jesús había ganado el pan lo mismo que María y José, con
el sudor de su frente. Por eso sabía lo que valía el pan, sabía cuánto
costaba dar de comer a una familia en las condiciones normales de la vida y
en las situaciones difíciles por las que la suya había pasado. Pero había
visto también algunas veces lo fácil que es para el hombre pasar de la noble
ocupación de ganarse el pan al afán desmedido por acumular riquezas y tesoros
capaces de robarle el corazón. Por eso ahora, cuando el diablo le propone que
para mostrar su condición de Hijo de Dios, cambie las piedras en pan, no lo
hace. El había vivido otro modo de ser hijo de Dios que consistía en trabajar
para tener el pan.

A Jerusalén, al templo, Jesús había ido todos los años desde joven, pero
siempre andando por el camino y confundido entre la gente de las caravanas.
Como buen israelita sabía la importancia de ese lugar y su significado
mesiánico, pero las murallas, las torres, los pináculos, los había visto
siempre desde abajo. Nunca se le había ocurrido pensar en una demostración
espectacular para desvelar su condición mesiánica. El, al templo, había ido
únicamente para orar y para hablar, como más tarde hará también; había estado
"escuchando y haciendo preguntas" (Lc 2,17). Por eso la negativa a la pro-
puesta de Satanás no pudo ser más clara.

"Después Jesús bajó a Nazaret y siguió bajo su autoridad" (Lc 2,51). Es
exactamente el camino opuesto al de ir a ver "todos los reinos del mundo" y
pretender que los demás se sometan al propio poder. Hacía tiempo que el
diablo estaba derrotado en el corazón humilde de Jesús, Él que no vino para
ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por todos (Mt 22).

La victoria sobre el tentador en el desierto deja entrever que Nazaret
era ese nuevo paraíso, quizá sin árboles frondosos y sin los cuatro ríos,
donde ni el hombre ni la mujer dieron oídos a la serpiente porque en su
corazón, ya desde el principio, no anidaba la raíz del mal. Nazaret es el
lugar de la fidelidad total a Dios, de la apertura absoluta a su Palabra, de
la familiaridad de trato con Él.

Padre, te bendecimos por Jesús,
que movido por el Espíritu Santo,
entró en el desierto para ser tentado.
Te bendecimos por su victoria,
que es también la nuestra
si seguimos el mismo camino
que el siguió hasta el momento de la prueba.
Te bendecimos porque Él entregó su vida
para que nosotros pudiéramos también vencer.
Mediante el bautismo,
en el que hemos renunciado a Satanás para siempre,
hemos sido hechos hijos tuyos
y, aunque vivimos esta nueva vida
en la debilidad de la carne,
sabemos que contamos con la fuerza de la Palabra
y que tú no nos abandonas nunca.

"No nos dejes caer en la tentación"

"En Cristo también tú eres tentado", dice S. Agustín. Nosotros no somos
ajenos a las tentaciones de Jesús: podemos experimentarlo cada día. En
nosotros mismos vemos la fragilidad de la naturaleza humana herida por el
pecado desde sus orígenes (1ª. lectura).

El primer paso en nuestra vida cristiana será, pues, reconocer nuestra
fragilidad, ser conscientes de la realidad de nuestra situación, saber que
la vida nueva que alienta en nosotros está amenazada, precisamente por el
gran valor que tiene. Esta toma de conciencia de nuestra debilidad no debe
llevarnos a la angustia y desesperación: Dios no somete a la prueba a nadie
por encima de sus fuerzas (1Co 10,13). Debe llevarnos más bien a la
vigilancia y al discernimiento. Discernimiento porque existen dos tipos de
pruebas bien diferenciadas en nuestra vida: las pruebas de proveniencia
varia, que sirven para afianzarnos en el bien, para echar raíces más
profundas, para crecer en el camino espiritual; y las pruebas (tentaciones)
que vienen de nuestra propia naturaleza, de los demás y a veces incluso del
diablo, que van encaminadas a hacernos caer, a privarnos en todo o en parte
de ese tesoro de vida nueva del que somos portadores y beneficiarios.

Todas las tentaciones, desde la más pequeña hasta aquéllas en las que se
juega el destino de un hombre, repiten el mismo esquema: el mal es presentado
con apariencia de bien, para que el hombre, seducido por su brillo, encaje
el golpe que lo hace caer.

Por eso ante la tentación, lo más importante es el discernimiento que
desenmascara al tentador revelando el engaño y la fuerza de voluntad para
elegir el verdadero bien.

Cuando pedimos a Dios en el Padrenuestro "no nos dejes caer en la
tentación", declaramos que necesitamos su ayuda para vencer, y que por
nuestras propias fuerzas no seríamos capaces de sobreponernos al mal.
Expresamos así el deseo de participar también en la victoria de Cristo.

En la oración deberíamos también aprender a usar las mismas armas que
Jesús usó: la fuerza de la palabra de Dios, ayuno y oración, y la decisión
inquebrantable de una fidelidad total al Señor que se forja en las pequeñas
fidelidades de cada día. Eso es lo que impide al mal agazaparse a nuestra
puerta y entrar en el corazón (Gen 4,7).


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20 de febrero de 2010 - TO - DOMINGO VII - Ciclo A

"Amad a vuestros enemigos"

-Lev. 19,1-2.17-18
-Sal 102
-1Co 3,16-23
-Mt 5,38-48

Mateo 5,38-48

Dijo Jesús a sus discípulos:
-Sabéis que está mandado: "Ojo por ojo, diente por diente". Pero yo os
digo: No hagáis frente al que os agravia. Al contrario, si uno te abofetea
en la mejilla derecha, preséntale la otra; al que quiera ponerte pleito para
quitarte la túnica, dale también la capa; quien te requiera para caminar una
milla, acompáñale dos; a quien te pide, dale, y al que te pide prestado, no
lo rehuyas.
Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo.
Yo, en cambio, os digo:
Amad a vuestro enemigos, haced el bien a los que os aborrecen y rezad por
los que os persiguen y calumnian. Así seréis hijos de vuestro Padre que está
en el cielo, que hace salir su sol sobre malos y buenos y manda la lluvia a
justos e injustos.
Porque si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo
mismo los publicanos? Y si saludáis sólo a vuestros hermanos, ¿Qué hacéis de
extraordinario? ¿No hacen también lo mismo los paganos? Por tanto, sed
perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto.

Comentario

El pasaje evangélico de este domingo completa la serie de antítesis a
través de las que Jesús en el sermón de la montaña explica la ley nueva del
Reino. Las dos que consideramos hoy se refieren directamente a la relación
con el prójimo y explicitan de forma concreta el mandamiento del amor, punto
clave de la buena nueva.

"Ojo por ojo..." Jesús toma pie de esta norma existente no sólo en los
Libros del Antiguo Testamento, sino en otras legislaciones antiguas, para,
por contraste, decir cuál es la actitud de quien quiere entrar en el Reino
de Dios. La ley del talión intentaba poner un freno y un límite al instinto
de venganza y era ya un progreso notable contra la barbarie. Jesús no inten-
ta, sin embargo, completar con nuevas y más rigurosas normas la ley natural.
Su enseñanza se sitúa en otro plano. Lo que Él pide es un corazón bueno,
capaz de ahogar en él mismo el deseo de devolver mal por mal, capaz de
aniquilar en el propio interior la reacción de venganza para dar cabida al
perdón, a la gratuidad, al amor. No se trata, por tanto de nuevas normas, de
otros preceptos que en último término serían paradójicos e impracticables,
sino de entrar en la disposición nueva requerida por el amor infinito y total
de Dios que lleva a asumir radicalmente la propia condición humana y la de
los demás, para ir más allá de lo estrictamente requerido por nuestra razón
o por el sentido común. Es un paso que sólo se puede cumplir desde la fe.

"Amad a vuestros enemigos...", es la última de las antítesis e indica
claramente cómo entrar en la lógica del Reino de Dios implica, en último
término, aceptar y estar dispuesto a imitar el modo de proceder de Dios, que
supera y transciende nuestro modo de pensar puramente humano.

El ser hijos del Padre es para Jesús la razón última y la motivación del
comportamiento que propone a sus seguidores en el sermón de la montaña. Esto
supone devolver al hombre a su condición primera de criatura hecha a imagen
de Dios (Gen 1,27). En virtud de esa semejanza y de la elección del pueblo
de Israel, Dios pedía ya a los israelitas ser "santos, porque yo, el Señor,
soy santo" (Lev. 19,2).

A esa misma motivación de fondo se refiere Jesús cuando propone al Padre
"que hace salir el sol sobre buenos y malos" como modelo de comportamiento
de los que le siguen. En adelante será el único camino para escapar de una
lógica moralista y mezquina, que encierra al hombre en una serie de
reacciones predeterminadas por sus instintos o por las convenciones sociales
y lo tiene prisionero de sus propios intereses.

"No hagáis frente"

Las normas recogidas en el sermón de la montaña no son una lista de
prescripciones para aplicar cada una en el caso que corresponda. Revelan más
bien el espíritu con que hay que afrontar todas las situaciones de la vida,
si se opta por vivir en el Reino anunciado por Jesús.

Por eso el mejor criterio interpretativo de ese conjunto de preceptos, de
orientaciones, de motivaciones, es ver cómo han sido vividos por Jesús y por
quienes han intentado seguirlo. En último término el evangelio es Jesús
mismo, más que la suma de lo que ha dicho y hecho.

Teniendo esto presente, podemos contemplar la vida entera de Jesús como
reflejo de lo que dice en este resumen del Evangelio que es el sermón de la
montaña. Su comportamiento humilde y sumiso durante la pasión traduce al pie
de la letra algunas de las expresiones del evangelio de hoy. Pero toda su
vida fue un testimonio claro de gratuidad en el servicio y en el perdón, de
proclamación de la verdad y del amor, incluso a los enemigos. Su no
resistencia a quienes usaron la violencia contra Él pudo parecer señal de
debilidad; en realidad se reveló como el mejor camino para mostrar el amor
de Dios a todos los hombres, aunque para ello tuviera que sufrir y entregar
la vida.

Desde Nazaret

Meditando el evangelio desde Nazaret, no podemos dejar de ver algunos
detalles que se sitúan ya desde los comienzos en la línea del no hacer frente
a quien agravia y que manifiestan cómo el modo de proceder de Jesús en sus
útimos años, no fue improvisado.

Según el evangelio de Mateo, bajo la guía directa de Dios, la Sagrada
Familia, ante la matanza de los inocentes, huye a Egipto. La respuesta a la
violencia es la huida, el no hacer frente, el admitir la apariencia de
triunfo de quien se presenta como adversario. Por ese camino, Jesús realiza
el éxodo de su infancia, preludio del éxodo pascual, que comportan actitudes
semejantes.

Y al regresar a tierra de Israel después de la permanencia en Egipto, la
Sagrada Familia, guiada por José, cumple un nuevo gesto de no enfrentamiento
con el adversario. Según el programa narrativo de Mateo, el lugar natural de
nacimiento y residencia del Mesías era la ciudad real de Jerusalén o al menos
la comarca de Judea, heredera de las puras tradiciones del pueblo elegido.
Pero ante el hecho de que Arquelao, sucesor de su padre Herodes, reinaba en
Judea, "se retiró a Galilea y fue a establecerse a un pueblo que llaman Naza-
ret" (Mt 2,23). También en este caso, según el evangelista Mateo, ese modo
de comportarse paradójico que lleva a elegir un pueblo perdido de una comarca
heterodoxa es el camino por donde se manifiesta el consagrado por Dios, el
Nazareo.

A partir de esos gestos iniciales, podemos imaginar los muchos detalles
de la vida concreta en los que la Sagrada Familia traduciría el amor a todos,
el perdón de las ofensas, la gratuidad,...

Padre bueno, que mandas la lluvia
sobre justos e injustos,
que a todos amas y ofreces tu perdón y tu gracia,
te bendecimos por la enseñanza que Jesús nos ha dado
con su vida y con su palabra.
Hoy queremos contemplar y celebrar tu bondad
y pedirte el don del Espíritu Santo
que nos hace hijos tuyos
y nos impulsa a ser perfectos como tú;
pero no con esa perfección
de quien ha llegado ya a la meta,
sino de quien está siempre en camino.
Queremos ser como tú con la confianza que nos da
el mandato de Jesús,
que tan bien conoce tu grandeza
como nuestra limitación.

Hermano y enemigo

Con razón se insiste en afirmar que el precepto de amar también a los
enemigos y no sólo al prójimo, introduce una nota de universalismo en la
caridad cristiana que lo debe llevar a acoger y a amar a todos.

Pero esa oposición prójimo-enemigo lleva a desatender un aspecto muy
concreto de nuestra vida cotidiana: muchas veces el "enemigo" no es alguien
lejano, es nuestro prójimo, es alguien que vive con nosotros, es nuestro
hermano.

Corremos el riego de teñir de romanticismo el precepto del Señor, si por
amor a los enemigos entendemos algún gesto heroico de perdón y amistad hacia
hipotéticos "enemigos" con quienes nunca nos encontramos, sencillamente
porque, en la mayor parte de los casos, no existen.

Mi enemigo está paradójicamente en quien más me ama, en aquel con quien
colaboro y con quien vivo todos los días. El proverbio dice acertadamente que
es quien bien te quiere quien te hará llorar. De quienes recibimos las
mayores alegrías y estímulos para el bien, nos vienen también las ofensas que
más sentimos.

El amor a los enemigos es esa actitud profunda que lleva a la disponi-
bilidad para perdonar y hacer el bien a quien nos puede perseguir y calum-
niar, pero, al filo de los días debe traducirse en gestos sencillos de re-
conciliación y apertura hacia quien está a nuestro lado.

Cualquiera de nosotros está llamado a practicar el amor a los enemigos en
el ámbito donde vive. Se trata de matar dentro de uno mismo el despecho o la
indiferencia para ofrecer una palabra buena que reconstruye el diálogo o una
relación interrumpida; se trata de dar algo más de lo que se nos ha pedido,
de caminar dos millas con alguien a quien en principio concederíamos sólo
una; se trata de prestar algo que por anticipado sabemos que nunca nos será
devuelto...

Comportamientos así introducen en las familias, en las comunidades una
lógica de gratuidad y de amor que va matando poco a poco el egoísmo y la
dinámica de la violencia. En eso consiste de forma concreta la construcción
del Reino de Dios en este mundo.


13 de febrero de 2011 - TO - DOMINGO VI - Ciclo A


"Pero yo os digo..."

-Eclo 15,16-21
-Sal 118
-1Co 2,6-10
-Mt 5,17-37

Mateo 5,17-37

Dijo Jesús a sus discípulos:
-No creáis que he venido a abolir la ley o los profetas: no he venido a
abolir, sino a dar plenitud. Os aseguro que pasarán el cielo y la
tierra antes que deje de cumplirse hasta la última letra o tilde de la ley. El que
se salte uno solo de estos preceptos menos importantes, y se lo enseñe así
a los hombres, será menos importante en el Reino de los cielos. Pero quien
los cumpla y enseñe, será grande en el Reino de los cielos.
Os lo aseguro: si no sois mejores que los letrados y fariseos, no entra-
réis en el Reino de los cielos.
Habéis oído que se dijo a los antiguos: no matarás, y el que mate será
procesado. Pero yo os digo: todo el que está‚ peleado con su hermano será
procesado. Y si uno llama a su hermano "imbécil", tendrá que comparecer ante
El sanedrín, y si lo llama "renegado", merece la condena del fuego.
Por lo tanto, si cuando vas a poner tu ofrenda sobre el altar, te
acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu
ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano, y en-
tonces vuelve a presentar tu ofrenda. Con el que te pone pleito procura
arreglarte en seguida, mientras vais todavía de camino, no sea que te en-
tregue al juez, y el juez al alguacil, y te metan en la cárcel. Te aseguro
que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último cuarto.
Habéis oído el mandamiento: "No cometerás adulterio". Pues yo os digo: el
que mira a una mujer casada deseándola, ya ha sido adúltero con ella en su
interior. Si tu ojo derecho te hace caer, sácatelo y tíralo. Más te vale
perder un miembro que ser echado entero en el abismo. Si tu mano derecha te
hace caer, córtatela y tírala, porque más te vale perder un miembro que ir
a parar entero en el abismo.
Está mandado: "El que se divorcie de su mujer, que le dé acta de
repudio". Pues yo os digo: el que se divorcie de su mujer -excepto por causa
de prostitución- la induce al adulterio, y el que se case con la divorciada
comete adulterio.
Sabéis que se mandó a los antiguos: "No juraréis en falso" y "Cumplirás
tus votos al Señor". Pues yo os digo que no juréis en absoluto: ni por el
cielo, que es el trono de Dios; ni por la tierra, que es estrado de sus pies;
ni por Jerusalén, que es la ciudad del Gran Rey. Ni jures por tu cabeza, pues
no puedes volver blanco o negro un solo pelo. A vosotros os basta decir sí
o no. Lo que pasa de ahí viene del Maligno.

Comentario

El evangelio de este domingo nos ofrece la parte más amplia del sermón
de la montaña. Después de las bienaventuranzas y las dos comparaciones (sal
y luz) con las que llama la atención sobre la responsabilidad de sus
discípulos, Jesús habla sobre el cumplimiento de la ley y su interpretación.

En el marco litúrgico en que se lee, la advertencia del Eclesiástico
sobre la responsabilidad personal en la elección del bien ("Dios lo ve todo")
y la de S. Pablo sobre la sabiduría "que no es de este mundo", son una buena
introducción al mensaje central que nos ofrece el evangelio.

El pasaje que la liturgia elige en el evangelio de Mateo tiene dos
partes. La primera presenta como tema el sentido de la ley para el discípulo
de Jesús. En la segunda se inicia la serie de antinomias con las que Jesús
corrige e interpreta la ley antigua a la luz de la plenitud de la revelación
que supone su venida. En este domingo se leen las tres primeras antinomias
("Habéis oído que se dijo.../ pero yo os digo...") sobre el homicidio, el
adulterio y el juramento. Las dos últimas serán leídas el domingo próximo.

Punto clave para entender todo el pasaje es el v. 20, donde Jesús dice:
"Si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no
entraréis en el Reino de Dios". Por justicia hay que entender la respuesta
del hombre a la acción salvadora de Dios, es decir, su fidelidad a la volun-
tad de Dios.

Jesús no condena la fidelidad, incluso minuciosa de los escribas y
fariseos, sino que invita a superarla. Su planteamiento sería este: Si al
amor de Dios que se ha revelado a Israel debe corresponder una gran fidelidad
por parte de los hombres, cuánto más ahora que se han cumplido todas las
promesas; se ha inaugurado una ‚poca nueva en la que ya no basta una
minuciosidad en la observancia llevada hasta el extremo, sino que hay que dar
el paso de la fidelidad total.

Cada una de las antinomias propone en uno de los ámbitos de la vida (las
relaciones con el prójimo, el matrimonio, el juramento) esa lógica en la que,
a partir de Jesús, revelación total del amor de Dios, ya no es suficiente dar
una parte de la propia vida, hay que darla enteramente para recibirla en
plenitud.

Las palabras de Jesús no se sitúan, pues, en contraposición con las de la
ley antigua, sino que van a la raíz misma del comportamiento humano, pidiendo
una actitud positiva ante Dios y ante el prójimo desde el fondo del corazón.
Es la actitud que Él mismo adopta poniéndose en una línea de fidelidad
radical - hasta la última tilde - de lo que era la voluntad del Padre sobre
su vida, aunque ello le costara llegar a la cruz.

En realidad ésa es también la mejor interpretación de los preceptos de la
antigua ley.

En Nazaret

En el sermón de la montaña Jesús explica en qué consiste en lo concreto
de la vida, el paso de conversión que requiere la buena nueva de la llamada
al Reino de Dios.

Como en otras ocasiones, para meditar el evangelio desde Nazaret, diremos
que antes de ser proclamado fue vivido, y que, aun careciendo de muchos
detalles, podemos pensar que esas actitudes más profundas, más finas, más
comprometidas pedidas por Jesús a sus seguidores existieron ya en su hogar
familiar.

Veámoslas con respecto a cada una de las antinomias en las que Jesús
llama a vivir ya la realidad de la nueva alianza entre Dios y el hombre.

- Más allá del atentar contra la vida del otro e incluso de la graduali-
dad de las actitudes de cólera y enfado contra el prójimo, está esa bondad
del corazón de quien acepta a los demás en su vida como don de Dios. La
acogida reciproca de los tres que vivieron en Nazaret, precisamente porque
Dios les había salido al encuentro en su vida, nos ayudar a entender el
camino para llegar al fondo de las razones de nuestro comportamiento en la
era nueva inaugurada por la venida de Cristo.

- Es muy importante el culto ofrecido a Dios, pero debe ser una mani-
festación de la rectitud de la persona y no un camuflaje indigno de Dios y
del hombre. De ahí la importancia del camino que precede al momento de la
ofrenda cultual como lugar de encuentro con el hermano y como tiempo abierto
a la reconciliación. Mirando a la Sagrada Familia, vemos que lo que predomina
en su vida es la sencillez de la vida ordinaria, el camino que va hacia el
sacrifico último y definitivo de Cristo en la cruz. La importancia que da
Jesús al tiempo que lo precede, al camino hacia el altar, es también una
valoración del tiempo de Nazaret.

-¨Y qué decir del amor virginal de María y José? El amor plenamente
humano vivido en la intimidad de un hogar y fiel al designio de Dios sobre
sus vidas habla por sí solo de la delicadeza pedida por Jesús en las relacio-
nes entre el hombre y la mujer.

-Por fin la sencillez en la palabra. En el fondo el juramento de que se
habla en el evangelio es un intento servirse de la autoridad de Dios para dar
más peso a lo que uno dice. Fácil debió ser la tentación para María y José
de acudir a ese recurso en las dramáticas circunstancias de los comienzos de
su vida en común. Por el evangelio sabemos, sin embargo, que fue Dios mismo
quien tuvo que intervenir mediante un Ángel para decir a José que la criatura
que su esposa llevaba en el seno era obra del Espíritu Santo...

En los evangelios de la infancia podemos encontrar una confirmación clara
de que Jesús no vino a abolir la ley, sino a darle cumplimiento. Junto con
María y José cumplió y enseñó a los hombres el camino de la perfecta
fidelidad a Dios.

Te pedimos, Padre, la efusión del Espíritu Santo,
sobre nosotros y sobre toda la Iglesia.
Él, que penetra las profundidades
y da la verdadera sabiduría,
transforme nuestros corazones
para que sepamos acoger con ánimo abierto
todo lo que nos revelas como tu voluntad
y sepamos cumplirlo generosamente.
Que el Espíritu Santo nos lleve, como a Jesús,
a cumplir la ley hasta el último detalle
sin dejarnos aprisionar por el legalismo
ni por otros falsos motivos,
que llevan a una fidelidad formal
pero carente de vida.

Cumplir la ley

Cumplir la ley y los profetas, en el sentido que se da a esta expresión
en el evangelio de hoy, es llevar a su plenitud el designio de Dios revelado
en los libros sagrados. Pero se trata de una realización concreta, de un modo
de actuar que llena de contenido lo que las Escrituras proclaman.

Hay un modo de cumplir la ley que lleva al desánimo o al orgullo, según
los casos. Desánimo si, por pretender una minuciosidad carente de
discernimiento se llega a la sensación de no poder llevar a la práctica todo
lo que uno considera obligatorio. Orgullo, si uno se cree perfecto por la
correspondencia formal entre lo que hace y lo que está mandado.

Son estos caminos por donde se pierden muchas veces nuestros com-
portamientos aún sin evangelizar ni redimir.

La Palabra de Dios nos invita hoy a recorrer otra senda. Se trata en
primer lugar de acoger mediante la fe el don de gracia que el Señor da y
dejar que el Espíritu Santo transforme nuestro corazón escribiendo en él su
ley. De esta forma, renovados desde dentro, podemos amar de verdad todo lo
que el Señor prescribe y cumplirlo por amor a Él.

Visto así el cumplimiento de la ley, es algo que construye verdaderamente
a las personas y las hace crecer. La ley no será ya como un peso o una norma
meramente externa a la que adecuar la propia conducta. "Así la exigencia
contenida en la ley puede realizarse en nosotros, que ya no procedemos
dirigidos por los bajos instintos, sino por el Espíritu" (Rom 8,4).

Desde esa motivación de fondo, cobran su sentido dos actividades que
tienen una importancia fundamental para el crecimiento espiritual: la aten-
ción para conocer cada vez mejor la voluntad de Dios a través del estudio y
la meditación de la Palabra y la preocupación por ser cada vez más delicados
y exactos en practicar lo que sabemos que Dios, por medio de varias mediacio-
nes, nos pide en lo concreto de la vida.

El continuo paso de la motivación de fondo a las cosas concretas en que
se desenvuelve nuestra vida, como lo hace el evangelio de hoy, es
completamente necesario para respirar el aire puro del Espíritu.


6 de febrero de 2011 - TO - DOMINGO V - Ciclo A

"Vosotros sois la sal de la tierra, vosotros sois la luz del mundo"

-Is 58,7-10
-Sal 111
-1Co 2,1-5
-Mt 5,13-16

Mateo 5,13-16

Dijo Jesús a sus discípulos:
Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con
qué‚ la salaréis? No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente.
Vosotros sois la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en
lo alto de un monte. Tampoco se enciende una vela para meterla debajo del
celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de la
casa.
Alumbre así vuestra luz a los hombres para que vean vuestras buenas obras
y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo.

Comentario

Las imágenes de la sal y de la luz ayudan a centrar de inmediato la
atención en el núcleo del mensaje presentado por las lecturas de este domin-
go. Los discípulos de Jesús son sal y luz en este mundo.

Como primer paso en la comprensión del evangelio, hay que anotar que se
trata de la continuación de las bienaventuranzas. Esa colocación sugiere ya
la interpretación de que, en la medida en que se viven esas actitudes
características de los seguidores de Jesús, se es la sal que da sabor y la
luz que ilumina a los demás.

La idea que está detrás de la imagen de la sal es la penetración profunda
en la realidad, para transformarla. Su fuerza expresiva está en el hecho de
que la sal es un artículo de primera necesidad, imprescindible en la vida de
los hombres, y en su capacidad de, aun en pequeña cantidad, cambiar con su
virtud la cualidad de la materia en que se disuelve. Esa es también la misión
a la que están llamados los discípulos de Jesús. La imagen parece sugerir que
no es necesaria una presencia masiva para que todo cambie, basta que la sal
mantenga su autenticidad.

Un texto del Levítico nos ayuda quizá a encontrar las raíces de esta
imagen. Dice así: "Sazonaréis todas vuestras ofrendas. No dejaréis de echar
a vuestras ofrendas la sal de la alianza de vuestro Dios. Todas las ofrecerás
sazonadas" (2,13). Podemos así decir que quien vive las bienaventuranzas hace
posible que el mundo entero se transforme en "ofrenda" de la alianza. Su vida
es ese nexo de alianza que lleva a la relación entre Dios y el mundo.

Y a las ideas de la penetración en las realidades de este mundo para
cambiarlas se añade, con la imagen de la luz, la de la difusión del evangelio
presente en el corazón del creyente. Aunque muy íntimo, es algo que no se
puede ocultar, que tiende a irradiarse por sí mismo. Se trata de dejar que
viva esa dinámica, profunda y concreta, que va de la transformación del co-
razón al cambio de la conducta, de la fe aceptada como luz en la propia vida
a las obras que la expresan y que son capaces de provocar en los demás un
movimiento de apertura similar.

Esa es la "sabiduría" (2ª. lectura) con la que somos llamados a vivir en
este mundo. No se trata de persuadir a los otros con sublime elocuencia, sino
de dar testimonio con la fuerza del Espíritu Santo. Para ello es necesario
admitir que la luz que presentamos no es nuestra. Es Cristo la verdadera luz
del mundo (Jn 8,12), testigo a su vez del Dios en quien no existen las
tinieblas (1Jn 1,5)

Esa transparencia hará posible que los hombres conozcan al verdadero Dios
y le den gloria.

La luz de Nazaret

La Palabra de Dios pide a los cristianos ser luz para el mundo. Meditando
desde Nazaret el evangelio de hoy, podemos descubrir cómo cumplir esa misión
de ser guía y prestar ese servicio al que somos llamados.

Nuestro modo de iluminar el mundo no puede ser distinto del de Jesús. Él
que es "luz de luz", se hizo hombre para salvarnos. La encarnación es, pues,
el modo elegido por Dios para redimir al hombre y mostrarle el camino de su
liberación.

Mediante la encarnación, el Dios invisible se hace de algún modo visible,
palpable. "Lo que oímos, lo que vieron nuestros ojos, lo que contemplamos y
palparon nuestras manos...", insiste S. Juan (1Jn 1,1). Esa es la manera
elegida por Dios para que el hombre pueda llegar a la plenitud de la verdad,
para que pueda descubrir lo invisible a través de la visibilidad de la huma-
nidad de Cristo. Así el hombre, siguiendo a Cristo, puede comprender la
relación que le une con Dios y, de rechazo, entender su propia dignidad. "En
realidad el misterio del hombre no se aclara de verdad sino en el misterio
del verbo encarnado" (G.S. 22). Siguiendo las huellas de Jesús, el hombre,
en su condición limitada y perecedera, puede imitar la santidad misma de Dios
y entrar en comunión con Él.

Hay, pues, una relación profunda entra las dos imágenes que nos presenta
el evangelio: la sal y la luz. Contemplando la encarnación de Cristo, podemos
decir que la luz verdadera llega al mundo cuando Él se encarna, es decir,
cuando Él penetra en nuestro mundo y, dejando de lado su condición divina
(Flp. 2) se identifica (se disuelve, si queremos prolongar la imagen de la
sal) totalmente en nuestra condición humana. De manera que su misión
reveladora e iluminadora está en profunda relación con la situación
existencial en que se coloca mediante la encarnación.

Como en otras ocasiones cabe añadir que la larga permanencia en Nazaret,
que permitió a Jesús la penetración capilar en nuestra condición humana,
subraya necesariamente la dimensión encarnatoria. En Nazaret se ve
palpablemente que era necesario ser auténticamente hombre para llevar el
mensaje de la salvación a todos los hombres desde la misma condición en que
ellos se encuentran. La luz alumbra a todos los de la casa cuando está en la
casa.

Pero la luz no puede mantenerse por mucho tiempo oculta, no se ha hecho
para eso. "La luz verdadera, la que alumbra a todo hombre, estaba llegando
al mundo" (Jn 1,9). Por eso salió Jesús de Nazaret, desde su condición de
hombre plenamente asumida, para ir al encuentro de todo hombre. "No se
enciende una lámpara para meterla debajo de un celemín..."

Te bendecimos, Señor Jesús,
por llamar a tus discípulos
a ser portadores de tu luz
encarnándose en las situaciones
en que son llamados a vivir.
Queremos mantenernos siempre unidos a ti,
mediante la acción del Espíritu Santo,
para no perder
esa fuerza transformadora
capaz de dar un sentido nuevo a este mundo.
Así el Padre será glorificado.

"Vuestras buenas obras"

Las lecturas de este domingo llevan al cristiano a tomar conciencia de su
responsabilidad frente al mundo. El crecimiento en la identidad cristiana se
juega precisamente en la capacidad de relación con las realidades que lo
rodean en este mundo.

Seguir a Jesús, asumiendo las actitudes de las bienaventuranzas, quiere
decir ser conscientes de que el discípulo posee en sí mismo, por el don que
se le ha hecho en el bautismo, una "sabiduría" (una sal) que da una orienta-
ción nueva, un significado distinto a cuanto existe en este mundo. Y el mundo
necesita que alguien le comunique el significado auténtico de su existencia
y de cuanto hay en él para no morir encerrado en sí mismo.

De ahí nace la responsabilidad del cristiano. Él posee esa fe que afirma
la realidad de un Dios del que vienen todas las cosas y hacia el que todo se
mueve. Una persona así puede cambiar desde dentro las situaciones concretas
de la vida y el sentido del mundo en general. "Y esa es la victoria que ha
derrotado al mundo: nuestra fe; pues, ¿quién puede vencer al mundo sino el
que cree que Jesús es el Hijo de Dios?" (1Jn 5,4).

Pero el evangelio de hoy llama al cristiano no a declaraciones abstractas
de su fe, sino a expresarla en un lenguaje significativo para la sociedad de
hoy con la transparencia indiscutible de las buenas obras. De ahí la
continuidad lógica con lo que propone la 1ª. lectura: "Parte tu pan con el
hambriento... Entonces romperá tu luz como la aurora" (Is 58,8).

La exigencia de las "obras", capaces de hacer brotar la luz, de remitir
directamente al "Padre que está en los cielos", pide en las actuaciones con-
cretas del discípulo de Jesús una fuerte motivación de fe y una gran autenti-
cidad en las finalidades que se propone conseguir.

La eficacia transformadora de las acciones del cristiano en una lógica
puramente humana no es garantía de que llegue a dar al mundo ese "sabor" que
necesita para que los hombres den gloria al Padre. Por eso le será necesario
no apartarse del sentido que tiene la cruz de Cristo (2ª. lectura), pues
mediante el sin sentido aparente de su muerte, como con el sin sentido de su
vida en Nazaret, es cómo Dios ha redimido el mundo.


30 de enero de 2011 - TO - DOMINGO IV - Ciclo A

"Dichosos"

-Sof 2,3; 3,12-13
-Sal 145
-1Co 1,26-31
-Mt 5,1-12

Mateo 5,1-12

Al ver Jesús el gentío subió a la montaña, se sentó y se acercaron sus
discípulos, y Él se puso a hablar enseñándoles:
Dichosos los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los
cielos.
Dichosos los sufridos, porque ellos heredarán la tierra.
Dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados.
Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos quedarán
saciados.
Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.
Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.
Dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados "hijos
de Dios".
Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el
Reino de los cielos.
Dichosos vosotros cuando os insulten, y os persigan, y os calumnien de
cualquier modo por mi causa. Estad alegres y contentos, porque vuestra
recompensa será grande en el cielo.

Comentario

El evangelio de las bienaventuranzas constituye la primera parte del
sermón de la montaña. Reuniendo materiales que otros evangelistas colocan en
diversos lugares, Mateo construye un largo discurso de Jesús (cap. 5-7)en el
que como un nuevo Moisés, da la ley al pueblo. Además de ésta, en el
evangelio de Mateo encontramos otras intervenciones de Jesús que tienen un
carácter recapitulativo y dan al relato evangélico una estructura
característica: las parábolas (cap. 13), la misión (cap. 10), la comunidad
(cap. 18), el fin de los tiempos (cap. 24-25).

En el pasaje que leemos hoy tiene importancia en primer lugar la
ambientación. La montaña es un lugar que aparta a la gente de los ambientes
en que discurre normalmente la vida. El artículo determinado "la" contribuye
a evocar la montaña por excelencia, que para el pueblo de Israel era el
Sinaí. Jesús aparece rodeado de sus discípulos y en segundo término está el
gentío, se sienta, y abre la boca para hablar. Son todos detalles que con-
tribuyen a mostrarlo como maestro y a dar importancia y solemnidad a lo que
dirá.

Las bienaventuranzas que proclama, se sitúan en la línea de los libros
sapienciales del Antiguo Testamento y de los Salmos, donde se usa frecuen-
temente el término "dichosos" para elogiar un determinado tipo de conducta.
Vistas en su conjunto, las bienaventuranzas se presentan como "la ley del
reinado de Dios" cuya llegada Jesús anuncia. Las actitudes elogiadas por Él
son las condiciones para vivir en esa nueva situación que Jesús anuncia e
inaugura. Estas actitudes se presentan como alternativa a la lógica del mundo
que está bajo el dominio de otros que no son Dios. En la versión de las
bienaventuranzas que da S. Lucas, esa contraposición está subrayada por las
maldiciones que las siguen.

Más que el elogio de una serie de categorías de personas, hay que ver en
la bienaventuranzas, la descripción de la identidad misma de Jesús y como
consecuencia también de sus seguidores. Sin pretender decir que todos los
términos sean equivalentes, puede descubrirse una sintonía profunda entre
ellos: el que es pobre (como actitud elegida) es también sufrido,
misericordioso, pacífico, etc. El alcance cristológico y la unidad sustancial
de las bienaventuranzas son dos criterios fundamentales para interpretarlas
correctamente.

Cabe además notar otra diferencia con la redacción lucana. Lucas describe
más bien las situaciones de las personas (pobres en sentido material). Mateo
nos habla más bien de la actitud que se adopta ante determinados aspectos de
la vida (pobres de espíritu). Esta actitud no se limita a la pobreza
efectiva, comprende también la humildad y la confianza total en Dios, a la
que apunta la 1ª. lectura. Será Dios, en efecto, quien colmará con los bienes
del Reino, cumpliendo toda justicia, a los que se fían totalmente de Él.

En Nazaret

Hemos dicho que un punto clave para entender las bienaventuranzas es su
interpretación cristológica: las bienaventuranzas nos dicen algo acerca de
Cristo. Ese es también un aspecto esencial de la lectura de todo el evangelio
que intentamos hacer desde Nazaret.

La vida entera de Jesús estuvo caracterizada por las bienaventuranzas que
propone a todos. Ellas constituyen el mejor retrato de Jesús: cada una de
ellas podrían ser un capítulo de su biografía. Ciertamente Jesús, María y José
vivieron esas actitudes profundas en Nazaret. Podemos decir que fue ese su
modo de ser. Bien podemos pensar que lo proclamado por Jesús como don y como
condición de pertenencia al Reino de Dios, estaba en total sintonía con lo
que se había vivido en su familia durante años.

"Pobres de espíritu", o "pobres por elección", como traducen otros, lo
fueron Jesús, María y José‚ en Nazaret. Pobres con esa actitud radical de
humildad y confianza ante Dios Padre y con esa limitación voluntaria en el
uso y en el goce de los bienes de la vida que permite ponerse al alcance de
todos y al servicio de todos siendo únicamente del Señor.

"Sufridos" en el aguantar las dificultades iniciales producidas por la
maravillosa intervención de Dios en la vida de María y de José‚. Sufridos para
vivir sin rencor las agresiones y para perseverar en el camino de la fe y de
la esperanza en Nazaret.

"Con hambre y sed de justicia", la justicia verdadera que viene de Dios,
el cual da a todos sin medida su propio amor y lleva a hacer todo lo posible
para que todos accedan a un modo digno de su condición de personas.

"Misericordiosos", capaces de perdonar, y "limpios de corazón", con esa
transparencia que les llevó siempre a escuchar y acoger la voluntad de Dios
en su vida. No sólo cuando venía revelada directamente por un Ángel, sino en
circunstancias humanas difíciles de descifrar.

"Perseguidos por causa de la justicia". Como los mártires, como los
cristianos auténticos de todos lo tiempos, María y José pudieron aplicarse
el "por causa mía" referido a Jesús, en sentido directo, cuando tuvieron que
huir a Egipto.

Pero, aparte de los episodios aislados, podemos ver el cuadro de la vida
nazarena reflejada en las pinceladas de cada una de las bienaventuranzas.

Hay dos aspectos que el texto evangélico de las bienaventuranzas subraya
con fuerza y que fueron vividos intensamente en Nazaret. Si las actitudes
evocadas en ellas producen la paz, la felicidad es porque quien consuela, da
la paz y la justicia, colma de bienes, etc, es Dios mismo.

El otro aspecto es el de la esperanza. El cumplimiento de las bienaven-
turanzas es una promesa para el futuro, pero una promesa que empieza a
realizarse ya en el corazón del creyente y en los ámbitos donde el Reino está
ya presente en este mundo. Bien podemos decir que Nazaret fue uno de esos
ámbitos. En él se realizaba ya en la fe lo que un día será posesión de todos.

Señor Dios nuestro,
que das el Reino a los que eligen ser pobres,
consuelas a los que sufren.
das en heredad la tierra a los no violentos,
sacias a los hambrientos y sedientos de justicia,
perdonas a los misericordiosos,
te revelas a los limpios de corazón,
llamas hijos tuyos a los pacíficos,
y eres rey de los que viven perseguidos por su fidelidad,
danos el Espíritu Santo
que modele nuestro corazón
con el molde del evangelio.

Practicar la justicia

El concepto de justicia es clave en el evangelio de Mateo. En el texto de
las bienaventuranzas aparece dos veces. Como el de pobreza, es uno de esos
términos que, entendidos en la plenitud de su sentido, pueden sintetizar el
evangelio entero. Por eso puede ayudarnos a entender de manera unitaria y
práctica el mensaje de la Palabra de Dios de este domingo.

Justicia es en su sentido inmediato la distribución de los bienes y
recursos de forma que sean accesibles a todos. Comporta la elección de un
estilo de vida solidario con los demás y respetuoso de las personas y de las
cosas. Lleva como consecuencia a adoptar un estilo de vida pobre, que
autolimita la capacidad de disfrutar de todo lo que está a nuestra disposi-
ción. Justicia es también la posibilidad de acceso por parte de todos a la
cultura, a la educación y al desarrollo de los propios talentos. Eso lleva
consigo un modo de vivir abierto a los valores de los otros, capaz de acoger
y valorar las diferentes culturas y mentalidades. Ser conscientes de la limi-
tación de los propios puntos de vista y de las propias estimaciones.

La justicia reclama necesariamente la paz. Sin ésta el mundo cae en manos
de los violentos y de los que quieren acaparar el poder para servirse de él.
Por eso la justicia lleva a la conciencia de las propias responsabilidades
y a la participación convencida en las instancias de diálogo y de decisión
que están a nuestro alcance. Es desde esos lugares desde donde se promueve
verdaderamente la justicia para todos.

Sólo puede tener hambre y sed de justicia quien tiene un corazón limpio,
transparente, incapaz de actuar con segundas intenciones o mover las cosas
para provecho propio. El hambre de justicia lleva a buscar la claridad y
coherencia en uno mismo y en las situaciones en que se encuentra inserto. Es
un primer paso fundamental para evitar las manipulaciones de todo tipo.

Jesús, antes de sentarse para proclamar las bienaventuranzas, las había
vivido personalmente y en su familia, por eso sus palabras iban directamente
al corazón de la gente.



23 de enero de 2011 - TO - DOMINGO III - Ciclo B

"Está cerca el Reino de los cielos"

-Is 8,23-9,3
-Sal 26
-1Co 1,10-13,17
-Mt 4,12-23

Mateo 4,12-23

Al enterarse Jesús de que habían arrestado a Juan se retiró a Galilea.
Dejando Nazaret, se estableció en Cafarnaún, junto al lago, en el territorio
de Zabulón y Neftalí. Así se cumplió lo que había dicho el profeta Isaías:
"País de Zabulón y país de Neftalí, camino del mar, al otro lado del
Jordán, Galilea de los gentiles. El pueblo que habitaba en tinieblas vio una
luz grande; a los que habitaban en tinieblas y sombras de muerte, una luz les
brilló".
Entonces comenzó Jesús a predicar, diciendo:
-Convertíos porque esta cerca el Reino de los cielos.
Pasando junto al lago de Galilea vio a dos hermanos, a Simón, al que
llamó Pedro, y a Andrés, que estaban echando el copo en el lago, pues eran
pescadores.
Les dijo:
-Venid y seguidme y os haré pescadores de hombres. Inmediatamente dejaron
las redes y le siguieron.
Y pasando adelante vio a otros dos hermanos, a Santiago, hijo de Zebedeo,
y a Juan, que estaban en la barca repasando las redes con Zebedeo, su padre.
Jesús los llamó también. Inmediatamente dejaron la barca y a su padre y lo
siguieron.
Recorría toda Galilea enseñando en las sinagogas y proclamando el
Evangelio de Reino , curando las enfermedades y dolencias del pueblo.

Comentario

La llamada urgente a la conversión es el mensaje central de la Palabra de
Dios en este domingo. Ese es el anuncio que Jesús, repitiendo lo que Juan
Bautista predicaba, proclama al comienzo de su ministerio público.

El texto evangélico se articula en cuatro partes bien diferenciadas que
forman la introducción al discurso de la montaña, elemento central del
evangelio de Mateo.

La primera parte narra el comienzo de la actividad de Jesús. Si todos los
evangelios señalan que comenzó a predicar en Galilea, sólo Mateo siente la
necesidad de justificar esta circunstancia con un texto del Antiguo Testa-
mento en el que el profeta Isaías anuncia la liberación de las "sombras de
la muerte" para esas tierras, tradicionalmente alejadas (y no sólo
geográficamente) del centro religioso y político que era Jerusalén. Es allí
donde, contrariamente a todas las previsiones, empezó a brillar la luz de la
buena nueva traída por el Mesías.

Mateo da a continuación de forma sintética el contenido de la predicación
de Jesús: "Convertíos porque está cerca el Reino de los cielos". El
imperativo de la conversión está motivado por la cercanía del reinado de
Dios. Podríamos intentar traducir la fuerza que tiene de por sí el anuncio
expresándolo en otros términos. Sonaría más o menos así: Dios ha decidido
intervenir definitivamente en la historia humana creando un orden nuevo de
cosas cuyo centro es la persona de Jesús; si no queréis que todo lo que
existe quede sin sentido, tenéis que abandonarlo o reorganizarlo de modo que
responda a ese reinado que Dios establece en el mundo.

El motivo del imperativo de conversión está en la proximidad de la llegada
del Reino de Dios. Y la urgencia viene concretizada en la escena que el
evangelio narra a continuación: la llamada a los discípulos.

Del "convertíos", llamada genérica dirigida a todos, se pasa a la llamada
personalizada dirigida a Pedro, Andrés, Santiago y Juan, mientras están
ocupados en sus quehaceres cotidianos.

Vemos así concretamente que la llamada a la conversión, es una llamada al
seguimiento de Jesús. Se advierte también la radicalidad y prontitud de la
invitación y de la respuesta. Esa prontitud traduce en lo concreto de la vida
la inminencia con la que se anuncia la llegada del Reino de Dios: "Está
cerca".

Concluye el evangelio de hoy con un resumen de lo que fue toda la vida de
Jesús: anuncio del evangelio del Reino y curación de los males del pueblo.
Maravillosa síntesis hecha de palabras y hechos, de atención a cada persona,
que se irradia en toda la región y tiende a abarcar el mundo entero. Mateo
repite la misma expresión al concluir el sermón de la montaña y los milagros
que le siguen, formando así una sección literaria bien determinada por una
inclusión (cfr. Mt 4,23 = Mt 9,35).

"Dejó Nazaret"

El comienzo de la llamada vida pública de Jesús supone el abandono del
pueblo donde había crecido para trasladarse a Cafarnaún, población que Mateo
presenta después en su evangelio como la ciudad de Jesús (cfr. Mt 9,1).

Carlos de Foucauld ha escrito en su diario una página espléndida titulada
precisamente "La última noche de Jesús en Nazaret". Vale la pena leerla.

"23 de febrero. Señor mío Jesús, esta es la última noche que pasas en
Nazaret antes del bautismo. La última noche de tu vida escondida, la última
noche de esa primera parte de tu vida, de tu tranquila y suave oscuridad de
Nazaret. Aún una noche para orar con María como lo has hecho tantas veces y
luego todo acabará para siempre. Tendrás que pasar después otras noches en
oración con tu Madre, pero ya nunca más en esta
oscuridad, en este retiro, en esta soledad no sólo del lugar sino del alma,
desconocido de todos excepto para ella. Que se cumpla la voluntad de Dios,
sea cual fuera, bendita sea. El bien y la gloria de Dios brotará de esos
sufrimientos. Para que Él sea servido y amado tienes tú que darle a conocer
y puesto que te has hecho hombre, oh Señor mío, tendrás que sufrir. Es una
ley universal que viene desde Adán: el hombre sólo puede hacer el bien sobre
la tierra a costa de mucho sufrimiento, "con el sudor de su frente". Mañana
dejarás este pueblecillo que te ha acogido y ocultado durante treinta años
¡Qué angustia para tu Madre que contempla temblando el futuro, el camino que
se abre delante de ti! Y sin embargo está resignada; adora, acepta, ama la
voluntad de Dios. Pero aun queriendo de todo corazón lo que Dios quiere,
incluso tus sufrimientos, ¡cómo sufre de todo corazón también! Y tú, Dios
mío, tu partías a la vez triste y gozoso para ofrecer a Dios ese sacrificio
completo que le da toda gloria, y gozoso también por poder proporcionar el
bien a los hombres. ¡Qué prisa tenías por ser bautizado con ese bautismo de
tu sangre! Deseabas con ardiente deseo llegar a la última cena..."

Con esa despedida, leída ya por Charles de Foucauld a la luz de la
Pascua, Jesús cumple el gesto que ilumina con el evangelio toda la región de
la Galilea y el mundo entero.

En la perspectiva del evangelio de Mateo existen dos tipos de oscuridad:
una que hay que rescatar, iluminar, dar vida (son las "tinieblas y sombras
de muerte") otra es la oscuridad y silencio donde se va forjando la luz y la
palabra. Esta última es la de los "años oscuros" de Jesús en Nazaret.
La luz del mundo fue creciendo en Nazaret de manera que cuando se mostró a
todos, para que se cumpliera la palabra de Isaías, era ya la "luz grande" que
podía iluminar a todo el pueblo.

Toda la vida de Jesús ha podido ser interpretada como una aparición
luminosa: "La gracia manifestada ahora por la aparición en la tierra de
nuestro Salvador, el Mesías Jesús; Él ha aniquilado la muerte y ha irradiado
la vida y la inmortalidad por medio del evangelio" (2Tim 1,10)

Señor Jesús, luz de las gentes,
que alumbras a todo hombre venido a este mundo,
te bendecimos y agradecemos
por habernos sacado de la tiniebla de la muerte
y habernos llevado al Reino del Padre de las luces,
del que viene todo don perfecto.
Que el fuego de tu Espíritu
nos purifique y transforme
de modo que podamos mirarnos en ti
y desde ti ser también nosotros luz
para todos los que están en la casa.

"Luz de las gentes"

"La Iglesia es en Cristo luz de las gentes..." Así comienza la constitu-
ción del Vaticano II sobre el misterio de la Iglesia. La Palabra de Dios nos
lleva hoy a tomar conciencia personal de ello y a tratar de encarnarlo en la
vida como camino de conversión.

Ante todo tenemos que recordar que, como amaban decir los Padres de la
Iglesia, nuestro bautismo es una "iluminación". Comentan así el himno
paulino: "Despierta tú que duermes y te iluminará el Mesías" (Ef. 5,14).

S. Justino expresó en estos términos el simbolismo del bautismo: "Esta
ablución se llama iluminación porque quienes reciben esta doctrina tienen el
espíritu iluminado. Y por eso en el nombre de Jesucristo, que fue crucificado
bajo el poder de Poncio Pilato, y en el nombre del Espíritu Santo, que
predijo por medio de los profetas toda la historia de Jesús, es lavado aquel
que es iluminado".

El bautismo es iluminación porque al neófito se le entrega la plenitud de
la verdad revelada. Pero lejos de toda interpretación intelectualista, los
padres insistían en el caminos de conversión de vida que supone el bautismo.
Se trata, en efecto de ir transformando la vida entera con la luz recibida,
de ir dejando de lado las obras de las tinieblas, porque la noche está ya
avanzada (Rom 3,11).

En la medida en que dejemos crecer la luz en nosotros mismos podremos ser
testigos de Cristo e iluminar a quienes nos rodean y a los que somos
enviados: "Vosotros sois la luz del mundo... Alumbre también vuestra luz a
los hombres; que vean el bien que hacéis y glorifiquen a vuestro Padre del
cielo" (Mt 5,14-16).

Muchas son las obras a las que está llamado el cristiano para ser testigo
de la luz recibida. La 2ª. lectura de hoy nos invita a una particularmente
importante: ser testigos de unidad y comunión, que es como decir que la luz
es sólo una, Cristo. La unidad de la fe es el mayor signo que se puede
ofrecer para su credibilidad. Por eso la renuncia a las polémicas inútiles
y a las divisiones internas en la comunidad es un gran paso en el camino del
testimonio y de la evangelización. Lo que vemos evidente a nivel mundial en
el movimiento ecuménico es también cierto en el ámbito concreto de nuestra
comuni


16 de enero de 2011 - TO - DOMINGO II - Ciclo B

"Este es el cordero de Dios"

-Is 49,3.5-6
-Sal 39
-1Co 1,1-3
-Jn 1,29-34

Juan 1,29-34

Al ver Juan a Jesús que venia hacia él, exclamó:
-Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Éste es aquel
de quien yo dije: "Tras de mí viene un hombre que está por delante de mí,
porque existe antes que yo". Yo no lo conocía, pero he salido a bautizar con
agua, para que sea manifestado a Israel.
Y Juan dio testimonio diciendo:
-He contemplado el Espíritu que bajaba del cielo como una paloma y se
posó sobre Él. Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me
dijo: aquél sobre quien veas bajar el Espíritu y posarse sobre Él, Ése es
aquél que ha de bautizar con Espíritu Santo.
Y yo lo he visto, y he dado testimonio de que Éste es el Hijo de Dios.

Comentario

La liturgia nos invita a volver nuevamente nuestra mirada hacia el
acontecimiento del bautismo de Jesús. Esta vez desde el evangelio de S. Juan,
que no narra directamente el hecho, pero profundiza en su significado.

En la celebración eucarística se lee en primer lugar, como el domingo
pasado, un texto de Isaías sobre la figura del siervo de Yavé. Esta figura
misteriosa, que tiene a la vez rasgos individuales y colectivos, y anuncia
una personalidad que llevará consigo el destino y la misión de todo el pue-
blo, nos habla ya a su modo de Jesús. Será Él quien llevará a cabo, como un
nuevo Moisés, el éxodo definitivo del nuevo pueblo de Dios. El texto de hoy
subraya además su misión universal: "Te hago luz de las naciones, para que
mi salvación alcance hasta el confín de la tierra" (49,6).

Esta figura del "siervo" nos ayuda a entender la expresión central del
evangelio de hoy. Juan Bautista señalando a Jesús, dice: "Este es el cordero
de Dios que quita el pecado del mundo" (Jn 1,29). Recordemos además que
cuando se anuncia la "pasión" del siervo de Yavé se lo compara con un
"cordero llevado al matadero" (Is 53,7). Es posible que en la expresión de
Juan Bautista referida a Jesús haya una alusión a esa mansedumbre. La alusión
sería m s explícita si la traducción castellana diera plenamente el sentido
original del texto. Sonaría así: "... el cordero de Dios que quita el pecado
del mundo cargándolo sobre sí". Estaría de este modo más cerca de Is 53,11:
"Mi siervo justificará a muchos porque cargará con los crímenes de ellos".

Pero hay también en la figura del "cordero" una referencia a la víctima
de la Pascua. Los evangelistas en la narración de la última cena y de la
pasión de Jesús multiplican las alusiones al cordero inmolado, signo de la
liberación nueva y definitiva traída por Cristo.

Y hay una tercera pista de reflexión por donde entender la exclamación de
Juan Bautista. En el ámbito apocalíptico (recordemos que tanto Juan Bautista
como Juan el evangelista se movían en ese ambiente) el "cordero", manso y
desarmado, tiene una fuerza misteriosa capaz de imponerse a sus adversarios
(Cfr. Ap. 14,10; 17,14) En este caso hay que notar que no se trata de una
victoria sobre los enemigos, sino sobre el mal, sobre el pecado del mundo,
y no destruyéndolo, sino cargando con él.

El testimonio de Juan Bautista, culmen de su misión profética, consiste
precisamente en identificar a Jesús, en reconocerlo y mostrarlo a los demás.
Pero ese testimonio sólo puede darse en virtud de la acción del Espíritu
Santo. Juan confiesa, en efecto que "no lo conocía", como para indicar que
el reconocimiento de la verdadera identidad de Jesús es fruto de una revela-
ción que se acoge mediante la fe.

"Éste es"

El valor del testimonio de Juan Bautista está en el hecho de haber
descubierto bajo la apariencia humilde de un hombre cualquiera, que se pone
en la fila de los pecadores y se somete a un bautismo de agua, al cordero de
Dios, al Hijo de Dios. "Yo no lo conocía, pero he salido a bautizar con agua
para que se manifieste a Israel" (Jn 1,31).

Como en muchos otros casos de la historia de la salvación, se produce
aquí la paradoja de la revelación: Dios se manifiesta a la vez que esconde
su gloria en la figura de uno que se presenta sin ninguna apariencia externa,
como uno de los muchos que acudían a escuchar al profeta y a ser bautizados
por él. Esa paradoja llegará a su extremo en la cruz, donde la gloria de Dios
se manifestará precisamente en el extremo fracaso.

En esa misma clave están escritos los evangelios de la infancia de
Cristo: la gloria de Dios se manifiesta en la pobreza y en la humildad. La
serie de teofanías (= manifestaciones de Dios) de los primeros años de la
vida de Jesús en el evangelio de Lucas va puntualmente acompañada de otros
tantos subrayados que ponen de relieve la pobreza y humildad de las
condiciones en que se producen. Veamos algunas.

Como lugar donde es anunciada la venida del Hijo del Altísimo es escogido
Nazaret, pueblo desconocido; a una virgen, llena de gracia, que se reconoce
"sierva"; cuando nace Jesús la gloria de Dios resplandece sobre unos
pastores. En la presentación en el templo de quien es proclamado "Santo" y
"Salvador", luz y gloria del pueblo, se hace sólo la ofrenda propia de los
pobres. A la afirmación insólita de Jesús de que debe estar en la casa de su
Padre, sigue la humilde sumisión a sus padres y el descenso a Nazaret. María
rubrica en su canto esa paradoja constante de Dios en su modo de obrar:
"Derriba del trono a los poderosos y exalta a los humildes; a los hambrientos
los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos" (Lc 1,52).

No son, pues, las apariencias externas las que pueden llevar a la fe
aceptada y confesada. En el caso de Juan Bautista (igual que para María y
José) lo que lleva al reconocimiento del Mesías es esa correspondencia
establecida por la acción de la gracia entre el signo anunciado y lo que se
ve con los ojos de la carne: "Aquel sobre quien veas bajar el Espíritu y
posarse sobre Él, Ése es" (Jn 1,33).

Esa experiencia inicial del testimonio que arranca de la fe será más
adelante en la Iglesia una ley permanente. El IV evangelio asocia indisolu-
blemente el testimonio del Espíritu Santo al de los discípulos de Jesús:
"Cuando venga el abogado que os voy a enviar yo de parte de mi Padre, Él será
testigo en mi causa: también vosotros sois testigos, porque habéis estado
conmigo desde el principio" (Jn 15,26-27). Al haber visto a Jesús desde el
principio debe, pues, asociarse el haber recibido el Espíritu Santo para
poder dar testimonio de Jesús, para poder decir: "Éste es".

Señor Jesús, en quien reposa el Espíritu Santo,
tú eres quien nos ha liberado
cargando con nuestros pecados.
Te adoramos en esa unión tan íntima con el Espíritu Santo
que va mucho más allá
de lo que nosotros podemos entender y decir,
pero que sabemos te marca profundamente
y revela tu identidad.
El es quien te hace Hijo frente al Padre
y quien te hace hermano y salvador nuestro.
Te pedimos ese mismo Espíritu
ya que eres tú quien bautiza en Él.

Nuestro bautismo

El mensaje de la Palabra de Dios nos invita a continuar la reflexión
sobre nuestro bautismo iniciada el domingo pasado. Señalábamos ya dos
aspectos: el camino permanente de conversión y la relación entre el bautismo
y la misión. Veamos hoy algunos otros que nos ayuden a vivir ese hecho
fundacional de nuestra vida cristiana.

Típica del IV evangelio es la afirmación de que el Espíritu Santo no sólo
bajó sobre Jesús en el momento de su bautismo, sino que se posó y se quedó
en Él de forma permanente. Esa comunión esencial entre Jesús y el Espíritu
Santo nos dice también algo a los que hemos sido bautizados por Él "con
Espíritu Santo". El bautismo nos marca con el sello indeleble del Espíritu
Santo para la vida eterna. Así pues, nuestra vida cristiana no consiste sólo
en no hacer nada que pueda contristar al Espíritu que vive en nosotros, sino
en dejarnos guiar por Él. "Vosotros, en cambio, no estáis sujetos a los bajos
instintos, sino al Espíritu, ya que el Espíritu de Dios habita en vosotros;
y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, ése no es cristiano" (Rom 8,9-10).

El bautismo hace, pues, también relación al pecado. No sólo en cuanto,
mediante él, el pecado original y los pecados personales quedan perdonados,
sino en cuanto nos configura con "el cordero de Dios que quita el pecado del
mundo". Nos compromete así en una lucha permanente contra el mal en nosotros
mismos, en los demás, en el ambiente en que vivimos.

Dos son los errores que podemos cometer en esta lucha. Uno consiste en
ignorar la realidad del pecado aceptando explicaciones ideológicas que
tienden a camuflarlo o a removerlo del inconsciente colectivo. Queriendo
desdramatizarlo todo se corre el riesgo de negar en último término el drama
de la redención del hombre efectuada por Cristo.

El otro error es pretender luchar desde fuera contra algo que está dentro
de nosotros y en los demás. El "cordero de Dios", al que hemos contemplado
hoy, señalado por Juan, nos enseña a quitar el pecado del mundo cargando con
é. ¿Qué puede significar esto en nuestra vida? En primer lugar saber unir
la condición del "siervo", capaz de hacerse cercano a quien peca, a quien es
débil o se encuentra encasillado en su orgullo. Pero también quizá la
capacidad de asumir con paz nuestros pecados, emprendiendo una y mil veces
el camino que pasa por el sacramento de la reconciliación y pone en la pista
de una nueva conversión.



PRIMER DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO - Ciclo B
EL BAUTISMO DEL SEÑOR

"Se abrió el cielo"

Mateo 3,13-17

Fue Jesús desde Galilea al Jordán y se presentó a Juan para que lo
batizara.
Pero Juan intentaba disuadirlo diciéndole:
-Soy yo el que necesito que tu me bautices, ¿y tú acudes a mí?
Jesús le contestó:
-Déjalo ahora. Está bien que cumplamos así todo lo que Dios quiere.
Entonces Juan se lo permitió. Apenas se bautizó Jesús, salió del agua; se
abrió el cielo y vio que el Espíritu de Dios bajaba como una paloma y se
posaba sobre Él. Y vino una voz del cielo que decía:
-Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto.

Comentario

Después de ciclo de Adviento y Navidad, se abre el tiempo ordinario
presentándonos a Jesús, siervo de Dios, que se coloca entre quienes reciben
el bautismo de Juan. La liturgia nos llevará a acompañarlo a lo largo de
todas las semanas hasta que, pasada la Pascua, podamos aclamarlo como rey en
el último domingo del tiempo ordinario.

Todos los evangelistas narran el bautismo de Jesús al comienzo de su
ministerio público. Es característico de Mateo, sin embargo, el diálogo entre
Juan y Jesús antes del hecho. Puede verse en esa conversación la dificultad
que los primeros cristianos tuvieron en admitir que Jesús, el Señor, se humi-
llara pidiendo el bautismo de conversión que Juan administraba a quienes se
acercaban a él.

Los pareceres contrapuestos de Juan y de Jesús sobre quién deba ser
bautizado por quién, remiten a un concepto que en el evangelio de Mateo tiene
una importancia fundamental: la justicia. Esta consiste en hacer la voluntad
de Dios, en someterse a su designio de salvación para los hombres. A ella
apela Jesús, no sólo para dirimir la divergencia de pareceres, sino para
indicar su intención de seguir, en todo, el camino que el Padre ha trazado
para Él. Pero además Jesús dice: "Dé‚jalo ahora", como indicando que ese
bautismo no es más que una etapa que remite a un momento posterior en el que,
continuando la misma actitud de sumisión a la voluntad misteriosa del Padre,
se sumergirá en las aguas de la muerte y así recibirá la investidura real en
la resurrección (Sal 2,7). Jesús iniciará así el camino que le llevará a
cumplir toda justicia, es decir la voluntad salvífica del Padre con el
sacrificio redentor.

La actitud de docilidad y disponibilidad de Jesús, que revela su con-
dición filial, está subrayada en la liturgia con la primera lectura, donde
se presenta la figura del siervo de Yavé, personaje misterioso que los cris-
tianos identificaron con Jesús ya desde los comienzos. Su doble
característica de flexibilidad y delicadeza, firmeza y decisión, coinciden
perfectamente con el modo de ser de Jesús. Por otra parte su cercanía a las
personas, su preocupación por cada uno y la dimensión universal de su misión
hablan también del alcance de la acción salvadora de Cristo.

Esa relación entre la experiencia de Jesús en el Jordán y su misión
salvadora está subrayada por las palabras de Pedro en la segunda lectura: "Me
refiero a Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo,
que pasó haciendo el bien y curando... "Es otra forma de ver la manifestación
trinitaria narrada por los evangelistas en el episodio del bautismo que pone
de relieve cómo Dios acreditaba el modo de proceder de Jesús: "Dios estaba
con Él".

Trinidad de la tierra

El episodio del bautismo de Jesús es ante todo una teofanía, una mani-
festación de Dios. El evangelista dice expresamente que "se abrió el cielo".
Teniendo en cuenta la cosmología antigua que veía el cielo como una cubierta
de separación entre la morada de Dios y la de los hombres, la apertura del
cielo significa la posibilidad de una nueva relación y de un nuevo encuentro
entre ambos mundos. En último término se pone como perspectiva la posibilidad
de una casa común para Dios y los hombres.

En el momento en el que Jesús se mezcla con los que reconocen la
necesidad de recibir un signo de su conversión, de su retorno a Dios, el
cielo se abre y aparece en acción, por así decirlo, la Trinidad al completo:
el Padre habla y expresa su relación de amor con el Hijo, hecho hombre,
Jesús; el Espíritu Santo desciende y se posa sobre Él como una paloma. Es uno
de los momentos en los que, aun envuelto en el misterio, aparece diáfana la
comunidad de tres personas distintas en Dios.

La meditación del evangelio a la luz de Nazaret nos lleva a ver esta
teofanía del bautismo de Jesús desde esa otra manifestación silenciosa y
callada de su encarnación y de su vida de familia con María y José.

En la encarnación del Verbo, en su generación en el seno de María, se nos
manifiesta también Dios en cuanto Padre. La propiedad personal del Padre en
la Trinidad es su capacidad de generar, de ser el principio sin principio de
todo. La humanidad de Jesús revela su condición filial en la Trinidad y
manifiesta en la visibilidad de la carne el amor concreto de Dios hacia el
hombre. Además la encarnación es obra del Espíritu Santo; es Él, que escruta
las profundidades de Dios, quien hace posible su vida en forma humana sobre
la tierra.

Esa manifestación de la Trinidad en la encarnación tuvo lugar en Nazaret.
Podemos decir además que es, en cierto modo, el fundamento de la que
contemplamos en el evangelio de hoy. Si nos fijamos bien en el texto, todo
el movimiento y la acción de las personas divinas convergen en Jesús, el
Hijo, en su condición de hombre y en su actitud de solidaridad con quienes
va a salvar. Con Él comienza una nueva creación y se inaugura la nueva
alianza que alcanzará su plenitud en el Reino de Dios.

Pero también la vida de la familia de Jesús en Nazaret manifiesta, en
otro plano, la vida de la Trinidad. Es significativo ciertamente que el Hijo
de Dios, venido para revelarnos su amor y para comunicarnos quién es Él, haya
vivido en una familia humana. Ese "hecho" revela también, a su modo, que Dios
es una familia y la relación de amor que existe entre sus miembros.

La virginidad de María y de José, su relación única con Jesús, muestran
cómo es posible una convivencia basada en un amor que va más allá de los
parámetros normales en los que se funda una familia: los lazos de la carne
y de la sangre.

La Familia de Nazaret es un paso más en ese camino que lleva a ver en el
hombre, no tanto a partir de la estructura interna de su personalidad, cuanto
en sus relaciones comunitarias, familiares, sociales, una imagen de Dios.

Te bendecimos, Padre,
por Jesús, el santo, el justo,
que se presentó a recibir el bautismo
mostrando así su cercanía y solidaridad
con nosotros, pecadores.
Renueva en nosotros
la unción del Espíritu Santo
que se nos ha dado
en el bautismo y en la confirmación,
para que podamos liberarnos
de la intolerancia y dureza
que atenazan nuestro corazón
para encerrarnos en nosotros mismos
e impedirnos esa apertura a los demás
que construye la familia.
Así seremos de verdad hijos tuyos.

El bautismo

El comienzo del tiempo ordinario nos invita a tomar nuevamente conciencia
del punto inicial de nuestra vida cristiana, de ese momento clave de la
acción de Dios en nosotros que da sentido a todos los días de nuestra vida.
Ese momento fundante es el bautismo.

En el evangelio que hemos leído están ya presentes todas las dimensiones
esenciales de la experiencia bautismal: el camino de conversión, la filiación
divina y la donación del Espíritu Santo, el comienzo de una misión en el
pueblo de Dios...

S. Pablo insiste en la incorporación a Cristo, compartiendo su muerte y
resurrección. Recordemos una de sus expresiones más densas de significado y
muy apropiada para meditar el mensaje de este domingo. En ella se pone en
relación el bautismo con el misterio pascual: "¿Habéis olvidado que a todos
nosotros al bautizarnos vinculándonos al Mesías Jesús, nos bautizaron
vinculándonos a su muerte? Luego aquella inmersión que nos vinculaba a su
muerte nos sepultó con Él para que así como Cristo fue resucitado de la
muerte por el poder del Padre, también nosotros empezáramos una vida nueva"
(Rom 6,3-5). Dos aspectos prácticos podemos retener pensando en nuestro
bautismo a la luz del de Jesucristo.

El bautismo supone un camino de conversión. Camino que se pide al
catecúmeno para acceder a las aguas del bautismo y camino que se nos pide a
todos los cristianos "a posteriori", para llegar a vivir todo lo que por
gracia se nos ha dado en el bautismo. Jesús mismo, que nada tenía que ver con
el pecado, nos precede en ese camino.

El bautismo es el punto de envío para la misión. Así lo interpreta S.
Pedro (2ª. lectura) hablando a los paganos de la trayectoria seguida por Jesús
en su ministerio público. Así lo interpreta también la Iglesia cuando dice
de nuestro bautismo: "Los bautizados, por su nuevo nacimiento como hijos de
Dios están obligados a confesar delante de los hombres la fe que recibieron
de Dios por medio de la Iglesia" (L.G.11) y de participar en la actividad
apostólica y misionera del Pueblo de Dios" (Catecismo de la Iglesia Católica,
1270).

El sello indeleble del bautismo necesita ser constantemente vivificado
por el Espíritu Santo para que produzca en nosotros y en los demás los frutos
de salvación que el Señor espera.

TIEMPO DE NAVIDAD
6 de enero - LA EPIFANIA DEL SEÑOR

Isaías 60,1-6

¡Levántate, brilla, Jerusalén, que llega tu luz; la gloria del Señor
amanece sobre ti! Mira: las tinieblas cubren la tierra, la oscuridad los
pueblos, pero sobre ti amanecerá el Señor, su gloria aparecerá sobre ti; y
caminarán los pueblos a tu luz; los reyes al resplandor de tu aurora.
Levanta la vista en torno, mira: todos éstos se han reunido, vienen a
ti: tus hijos vienen de lejos, a tus hijas las traen en brazos. Entonces lo
verás, radiante de alegría; tu corazón se asombrará, se ensanchará, cuando
vuelquen sobre ti los tesoros del mar y te traigan las riquezas de los
pueblos. Te inundará una multitud de camellos, los dromedarios de Madián y
de Efá. Vienen todos de Sabá, trayendo incienso y oro, y proclamando las
alabanzas del Señor.

Efesios 3,2-3a.5-6

Habéis oído hablar de la distribución de la gracia de Dios que se me
ha dado en favor vuestro.
Ya que se me dio a conocer por revelación el misterio que no había sido
manifestado a los hombres en otros tiempos, como ha sido revelado ahora por
el Espíritu a sus santos apóstoles y profetas: que también los gentiles son
coherederos, miembros del mismo cuerpo y partícipes de la Promesa en
Jesucristo, por el Evangelio.

Mateo 2,1-12

Jesús nació en Belén de Judá en tiempos del rey Herodes. Entonces, unos
Magos de Oriente se presentaron en Jerusalén preguntando:
- ¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto
salir su estrella y venimos a adorarlo.
Al enterarse el rey Herodes, se sobresaltó, y todo Jerusalén con él;
convocó a los sumos pontífices y a los letrados del país, y les preguntó
dónde tenía que nacer el Mesías. Ellos le contestaron:
- En Belén de Judá, porque así lo ha escrito el profeta: "Y tu, Belén,
tierra de Judá, no eres ni mucho menos la última de las ciudades de Judá,
pues de ti saldrá un jefe que será el pastor de mi pueblo Israel".
Entonces Herodes llamó en secreto a los Magos, para que le precisaran
el tiempo en que había aparecido la estrella, y los mandó a Belén, diciéndo-
les:
- Id y averiguad cuidadosamente qué hay del niño, y, cuando lo encon-
tréis, avisadme, para ir yo también a adorarlo. Ellos, después de oír al rey,
se pusieron en camino, y de pronto la estrella que habían visto salir comenzó
a guiarlos hasta que vino a pararse encima de donde estaba el niño. Al ver
la estrella, se llenaron de inmensa alegría. Entraron en la casa, vieron al
niño con María, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron; después,
abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra.
Y habiendo recibido en sueños un oráculo para que no volvieran a He-
rodes, se marcharon a su tierra por otro camino.

Comentario

"¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido?"

La fiesta de la Epifanía es la celebración de la manifestación del Se-
ñor. Habiendo nacido en Belén de Judea, en el seno del pueblo elegido, Jesús
se manifiesta en primer lugar a los judíos: los pastores recibieron las
primicias del anuncio de que había nacido un Salvador.

Pero el evangelio de hoy nos lleva a perspectivas más amplias. Subraya
la dimensión universalista de la venida de Dios entre los hombres. Se cumple
así el gran misterio de la gracia de Dios: "que los paganos mediante el
Mesías Jesús, y gracias a la buena noticia, entran en la misma herencia,
forman un mismo cuerpo y tienen parte en la misma promesa" Ef 3,6.

El plan de Dios de salvar a todos los hombres había comenzado con la
llamada de Abrahán, pagano también él. Su respuesta de fe le constituyó en
padre de los creyentes y depositario de una alianza no condicionada, basada
únicamente en la gracia y en la palabra de Dios.

Pero, a medida que avanzó la historia de la salvación, el pueblo hebreo
desvirtuó en gran parte los contenidos de la alianza al subrayar el aspecto
legalista de la revelación divina, el aspecto nacionalista de la elección y
el aspecto de cumplimiento externo frente a la actitud profunda de fe y de
conversión del corazón.

Los profetas protestaron, y en ocasiones de forma muy dura, contra
estas graves desviaciones y anunciaron una alianza nueva y definitiva en los
tiempos mesiánicos.

La visita de los magos es para el evangelista el primer anuncio de esta
nueva alianza: definitiva y universal. Y los magos experimentaron una gran
alegría al ver de nuevo la estrella y encontrar a Cristo en Belén.

El niño que los magos buscan es "el rey de los judíos". Un rey cuya
soberanía es distinta de la del rey Herodes, también el rey de los judíos.
Este conflicto sobresalta a Herodes (y con él a toda Jerusalén) manifestando
así la condición del recién nacido.

Los magos, guiados por las instrucciones falaces de Herodes, pero sobre
todo por la estrella, signo de la acción directa de Dios, llegan al lugar
donde estaba Jesús, lo reconocen y, "cayendo de rodillas le rinden homenaje".

Los autores ven en el paralelismo pastores-magos los dos modos de
llegar al conocimiento de Dios: por la revelación (los pastores) y a través
de la razón natural (los magos). Pero el modo más exacto de comprender el
paralelismo de los dos encuentros con el Salvador es considerar ambos en la
perspectiva de la historia de la salvación que arranca del pueblo elegido y
llega a todos los hombres.

Los magos encuentran al "niño con María su Madre". José no aparece
citado en este momento. Sólo después que los magos se van asume su papel de
jefe y guía de la Sagrada Familia.

El encuentro de Jesús por parte de los magos les produce una gran
alegría. A la iluminación externa de la estrella se une la iluminación inter-
na de la fe. Reconocen en Jesús niño en brazos de su Madre al rey, es decir,
al salvador universal.

En Nazaret

La visita de los magos es uno de los hechos pertenecientes a la in-
fancia de Jesús que María conservaba en su corazón durante el período de
Nazaret.

Las palabras del Ángel Gabriel en la anunciación, la adoración de los
pastores y reyes, la proclamación de Simeón y de Ana, las palabras de Jesús
en el momento que lo encontraron en el templo... son otros tantos momentos
en los que se transparenta, para quien lee los acontecimientos con la fe en
el corazón, la dimensión trascendente y divina de Jesús.

En el período oscuro de Nazaret, Jesús aparentemente no revela nada,
no manifiesta nada, no da a conocer ni quién es ni cuál es su misión.

Pero si meditamos con más atención, descubriremos que con su presencia
prolongada y callada en el humilde pueblo de Galilea nos manifiesta dos cosas
muy importantes:

- Dios quiere penetrar y asumir la realidad del mundo que Él mismo
creó. En Cristo Dios incorpora la materia a sí mismo y no de una manera arti-
ficial y mágica, sino natural, progresiva, humana.

- Dios quiere salvar a los hombres desde dentro, haciéndose hombre,
entrando en la manera de ser y de vivir de los hombres. Por eso la salvación,
que viene del cielo, podrá ser vivida también como algo que germina de la
tierra en el corazón de cada hombre. Era éste el ideal preanunciado por los
profetas: que Dios cambiaría el corazón del hombre y escribiría en él su ley.

Ya no hay dos mundos: uno sagrado y otro profano. En Jesús, hijo del
hombre e Hijo de Dios todo queda unificado y santificado.

Estos aspectos tan importantes de la revelación que brillan de un modo
particular en Nazaret dan a la salvación traída por Cristo toda su dimensión
universalista y cósmica: ya no hace falta ser judío para salvarse, ya no hace
falta ir al templo para orar, ya no hace falta bendecir a las cosas para que
estén benditas, ya no van el mundo y Dios por dos caminos irreconciliables.

El mensaje del Nuevo Testamento explicitar poco a poco todos estos
puntos con las palabras claras y bien conocidas. Pero antes de ser dichas,
todas estas cosas fueron vividas en Nazaret. Es más, si pudieron ser dichas
con verdad es porque antes habían sido realizadas.

El vivir cristiano

El vivir cristiano de quien contempla el misterio desde Nazaret:
- valora en su justo precio el momento manifestativo de Dios porque sabe
que lo que ha dicho es cierto en la vida;
- sabe conjugar palabra explícita y testimonio oscuro de una vida senci-
lla;
- no considera tiempo perdido y vacío todo el camino de penetración en
las realidades humanas porque sabe que ese ha sido el camino recorrido
por Cristo;
- tiene muy claro que no se trata simplemente de identificarse con el
mundo, sino de encarnarse en él para hacer penetrar hasta su médula el
mensaje trascendente que salva;
- sabe vivir abierto y no poner condiciones ni requisitos que Dios no
pone para acoger al Salvador;
- vive de la esperanza de que un día todo estará claro, de que habrá una
manifestación de Dios mucho más clara y resplandeciente para todos los
hombres, y que la misma creación gime con dolores de parto hasta que
alcance la liberación y la gloria de los hijos de Dios, Rm 8,18-21.



2 de enero de 2011 - II DOMINGO DESPUÉS DE NAVIDAD

"Y acampó entre nosotros"

(Unico)
Juan 1,1-18

En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios,
y la Palabra era Dios. La Palabra en el principio estaba junto a Dios. Por
medio de la Palabra se hizo todo, y sin ella no se hizo nada de lo que se ha
hecho. En la Palabra había vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz
brilló en las tinieblas, y las tinieblas no la recibieron.
Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como
testigo para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la
fe. No era él la luz, sino testigo de la luz. La Palabra era la luz verda-
dera, que alumbra a todo hombre. Al mundo vino y en el mundo estaba; el mundo
se hizo por medio de ella, y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y los
suyos no la recibieron. Pero a cuantos la recibieron, les da poder para ser
hijos de Dios, si creen en su nombre. Estos no han nacido de sangre, ni de
amor carnal, ni de amor humano, sino de Dios. Y la Palabra se hizo carne, y
acampó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria propia del hijo
único del Padre, lleno de gracia y de verdad.
Juan da testimonio de Él y grita diciendo:
-Éste es de quien dije: "El que viene detrás de mí, pasa delante de mí,
porque existía antes que yo". Pues de su plenitud todos hemos recibido gracia
tras gracia: porque la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad
vinieron por medio de Jesucristo.
A Dios nadie lo ha visto jamás: el Hijo único, que está en el seno del
Padre, es quien lo ha dado a conocer.

Comentario

El segundo domingo después de Navidad, continúa, al igual que en la fiesta
de la Sagrada Familia, la meditación de la Iglesia sobre el misterio de la
encarnación del Verbo. El mensaje de las lecturas se mueve entorno a esa cima
de la revelación recogida en el prólogo del evangelio de S. Juan, que dice
de forma sintética: "Y la palabra se hizo carne y acampó entre nosotros"

El orden litúrgico de las lecturas respeta la economía de la revelación
que, ya desde el Antiguo Testamento, tiende puentes hacia lo que será la
manifestación culminante en Cristo. El cap. 24 del Eclesiástico es uno de los
casos más evidentes en este sentido. Según algunos, el autor del IV evangelio
pudo inspirarse en él para escribir el prólogo. La "sabiduría" se presenta
como una entidad que en cierto modo se identifica con Dios, pues está con Él
desde siempre, y por otro lado se distingue de Él y es enviada a habitar
(=poner la tienda) en Jacob, personificación del pueblo elegido. Hay, pues,
ciertos aspectos que anuncian la misión de la segunda persona de la Trinidad:
su subsistencia eterna, su función reveladora, su venida al mundo.

Pero en el evangelio tenemos también una radical novedad: "A Dios nadie
le ha visto jamás, el Hijo único que está en el seno del Padre es quien lo
ha dado a conocer" (1,18). La función iluminadora de la sabiduría llega a su
plenitud cuando Jesús nos revela el rostro del Padre, Él que es su viva
"imagen" (2Co 4,4) e "impronta de su sustancia" (Heb 1,3). Y hay también un
mayor realismo que desborda todas las expectativas del Antiguo Testamento.
Nadie leyendo las páginas del Eclesiástico podía sospechar que el "poner la
tienda en Jacob" y el habitar en Jerusalén comportara que el Verbo de Dios
se hiciera carne y viviera entre los hombres como uno de ellos.

Lo que el Antiguo Testamento había intuído, se realiza plenamente en
Cristo: su naturaleza humana es la "tienda", lugar del encuentro de Dios con
el hombre, pues es allí donde habita "corporalmente toda la plenitud de la
divinidad" (Col 1,18).

Bien podemos decir que en esto consiste la "bendición espiritual" de que
nos habla S. Pablo en la 2ª. lectura. En Cristo, el Padre nos ha elegido y nos
ha hecho hijos suyos, dándonos la redención y la plenitud de la salvación,
las cuales redundan finalmente en gloria suya. Más que aspectos
diversificados de esa misma plenitud de gracia que Dios nos da en Cristo,
debemos ver la totalidad del don que se nos da con la efusión del Espíritu
Santo en el bautismo.

De esta forma se ensancha también la perspectiva de la salvación del
pueblo elegido a todos los hombres.

Puso su tienda

La lectura de los evangelios de la infancia de Cristo en Lucas y Mateo
nos tiene acostumbrados a ver en detalle los diversos acontecimientos que se
fueron sucediendo en los primeros años de la vida de Jesús. Los evangelistas
nos presentan ya esos hechos a la luz de su fe en la resurrección de Cristo,
y esto les da una perspectiva y una profundidad de interpretación que va más
allá de la anotación puntual de lo que sucedió.

El evangelio de Juan que leemos hoy, nos echa también una mano en ese
sentido. Dejando de lado los detalles de la narración histórica, el prólogo
del cuarto evangelio pone de relieve los datos de la fe, que son también los
puntos clave en los sinópticos. Veamos esto un poco más en detalle analizando
las coincidencias entre los dos primeros capítulos de Lucas y el primero de
Juan.

Lo que llama la atención en primer lugar es el contraste entre las
figuras de Juan Bautista y de Jesús; Éste, verdadera luz del mundo y aquél,
sólo su testigo y precursor. Para ambos evangelistas, Jesús viene a su casa,
a los suyos, a su pueblo, y el recibimiento que se le dispensa es escaso o
nulo. Hay una conflictividad que se crea de inmediato con su aparición en el
mundo.

Pero el punto esencial de coincidencia está en la identidad de Jesús: es
el Hijo de Dios que se hace hombre. El signo de este misterio es la
virginidad de María (Lc 1,34; Jn 1,13).

Los dos evangelistas se sirven como realidad de fondo para hablar de la
divinidad de Cristo, de uno de los conceptos más significativos del Antiguo
Testamento: el de la presencia de Dios en la tienda del encuentro (Cfr Ex
26,1-14). En dicha tienda Dios se hacía presente mediante el signo de la nube
durante la experiencia del camino a través del desierto (Ex 40,34-35). Era
también el lugar donde Dios habitaba, pues en ella estaba el arca de la
alianza con las tablas de la ley.

Los profetas anunciaron para los tiempos mesiánicos una presencia más
real de Dios en Jerusalén (Jl 4,21) y en el templo (Ez 43,7); pero también
en medio del pueblo (Zc 2,14; Sof 3,14-18). Cuando Juan dice que la Palabra
"puso su tienda entre nosotros" (1,14) y el Ángel, (en Lc 1,35), explica cómo
se realizará la concepción virginal de Jesús con las palabras "El Espíritu
Santo bajará sobre ti y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra",
están probablemente aludiendo a esa realidad de la presencia de Dios en la
tienda de la alianza. Pero al mismo tiempo proclaman la novedad radical de
la alianza nueva que consiste en la "visita" personal de Dios a su pueblo en
Jesús de Nazaret.

Así comienza este tiempo nuevo de la "gracia" y de la "verdad" (Jn 1,17)
en el que se mueve también todo el evangelio de la infancia de Cristo en la
versión de Lucas, desde el saludo del Ángel a la "llena de gracia" hasta el
crecimiento de Jesús "en saber, en estatura y en el favor de Dios y de los
hombres" (Lc 2,52).

Te alabamos, Padre, y te glorificamos
por la venida de Jesús, sabiduría eterna,
en medio de nosotros, para redimirnos.
Queremos abrirnos, como María,
a la acción del Espíritu Santo
para acogerlo en nuestra vida, mediante la fe,
y darlo como salvación al mundo.
Queremos contemplar con amor
su generación eterna
y su generación en el tiempo
para que Él, que es nuestra vida,
lo sea también de todos.

"Quienes lo recibieron"

La Iglesia nos lleva a profundizar el misterio de la encarnación en este
domingo, tratando de crear en nosotros la actitud de acogida del magnífico
don de la Navidad.

Una primera pista de acción en nuestra vida estaría constituida por el
paso alternativo del Dios-con-nosotros (el Emmanuel) al Dios en nosotros. No
sólo, pues, cohabitación, sino inhabitación en lo más profundo de nosotros
mismos. Es una realidad magnífica que hacía exultar a los santos y que debe
llenar de gozo, de confianza y de intimidad familiar con Dios la vida de todo
cristiano.

Paso alternativo hemos dicho, porque la otra pista va en la línea de
descubrir su presencia en los demás. La orientación del Vaticano II es
determinante en este sentido: "El Hijo de Dios, por su encarnación, se
identificó en cierto modo con todos los hombres"(G.S. 22).

Así pues, tenemos un Dios que viene a habitar "en" nosotros y "con"
nosotros. Nuestra actitud de acogida debe dilatarse, pues, en un doble senti-
do: primero para recibirlo cada vez más profundamente, con mayor atención,
silencio y delicadeza en nosotros mismos y luego para acogerlo siempre en la
presencia "real" de los que se nos acercan y de los que viven con nosotros.

La distracción, la superficialidad, la obnubilación que produce el peca-
do, puede llevarnos muchas veces a limitar nuestra capacidad de acogida, a
vivir en las tinieblas: "La luz verdadera, la que alumbra a todo hombre
estaba llegando al mundo. En el mundo estuvo y, aunque el mundo fue hecho
mediante ella, el mundo no la conoció" (Jn 1,9-10).

"Pero a los que la recibieron..." En esa adhesión realista y concreta que
consiste en dar cabida a Dios en nuestra vida está el comienzo de la relación
vital con Él, y esa relación cambia toda la existencia y va creciendo
continuamente hasta llegar a la plenitud: "Porque de su plenitud todos reci-
bimos ante todo un amor que responde a su amor" (Jn 1,16). Gracia tras
gracia, traducen otros.


DOMINGO DENTRO DE LA OCTAVA DE NAVIDAD
FIESTA DE LA SAGRADA FAMILIA:
JESUS, MARIA Y JOSE

"...que se llamaría Nazareno"

-Eclo 3,3-7,14-17
-Sal 127
-Col 3,12-21
-Mt 2,13-15.19-23


Eclesiástico 3,3-7. 14-17a

Dios hace al padre más respetable que a los hijos y afirma la autoridad
de la madre sobre la prole.
El que honra a su padre expía sus pecados, el que respeta a su madre
acumula tesoros; el que honra a su padre se alegrará de sus hijos, y cuando
rece, será escuchado; el que respeta a su padre tendrá larga vida, al que
honra a su madre el Señor le escucha.
Hijo mío, sé constante en honrar a tu padre, no lo abandones mientras
viva; aunque flaquee su mente, ten indulgencia, no lo abochornes, mientras
seas fuerte.
La piedad para con tu padre no se olvidará, será tenida en cuenta para
pagar tus pecados.


Colosenses 3,12-21

Hermanos: Como pueblo elegido de Dios, pueblo sacro y amado, sea vuestro
uniforme: la misericordia entrañable, la bondad, la humildad, la dulzura, la
comprensión.
Sobrellevaos mutuamente y perdonaos, cuando alguno tenga quejas contra
otro.
El Señor os ha perdonado: haced vosotros lo mismo.
Y por encima de todo esto, el amor, que es el ceñidor de la unidad
consumada.
Que la paz de Cristo actúe de árbitro en vuestro corazón: a ella habéis
sido convocados, en un solo cuerpo.
Y sed agradecidos: la Palabra de Cristo habite entre vosotros en toda su
riqueza; enseñaos unos a otros con toda sabiduría; exhortaos mutuamente.
Cantad a Dios, dadle gracias de corazón, con salmos, himnos y cánticos
inspirados.
Y todo lo que de palabra o de obra realicéis, sea todo en nombre de
Jesús, ofreciendo la Acción de gracias a Dios Padre por medio de Él.
Mujeres, vivid bajo la autoridad de vuestros maridos, como conviene en el
Señor.
Maridos, amad a vuestras mujeres, y no seáis ásperos con ellas.
Hijos, obedeced a vuestros padres en todo, que eso le gusta al Señor.
Padres, no exasperéis a vuestros hijos, no sea que pierdan los ánimos.


Mateo 2,13-15.19-23

Cuando se marcharon los Magos, el Ángel del Señor se apareció en sueños
a José y le dijo:
-Levántate, coge al niño y a su madre y huye a Egipto; quédate allí hasta
que yo te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo.
José se levantó, cogió al niño y a su madre de noche; se fue a Egipto y
se quedó hasta la muerte de Herodes; así se cumplió lo que dice el Señor por
el profeta: "Llamé‚ a mi hijo para que saliera de Egipto".
Cuando murió Herodes, el Ángel del Señor se apareció de nuevo en sueños
a José en Egipto y le dijo:
-Levántate, coge al niño y a su madre y vuélvete a Israel; ya han muerto
los que atentaban contra la vida del niño.
Se levantó, cogió al niño y a su madre y volvió a Israel. Pero al
enterarse de que Arquelao reinaba en Judea como sucesor de su padre Herodes,
tuvo miedo de ir allí. Y avisado en sueños, se retiró a Galilea y se
estableció en un pueblo llamado Nazaret. Así se cumplió lo que dijeron los
profetas, que se llamaría Nazareno.
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Comen

Los textos de la liturgia de hoy están elegidos en función de la fiesta
que se celebra e ilustran algunos aspectos importantes de su contenido.

La fiesta de la Sagrada Familia, colocada a continuación de la Navidad,
nos dice ya por intuición que la encarnación del Verbo y su nacimiento tienen
una prolongación natural en su vida de familia con María y José y, para
nosotros, otra prolongación en la economía sacramental del año litúrgico.

El evangelio de Mateo que leemos hoy, es la parte final de los episodios
correspondientes a la infancia de Cristo. Como es sabido, este evangelista
distribuye dichos episodios presentándolos como cumplimiento de lo dicho por
los profetas acerca del Mesías y cita explícitamente algunas frases de la
Escritura en este sentido.

En el pasaje de hoy son dos las citas y ambas tienen su interés. La orden
dada por Dios a José por medio del Ángel de ir a Egipto conlleva el
cumplimiento de una palabra de Oseas. El texto del profeta suena así: "Cuando
Israel era niño, lo amé y desde Egipto llamé a mi hijo" (Os 11,1). Mateo toma
sólo la última parte del versículo, pero leyendo el texto profético por
completo queda claro el sentido que lo que Dios quiere de su pueblo es que
repita la experiencia del éxodo y que se convierta a Él. Aplicándolo el
evangelista directamente a Jesús, realiza una personificación muy signifi-
cativa. Jesús encarna así a todo el pueblo elegido. Es de notar además que
en casi todas las referencias bíblicas de Mateo en estos episodios de la
infancia de Jesús, aparece la palabra "hijo". En este caso expresa con
claridad la vinculación completamente especial de Jesús con Dios.

La segunda referencia al AT presente en el evangelio de hoy es más
oscura. Los estudiosos de la Biblia vacilan al pretender encontrar en qué
lugar "los profetas dijeron que se llamaría nazareno". Las hipótesis más
verosímiles son dos: una alusión a Sansón ("el niño estará consagrado=nazŒr
a Dios", Jueces 13,15) o al comienzo del cap. 11 de Isaías ("Saldrá un renue-
vo=neser del tocón de Jesé"). Quizá el evangelista haya querido combinar
ambas alusiones, queriendo sobre todo expresar que el hecho de que Jesús haya
residido en Nazaret y haya sido llamado "nazareno" no es algo casual ni un
detalle sin importancia, sino algo querido y previsto por Dios.

También en esas cosas, a través de los azares y las alternativas de los
mandatarios del tiempo, se llevaron a cabo los designios divinos para que se
cumpliera la Escritura. Todo se realizó según el plan de Dios.

Vivir en familia

En la fiesta de la Sagrada Familia la Palabra de Dios explica ampliamente
desde la fe el significado de la vida en familia

La figura de José‚ plenamente responsable de los suyos y abierto a las
indicaciones que le vienen de lo alto, nos da ya a entender qué significa ser
padre. Es admirable contemplar cómo Jesús, necesitado de ayuda y protección,
encuentra en la familia, en el amor recíproco de María y José‚ los elementos
imprescindibles para poder crecer y realizar su obra de salvación.

En el texto del Eclesiástico (1ª. Lectura) se explica lo que significa ser
hijo, comentando el cuarto mandamiento dado por Dios a Moisés: "Honra a tu
padre y a tu madre, como te mandó el Señor, así prolongarás tu vida y te irá
bien en la tierra que el Señor tu Dios te va a dar" (Det 5,16). Existe un
orden en la naturaleza según el cual la vida viene de los padres a los hijos.
Este orden crea una estructura de relación personal profundísima que, cuando
es alterada, toca a la persona en su mismo ser. "Honrar" al padre y a la
madre es reconocer ese orden de la naturaleza y prolongarlo en una relación
de respeto, obediencia y amor, que está en la base de toda vida familiar. Esa
acogida del orden natural de la vida es lo que según el texto bíblico, lleva
a que la vida del hijo se prolongue ampliamente y pueda insertarse en el
ambiente vital: "Te irá bien en la tierra..."

En la carta a los Colosenses S. Pablo da algunas indicaciones bien
precisas sobre el modo de comportarse en familia a quienes han recibido la
nueva vida en Cristo: "Mujeres, vivid bajo la autoridad de vuestros mari-
dos... Maridos, amad a vuestras mujeres... Hijos, obedeced a vuestros pa-
dres..." La pertenencia al "pueblo elegido por Dios" y la modificación de las
actitudes más profundas que esto implica en las personas ("El Señor os ha
perdonado, haced vosotros los mismo") introducen una profunda novedad en las
relaciones intrafamiliares. Aparentemente nada cambia porque el orden natural
es respetado, sin embargo, la común dignidad de bautizados y el reco-
nocimiento de Dios como Señor único de la vida, hacen que la familia
"cristiana", pueda convertirse en ese germen de la Iglesia y transformación
social para hacer al mundo más humano.

Meditando la Palabra de Dios desde Nazaret, no deja de llamar la atención
el hecho de que Jesús haya querido vivir como hijo y haya "honrado" a su
padre y a su Madre. El, autor de la vida en cuanto Dios, se ha sometido al
orden natural según el cual la vida le ha sido dada y ha necesitado de una
protección para escapar a los peligros que la amenazaban. Ha sido ese gesto
suyo el que ha salvado de la destrucción el flujo maravilloso de la vida, que
se hubiera irremediablemente perdido por causa del pecado, portador de la
muerte.

Jesús ha redimido, viviendo en Nazaret, el sentido que tiene la familia
en cuanto transmisora de la vida.

Padre de la vida,
te bendecimos porque en la encarnación de tu Hijo
nos has revelado tu Amor.
Que el Espíritu Santo, por medio de la Palabra
que hemos escuchado y meditado en el fondo del corazón
vivifique nuestras relaciones
para que sepamos vivir en familia.
Danos tu fuerza para que sepamos
acoger y promover el don de la vida
y para que sepamos establecer relaciones familiares
en todos los ámbitos en que nos movemos.


Misión de la familia

La familia humana, reflejo de la familia de la Trinidad, encuentra en la
Familia de Nazaret, su realización más perfecta. Las atenciones que María y
José prodigan al Niño protegiéndolo y cuidándolo, como se nos dice en el
evangelio de este domingo, son una muestra del amor verdadero que unía a este
núcleo familiar querido por Dios para acoger a su Hijo.

La situación de pobreza y precariedad en la que la familia de Jesús es
obligada a vivir por las circunstancias en sus primeros años, revela a la vez
la fragilidad y la fuerza de la unión familiar. Jesús, María y José nos
aparecen en esos primeros años más que nunca como "esos tres pobres que se
aman" ("Ces trois pauvres gens qui s'aiment"), según la expresión de Claudel.
Son la imagen más clara de la vulnerabilidad y al mismo tiempo de la
consistencia del amor recíproco.

También hoy muchas familias se ven obligadas a sufrir la marginación y la
pobreza, advierten la inseguridad y la fragilidad de los lazos del amor
minados por las mil formas que toma el egoísmo. Además las violencias que se
le hacen desde fuera no son pocas, desde la acción disgregadora de la
sociedad hasta las amenazas contra la vida en sus fases más débiles.

Y, sin embargo, tanto la Iglesia como la sociedad siguen confiando en la
fuerza de regeneración y de transformación que tiene la familia. Se diría que
se trata casi de un impulso instintivo que lleva a depositar la confianza en
lo que hay de más genuino y auténtico para promover la vida y el amor.

El amor familiar, hecho de paciencia, recíproca atención y apertura a los
demás, es la parábola misma del vivir cristiano, que se realiza en la acogida
de la vida que viene de Dios, crece en la comunidad y se da en la misión
hasta llegar a su plenitud. Contar con el lugar donde todo eso acontece como
don de la vida, es descubrir la armonía profunda que existe entre la
"naturaleza" y la "gracia" también en este ámbito de las relaciones humanas.


NATIVIDAD DEL SEÑOR
(Misa de la noche)

"Hoy en la ciudad de David os ha nacido un Salvador"

-Is 9,2-7
-Sal 95
-Tit 2,11-14
-Lc 2,1-14


Isaías 9,1-3. 5-6

El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande; habitaban la
tierra de sombras, y una luz les brilló.
Acreciste la alegría, aumentaste el gozo: se gozan en tu presencia, como
gozan al segar, como se alegran al repartirse el botín.
Porque la vara del opresor, y el yugo de su carga, el bastón de su
hombro, los quebrantaste como el día de Madián.
Porque un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado: lleva a hombros el
principado, y es su nombre:
Maravilla de Consejero, Dios guerrero, Padre perpetuo, Príncipe de la
paz.
Para dilatar el principado con una paz sin límites, sobre el trono de
David y sobre su reino.
Para sostenerlo y consolidarlo con la justicia y el derecho, desde ahora
y por siempre. El celo del Señor lo realizará.


Tito 2,11-14

Ha aparecido la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hom-
bres, enseñándonos a renunciar a la impiedad y a los deseos mundanos, y a
llevar ya desde ahora una vida sobria, honrada y religiosa, aguardando la
dicha que esperamos: la aparición gloriosa del gran Dios y Salvador nuestro,
Jesucristo.
El se entregó por nosotros para rescatarnos de toda impiedad y para
prepararse un pueblo purificado, dedicado a las buenas obras.


Lucas 2,11-14

En aquellos días salió un decreto del emperador Augusto, ordenando hacer
un censo en el mundo entero.
Este fue el primer censo que se hizo siendo Cirino gobernador de Siria.
Y todos iban a inscribirse, cada cual a su ciudad.
También José, que era de la casa y familia de David, subió desde la
ciudad de Nazaret en Galilea a la ciudad de David, que se llama Belén, para
inscribirse con su esposa María, que estaba encinta. Y mientras estaban allí
le llegó el tiempo del parto y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió
en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no tenían sitio en la posada.
En aquella región había unos pastores que pasaban la noche al aire libre,
velando por turno su rebaño.
Y un Ángel del Señor se les presentó: la gloria del Señor los envolvió de
claridad y se llenaron de gran temor.
El Ángel les dijo:
-No temáis, os traigo una buena noticia, la gran alegría para todo el
pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador: el mesías, el
Señor. Y aquí tenéis la señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y
acostado en un pesebre.
De pronto, en torno al Ángel, apareció una legión del ejército celestial,
que alababa a Dios, diciendo:
-Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres que Dios
ama.
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Comen

El relato del nacimiento de Jesús que nos ofrece el evangelio de Lucas en
el corazón de esta noche santa o noche buena, nos da las coordenadas de
tiempo y de lugar para situar el hecho y para interpretar su alcance. El
evangelista lo hace no sólo en términos generales y solemnes, como conviene
al caso, (emperador reinante, regiones y comarcas del imperio), sino que nos
da también una serie de detalles concretos que convierten el acontecimiento
en algo cercano y familiar.

Fijémonos en primer lugar en los aspectos que tratan de subrayar la
magnitud de este acontecimiento singular. El texto de Lucas alude en primer
lugar al emperador Augusto y al "censo de todo el mundo". El mismo
evangelista ofrece otras referencias para situar la historia de Jesús. El
censo de todo el mundo y el hecho de que "todos iban a inscribirse" abre el
nacimiento del niño de Belén a unas perspectivas universales insospechadas.
Esa tendencia a amplificar el hecho se refuerza después en el anuncio del
Ángel a los pastores. La alegría que anuncia no es sólo para ellos, sino
"para todo el pueblo". Además el anuncio es presentado como "buena noticia"
(=evangelio), destinada por tanto a propagarse y a comunicarse.

Dentro de esa perspectiva universalista, no sólo en cuanto al espacio
sino también al tiempo, la liturgia destaca justamente el "hoy" de la cele-
bración. Desde ese "hoy" litúrgico y actual pretende llevarnos a aquel otro
en el que se cumplió nuestra salvación. La palabra "hoy" es el centro del
anuncio del Ángel a los pastores y es igualmente el centro del mensaje que
la Iglesia quiere transmitir permanentemente a los hombres: hoy ha nacido el
Salvador.

A dar ese sentido de plenitud y cumplimiento que tiene el "hoy" de la
liturgia contribuye también el texto de Isaías que se proclama en la 1ª.
lectura. En él se anuncia la época mesiánica como un paso de las tinieblas
a la luz, de la tristeza a la alegría, a esa alegría plena del momento de las
cosechas o de la liberación de una opresión milenaria. Pero todo ello se da
como algo ya realizado ("una luz les brilló"). El niño que ha nacido es el
príncipe de la paz. Pero al mismo tiempo es algo que se cumplirá en el
futuro: "El celo del Señor lo realizará".

Ese mismo sentido podemos ver en la 2ª. lectura, cuando el apóstol habla
de la aparición de la gracia de Dios realizada en Cristo. Su venida y su
entrega tienen como finalidad el "prepararse un pueblo purificado", lo que
supone una tarea permanente.

La lectura de la Palabra nos lleva así a vivir ese "hoy" de la salvación
ya cumplida en Cristo que se hace actual en nuestra historia. Somos invitados
a participar personalmente con María y José‚ con los pastores y con todos los
creyentes en ese maravilloso intercambio en el que Dios presenta y ofrece al
hombre su misma vida y el hombre es llamado a dejarse desarmar y entrar en
esa nueva luz que lo salva.

En eso consiste la "gloria de Dios" que los Ángeles cantan y que tiene su
eco correspondiente en la "paz" de los hombres en la tierra. La manifestación
de Dios y la salvación del hombre son dos aspectos de la misma realidad.

Los signos concretos

La narración del nacimiento de Jesús se mueve en el evangelio de Lucas a
través de signos muy concretos y muy sencillos que pretenden guiar al lector
a encontrar, también él, como los personajes del relato, al Mesías.

El signo central, que da sentido a todos los otros, es el "niño": "encon-
traréis un niño". Este niño es presentado en primer lugar como "primogénito".
Es un término de amplio significado en el Nuevo Testamento porque refiere a
Jesús la herencia mesiánica de la casa de David. Además el recién nacido es
designado con tres títulos de gran relieve: Salvador, título ya incluido en
su nombre, el Mesías o Cristo que recoge la profecía sobre la ciudad de David
como lugar de su nacimiento, y, sobre todo, el Señor, aplicando de forma
directa al niño la designación que servirá a los creyentes para hablar de su
condición divina.

Todo esto dice a quien se acerca al texto evangélico que el "niño" de
quien se habla esconde, tras su apariencia sencilla, un misterio profundo.
Por otra parte hay un gran contraste entre esa "grandeza" y "universalidad",
a la que aludíamos antes, y los signos concretos que se ofrecen para recono-
cer la identidad del niño. Ese contraste estimula también hoy al lector a dar
el mismo paso que los destinatarios del primer anuncio.

Los signos concretos situados entorno al niño son, en primer lugar, su
condición de impotencia y debilidad; vienen luego los "pañales" que lo
envuelven, pero también que limitan sus movimientos y su libertad. Ese último
aspecto ha llevado a algunos a establecer un paralelismo entre este pasaje
y el de la sepultura de Jesús (Lc 23,53). Está también el detalle del
"pesebre" que puede subrayar el alejamiento del ambiente humano normal en el
que se produjo el nacimiento del niño.

Por tres veces el texto evangélico recalca esos detalles ("niño", "paña-
les", "pesebre"): en la narración directa del hecho, en el anuncio del Ángel
a los pastores y en la constatación que éstos efectúan. Queda así bien subra-
yada la pobreza de los signos para revelar el altísimo misterio.

Esos signos concretos ofrecidos a los pastores, pero también a María y a
José (y a nosotros), nos invitan a dar el paso de la fe reconociendo en el
niño recién nacido al Salvador. Y ese paso de la fe es el mismo que María y
José continuaron en Nazaret durante muchos años. Con el tiempo irán cambiando
los signos concretos según las condiciones de vida, pero siempre permanecerán
en el ámbito de la pobreza, de la humildad, de la sencillez. Es como una
invitación constante a mantenerse fieles a ese contraste infinito entre lo
que se ve y lo que se esconde, contraste por donde se mueve la fe.

En silencio y llenos de amor
queremos también nosotros
llegarnos hasta el pesebre
y contemplar la Palabra hecha carne.
Te adoramos, Señor Jesús,
en la elocuencia y humildad
de tu primer gesto de encuentro con los hombres.
Ilumina con tu luz
las zonas de sombra de nuestra vida,
esas partes aún no evangelizadas de nosotros mismos
y del mundo en que vivimos,
para que encontremos la verdadera paz
y Dios sea glorificado.


Jesús, María y José

La fiesta de Navidad nos invita a captar en profundidad el misterio de la
sencillez de los signos. Más que escudriñar los detalles de la narración,
ser bueno fijarnos con mirada contemplativa en los gestos de María y de José‚
para aprender esas actitudes cristianas que nos llevan a acoger en nuestra
vida la salvación traída por Cristo.

Fijémonos en María. La sublimidad de su gesto se esconde en las acciones
simples, transparentes, puras que menciona el evangelio: dio a luz a su hijo
primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre... Es el primer
gesto de donación y presentación de Jesús. María ha acogido el Verbo en su
carne y lo ha entregado al mundo. Ningún gesto de posesión, ninguna sombra
de protagonismo ha ensombrecido la gloria de Dios en su entrega al hombre.
Nada hay más personal que engendrar y dar a luz y nada más desprendido que
entregar al recién nacido y permitirle que cumpla su misión.

La solución inmediata de colocar al niño en el pesebre por no tener sitio
en la posada, sin duda compartida por María y José‚ traduce esa sencillez tan
humana de saberse contentar con lo que se tiene, de saber acomodarse a las
circunstancias como se presentan. Ninguna vanidad herida hubo en ese momento
porque ninguno de los dos pretendía una dignidad que fuera reflejo de la
grandeza del momento que vivían.

José estaba también allí. Sin duda con la preocupación y premura, con la
responsabilidad y atención que requería un momento tan delicado y en tales
circunstancias. De él no se dice apenas nada, ¿qué importa? Su silencio su
"ausencia" del relato, deja ver con mayor claridad el signo central que es
el niño. También de él tenemos que aprender a desaparecer para que el
Salvador, el Señor, pueda manifestarse.

Sin embargo, cuando los pastores llegan para comprobar el mensaje del
Ángel encuentran a María y a José junto con el niño. Se diría que las figuras
de María y de José sólo cobran importancia cuando se ha descubierto quién es
el recién nacido.



NAVIDAD (Misa del Día)

Isaías 52,7-10

¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia
la paz, que trae la buena nueva, que pregona la victoria, que dice a Sión:
¡"Tu Dios es Rey"! Escucha: tus vigías gritan, cantan a coro, porque ven cara
a cara al Señor, que vuelve a Sión. Romped a cantar a coro, ruinas de Jerusa-
lén, que el Señor consuela a su pueblo, rescata a Jerusalén: el Señor desnuda
su santo brazo a la vista de todas las naciones, y verán los confines de la
tierra la victoria de nuestro Dios.

Hebreos 1,1-6

En distintas ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a
nuestros padres por los profetas. Ahora, en esta etapa final, nos ha hablado
por el Hijo, al que ha nombrado heredero de todo, y por medio del cual ha ido
realizando las edades del mundo. Es el reflejo de su gloria, impronta de su
ser. El sostiene el universo con su Palabra poderosa. Y, habiendo realizado
la purificación de los pecados, está sentado a la derecha de Su Majestad en
las alturas; tanto más encumbrado sobre los ángeles cuanto más sublime es el
nombre que ha heredado.
Pues, ¿a qué ángel dijo jamás: "Hijo mío eres tú hoy te he engendra-
do"? O: "¿Yo seré para él un padre y él será para mí un hijo?" Y en otro
pasaje, al introducir en el mundo al primogénito, dice: "Adórenlo todos los
ángeles de Dios".

Juan 1,1-18

En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a
Dios, y la Palabra era Dios. La Palabra en el principio estaba junto a Dios.
Por medio de la Palabra se hizo todo, y sin ella no se hizo nada de lo
que se ha hecho.
En la Palabra había vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz
brilla en la tinieblas, y la tiniebla no la recibió.
Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como
testigo para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la
fe, No era él la luz, sino testigo de la luz.
La palabra era la luz verdadera que alumbra a todo hombre. Al mundo
vino y en el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de ella, y el mundo no
la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron.
Pero a cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, si
creen en su nombre. Estos no han nacido de la sangre, ni de amor carnal, ni
de amor humano, sino de Dios.
Y la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros, y hemos contemplado
su gloria: gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de
verdad.
Juan da testimonio de El y grita diciendo: éste es de quien dije: "El que
viene detrás de mí pasa delante de mí, porque existía antes que yo".
Pues de su plenitud todos hemos recibido gracia tras gracia: porque la
ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad vinieron por medio de
Jesucristo.
A Dios nadie lo ha visto jamás: El Hijo único, que está en el seno del
Padre, es quien lo ha dado a conocer.

Comen
"El Verbo se hizo carne"

En la fiesta de Navidad y durante todo el tiempo que sigue celebramos
el misterio de Dios que se hace hombre.

Dios se encuentra con los hombres precisamente en Cristo en cuanto
hombre. Y así a través del elemento humano de la persona de Cristo, el
hombre puede acceder a lo invisible y puede adentrarse en el misterio de
Dios.

Aquel que en el seno del Padre era Verbo-palabra, al hacerse hombre,
se convierte en el revelador de lo que Dios es. Cristo es la plenitud de la
revelación, Él es el "unigénito de Dios" y "está lleno de gracia y de ver-
dad". "La luz ha brillado en las tinieblas", Dios se ha hecho hombre. Ahora
como entonces el hombre puede acogerlo, abrirse a Él o rechazarlo.

Dios ha salido a encontrarse personalmente con el hombre y éste tiene
la posibilidad de la acogida o del rechazo. "Pero a los que lo acogieron los
hizo capaces de ser hijos de Dios". "De su plenitud todos hemos recibido".

Ante la plenitud de gracia dada en Cristo, la alianza del Antiguo Tes-
tamento queda pálida, anticuada. La nueva alianza viene cualificada sobre
todo por la calidad del mediador que es Cristo. Con él Dios nos ha dicho de
sí mismo su palabra definitiva. "Es el Hijo único, que es Dios y está al lado
del Padre, quien lo ha explicado". "Si te tengo ya habladas todas las cosas
en mi Palabra, que es mi Hijo, y no tengo otra, ¿qué te puedo yo ahora
responder o revelar que sea más que eso? Pon los ojos en Él, porque en Él te
lo tengo dicho todo y revelado, y hallarás en Él más de lo que pides y
deseas" S. Juan de la Cruz, II Subida, 22,5.

"Y la Palabra se hizo hombre". Es el misterio de la Navidad. Es un
misterio de humildad, pobreza y ocultamiento. La gloria eterna de Dios brilla
en el rostro de un niño y se expresa con los gestos de un recién nacido. El
Dios eterno e inmenso se somete a las condiciones de espacio y de tiempo y
asume todas las limitaciones de la naturaleza humana. Los pañales que
envuelven al niño, como las vendas puestas alrededor de su cuerpo ya muerto
y bajado de la cruz, están ahí para indicar hasta que punto Dios ha unido su
designio a nuestra condición.

Pero lo más maravilloso es el impulso de amor que descubrimos a través
de este gesto supremo de acercamiento. Dios se hace hombre para salvar al
hombre. "Os ha nacido en la ciudad de David un Salvador, que es Cristo Señor"
Lc. 10-11. "El motivo del nacimiento del Hijo de Dios, dice S. León Magno,
no fue otro sino el de poder ser colgado en la cruz".

Desde Nazaret

Para María y José‚ el misterio de la venida de Dios entre los hombres
estaba ligado a lugares, personas y situaciones muy concretas: el anuncio del
mensajero de Dios, el bando de un censo, el viaje a Belén, el no encontrar
lugar en la posada, la cuadra, el pesebre, los pañales, los pastores, ...
Dios en persona con la apariencia de un niño como todos los otros.

El tiempo de Nazaret nos descubre una dimensión importantísima de la
encarnación. Esta no consiste en que Dios se haga hombre en un momento
determinado, sino en que además Dios asuma la condición de hombre, todo lo
humano, con lo que ello lleva consigo.

La frase "La Palabra se hizo carne" puede tener dos sentidos. Uno
puntual, circunscrito a un momento concreto de la historia, y otro durativo,
que indica todo el proceso necesario para que el Hijo de Dios vaya asumiendo
todas las características humanas hasta llegar a ser un hombre completo. Este
proceso implica el crecimiento físico, la inserción en una cultura, en un
ambiente de vida, aprender a vivir todas las dimensiones de la persona.

Este segundo aspecto es el que descubrimos viendo desde Nazaret el
misterio de Navidad.

Esta asunción de lo humano y de lo "mundano" por parte del Hijo de Dios
transforma y santifica todo lo humano y todo lo que está en el mundo.

En Nazaret vemos a Jesús, tocar, ver, agarrar, caminar, comer, reír,
vestirse, estar con la gente, amar a sus padres y a los demás... Es admirable
y maravilloso contemplar como Dios tomó la naturaleza humana no de forma abs-
tracta o aparente, sino muy concretamente y de manera profunda y total. Dios
vivió como nosotros; habló, rió, amó, como cualquier hombre.

Esta dimensión de la encarnación, tan importante y rica de consecuen-
cias, se hace patente en Nazaret.

Para vivir ahora

Para vivir ahora, en el tiempo de la Iglesia, encontramos en Nazaret
un fuerte estímulo y un fundamento sólido de valoración de todo lo humano y
de apreciación positiva del mundo y de sus valores.

Cristo asumiendo todo lo humano (menos el pecado): lengua, cultura,
instituciones sociales, le infunde una nueva vida, un nuevo sentido, y le da
una proyección eterna.

Desde que Cristo se hizo hombre hay que hablar de un modo nuevo del
mundo y del hombre. Ciertamente el pecado existe, pero el pecado y el mal ya
no caracterizan de la forma más profunda ni al hombre ni al mundo. Dios hizo
buenas todas las cosas y Cristo viniendo al mundo y haciéndose hombre, en-
contró la vía exacta para poner de nuevo en armonía la relación hombre-mundo
dañada por el pecado. La encarnación del Cristo no sólo libera al hombre de
una concepción pesimista del mundo, sino que le da la posibilidad de trabajar
en él como lugar de encuentro con Dios, como ámbito de sus relaciones
fraternas con los demás hombres, como materia prima de la construcción de su
propia realidad.

El concilio Vaticano II asigna a los laicos la misión de consagrar el
mundo con estas palabras: "Cristo Jesús, supremo y eterno sacerdote, desea
continuar su testimonio y su servicio también por medio de los laicos; por
ello vivifica a éstos con su Espíritu e ininterrumpidamente los impulsa a
toda obra buena y perfecta. Pero a aquéllos a quienes asocia íntimamente a
su vida y misión, también los hace partícipes de su oficio sacerdotal, en orden
al ejercicio del culto espiritual para gloria de Dios y salvación de los hom-
bres... Así también los laicos, como adoradores que en todo lugar obran
santamente, consagran a Dios el mundo mismo" L.G. 34; Cfr. 36,b.

Contemplando desde Nazaret la encarnación de Cristo, aprendemos a
encarnarnos también nosotros para llevar el mundo a Dios.


SOLEMNIDAD DE LA NATIVIDAD DE
N. S. JESUCRISTO

(Lecturas de la misa de la aurora)

"Y encontraron a María, a José y al niño"

-Is 62,11-12
-Sal 96
-Tit 3,4-7
-Lc 2,15-20

Isaías 62,11-12

El Señor hace oír esto hasta el confín de la tierra. Decid a la Hija
de Sión: Mira tu Salvador que llega, el premio de su victoria lo acompaña,
la recompensa lo precede.
Los llamarán "Pueblo santo", "redimidos del Señor"; y a ti te llamarán
"Buscada", "Ciudad no abandonada".

Tito 3,4-7.

Ha aparecido la Bondad de Dios y su Amor al hombre. No por las obras
de justicia que hayamos hecho nosotros, sino que según su propia misericordia
nos ha salvado: con el baño del segundo nacimiento, y con la renovación por
el Espíritu Santo; Dios lo derramó copiosamente sobre nosotros por medio de
Jesucristo nuestro Salvador. Así, justificados por su gracia, somos, en
esperanza, herederos de la vida eterna.

Lucas 2,15-20

Cuando los Ángeles los dejaron, los pastores se decían unos a otros:
- Vamos derecho a Belén, a ver eso que ha pasado y que nos ha comuni-
cado el Señor.
Fueron corriendo y encontraron a María y a José y al niño acostado en
el pesebre. Al verlo, les contaron lo que les habían dicho de aquel niño.
Todos los que los oían se admiraban de lo que decían los pastores. Y
María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón. Los pastores
se volvieron dando gloria y alabanza a Dios por lo que habían visto y oído;
todo como les habían dicho.

Comen
La actitud de María, que meditaba sobre los acontecimientos (hechos y
palabras) del comienzo de la vida de Jesús es nuestra mejor guía para captar
lo que la Palabra de Dios quiere transmitirnos en esta solemnidad de la
Navidad: que el Mesías viene a salvar a su pueblo y a transformarlo en un
pueblo nuevo.

Frente a los pastores que escuchan el mensaje, van, comprueban y anun-
cian, con la sencillez candorosa de quien admira y transmite lo vivido sin
profundizar en el sentido de las cosas, el evangelista Lucas coloca la figura
de María que "conservaba el recuerdo y meditaba en su interior".

María aparece aquí como la mujer del silencio, de la contemplación, de
la sabiduría. Es la primera que vive la bienaventuranza de "los que escuchan
la Palabra con corazón bueno y la guardan" (Lc 8,15). Ella que, como los
pastores, ha sabido proclamar de inmediato "las maravillas del señor" (Lc
1,46), es también capaz ahora de confrontar unas cosas con otras en su
corazón, de ver el alcance de lo que está sucediendo y de conservar el
recuerdo de todo.

María es más que nadie en la Iglesia, la "hija de Sión", el reducto mi-
núsculo de la ciudad a la que se anuncia la llegada del Mesías como salvador
y redentor; Ella que más que nadie encontró gracia a los ojos del señor (Lc
1,28), es la primera que puede ser llamada "buscada" y "ciudad no abandonada"
(Is. 62,12). En ella, y en José, tan cercanos al recién nacido, empezó a
manifestarse "la bondad de Dios, nuestro salvador y su amor por los hombres"
(BIT 3,4), pues ellos son las primicias del pueblo nuevo adquirido por Cristo
mediante la efusión de su Espíritu Santo.

En Nazaret

La segunda vez que Lucas nos presenta a María en la misma actitud de
meditación, silencio y contemplación se refiere a la época de Nazaret: "Su
madre conservaba en su interior el recuerdo de todo aquello" (Lc 2,51). La
repetición de la misma idea a tan breve distancia en la narración contribuye
a caracterizar fuertemente la figura de María y nos da una de las claves más
eficaces para acercarnos al misterio de Nazaret.

Según el evangelio de Lucas, uno de los pocos indicios que tenemos para
entender y aprender a vivir la experiencia nazarena de Jesús, María y José
es esa acogida, meditación y asimilación profunda de la Palabra de Dios.

Por el recuerdo y la meditación de María atravesaron los hechos de los
comienzos de la vida de Jesús y fueron transmitidos ya como buena nueva, como
evangelio, a la primera comunidad cristiana. El paso que transforma los
hechos y las palabras en anuncio del mensaje de salvación fue ya efectuado
(como ahora en la Iglesia) por María y por José en el tiempo de Nazaret. Se
colocaban así en los albores de la experiencia pascual que reconoce en Jesús
la manifestación definitiva de Dios entre los hombres.

El silencio de Nazaret estuvo, pues, lleno de esa actitud de admiración
y silencio, de meditación y acogida, en la que todo hombre que da el paso de
la fe queda envuelto cuando penetra en lo más profundo de sí mismo para dar
el asentimiento a la Verdad. No se trata de mutismo o de encerrarse en uno
mismo, sino de pesar en el corazón lo que valen las palabras y los hechos
para descubrir su carga de signo y de manifestación de la salvación de Dios.

Espíritu Santo, que educaste la mirada
y el corazón de María,
abre nuestro corazón a la Palabra
para que sepamos guardarla y dar fruto.
Enséñanos a reconocer el rostro del Padre
en las palabras y los gestos de Jesús:
en los que están consignados en el Evangelio
y en los que ahora sigue haciendo.
Ponnos, Espíritu Santo, en sintonía
con la madre de Jesús en Nazaret
para acoger al Mesías,
para sentirnos amados infinitamente en Él por el Padre,
para saber dar testimonio de nuestra experiencia y
transmitir lo que por gracia hemos recibido.


Sencillez y profundidad

Los pastores que van, creen y anuncian y María que conserva el recuerdo
y medita son hoy nuestra mejor gula para vivir este evangelio a la luz de
Nazaret.

Una fe sencilla y profunda, capaz de admirarse, de correr sin trabas,
de aceptar lo desconocido, de abrirse al encuentro con Cristo y de acogerlo
en el fondo del corazón, es lo que más necesitamos hoy.

Ninguna contraposición, pues, entre la figura de los pastores y la de
María. No es la fe que más razona la que más profundiza, sino la que acepta
el diálogo que implica la vida entera del creyente.

Vayamos enseguida, "corriendo" como los pastores, "a ver eso que ha
pasado y nos ha anunciado el Señor" y, como ellos, encontraremos al Salvador
del mundo. Pero sepamos también quedarnos, como María, junto a Cristo,
conservándolo todo en el corazón. La sabiduría de Nazaret nos enseña que hay
tiempo para lo uno y para lo otro.

El anuncio del mensaje de Jesús presupone los dos tiempos previos de
la aceptación sencilla y de la maduración consciente, hasta hacer de lo que
se predica la expresión de la propia vida. Algo en lo que uno mismo está
implicado, como hizo María. Sólo así Dios es verdaderamente glorificado,
porque el hombre encuentra la salvación.



19 de diciembre de 2010 - IV DOMINGO DE ADVIENTO - Ciclo A

"Dios-con-nosotros"

Isaías 7,10-14

En aquellos días, dijo el Señor a Acaz:
-Pide una señal al Señor tu Dios en lo hondo del abismo o en lo alto del
cielo.
Respondió Acaz:
-No la pido, no quiero tentar al Señor.
Entonces dijo Dios:
-Escucha, casa de David: ¿no os basta cansar a los hombres sino que
cansáis incluso a Dios? Pues el Señor, por su cuenta, os dará una señal.
Mirad: la virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pone por nombre
Emmanuel (que significa: "Dios-con-nosotros").

Romanos 1,1-7

Pablo, siervo de Cristo Jesús, llamado a ser apóstol, escogido para
anunciar el Evangelio de Dios.
Este Evangelio, prometido ya por sus profetas en las Escrituras Santas,
se refiere a su Hijo, nacido, según lo humano, de la estirpe de David; cons-
tituido, según el Espíritu, Hijo de Dios, con pleno poder por su resurrección
de la muerte: Jesucristo nuestro Señor.
Por Él hemos recibido este don y esta misión: hacer que todos los
gentiles respondan a la fe, para gloria de su nombre. Entre ellos estáis
también vosotros, llamados por Cristo Jesús.
A todos los de Roma, a quienes Dios ama y ha llamado a formar parte de su
pueblo santo, os deseo la gracia y la paz de Dios nuestro Padre y del Señor
Jesucristo.

Mateo 1,18-24

El nacimiento de Jesucristo fue de esta manera:
La madre de Jesús estaba desposada con José‚ y antes de vivir juntos
resultó que ella esperaba un hijo, por obra del Espíritu Santo.
José, su esposo, que era bueno y no quería denunciarla, decidió repu-
diarla en secreto. Pero apenas había tomado esta resolución se le apareció
en sueños un Ángel del Señor, que le dijo:
-"José‚ hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer,
porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un
hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque Él salvará a su pueblo de los
pecados".
Todo esto sucedió para que se cumpliese lo que había dicho el Señor por
el profeta:
Mirad: la virgen concebir y dar a la luz un hijo, y le pondrá por
nombre Enmanuel (que significa: "Dios-con-nosotros").
Cuando José‚ se despertó hizo lo que le había mandado el Ángel del Señor
y se llevó a casa a su mujer.
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Comentario

En la narración que el evangelista Mateo nos ofrece de los episodios de
la infancia de Jesús, el acontecimiento que hoy presenta la liturgia tiene
la función de establecer la conexión del Mesías con el rey David, portador
de las promesas de Dios.

La cadena genealógica (Mt 1,1-16), rota en el último eslabón (José‚ no
engendra a Jesús), queda de algún modo restablecida por la intervención de
Dios al reafirmar la unión matrimonial entre María y José: "José‚ hijo de
David, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que
hay en ella viene del Espíritu Santo" (1,20).

Si nos fijamos en el contenido del relato, el peso mayor del texto
evangélico está en la acción de Dios, quien mediante su Espíritu ha realizado
algo que está fuera del alcance de la comprensión humana: la encarnación del
Verbo. Lo que viene después son explicaciones para ayudar a asumir de manera
activa y responsable cuanto Él, en su infinita sabiduría, entiende realizar
para salvar al hombre.

De esta forma se cumplen también, y Mateo lo subraya de forma especial,
las palabras de los profetas referentes al Mesías. El signo no pedido por
Ezequías, pero aun así ofrecido por Dios, aparece realizado en la plenitud
de los tiempos de forma misteriosa: Jesús, nacido de la estirpe de David,
según lo humano es verdaderamente el Emmanuel, el "Dios-con-nosotros".

Ya desde el comienzo, se nos revela el dato esencial acerca de la
personalidad de Jesús: aun compartiendo en todo nuestra condición humana, su
origen mismo da entender su naturaleza divina. La sorpresa producida por la
anticipación de Dios a toda intervención humana revela su poder creador y la
libertad y amor de su iniciativa. "El se ha fijado en la humildad de su
esclava", dirá María (Lc 1,48).

La virginidad de María y de José son así el lugar donde se manifiesta la
intervención libre y gratuita de Dios en la historia de los hombres en el
momento de su máxima cercanía. Queda así claro el protagonismo divino en la
obra de la salvación. Este aspecto es subrayado por el significado del nombre
que José‚ deberá imponer a la criatura que se está formando en el seno de
María. "Tú le pondrás por nombre Jesús, porque Él salvará a su pueblo de los
pecados" (1,21).

El drama de María y de José

Como en muchos otros momentos de la historia de la salvación, el designio
amoroso de Dios se manifiesta y se realiza a través de las circunstancias
humanas, a veces a través de situaciones dramáticas para las personas. Es lo
que sucede en este caso con María y José.

Los escasos datos que ofrece el evangelista son suficientes para dejar
adivinar el drama que se produjo en la joven familia, en formación, de Naza-
ret después del anuncio del Ángel a María. ¿Fue ella quien comunicó a José
la noticia, la buena noticia? Así cabe suponer. Al primer momento de
agradecimiento y admiración por lo que Dios había hecho en la que iba a ser
su esposa, siguen los días de angustia y desconcierto para José: Pero sin
duda también para María a cuya mirada no podía escapar la situación de su
prometido.

José sufre, pero su dolor no viene de que, ni siquiera por un instante,
se haya asomado a su espíritu la menor duda acerca de la conducta de María.
Toda su preocupación viene de saber cuál es el papel que él puede desempeñar
en los planes de Dios, cuando Éste parece haber tomado la iniciativa y actuar
por su cuenta desbordando las previsiones humanas.

El mismo "temor" que tantos otros habían experimentado ante una
manifestación portentosa de Dios (recordemos a Moisés, Elías, etc), lo siente
ahora José. Igual le había sucedido a María. Para ella la pregunta, cuando
se le anunció su futura maternidad, era: Entonces, ¿qué va a ser de mi
virginidad? Las palabras del Ángel le dieron la respuesta. Para José la
pregunta ante la gravidez de María era: Entonces, ¿qué va a suceder con
nuestro matrimonio?

En esa situación una alternativa le atormentaba: o quedarse con María,
usurpando, por así decirlo, el título de "padre", o retirarse, tomando todas
las precauciones para perjudicar lo menos posible a la que estaba a punto de
ser definitivamente su mujer. En esta segunda opción, por la que José se
inclina según el evangelista, el matrimonio se deshace, la perspectiva de la
fundación de una familia queda desvanecida...

El mensaje del cielo responde punto por punto a todas las preguntas que
angustiaban a José en ese momento difícil:

"No tengas reparo en llevarte a María, tu mujer". Dios quiere, pues ese
matrimonio. La familia constituida por María, José‚ y la criatura que nacerá
está también en sus planes.

"La criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo". Esto confirma y
esclarece plenamente el sentido de la maternidad de María y de su propia
paternidad.

"Tú le pondrás por nombre Jesús". Será, pues, él quien tendrá que asumir
todas las funciones de padre de Jesús, comenzando por la de darle un nombre
que ya define su misión.

Con estas palabras, los nubarrones de la angustia se rasgan y aparece el
cielo sereno. Se ve clara la luz que alumbra el camino y que permite acoger
sin reservas el plan de Dios.

Te bendecimos, Padre, por tu inmenso amor.
Te bendecimos por el don de Jesús, hecho hombre.
Te bendecimos por la acción del Espíritu Santo
que lleva a cabo, en silencio,
las grandes obras que nadie puede comprender.
Gracias también por la fe sincera,
por la gran humildad,
por el amor recíproco de María y José,
que tú pusiste a prueba
y confirmaste de modo tan claro y tan fuerte.
Danos hoy su fe para que sepamos acoger
en Jesús, el Salvador,
tu designio de amor sobre los hombres.

Vivir el adviento

En la última fase del tiempo de adviento, la Iglesia nos guía en su
liturgia hacia una actitud m s contemplativa. Se trata de interiorizar el
sentido de los acontecimientos y de descubrir en su pluralidad y variedad de
significados, el único verdadero acontecimiento: la visita que Dios hace al
hombre.
El drama de María y de José recogido en el evangelio de hoy no deja lugar
a dudas: Dios traza su historia entre los hechos que nosotros vivimos. Pero
además lo hace de una manera nueva y desconcertante para los hombres. No es
previsible su modo de actuar. Por eso, entonces como ahora, pide una actitud
radical de apertura y de confianza en Él.

La actitud de alerta, de atención, de vigilancia que se nos pedía al
comienzo del adviento, viendo al "justo" José y a su esposa María, que juntos
se dejan conducir por la mano de Dios, cobra mayor cuerpo y realismo. No se
nos pide una espera indefinida, que remite todo a un futuro borroso e
indeterminado. Dios es el Emmanuel, es el Dios-con-nosotros, que no se ha
resignado, por así decirlo, a vivir en su soledad, sino que ha querido
compartir el destino del hombre y se ha introducido para siempre en su
historia de modo que nada de lo que en ella acontece le es ajeno.

La disponibilidad de María y de José para acogerlo en el modo en que Él
quería manifestarse en el momento supremo, es la clave para saber acoger
todas las otras manifestaciones de su acción salvadora en el mundo. Sólo
donde se encuentran corazones generosos, capaces de dejar los propios planes,
para acogerse recíprocamente y hacer posible la salvación del hombre, que se
realiza en Cristo, es posible que vaya adelante el plan de Dios.

Hoy se nos llama a esa "virginidad" de la mente y del corazón para estar
totalmente disponibles a la acción de Dios en nuestras vidas.


12 de diciembre de 2010 - III DOMINGO DE ADVIENTO - Ciclo A

 "¿Eres tú el que ha de venir?"

Isaías 35,1-6a. 10

El desierto y el yermo se regocijarán, se alegrarán el páramo y la
estepa, florecerá como flor de narciso, se alegrará con gozo y alegría.
Tiene la gloria del Líbano, la belleza del Carmelo y del Sarón.
Ellos verán la gloria del Señor, la belleza de nuestro Dios. Fortaleced
las manos débiles, robusteced las rodillas vacilantes, decid a los cobardes
de corazón: Sed fuertes y no temáis.
Mirad a vuestro Dios, que trae el desquite; viene en persona, resarcirá
y os salvará.
Se despegarán los ojos del ciego, los oídos del sordo se abrirán, saltará
como ciervo el cojo, la lengua del mudo cantará y volverán los rescatados del
Señor.
Volverán a Sión con cánticos: en cabeza, alegría perpetua; siguiéndolos,
gozo y alegría. Pena y aflicción se alejarán.

Santiago 5,7-10

Tened paciencia, hermanos, hasta la venida del Señor.
El labrador aguarda paciente el fruto valioso de la tierra mientras
recibe la lluvia temprana y tardía.
Tened paciencia también vosotros, manteneos firmes, porque la venida del
Señor está cerca.
No os quejéis, hermanos, unos de otros para no ser condenados. Mirad que
el juez está ya a la puerta.
Tomad, hermanos, como ejemplo de sufrimiento y de paciencia a los
profetas, que hablaron en nombre del Señor.

Mateo 11,2-11

Juan, que había oído en la cárcel las obras de Cristo, le mandó a
preguntar por medio de dos de sus discípulos:
-¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?
Jesús les respondió:
-Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven y los
inválidos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos
resucitan, y a los pobres se les anuncia la Buena Noticia. ¡Y dichoso el que
no se siente defraudado por mí!
Al irse ellos, Jesús se puso a hablar a la gente sobre Juan:
-¿Qué salisteis a contemplar en el desierto, una caña sacudida por el
viento? ¿O qué fuisteis a ver, un hombre vestido con lujo? Los que visten con
lujo habitan en los palacios. Entonces, ¿a qué salisteis, a ver un profeta?
Sí, os digo, y más que profeta; él es de quien está escrito:
"Yo envío mi mensajero delante de ti para que prepare el camino ante ti".
Os aseguro que no ha nacido de mujer uno más grande que Juan el Bautista,
aunque el más pequeño en el Reino de los cielos es más grande que él.

Comentario

Como el domingo pasado, el mensaje de la Palabra de Dios se cifra hoy en
la relación entre Juan Bautista y Jesús. La liturgia nos invita a dar un paso
más en la reflexión, yendo desde los dos estilos de vida y de mensaje hacia
la identidad de las personas.

De todos los momentos en los que se habla de Juan Bautista en el
evangelio (infancia, predicación inicial, bautismo de Jesús, encarcelamiento
y muerte) el pasaje que leemos hoy tiene un significado particular para
descubrir su identidad y, de rechazo, la del Mesías.

Por lo que dice el evangelio, podemos suponer que Juan se encuentra en un
momento de crisis; no sólo porque está en la cárcel, sino sobre todo por la
duda que se asoma a su conciencia. Su misión y su vida entera tienen sentido
en función de la aparición inmediata del Mesías. Si esto no acontece, todo
se hunde en el vacío. Pero Juan, en cuanto hombre de gran fe, en cuanto
profeta, no se deja aprisionar interiormente por la situación en que vive,
ni por la desesperanza a la que podría llevarle la duda que empieza a nacer
del contraste entre lo que él anunciaba y lo que oye decir. Por eso pregunta,
y lo hace de una manera explícita y perentoria: "¿Eres tú el que ha de venir
o tenemos que esperar a otro?".

La respuesta de Jesús comporta la revelación de su propia identidad, y en
segundo término también de la de Juan Bautista.

En la pregunta y en la respuesta hay una profunda enseñanza para toda
búsqueda que se realiza desde la fe. A Jesús se le reconoce como Mesías por
las obras que realiza. Pero se trata no de una mera constatación del valor
benéfico de éstas, sino de saber interpretarlas como cumplimiento de las
promesas formuladas en la Escritura para el momento de la aparición del
Mesías. Es ese paso de fe, que confirma la esperanza, el que Jesús con su
respuesta ayuda a dar a Juan (y con él a nosotros).

Quizá la duda de Juan había nacido de la falta de correspondencia entre
las obras que él había anunciado como propias del Mesías y lo que ahora oía
contar desde la cárcel acerca de Jesús, o bien de la dilación en la llegada
del Reino de Dios como él lo entendía. Lo cierto es que necesitaba una ayuda
para seguir creyendo.

El camino elegido por Dios para salvar al hombre desconcierta, si no se
asume en la fe. Esa fe que hoy, como en los tiempos de Juan, debe revestirse
de paciencia (2ª. lectura) porque, a pesar de todas las apariencias, "la
venida del Señor está cerca". Desde la fe en Cristo, la bella descripción de
la situación que se producirá cuando Dios se manifieste, confirma la
realización de las promesas y nos remite hacia su cumplimiento total en la
plenitud del Reino (1ª. lectura).

"La criatura dio un salto"

La pregunta de Juan desde la oscuridad de la cárcel nos lleva a pensar en
el primer encuentro que tuvo con Jesús, cuando ambos vivían en el seno de sus
madres. Ya desde esos momentos iniciales el evangelio perfila lo que más
tarde se iría manifestando: la misión de Juan está en función de la venida
de Jesús, y con su testimonio ayuda a descubrir quién era realmente el
Mesías.

Recordemos brevemente la escena descrita por Lucas (1,39-42). María
(algunos autores avanzan la hipótesis poco probable de que fuera acompañada
por José) entra en la casa de Zacarías y saluda a Isabel, su prima, ya
entrada en años y encinta. "En cuanto oyó Isabel el saludo de María, la
criatura dio un salto en su vientre" (1,41). Más adelante la misma Isabel
explica que se trata de un salto "de alegría" (1,44). El término "saltar"
empleado por Lucas es sorprendente. No se refiere a un movimiento cualquiera,
sino a un saltar ritmado, a un paso de danza provocado por la alegría. Los
exégetas lo ponen en relación con la danza de David ante el arca, lugar de
la presencia del Señor (2Sam 6). Y esa alegría de Juan en el seno de su madre
tiene una causa: el Ángel Gabriel se lo había anunciado a Zacarías en estos
términos, "Se llenará de Espíritu Santo ya en el seno de su madre" (Lc 1,15).
Ciertamente se puede observar que en la escena de la visitación no se afirma
explícitamente que Juan fuera lleno del Espíritu Santo, sino su madre. Quizá
porque el evangelista considera que la madre y el niño (aún en el seno)
forman un solo ser viviente o porque es Isabel la que habla.

Desde la oscuridad de la cárcel, donde el evangelio nos presenta hoy a
Juan, es bueno recordar esa escena de gozo que anuncia la vocación del
profeta ya en sus comienzos. El es el amigo del esposo, que se alegra mucho
al oír su voz, y su alegría llega al colmo cuando el Mesías crece (Jn 3,30).

Y, sin embargo, Juan necesita que Jesús le anuncie la buena nueva, le
ayude a dar el paso de la antigua a la nueva alianza para aceptarla como Dios
la ha previsto. En realidad, como Jesús explica en los versículos que siguen
al texto que se lee hoy, hay una ruptura fundamental: "La ley y todos los
profetas han profetizado hasta Juan... Desde que apareció Juan hasta ahora
se usa violencia contra el Reino de Dios" (Mt 11,14.12).

Todos necesitamos ponernos a la escucha de Jesús para aceptarlo mediante
la fe como el Mesías enviado por Dios, para descubrir que el camino de la
salvación por Él elegido, responde al plan de Dios, y no violenta ni a las
personas ni los tiempos establecidos.

El camino de la fe pasa por los momentos exaltantes de la alegría, pero
se aquilata cuando, desde la oscuridad se acepta, con la ingenuidad de un
niño, el paso hacia lo que Dios ha dispuesto. Así se es grande en el Reino.

Señor Jesús, tu modo de obrar
nos revela quién eres,
y tu manera de ser
nos dice quién es Dios.
Te bendecimos Jesús, Hijo de Dios,
porque también hoy quieres,
mediante la acción de tu Espíritu,
que seamos nosotros
una presencia de salvación
entre la gente con la que vivimos.
Tú eres verdaderamente el que debe venir,
eres t£ el que nosotros necesitamos,
el que colma y supera
todas nuestras esperanzas
y el que nos enseña con su obrar
como construir ya ahora el Reino que esperamos.

Alegría y humildad

Después de dar el paso de la fe para reconocer en Jesús al enviado de
Dios que cumple todas sus promesas, la Palabra de Dios nos invita a asumir
en nuestra vida y a realizar lo que podríamos llamar la praxis mesiánica, es
decir, ese modo de obrar, a la vez cercano al hombre y trascendente, delicado
y firme, que vemos en Jesús. "El Señor hace justicia a los oprimidos, da pan
a los hambrientos..." (Sal 145). Ese es el único modo de trabajar con
eficacia en la construcción del Reino de Dios, que se anuncia al proclamar
la buena nueva.

Para asumir ese talante, ese estilo de vida, hemos destacado dos actitu-
des cristianas muy cercanas entre sí: la humildad y la alegría. Se desprenden
fácilmente de la figura de Juan, vista en su relación con Jesús en los
diversos momentos de su vida, y son un ingrediente necesario del modo de
actuar para los que siguen a Jesús.

Ese gozo ante la salvación operada por Dios en la historia de manera
definitiva con la venida de Cristo, no debe abandonar nunca al cristiano, ni
siquiera en los momentos de duda o confusión, cuando parece que nada se
mueve, cuando los tiempos son mucho m s largos de lo que se había previsto.

Y luego está la humildad. ¡Cuánto la necesitamos! En primer lugar para
saber preguntar como Juan. No es fácil a veces reconocer el propio estado de
confusión, de ignorancia, de duda... y saber ir a preguntar a quien nos puede
iluminar, confortar, animar. Humildad también para aceptar en nuestra vida
y en la de los demás que en último término la grandeza en el Reino no se
establece por la importancia de la función que uno desempeña en la Iglesia
o en la sociedad, ni por la belleza del mensaje del Mesías.


5 de diciembre de 2010 - II DOMINGO DE ADVIENTO - Ciclo A

"Convertíos porque está cerca el Reino de los cielos"

-Is 11,1-10
-Sal 71
-Rom 15,4-9
-Mt 3,1-12

Isaías 11,1-10

En aquel día:
Brotará un renuevo del tronco de Jesé, un vástago florecerá de sus raíz.
Sobre él se posará el espíritu del Señor: espíritu de ciencia y discerni-
miento, espíritu de consejo y valor, espíritu de piedad y temor del Señor.
No juzgará por las apariencias, ni sentenciará de oídas; defenderá con
justicia al desamparado, con equidad dará sentencia al pobre. Herirá al
violento con el látigo de su boca, con el soplo de sus labios matará al im-
pío. Será la justicia ceñidor de su cintura. Habitará el lobo con el cordero,
la pantera se tumbará con el cabrito, el novillo y el león pacerán juntos:
un muchacho pequeño los pastorea. La vaca pastará con el oso, sus crías se
tumbarán juntas; el león comerá paja con el buey. El niño jugará con la hura
del áspid, la criatura meterá la mano en el escondrijo de la serpiente. No
harán daño ni estrago por todo mi Monte Santo: porque está lleno el país de
la ciencia del Señor, como las aguas colman el mar.
Aquel día la raíz de Jesé se erguirá de los pueblos: la buscarán los
gentiles, y será gloriosa su morada.

Romanos 15,4-9

Hermanos: Todas las antiguas Escrituras se escribieron para enseñanza
nuestra, de modo que entre nuestra paciencia y el consuelo que dan las
Escrituras mantengamos la esperanza.
Que Dios, fuente de toda paciencia y consuelo os conceda estar de acuerdo
entre vosotros, como es propio de cristianos, para que unánimes, a una voz,
alabéis al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo.
En una palabra, acogeos mutuamente como Cristo os acogió para gloria de
Dios. Quiero decir con esto que Cristo se hizo servidor de los judíos para
probar la fidelidad de Dios, cumpliendo los promesas hechas a los patriarcas,
y por otra parte, acoge a los gentiles para que alaben a Dios por su
misericordia. Así dice la Escritura: "Te alabaré en medio de los gentiles y
cantaré a tu Nombre"

Mateo 3,1-12

Juan Bautista se presenta en el desierto de Judea predicando:
-Convertíos, porque está cerca el Reino de los cielos.
Este es el que anunció el profeta Isaías diciendo: Una voz grita en el
desierto: Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos.
Juan llevaba un vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la
cintura, y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre.
Y acudía a él toda la gente de Jerusalén, de Judea y del valle Jordán.
Al ver que muchos fariseos y saduceos venían a que los bautizara, les
dijo:
-Raza de víboras, ¿quién os ha enseñado a escapar de la ira inminente?
Dad el fruto que pide la conversión.
Y no os hagáis ilusiones pensando: "Abrahán es nuestro padre", pues os
digo que Dios es capaz de sacar hijos de Abrahán de estas piedras.
Ya toca el hacha la base de los árboles, y el árbol que no da buen fruto
será talado y echado al fuego.
Yo os bautizo con agua para que os convirtáis; pero el que viene detrás
de mí puede más que yo, y no merezco ni llevarle las sandalias.
El os bautizará con Espíritu Santo y fuego.
El tiene el bieldo en la mano: aventará su parva, reunirá su trigo en el
granero y quemará la paja en una hoguera que no se apaga.

Comentario

La llamada a la conversión con la que se abre el ministerio de Juan
Bautista centra el mensaje de la Palabra de Dios de este domingo en uno de
los puntos clave de todo el evangelio. También Jesús (Mc 1,1) iniciará su
misión llamando a la conversión.

Para acercarnos al mensaje del evangelio y dejar que nos vaya penetrando,
podemos dar varios pasos sucesivos. Veamos en primer lugar la ambientación,
las circunstancias de espacio y de tiempo donde se desarrolla el relato
evangélico.

Dos son los lugares, cargados de simbolismo, a los que nos lleva el
evangelista: el desierto y el río. El desierto es el lugar de la
manifestación de Dios, pero también es allí donde se manifiesta lo más
profundo y turbulento que hay en el hombre: desde el desierto viene la voz
que llama a la conversión. El río simboliza la abundancia del amor y de la
misericordia, en él el hombre encuentra una nueva vida.

A partir de ese escenario, ya muy significativo, pasemos a los personajes
que en él se mueven. Tenemos primero a Juan, caracterizado como los antiguos
profetas, pero consciente de que está llegando ya el anunciado por todos
ellos. Su figura, su modo de vivir, es ya una provocación, una invitación a
abandonar los caminos trillados de la vida para plantearse las cosas desde
el punto de vista de Dios. Pero Juan no se presenta como protagonista, sino
que anuncia a otro que viene detrás de él. La relación en la que se sitúa con
respecto al Mesías manifiesta ya de algún modo la identidad de éste. Con el
Mesías llega el cumplimiento definitivo de las promesas de Dios a su pueblo.
Será Él quien actuará el día del juicio de Dios (y aquí la perspectiva
inmediatista de la escatología de Juan Bautista sería corregida por Jesús)
y será Él quien bautizará con Espíritu Santo.

Veamos luego quiénes son los destinatarios del mensaje de Juan que
también entran en escena. Se les pide una sola cosa: la conversión, es decir,
ese entrar en uno mismo para establecer una relación con Dios basada en el
amor y no en la pertenencia externa al pueblo de la alianza. Evidentemente
para el evangelista detrás de quienes recibían el mensaje de Juan están sus
propios lectores.

Si nos fijamos en lo que Juan dice, podemos descubrir que el contenido de
su mensaje es el anuncio de la llegada del Mesías, que será a su vez también
portador de un mensaje de conversión. Tres son las imágenes usadas por Juan
Bautista para describir cómo serán las palabras del Mesías: el hacha, el
fuego y los frutos en los que se expresa el cambio forjado en el corazón
convertido.

La situación que resultará es lo que Isaías anuncia en la 1ª. lectura: la
paz cósmica producida por la venida del Mesías y la reconciliación entre los
pueblos, que S. Pablo proclama como ya realizada en Cristo, pero también como
tarea permanente de los cristianos (2ª. lectura).

El desierto y la casa

Entre Juan el Bautista y Jesús hay una continuidad y una ruptura, que se
advierten claramente en el evangelio.

Jesús empieza su predicación con las mismas palabras que Juan. Después de
la muerte de éste, Jesús empieza a proclamar: "Convertíos que llega el reino
de Dios", expresión que coincide con la que había usado el Bautista.

Hay, sin embargo, un fuerte contraste en la visión de la historia de la
salvación que el uno y el otro presentan. Para Juan se diría que el tiempo
está ya a punto de terminar cuando él vive, queda sólo la venida del Mesías
para que se cumpla el juicio de Dios. Por eso exhorta a la conversión a
quienes quieran pasar a formar parte del reino de los cielos.

La perspectiva de Jesús es mucho más amplia: llega el Reino de Dios, por
eso invita a todos a descubrir su rostro de Padre y a hacerse discípulos
suyos para recibir la plenitud de la gracia y del amor, que los convertirá
en hijos. El núcleo de seguidores que reúne entorno a sí, no es el de los ya
juzgados como buenos en el juicio de Dios, sino el de los encargados de
proclamar al mundo entero la buena nueva de la salvación que en Él se actúa.

Ya desde una perspectiva que podríamos llamar ambiental, se percibe
también ese contraste entre las figuras de Juan y de Jesús; y ese contraste
pone mayormente de relieve la originalidad y grandeza del último. Juan viene
del desierto, su figura y su modo de vida es ajeno a las situaciones normales
de las gentes de su época y de la nuestra. Jesús, en cambio, sale de Nazaret,
de una familia y de un pueblo como tantos otros, de una situación de vida que
lleva a pensar en una total normalidad. Por otra parte, el mismo Jesús se
encargará de establecer nítidamente el contraste (cfr. Mt 11,18-19).

Podríamos decir que esa experiencia nazarena de vivir en una casa, en un
hogar, revisten de humanidad, de comprensión y de amor el mensaje que es
idéntico en los dos casos. La raíz común de Jesús con el modo de vivir de la
mayoría de los hombres hace que su voz sea al mismo tiempo más universal y
más cercana a todos sin abandonar por ello la radicalidad y la exigencia. En
la voz de Jesús resuena el mismo mensaje que el de Juan, pero templado por
la experiencia de vivir en una familia.

Jesús encarna así, de manera plena, la figura a la vez fuerte y flexible,
llena de vigor y de ternura, descrita por el profeta Isaías (1ª. lectura).
Toda su fuerza reside en su palabra. Mediante ella establece la convivencia
y la paz, cosa aparentemente imposible. En lugar de remitir el juicio de Dios
al final de la historia la separación entre buenos y malos, acepta pagar con
su persona, para que el amor y la gracia puedan llegar a todos los hombres.
Sólo así "será gloriosa su morada" (Is 11,10).

Padre, te bendecimos
por habernos dado a tu hijo Jesús,
que vivió en la casa y en la familia de Nazaret
y anunció la llegada de tu Reino.
El nos ha bautizado en el Espíritu Santo
en el río del bautismo.
Danos esa humildad profunda
que lleva a aceptar siempre la filiación como don
y a no creernos con ningún derecho frente a ti,
sino a emprender cada día
el camino de la conversión,
que tú siempre nos pides.

Habitar y caminar

Las figuras y símbolos contrapuestos que aparecen hoy, como una
constante, a lo largo de la Palabra de Dios y que, en nuestra reflexión hemos
sintetizado y personalizado en Juan y Jesús, son también una invitación a dar
el paso de la conversión.

Si examinamos nuestro comportamiento personal y comunitario con un poco
de atención, nos ser fácil descubrir como gran parte de nuestra vida puede
estar simbolizada en los animales más violentos, en la paja que no sirve para
nada o en la inutilidad de un agua que debería lavar los pecados, pero que
no está penetrada por la fuerza purificadora del fuego ni por la fecundidad
del Espíritu Santo.

Pero quizá la Palabra de Dios, sobre todo si la hemos leído a la luz y al
calor de Nazaret, nos invite a dar el paso que media entre Juan y Jesús, paso
al que el mismo Bautista nos invita al presentarnos al que "viene detrás de
él". De una espiritualidad de puro desierto, de sólo camino, tenemos que
saber pasar, en la fe de Abrahán, a la casa donde el Padre reparte a manos
llenas la gracia y el amor.

Es fácil, incluso para los cristianos, quedarse en actitudes y formas de
actuar lejanas de la buena nueva anunciada por Jesús. Hay visiones estrechas
de la fe cristiana que se contentan con el puro formalismo expresado en el
evangelio de hoy por la frase "Abrahán es nuestro padre", exhibida como
bandera de pertenencia al grupo de los salvados.

Quien se considera ya en posesión de la verdad o, anticipando el juicio
de Dios, se declara justo, difícilmente emprenderá el camino de la conver-
sión, que lleva a ver las cosas en profundidad (hasta la raíz) y a dejarse
guiar paso a paso por la palabra de Dios siguiendo a Jesús.



28 de noviembre de 2010 - I DOMINGO DE ADVIENTO - Ciclo A

"Cuando venga el Hijo del hombre"

-Is 2,1-5
-Sal 121
-Rom 13,11-14
-Mt 24,37-44


Isaías 2,1-5

Visión de Isaías, hijo de Amós, acerca de Judá y de Jerusalén:
Al final de los días estará firme el monte de la casa del Señor, en la
cima de los montes, encumbrado sobre las montañas.
Hacia Él confluirán los gentiles, caminarán los pueblos numerosos. Dirán:
Venid, subamos al monte del Señor, a la casa del Dios de Jacob.
El nos instruirá en sus caminos y marcharemos por sus sendas; porque de
Sión saldrá la ley, de Jerusalén la palabra del Señor.
Será árbitro de las naciones, el juez de pueblos numerosos. De las
espadas forjarán arados; de las lanzas, podaderas.
No alzará la espada pueblo contra pueblo, no se adiestrarán para la gue-
rra.
Casa de Jacob, ven; caminemos a la luz del Señor.

Romanos 13,11-14

Hermanos: daos cuenta del momento en que vivís; ya es hora de
espabilarse, porque ahora nuestra salvación está más cerca que cuando
empezamos a creer. La noche está avanzada, el día se echa encima: dejemos las
actividades de las tinieblas y pertrechémonos con armas de la luz.
Conduzcámonos como en pleno día, con dignidad. Nada de comilonas ni,
borracheras, nada de lujuria ni desenfreno, nada de riñas ni pendencias. Ves-
tíos del Señor Jesucristo, y que el cuidado de vuestro cuerpo no fomente los
malos deseos.

Mateo 24,37-44

Dijo Jesús a sus discípulos:
-Lo que pasó en tiempos de Noé, pasará cuando venga el Hijo del hombre.
Antes del diluvio la gente comía y bebía y se casaba, hasta el día en que
Noé entró en el arca; y cuando menos lo esperaban llegó el diluvio y se los
llevó a todos; lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del hombre:
Dos hombres estarán en el campo: a uno se lo llevarán y a otro lo
dejarán; dos mujeres estarán moliendo: a una se la llevarán y a otra la
dejarán.
Estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro señor.
Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora de la noche viene
el ladrón estaría en vela y no dejaría abrir el boquete en su casa.
Por eso estad también vosotros preparados, porque a la hora que menos
pensáis viene el Hijo del hombre.
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Comentario

El año litúrgico se abre con el anuncio de la segunda venida de Cristo.
Anuncio que nos lleva a tomar conciencia de nuestra condición de caminantes
en esta vida y suscita en nosotros un fuerte impulso de esperanza.

Al sentirnos miembros de un pueblo peregrinante, que tiene su meta en el
futuro, nos invita la visión de Isaías contada en la primera lectura. Es Dios
quien espera y atrae con su presencia al pueblo elegido y a todos los pueblos
de la tierra hacia su casa, hacia el lugar donde Él habita.

En ese ambiente de tensión hacia el futuro, en el espacio y en el tiempo,
creado por la liturgia, las palabras de Jesús en el evangelio resuenan con
mayor intensidad. Leemos hoy una parte del llamado discurso escatológico en
la versión de Mateo. Se trata del último de los cinco largos discursos de
Jesús, que jalonan el evangelio de Mateo, quien nos acompañará a lo largo del
ciclo "A".

La fuerza de las palabras de Jesús radica en una doble comparación. Por
una parte está el argumento histórico: "Lo que pasó en tiempos de Noé, pasará
cuando venga el Hijo del Hombre". Por otro lado, la comparación con un hecho
de la vida corriente: "Si supiera el dueño de casa a qué hora viene el
ladrón, estaría en vela".

En ambos casos el punto central del significado es el "elemento sor-
presa". Ni los coetáneos de Noé pensaban en una posible intervención de Dios,
ni se piensa habitualmente en la "visita" nocturna de los ladrones.

La conclusión que se debe sacar no es, sin embargo, fatalista, como si
nada se pudiera hacer para prevenir o preparar lo que nos espera. El
evangelio invita, por el contrario, a una actitud de vigilancia, es decir,
de atención y responsabilidad. La suerte distinta que corren los "dos hombres
que están en el campo" y las "dos mujeres que están moliendo", o Noé y su
familia en contraposición con la de sus contemporáneos, no es el resultado
de una solución arbitraria, independiente del modo en que habían vivido.

De ah¡ la invitación a la atención, a mantenerse despiertos. Esta invita-
ción se hace más apremiante si consideramos, como lo hace S. Pablo en la 2ª.
lectura, que se está produciendo un doble movimiento acelerador de la
historia: la salvación está cada vez más cerca, viene a nuestro encuentro.
Por nuestra parte debemos dejar que la gracia del bautismo vaya transformando
nuestro hombre viejo y "vistiéndonos del Señor Jesucristo".

Ser miembros vivos de un pueblo que camina significa introducir la
esperanza como motivo de nuestro propio cambio interior y de las situaciones
que nos rodean para que el reino de Dios esté cada vez más cerca.

La sorpresa del anuncio

El itinerario de crecimiento en la vida cristiana que representa cada año
litúrgico, comienza con la invitación a revivir la espera gozosa del Mesías
en el momento de la encarnación, como modo de preparar su retorno glorioso
al final de los tiempos.

Esa invitación a revivir el acontecimiento pasado como forma de preparar
el futuro, nos abre el camino para meditar el evangelio que anuncia la
llegada del Hijo del Hombre desde la perspectiva del misterio de Nazaret, es
decir, desde el momento en que se anunció su primera venida.

La escatología cristiana, que habla de lo que sucederá en las últimas
fases de la historia, hunde sus raíces en el pasado: Por eso la esperanza no
es una utopía, sino una luz animada por la certeza de que se cumplirá lo que
se anuncia.

"Lo que pasó... pasará...". El punto de referencia que toma Jesús para
indicar cómo será el fin del mundo es lo que sucedía en tiempos de Noé. Todos
vivían inmersos en los quehaceres inmediatos de la vida y sólo algunos (sólo
Noé) percibió la llamada de Dios y se preparó.

En esa misma línea de atención y escucha hay que situar la atención de
María y de José en Nazaret. Es cierta la amarga constatación del evangelista
Juan cuando hablando de la Palabra, dice: "En el mundo estuvo y, aunque el
mundo se hizo mediante ella, el mundo no la conoció. Vino a su casa pero los
suyos no la recibieron" (Jn 1,10-11). Pero también es cierto que cuando el
anuncio de la llegada del Mesías fue dirigido primero a María y luego a José,
ellos lo acogieron y respondieron afirmativamente. Lo mismo sucederá al final
de los tiempos.

El anuncio, sin embargo, sorprendió a María. Lucas dice al narrarlo que
ella "se turbó", no tanto por la presencia del Ángel cuanto por el contenido
de las palabras que le dirigía.

Nadie esperaba tanto la venida del Mesías como los israelitas verdade-
ramente creyentes en las promesas que Dios había hecho a sus padres. Y sin
embargo, cuando se cumple la promesa, cuando llega el Mesías, sorprende a
todos. Sorprende a Herodes, y con él a toda Jerusalén que "se sobresaltó" (Mt
2,3-4) al oír decir que habían visto la estrella que lo anunciaba.

El anuncio sorprende también a María y a José‚ pero ¡qué distinta la
suerte de quien entonces esperaba verdaderamente y de quien no le importaba
nada o incluso lo temía! Como dijo el anciano Simeón, la aparición de aquel
niño reveló lo que se escondía en el corazón de cada uno. Así sucederá
también al final de los tiempos...

Nos sorprenderás, Señor, cuando llegues.
No sabemos cuánto queda aún de la noche,
pero sabemos que la aurora está ya cerca.
Nos sentimos, con alegría y esperanza,
parte viva de un pueblo que camina
hacia ti que vienes a su encuentro.
Y cuando se crucen nuestros caminos
comenzará la fiesta que no tiene fin
en tu santa morada.
Mientras tanto nos vamos preparando en la espera
y en la escucha de todos los que nos traen noticias de ti.
En realidad, todo lo que nos rodea,
en su belleza incompleta,
en su miseria o en la tragedia de su armonía truncada
nos invita a esperar.

Ir hacia el que viene

El núcleo central del mensaje litúrgico de este domingo, como el de todo
el Adviento, es el anuncio de la venida del Señor, del camino que Él ha hecho
para venir al encuentro del hombre y que culminará al final de los tiempos
con su aparición gloriosa en este mundo. El adviento (= venida) es ante todo
un movimiento de Dios hacia el hombre.

Debemos tomar conciencia de que lo que esperamos es el cumplimiento de la
salvación, de ese plan maravilloso que Dios ha concebido para el hombre y
para el mundo, y de que es Él, ante todo, quien lo lleva adelante. Y esto no
para desentendernos, sino para fomentar nuestra responsabilidad y compromiso.
El ha puesto todo entre nuestras manos, ¿qué hemos hecho de ello?

Hay una espera por parte del hombre de que la salvación llegue a su
cumplimiento. Pero Dios también lo espera y no podemos defraudar la confianza
que Él ha puesto en nosotros.

La parusía, dice Teillard de Chardin, se producirá por la acumulación de
los deseos y esperanzas de los hombres... Ciertamente, cada esperanza puesta
en un futuro mejor, cada deseo de un encuentro con el Señor son un paso que
contribuye a acelerar el momento del gran encuentro. Pero la parusía viene
sobre todo por el gran deseo que Dios tiene de encontrar al hombre. El nos
sorprenderá no sólo porque llegará en un momento imprevisto, sino también por
el regalo que nos trae: "Lo que el ojo nunca vio, ni la oreja nunca oyó, ni hombre
alguno ha imaginado, es lo que Dios ha preparado para los que le aman" (1Co
2,9).

Es esa esperanza la que nos pone en pie y nos incita a seguir caminando.
Ella nos lleva también a reanimar todos los motivos de esperanza que vemos
a nuestro alrededor, seguros como estamos de que todos ellos tienen un
sentido en el gran designio de salvación, cuyo panorama completo, por ahora,
sólo Dios ve.



21 de noviembre de 2010 - TO - DOMINGO XXXIV - Ciclo C
Solemnidad de CRISTO REY

II Samuel 5,1-3

En aquellos días, todas las tribus de Israel fueron a Hebrón a ver a
David y le dijeron:
Hueso y carne tuya somos; ya hace tiempo, cuando todavía Saúl era
nuestro rey, eras tú quien dirigías las entradas y salidas de Israel.
Además el Señor ha prometido: "Tú serás el pastor de mi pueblo, Israel,
tú serás el jefe de Israel."
Los ancianos de Israel fueron a Hebrón a ver al rey, y el rey David
hizo con ellos un pacto en Hebrón, en presencia del Señor, y ellos ungieron
a David como rey de Israel.

Colosenses 1,12-20

Hermanos:
Damos gracias a Dios Padre, que nos ha hecho capaces de compartir la
herencia del pueblo santo en la luz.
El nos ha sacado del dominio de las tinieblas, y nos ha trasladado al
reino de su Hijo querido, por cuya sangre hemos recibido la redención, el
perdón de los pecados.
El es imagen de Dios invisible, primogénito de toda criatura, porque
por medio de Él fueron creadas todas las cosas: celestes y terrestres,
visibles e invisibles, Tronos, Dominaciones, Principados, Potestades, todo
fue creado por Él y para Él.
El es anterior a todo, y todo se mantiene en Él.
El es también la cabeza del cuerpo: de la iglesia.
El es el principio, el primogénito de entre los muertos, y así es el
primero en todo, porque en Él quiso Dios que residiera toda la plenitud.
Y por ‚l quiso reconciliar consigo todos los seres: los del cielo y los
de la tierra, haciendo la paz por la sangre de su cruz.

Lucas 23,35-43

En aquel tiempo, las autoridades y el pueblo hacían muecas a Jesús,
diciendo:
- A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si Él es el Mesías de
Dios, el Elegido.
Se burlaban de Él también los soldados, ofreciéndole vinagre y di-
ciendo:
- Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo.
Había encima un letrero en escritura griega, latina y hebrea: ESTE ES
EL REY DE LOS JUDIOS.
Uno de los malhechores crucificados lo insultaba diciendo:
- ¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros.
Pero el otro lo increpaba:
- ¿Ni siquiera temes tú a Dios estando en el suplicio? Lo nuestro es
justo, porque recibimos el pago de lo que hicimos; en cambio, éste no ha
faltado en nada.
y decía:
- Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino.
Jesús le respondió:
- Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso.

Comentario

"Jesús, acuérdate de mí cuando vuelvas como rey"

En este último domingo del año litúrgico la Iglesia, pueblo de sa-
cerdotes y de reyes, se encuentra con su Rey, Cristo Jesús.

El evangelio nos presenta a Jesús en la cruz como centro de las miradas
y de la atención de todos los que le rodean. El evangelista ha sabido recoger
las palabras y gestos que tienden a destacar, entre luces y sombras, la
figura de Cristo y su papel de guía y salvador de toda la humanidad.

En medio de la total oscuridad, de la increencia que se amontona
entorno a Jesús, destaca como un rayo de luz la fe del buen ladrón: "Jesús
acuérdate de mí cuando vuelvas como rey".

Jesús es rey y salvador precisamente en la cruz. Sólo la fe pudo
descubrir en aquel hombre crucificado como los malhechores, insultado,
acusado y humillado, al Cristo de Dios, capaz de dar la vida y la salvación,
capaz de resurgir de la muerte y de volver un día como rey. Pero en este
caso, como en tantos otros, las tinieblas de la incredulidad hacen resaltar
con más brillo la luz. Todos los títulos aplicados en son de burla a Jesús
por los jefes del pueblo, por el malhechor, por los soldados resultan
paradójicamente ciertos. Incluso el letrero escrito sobre la cruz (al que
Lucas no alude como motivo de condena) viene a ser un título de gloria.

Como para indicar que la cruz es la subversión de todos los valores y
que el poder de Dios no se asienta sobre ninguna potencia humana, Jesús es
rey en y desde la cruz, lugar de la máxima limitación humana. Su reinado no
es imposición de un poder que limite las posibilidades del hombre, sino, al
contrario, la liberación de todas sus cadenas empezando por la del pecado y
de la muerte para que pueda vivir conforme a su verdadera naturaleza que está
hecha a imagen de Dios.

En Nazaret

Leído desde la humildad de Nazaret el evangelio de la realeza de Cristo
en la cruz, se hace más nítido y más comprensible para nuestra fe.

Quien había sido anunciado como "Hijo del Altísimo" a quien Dios había
de dar el trono de David su antepasado. Aquel que "reinará para siempre en
la casa de Jacob y su reinado no tendrá fin" (Lc 1,32-33), con el sí de María
se hizo carne y acampó entre nosotros. Vivió largos años en Nazaret y era
conocido como "el hijo del carpintero" Mt 13,55.

El camino que lleva a la humillación radical de la cruz pasa por la
humildad radical de Nazaret. La encarnación cobra todo su sentido a la luz
de la redención, pero al mismo tiempo descubre amplitud y concreción del acto
redentor. El hecho de que antes de morir por nosotros Cristo asumiera todas
las características de un hombre muestra que el gesto redentor es para todo
hombre que viene a este mundo.

Nazaret nos revela y ayuda a comprender además el modo de establecerse
el reinado de Dios:
- Dios no reina exhibiendo su poder sino ofreciendo calladamente la sal-
vación desde dentro de cada hombre y cada situación de la historia. La
preparación del reino se hace no por medios artificiales sino que pasa
al hombre a través de otro hombre. "¿Cómo creerán si nadie les
predica?" Rom 10,15.
- Dios no ha querido salvar al hombre uno a uno sino en familia, en
comunidad. "Determinó Dios convocar a todos los creyentes en Cristo en
la santa Iglesia" L. G. 2.
- Nazaret se sitúa en la línea de todas las parábolas de crecimiento del
Reino.

"Venga a nosotros tu reino"

Viendo el reinado de Dios en la cruz a la luz de Nazaret, aprendemos
a colaborar con Él en humildad y sencillez como María y José‚ dejando que Él
sea siempre el protagonista.

Tampoco hoy el reinado de Dios se funda en la fuerza y el dominio.
Quien vive en Nazaret sabe como S. Pablo que "el reino de Dios es justicia
y gozo y paz" y que el modo de implantarlo no es imponerlo sino vivir sus
valores y anunciar su mensaje.

El hecho de que la reunión de los creyentes en la Iglesia haya estado
precedido por la creación del hogar de Nazaret nos muestra también como
proceder. Todo nuevo creyente debe ser incorporado a una comunidad. Nadie
puede vivir la salvación del reino si no es en comunidad. La Iglesia misma
es una comunidad de comunidades.



14 de noviembre de 2010 - TO - DOMINGO XXXIII - Ciclo C

Lucas 21,5-19

En aquel tiempo, algunos ponderaban la belleza del templo por la
calidad de la piedra y los exvotos. Jesús les dijo: Esto que contempláis,
llegará un día en que no quedará piedra sobre piedra: todo será destruido.
Ellos le preguntaron:
- Maestro, ¿Cuándo va a ser eso?, ¿y cuál será la señal de que todo eso
está para suceder?
El contestó:
- Cuidado con que nadie os engañe. Porque muchos vendrán usando mi nom-
bre, diciendo: "Yo soy", o bien: "El momento está cerca"; no vayáis tras
ellos. Cuando oigáis noticias de guerras y de revoluciones, no tengáis
pánico. Porque eso tiene que ocurrir primero, pero el final no vendrá en
seguida.
Luego les dijo:
- Se alzará pueblo contra pueblo y reino contra reino, habrá grandes
terremotos, y en diversos países, epidemias y hambre. Habrá también espantos
y grandes signos en el cielo. Pero antes de todo eso os echarán mano, os
perseguirán, entregándoos a los tribunales y a la cárcel, y os harán
comparecer ante reyes y gobernadores por causa de mi nombre; así tendréis
ocasión de dar testimonio. Haced propósito de no preparar vuestra defensa,
porque yo os daré palabras y sabiduría a las que no podrá hacer frente ni
contradecir ningún adversario vuestro. Y hasta vuestros padres, y parientes,
y hermanos, y amigos os traicionarán, y matarán a algunos de vosotros, todos
os odiarán por causa de mi nombre. Pero ni un cabello de vuestra cabeza
perecerá: con vuestra presencia salvaréis vuestras almas.

Comentario

"Maestro, y ¿cuándo va a ocurrir eso?"

El año litúrgico del ciclo C se abrió con un pasaje similar al que hoy
consideramos tomado del mismo capítulo de S. Lucas.

El retorno a los textos que ayudan a mirar al futuro invitan a mirar
el misterio de Cristo en su totalidad. Y no es otra la finalidad del año
litúrgico. La Iglesia nos presenta, en efecto, durante él el misterio de
Cristo articulado en diversas facetas pero sin perder su visión de conjunto.
No se trata de un círculo cerrado, sino de una espiral, que año tras año va
conduciendo a la Iglesia, peregrina en el mundo, hacia la plenitud del Reino.
Cristo se presenta así como centro de la historia, corazón del mundo, futuro
del hombre.

El mensaje de este evangelio, a pesar del anuncio de la destrucción del
templo de Jerusalén, de la persecución de los discípulos y de las catástrofes
del fin del mundo, contiene un mensaje de vida y de esperanza. No estamos
destinados a la muerte sino a la vida. Cuando aparezca "el sol de justicia"
será el día del triunfo de los creyentes, ser el día de la liberación.

La mirada de Jesús se centra en primer lugar en el templo de Jerusalén
que, en cuanto morada de Dios y signo visible de su presencia, era el orgullo
de los judíos. Al anunciar su destrucción próxima, Jesús proclama el final
de un modo de encontrarse con Dios. A partir de la muerte de Jesús y de la
reconstrucción de su cuerpo en tres días (Jn 2,19), el nuevo templo es la
Iglesia, cuerpo místico de Cristo.

Pero hay también en el evangelio una perspectiva más lejana en el
tiempo: la destrucción del templo de este mundo para que surja un mundo nuevo
y un modo nuevo de encuentro con Dios. Las dificultades de los creyentes
crecerán entonces en proporción con las dimensiones de la catástrofe que se
anuncia. Pero al mismo tiempo se percibe ya la mano protectora de Dios ("no
perderéis ni un pelo de la cabeza"), pues persecuciones y catástrofes no son
sino una señal de que "el reino de Dios está cerca" Lc 21,32

El futuro desde Nazaret

Con la encarnación de Cristo, Dios mismo visitó nuestra tierra, algo
divino se introdujo en la entraña misma de la tierra como medio para salvar
a los hombres, formados todos ellos del "polvo de la tierra" (Gen 2,7).

Con la resurrección de Cristo, algo de nuestra tierra, uno de nosotros
pasó a la esfera de lo divino y vive resucitado.

¿Cuál será el significado para Nazaret de que sea precisamente de allí
lo que de nuestra tierra está ya en la otra vida?.

Hoy, que el evangelio nos lleva a volver la mirada hacia el gran paso
de este mundo nuestro a "los cielos nuevos y la tierra nueva", es
impresionante constatar que hay ya algo que asegura la ilazón entre este
mundo y el otro, y ese algo es de Nazaret. Pero lo que de Nazaret pasó al
otro mundo no es sólo una realidad física. La comunidad de amor y de
salvación que allí formó Jesús con María y José es algo que no quedó
irremediablemente anclado en el pasado, sino que tiene una permanencia en la
Iglesia y una realidad ya en el reino de los cielos.

El ámbito material de Nazaret fue destruido (aunque hay una tradición
que asegura que la casa de Nazaret fue trasladada a otro sitio), pero su
significado profundo no podrá ser enterrado. En este sentido el caso de
Nazaret no es más que uno más entre las realidades humanas vividas en la fe.
Todas ellas tienen un sentido futuro, todas ellas quedarán recuperadas en la
plenitud del reino. Ninguna acción buena quedará sin recompensa, ninguna
relación positiva será interrumpida definitivamente, ningún esfuerzo humano
para promover el progreso y el desarrollo dejará de tener repercusión en el
mundo nuevo.

Nuestro futuro

El mensaje del evangelio sobre la transición de este mundo al mundo
nuevo pone al vivo la cuestión de nuestro futuro personal y colectivo. Leído
en Nazaret este evangelio de la gran crisis de todo lo presente, tiende a
concentrar el contenido de la esperanza.

Vendrán persecuciones y cataclismos, mejor dicho, están ya aconteciendo
y lo han estado siempre en la historia de la Iglesia y del mundo, pero el
creyente sabe que hay algo dentro de él que ha superado ya todas las crisis,
incluso la más radical, la de la muerte. Es esa fe la que da la certeza a la
esperanza. Esa es la "fe que vence al mundo" Jn 5,5. Quien lleva dentro el
amor del Padre y la Unción conferida por Cristo, el Consagrado, sabe que,
frente al mundo que pasa, algo en él y de él permanece para siempre.

De lo que el cristiano está seguro, totalmente seguro, no es de su
resistencia, capacidad de esfuerzo o de lucha, cuanto de la fuerza del amor
de Dios: "Porque estoy convencido que ni la muerte ni la vida, ni ángeles ni
soberanías, ni lo presente ni lo futuro, ni poderes, ni alturas, ni abismos,
ni ninguna otra criatura podrá privarnos de ese amor de Dios, presente en el
Mesías Jesús, Señor nuestro" Rom 8,38-39.

De aquí nace toda su capacidad de esperanza y de lucha, sabiendo que
su futuro se juega aquí en el presente y ese futuro está ya ganado en Cristo
Jesús.



9 de noviembre de 2010 - TO - XXXII DOMINGO - Ciclo C
Lucas 20,27-38

En aquel tiempo se acercaron a Jesús unos saduceos, que niegan la
resurrección de los muertos, y le preguntaron:
- Maestro, Moisés nos dejó escrito: "Si a uno se le muere su hermano,
dejando mujer, pero sin hijos, cásese con la viuda y dé descendencia a su
hermano". Pues bien, había siete hermanos: el primero se casó y murió sin
hijos. Y el segundo y el tercero se casaron con ella, y así los siete
murieron sin dejar hijos. Por último murió la mujer. Cuando llegue la
resurrección de los muertos, ¿de cuál de ellos será la mujer? Porque los
siete han estado casados con ella.
Jesús les contestó:
- En esta vida, hombres y mujeres se casan; pero los que sean juzgados
dignos de la vida futura y de la resurrección de entre los muertos no se
casarán. Pues ya no pueden morir, son como ángeles; son hijos de Dios, porque
participan de la resurrección. Y que resucitan los muertos, el mismo Moisés
lo indica en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor "Dios de abrahán,
Dios de Isaac, Dios de Jacob". No es Dios de muertos, sino de vivos, porque
para Él todos están vivos.

Comentario

"Serán hijos de Dios"

En el evangelio de hoy los saduceos ("que negaban la resurrección")
proponen a Jesús una pregunta insidiosa. Su finalidad parece ser tanto la de
ridiculizar la concepción que los fariseos tenían de la vida del más allá
como la de poner en dificultad a Jesús y así desacreditar su enseñanza.

Jesús deja de lado los aspectos más o menos grotescos de la pregunta
y va directamente al punto clave: el hombre no termina con la muerte, Dios
es un Dios de vivos, la condición de vida actual es transitoria con respecto
a la vida futura. Citando las palabras del Exodo (3,6), Jesús refuta a los
saduceos en su propio terreno, pues ellos sólo admitían los libros del
Pentateuco, en cuanto solo esos eran considerados escritos por Moisés. No
responde, pues, a la pequeña pregunta suscitada, sino a la gran cuestión de
la resurrección de los muertos dentro de la cual se resuelve también lo que
le han preguntado.

Las palabras de Jesús dejan entrever algunos detalles de la condición
del hombre en la vida futura: "no se casarán", serán "como los ángeles", "no
pueden morir", "serán hijos de Dios". Es difícil establecer nexos de cau-
salidad entre esas proposiciones. De hecho las traducciones muestran grandes
divergencias. La explicación más correcta parece ser el decir que la razón
de todo está en las palabras que siguen al texto: "Dios es un Dios de vivos".
El es el viviente y fuente de toda vida, por eso "los que sean dignos de la
resurrección" serán en plenitud hijos de Dios, no morirán, no se casarán,
serán como los ángeles.

Con su muerte y resurrección Jesús dará la prueba definitiva de la
verdad de sus enseñanzas. Jesús es el primogénito de los que resucitan de
entre los muertos (Col 1,18), el primogénito de una multitud de hermanos (Rm
8,29).

La vida de Nazaret

En Nazaret empezó ya a vivirse la novedad del Reino de los cielos. Una
de sus características más relevantes es la virginidad: "no se casarán".

En el momento del anuncio del nacimiento del Mesías, descubrimos que
María había hecho propósito de permanecer virgen: "no conozco varón" Lc 1,34.
El relativo anacronismo del propósito de la virginidad pone aún más de
relieve la novedad de los tiempos mesiánicos. Poco después esa planta nacería
con fuerza en la Iglesia.

La concepción virginal del Mesías -tan alejada de los mitos paganos del
mismo género- es un signo claro tanto de la trascendencia de Cristo como de
la realidad de la encarnación. Pero muestra también cómo Dios es el único
autor de la vida nueva. La concepción virginal de Jesús es también una nueva
creación. José no es el padre biológico de Jesús, ni se trata tampoco de una
generación en sentido biológico por parte de Dios.

María y José, unidos en matrimonio, vivieron en Nazaret la novedad de
la virginidad, no como una carencia, sino como una sobreabundancia de vida.
Dios, autor de la vida, había intervenido en María en un modo maravilloso.
Ella, la llena de gracia, había sido colmada por la acción y el poder del
Espíritu Santo. Como sucedió con el arca de la alianza cuando "la gloria del
Señor llenó el santuario y Moisés no pudo entrar en la tienda del encuentro
porque la nube se había posado sobre ella y la gloria del Señor llenaba el
santuario" Ex 40,34-45.

El amor de María y José estuvo al servicio de la llegada del Reino de
Dios a la tierra, por eso, aunque casados, son también perfecto modelo de
"quienes se hacen eunucos por el reino de Dios" Mt 19,12, anticipando como
signo lo que será la condición de todos en la otra vida.

Nuestra vida

En un mundo de ideologías inmanentistas y sumido en algunas partes en
la civilización del consumo, el cristiano, todo cristiano, está llamado a dar
testimonio de la vida futura. Su fe proclama que si esta vida tiene un
sentido es en función de un futuro trascendente. Y ese futuro no falla porque
no está garantizado por la afirmación de una teoría o por el esfuerzo de los
hombres, sino por el mismo Dios, que ha resucitado a Jesús.

El testimonio de la vida futura, de la trascendencia, no es negación
de lo que ahora vivimos, ni de las tareas mundanas, al contrario, es darlas
todo su valor. Pero al mismo tiempo la fe en la otra vida relativiza todo
lo presente, afirmando que lo definitivo no es el orden de este mundo.

En esta línea de pensamiento es particularmente significativa la opción
por el celibato hecha por un cierto número de cristianos. Al igual que la
virginidad de María y de José, el celibato por el reino de los cielos en
seguimiento de Cristo, tiene como motivación última, no la negación del amor,
sino el don de Dios y su intervención en la historia personal de un hombre
o de una mujer para hacerle un signo especial de lo que ser la plenitud del
Reino.

Quien opta por el celibato introduce en su amor dos dimensiones propias
de la otra vida: la inmediatez del amor absoluto a Dios y la universalidad
del amor a los hombres. Naturalmente, estas dimensiones se viven en la
fragilidad de la carne y con todo el lastre de la debilidad humana. Aun así,
la Iglesia reconoce un signo muy valioso de los bienes futuros, de la si-
tuación final de la historia humana cuando ya "ni hombres ni mujeres se
casarán porque ya no pueden morir puesto que serán como los ángeles".



31 de octubre de 2010 - TO - DOMINGO XXXI - Ciclo C

Lucas 19,1-10

En aquel tiempo entró Jesús en Jericó y atravesaba la ciudad. Un hombre
llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico, trataba de distinguir quién era
Jesús, pero la gente se lo impedía, porque era bajo de estatura. Corrió más
adelante y se subió a una higuera para verlo, porque tenía que pasar por
allí.
Jesús, al llegar a aquel sitio, levantó los ojos y dijo:
- Zaqueo, baja enseguida, porque hoy tengo que alojarme en tu casa.
Bajó en seguida y lo recibió muy contento. Al ver esto, todos mur-
muraban diciendo: Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador.
Pero Zaqueo se puso en pie y dijo al Señor:
- Mira, la mitad de mis bienes, Señor, se la doy a los pobres; y si de
alguno me he aprovechado, le restituiré cuatro veces más.
Jesús le contestó:
- Hoy ha sido la salvación de esta casa; también éste es hijo de
Abrahán. Porque el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que
estaba perdido.

Comentario

"Hoy ha llegado la salvación a esta casa"

El evangelio de hoy narra el encuentro de Jesús con Zaqueo en la ciudad
de Jericó. Siguiendo un procedimiento empleado en otras ocasiones, el
evangelista presenta el acontecimiento y, sólo al final, las palabras de
Jesús hacen comprender la hondura de lo que ha sucedido.

En el relato queda bien claro que lo importante es la fe en Jesús y el
encuentro con Él. No se dice por qué motivos Zaqueo deseaba ver a Jesús. Lo
cierto es que según la narración evangélica es Jesús quien levanta la vista
y lo ve. Empieza entonces para él un proceso que le llevará a cambiar de
vida.

Jesús pide alojamiento en casa de Zaqueo, pero lo que busca en realidad
no es tanto la casa como la persona de Zaqueo. Otros acogieron a Jesús en su
casa y nunca se abrieron a la fe en Él (Lc 7,36 ss). Zaqueo, en cambio, es
"hijo de Abrahán", es decir, hombre de fe.

Ese es el paso decisivo para que se dé una auténtica conversión, que
lleva a la transformación de la vida. Pero además la conversión, cuando es
auténtica, opera una verdadera revolución social, sin violencia, pero muy
eficaz: el dinero adquirido con el robo pasa de ser instrumento de opresión
a medio concreto de comunión y de solidaridad con los pobres.

En Zaqueo se realizó de modo admirable la palabra del Apocalipsis:
"Estoy a la puerta y llamo; si alguno me abre, entraré y cenaré con él y él
conmigo" Ap 3,20. La casa de Zaqueo, acogiendo a Jesús y dejándose acoger por
Él, se convirtió en un cenáculo abierto también a los pobres. El encuentro
auténtico con Dios abre siempre al encuentro con los hombres.

El Salvador llegó a Nazaret

La salvación llegó a casa de Zaqueo, cuando Jesús entró en ella, porque
aquel había creído. En la casa de Nazaret entró el Salvador cuando María y
José dieron el sí de la fe al maravilloso plan de Dios de salvar a los
hombres mediante la encarnación de su Hijo.

No podemos decir que la salvación del mundo se produjo porque María y
José creyeron, como si Dios estuviera ligado a tal o cual persona para
cumplir su obra, pero de hecho así aconteció porque Él lo quiso.

Ahora bien; María y José no son sólo el canal por donde vino la
salvación al mundo. En ellos aconteció también la salvación cuando recibieron
al Salvador. Su vida, como la de Zaqueo, como la de todos los creyentes,
sufrió una reorientación radical producida por el encuentro con Cristo.

Ellos no tenían bienes materiales adquiridos injustamente para empezar
a repartir. Pero supieron orientar toda su vida al servicio de Jesús y, a
través de Él, al servicio de todos los hombres.

La casa de Nazaret empezó ya a ser casa de salvación mientras Jesús,
María y José vivían en ella. Por eso no es arriesgado presentar a la familia
de Nazaret como imagen viva de la Iglesia que "es en Cristo como un
sacramento o señal e instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad
de todo el género humano" L.G. 1.

Más aún, en Nazaret, en la vida santa de Jesús, en María y José la sal-
vación llegó a su realización más plena y perfecta, de modo que la casa de
Nazaret es también, de alguna manera, anticipación de la casa del Padre en
el momento final de la historia, cuando Dios lo sea "todo en todos" ICo
15,28.

Jesús es nuestro Salvador

Viviendo en Nazaret, el encuentro con Jesús es algo habitual, forma
parte de las realidades de cada día. A partir del primer encuentro y de la
llamada a vivir en Nazaret hoy, Jesús entra en casa siempre como Salvador.

El gran peligro del que vive en Nazaret es acostumbrarse a lo mara-
villoso y hacer que lo cotidiano se vuelva rutinario. Como en Nazaret no
brillaron las luces de la pascua, tampoco en el Nazaret de ahora brilla el
fulgor de la resurrección. No se ven aún los resultados últimos de la sal-
vación.

Pero la salvación está allí donde Jesús está, aunque no se vea.
Necesitamos dejar que nuestros encuentros diarios con Jesús nos vayan
transformando progresivamente, abriendo cada vez más nuestro corazón y
nuestras manos hasta que coincidan con el gesto de entrega total por la
redención del mundo.

El evangelio nada dice de la vida de Zaqueo después del primer paso de
su conversión.

A la luz de Nazaret nosotros sabemos que el primer paso de la acep-
tación de Jesús en la vida, tiene que ir seguido de muchos otros que vayan
haciendo penetrar la salvación en todas las dimensiones de la persona hasta
cambiar todo el yo.

De Nazaret tampoco conocemos los pasos intermedios, pero al final nos
encontramos con Jesús portador de la salvación a todos los hombres y
dispuesto a morir por ellos y a María capaz de seguirlo de cerca hasta la
cruz y de colaborar en la edificación de la Iglesia.

Esa es también la meta de los que hoy queremos vivir en Nazaret: dejar
crecer en nosotros la salvación de modo que podamos ser también, con la
gracia de Dios, portadores de salvación a nuestros hermanos los hombres.



24 de octubre de 2010 - TO - DOMINGO XXX - Ciclo C

Lucas 18,9-14

En aquel tiempo dijo Jesús esta parábola por algunos que, teniéndose
por justos, se sentían seguros de sí mismos y despreciaban a los demás:
- Dos hombre subieron al templo a orar. Uno era un fariseo; el otro,
un publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior: ¡Oh Dios!, te
doy gracias, por que no soy como los demás: ladrones, injustos, adúlteros;
ni como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo
lo que tengo.
El publicano, en cambio, se quedó atrás y no se atrevía ni a levantar
los ojos al cielo; sólo se golpeaba el pecho, diciendo: ¡Oh Dios!, ten
compasión de este pecador. Os digo que éste bajó a su casa justificado y
aquél no. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla
será enaltecido.

Comentario

"El publicano volvió a casa justificado"

La parábola del fariseo y del publicano nos muestra de forma clara dos
maneras de ser del hombre en relación con Dios.

La oración del fariseo parece ser a primera vista un agradecimiento a
Dios. Pero su finalidad es poner de manifiesto el propio mérito que lleva a
exigir a Dios una recompensa. Tal modo de expresarse ante Dios desnaturaliza
y destruye la relación con Él porque el hombre, en último análisis, quiere
tener sometido a Dios con su modo de obrar. Es una posición radicalmente
falsa.

El publicano, por el contrario, está en la verdad. Es la verdad radical
que coloca al hombre en su situación de indigencia frente a Dios. Es la
verdad de saber que él no puede salvarse por sí mismo ni entrar en amistad
con Dios por su propia iniciativa. Es el primer paso para abrirse a la acción
de Dios: reconocerse pecador e incapaz de salvarse.

Ambos personajes encarnan la oposición entre dos tipos de justifi-
cación: la que viene del hombre y la que viene de Dios.

La mentalidad farisaica considera que es posible salvarse a fuerza de
cumplir exactamente la ley. Por el contrario, quien se reconoce pecador se
pone en disposición de recibir la justificación que viene de Dios. S. Pablo
lo dirá explícitamente: "Porque nuestra tesis es esta: que el hombre se
rehabilita por la fe, independientemente de la observancia de la ley" Rm
3,28.

Esa es también la conclusión de la parábola. El publicano "bajó a casa
bien con Dios", el fariseo, no.

La verdad de Nazaret

Desde el comienzo, Jesús, María y José‚ se colocaron en la verdad de la
humildad.

María se declaró "la esclava del Señor", José se puso a sus órdenes,
Jesús "asumió la condición de siervo".

Los tres unidos en familia, vivieron como nadie la espiritualidad de
los pobres de Yavé. Esa espiritualidad se caracteriza por "una actitud de
apertura a Dios y la disponibilidad de quien todo lo espera del Señor"
(Puebla, Pobreza, 4).

Uno de los mejores retratos del pobre de Yavé nos viene presentado por
el salmo 37. Según este salmo es pobre de Yavé quien:
- confía en el Señor: su seguridad está en Dios;
- tiene sus delicias en el Señor: Dios es quien colma su vida;
- encomienda a Dios su camino: Dios es el único guía de su existencia;
- se queda en silencio ante el Señor: es la actitud de espera de quien
sabe que Dios lo conoce todo y es bueno.

Esta figura del pobre de Yavé es la que mejor retrata, de una parte,
al publicano del evangelio de hoy y, de otra, a los componentes de la Sagrada
Familia. Estos últimos vivieron en esa actitud profunda de pobreza espiritual
que tiene como notas: la humildad, la sencillez de vida, la esperanza, la
confianza en Dios.

Es esta la actitud que provoca la acción salvadora y liberadora de
Dios, no sólo para quien la tiene sino para todo el pueblo.

Es esta la actitud que mejor prepara a una colaboración sincera y total
con el designio de salvación que Dios tiene para el mundo.

Es esta la actitud que da al hombre toda su dignidad y lo glorifica
definitivamente al colocarlo en la relación correcta con Dios.

Infancia espiritual

Mirando a Nazaret, el gesto del publicano aparece como la punta de un
iceberg. Es el signo de toda una disposición de alma y corazón, de una forma
de vivir que llega a su plenitud en Cristo, quien "se rebajó hasta someterse
a la muerte y muerte de cruz" Fil 2,8,l, que no conocía el pecado.

Esa es la forma típica del cristiano. Es la postura de la infancia
espiritual del evangelio, que sabe recibir como don la realidad del reino,
que vive en apertura, disponibilidad y confianza de cara a Dios, que es capaz
de construir fraternidad porque no se coloca por encima de los demás.

Santa Teresa de Lisieux describió como nadie lo que es la infancia
espiritual cuando le preguntaron lo que entendía por "permanecer siempre
como un niño ante Dios". Esta fue su respuesta: "Es reconocer la propia nada
y esperarlo todo de Dios, como un niño pequeño lo espera todo de su padre,
sin preocuparse de nada, ni de ganar fortuna. Incluso en la casa de los
pobres a los niños se les da lo que necesitan, pero cuando los niños se hacen
grandes, su padre les dice: Ahora tienes que trabajar tú, ya te puedes bastar
a ti mismo. Precisamente para no tener que oír esas palabras yo no he querido
llegar a ser grande puesto que me siento incapaz de ganar mi propio pan, que
es la vida eterna del cielo. Así pues, siempre he permanecido pequeña,
teniendo sólo como ocupación la de recoger flores. Flores de amor y de
sacrificio para ofrecérselas a Dios" Novissima verba p. 125-126.

Esta infancia espiritual que tiene su fundamento en el bautismo y está
hecha de confianza total en el Padre, de abandono a su providencia maternal
y de atención amorosa a su voluntad, es a la vez la primera condición y el
mejor fruto de la


17 de octubre de 2010 -  XXIX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
     
 Lucas 18,1-8

      En aquel tiempo, Jesús, para explicar a los discípulos cómo tenían que
orar siempre sin desanimarse, les propuso esta parábola:
      - Había un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni le importaban los
hombres. En la misma ciudad había una viuda que solía ir a decirle: "Hazme
justicia frente a mi adversario"; por algún tiempo se negó, pero después se
dijo: "Aunque ni temo a Dios ni me importan los hombres, como esa viuda me
está fastidiando, le haré justicia, no vaya a acabar pegándome en la cara".
      Y el Señor respondió:
      - Fijaos lo que dice el juez injusto; pues Dios, ¿no hará justicia a
sus elegidos que le gritan día y noche?, ¿o les dará  largas? Os digo que les
hará  justicia sin tardar. Pero cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará 
esta fe en la tierra?

Comentario

                      "Orar siempre y no desanimarse"

      La parábola de la viuda y el juez necesita de poco comentario para ser
comprendida. El texto mismo del evangelio dice la finalidad que Jesús se
propuso al contarla ("para explicarles que tenían que orar siempre") y ofrece
elementos suficientes para su interpretación.

      La enseñanza es muy clara y sencilla: si un hombre severo y duro, como
el juez injusto, es capaz de conmoverse ante la súplica insistente de una
pobre viuda, ­cuánto más Dios, que es infinitamente bueno, no acogerá nues-
tras súplicas!

      La imagen en negativo que el juez injusto ofrece de Dios tiende a poner
de manifiesto la enseñanza central que se quiere inculcar: la perseverancia
en la súplica. Y esto no porque Dios lo necesite. Ante Dios no hace falta
insistir para convencerlo. El mismo Evangelio nos previene contra la
tentación de cifrar la eficacia de la oración en la abundancia de palabras
(Mt 6,7-8) "pues vuestro Padre sabe lo que os hace falta antes de que se lo
pidáis". Quienes necesitamos de la oración perseverante somos nosotros. Y la
necesitamos para mantener siempre encendida la lámpara de la fe. Hay una
relación profunda entre la fe y la oración. Así como la oración es una
expresión clara de la fe, ésta necesita para vivir y crecer del alimento
constante de la oración Mt 15,28.

      La oración perseverante es la respuesta adecuada al Dios que es siempre
fiel. Dios actúa permanentemente prodigando el bien en favor de sus hijos los
hombres (Lc 11,9-13). La apertura constante a Él en la oración es necesaria
para que su plan de amor y de salvación continúe realizándose siempre en
nosotros y en el mundo.

                                En Nazaret

      Sólo podemos imaginar la fidelidad cotidiana de la Sagrada Familia a
los tres momentos de oración de las familias judías de su tiempo, su
asiduidad a la reunión semanal de la sinagoga y a la peregrinación anual a
Jerusalén para la fiesta de Pascua. El Evangelio únicamente alude a este
último aspecto de la celebración de la fe en la Sagrada Familia (Lc 2,41).

      Pero el propio Evangelio cita explícitamente otros rasgos fundamentales
que nos permiten descubrir en la Familia de Nazaret una vida de oración
profunda, intensa, perseverante. El evangelio de hoy subraya con particular
insistencia este último aspecto, por eso nos detendremos sólo en él.

      La perseverancia indica la permanencia activa en la oración. Y la
oración no es sólo súplica y petición, es también apertura a Dios, acogida
de su Palabra, alabanza y adhesión generosa a su voluntad, amor...

      A Jesús le encontramos siempre abierto al Padre. El evangelio habla
repetidamente de su oración: en la vida de cada día, en los momentos
importantes, en la noche. En el huerto de Getsemaní, Jesús insistía en la
oración (Lc 22,44).

      El mensaje del Nuevo Testamento sobre María se abre con su disponi-
bilidad a Dios en la anunciación y se cierra con la escena de su oración en
el cenáculo, en compañía de los apóstoles y de la comunidad. Son los dos
extremos de toda una vida perseverante en la oración.

      De José conocemos su atención a la voz de Dios y su prontitud en
obedecerla.

      Jesús, María y José formaron en Nazaret una comunidad orante, una
comunidad siempre abierta a Dios y con una confianza sin límites en el Padre.
Su oración fue perseverante no sólo porque duró el tiempo, sino porque llevó
la oración hasta las últimas consecuencias que es la entrega de la propia
vida por los demás.

                         Perseverar en la oración

      La oración es una de las componentes fundamentales de la perseverancia
cristiana: "vigilad y orad" Mc 14,38.

      La existencia cristiana se desarrolla necesariamente en medio de
múltiples dificultades (Rm 5,3; 2Tes 1,6-7). "Todo el que se proponga vivir
como buen cristiano será perseguido" 2Tm 3,12. Por eso S. Pablo recomienda
a los cristianos mostrarse firmes en la fe (ICo 16,13), es decir, fuertemente
unidos a la verdad del evangelio y en permanente actitud de confianza en Dios
que es fiel (ICo 1,9).

      El cristiano que quiere vivir de verdad el evangelio necesita fuerza
y coraje: "Sed hombres, sed robustos" ICo 16,13. "Dios no nos ha dado un
espíritu de cobardía sino un espíritu de valentía, de amor y de dominio
propio" 2Tim 1,7.

      Nuestra vida cristiana se desarrolla en el tiempo presente, entre la
victoria de Cristo muerto y resucitado y la verificación de tal victoria, al
final de la historia de la salvación. Es ya partícipe, de alguna manera, de
la salvación definitiva y sin embargo esa vida nueva hay que defenderla contra
las potencias del mal, contra el mundo, que trata siempre de envolverla en
una lógica de cerrazón a Dios, y contra uno mismo. Porque el hombre viejo
sigue luchando contra el hombre nuevo.

      En esta situación de combate que caracteriza toda existencia cristiana
si desea mantenerse fiel, la perseverancia en la oración es sencillamente
algo esencial. El cristiano sabe bien que con sus propias fuerzas es
imposible. Por eso S. Pablo dice: "Dejad que os robustezca el Señor con su
poderosa fuerza" Ef 6,10. Y hablando de su propia experiencia exclama: "Para
todo me siento con fuerzas en Aquel que me robustece" Fil 4,14.

      Una mirada a Jesús, María y José en Nazaret, siempre disponibles,
siempre abiertos para que el poder de Dios actuara en ellos, nos ayudará a
vivir esta fe y oración perseverante, que el evangelio de hoy nos enseña, y
sin las cuales no hay verdadera vida cristiana que dure.



10 de octubre de 2010 - XXVIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

      Lucas 17,11-19

      Yendo Jesús camino de Jerusalén, pasaba entre Samaría y Galilea. Cuando
iba a entrar en un pueblo, vinieron a su encuentro diez leprosos, que se
pararon a lo lejos y a gritos decían:
      - Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros.
      Al verlos, les dijo:
      - Id y presentaos a los sacerdotes.
      Y mientras iban de camino, quedaron limpios. Uno de ellos que estaba
curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos, y se echó por tierra a
los pies de Jesús, dándole gracias. Este era un samaritano.
      Jesús tomó la palabra y les dijo:
      - ¿No han quedado limpios los diez?; los otros nueve, ¿dónde están? ¿No
ha vuelto más que este extranjero para dar gloria a Dios?
      Y le dijo:
      - Levántate, vete; tu fe te ha salvado.

Comentario

      "¿No ha habido quien vuelva para agradecérselo a Dios excepto este
      extranjero?"

      Como siempre, Jesús no pasa de largo ante el sufrimiento humano, ni
rehusa asumir la condición del hombre, por muy desfigurado que este se
encuentre. "Id a presentaros a los sacerdotes", dice a los diez leprosos. El
encuentro con Jesús, animado por tanta esperanza en su poder, obra el
milagro.

      Todos los milagros son signos de la presencia y del poder de Dios, pero
los que dan la vida al hombre o la restauran en su integridad, que son la
mayor parte de los milagros de Jesús, son los más significativos. Invierten
la tendencia a la decadencia, a la muerte, al vaciamiento del vivir humano
y marcan el triunfo de la vida.

      Pero el evangelista no se detiene en explicar el significado del
milagro en sí, sino que se complace en subrayar cómo sólo uno, y éste,
samaritano, vuelve para dar gracias a Jesús.

      Jesús aprecia el gesto y, precisamente para ese extranjero, la gracia
de la curación física será la ocasión para llegar a la fe y a la salvación:
"tu fe te ha salvado"

      El samaritano que vuelve, no lo hace por pura gratitud humana. Ha
entendido algo muy importante. Con los otros nueve compañeros había ido al
templo de Jerusalén, pero él había entendido que era Jesús el nuevo templo
de Dios, el lugar de su presencia salvífica. Por eso vuelve "alabando a Dios
a voces". El agradecimiento a Jesús y la alabanza a Dios se identifica para
él y marcan el vértice de la experiencia humana y espiritual del leproso
curado y creyente. Los otros se quedaron con el beneficio físico de la cura-
ción, él cree y llega a la salvación. En realidad sólo en él se "cumple"
verdaderamente el milagro.

                           El milagro de Nazaret

      El milagro de Nazaret, el único milagro de Nazaret, fue la presencia
de Jesús en medio de la familia por obra del Espíritu Santo.

      Y como tal fue acogido por María, que presentó la objeción de "no
conocer varón", y por José‚ primero con su respetuoso silencio y después,
ante la palabra del Señor, con su "vuelta" a casa.

      Los dos creían que en Jesús Dios había "visitado a su pueblo", que,
como había dicho el  Ángel en la anunciación, "lo que va a nacer lo llamarán
"Consagrado", "Hijo de Dios" Lc 1,35. Pero no por eso su fe se quedó siempre
estacionada. Al contrario, tuvo que abrirse siempre a nuevas perspectivas.

      Que su hijo es "de Dios" lo experimentaron primero ante las palabras
proféticas de Simeón ("lo has colocado ante todos los pueblos como luz para
alumbrar a las naciones" Lc 2,31) y luego en Jerusalén cuando el mismo Jesús
les respondió que "tenía que estar en la casa de su Padre" Lc 2,49.

      El corazón de María y de José debió estar siempre transido de agra-
decimiento ante el gran don que habían recibido en Jesús. El hijo de Dios era
su hijo. ¿Quiénes eran ellos para recibir tanto bien?. "Aquí está  la sierva
del Señor", dijo María.

      El agradecimiento a Dios, la proclamación de sus maravillas, el canto
del magnificat, no fue sólo cosa de un momento, sino una actitud permanente
de la Familia de Nazaret.

      Las fórmulas de oración comportaban para los hebreos muchas bendiciones
a Dios: bendición, alabanza, agradecimiento por el día nuevo, por el pan, por
el agua, por el primer fruto de la estación,... ¿Cuántas veces también agra-
decimiento y bendición por Jesús, el Salvador, el Dios-con-nosotros?.
                                
                                                  Gratitud

      La experiencia de que todo es don de Dios, de que todo nos viene de Él,
de que todo "es gracia", es fundamental en Nazaret y en toda vida cristiana.
Los milagros nos lo recuerdan.

      La convicción profunda de que "Dios nos amó primero" (IJn 4,19) lleva
a entender toda la vida como respuesta a ese amor. La experiencia de la
gratuidad crea la gratuidad.

      De este espacio de libertad creado por el amor libremente ofrecido y
libremente aceptado arranca la dimensión contemplativa de toda vida cris-
tiana.

      Quien acierta a ver toda la vida como don de Dios, y todo lo que en
ella ocurre como manifestación o rechazo de ese don, fácilmente llega a una
permanente actitud de agradecimiento, a una perenne "eucaristía".

      Muchos gestos y palabras, muchos tiempos de oración no encuentran una
explicación satisfactoria ni una razón suficiente si se quita esa experiencia
primera de haberse sentido amado por Dios y de haberse sentido colmado de sus
dones.

      El reconocimiento, la aceptación, la contemplación del "Dios que ha
hecho tanto por mí" es fundamental para que, como en el samaritano curado,
crezca nuestra fe, y nuestra vida encuentre una explicación más allá de la
eficacia y de los resultados de nuestros trabajos.

      Es lo que vemos en la Sagrada Familia quien por boca de María supo
cantar en los comienzos de su trayectoria "las maravillas del Señor" y vivir
todo el resto de su vida en armonía con ese canto.

      La gratitud introduce en la existencia un elemento nuevo, inexplicable
e indestructible que da siempre motivos para trabajar más, para luchar más,
para sufrir más.



3 de octubre de 2010 - XXVII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

Lucas 17,5-10

En aquel tiempo, los apóstoles dijeron al Señor:
- Auméntanos la fe.
El Señor contestó:
- Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esa morera: "A-
rráncate de raíz y plántate en el mar" y os obedecería. Suponed que un criado
vuestro trabaja como labrador o como pastor; cuando vuelve del campo ¿Quién
de vosotros le dice: "En seguida, ven y ponte a la mesa"? ¿No le diráis:
"Prepárame de cenar, cíñete y sírveme mientras como y bebo; y después comerás
y beberás tú"? ¿Tenéis que estar agradecidos al criado que ha hecho lo
mandado? Lo mismo vosotros: cuando hayáis hecho todo lo mandado, decid:
"Somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer".

Comentario

"No somos más que unos pobres criados"

De las cuatro recomendaciones dadas por Jesús a los discípulos que
Lucas pone al comienzo del cap. 17, hoy leemos las dos últimas: la que se
refiere a la fe y la que se refiere a la valoración de nuestra actividad
frente al don de Dios. Las dos primeras tratan sobre el escándalo y sobre el
perdón.

A la petición de los apóstoles de que les aumente la fe, Jesús responde
con una pequeña parábola que pone de manifiesto la importancia de lo que
piden y el misterio de ese don de Dios que es la fe.

El minúsculo grano de mostaza sirve de término de comparación a la fe
auténtica, la que no duda (St 1,6), la que está absolutamente segura que para
Dios nada hay imposible (Gen 18,14; Lc 1,37), la que es capaz de desarraigar
una morera y hacer que se plante en el mar (Lc 17,6) y de trasladar las
montañas (Mt 21,21-22).

El segundo ejemplo que Jesús pone subraya la gratuidad de la acción de
Dios y su relación con quienes trabaja en el campo de su Reino (Mt 20,1-15).
La identificación que Jesús propone a sus seguidores con los criados que,
después de hacer lo que deben, saben reconocer que son solamente simples
criados, deja bien clara, de una parte, la naturaleza del Reino y de otra, el
sentido de la acción humana para extenderlo. Nosotros somos simples cola-
boradores (ICo 3,9; 2Co 6,1) para llevar a cabo una misión recibida sin
pretender hacernos dueños de lo que no nos pertenece.

Esta actitud humilde y desprendida del obrero del evangelio traduce
netamente el espíritu de las bienaventuranzas en el campo del trabajo
apostólico. Por un lado está la fidelidad total al Señor, que es quien envía,
por otro el reconocimiento de que el Señor del campo es siempre Él y que por
tanto a Él incumbe la última responsabilidad. Esto no lleva a zafarse de las
propias responsabilidades sino a actuar con libertad, con desprendimiento y
con generosidad.

En Nazaret

En otras ocasiones hemos contemplado la fe de María y de José‚ hoy nos
fijamos en cómo vivieron la actitud evangélica que lleva a decir: "No somos
más que unos pobres criados, hemos hecho lo que teníamos que hacer". También
esta actitud es un fruto de la fe.

María y José hicieron todo lo que estaba de su parte para que se
realizara la salvación que nos fue dada en Jesús.

Ellos estuvieron desde la primera hora en el campo del Señor con toda
la disponibilidad de la propia persona, con entrega y generosidad para acoger
a Jesús y darlo al mundo.

Cuando "volvieron a casa" no se sentaron enseguida a la mesa. María se
declaró desde el principio la "sierva del Señor" y, junto con José‚ mantuvo
hasta el final esa actitud de servicio. El "prepárame de cenar, ponte el
delantal y sírveme mientras yo como" del evangelio de hoy, fue practicado mil
veces al pie de la letra en Nazaret. Y esto no porque aquel que vino a servir
y no a ser servido" lo exigiera (Mt 20,28), sino porque brotaba espontá-
neamente de la fuente del amor.

¿Y qué decir de la discreción de María y de José? Supieron estar donde
se los pedía, prestar el servicio que hacía falta, sin aparecer. Supieron
dejar siempre al Señor el primer plano de la escena, como aparece en los
evangelios. Supieron retirarse cuando conviene. De José no sabemos ni
siquiera ni cómo ni cuando.

María y José‚ son la encarnación misma del evangelio de la discreción,
que tiene su fundamento en la encarnación de Dios y que nos manda reco-
nocernos como servidores inútiles cuando hemos hecho lo que teníamos que
hacer.


"Unos pobres criados"

Para llegar a la actitud evangélica de humildad que hoy se pide a
quienes trabajan en el campo del Señor se requieren algunas experiencias
básicas.

La primera de todas es aceptar como un don el carisma del apostolado.
Quien va a trabajar en el campo del Señor debe sentirse ante todo un enviado,
indigno de recibir tal misión. Tal es la experiencia de S. Pablo (Cfr I Co
3,10; Gal 2,9). Si el don del apostolado no procede del propio apóstol, sino
de aquél que lo envía, tampoco el contenido del mensaje que anuncia es cosa
suya. Escuchemos también en esto la experiencia de S. Pablo: "Pero este
tesoro lo llevamos en vasijas de barro, para que se vea que esa fuerza tan
extraordinaria es de Dios y no viene de nosotros". Co 4,6-7.

Finalmente hay que estar convencidos de que tampoco el resultado de
nuestros esfuerzos depende de nosotros. Nuevamente el testimonio de S. Pablo:
"Yo planté, Apolo regó, pero era Dios quien hacía crecer; por tanto, ni el
que planta significa nada, ni el que riega tampoco, cuenta el que hace
crecer, o sea, Dios" ICo 3,6-7.

Quien vive su trabajo por el reino y su servicio en la comunidad con
estas características, fácilmente llega al "no somos más que unos pobres
criados" y se sitúa en sintonía con la manera de actuar que se aprende en
Nazaret. El compromiso por el Reino adquiere así una fuerza mucho mayor, pues
lo que se presenta no es una idea propia, sino algo que nos supera totalmen-
te, algo que es del Señor y que por lo tanto vale inmensamente más de lo que
nosotros podemos transmitir o inventar.

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