VOLVER A NAZARET - Hno. Teodoro Berzal


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3 de marzo de 2013 - III DOMINGO DE CUARESMACiclo C

     "Si no os convertís, todos vosotros pereceréis"

Exodo 3,1-8a.13-15
      En aquellos días, pastoreaba Moisés el rebaño de su suegro Jetró,
sacerdote de Madián; llevó el rebaño trashumando por el desierto hasta
llegar a Horeb, el monte de Dios.
      El ángel del Señor se le apareció en una llamarada entre las zarzas.
      Moisés se fijó: La zarza ardía sin consumirse.
      Moisés se dijo: Voy a acercarme a mirar este espectáculo admirable, a
ver cómo es que no se quema la zarza.
      Viendo el Señor que Moisés se acercaba a mirar, lo llamó desde la
zarza: Moisés, Moisés.
      Respondió él: Aquí estoy.
      Dijo Dios: No te acerques; quítate las sandalias de los pies, pues el
sitio que pisas es terreno sagrado.
      Y añadió: Yo soy el Dios de tus padres, el Dios de Abrahán, el Dios de
Isaac, el Dios de Jacob.
      Moisés se tapó la cara, temeroso de ver a Dios.
      El Señor le dijo: He visto la opresión de mi pueblo en Egipto, he oído
sus quejas contra los opresores, me he fijado en sus sufrimientos. Voy a
bajar a librarlos de los egipcios, a sacarlos de esta tierra, para llevarlos
a una tierra fértil y espaciosa, tierra que mana leche y miel.
      Moisés replicó a Dios: Mira, yo iré a los israelitas y les diré: el
Dios de vuestros padres me ha enviado a vosotros. Si ellos me preguntan cómo
se llama este Dios, ¿qué les respondo?.
      Dios dijo a Moisés: "Soy el que soy". Esto dirás a los israelitas: "Yo-
soy" me envía a vosotros.
      Dios añadió: Esto dirás a los israelitas: El Señor Dios de vuestros
padres, Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob, me envía a vosotros.
Este es mi nombre para siempre: Así me llamaréis de generación en generación.

Corintios 10,1-6.10-12
      No quiero que ignoréis que nuestros padres estuvieron todos bajo la
nube y todos atravesaron el mar y todos fueron bautizados en Moisés por la
nube y el mar; y todos comieron el mismo alimento espiritual; y todos bebie-
ron la misma bebida espiritual, pues bebían de la roca espiritual que les
seguía; y la roca era Cristo. Pero la mayoría de ellos no agradaron a Dios,
pues sus cuerpos quedaron tendidos en el desierto.
      Estas cosas sucedieron en figura para nosotros, para que no codiciemos
el mal como lo hicieron nuestros padres.
      No protestéis como protestaron algunos de ellos, y perecieron a manos
del Exterminador.
      Todo esto les sucedía como un ejemplo: Y fue escrito para escarmiento
nuestro, a quienes nos ha tocado vivir en la última de las edades. Por lo
tanto, el que se cree seguro, ¡cuidado! no caiga.

Lucas 13,1-9
      En aquella ocasión se presentaron algunos a contar a Jesús lo de los
galileos, cuya sangre vertió Pilato con la de los sacrificios que ofrecían.
Jesús les contestó:
      - ¿Pensáis que esos galileos eran más pecadores que los demás galileos,
porque acabaron así? Os digo que no; y si no os convertís, todos pereceréis
lo mismo. Y aquellos dieciocho que murieron aplastados por la torre de Siloé,
¿pensáis que eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén? Os
digo que no. Y si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera.
      Y les dijo esta parábola:
      - Uno tenía una higuera plantada en su viña, y fue a buscar fruto en
ella, y no lo encontró.
      Dijo entonces al viñador:
      - Ya ves, tres años llevo viniendo a buscar fruto en esta higuera, y
no lo encuentro. Córtala. ¿Para qué va a ocupar terreno en balde?.
      Pero el viñador contestó:
      - Señor, déjala todavía este año; yo cavaré alrededor y le echaré
estiércol, a ver si da fruto. Si no, el año que viene la cortarás.

Comentario 
      En este domingo escuchamos una fuerte llamada a la conversión. En el
Evangelio de Lucas esta llamada se encuentra en un contexto que invita a
discernir los tiempos y los acontecimientos de la historia.
      En el texto que leemos hoy en concreto, se alude a dos acontecimientos
dolorosos: el asesinato cometido por Pilato que "había mezclado la sangre de
unos galileos con las víctimas que ofrecían" y la muerte de dieciocho perso-
nas aplastadas por la torre de Siloé. Para entender la respuesta de Jesús hay
que tener en cuenta la mentalidad reinante en la época, que atribuía las
desgracias sufridas por las personas a pecados cometidos por ellas o por su
familia. (Cfr, Jn 9,2).
      Pero yendo más al fondo de la cuestión, lo que está en juego en esta
interpretación de las desgracias es la imagen o la idea que se tiene de Dios.
Un Dios que automáticamente hace sentir su castigo (en esta vida o en la
otra) podrá aparecer todo lo más como un Dios justo, pero nada más (en-
tendiendo la justicia a modo humano) Y esa imagen de Dios está reñida con el
Dios, Padre misericordioso, anunciado por Jesús en su mensaje. Esta dimensión
de misericordia y de paciencia de Dios viene después subrayada en la parábola
de la higuera estéril.
      La interpretación que da Jesús a los hechos referidos comporta un doble
aspecto. Por una parte enseña que tales acontecimientos pueden suceder a
cualquiera, independientemente de su situación moral, y que por lo tanto,
cuando suceden a uno son un aviso para todos los demás, y por otro que Dios
da a todos la posibilidad de convertirse, de cambiar de vida, de enmendarse.
      La llamada a la conversión cobra así una radicalidad y una amplitud
mayores. Sobre todo porque viene hecha en nombre de un Dios paciente y
misericordioso, que no está aguardando la caída para castigar, sino que llama
en nombre del amor que nos tiene.
      Las llamadas en nombre del amor son siempre más comprometedoras y
profundas que las que se hacen con amenazas. Además en esta llamada a la
enmienda y a la conversión hay un aspecto universal muy significativo. Nadie
está excluido de la llamada a la conversión.

                          Conversión en Nazaret.
      En Nazaret no podemos hablar de conversión en relación con el pecado
teniendo presente la santidad de las personas que allí vivieron. Hay sin
embargo otras dimensiones de la conversión que fueron vividas en Nazaret de
manera inigualable.
      En primer lugar en Nazaret se vivió el punto de arranque de toda con-
versión que está en la iniciativa de Dios de salvar a los hombres. Hemos de
recordar que la conversión es ante todo un don de Dios y un acto de Dios.
"Dios nos ha reconciliado consigo por medio de Cristo" 2 Co 5,18. Y este acto
reconciliador de Dios ha sido vivido por Jesús y por quienes, aun en forma
velada, compartieron su misión de Salvador ya desde los comienzos. El es
nuestra paz y nuestra reconciliación Ef 2,14. El que había sido proclamado
ante María y José "luz de las naciones" y "Salvador", fue también señalado
como "bandera discutida" para revelar lo que cada uno piensa en su corazón.
(Cfr Lc 2,32-35).
      En Nazaret se vivió otra dimensión importantísima de la conversión que
es el aceptar a Dios como absoluto. La familia de Nazaret fue querida por
Dios tal y como era. Fue Él quien dispuso con su Palabra que las cosas fueran
así: que María Virgen concibiera y diera a luz al Salvador y que José entrara
a colaborar en su designio de salvación. Dios fue siempre el protagonista de
aquella familia, el punto de referencia de sus idas y venidas, el centro de
convergencia de todos sus intereses. Mantener una tensión constante hacia
Dios es vivir en permanente conversión hacia Él. Por eso cuando S. Juan
intenta decir cómo era la vida de Dios antes de la venida de Cristo al mundo,
escribe: "Al principio ya existía la Palabra, la Palabra se dirigía a Dios
y la Palabra era Dios" Jn 1,12.
      Esta actitud radicalmente filial de estar siempre vuelto hacia el
Padre, de vivir de cara a Dios es la que Jesús prolongó en Nazaret y a lo
largo de toda su vida.

                            Nuestra conversión
      Muchos son los aspectos de la conversión de quien quiere vivir en
Nazaret. Para vivir allí hay que ser humildes y sencillos, amar la pobreza,
estar siempre dispuestos a servir, cultivar la vida de familia.
      Pero quizá la raíz de todo esté en esa disposición profunda y mantenida
siempre al día de vivir pendientes de lo que Dios quiera, como lo vemos en
Jesús, María y José‚.
      No se trata tanto de encontrar una lista de características o de vir-
tudes cuanto de aceptar y vivir con amor y responsabilidad el don que Dios
nos da. Porque vivir en Nazaret es ante todo un don, una vocación.
      Muchas veces establecemos nuestros propios programas de conversión,
pensamos en los fallos que tenemos que corregir, en los puntos que nos quedan
en penumbra, en formas nuevas de ser. Por encima de todos esos proyectos debe
estar la actitud básica de la atención a lo que Dios quiere, de acogida y
amor a su voluntad. Esa disponibilidad permanente hacia Él nos llevará a todo
lo otro: al trabajo y a la humildad, a la pobreza y al amor fraterno.
      ¿Qué otra cosa significa la conversión permanente si no es el estar
siempre vueltos hacia Dios y atentos a lo que Él quiere? Así aprenderemos a
unificar nuestra vida en un solo gesto de amor.
      Vivir así es perpetuar el gesto de retorno al padre del hijo pródigo.
Es saber quién es Dios verdaderamente.


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24 de febrero de 2013 - II DOMINGO DE CUARESMA – Ciclo C

  "Mientras oraba el aspecto de su rostro cambió"

      Génesis 15,5-12.17-18
      En aquellos días, Dios sacó afuera a Abrán y le dijo:
      - Mira al cielo, cuenta las estrellas si puedes.
      Y añadió:
      - Así será  tu descendencia.
      Abrán creyó al Señor y se le contó en su haber.
      El Señor le dijo:
      - Yo Soy el Señor que te sacó de Ur de los Caldeos, para darte en pose-
sión esta tierra.
      El le replicó:
      - Señor Dios, ¿Cómo sabré que voy a poseerla?.
      Respondió el Señor:
      - Tráeme una ternera de tres años, una cabra de tres años, un carnero
de tres años, una tórtola y un pichón.
      Abrán los trajo y los cortó por el medio, colocando cada mitad frente
a la otra, pero no descuartizó las aves. Los buitres bajaban a los cadáveres
y Abrán los espantaba.
      Cuando iba a ponerse el sol, un sueño profundo invadió a Abrán y un
terror intenso y oscuro cayó sobre él.
      El sol se puso y vino la oscuridad; una humareda de horno y una antor-
cha ardiendo pasaban entre los miembros descuartizados.
      Aquel día el Señor hizo alianza con Abrán en estos términos: A tus des-
cendientes les daré esta tierra, desde el río de Egipto al Gran Río.

Filipenses 3,17-4,1
      Seguid mi ejemplo y fijaos en los que andan según el modelo que tenéis
en mí.
      Porque, como os decía muchas veces, y ahora lo repito con lágrimas en
los ojos, hay muchos que andan como enemigos de la cruz de Cristo: su
paradero es la perdición; su Dios, el vientre; su gloria, sus vergüenzas.
Sólo aspiran a cosas terrenas.
      Nosotros por el contrario somos ciudadanos del cielo, de donde aguarda-
mos un salvador: el Señor Jesucristo.
      El transformará nuestra condición humilde, según el modelo de su con-
dición gloriosa, con esa energía que posee para sometérselo todo. Así, pues,
hermanos míos queridos y añorados, mi alegría y mi corona, manteneos así, en
el Señor, queridos.

Lucas 9,28b-36
      En aquel tiempo, Jesús se llevó a Pedro, a Juan y a Santiago a lo alto
de una montaña, para orar. Y mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió,
sus vestidos brillaban de blancos.
      De repente dos hombres conversaban con Él: eran Moisés y Elías, que
aparecieron con gloria; hablaban de su muerte, que iba a consumar en Jerusa-
lén.
      Pedro y su compañeros se caían de sueño; y espabilándose vieron su
gloria y a los dos hombres que estaban con Él. Mientras estos se alejaban,
dijo Pedro a Jesús:
      - Maestro, qué hermoso es estar aquí. Haremos tres chozas: una para ti,
otra para Moisés y otra para Elías.
      No sabía lo que decía.
      Todavía estaba hablando cuando llegó una nube que los cubrió.
      Se asustaron al entrar en la nube. Una voz desde la nube decía:
      - Este es mi Hijo, el escogido, escuchadle.
      Cuando sonó la voz, se encontró Jesús solo. Ellos guardaron silencio
y, por el momento, no contaron a nadie nada de lo que habían visto.
     
Comentario
      Al empezar la segunda etapa del camino cuaresmal de conversión, leemos
el evangelio de la transfiguración del Señor, que anuncia su resurrección y
nuestra transfiguración como hijos de Dios.
      Para Lucas la transfiguración es uno de los últimos acontecimientos del
ministerio de Jesús en Galilea. Poco después, en el mismo capítulo, se em-
pieza a narrar el largo viaje que llevará a Jesús a Jerusalén donde, según
sus propias palabras "este Hombre tiene que padecer mucho, tiene que ser re-
chazado por los senadores, sumos sacerdotes y letrados, ser ejecutado y
resucitar al tercer día". La transfiguración, momento epifénico de la gloria
del Hijo de Dios, se ve así proyectada hacia el momento de la máxima
humillación y de la glorificación final.
      El rostro de Jesús cambió de aspecto durante la oración y hasta sus
mismos vestidos transparentaban la luz de su persona. Pero lo más importante
no es la apariencia externa sino la realidad que se manifiesta. La trans-
figuración de Jesús es la manifestación de Dios, de la presencia de Dios en
su naturaleza humana en el momento en que se encamina hacia la cruz. Los
signos de esta manifestación personal de Dios son: la luz que brillaba en el
rostro de Jesús ("vieron su gloria"), la nube y la voz.
      Como en otras teofanías bíblicas, hay por parte de Dios una voluntad
de acercamiento, de comunión y una reacción de temor inicial por parte del
hombre. En este caso la voz que se oye y las palabras pronunciadas ("Este es
mi Hijo, el Elegido. Escuchadle") hacen que la manifestación de Dios sea
particularmente clara y explícita. La designación de Jesús como hijo
predilecto recuerda la figura mesiánica del "siervo de Yavé", el siervo que
lleva sobre sus espaldas los pecados del mundo y que ofrece su vida como
rescate por los demás.
      La referencia al misterio pascual viene, por último, confirmada por el
contenido de la conversión de Jesús con Moisés y Elías: "Hablaban de su
éxodo, que iba a completar en Jerusalén".
      De esta manera queda evidenciada la relación entre la manifestación de
Dios en el monte de la transfiguración (el Tabor) y la suprema manifestación
de Dios en la muerte y resurrección de Cristo.

                                En Nazaret
      En la montaña de la transfiguración Cristo manifestó su gloria. En
Nazaret no hubo ninguna manifestación, al contrario, Jesús pasaba por uno de
tantos. Pero en Nazaret, como en los demás sitios, Jesús era en persona la
manifestación de Dios.
      La segunda carta de S. Pedro testimonia así la experiencia de quien
presenció la transfiguración en el Tabor: "Porque cuando os hablábamos de la
venida de nuestro Señor, Jesús Mesías, en toda su potencia, no plagiábamos
fábulas rebuscadas, sino que habíamos sido testigos presenciales de su gran-
deza. El recibió de Dios honra y gloria cuando, desde la sublime gloria, le
llegó aquella voz tan singular: "Este es mi hijo a quien yo quiero, mi
predilecto" 2Pe 1,16-18. Otro de los testigos dice: "Y la Palabra se hizo
hombre, acampó entre nosotros y contemplamos su gloria, gloria de Hijo único
del Padre" Jn. 1,14.
      María y José no vieron en Nazaret la gloria de su hijo, que era a la
vez el Hijo del Padre, pero no por ello son menos testigos de la realidad
humana y divina de Jesús: Ellos sabían quién era Jesús y lo testimoniaron.
Hay cosas en los evangelios que nadie hubiera sabido si ellos no lo hubieran
contado. Pero sobre todo su vida es el mejor testimonio: una vida llena de
fe y de amor es el signo claro de alguien que "ha visto" quién es Jesús.
      Nadie mejor que María y José podrían haber dicho con el apóstol Juan:
"Lo que existía desde el principio, lo que oímos, lo que vieron nuestros
ojos, lo que contemplamos y palparon nuestras manos, -hablamos de la Palabra
que es vida, porque la vida se manifestó, nosotros la vimos, damos testimonio
y os anunciamos la vida eterna que estaba de cara al Padre y se manifestó a
nosotros-, eso que vimos y oímos os lo anunciamos ahora" I Jn 1,1-3.
      María y José‚ no estuvieron en el Tabor. José‚ probablemente había muerto
ya cuando Jesús comenzó la vida pública y por tanto no pudo oír hablar de sus
milagros. Y sin embargo nadie mejor que ellos vio, contempló y palpó con sus
manos la Palabra que es vida.

Nuestro testimonio
      La transfiguración de Cristo es la garantía de nuestra propia
transfiguración que va actuándose a medida que, como Abrahán, renovamos la
alianza con el Dios siempre fiel.
      Esta transfiguración o transformación permanente es nuestra tarea de
cristianos. Consiste en ir siendo cada vez más transparentes a la luz que
viene del Señor, en manifestar cada vez mejor con nuestra vida que Dios salva
al mundo, en vivir de modo que "alumbre también nuestra luz ante los hombres,
que vean el bien que hacemos y glorifiquen a nuestro Padre del cielo". Mt
5,16.
      Nosotros quisiéramos ver a veces esta transformación a ritmo acelerado.
Pero la realidad de la vida nos enseña que se trata de un proceso lento.
      El contacto prolongado que María y José tuvieron con Jesús en Nazaret
nos revela la dimensión fundamental de nuestro testimonio. El testigo se
cualifica por la inmediatez y la experiencia de lo que dice más que por la
maestría con que expone la doctrina o el mensaje.
      Muchas veces el anuncio del mensaje adolece de falta de experiencia y
se queda en palabras vanas dichas sin convencimiento.
      Cuesta quedarse en Nazaret esperando que Cristo "transformará la bajeza
de nuestro ser reproduciendo en nosotros el esplendor del suyo, con esa
energía que le permite incluso someter el universo" Fil 3,21.

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17 de febrero de 2013 - I DOMINGO DE CUARESMA – Ciclo C

"El Espíritu lo fue llevando por el desierto"
  
Deuteronomio 26,4-10
      Dijo Moisés al pueblo:
      - El sacerdote tomará de tu mano la cesta con las primicias y la pondrá 
ante el altar del Señor, tu Dios.
      Entonces tu dirás ante el Señor, tu Dios: "Mi padre fue un arameo
errante, que bajó a Egipto, y se estableció allí con unas pocas personas.
      Pero luego creció, hasta convertirse en una raza grande, potente y
numerosa.
      Los Egipcios nos maltrataron y nos oprimieron, y nos impusieron una
dura esclavitud.
   Entonces clamamos al Señor, Dios de nuestros padres; y el Señor escuchó
nuestra voz, miró nuestra opresión, nuestro trabajo y nuestra angustia.
      El Señor nos sacó de Egipto con mano fuerte y brazo extendido, en medio
de gran terror, con signos y portentos.
      Nos introdujo en este lugar, y nos dio esta tierra, una tierra que mana
leche y miel.
      Por eso ahora traigo aquí las primicias de los frutos del suelo, que
tú, Señor, me has dado".
      Las pondrás ante el Señor, tu Dios, y te postrarás en presencia del
Señor, tu Dios.

Romanos 10,8-13
   La Escritura dice: "La palabra está cerca de ti: la tienes en los labios
y en el corazón."
      Se refiere al mensaje de la fe que os anunciamos.
      Porque si tus labios profesan que Jesús es el Señor y tu corazón cree
que Dios lo resucitó, te salvarás.
      Por la fe del corazón llegamos a la justicia, y por la profesión de los
labios a la salvación.
      Dice la Escritura: "Nadie que cree en Él quedará defraudado".
      Porque no hay distinción entre Judío y Griego; ya que uno mismo es el
Señor de todos, generoso con todos los que lo invocan.
      Pues "todo el que invoca el nombre del Señor se salvará."
                           
      Lucas 4,1-13
      En aquel tiempo, Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán,
y durante cuarenta días, el Espíritu lo fue llevando por el desierto,
mientras era tentado por el diablo.
      Todo aquel tiempo estuvo sin comer, y al final sintió hambre. Entonces
el diablo le dijo:
      - Si eres el Hijo de Dios, dile a esta piedra que se convierta en pan.
      Jesús le contestó:
      - Está escrito: "No sólo de pan vive el hombre".
      Después, llevándole a lo alto, el diablo le mostró en un instante todos
los reinos del mundo, y le dijo:
      - Te daré el poder y la gloria de todo eso, porque a mí me lo han dado
y yo lo doy a quien quiero. Si tu te arrodillas delante de mí, todo será 
tuyo.
      Jesús le contestó:
      - Está escrito: "Al Señor tu Dios adorarás y a El solo darás culto".
      Entonces lo llevó a Jerusalén y lo puso en el alero del templo y le
dijo:
      - Si eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo, porque está escrito: "En-
cargaré a los  ángeles que cuiden de Ti", y también: "te sostendrán en sus
manos, para que tu pie no tropiece con las piedras".
      Jesús le contestó:
      - Está mandado: "No tentarás al Señor tu Dios".
      Completadas las tentaciones, el demonio se marchó hasta otra ocasión.

Comentario
      Comenzamos hoy el itinerario penitencial que nos llevará a la Pascua,
signo supremo de nuestra reconciliación con el Padre.
      En el primer domingo de cuaresma leemos el evangelio de la prueba de
Jesús en el desierto.
      Jesús, lleno del Espíritu Santo, que había recibido en plenitud en el
bautismo, fue conducido por ese mismo Espíritu al desierto. Y allí, en el
desierto, el diablo le puso a prueba.
      Examinando cuales son las tres tentaciones que el diablo le presenta,
pueden considerarse como una sola prueba fundamental: el intento de alejarlo
del cumplimiento de la voluntad del Padre.
      "Si eres hijo de Dios, dile a esta piedra que se convierta en pan". Es
la tentación de la concupiscencia de la carne". Como todo hombre, Jesús se
ve impulsado a independizarse del Padre, que da el pan y la vida. Para Jesús
la tentación consistía en concreto en iniciar la senda de un mesianismo pura-
mente humano. Pero Él adopta desde el principio una actitud de plena
confianza filial en el Padre. Así podrá decir más tarde: "No andéis agobiados
pensando que vais a comer, o que vais a beber..." Mt 6,31. Es la línea de
pobreza de Jesús. Para Él el alimento es la voluntad del Padre.
      "Te daré todo este poder y toda esta gloria... " Es la tentación de la
"concupiscencia de los ojos". El diablo pretende inclinarlo hacia un me-
sianismo de tipo político y temporal, alejándolo del designio del Padre que
lo quiere el Mesías de la humillación y de la cruz. Es la tentación del
poder, que a tantos ha corrompido y de la que pocos se ven libres. Jesús en
su respuesta deja bien claro que el único absoluto es Dios ante quien todos
tienen que postrarse.
      "Si eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo..." Es la tentación del
"orgullo de la vida" que pretende desafiar a Dios y ponerlo al propio
servicio. Para Jesús suponía la opción entre presentarse con la ostentación
propia del Mesías o ir por el camino de la humildad y de la sencillez. Y es
éste el camino que elige mostrando así, bien a las claras, que es el verdadero
Hijo de Dios.
      El evangelio de hoy termina con una frase de tono misterioso: "El
diablo, acabadas sus pruebas, se marchó hasta su momento". Este momento es
sin duda el de la pasión y muerte de Jesús. Fue entonces cuando Jesús sintió
todo el peso de la fragilidad de su condición humana y "el poder de las ti-
nieblas" Lc 22,53.
      Jesús superó aquella suprema tentación con la oración, poniéndose con
total confianza en las manos del Padre.

La prueba de Nazaret
      La vida en Nazaret fue también un tiempo de prueba que fue madurando
las respuestas firmes y tajantes dadas por Jesús al tentador en el desierto.
      Podríamos decir que la tentación típica de Nazaret es la que el diablo
puso a Jesús en tercer lugar, la de querer manifestar el propio valer, la de
creerse por encima de los demás, la de pensar que Dios mismo debe estar al
servicio del hombre y mandar sus ángeles para que no tropiece.
      En la historia real de Jesús, María y José en Nazaret nada hay que
indique el recurso a lo divino para valorar lo humano o remediar su in-
capacidad y limitación. Los tres sabían desde el principio el misterio que
se albergaba en su casa y, sin embargo, el tiempo pasaba y pasaba sin que
nada diera a entender quién era el que vivía allí. La distancia entre la
realidad divina de Jesús y la realidad de su vida en Nazaret mide la grandeza
de este misterio.
      Jesús no eligió el camino fácil de mostrarse como Hijo de Dios antes
de tiempo. En las palabras de S. Pablo: "No se aferró a su categoría de Dios;
al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, ha-
ciéndose uno de tantos" Fil 2,6-7. Jesús siguió el camino de la humildad y
de la pobreza y, sólo cuando el Padre quiso, abandonó Nazaret para anunciar
la llegada del Reino.
      La actitud de Jesús en el momento de la suprema tentación ("Si eres
Hijo de Dios, sálvate y baja de la cruz" Mt 27,40) ilumina de forma de-
finitiva su actitud de no abandonar Nazaret antes de tiempo para mostrar
quién era.

                             Nuestra tentación
      Quien intenta vivir hoy el estilo de vida de Nazaret, se encuentra fre-
cuentemente con la tentación de querer poner en evidencia lo que vale, de
abandonar la sana tensión existente entre el ser y aparecer, de dar rienda
suelta a lo más superficial.
      En las fases más agudas de esta tentación, propia de Nazaret, se llega
a no ver sentido a una vida así. No se acierta a entender cómo Dios puede
salvar el mundo a través de los minúsculos gestos de servicio que pide la
vida de familia, a través del cansancio de un trabajo monótono y poco bri-
llante, a través de una vida sin perspectivas amplias, notorias, iluminadoras
para personas o grupos.
      Quien vive momentos así, está tentado de escapar de Nazaret para, ­por
fin-, empezar a hacer algo en la vida, porque le parece que estar así,
viviendo como en Nazaret, es perder el tiempo.
      El origen de esta tentación puede estar fuera de nosotros, pero lo más
frecuente es que provenga de esa parte de nosotros mismos aún no redimida que
todos llevamos dentro. En la raíz de esta tentación hay una falta de con-
fianza en Dios, dueño de nuestra vida, que sabe, ­y cómo-, lo que hay que
hacer para salvar al mundo. Nuestra iniciativa, o nuestra impaciencia, (o
nuestro orgullo) nos lleva a querer acortar el tiempo de Nazaret, a querer
ver que ya existe el reino de Dios, a querer mostrar -como le proponía a
Jesús el diablo- que somos hijos de Dios, por medios muy distintos a los que
él mismo nos propone.
      El camino de Nazaret es el camino de la humildad, de la sencillez, de
la vida oscura en familia, del vivir más que predicar. Nazaret es el tiempo
de vivir lo que más tarde, cuando Dios quiera y por los medios que Él quiera,
se anunciará. El reinado de Dios en Nazaret se parece a un tesoro escondido
en el campo; si un hombre lo encuentra lo vuelve a esconder y de la alegría
va a vender todo lo que tiene y compra el campo aquel. Mt. 13,44.

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3 de febrero de 2013 - IV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIOCiclo C

                   "Pero, ¿no es éste el hijo de José?"

      Lucas 4,21-30
      En aquel tiempo, comenzó Jesús a decir en la sinagoga:
      Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír.
      Y todos le expresaban su aprobación y se admiraban de las palabras de
gracia que salían de sus labios.
      Y decían:
      - ¿No es éste el hijo de José?
      Y Jesús les dijo:
      - Sin duda me recitaréis aquel refrán: "Médico, cúrate a ti mismo": haz
también aquí en tu tierra lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaúm.
      Y añadió:
      - Os aseguro que ningún profeta es bien mirado en su tierra. Os garan-
tizo que en Israel había muchas viudas en tiempos de Elías, cuando estuvo
cerrado el cielo tres años y seis meses y hubo una gran hambre en todo el
país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías más que a una viuda
de Sarepta, en el territorio de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en
tiempos del Profeta Eliseo, sin embargo, ninguno de ellos fue curado más que
Naamán, el sirio.
      Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose,
lo empujaron fuera del pueblo hasta un barranco del monte en donde se alzaba
el pueblo, con intención de despeñarlo.
      Pero Jesús se abrió paso entre ellos y se alejaba.

Comentario
      El Evangelio nos presenta hoy la segunda parte de la visita a Nazaret
que Jesús hizo en los comienzos de su vida pública.
      Ante su discurso mesiánico en la sinagoga "todos se declaraban en con-
tra, extrañados de que mencionase sólo las palabras sobre la gracia".
      Los habitantes de Nazaret conocían bien a Jesús, lo sabían todo acerca
de él. Sabían quién era su padre y su madre, donde estaba su casa, cuál era
su oficio. Habían visto sus idas y venidas, están al corriente de sus costum-
bres, de su manera de ser, de sus amistades y de su familia.
      Y fue quizá  este conocimiento tan completo lo que se alzó como un muro
ante sus ojos para no comprender el misterio de Jesús. Aquel modo nuevo de
hablar, aquellas palabras que pretendían revelar el misterio desconcertaron
a todos. Esto puede explicar el dicho de Jesús sobre la acogida al profeta
en su propia patria. De hecho explica también la palabra de san Juan: "vino
a su casa, pero los suyos no le recibieron" Jn: 1,11.
      En el fondo late el problema de la identidad de Jesús. ¿Quién es éste
a quien todos tienen por hijo de José, que se identifica con el Mesías, que
se llama profeta, que dice tener una misión en Israel y fuera de Israel?
      Los vecinos de Nazaret, aferrados a sus noticias sobre el Jesús a quien
habían visto crecer entre ellos "se pusieron furiosos y, levantándose, lo
empujaron fuera del pueblo... con intención de despeñarlo". La reacción está 
sin duda exagerada y no todos la compartirían, pero manifiesta la actitud
general ante Jesús que se presenta como Mesías, actitud mil veces repetida
a lo largo de la historia y que el propio evangelista veía realizada en su
época.
      El rechazo es una actitud muy distante del no comprender, del no saber
cómo son las cosas, del no acertar a ver claro. Esta última es la situación
de los discípulos en muchas ocasiones y también la de María y José en el
episodio del templo cuando Jesús tenía doce años.
      En la respuesta que Jesús da a sus compatriotas para explicar que allí
no haría milagros por su falta de fe, alude a dos hechos del Antiguo Testa-
mento cuyos protagonistas son dos profetas. Jesús sitúa la acción en la misma
línea universalista que Elías y Eliseo, quienes mostraron con su manera de
proceder que el favor de Dios se obtiene, no por ser judío o no serlo, sino
por creer. Si a las palabras alusivas a su misión profética añadimos las del
texto referente al siervo de Yavé citado poco antes, podemos concluir que
Jesús no sólo se presenta como profeta, sino como algo más. "Aquí hay uno que
es más que Jonás", dirá en otra ocasión.
      El rechazo de Nazaret hacia su profeta es precursor del que le dispen-
sará Jerusalén. "¡Jerusalén, Jerusalén que matas a los profetas y apedreas
a los que se te envían!" Lc 13,34. El gesto de empujarlo "fuera del pueblo"
recuerda el de la comparación de los viñadores puesta por Jesús para descri-
bir su propia situación. "Lo empujaron fuera de la viña y lo mataron" Mt
21,39. Por eso dirá el autor de la carta a los Hebreos: "Jesús, para consa-
grar al pueblo con su propia sangre, murió fuera de las murallas. Salgamos,
pues, a encontrarlo fuera del campamento, cargando con su oprobio" Heb 13,12-
13.

                              El otro Nazaret
      El Evangelio de hoy nos presenta el Nazaret que no acogió a Jesús y
pretendió eliminarlo, pero hay otro Nazaret.     
      En el mismo lugar donde hoy hemos presenciado el rechazo y la cerrazón,
hubo alguien que desde el primer momento lo acogió con amor y puso toda su
vida a su servicio.
      María y José‚ dieron el asentimiento de la fe desde el principio, desde
que Dios, por medio del  ángel, reveló a cada uno por separado quién era el
hijo que había de venir.
      No todo estuvo claro desde el principio, las dimensiones reales de la
vocación a la que eran llamados sólo las irían descubriendo en sucesivas
experiencias, pero la actitud inicial de fe es nítida desde el comienzo.
      El aceptar la colaboración con los planes de Dios acogiendo a Cristo
en sus vidas, cambió el rumbo de su existencia en plena juventud y cumplió
de manera misteriosa su destino.
      La vida de fe de María y de José‚ fue madurando entorno a Jesús. Hubo
algunos hechos, algunas situaciones y algunas palabras que les fueron
abriendo horizontes. Palabras y hechos recordados y meditados mil veces, con
el afán de descubrir el misterio y de adentrarse en él. Fueron momentos
preciosos, rayos de luz que iluminan un trozo del sendero: las palabras de
Simeón, la adoración de los magos, las palabras de Jesús en el templo... Y
al lado de los hechos que han sido recogidos en la narración evangélica
tantas otras palabras, tantos otros gestos de la vida de cada día. Todo ello
recogido con amor, madurado al sol del cariño familiar, iba dando cada día
el tono de la fe para vivir la virginidad, para entregarse en el servicio,
para sacrificarse por el bien del otro.
      El Jesús acogido, respetado, infinitamente amado, atendido, curado,
limpiado, estimulado en el esfuerzo por María y por José fue creciendo en el
otro Nazaret.
      Cuando se presentó como Mesías ante sus conciudadanos, éstos lo recha-
zaron y no creyeron, pero él sabía que el germen de la fe había empezado a
crecer desde hacía años en aquella misma tierra.

                                Nuestra fe
      Es fundamental el primer momento de la fe. La toma de conciencia de que
Jesús es el Señor y de que puede cambiar toda nuestra vida. Nadie puede
llegar por sus propias fuerzas a la fe, es un don de Dios.
      Los habitantes de Nazaret son un caso entre muchos de cómo uno puede
cerrarse y no acoger a Jesús como Mesías y Señor, lo que por otra parte
muestra que el hombre es libre para aceptar o no el don que se le ofrece.
      Mirando a este Nazaret hoy y a la iluminación que recibe desde el otro
Nazaret, aprendemos lo que significa creer.
      Creer es entregarse a él sin condiciones, desde el primer momento. Es
dejar que tome él el timón de nuestra vida y haga con ella lo que quiera. Es
aceptar a Jesús como Profeta y como Salvador: el profeta que nos dice toda
la verdad acerca de nosotros mismos y acerca de Dios, el salvador que nos
saca de nuestros pecados y de la estrechez de nuestras miras.
      Creer es estar con Jesús, hacer todo lo posible por que crezca en noso-
tros y en los demás.
      Mirando hoy a Nazaret nuestra fe recibe un nuevo impulso no sólo para
reafirmar la donación inicial, sino para trabajar cada día por adentrarnos
más en ella y por que otros hombres tengan la oportunidad de un encuentro con
Cristo.


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27 de enero de 2013 - III DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO – Ciclo C

                                                                              "Hoy se ha cumplido este pasaje"

      Lucas 1,1-4; 4,14-21
      Ilustre Teófilo:
      Muchos han emprendido la tarea de componer un relato de los hechos que
se han verificado entre nosotros, siguiendo las tradiciones transmitidas por
los que primero fueron testigos oculares y luego predicadores de la Palabra.
Yo también, después de comprobarlo todo exactamente desde el principio, he
resuelto escribírtelos por su orden, para que conozcas la solidez de las
enseñanzas que has recibido.
      En aquel tiempo, Jesús volvió a Galilea, con la fuerza del Espíritu;
su fama se extendió por toda la comarca. Enseñaba en las sinagogas y todos
lo alababan.
      Fue Jesús a Nazaret, donde se había criado, entró en la sinagoga, como
era su costumbre los sábados, y se puso en pie para hacer la lectura. Le
entregaron el Libro del Profeta Isaías y, desenrollándolo, encontró el pasaje
donde estaba escrito:
      "El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha
enviado para dar la Buena Noticia a los pobres, para anunciar a los cautivos
la libertad, y a los ciegos la vista. Para dar libertad a los oprimidos;
para anunciar el año de gracia del Señor".
      Y, enrollando el libro, lo devolvió al que le ayudaba, y se sentó.
      Toda la sinagoga tenía los ojos fijos en él. Y él se puso a decirles:
      - Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír.

Comentario           
      A partir del bautismo, Lucas nos presenta a Jesús "lleno de Espíritu
Santo". Movido por el mismo Espíritu va primero al desierto, donde pasa
cuarenta días, y después "con la fuerza del Espíritu, Jesús volvió a Gali-
lea".
      En Nazaret, donde se había criado, en medio de una celebración de la
palabra y ante una asamblea compuesta por sus compatriotas, proclama que el
tiempo se ha cumplido, que la palabra de Dios anunciada por los profetas se
está haciendo realidad y se identifica con el siervo de Yavé (el Mesías) a
que se refieren las palabras leídas en la sinagoga.
      Es muy significativo que esta solemne proclamación se haga precisamente
en Nazaret, donde él había crecido. Jesús anuncia el evangelio allí mismo
donde había vivido, donde ciertamente había hablado y actuado en otro tono
y en modo muy diverso.
      Si leemos los versículos siguientes al pasaje de hoy, vemos que los
treinta años de vida oculta en Nazaret no habían servido para suscitar la fe
en ninguno de sus conciudadanos. Y sin embargo, de Nazaret salió la Palabra
que se extendió y suscitó la fe en Galilea, en Samaría, en Judea y, después
de la resurrección salió de Jerusalén para extenderse por todo el mundo.
      Hay un misterio muy profundo en los años de Nazaret. El Jesús acogido
y aclamado en los primeros momentos de su venida al mundo, adorado por reyes
y pastores, reconocido por Simeón y Ana, anunciado "a los que esperaban la
liberación de Jerusalén" Lc 2,38. El Jesús anunciado por los ángeles como
grande, Hijo del Altísimo" a quien "el Señor Dios dará el trono de David su
padre" que "reinará  para siempre sobre la casa de Jacob y su reinado no
tendrá fin" Lc 2,32-34. El Jesús "luz de las naciones" y "Salvador", conce-
bido por obra del Espíritu Santo. Este Jesús, hasta que no es ungido por el
Espíritu Santo en el Jordán, no se presenta como Mesías, no anuncia el men-
saje de que es portador, no se da a conocer.
      El texto de Isaías citado por el evangelista, que Jesús se aplica en
primera persona, es importantísimo para entender la conciencia mesiánica de
Jesús. Y Lucas coloca el acontecimiento precisamente en Nazaret y no en otras
sinagogas de la comarca, donde también Jesús enseñaba probablemente las
mismas cosas y donde era admirado por todos (Lc 4,15).
      El pasaje de hoy tiende un puente entre los años de ocultamiento y
anonadamiento de Jesús y los años de anuncio del mensaje. Lucas menciona
expresamente que el Nazaret donde Jesús proclama que la profecía de Isaías
se ha cumplido, es el mismo Nazaret donde se había criado.
      El Nazaret evangelizado con el trabajo, con la vida de familia, con la
oración doméstica, con las idas y venidas, con la caridad, la alegría, el
respeto, la humildad y la sencillez de vida durante treinta años, es ahora
evangelizado con la proclamación solemne de la llegada del Mesías.
      El adverbio "hoy" ("Hoy, en vuestra presencia, se ha cumplido este
pasaje") corresponde al momento del anuncio del reino de Dios, al momento de
llevar la buena noticia a los pobres, de anunciar la libertad a los cautivos
y la vista a los ciegos... Este es el momento de la Palabra, de la manifes-
tación, de la iluminación. El otro es el tiempo del ser y de la vida que
crece, que se cría en silencio.
      El momento del "hoy" en que se cumple la Escritura, arroja así toda su
luz sobre el tiempo de la oscuridad de la vida en Nazaret. El Mesías hoy
proclamado vivía ya cuando nada se sabía de él.
      Vemos así cómo el Nazaret del silencio está en conexión con los otros
momentos en los que el Mesías, el Hijo de Dios, aun siéndolo siempre, no lo
parece. El Nazaret del silencio está sobre todo en la misma línea del momento
de la suprema humillación en la pasión y en la muerte en cruz.
      El Nazaret del silencio es espejo de todos los momentos y situaciones
en las que Dios parece callar, impotente, inerme, trascendente. El Dios que
es palabra, poder, fuerza y cercanía e intimidad.     
      Hay un misterio en todo esto que sólo se descubre quedándose largos
ratos en Nazaret con Jesús, María y José.


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20 de enero de 2013 - II DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO – Ciclo C

"Comenzó Jesús sus señales"

      Juan 2,1-12
      En aquel tiempo, había una boda en Caná  de Galilea y la madre de Jesús
estaba allí; Jesús y sus discípulos estaban también invitados a la boda.
      Faltó el vino y la madre de Jesús le dijo:
      - No les queda vino.
      Jesús le contestó:
      - Mujer, dé‚jame, todavía no ha llegado mi hora.
      Su madre dijo a los sirvientes:
      Haced lo que él os diga.
      Había allí colocadas seis tinajas de piedra, para las purificaciones
de los judíos, de unos cien litros cada una.
      Jesús les dijo:
      - Llenad las tinajas de agua.
      Y las llenaron hasta arriba.
      Entonces les mandó:
      - Sacad ahora, y llevádselo al mayordomo.
      Ellos se lo llevaron.
      El mayordomo probó al agua convertida en vino sin saber de donde venía
(los sirvientes sí lo sabían, pues habían sacado el agua), y entonces llamó
al novio y le dijo:
      - Todo el mundo pone primero el vino bueno y cuando están bebidos, el
peor; tú en cambio has guardado el vino bueno hasta ahora.
      Así en Caná de Galilea Jesús comenzó sus signos, manifestó su gloria
y creció la fe de sus discípulos en él.
      Después bajó a Cafarnaúm con su madre y sus hermanos y sus discípulos,
pero no se quedaron allí muchos días.

Comentario
      Las últimas palabras del evangelio de hoy nos dan la clave para enten-
der el texto entero. "En Caná de Galilea comenzó Jesús sus señales, manifestó
su gloria y sus discípulos creyeron en él".
      Para Juan los milagros de Jesús son señales, signos detrás de los cua-
les hay que descubrir una realidad más profunda. Con estos signos Jesús mani-
fiesta su gloria, es decir, su condición divina. Y por eso estos signos
interpelan a quien los contempla: en este caso tenemos la respuesta de la fe
de los discípulos.
      Este de Caná es el primer signo y, como todos los otros que aparecen
en el Evangelio de Juan, se inscribe en una línea que conduce al gran signo
de Jesús: su pasión-muerte-resurrección.
      La boda de Caná marca el comienzo de la misión de Jesús como Mesías.
Al participar en la boda de Caná, celebra públicamente su unión con la huma-
nidad, es decir inaugura en sí mismo en cuanto Hijo de Dios, la nueva alianza
entre Dios y el hombre. Pero este acontecimiento es también el comienzo de
la Iglesia, representada por María y los discípulos que "creyeron en él".
      "Y la madre de Jesús estaba allí". La presencia e intervención de María
en Caná son muy significativas. María, con un rasgo humanísimo de delicadeza
femenina, se da cuenta de la situación y se lo dice a Jesús. Ante la res-
puesta aparentemente distante de su Hijo, María, con aquella fe que ya Isabel
había elogiado, manda a los servidores que hagan lo que Él diga.
      Una lectura de los símbolos hecha a través de los siglos por la Igle-
sia, ve en María la representación de la antigua alianza preparando con su
fe la realización de la nueva. Ella se da cuenta de que las tinajas (seis,
número incompleto en la Biblia) no tienen vino (símbolo de la fiesta y de la
alegría mesiánica) y pide, al único que puede llenarlas del vino nuevo de la
vida nueva, que se cumpla ya el tiempo. El maestresala (figura de los res-
ponsables del pueblo de Israel) no acierta a entender lo que ha pasado. Sólo
los que creen (María y los discípulos) entran en la nueva alianza realizada
en Cristo.

                            El signo de Nazaret
      El Evangelio de Juan, en el pasaje que hemos leído, nos enseña a hacer
una lectura simbólica y representativa de los hechos de la vida de Jesús. Los
milagros son los momentos clave, los momentos cargados de significado
simbólico en los que se transparenta el misterio de Cristo. Como hemos dicho,
todos ellos hacen referencia al gran signo de la muerte-resurrección.
      Pero, ¿no podría interpretarse el tiempo de Nazaret como un signo? Los
evangelios apócrifos abundan en sucesos milagrosos durante la infancia del
Señor, pero no es en esa línea en la que debemos movernos para descubrir el
signo de la presencia de Jesús en Nazaret. ¿Cuáles eran los elementos del
signo de Caná de Galilea?: Una boda, unas jarras vacías que se llenan de
agua, la intervención de María, la acción de Jesús. Transformando el agua en
vino, Jesús manifestó su gloria.
      ¿Cuáles son los elementos del signo de Nazaret? Una familia, un pueblo
escondido, larga permanencia de Jesús con María y José, su obediencia, su
crecimiento, su integración total en un ambiente, en una cultura.
      ¿Qué se nos manifiesta en el signo de Nazaret? El amor de Dios al hom-
bre y a todo lo humano: instituciones, maneras de ser y de vivir, ambientes,
etc. Nos muestra también cómo Dios, que es familia, no puede vivir sin fami-
lia. El signo de Nazaret nos revela la pedagogía de Dios, su manera de hacer
las cosas, su forma de guiar al hombre, su Hijo, para que llegue a ser libre
y adulto, su paciencia para dejar madurar los tiempos.
      Nazaret nos enseña que el encuentro con Dios se puede realizar en este
mundo, en nuestros ambientes normales de trabajo y de vida. Y nos muestra
también que la vida divina puede insertarse en nuestra vida normal, o lo que
es lo mismo, que nuestra vida normal puede ser vivida a la manera divina.
      Con el milagro de Caná y con los demás signos, Jesús "manifestó su
gloria" y sus discípulos creyeron en él. El signo de Nazaret aparentemente
no manifiesta nada, es pura monotonía y oscuridad y, sin embargo, para quien
lo mira con fe, hay también en esa época de la vida de Jesús una manifes-
tación de su gloria. Sólo Dios puede hacer los milagros y por eso son signos,
y sólo Dios pudo ser hombre del modo como lo fue Jesús en Nazaret.

Vivir los signos
      Para los cristianos, los sacramentos son los signos en que se nos comu-
nica la vida de Dios. El momento sacramental es el momento fuerte de la
acción de Dios para el hombre que se acerca a él con fe y con amor.
      Quien vive el espíritu de Nazaret sabe, sin embargo, que además de los
momentos culminantes en los que se vive el signo sacramental, existen muchos
otros signos de la presencia de Dios y de su acción en la vida de cada día.
      Nazaret nos enseña a afinar la vista para descubrir también esas otras
manifestaciones calladas de su presencia y de su acción.
      Viviendo en familia con Jesús, María y José‚ en el tiempo presente, se
aprende que, hoy como ayer, la acción de Dios empapa toda la trama del tejido
humano y que no son necesarios los "milagros" para creer y vivir como
cristianos.


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13 de enero de 2013 - I DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO - Ciclo C

                             BAUTISMO DE JESUS

      Isaías 42,1-4.6-7
      Esto dice el Señor: Mirad a mi siervo, a quien sostengo; mi elegido,
a quien prefiero. Sobre él he puesto mi espíritu, para que traiga el derecho
a las naciones. No gritará, no clamará, no voceará  por las calles. La caña
cascada no la quebrará, el pabilo vacilante no lo apagará. Promoverá
fielmente el derecho, no vacilará ni se quebrará hasta implantar el derecho
en la tierra y sus leyes, que esperan las islas. Yo, el Señor, te he llamado
con justicia, te he tomado de la mano, te he formado y te he hecho alianza
de un pueblo, luz de las naciones. Para que abras los ojos de los ciegos,
saques a los cautivos de la prisión, y de la mazmorra a los que habitan en
las tinieblas.

      Hechos 10,34-38
      En aquellos días, Pedro tomó la palabra y dijo: -Está claro que Dios
no hace distinciones; acepta al que lo teme y practica la justicia, sea de
la nación que sea. Envió su palabra a los israelitas anunciando la paz que
traería Jesucristo, el Señor de todos.
      Conocéis lo que sucedió en el país de los judíos, cuando Juan predicaba
el bautismo, aunque la cosa empezó en Galilea. Me refiero a Jesús de Nazaret,
ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien
y curando a los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él.

      Lucas 3,15-22
      En aquel tiempo, el pueblo estaba en expectación y todos se preguntaban
si no sería Juan el Mesías; él tomó la palabra y dijo a todos:
      - Yo os bautizo con agua; pero viene el que puede más que yo, y no
merezco desatarle la correa de sus sandalias. El os bautizará con espíritu
santo y fuego.
      En un bautismo general, Jesús también se bautizó. Y, mientras oraba,
se abrió el cielo, bajó el Espíritu Santo sobre él en forma de paloma, y vino
una voz del cielo:
      - Tu eres mi Hijo, el amado, el predilecto.

Comentario
                             "Tu eres mi Hijo"
      El evangelista Lucas nos introduce en el misterio del bautismo de Jesús
con la predicación de Juan Bautista.
      La misión de Juan es la de preparar al pueblo ante la inminente venida
del Mesías. Su actividad es doble: predicación y bautismo. La predicación
exhorta a la conversión y el rito del bautismo la simboliza. Pero Juan es muy
consciente de la transitoriedad de esa misión. Sabe que debe ceder el puesto
a otro que ya ha venido. Y él mismo establece la diferencia entre su persona
y la del Mesías, entre su mensaje y el del Mesías, entre su bautismo y el del
Mesías. "El bautismo de Juan es el bautismo del siervo, el bautismo de Cristo
es el bautismo del Señor; el bautismo de Juan es de agua, el bautismo de
Cristo es de agua y de Espíritu Santo. El bautismo de Juan tiene como finali-
dad suscitar el espíritu de penitencia, el de Cristo es para la remisión de
los pecados. Con el bautismo de Juan, Cristo fue manifestado; con el bautismo
de Cristo, es decir, con su pasión, Cristo fue glorificado" (Ruperto de
Deutz).
      Para recibir el bautismo Jesús se mezcla entre la gente, manifestando
su solidaridad con los hombres pecadores y baja al Jordán. Es un nuevo esca-
lón en su bajada para ponerse a nivel del hombre que quiere redimir.
      "Se abrió el cielo y bajó sobre él el Espíritu Santo". Jesús, en comu-
nión eterna de vida con el Padre en el Espíritu Santo, hecho hombre por obra
del mismo espíritu, es ahora colmado del mismo espíritu. Por esta presencia
vivificante del Espíritu Santo, Jesús es ungido como Mesías y constituido
jefe del nuevo pueblo elegido y de toda la humanidad: a partir de ese momento
Jesús actúa movido por el Espíritu Santo, lo comunica a los que se le acercan
y lo entrega en plenitud al morir en la cruz, inaugurando el tiempo del
espíritu.
      "Tu eres mi Hijo, a quien yo quiero, mi predilecto". La expresión tiene
importantes resonancias en el Antiguo Testamento. El "hijo predilecto" es,
ante todo David, el rey que con su modo de ser anunciaba otro rey futuro y
definitivo. Recuerda también la figura del "siervo de Yahvé", inspirada en
David e interpretada por los evangelistas para describir los sufrimientos de
Cristo en su pasión y puede ser también todo el pueblo elegido.
      La voz del cielo expresa con claridad la unión íntima del Padre y el
Hijo en el Espíritu Santo y explica el comportamiento de Jesús con el Padre
(oración, obediencia, amor) y con los hombres. Su modo de actuar, calcado del
estilo manso, humilde y firme del siervo de Yavé, es la mejor manifestación
del amor de Dios a los hombres. "Me refiero a Jesús de Nazaret, ungido por
Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando
a los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él" Hech 10,38.

                            Visto desde Nazaret
      Visto desde Nazaret, el episodio del bautismo en el Jordán aparece como
la consagración por parte de Dios de lo que Jesús venía viviendo.
      En el Jordán adquiere, por así decirlo, la representación de todo el
pueblo elegido: es ungido como Mesías. Pero esta representación no es algo
artificial. Se ha ido forjando desde el momento de la encarnación y a través
de todos los años de Nazaret. Hasta llegar al Jordán Jesús ha recorrido el
largo desierto de la asunción de todo lo humano que se llama Nazaret.
      Cuando Jesús oyó las palabras del Padre: "Tu eres mi Hijo querido",
sabía que se referían ante todo a él como persona, pero también a todo el
pueblo de Israel y a todos los que mediante la fe y el bautismo nos iríamos
incorporando a él.
      Jesús no es un Mesías caído de las nubes, surge desde el centro mismo
del pueblo al que va a salvar.
      Su unción y poder mesiánico, el poder y la fuerza del Espíritu Santo,
se transmiten a la gente a través de las palabras, del lenguaje y de los
gestos que Jesús aprendió en Nazaret. Y de este modo su palabra estará al
mismo tiempo llena de poder y será sencilla, humana, clara y concreta. Porque
la fuerza del espíritu nada quita a lo que es verdadero valor humano. Al
contrario, lo revaloriza haciéndolo instrumento de comunicación entre Dios
y el hombre.

                                 Nosotros
      Acabamos de considerar que el bautismo de Jesús no es algo que le
afecte a él sólo. Juan Bautista anuncia: "El os bautizará con espíritu Santo
y fuego". Y Juan pagó su anuncio con la vida propia.
      Después del bautismo de Cristo, que tuvo culminación en la muerte de
cruz, también nosotros, en cuanto bautizados en nombre de la Trinidad, hemos
sido consagrados. También nosotros hemos recibido el espíritu Santo y el
Padre nos ha llamado hijos. En el bautismo se nos ha comunicado la fuerza
salvadora y liberadora de la muerte y resurrección de Cristo.
      El cristiano que vive hoy en Nazaret sabe, sin embargo, que, aunque
todo se le dio ya en el primer momento por gracia de Dios, no queda eximido
de su esfuerzo personal y de su trabajo constante para que la nueva vida
crezca, fructifique y llegue a su madurez.
      En ningún sitio mejor que en Nazaret se ve como la nueva vida es a la
vez un germen poderoso y delicado, capaz de llegar a metas insospechadas y
con muchas posibilidades de fracasar.
      Quien vive así sabe que hay una tensión permanente entre lo recibido
y lo que uno debe conquistar, entre lo que uno es y lo que debe llegar a ser.
Como San Pablo deberá decir: "No es que yo haya conseguido el premio o que
ya esté en la meta: sigo corriendo a ver si lo obtengo, pues el Mesías Jesús
lo obtuvo para mí" Fil. 3,12. Deberá además esforzarse por seguir sus
consejos que invitan al cristiano a una constante autocrítica ("Poneos a la
prueba a ver si os mantenéis en la fe, someteos a examen" 2Co 13,5) y a la
renovación ("Cambiad vuestra actitud mental y revestíos de ese hombre nuevo
creado a imagen de Dios" Ef 4,24) hasta llegar a la plena madurez en Cristo.
("En vez de eso, siendo auténticos en el amor, crezcamos en todo hacia aquél
que es la cabeza, Cristo" Ef 4,15).
      El camino de Nazaret tiene como meta, al igual que para Jesús, el
bautismo. Parece contradictorio para el cristiano hablar de un camino hacia
el bautismo. Pero, si se examina en profundidad, se puede comprender que toda
la vida ha de ser un esfuerzo para "llegar a ser" lo que "somos".


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6 de enero de 2013 - EPIFANIA DE NUESTRO SEÑOR - Ciclo C

 "¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido?"


      Isaías 60,1-6
      ¡Levántate, brilla, Jerusalén, que llega tu luz; la gloria del Señor
amanece sobre ti! Mira: las tinieblas cubren la tierra, la oscuridad los
pueblos, pero sobre ti amanecerá el Señor, su gloria aparecerá sobre ti; y
caminarán los pueblos a tu luz; los reyes al resplandor de tu aurora.
      Levanta la vista en torno, mira: todos éstos se han reunido, vienen a
ti: tus hijos vienen de lejos, a tus hijas las traen en brazos. Entonces lo
verás, radiante de alegría; tu corazón se asombrará, se ensanchará, cuando
vuelquen sobre ti los tesoros del mar y te traigan las riquezas de los
pueblos. Te inundará una multitud de camellos, los dromedarios de Madián y
de Efá. Vienen todos de Sabá trayendo incienso y oro, y proclamando las a-
labanzas del Señor.


      Efesios 3,2-3a.5-6
      Habéis oído hablar de la distribución de la gracia de Dios que se me
ha dado en favor vuestro.
      Ya que se me dio a conocer por revelación el misterio que no había sido
manifestado a los hombres en otros tiempos, como ha sido revelado ahora por
el Espíritu a sus santos apóstoles y profetas: que también los gentiles son
coherederos, miembros del mismo cuerpo y partícipes de la Promesa en
Jesucristo, por el Evangelio.

      Mateo 2,1-12
      Jesús nació en Belén de Judá en tiempos del rey Herodes. Entonces, unos
Magos de Oriente se presentaron en Jerusalén preguntando:
      ¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto
salir su estrella y venimos a adorarlo.
      Al enterarse el rey Herodes, se sobresaltó, y todo Jerusalén con él;
convocó a los sumos pontífices y a los letrados del país, y les preguntó
dónde tenía que nacer el Mesías. Ellos le contestaron:
      - En Belén de Judá, porque así lo ha escrito el profeta: "Y tu, Belén,
tierra de Judá, no eres ni mucho menos la última de las ciudades de Judá,
pues de ti saldrá un jefe que será el pastor de mi pueblo Israel".
      Entonces Herodes llamó en secreto a los Magos, para que le precisaran
el tiempo en que había aparecido la estrella, y los mandó a Belén, diciéndo-
les:
      - Id y averiguad cuidadosamente que‚ hay del niño, y, cuando lo encon-
tréis, avisadme, para ir yo también a adorarlo. Ellos, después de oír al rey,
se pusieron en camino, y de pronto la estrella que habían visto salir comenzó
a guiarlos hasta que vino a pararse encima de donde estaba el niño. Al ver
la estrella, se llenaron de inmensa alegría. Entraron en la casa, vieron al
niño con María, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron; después,
abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra.
      Y habiendo recibido en sueños un oráculo para que no volvieran a He-
rodes, se marcharon a su tierra por otro camino.

Comentario

             "¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido?"

      La fiesta de la epifanía es la celebración de la manifestación del Se-
ñor. Habiendo nacido en Belén de Judea, en el seno del pueblo elegido, Jesús
se manifiesta en primer lugar a los judíos: los pastores recibieron las
primicias del anuncio de que había nacido un Salvador.
      Pero el evangelio de hoy nos lleva a perspectivas más amplias. Subraya
la dimensión universalista de la venida de Dios entre los hombres. Se cumple
así el gran misterio de la gracia de Dios: "que los paganos mediante el
Mesías Jesús, y gracias a la buena noticia, entran en la misma herencia,
forman un mismo cuerpo y tienen parte en la misma promesa" Ef 3,6.
      El plan de Dios de salvar a todos los hombres había comenzado con la
llamada de Abrahán, pagano también él. Su respuesta de fe le constituyó en
padre de los creyentes y depositario de una alianza no condicionada, basada
únicamente en la gracia y en la palabra de Dios.
      Pero, a medida que avanzó la historia de la salvación, el pueblo hebreo
desvirtuó en gran parte los contenidos de la alianza al subrayar el aspecto
legalista de la revelación divina, el aspecto nacionalista de la elección y
el aspecto de cumplimiento externo frente a la actitud profunda de fe y de
conversión del corazón.
      Los profetas protestaron, y en ocasiones de forma muy dura, contra
estas graves desviaciones y anunciaron una alianza nueva y definitiva en los
tiempos mesiánicos.
      La visita de los magos es para el evangelista el primer anuncio de esta
nueva alianza: definitiva y universal. Y los magos experimentaron una gran
alegría al ver de nuevo la estrella y encontrar a Cristo en Belén.
      El niño que los magos buscan es "el rey de los judíos". Un rey cuya
soberanía es distinta de la del rey Herodes, también el rey de los judíos.
Este conflicto sobresalta a Herodes (y con él a toda Jerusalén) manifestando
así la condición del recién nacido.
      Los magos, guiados por las instrucciones falaces de Herodes, pero sobre
todo por la estrella, signo de la acción directa de Dios, llegan al lugar
donde estaba Jesús, lo reconocen y, "cayendo de rodillas le rinden homenaje".
      Los autores ven en el paralelismo pastores-magos los dos modos de
llegar al conocimiento de Dios: por la revelación (los pastores) y a través
de la razón natural (los magos). Pero el modo más exacto de comprender el
paralelismo de los dos encuentros con el Salvador es considerar ambos en la
perspectiva de la historia de la salvación que arranca del pueblo elegido y
llega a todos los hombres.
      Los magos encuentran al "niño con María su Madre". José‚ no aparece
citado en este momento. Sólo después que los magos se van asume su papel de
jefe y guía de la Sagrada Familia.
      El encuentro de Jesús por parte de los magos les produce una gran
alegría. A la iluminación externa de la estrella se une la iluminación inter-
na de la fe. Reconocen en Jesús niño en brazos de su Madre al rey, es decir,
al salvador universal.

                                En Nazaret
      La visita de los magos es uno de los hechos pertenecientes a la in-
fancia de Jesús que María conservaba en su corazón durante el período de
Nazaret.
      Las palabras del  Ángel Gabriel en la anunciación, la adoración de los
pastores y reyes, la proclamación de Simeón y de Ana, las palabras de Jesús
en el momento que lo encontraron en el templo... son otros tantos momentos
en los que se transparenta, para quien lee los acontecimientos con la fe en
el corazón, la dimensión trascendente y divina de Jesús.
      En el período oscuro de Nazaret, Jesús aparentemente no revela nada,
no manifiesta nada, no da a conocer ni quién es ni cuál es su misión.
      Pero si meditamos con más atención, descubriremos que con su presencia
prolongada y callada en el humilde pueblo de Galilea nos manifiesta dos cosas
muy importantes:
      - Dios quiere penetrar y asumir la realidad del mundo que él mismo
creó. En Cristo Dios incorpora la materia a sí mismo y no de una manera arti-
ficial y mágica, sino natural, progresiva, humana.
      - Dios quiere salvar a los hombres desde dentro, haciéndose hombre,
entrando en la manera de ser y de vivir de los hombres. Por eso la salvación,
que viene del cielo, podrá ser vivida también como algo que germina de la
tierra en el corazón de cada hombre. Era éste el ideal preanunciado por los
profetas: que Dios cambiaría el corazón del hombre y escribiría en él su ley.
      Ya no hay dos mundos: uno sagrado y otro profano. En Jesús, hijo del
hombre e Hijo de Dios todo queda unificado y santificado.
      Estos aspectos tan importantes de la revelación que brillan de un modo
particular en Nazaret dan a la salvación traída por Cristo toda su dimensión
universalista y cósmica: ya no hace falta ser judío para salvarse, ya no hace
falta ir al templo para orar, ya no hace falta bendecir a las cosas para que
estén benditas, ya no van el mundo y Dios por dos caminos irreconciliables.
      El mensaje del Nuevo Testamento explicitará poco a poco todos estos
puntos con las palabras claras y bien conocidas. Pero antes de ser dichas,
todas estas cosas fueron vividas en Nazaret. Es más, si pudieron ser dichas
con verdad es porque antes habían sido realizadas.

                            El vivir cristiano
      El vivir cristiano de quien contempla el misterio desde Nazaret:
  -   valora en su justo precio el momento manifestativo de Dios porque sabe
      que lo que ha dicho es cierto en la vida;
  -   sabe conjugar palabra explícita y testimonio oscuro de una vida senci-
      lla;
  -   no considera tiempo perdido y vacío todo el camino de penetración en
      las realidades humanas porque sabe que ese ha sido el camino recorrido
      por Cristo;
  -   tiene muy claro que no se trata simplemente de identificarse con el
      mundo, sino de encarnarse en él para hacer penetrar hasta su médula el
      mensaje trascendente que salva;
  -   sabe vivir abierto y no poner condiciones ni requisitos que Dios no
      pone para acoger al Salvador;
  -   vive de la esperanza de que un día todo estará  claro, de que habrá una
      manifestación de Dios mucho más clara y resplandeciente para todos los
      hombres, y que la misma creación gime con dolores de parto hasta que
      alcance la liberación y la gloria de los hijos de Dios, Rm 8,18-21.


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30 de diciembre de 2012 - SAGRADA FAMILIA (F) - Ciclo C

 “¿No sabíais que yo tenía que estar en la casa de mi Padre?"


      Eclesiástico 3,3-7.14-17a
      Dios hace al padre más respetable que a los hijos y afirma la autoridad
de la madre sobre la prole. El que honra a su padre expía sus pecados, el que
respeta a su madre acumula tesoros; el que honra a su padre se alegrará de
sus hijos, y cuando rece será  escuchado; el que respeta a su padre tendrá
larga vida; al que honra a su madre, el Señor le escucha. Hijo mío, sé cons-
tante en honrar a tu padre, no lo abandones mientras viva; aunque flaquee su
mente, ten indulgencia, no lo abochornes mientras seas fuerte. La piedad para
con tu padre no se olvidará, será tenida en cuenta para pagar tus pecados;
el día del peligro se te recordará y se deshacerán tus pecados como la escarcha
bajo el calor.

      Colosenses 3,12-21
      Como pueblo elegido de Dios, pueblo sacro y amado, sea vuestro uni-
forme: la misericordia entrañable, la bondad, la humildad, la dulzura, la
comprensión. Sobrellevaos mutuamente y perdonaos cuando alguno tenga quejas
contra otro. El Señor os ha perdonado: haced vosotros lo mismo. Y por encima
de todo esto, al amor que es el ceñidor de la unidad consumada. Que la paz
de Cristo actúe de árbitro en vuestro corazón: a ella habéis sido convocados
en un solo cuerpo.
      Y sed agradecidos; la palabra de Cristo habite entre vosotros en toda
su riqueza; enseñaos unos a otros con toda sabiduría; exhortaos mutuamente.
      Cantad a Dios, dadle gracias de corazón, con salmos, himnos y cánticos
inspirados. Y todo lo que de palabra o de obra realicéis, sea todo en nombre
de Jesús, ofreciendo la acción de gracias a Dios Padre por medio de él.
      Mujeres, vivid bajo la autoridad de vuestros maridos, como conviene en
el Señor. Maridos, amad a vuestras mujeres, y no seáis  ásperos con ellas.
Hijos, obedeced a vuestros padres en todo, que eso le gusta al Señor. Padres,
no exasperéis a vuestros hijos, no sea que pierdan los ánimos.

      Lucas 2,41-52
      Los padres de Jesús solían ir cada año a Jerusalén para las fiestas de
Pascua.
      Cuando Jesús cumplió doce años, subieron a la fiesta según la costum-
bre, y cuando terminó, se volvieron; pero el niño Jesús se quedó en Jerusa-
lén sin que lo supieran sus padres. Éstos, creyendo que estaba en la cara-
vana, hicieron una jornada y se pusieron a buscarlo entre los parientes y
conocidos; al no encontrarlo, se volvieron a Jerusalén en su busca. A los
tres días, lo encontraron en el templo, sentado en medio de los maestros,
escuchándolos y haciéndoles preguntas: todos los que le oían se quedaban
asombrados de su talento y de las respuestas que daba.
      Al verlo, se quedaron atónitos, y le dijo su madre:
      - Hijo, ¿porqué nos has tratado así? Mira que tu padre y yo te buscá-
bamos angustiados.
      El les contestó:
      - ¿Porqué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de
mi Padre? Pero ellos no comprendieron lo que quería decir.
      El bajó con ellos a Nazaret y siguió bajo su autoridad. Su madre
conservaba todo esto en su corazón. Y Jesús crecía en sabiduría, en estatura
y en gracia ante Dios y los hombres.

Comentario

        “¿No sabíais que yo tenía que estar en la casa de mi Padre?"

      El pasaje del Evangelio de Lucas que se lee en la fiesta de la Sagrada
Familia levanta por un momento el velo de silencio que cubre los años de
Nazaret. El episodio que narra nos descubre el misterio que allí se vivía de
forma permanente. Sigamos paso a paso lo que dice el Evangelio.
      "Sus padres iban cada año a Jerusalén...". Se trata de una costumbre
general entre los buenos israelitas. Subir a Jerusalén es una expresión fre-
cuente en la Biblia. A Jerusalén se sube siempre porque en ella está el
templo, lugar de la presencia de Dios.
      Esta subida de Jesús con sus padres se sitúa entre la primera que tuvo
lugar en el momento de la presentación y la gran subida de la vida pública,
que Lucas narra a partir del cap. 9 de su Evangelio, para morir y pasar al
Padre, también durante las fiestas de la Pascua.
     "... y cuando éstas terminaron, se volvieron; pero el niño Jesús se
quedó en Jerusalén ..." Jesús se queda en Jerusalén sin que lo sepan sus
padres. Actúa independientemente de ellos con una libertad que sorprende,
aunque para algunos se explica por el hecho de haber llegado entonces a la
mayoría de edad según la ley ... La verdad es que sólo la explicación pos-
terior dada por Jesús con motivos de otra índole aclara la situación.
      "Al terminar la primera jornada se pusieron a buscarlo entre los pa-
rientes y conocidos y, como no lo encontraron, volvieron a Jerusalén en su
búsqueda. Se trata de dos fases de la misma acción: la búsqueda .La primera
es normal dentro de las circunstancias en que habitualmente se hacía el viaje
de las caravanas. La segunda fase es una búsqueda angustiosa. Una búsqueda
cargada de presentimientos, propia de quien desconoce los motivos de una
situación grave: la desaparición de un hijo.
      "A los tres días lo encontraron por fin en el templo, sentado en medio
de los maestros..." La expresión "a los tres días" describe en primer término
como ocurrieron las cosas: un día de camino, un día para volver y un día de
búsqueda en Jerusalén. Pero se puede ver una alusión velada a la otra desa-
parición de Jesús, también por tres días, que culmina con el gran encuentro
de la resurrección.
      Jesús estaba en medio de los doctores, y estaba sentado, escuchando y
haciendo preguntas y todos estaban admirados de su talento. Hay también en
esta descripción un significado inmediato, pero al mismo tiempo se puede en-
trever una alusión al Jesús, único maestro, centro de la comunidad y de la
Iglesia, vivo en medio de los creyentes reunidos en su nombre.
      "Al verlo se quedaron extrañados y le dijo su madre: Hijo, ¿por qué te
has portado así con nosotros? ¡Mira con qué angustia te buscábamos tu padre
y yo! El les contestó: ¡Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo tenía que
estar en la casa de mi Padre? Ellos no comprendieron lo que quería decir".
Es el momento culminante de la escena.
      Los oyentes e interlocutores de Jesús estaban admirados, "desconcer-
tados" de su talento. María y José‚ quedaron "extrañados" de su fuga incom-
prensible. La pregunta y observación de María revelan toda la profundidad del
amor familiar: el amor de la madre ("Hijo ..."), el amor del padre, la an-
gustia de la búsqueda. María no reprocha nada a Jesús, sólo pide una explica-
ción. Es la misma actitud del momento de la anunciación.
      Las palabras de Jesús expresan por una parte su conciencia de ser Hijo
del Padre y por otra son una referencia a su pasión y retorno a Él. Jesús
expresa su condición de Hijo de Dios a través de un juego con la palabra
"padre". María había dicho: "te buscábamos tu padre y yo". En la intervención
de María está claro que el "padre" es José. En la respuesta de Jesús el
"padre" no es José‚ sino el mismo Dios. La referencia a la pasión y vuelta al
Padre (resurrección-ascensión) está incluida en el significado de: "yo tengo
que estar en la casa de mi Padre", para quien lee el Evangelio con fe. Hay
una carga de trascendencia en la expresión: "tengo que". Manifiesta una
necesidad que de algún modo supera el programa individual de vida de Jesús.
Es también la expresión empleada por los evangelistas para indicar la "hora"
por antonomasia de Jesús: su pasión y muerte. Hay además muchos otros deta-
lles que llevan a pensar que las palabras de Jesús han sido interpretadas ya
por el evangelista como una alusión al momento de la muerte-resurrección: el
lugar (Jerusalén), el momento (la Pascua), los tres días de búsqueda, Jesús,
después de resucitado, dirá a Magdalena: "Suéltame que aún no estoy arriba
con el Padre".
      La no compresión de María y José‚ está en relación con este significado
trascendente de las palabras de Jesús: ellos no comprendieron porque no
podían comprender antes de que sucedieran las cosas. Les pasó como tantas
veces a los discípulos, según dicen los evangelios. sólo después de la resu-
rrección comenzaron a entender.
      "Jesús bajó con ellos a Nazaret y siguió bajo su autoridad". El hecho
de bajar a Nazaret y de someterse a sus padres parece en contradicción con
la afirmación anterior de Jesús que ponía de manifiesto la necesidad de estar
en la casa del Padre. Pero interprentado el texto como acabamos de hacer, la
contradicción se deshace y nos ayuda a ver el tiempo de Nazaret en
perspectiva del momento pascual. Jesús estará siempre en la casa del padre
(condición divina y glorificación plena de resucitado) pero pasando por Naza-
ret (condición humana, preparación para el ministerio público y para la
donación total de la cruz).
      "Su madre conservaba en su interior el recuerdo de todo aquello". Esta
memoria de María en cuanto actitud sapiencial y de fe tiene un valor ex-
traordinario. El contenido de esa memoria y comparación de unas cosas con
otras ("symbalein") son todos los acontecimientos y palabras de la época de
la infancia de Cristo y en esa actitud de María apunta ya la Iglesia que
acoge y lleva en sí a Cristo para todos los hombres.
      "Jesús iba creciendo en saber, en estatura y en el favor de Dios y de
los hombres". Es una expresión sintética de todo el período de Nazaret.
Veinte años de vida, de trabajo, de relaciones familiares y sociales quedan
así resumidos en tres líneas. A nosotros nos toca, en una actitud semejante
a la de María, confrontar unas cosas con otras para vivir hoy el misterio que
allí se manifestó.


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25 de diciembre de 2012 - NAVIDAD (Misa del Día)

NATIVIDAD DEL SEÑOR 
(Misa del Día)

 "El Verbo se hizo carne"
     
       Isaías 52,7-10
     ¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia
la paz, que trae la buena nueva, que pregona la victoria, que dice a Sión:
¡"Tu Dios es Rey"! Escucha: tus vigías gritan, cantan a coro, porque ven cara
a cara al Señor, que vuelve a Sión. Romped a cantar a coro, ruinas de Jerusa-
lén, que el Señor consuela a su pueblo, rescata a Jerusalén: el Señor desnuda
su santo brazo a la vista de todas las naciones, y verán los confines de la
tierra la victoria de nuestro Dios.

      Hebreos 1,1-6
      En distintas ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a
nuestros padres por los profetas. Ahora, en esta etapa final, nos ha hablado
por el Hijo, al que ha nombrado heredero de todo, y por medio del cual ha ido
realizando las edades del mundo. Es el reflejo de su gloria, impronta de su
ser. El sostiene el universo con su Palabra poderosa. Y, habiendo realizado
la purificación de los pecados, está sentado a la derecha de Su Majestad en
las alturas; tanto más encumbrado sobre los  ángeles cuanto más sublime es el
nombre que ha heredado.
      Pues, ¿a qué ángel dijo jamás: "Hijo mío eres tú hoy te he engendra-
do"? O: "¿Yo seré para él un padre y él será  para mí un hijo?" Y en otro
pasaje, al introducir en el mundo al primogénito, dice: "Adórenlo todos los
ángeles de Dios".

      Juan 1,1-18
      En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a
Dios, y la Palabra era Dios. La Palabra en el principio estaba junto a Dios.
      Por medio de la Palabra se hizo todo, y sin ella no se hizo nada de lo
que se ha hecho.
      En la Palabra había vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz
brilla en la tinieblas, y la tiniebla no la recibió.
      Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como
testigo para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la
fe, No era él la luz, sino testigo de la luz.
      La palabra era la luz verdadera que alumbra a todo hombre. Al mundo
vino y en el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de ella, y el mundo no
la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron.
      Pero a cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, si
creen en su nombre. Estos no han nacido de la sangre, ni de amor carnal, ni
de amor humano, sino de Dios.
      Y la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros, y hemos contemplado
su gloria: gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de
verdad.
Juan da testimonio de El y grita diciendo: éste es de quien dije: "El que
viene detrás de mí pasa delante de mí, porque existía antes que yo".
      Pues de su plenitud todos hemos recibido gracia tras gracia: porque la
ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad vinieron por medio de
Jesucristo.
      A Dios nadie lo ha visto jamás: El Hijo único, que está en el seno del
Padre, es quien lo ha dado a conocer.

Comentario

                         "El Verbo se hizo carne"
      En la fiesta de Navidad y durante todo el tiempo que sigue celebramos
el misterio de Dios que se hace hombre.
      Dios se encuentra con los hombres precisamente en Cristo en cuanto
hombre. Y así a través del elemento humano de la persona de Cristo, el
hombre puede acceder a lo invisible y puede adentrarse en el misterio de
Dios.
      Aquel que en el seno del Padre era Verbo-palabra, al hacerse hombre,
se convierte en el revelador de lo que Dios es. Cristo es la plenitud de la
revelación, Él es el "unigénito de Dios" y "está lleno de gracia y de ver-
dad". "La luz ha brillado en las tinieblas", Dios se ha hecho hombre. Ahora
como entonces el hombre puede acogerlo, abrirse a Él o rechazarlo.
      Dios ha salido a encontrarse personalmente con el hombre y éste tiene
la posibilidad de la acogida o del rechazo. "Pero a los que lo acogieron los
hizo capaces de ser hijos de Dios". "De su plenitud todos hemos recibido".
      Ante la plenitud de gracia dada en Cristo, la alianza del Antiguo Tes-
tamento queda pálida, anticuada. La nueva alianza viene cualificada sobre
todo por la calidad del mediador que es Cristo. Con él Dios nos ha dicho de
sí mismo su palabra definitiva. "Es el Hijo único, que es Dios y está al lado
del Padre, quien lo ha explicado". "Si te tengo ya habladas todas las cosas
en mi Palabra, que es mi Hijo, y no tengo otra, ¿qué te puedo yo ahora
responder o revelar que sea más que eso? Pon los ojos en Él, porque en Él te
lo tengo dicho todo y revelado, y hallarás en Él más de lo que pides y
deseas" S. Juan de la Cruz, II Subida, 22,5.
      "Y la Palabra se hizo hombre". Es el misterio de la Navidad. Es un
misterio de humildad, pobreza y ocultamiento. La gloria eterna de Dios brilla
en el rostro de un niño y se expresa con los gestos de un recién nacido. El
Dios eterno e inmenso se somete a las condiciones de espacio y de tiempo y
asume todas las limitaciones de la naturaleza humana. Los pañales que
envuelven al niño, como las vendas puestas alrededor de su cuerpo ya muerto
y bajado de la cruz, están ahí para indicar hasta que punto Dios ha unido su
designio a nuestra condición.
      Pero lo más maravilloso es el impulso de amor que descubrimos a través
de este gesto supremo de acercamiento. Dios se hace hombre para salvar al
hombre. "Os ha nacido en la ciudad de David un Salvador, que es Cristo Señor"
Lc. 10-11. "El motivo del nacimiento del Hijo de Dios, dice S. León Magno,
no fue otro sino el de poder ser colgado en la cruz".

                               Desde Nazaret
      Para María y José‚ el misterio de la venida de Dios entre los hombres
estaba ligado a lugares, personas y situaciones muy concretas: el anuncio del
mensajero de Dios, el bando de un censo, el viaje a Belén, el no encontrar
lugar en la posada, la cuadra, el pesebre, los pañales, los pastores, ...
Dios en persona con la apariencia de un niño como todos los otros.
      El tiempo de Nazaret nos descubre una dimensión importantísima de la
encarnación. Esta no consiste en que Dios se haga hombre en un momento
determinado, sino en que además Dios asuma la condición de hombre, todo lo
humano, con lo que ello lleva consigo.
      La frase "La Palabra se hizo carne" puede tener dos sentidos. Uno
puntual, circunscrito a un momento concreto de la historia, y otro durativo,
que indica todo el proceso necesario para que el Hijo de Dios vaya asumiendo
todas las características humanas hasta llegar a ser un hombre completo. Este
proceso implica el crecimiento físico, la inserción en una cultura, en un
ambiente de vida, aprender a vivir todas las dimensiones de la persona.
      Este segundo aspecto es el que descubrimos viendo desde Nazaret el
misterio de Navidad.
      Esta asunción de lo humano y de lo "mundano" por parte del Hijo de Dios
transforma y santifica todo lo humano y todo lo que está en el mundo.
      En Nazaret vemos a Jesús, tocar, ver, agarrar, caminar, comer, reír,
vestirse, estar con la gente, amar a sus padres y a los demás... Es admirable
y maravilloso contemplar como Dios tomó la naturaleza humana no de forma abs-
tracta o aparente, sino muy concretamente y de manera profunda y total. Dios
vivió como nosotros; habló, rió, amó, como cualquier hombre.     
      Esta dimensión de la encarnación, tan importante y rica de consecuen-
cias, se hace patente en Nazaret.

                             Para vivir ahora
      Para vivir ahora, en el tiempo de la Iglesia, encontramos en Nazaret
un fuerte estímulo y un fundamento sólido de valoración de todo lo humano y
de apreciación positiva del mundo y de sus valores.
      Cristo asumiendo todo lo humano (menos el pecado): lengua, cultura,
instituciones sociales, le infunde una nueva vida, un nuevo sentido, y le da
una proyección eterna.
      Desde que Cristo se hizo hombre hay que hablar de un modo nuevo del
mundo y del hombre. Ciertamente el pecado existe, pero el pecado y el mal ya
no caracterizan de la forma más profunda ni al hombre ni al mundo. Dios hizo
buenas todas las cosas y Cristo viniendo al mundo y haciéndose hombre, en-
contró la vía exacta para poner de nuevo en armonía la relación hombre-mundo
dañada por el pecado. La encarnación del Cristo no sólo libera al hombre de
una concepción pesimista del mundo, sino que le da la posibilidad de trabajar
en él como lugar de encuentro con Dios, como ámbito de sus relaciones
fraternas con los demás hombres, como materia prima de la construcción de su
propia realidad.
      El concilio Vaticano II asigna a los laicos la misión de consagrar el
mundo con estas palabras: "Cristo Jesús, supremo y eterno sacerdote, desea
continuar su testimonio y su servicio también por medio de los laicos; por
ello vivifica a éstos con su Espíritu e ininterrumpidamente los impulsa a
toda obra buena y perfecta. Pero a aquéllos a quienes asocia íntimamente a
su vida y misión, también los hace partícipes de su oficio sacerdotal, en orden
al ejercicio del culto espiritual para gloria de Dios y salvación de los hom-
bres... Así también los laicos, como adoradores que en todo lugar obran
santamente, consagran a Dios el mundo mismo" L.G. 34; Cfr. 36,b.
      Contemplando desde Nazaret la encarnación de Cristo, aprendemos a
encarnarnos también

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24 de diciembre de 2012 - NAVIDAD (Misa de Nochebuena)

NATIVIDAD DEL SEÑOR                                    

(Misa de la noche)

           "Hoy en la ciudad de David os ha nacido un Salvador"

   Isaías 9,1-3. 5-6
   El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande; habitaban la
tierra de sombras, y una luz les brilló.
   Acreciste la alegría, aumentaste el gozo: se gozan en tu presencia, como
gozan al segar, como se alegran al repartirse el botín.
   Porque la vara del opresor, y el yugo de su carga, el bastón de su
hombro, los quebrantaste como el día de Madián.
   Porque un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado: lleva a hombros el
principado, y es su nombre:
   Maravilla de Consejero, Dios guerrero, Padre perpetuo, Príncipe de la
paz.
   Para dilatar el principado con una paz sin límites, sobre el trono de
David y sobre su reino.
   Para sostenerlo y consolidarlo con la justicia y el derecho, desde ahora
y por siempre. El celo del Señor lo realizará.

   Tito 2,11-14
   Ha aparecido la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hom-
bres, enseñándonos a renunciar a la impiedad y a los deseos mundanos, y a
llevar ya desde ahora una vida sobria, honrada y religiosa, aguardando la
dicha que esperamos: la aparición gloriosa del gran Dios y Salvador nuestro,
Jesucristo.
   El se entregó por nosotros para rescatarnos de toda impiedad y para
prepararse un pueblo purificado, dedicado a las buenas obras.

   Lucas 2,11-14
   En aquellos días salió un decreto del emperador Augusto, ordenando hacer
un censo en el mundo entero.
   Este fue el primer censo que se hizo siendo Cirino gobernador de Siria.
Y todos iban a inscribirse, cada cual a su ciudad.
   También José, que era de la casa y familia de David, subió desde la
ciudad de Nazaret en Galilea a la ciudad de David, que se llama Belén, para
inscribirse con su esposa María, que estaba encinta. Y mientras estaban allí
le llegó el tiempo del parto y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió
en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no tenían sitio en la posada.
   En aquella región había unos pastores que pasaban la noche al aire libre,
velando por turno su rebaño.
   Y un Ángel del Señor se les presentó: la gloria del Señor los envolvió de
claridad y se llenaron de gran temor.
   El  Ángel les dijo:
   -No temáis, os traigo una buena noticia, la gran alegría para todo el
pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador: el mesías, el
Señor. Y aquí tenéis la señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y
acostado en un pesebre.
   De pronto, en torno al Ángel, apareció una legión del ejército celestial,
que alababa a Dios, diciendo:
   -Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres que Dios
ama.

Comentario

   El relato del nacimiento de Jesús que nos ofrece el evangelio de Lucas en
el corazón de esta noche santa o noche buena, nos da las coordenadas de
tiempo y de lugar para situar el hecho y para interpretar su alcance. El
evangelista lo hace no sólo en términos generales y solemnes, como conviene
al caso, (emperador reinante, regiones y comarcas del imperio), sino que nos
da también una serie de detalles concretos que convierten el acontecimiento
en algo cercano y familiar.
   Fijémonos en primer lugar en los aspectos que tratan de subrayar la
magnitud de este acontecimiento singular. El texto de Lucas alude en primer
lugar al emperador Augusto y al "censo de todo el mundo". El mismo
evangelista ofrece otras referencias para situar la historia de Jesús. El
censo de todo el mundo y el hecho de que "todos iban a inscribirse" abre el
nacimiento del niño de Belén a unas perspectivas universales insospechadas.
Esa tendencia a amplificar el hecho se refuerza después en el anuncio del
Ángel a los pastores. La alegría que anuncia no es sólo para ellos, sino
"para todo el pueblo". Además el anuncio es presentado como "buena noticia"
(=evangelio), destinada por tanto a propagarse y a comunicarse.
   Dentro de esa perspectiva universalista, no sólo en cuanto al espacio
sino también al tiempo, la liturgia destaca justamente el "hoy" de la cele-
bración. Desde ese "hoy" litúrgico y actual pretende llevarnos a aquel otro
en el que se cumplió nuestra salvación. La palabra "hoy" es el centro del
anuncio del Ángel a los pastores y es igualmente el centro del mensaje que
la Iglesia quiere transmitir permanentemente a los hombres: hoy ha nacido el
Salvador.
   A dar ese sentido de plenitud y cumplimiento que tiene el "hoy" de la
liturgia contribuye también el texto de Isaías que se proclama en la 1ª.
lectura. En él se anuncia la época mesiánica como un paso de las tinieblas
a la luz, de la tristeza a la alegría, a esa alegría plena del momento de las
cosechas o de la liberación de una opresión milenaria. Pero todo ello se da
como algo ya realizado ("una luz les brilló"). El niño que ha nacido es el
príncipe de la paz. Pero al mismo tiempo es algo que se cumplirá en el
futuro: "El celo del Señor lo realizará".
   Ese mismo sentido podemos ver en la 2ª. lectura, cuando el apóstol habla
de la aparición de la gracia de Dios realizada en Cristo. Su venida y su
entrega tienen como finalidad el "prepararse un pueblo purificado", lo que
supone una tarea permanente.
   La lectura de la Palabra nos lleva así a vivir ese "hoy" de la salvación
ya cumplida en Cristo que se hace actual en nuestra historia. Somos invitados
a participar personalmente con María y José‚ con los pastores y con todos los
creyentes en ese maravilloso intercambio en el que Dios presenta y ofrece al
hombre su misma vida y el hombre es llamado a dejarse desarmar y entrar en
esa nueva luz que lo salva.
   En eso consiste la "gloria de Dios" que los Ángeles cantan y que tiene su
eco correspondiente en la "paz" de los hombres en la tierra. La manifestación
de Dios y la salvación del hombre son dos aspectos de la misma realidad.

                           Los signos concretos
   La narración del nacimiento de Jesús se mueve en el evangelio de Lucas a
través de signos muy concretos y muy sencillos que pretenden guiar al lector
a encontrar, también él, como los personajes del relato, al Mesías.
   El signo central, que da sentido a todos los otros, es el "niño": "encon-
traréis un niño". Este niño es presentado en primer lugar como "primogénito".
Es un término de amplio significado en el Nuevo Testamento porque refiere a
Jesús la herencia mesiánica de la casa de David. Además el recién nacido es
designado con tres títulos de gran relieve: Salvador, título ya incluido en
su nombre, el Mesías o Cristo que recoge la profecía sobre la ciudad de David
como lugar de su nacimiento, y, sobre todo, el Señor, aplicando de forma
directa al niño la designación que servirá a los creyentes para hablar de su
condición divina.
   Todo esto dice a quien se acerca al texto evangélico que el "niño" de
quien se habla esconde, tras su apariencia sencilla, un misterio profundo.
Por otra parte hay un gran contraste entre esa "grandeza" y "universalidad",
a la que aludíamos antes, y los signos concretos que se ofrecen para recono-
cer la identidad del niño. Ese contraste estimula también hoy al lector a dar
el mismo paso que los destinatarios del primer anuncio.
   Los signos concretos situados entorno al niño son, en primer lugar, su
condición de impotencia y debilidad; vienen luego los "pañales" que lo
envuelven, pero también que limitan sus movimientos y su libertad. Ese último
aspecto ha llevado a algunos a establecer un paralelismo entre este pasaje
y el de la sepultura de Jesús (Lc 23,53). Está también el detalle del
"pesebre" que puede subrayar el alejamiento del ambiente humano normal en el
que se produjo el nacimiento del niño.
   Por tres veces el texto evangélico recalca esos detalles ("niño", "paña-
les", "pesebre"): en la narración directa del hecho, en el anuncio del Ángel
a los pastores y en la constatación que éstos efectúan. Queda así bien subra-
yada la pobreza de los signos para revelar el altísimo misterio.
   Esos signos concretos ofrecidos a los pastores, pero también a María y a
José (y a nosotros), nos invitan a dar el paso de la fe reconociendo en el
niño recién nacido al Salvador. Y ese paso de la fe es el mismo que María y
José continuaron en Nazaret durante muchos años. Con el tiempo irán cambiando
los signos concretos según las condiciones de vida, pero siempre permanecerán
en el ámbito de la pobreza, de la humildad, de la sencillez. Es como una
invitación constante a mantenerse fieles a ese contraste infinito entre lo
que se ve y lo que se esconde, contraste por donde se mueve la fe.

   En silencio y llenos de amor
   queremos también nosotros
   llegarnos hasta el pesebre
   y contemplar la Palabra hecha carne.
   Te adoramos, Señor Jesús,
   en la elocuencia y humildad
   de tu primer gesto de encuentro con los hombres.
   Ilumina con tu luz
   las zonas de sombra de nuestra vida,
   esas partes aún no evangelizadas de nosotros mismos
   y del mundo en que vivimos,
   para que encontremos la verdadera paz
   y Dios sea glorificado.


                            Jesús, María y José
   La fiesta de Navidad nos invita a captar en profundidad el misterio de la
sencillez de los signos. Más que escudriñar los detalles de la narración,
ser  bueno fijarnos con mirada contemplativa en los gestos de María y de José‚
para aprender esas actitudes cristianas que nos llevan a acoger en nuestra
vida la salvación traída por Cristo.
   Fijémonos en María. La sublimidad de su gesto se esconde en las acciones
simples, transparentes, puras que menciona el evangelio: dio a luz a su hijo
primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre... Es el primer
gesto de donación y presentación de Jesús. María ha acogido el Verbo en su
carne y lo ha entregado al mundo. Ningún gesto de posesión, ninguna sombra
de protagonismo ha ensombrecido la gloria de Dios en su entrega al hombre.
Nada hay más personal que engendrar y dar a luz y nada más desprendido que
entregar al recién nacido y permitirle que cumpla su misión.
   La solución inmediata de colocar al niño en el pesebre por no tener sitio
en la posada, sin duda compartida por María y José‚ traduce esa sencillez tan
humana de saberse contentar con lo que se tiene, de saber acomodarse a las
circunstancias como se presentan. Ninguna vanidad herida hubo en ese momento
porque ninguno de los dos pretendía una dignidad que fuera reflejo de la
grandeza del momento que vivían.
   José estaba también allí. Sin duda con la preocupación y premura, con la
responsabilidad y atención que requería un momento tan delicado y en tales
circunstancias. De él no se dice apenas nada, ¿qué importa? Su silencio su
"ausencia" del relato, deja ver con mayor claridad el signo central que es
el niño. También de él tenemos que aprender a desaparecer para que el
Salvador, el Señor, pueda manifestarse.
   Sin embargo, cuando los pastores llegan para comprobar el mensaje del
Ángel encuentran a María y a José junto con el niño. Se diría que las figuras
de María y de José sólo cobran importancia cuando se ha descubierto quién es
el recién nacido.


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23 de diciembre de 2012 - DOMINGO IV DE ADVIENTO - Ciclo C

"¡Bendita tú eres entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!"

Miqueas 5,2-5a
      Esto dice el Señor:
      Pero tú, Belén de Éfrata, pequeña entre las aldeas de Judá de ti
saldrá el jefe de Israel.
      Su origen es desde lo antiguo, de tiempo inmemorial.
      Los entrega hasta el tiempo en que la madre dé a luz, y el resto de sus
hermanos retornarán a los hijos de Israel.
      En pie pastoreará con la fuerza del Señor, por el nombre glorioso del
Señor su Dios.
      Habitarán tranquilos porque se mostrará grande hasta los confines de
la tierra, y ésta será nuestra paz.

      Hebreos 10,5-10
      Hermanos:
      Cuando Cristo entró en el mundo dijo: Tú no quieres sacrificios ni
ofrendas, pero me has preparado un cuerpo, no aceptas holocaustos ni víctimas
expiatorias.
      Entonces yo dije lo que está escrito en el libro: "Aquí estoy, oh Dios,
para hacer tu voluntad".
      Primero dice: No quieres ni aceptas sacrificios ni ofrendas,
holocaustos ni víctimas expiatorias, -que se ofrecen según la ley-.
      Después añade: Aquí estoy yo para hacer tu voluntad. Niega lo primero,
para afirmar lo segundo.
      Y conforme a esa voluntad todos quedamos santificados por la oblación
del cuerpo de Jesucristo, hecha una vez para siempre.

      Lucas 1,39-45
      En aquellos días, María se puso en camino y fue a prisa a la montaña,
a un pueblo de Judá ; entró en casa de Zacarías, y saludó a Isabel.
      En cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su
vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo, y dijo a voz en grito:
      - ¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!
      ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu
saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó en mi vientre.
      ­¡Dichosa tú que has creído! porque lo que te ha dicho el Señor se
cumplirá.

Comentario

"¡Bendita tú eres entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!"
      Le figura de María ocupa un lugar preeminente en el evangelio de este
domingo y en todo el adviento. Es la Madre del Señor.
      Entre las personas que apuntan hacia el Mesías, que arrastran hacia Él,
que nos enseñan como acogerlo, María es la primera.
      El profeta Miqueas pone de manifiesto la elección de Belén, "pequeña
entre las ciudades de Judá" (5,1), para ser la patria del Salvador. Del mismo
modo, Dios se fijó en Nazaret, el humilde pueblo de Galilea, y envió a su
ángel "a una joven prometida con hombre de la estirpe de David".
      El evangelio de Lucas pone de manifiesto el contraste entre el anuncio
hecho a Zacarías, el hombre, el sacerdote que está en el templo de Jerusalén,
y el anuncio hecho a María, mujer, joven oscura, en un pueblo de Galilea. La
elección de Dios recae sobre "lo que no cuenta", confirmando así una línea
bien conocida de la historia de la salvación.
      El evangelista presenta la visita de María a Isabel sobre el calco
veterotestamentario del traslado del arca de la alianza a Jerusalén (2 Sam
6,1-11). Como el arca para los israelitas, María es el lugar de la nueva
presencia del Señor en medio de su pueblo. Isabel, representante de todo el
pueblo que lanza gritos de júbilo, así lo reconoce, movida por el Espíritu
Santo, y Juan Bautista, nuevo David, salta de alegría en presencia del Señor.
El clima del encuentro entre las dos primas está caracterizado por la efusión
del Espíritu Santo.
      La exultación de Juan Bautista referida en Lc 1,41-45 es el
cumplimiento del anuncio hecho por el ángel: "Ser  lleno del Espíritu Santo
desde el seno de su madre" Lc 1,15. Pero, aunque pueda parecer extraño, quien
ahora está "llena del Espíritu Santo" es la madre, según el evangelio (Cf.
Lc 1,41). Notemos que esta efusión del Espíritu Santo se produce a la llegada
de María sobre quien también había venido el Espíritu Santo y a quien había
cubierto con su sombra la fuerza del Altísimo. Lc 1,35. San Ambrosio observa:
Isabel fue llena del Espíritu Santo después de la concepción, María lo fue
antes" (Comentario a S. Lucas, 2,19.22-23).
      Y, movidas por el Espíritu Santo, profieren Isabel su profecía y María
su Magnificat. En las palabras de Isabel hay una bienaventuranza que se
aplica directamente a María y que califica la actitud fundamental de su vida:
"Dichosa tú que has creído": Frente al incrédulo Zacarías, castigado con la
mudez por no haber creído. María es alabada por su fe, situándola así en la
línea de los grandes creyentes, que tienen por padre a Abraham.

                               Desde Nazaret
      Visto desde Nazaret, los acontecimientos iniciales de la vida de Jesús
-anuncio, visita, nacimiento, presentación, idas y venidas- debían parecer
como un conjunto maravilloso.
      El tiempo de los comienzos aparecía todo él marcado por la acción
directa de Dios, la aparición del Salvador, la efusión del Espíritu. En su
conjunto había sido un momento lleno de alegría, maravilloso, irrepetible.
Todo él cargado de la gracia de Dios.
      Pero Jesús, María y José‚ "cuando hubieron cumplido todo lo que
prescribe la ley del Señor, volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret" Lc
2,39.
      Comenzó así el tiempo de la obediencia y de la humildad para Jesús y
el tiempo de la oscuridad de la fe para María y José: el tiempo de creer sin
acontecimientos maravillosos que estimulan y confortan, sin ángeles ni
sueños, el tiempo de creer, simplemente. Tiempo de fe y de amor el de
Nazaret.
      La larga vida en Nazaret nos enseña a distinguir la verdadera dimensión
de las cosas. Cuando Dios interviene de manera palpable, es maravilloso. Pero
no podemos esperar intervenciones extraordinarias de Dios a cada paso.
Tenemos que saber, como María, conservar el recuerdo de palabras y
acontecimientos en el corazón. Y sobre todo saber continuar el camino de la
fe cuando ya no cantan los ángeles en el cielo ni hay magos de la fe que
ofrecen tesoros.
      Para María y José‚ el camino de Nazaret es el tiempo ordinario de la
vida del creyente. No se trata de minusvalorar lo del comienzo. Al contrario,
sin la experiencia inicial, no  tendría sentido el camino de ahora o tendría
un significado muy distinto. Son los momentos iniciales los que dan toda su
carga de significado al tiempo ordinario de Nazaret. Sin ellos Jesús, José
y María habrían sido una familia más, pero no la Sagrada Familia.

                               Y nosotros...
      El tiempo de Nazaret nos descubre también como es nuestra vida. En la
vida de todo creyente hay un momento inicial, maravilloso, de plena
conciencia, de aceptación de Jesús como Señor: tiempo de alegría, de luz y
de gracia. El tiempo de la efusión del Espíritu.
      Viene después el tiempo en que, sin cambiar un ápice, esta realidad
maravillosa, se hace más escondida, aparece menos. Va como apagándose la
euforia de los comienzos.
      Nazaret nos enseña vivir ese tiempo donde todo desaparece y queda sólo
Jesús como única razón que explica el vivir en familia. Un Jesús que crece,
pero que parece siempre igual. Un Jesús sin corona ni gloria, un Jesús "en
todo semejante a los hombres, menos en el pecado".
      Para los que vivimos después de Pentecostés, todo esto es muy
significativo, porque nos enseña como vivir el tiempo de la Iglesia.
      El tiempo de la Iglesia es cuando Jesús crece, aunque no se vea, hasta
que llegue el tiempo de su definitiva manifestación. De este modo el recuerdo
de la gracia de su primera venida se convierte en tensión de espera hasta la
gloria de su segunda venida.
      María, que como nueva arca de la alianza llevó y dio a luz al Salvador,
supo también vivir el tiempo del ocultamiento de Dios en Nazaret. Supo
reconocer la presencia de Dios en ella por medio de la fe y por medio de la
fe reconocerlo en el muchacho Jesús de Nazaret, centro de su familia.
      De este modo la familia de Nazaret nos enseña a pasar de la fe en la
presencia de Dios en el arca, a la fe en la presencia de Dios en la comunidad
de los creyentes y a entender ésta como el lugar de la alianza entre Dios y
los hombres.
      Es la vida de quien vive de la fe y del sacramento. En Nazaret se
aprende que Dios es familiar y que al mismo tiempo está escondido, que vive
en nosotros y en los demás, pero que no lo vemos si no es en la fe.

            ­¡Qué bien_s‚ yo la fonte que mana y corre:
            aunque es de noche!" (San Juan de la Cruz).


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16 de diciembre de 2012 - DOMINGO III DE ADVIENTO – Ciclo C

"Estad siempre alegres"

      Sofonías 3,14-18a
Regocíjate, hija de Sión, grita de júbilo, Israel, alégrate y gózate de todo
corazón, Jerusalén.
      El Señor ha cancelado tu condena, ha expulsado a tus enemigos.
      El Señor será el rey de Israel, en medio de ti, y ya no temerás.
      Aquel día dirán a Jerusalén: No temas, Sión, no desfallezcan tus manos.
      El Señor tu Dios, en medio de ti, es un guerrero que salva.
      El se goza y se complace en ti, te ama y se alegra con júbilo como en
día de fiesta.

      Filipenses 4,4-7
      Hermanos :
      Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres.
      Que vuestra mesura la conozca todo el mundo.
      El Señor está cerca.
      Nada os preocupe; sino que, en toda ocasión, en la oración y súplica
con acción de gracias, vuestras peticiones sean presentadas a Dios .
      Y la paz de Dios, que sobrepasa todo juicio, custodiará vuestros
corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús.

      Lucas 3,10-18
      En aquel tiempo, la gente preguntaba a Juan:
      - ¿Entonces qué‚ hacemos?
      El contestó:
      El que tenga dos túnicas, que las reparta con el que no tiene; y el que
tenga comida, haga lo mismo.
      Vinieron también a bautizarse unos publicanos; y le preguntaron:
      - Maestro, ¿qué hacemos nosotros?
      - El les contestó:
      - No exijáis más de lo establecido.
      Unos militares le preguntaron:
      - ¿Qué hacemos nosotros?
      El les contestó:
      - No hagáis extorsión a nadie, ni os aprovechéis con denuncias, sino
contentaos con la paga.
      El pueblo estaba en expectación y todos se preguntaban si no sería
Juan el Mesías; él tomó la palabra y dijo a todos:
      - Yo os bautizo con agua; pero viene el que puede más que yo, y no
merezco desatarle la correa de sus sandalias. El os bautizará con Espíritu
Santo y fuego: tiene en la mano la horquilla para aventar su parva y reunir su
trigo en el granero y quemar la paja en una hoguera que no se apaga.
      Añadiendo otras muchas cosas, exhortaba al pueblo y le anunciaba la
Buena Noticia.

Comentario
                          "Estad siempre alegres"
      La lectura del evangelio de san Lucas sobre la predicación de Juan
Bautista va precedida este domingo de la del profeta Sofonías (3,14-18) y de
la de San Pablo a los Filipenses (4,4-7) que ha caracterizado y dado el tono,
tradicionalmente, al tercer domingo de adviento.
      Leemos en Sofonías: "El Señor tu Dios es dentro de ti un soldado
victorioso que goza y se alegra contigo, renovando tu amor, se llena de
júbilo por ti, como en día de fiesta" (3,16-17). La salvación es descrita por
el profeta como paso del llanto a la alegría. Transformación que se opera por
la presencia de Dios, de un Dios lleno de alegría y de júbilo en medio de su
pueblo. Más allá del efecto que produce la presencia de Dios en medio de su
pueblo podemos ver un rasgo propio de Dios quizá demasiado olvidado: Dios es
alegre, mejor aún, Dios es alegría. Su presencia jubilosa renueva el amor de
su pueblo.
      Teniendo esto presente, parece natural la exhortación de San Pablo a
los filipenses y a todos los que viven en el Señor: estad siempre alegres en
el Señor. La alegría es la señal que mejor muestra la condición de quien se
siente salvado por el Señor. Es la manifestación de la paz del alma y de la
comunión entre los hermanos. Es uno de los criterios clave para discernir la
autenticidad de cualquier opción cristiana sea individual o colectiva.
      Los dos primeros capítulos del evangelio de Lucas están bañados por
esta alegría pura e intensa que produce la llegada del Mesías. alegría de los
ángeles y los pastores, de Simeón y de Ana, de María y de José. Jesús es el
gran esperado y cuando llega lo inunda todo con su luz y alegría, aunque ya
en el horizonte se dibuje el misterio de la cruz.
      En el pasaje del evangelio de este día, Lucas nos muestra al pueblo en
espera: el pueblo estaba en vilo preguntándose si no sería Juan el Mesías".
      Bien sabemos que no todo era trigo limpio en la esperanza mesiánica del
pueblo de Israel, pero en su raíz más profunda y mejor, representa el ansia
de salvación de todo hombre.
      La pregunta de la gente que rodea a Juan es la misma que la de la
muchedumbre de Jerusalén después de Pentecostés: "¿Qué tenemos que hacer?"
Lc 3,10 g Hch 2,37. Y en los dos casos el camino propuesto es el mismo:
conversión y bautismo en el Espíritu Santo. Juan Bautista muestra a cada uno
el punto neurálgico de su conversión, Pedro da una respuesta global, pero el
fondo de la cuestión es el mismo.
      El bautismo con el Espíritu Santo que Cristo realiza, transforma
radicalmente a la persona, colma todas sus esperanzas, la orienta de modo
definitivo hacia Dios. La efusión del Espíritu Santo anunciada por los
profetas renueva por dentro al hombre, cambia su corazón, le hace capaz de
ser hijo de Dios, le comunica la verdadera alegría: una alegría que nadie
puede arrebatar.

                            A la luz de Nazaret
      María, aquella a quien se dijo: "Alégrate, llena de gracia", y José
vivieron largos años con Jesús en Nazaret.
      "Con alegría comienza el mensaje de la alegría", comenta Sofronio de
Jerusalén en su comentario sobre la Anunciación. La alegría que causa la
llegada del Mesías domina todo el evangelio de la infancia de Cristo. Los
autores ven un estrecho paralelismo entre el texto de Sofonías que antes
hemos comentado y el pasaje de la anunciación (Lc 1,28-33). Y en Lucas el
tema de la alegría va unido al de la efusión del Espíritu Santo, por lo que
el grupo de los pobres de Yahvé que rodea al Salvador recién nacido es el
preanuncio de la Iglesia postpentecostal de los primeros capítulos del libro
de los Hechos.
      El velo de silencio que cubre los años de Nazaret no puede ocultar a
nuestros ojos el dinamismo de una vida plena y gozosa. Es la vida humilde y
sencilla de quienes han visto, como Simeón, la salvación de Dios. Esa alegría
plena que colma todas las esperanzas de Simeón, que hizo saltar a Juan
Bautista en el seno de su madre, que animó también a los pastores cuando se
acercaban al pesebre, fue también vivida por María y la expresó de manera
sublime en el Magnificat ("Engrandece mi alma al Señor y mi espíritu se
alegra en Dios mi Salvador") y por José‚. El tiempo de Nazaret representa la
duración de esa experiencia inicial. Porque la alegría que produce la acogida
de la salvación de Dios no es una alegría pasajera, queda siempre en el alma
como un motivo de perenne renovación. El motivo básico de la alegría de
Nazaret fue la presencia permanente de Jesús, el Salvador.      La prueba más patente de esto la tenemos cuando Jesús es echado en
falta. Cuando María y José‚ se dieron cuenta de su ausencia lo buscaron
"angustiados". Se había ocultado la causa de su alegría.
      La comunidad de Nazaret es una comunidad penetrada por la alegría
mesiánica. Es el grupo, todo lo minúsculo que se quiera, pero que se siente
portador de la salvación. Para esta comunidad germinal de Nazaret resonaron
con pleno derecho las palabras del profeta: "Alégrate, el Señor está en medio
de ti". Y el "siempre" de la exhortación paulina a la alegría recibe en la
larga duración de la experiencia nazarena una luz especial. La permanencia
en la alegría es quizá lo que más nos ayuda descubrir la fidelidad sostenida
de Nazaret.

                              Nuestra alegría
      La vida de Nazaret nos enseña cual es la causa de la alegría cristiana
y como se vive en medio de la normalidad de la vida.
      La llegada del Mesías es el mejor antídoto contra todos los mesianismos
que levantan las ilusiones para luego terminar en amargura y desilusión.
Viviendo como en Nazaret, sabemos siempre cual es la razón de nuestra
alegría: Jesucristo, único Salvador nuestro y de toda la humanidad.
      Quien contempla Nazaret, descubre con facilidad la trayectoria de la
propia vida. A la tumultuosa y exhuberante alegría de los comienzos de la
salvación, siguen los días tranquilos y calmosos del Nazaret de siempre.
      Esa es también la historia de muchas personas que acogen con gozo la
buena noticia, pero que necesitan los largos años de silencio y monotonía
para enraizar y madurar. El proceso de maduración de la vida, también de la
vida de Dios en nosotros, es lento y conoce a veces períodos de
estancamiento.  La pedagogía divina lleva muchas veces de las alegrías de los comienzos
donde todo parece maravilloso a los períodos en que Él parece ocultarse. Es
bueno saberlo para no hacerse ilusiones, aunque uno no se llega a convencer
del todo hasta que no lo ha experimentado en su propia carne.
      Los años oscuros de Nazaret fueron importantísimos para Jesús, para
María y para José. De José nada sabemos después de Nazaret pero a María y a
Jesús los vemos completamente  dispuestos para recibir la acción del Espíritu
Santo y anunciar la buena nueva. La larga fidelidad de Nazaret ha dispuesto
a las personas para su misión. Es la mejor prueba de como se ha vivido la
espera.
      Nazaret nos enseña que para vivir la permanencia en la alegría hay que tener
siempre claros los motivos de la misma: la llegada del Salvador. Y con su
llegada el anuncio y cumplimiento de todos los bienes. Sabemos que Dios es
nuestro Padre, que el Espíritu Santo nos anima, que el evangelio se anuncia
a todas las gentes, que la Iglesia camina hacia la plenitud del reino. Cuando
la fuente de la alegría es ésta, hay siempre modo de recuperarla.
      La alegría de quien vive en Nazaret es una alegría mesiánica que sabe
que, a pesar de todo, las promesas de Dios se cumplen siempre.


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9 de diciembre de 2012 - DOMINGO II DE ADVIENTO – Ciclo C

"Una voz grita en el desierto"

      Baruc 5,1-9
      Jerusalén, despójate de tu vestido de luto y aflicción y viste las
galas perpetuas de la gloria que Dios te da; envuélvete en el manto de la
justicia de Dios y ponte a la cabeza la diadema de la gloria perpetua, porque
Dios mostrará tu esplendor a cuantos viven bajo el cielo.
      Dios te dará un nombre para siempre: "Paz en la justicia, Gloria en la
piedad".
      "Ponte en pie, Jerusalén, sube a la altura, mira hacia el oriente y
contempla a tus hijos, reunidos de oriente a occidente, a la voz del
Espíritu, gozosos, porque Dios se acuerda de ti.
      A pie se marcharon, conducidos por el enemigo, pero Dios  te los traerá
con gloria, como llevados en carroza real.
      Dios ha mandado  abajarse a todos los montes elevados, a todas las
colinas encumbradas, ha mandado que se llenen los barrancos hasta allanar el
suelo, para que Israel camine con seguridad, guiado por la gloria de Dios;
ha mandado al bosque y a los árboles fragantes hacer sombra a Israel.
      Porque Dios guiará a Israel entre fiestas, a la luz de su gloria, con
su justicia y su misericordia.
     
      Filipenses 1,4-6.8-11
      Hermanos :
      Siempre rezo por vosotros, lo hago con gran alegría.
      Porque habéis sido colaboradores míos en la obra del evangelio, desde
el primer día hasta hoy
      Esta es nuestra confianza: que el que ha inaugurado entre vosotros una
empresa buena, la llevará adelante hasta el día de Cristo Jesús.
      Testigo me es Dios de lo entrañablemente que os quiero, en Cristo
Jesús.
      Y esta es mi oración: que vuestra comunidad de amor siga creciendo más
y más en penetración y en sensibilidad para apreciar los valores.
      Así llegaréis al día de Cristo limpios e irreprochables, cargados de
frutos de justicia, por medio de Cristo Jesús, gloria y alabanza de Dios.

      Lucas 3,1-6
      En el año quince del reinado del emperador Tiberio, siendo Poncio
Pilato gobernador de Judea, y  Herodes virrey de Galilea, y su hermano Felipe
virrey de Iturea y Traconítide, y Lisanio virrey de Abiline, bajo el sumo
sacerdocio de Anás y Caifás, vino la Palabra de Dios sobre Juan, hijo de
Zacarías, en el desierto.
      Y recorrió toda la comarca del Jordán, predicando un bautismo de
conversión para perdón de los pecados, como está escrito en el libro de los
oráculos del Profeta Isaías:
      " Una voz grita en el desierto preparad el camino del Señor, allanad
sus senderos; elévense los valles, desciendan los montes y colinas; que lo
torcido se enderece, lo escabroso se iguale. Y todos verán la salvación de
Dios "

Comentario
                      "Una voz grita en el desierto"
      San Lucas ofrece al principio del capítulo tercero de su evangelio, con
tono solemne, el marco cronológico y geográfico de la predicación de Juan
Bautista y por consiguiente de la de Jesús.
      La ambientación histórica y geográfica pone de manifiesto que todo el
mundo es teatro de la revelación de Dios y de su salvación: "todo hombre verá 
la salvación de Dios". Pero esa salvación de Dios se realiza por medio de
hombres concretos, por eso Lucas sincroniza la historia humana y la historia
de la salvación.
      Y después de haber dado los nombres, clave para situar el evento en el
espacio y en el tiempo, después de haber mencionado a los personajes por su
función o su prestigio pueden servir como punto de referencia a una época,
Lucas, con fina ironía, dice que el mensaje de Dios llegó a Juan, hijo de
Zacarías, en el desierto.
      Venir sobre uno la Palabra de Dios es la expresión típica de la Biblia
para indicar la vocación profética. En los libros proféticos del A.T. la
encontramos frecuentemente. La Palabra de Dios viene sobre Juan para que sea
la voz de Aquél que vendrá detrás de él, el Mesías. Y Juan desarrolla su
misión en el desierto.
      El desierto tiene un significado geográfico inmediato: la región
meridional de Judea. Pero más allá de este sentido, el desierto recuerda el
tiempo del Éxodo, la gran experiencia del pueblo de Israel.
      Para Israel el desierto es el tiempo de la llamada de Dios a ser su
pueblo, a reconocerlo como Salvador y Señor. El desierto es el tiempo en el
que Dios educa a su pueblo. Israel debe renunciar a todo otro plan para
ponerse en manos de Dios con docilidad. Es el momento en que Israel toma
conciencia de ser comunidad y de que debe estar abierto a todos sus miembros,
sobre todo a los más débiles. El desierto es, sobre todo, el momento de la
alianza entre Dios y su pueblo. Pero el desierto es también el lugar de la
prueba, de la tentación y de la privación.
      El desierto fue un tiempo de gracia para Israel. Los acontecimientos
del desierto serán para él el punto de referencia para interpretar toda la
historia posterior. Cuando Israel tenga que rehacerse como pueblo de Dios,
tendrá que volver al desierto. "La llevaré‚ al desierto y le hablaré al
corazón" Os 2,16.
      Jesús también hizo la experiencia del desierto, lugar de soledad y
privación para vivir en total intimidad con el Padre nutriéndose sólo de la
Palabra de Dios.
      La experiencia de Juan y, sobre todo, la de Jesús, que personaliza toda
la experiencia de Israel, nos dan a entender la preeminencia de la Palabra
de Dios como momento inicial y determinante del encuentro entre Dios y el
hombre.

                          El "desierto” de Nazaret
      En la página anterior a la que hemos leído hoy, san Lucas dice que
"Jesús bajó con ellos a Nazaret y siguió bajo su autoridad".
      Los largos años pasados por Jesús con María y José en Nazaret son
también un tiempo prolongado de desierto. Durante ellos la Sagrada Familia
no sólo repitió el éxodo de "subir de Egipto" como Israel en sentido
material, fue además como para el pueblo elegido un tiempo de gracia, de
maduración, de crecimiento.
      En Nazaret, como en el desierto, nada aparece. La monotonía de una vida
de aldea de entonces puede recordar la extensión inmensa del desierto. Pero
no se trata de un lugar vacío, porque lo llena la Palabra de Dios. En
Nazaret, como en el desierto, la Palabra de Dios toma más cuerpo, se hace más
tangible, lo ocupa todo. Uno se familiariza con la Palabra de Dios, se
acostumbra a distinguir su acento.
      Nazaret es el lugar de la fe que dura en el tiempo. No la fe de las
grandes ocasiones, sino la fe que dura todos los días. Israel proclamó con
fuerza su fe ante el Sinaí, pero la monotonía del desierto se hizo agobiante,
murmuró contra el Señor y contra Moisés. En Nazaret la fe aguanta la prueba
del tiempo. Es más, María y José fueron creciendo en la fe a medida que Jesús
crecía en sabiduría, en edad y en gracia. La afirmación del Vaticano II sobre
María puede sin duda también aplicarse a José: "la Bienaventurada Virgen
avanzó en la peregrinación de la fe" LOG. 58.
      Hemos visto que el desierto fue para Israel el tiempo de su
constitución y consolidación como pueblo de Dios. Para Jesús la larga
experiencia de Nazaret es el tiempo de la consolidación de su dimensión
humana. El, siendo Dios, "aprendió" en Nazaret a ser hombre. Las realidades
importantes maduran poco a poco, con el tiempo. La realidad de la encarnación
tuvo necesidad del tiempo de Nazaret para consolidarse, para asumir toda su
dimensión humana.
      En el reducido núcleo de la familia de Nazaret apunta ya la realidad
del nuevo pueblo que sale de Egipto, que avanza por el desierto de este
mundo, que va en busca de la tierra prometida. Es el pueblo que tiene a
Cristo en el centro y basa su cohesión en compartir la misma fe.

                               También ahora
      Los profetas supieron en su momento volver los ojos a la experiencia
fundamental de Israel en el desierto para interpretar la situación que les
tocó vivir. En el momento del exilio de Babilonia supieron ver un nuevo
éxodo, más importante y sugestivo que el de Egipto. A sus ojos el desierto
por el que pasa el pueblo se convierte en un jardín, la tierra de Judá será
regenerada y Jerusalén llegará a ser una gran ciudad, madre de una multitud
de hijos. Su mirada entrevée‚ ya la liberación total de los tiempos mesiánicos.
      Los profetas nos ayudan así a arrancar la categoría "desierto" a un
espacio y tiempo limitados para convertirla en una categoría clave que nos
ayuda a interpretar las situaciones individuales y colectivas que representan
el paso de una situación a otra a través de un camino de liberación.
      Saber discernir y vivir con lucidez esos momentos es importantísimo
para poder madurar como grupo y como personas.
      San Juan de la Cruz subrayó con maestría la importancia de lo que él
llamó "noche oscura" en el proceso de crecimiento espiritual de las personas.
Es el momento de la purificación de la fe y de la transformación. Es un
momento de experiencias desconcertantes y al mismo tiempo el gran momento de
la acción de Dios. Son fases de la vida espiritual que tienen mucho que ver
con la experiencia de desierto.
      El Concilio Vaticano II ha definido la época en que nos encontramos con
estas palabras: "El género humano se halla hoy en un período nuevo de la
historia, caracterizado por cambios profundos y acelerados, que
progresivamente se extienden al mundo entero" G.S. 4. Para algunos autores
nos encontramos hoy en una "noche oscura colectiva".
      Quien desea vivir hoy como cristiano inspirándose en la vida de
Nazaret, encuentra allí una luz y un estímulo para caminar en estas
situaciones de "desierto".
      Vivir el desierto de Nazaret hoy es acompañar a la Iglesia peregrina
en el mundo hacia la nueva tierra y los nuevos cielos. Es compartir desde
ella la suerte del mundo. "La Iglesia, entidad social-visible y comunidad
espiritual, avanza juntamente con toda la humanidad, experimenta la suerte
terrena del mundo, y su razón de ser es de actuar como fermento y como alma
de la sociedad que debe renovarse en Cristo y transformarse en familia de
Dios" G.S. 40.
      Quien vive en el desierto de Nazaret sabe que Dios actúa, que es
Salvador, aunque no aparezca. Sabe que está presente aunque no se muestre
como tal. Sabe tener paciencia y construir el reino de Dios, aunque sea poco
a poco y con ladrillos pequeños. Sabe fiarse de la Palabra y dejar que vaya
tomando cuerpo en su vida. Sabe, finalmente, prolongar la espera hasta el día
que el Padre disponga que hay que salir a anunciar el mensaje de salvación
a todos los hombres.


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2 de diciembre de 2012 - DOMINGO I DE ADVIENTO – Ciclo C

"...levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación..."


      Jeremías 33,14-16
      Mirad que llegan días -oráculo del Señor-, en que cumpliré la promesa
que hice a la casa de Israel y a la casa de Judá. En aquellos días y en
aquella hora suscitaré a David un vástago legítimo, que hará justicia  y
derecho en la tierra. En aquellos días se salvará Judá y en Jerusalén vivirán
tranquilos, y la llamarán así: " Señor -nuestra- justicia".

      Tesalonicenses 3,12-4,2
           Hermanos:
     Que el Señor os colme y os haga rebosar  de amor mutuo y de amor a
todos, lo mismo que nosotros os amamos.
      Y que así os fortalezca internamente; para que cuando Jesús nuestro
Señor vuelva acompañado de sus santos, os presentéis santos e irreprensibles
ante Dios nuestro Padre.
      Para terminar, hermanos, por Cristo Jesús os rogamos y exhortamos:
Habéis aprendido de nosotros cómo proceder para agradar a Dios: pues proceded
así y seguid adelante.
      Ya conocéis las instrucciones que os dimos en nombre del Señor Jesús.

      Lucas 21, 25-28. 34-36
      En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: Habrá signos en el sol
y la luna y las estrellas, y en la tierra angustia de las gentes,
enloquecidas por el estruendo del mar y el oleaje.
      Los hombres quedarán sin aliento por el miedo, ante lo que le viene
encima al mundo, pues las potencias del cielo temblarán.
      Entonces verán al Hijo del Hombre venir en una nube, con gran poder y
gloria.
      Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza; se acerca
vuestra liberación.    
      Tened cuidado: no se os embote la mente con el vicio, la bebida y la
preocupación del dinero, y se os eche encima de repente  aquel día; porque
caerá como un lazo sobre todos los habitantes  de la tierra.
      Estad siempre despiertos, pidiendo fuerza para escapar  de todo lo que
está por venir, y manteneos en pie ante el Hijo del Hombre.

Comentario
                              Viene el Señor
      En este primer domingo de adviento abrimos el evangelio y nos
encontramos con una página difícil. El mensaje de la Palabra de Dios que
Jesús nos transmite viene envuelto en un lenguaje apocalíptico y trata de lo
que ocurrirá en los últimos días, en el día del Señor.
      Después de hablar del trágico destino de Jerusalén, Lucas centra toda
su atención en la parusía, palabra que significa: el Señor vendrá  de nuevo.
      Este período del adviento tiene una doble función: prepararnos a la
Navidad como celebración de la primera venida de Cristo y prepararnos a su
segunda venida, al final de los tiempos.
      Ambos acontecimientos de salvación están recogidos en el credo,
expresión suprema de la fe de la Iglesia: "por nosotros los hombres y por
nuestra salvación bajó del cielo"; "espero la resurrección de los muertos y
la vida del mundo futuro".

      La primera venida del Señor estuvo caracterizada por la pobreza, la
humildad, la sencillez y tuvo siempre como sello el sufrimiento. La segunda,
por el contrario, manifestará la gloria de Aquél que ha vencido al demonio
y la muerte y vive sentado a la derecha de Dios Padre. "Aparecerán portentos
en el sol, la luna y las estrellas" Lc 21, 25. Lo decimos también en el credo:
"De nuevo vendrá con gloria para juzgar a los vivos y a los muertos y su
reino no tendrá  fin".
      El evangelio, después de anunciar la venida de Cristo como un
acontecimiento imprevisto, saca la conclusión lógica: hay que estar
preparados. Y la forma concreta de estar preparados es vigilar, "estad
despiertos", y orad,, "pedid fuerzas en todo momento para escapar de todo lo
que va a venir y poder así manteneros en pie ante este Hombre".
      Así pues, el comportamiento propio del cristiano viene caracterizado
por estas dos notas: vigilancia y oración.
      Vigilancia es esa actitud profunda que mantiene despierto y tenso el
corazón que ama.

            "¡Descubre tu presencia,
            y mánteme tu vista y hermosura;
            mira que la dolencia
            de amor, que no se cura
            sino con la presencia y la figura!".
            (S. Juan de la Cruz, Cánt.Esp. 11)

      Oración es el momento de apertura a Dios para acoger el reino que viene
y para colaborar con él.

                             Leído en Nazaret
      Nazaret es el lugar ideal para esperar la venida del Señor.
      Lo esperaron María y José con la esperanza de todo el pueblo de Israel.
Ellos eran miembros del pueblo que esperaba el Mesías, el Salvador. En María
y José se resume la esperanza de Israel.
      Hasta que María recibió el mensaje del ángel, también para ellos era
imprevisible el día de la primera venida del Señor, el momento de la visita
de Dios a su pueblo.
      Pero cuando lo supieron, su vida cambió por completo. Todo su ser
estuvo pendiente de ese momento y sabemos bien cuál fue la actitud de ambos
ante el anuncio de la venida del Señor. María da el salto de la fe: acepta
y cree. Y también José acepta entrar en el juego de la historia de la
Salvación.
      Los dos protagonistas de la espera del Mesías en el momento inminente
de su llegada son los mejores modelos de todo el que espera la venida del
Señor. En el Nazaret de María y José la espera, la vigilancia no son
angustiosas. La serenidad que da la fe en el Dios que actúa, penetra las
mayores dificultades y las resuelve. En el Nazaret de María y de José se
aprende a compartir la esperanza. Los dos esperan lo mismo. La esperanza del
uno es la esperanza del otro. Es una esperanza compartida, una esperanza de
familia.
      Pero la serenidad de la fe y esa comunión en la esperanza no quitó la
tensión del acontecimiento. También su corazón batió con más fuerza en
aquellos momentos.
      Su vigilancia fue activa. El anuncio del ángel no resolvió ninguno de
los problemas humanos con que se encuentra toda pareja que espera un hijo.
El primer hijo, y más bien si es fuera del lugar habitual de residencia.
      Bien "despiertos" debieron estar también María y José para recibir al
Señor que venía. Bien abierta la mente, bien atento el corazón y bien
desasidos "de los agobios de la vida" debieron estar para reconocer al Señor
cuando llegó.
      Los signos de la primera y de la segunda venida del Señor son muy
distintos. Pero las actitudes que se requieren por parte del hombre para
reconocerlo son las mismas. Una fe viva y un corazón despierto descubren al
Señor en la humildad de la paja del pesebre y en los portentos del sol, de
la luna y de las estrellas, en la serenidad de la noche y "en el estruendo
del mar y del oleaje". Una fe viva y un corazón despierto descubre al Señor
que viene en el Niño que nace como todos los niños y en el Hombre que viene
"en una nube con gran poder y majestad".

                            El Nazaret de ahora
      El evangelio de la venida del Señor leído en Nazaret nos muestra como
vivir hoy.
      El cristiano que vive en la comunidad eclesial de ahora, se encuentra
en el mismo trance que María y José (y tantos otros) en espera. Y las dos
grandes tentaciones del que espera son el escapismo y el abandono.
      Escapismo es fiarlo todo para cuando el Señor venga, actitud negativa
denunciada por el Vaticano II: "No obstante la espera de una tierra nueva no
debe amortiguar, sino más bien avivar la preocupación de perfeccionar esta
tierra, donde crece el cuerpo de la nueva familia humana, el cual puede de
alguna manera anticipar un vislumbre del siglo nuevo" G.S. 39.
      Abandono es quebrar la tensión de la espera. Es poner el corazón en las
cosas de aquí, "dejar que se embote la mente con el vicio, la bebida y el
agobio de la vida". Es vivir como si nada hubiera después.
      El creyente, desde el hoy  de su existencia concreta, que lee a la luz
de Nazaret este evangelio, sabe que hay una forma de vivir, a la vez serena
y tensa, preocupada al cien por cien de lo que ocurre hoy en la Iglesia y en
el mundo y a la vez con una mirada limpia, que ve como todas las cosas son
transitorias y uno sólo es el absoluto, objeto de todas las esperas.
      Su esperanza se tiñe de certeza porque sabe como María que el Señor a
quien espera está ya en él, porque sabe como José que el Señor es justo y
fiel a sus promesas. Pero no se engaña pensando que el Señor va a venir de
las nubes para llenar los huecos que él deja tras de sí.
      Cuando la esperanza es compartida, como en Nazaret, el núcleo
comunitario se hace más fuerte. La esperanza pone alas a la fe sobre la que
se base el estar reunidos en comunidad.


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25 de noviembre de 2012 - TO - DOMINGO XXXIV SOLEMNIDAD DE CRISTO REY DEL UNIVERSO – Ciclo B

"La realeza mía no pertenece a este mundo"



-Dn 7,13-14 // -Ap 1,5-8 // -Jn 18,33-37

      Juan 18,33-37
      En aquel tiempo, preguntó Pilato a Jesús:
      ¿Eres tú el rey de los judíos?
      Jesús le contestó:
      ¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí?
      Pilato replicó:
      ¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado
a mí; ¿qué has hecho?
      Jesús le contestó:
      Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi
guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi
reino no es de aquí.
      Pilato le dijo:
      Conque, ¿tú eres rey?
      Jesús le contestó:
      Tú lo dices: Soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido
al mundo; para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha
mi voz.

Comentario
      En el último domingo del año litúrgico la Iglesia celebra la solemnidad
de Cristo rey. Es colocado así como culmen quien es el centro y corazón de
la historia. El tiempo humano se convierte en imagen de la vida humana
rescatada por Cristo. Es ‚l quien marca el ritmo de la existencia cristiana
de cada persona, de la Iglesia y del mundo entero.
      La Palabra de Dios nos ilumina el sentido de esta solemnidad. Se abre
con la visión apocalíptica de Daniel en la que aparece un "hijo de hombre"
en contraposición con las "cuatro bestias que suben del mar". ese hijo de
hombre fue identificado con el pueblo elegido por la literatura apocalíptica,
pero Jesús se apropió de ese título de modo personal (Mc 8,31).
      Se introduce así el tema del evangelio extraído del proceso de Jesús
ante Pilato. En ‚l queda bien claro que en este mundo hay dos realezas que
se distinguen y se contraponen, pero que no son incompatibles.
      La liturgia de hoy toma de todo el proceso sólo el diálogo entre Jesús
y Pilato que tiene lugar en el interior de la residencia de éste. Es una de
las siete partes de que se contiene el entero proceso. habría que leerlo
entero para descubrir cómo el evangelista, con la fina ironía que lo
caracteriza, va haciendo que paso a paso el reo (Jesús) se convierta en Juez
y que los acusadores (los judíos) se condenen a sí mismos por no haber creído
en Jesús.
      Lo esencial del mensaje está en las dos respuestas que Jesús da a
Pilato. A la primera en que el procurador pregunta, ¿Tú eres rey de los
judíos?, Jesús responde con un sí. Pero quiere dejar bien claro que su poder
No procede de este mundo, no le viene conferido por ninguna potencia de aquí:
"La realeza mía no es (en el sentido de no proviene) de aquí". Esta expresión
hay que entenderla a la luz de Jn 8,23 donde aparece la oposición ser de
aquí/ser de arriba. La procedencia u origen de su poder no está en este
mundo, pero se ejerce sobre los hombres que están en el mundo.
      A la segunda pregunta de Pilato sobre su realeza, "Pero entonces, Tú
eres rey?", Jesús reafirma su identidad real y dice en qué‚ consiste: en "ser
testigo de la verdad". Las listas genealógicas de Mateo y Lucas muestran
igualmente la ascendencia davídica.
      A pesar de estos datos, ellos se habían visto obligados a huir a Egipto
ante la decisión del rey Herodes. Y al volver a Israel, "al enterarse de que
Arquelao reinaba en Judea", José‚ tuvo miedo de ir allí  y se estableció en
Nazaret (Mt 2,22-23).
      Pero además en Nazaret pasaban los días sin que se viera ningún signo
de una realeza de aquí abajo. Y ésto no sólo los primeros años, sino ni
siquiera después cuando, imaginamos, hubiera sido fácil promover la revuelta
política contra la potencia dominadora y opresora, como otros lo intentaron.
      La vida humilde y ordinaria de la familia de Nazaret prueba ya con los
hechos una verdad que Jesús m s tarde tuvo que esforzarse para imponer
incluso a sus mismos discípulos: que Él no pretendía ser rey al estilo de los
reyes de este mundo (Jn 6,15).
      Solo al final del evangelio aparece clara la verdad de Nazaret. La
ausencia de toda pretensión terrena, la vida sencilla en una familia como las
demás dice bien clara mente que "la realeza mía no pertenece al mundo este...
"(Jn 18,36). Si perteneciera al mundo éste, otra hubiera sido su vida en
Nazaret.
      Jesús se revela así rey, sin ninguna pretensión dinástica, ni por su
origen ni por haber organizado un grupo capaz de hacerse con el poder (Jn
18,36). Es rey siendo sencillamente hombre, "el Hijo del Hombre", es decir,
es rey porque es el Hijo de Dios.

      Señor Jesús, ahora que te vemos
      levantado sobre la tierra y clavado en la cruz,
      podemos aclamarte como nuestro rey
      y como rey del universo.
      Tu reino no es de este mundo
      y no nos atreveremos nunca
      a pedirte signos de un poder que no es el tuyo.
      Te aclamamos, Señor,
      entregado e inerme, porque en tu debilidad
      se manifiesta la fuerza de Dios,
      una fuerza y un poder que no oprime
      sino que libera y da la vida.

                             Ser de la verdad
      El proceso de Jesús es el momento supremo de la revelación de su
verdadera identidad, pero lo es también de la nuestra. El es el "testigo de
la verdad" y en eso consiste su misión en este mundo. Pero a continuación
dice: "Todo el que es de la verdad, me escucha" (Jn 18,37).
      "Ser de la verdad" es un estilo de vida, un modo de pensar y de obrar
que tiene como constante punto de referencia a Jesús y su palabra. Quien es
de la verdad, se deja llevar por el Padre, que es "la verdad" y es guiado por
el Espíritu Santo a la "verdad completa" (Jn 16,13).
      Al final del año litúrgico, la Palabra de Dios nos invita a clarificar
nuestra vida y a asentarla sobre la roca firme de la verdad, que viene sólo
de Cristo. Nuestra vida es ese espacio de libertad donde a diario se juega
la batalla entre la gracia y el pecado, la verdad que es luz y las tinieblas
del mal.
      Si queremos pertenecer al reino de quien hoy se nos presenta como Rey,
debemos escuchar su voz y dejarla que penetre cada vez m s en nuestra
existencia hasta que d‚ forma a todo nuestro modo de ser.
      Es la condición que el mismo evangelio pone: "Vosotros, para ser de
verdad mis discípulos, tenéis que ateneros a ese mensaje mío; conoceréis la
verdad y la verdad os hará libres" (Jn 8,31-32). Es la gran paradoja del
evangelio: quien se somete a la verdad, adhiriendo mediante la fe a Cristo,
adquiere la libertad, la verdadera libertad.
      Quien se coloca en la sencillez y verdad de Nazaret está en ese camino
que, pasando por la cruz, lleva a la alegría plena de vivir en la libertad
de los hijos de Dios.


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18 de noviembre de 2012 - TO - DOMINGO XXXIII – Ciclo B

"Entonces verán venir a este Hombre sobre las nubes"


-Dn 12,1-3 // -Sal 15 // -Heb 10,11-14. 18 // -Mc 13,24-32

      Marcos 13,24-32
      En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
      En aquellos días, después de una gran tribulación, el sol se hará 
tinieblas, la luna no dará su resplandor, las estrellas caerán del cielo, los
ejércitos celestes temblarán.
      Entonces ver n venir al Hijo del hombre sobre las nubes con gran poder
y majestad; enviar  a los  Ángeles para reunir a sus elegidos de los cuatro
vientos, del extremo de la tierra al extremo del cielo.
      Aprended lo que os enseña la higuera: Cuando las ramas se ponen tiernas
y brotan las yemas, sabéis que la primavera está cerca; pues cuando veáis
vosotros suceder esto, sabed que Él está cerca, a la puerta. Os aseguro que
no pasará esta generación antes que todo se cumpla. El cielo y la tierra
pasarán, mis palabras no pasarán. El día y la hora nadie lo sabe, ni los
 Ángeles del cielo ni el Hijo, sólo el Padre.

Comentario
      Al final del año litúrgico la Iglesia nos invita a levantar la mirada
y contemplar los tiempos últimos, el día glorioso de la venida del Señor. El
mundo camina hacia su plenitud en el Reino de Dios, por ello el mensaje que
se desprende de la Palabra en este domingo es un mensaje de esperanza.
      Ya la primera lectura, ambientada en un período difícil de la historia
de Israel, quiere transmitir esperanza. Durante la persecución de Antíoco
Epífanes, Daniel recibe una visión y en ella se anuncia que "muchos de los
que duermen en el polvo despertarán; unos para vida eterna, otros para
ignominia perpetua" (Dn 12,2). Es una de las pocas veces que en el Antiguo
Testamento se habla claramente de la resurrección de los muertos. Esta se
anuncia de forma limitada sólo a los mártires de la persecución, pero prepara
ya la revelación plena hecha por Cristo.
      En el evangelio de Marcos, como en general en todo el Nuevo Testamento,
la revelación sobre el fin del mundo no se caracteriza por dar muchos
detalles, sino por su concentración cristológica. La esperanza y el futuro
del hombre están cifrados en la venida de Cristo. Cuando ‚l aparezca,
"enviar  a sus  Ángeles para reunir a sus elegidos de los cuatro vientos"
(13,27).
      Es esa reunión universal, en la que Cristo se manifestar  a todos
inconfundiblemente como Mesías y en la que aparecer  lo que hay en el fondo
del corazón de cada hombre, lo que ocupa el centro de la atención del
evangelista. No se trata, pues, de satisfacer la curiosidad humana sobre el
cuándo, el dónde y, menos aún, sobre los fenómenos celestes que acompañarán
la venida del hijo del hombre.
      Lo importante es saber vivir en el tiempo aferrándose únicamente a las
palabras de Jesús, que llevan a dar testimonio de la propia fe, incluso en
circunstancias difíciles, y a mantenerse vigilantes. Son esas actitudes el
mejor antídoto contra la tentación de la desesperanza, que lleva a buscar
atajos falsos en el camino o a huir de las propias responsabilidades.

                           El tiempo de Nazaret
      Hay un fuerte contraste en los evangelios entre las narraciones de la
infancia de Jesús y los discursos escatológicos. En las primeras vemos al
niño y adolescente en la fragilidad de la condición humana, en los segundos
aparece "con gran fuerza y majestad" (Mc 13,27). Pero además sentimos que los
acontecimientos relativos a la familia de Nazaret pertenecen a nuestra histo-
ria, nos son familiares. Mientras que los que leemos hoy en el evangelio
escapan a nuestros par metros normales de comprensión, se sitúan más allá de
nuestro espacio y de nuestro tiempo, no encontramos fácilmente puntos de
referencia para orientarnos.
      Pero si miramos con atención el tiempo de la vida de Jesús en Nazaret,
podemos decir también que era un tiempo último. Los acontecimientos empezaron
a precipitarse poco después de su salida de Nazaret hasta que se produjo el
signo definitivo de su muerte y resurrección.
      También en Nazaret se estaban poniendo tiernos los ramos de la higuera
y estaban brotando las yemas en una primavera que anunciaba un verano ya a
las puertas. En la familia de Nazaret se vivió esa sensación de que, con la
llegada de Jesús, el tiempo estaba preñado de un misterio que no se acierta
a comprender, que supera el normal decurso de la historia. "Cuando llegó el
momento culminante, envió Dios a su hijo nacido de mujer" (Gal 4,4). Pero el
evangelio de Lucas dice en el episodio del templo: "El les contestó: ¿Por qué
me buscabais? ¿No sabíais que yo tenía que estar en la casa de mi Padre?
Ellos no comprendieron lo que quería decir" (2,50-51).
      María y José‚ se quedaron en su interior con el misterio que escondían
esas palabras y vivieron durante muchos años sin saber el cómo y el cuándo.
Se supone incluso que José‚ murió si ver la realización de aquello que se
anunciaba.
      Lo importante es saber vivir en el tiempo con esa actitud interior de
atención, de discernimiento, de apertura y responsabilidad que vemos en María
y José‚. Si nos atenemos al evangelio, en los años de la vida de Jesús en
Nazaret no sucedió nada digno de ser contado. Como para decirnos a nosotros,
hombres de hoy que amamos tanto lo sensacional y los grandes acontecimientos,
que lo verdaderamente importante y definitivo, como fue la manifestación del
Hijo de Dios en la historia, se vive y se prepara en el silencio de cada día.
      En Nazaret tenemos un camino para vivir este tiempo de esperanza que
es el nuestro, mientras preparamos la manifestación gloriosa del Hijo del
Hombre que se producir  en su segunda venida

      Señor Dios nuestro, Dios de los vivos, Padre bueno,
      tú tejes en secreto en el curso de la historia
      la manifestación gloriosa de Cristo.
      Danos tu Espíritu Santo
      para que sepamos discernir los signos de los tiempos
      y sepamos vivir el momento que ahora nos es dado,
      pero abiertos a la esperanza en el futuro.
      Ilumina nuestro camino
      para que sepamos dar nuestro testimonio
      y llegar un día a cantar tu alabanza con María y José‚
      y todos los que nos han precedido
      y duermen el sueño de la paz.

                           Vivir nuestro tiempo
      "Cuidado que nadie os extravíe". "Vosotros andaos con cuidado".
Aprended de esta comparación con la higuera" (Mc 13). El discurso
escatológico de Jesús está lleno de frases exhortativas que invitan a la
atención y al discernimiento del tiempo que estamos viviendo.
      El anuncio de los tiempos últimos, de lo que acontecer  cuando venga
por segunda vez el Hijo del Hombre, nos invita a dilatar nuestra mirada, a
no perdernos entre la muchas indicaciones a corto plazo que continuamente
recibimos sobre el sentido de nuestra vida, de nuestra comunidad, de las
actividades que llevamos a cabo.
      Desde las perspectivas amplias del gran discernimiento final que se
llevar  a cabo en "el día del Señor", recibimos una invitación apremiante a
detenernos y preguntarnos por el sentido último de nuestra vida y de lo que
llevamos entre manos.
      Tampoco se trata de perderse en idealismos abstractos, ni de huir de
la realidad actual. Al contrario, la Palabra de Dios, leída hoy en Nazaret,
nos lleva a esa actitud vigilante de atención y escucha para escrutar lo que
aún no se ve pero ya se esta fraguando. Y esto no para llegar antes o ser m s
listos que los otros, sino para mantenernos abierto a lo que Dios mimo nos
prepara y para poder responderle adecuadamente.
      "El día del Señor" nos sorprender  siempre. Ningún esfuerzo humano es
capaz de adivinar el cuándo y el cómo acontecer, pero es muy distinto vivir
nuestro tiempo con ese sentido cristiano de apertura al futuro, que da todo
su peso al presente, a vivirlo aturdidos por mil preocupaciones que no llevan
a ningún sitio o en una angustia que impide la paz interior.


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11 de noviembre de 2012 - TO - DOMINGO XXXII – Ciclo B

"Ha dado todo lo que tenía"

-1Re 17,10-16 // -Sal 145 // -Heb 9,24-28 // -Mc 12,38-44

Marcos 12,38-44
En aquel tiempo enseñaba Jesús a la multitud y les decía:
¡Cuidado con los letrados! Les encanta pasearse con amplio ropaje y
que les hagan reverencias en la plaza, buscan los asientos de honor en las
sinagogas y los primeros puestos en los banquetes; y devoran los bienes de
las viudas con pretexto de largos rezos. Esos recibirán una sentencia más
rigurosa.
Estando Jesús sentado enfrente del cepillo del templo, observaba a la
gente que iba echando dinero: muchos ricos echaban en cantidad; se acercó una
viuda pobre y echó dos reales. Llamando a sus discípulos les dijo:
Os aseguro que esa pobre viuda ha echado en el cepillo más que nadie.
Porque los demás han echado de lo que les sobra, pero ésta, que pasa necesi-
dad, ha echado todo lo que tenía para vivir.

Comentario
La liturgia coloca hoy en la primera lectura de la misa la figura de
una viuda, tomándola del llamado "ciclo de Elías" en el libro de los Reyes.
Es una mujer que cree plenamente en la palabra de Dios y da lo poco que tiene
confiando en la Providencia. Esta figura, en su contexto veterotestamentario,
es una llamada al pueblo de Israel para que se fíe de Dios en los tiempos
difíciles.
En el contexto litúrgico de este domingo constituye un paralelo con esa
otra mujer, también viuda, que aparece en el evangelio y que es capaz de dar
todo lo que tiene para vivir. En contraste aparece el reproche de Jesús a los
fariseos para quienes la religión se diría que más que un medio para expresar
la fe sino de promoción social.
No cabe duda que el acercamiento de ambos tipos de personajes efectuado
por el evangelista hace que el contraste sea m s fuerte. Jesús que "no
necesitaba informes de nadie, porque conocía al hombre por dentro" (Jn 2,25),
sabe ver el gesto de la viuda y ponerlo de manifiesto ante sus discípulos de
modo que el gesto sea una catequesis para la vida.
Se trata de la última enseñanza de Jesús, según el evangelio de Marcos,
antes del discurso sobre el fin de la ciudad de Jerusalén y del mundo, y de
entrar en la pasión. El gesto de la mujer que da todo, incluso lo que
necesita para vivir, aparece así como paradigmático del que Jesús mismo se
prepara a cumplir dando su propia vida.
La totalidad de ese don queda subrayada por la 2¦ lectura, en la que,
a la multitud de los sacrificios de la antigua alianza y al hecho de que el
sacerdote ofrezca la sangre "de otro", se opone el sacrificio de Cristo,
quien "se ofreció una sola vez para quitar los pecados de muchos".
Es una aplicación concreta y clara del mandamiento del amor que
meditábamos el domingo pasado. Se trata de amar con la totalidad de la
persona (Dt 6,4-5). Esa es la verdadera fe y la verdadera religión,
incompatible con las instrumentalizaciones y caricaturas que el hombre está
siempre tentado de hacer de ella.

La verdad de Nazaret
El mensaje de las lecturas de hoy se cifra en el contraste entre la
ostentación de los escribas y fariseos y la generosidad secreta de la viuda,
que solo Jesús advierte.
Por ese camino resulta fácil llegar a contemplar la verdad de Nazarea.
Verdad de Nazaret que consiste en esa fe pura que acoge la Palabra de Dios
y la deja actuar en la propia vida hasta que todo queda transformado. Verdad
de Nazaret en esa actitud humilde que ninguna ventaja recaba de la
familiaridad con el Hijo de Dios, sino que permanece oculta y desconocida a
los ojos de todos, como el gesto de la viuda. Verdad de Nazaret en la entrega
generosa y total, necesaria para construir día a día una familia y para
construir un día la gran familia de los hijos de Dios.
Hay una verdad de Nazaret hecha de valores auténticos, y el sello de
su autenticidad está precisamente en haber permanecido en secreto todo el
tiempo que Dios quiso.
No es, pues, de extrañar que quien vivió y vio entorno a sí esa
autenticidad sencilla de una fe profunda y generosa, cuando fustiga las
falsas apariencias y la ostentación, lo haga con términos tan duros como los
que leemos hoy en el evangelio.
La búsqueda de un reconocimiento público, la ambición de poder o
prestigio, la hipocresía y la vanidad, son cosas tan lejanas y opuestas a la
experiencia nazarena de Jesús, que no puede por menos de condenarlas
duramente: "Esos tales recibir n una condena severísima" (Mc 12,20).
No se trata de juzgar a los demás y menos aún de poner a unos contra
otros. Lo que está  en juego es la autenticidad de la relación con Dios y en
definitiva la figura misma de Dios.
La verdad de Nazaret, reflejo de una relación auténtica con el Dios,
nos revela su imagen viva; Quien se sirve de la religión para medrar (actitud
farisaica por excelencia) no pone a Dios en el primer puesto como pide el
primer mandamiento.
Nazaret nos enseña hoy, a la luz del evangelio, esos gestos pequeños
y que quedan para siempre escondidos, pero que en su autenticidad expresan
el amor del corazón.

Padre bueno, Tú pides de nosotros,
no el "mucho" de los ricos,
sino el "todo" de la viuda.
Te pedimos la fuerza del Espíritu Santo,
que nos haga verdaderos hijos tuyos,
y nos lleve, como a Jesús, a ofrecer nuestra vida
al servicio de los hermanos,
sólo para gloria tuya.
Padre, también tú en un gesto de amor inefable,
que nadie ha visto, has entregado
lo más precioso de ti mismo
al dar a tu Hijo amado para salvarnos.

Caminar en la verdad
Respondamos a la invitación de Jesús, quien después de observar lo que
hizo aquella viuda "llamó a sus discípulos" y les puso en evidencia aquella
acción para que aprendieran.
Tanto la viuda de Sarepta, que en su extrema indigencia comparte lo que
tiene, como la mujer del evangelio, que da lo que necesita para vivir,
muestran claramente el camino a quienes quieren seguir la verdad del
evangelio y marchar tras las huellas de Jesús. Ambas configuran las actitudes
básicas del discípulo: apertura y confianza en Dios, siempre fiel, que nunca
abandona a los que se entregan a Él, abandono a su voluntad y generosidad
para dar la propia vida.
De esa actitud básica de fe, que tanto contrasta con las falsas
motivaciones de los fariseos y de los que dan sólo lo que les sobra, es de
donde deben brotar las obras concretas del amor cristiano. No siempre es
fácil evitar las interferencias en el paso de la fe a sus expresiones
concretas en las obras, como tampoco es fácil saber permanecer en la humildad
y en el "secreto" de la oración y de las buenas obras, que sólo el padre ve.
Necesitamos cada día reconocer y vencer al escriba y al fariseo que
anida en nuestro corazón y que tiende constantemente a alterar la verdad en
nuestra relación con Dios y con los demás, tanto en los gestos concretos de
la vida de cada día como en las funciones que estamos llamados a desempeñar.
Necesitamos cada día volver a Nazaret, a un encuentro personal con ese
Jesús, que reafirme nuestra identidad cristiana y nos lleve a la verdad
total.
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4 de noviembre de 2012 - TO - DOMINGO XXXI – Ciclo B

""¿Qué mandamiento es el primero de todos?"


-Dt 6,2-6 // -Sal 17 // -Heb 7,23-28 // -Mc 12,28-34

      Marcos 12,28b-34
      En aquel tiempo, un letrado se acercó a Jesús y le preguntó:
      ¿Qué‚ mandamiento es el primero de todos?
      Respondió Jesús:
      El primero es: Escucha, Israel, el Señor nuestro Dios es el único
Señor: amarás al Señor tu Dios con todo el corazón, con toda tu alma, con
toda tu mente, con todo tu ser. El segundo es éste: Amará s a tu prójimo
como a ti mismo. No hay mandamiento mayor que éstos.
      El letrado replicó:
      Muy bien, Maestro, tienes razón cuando dices que el Señor es uno solo
y no hay otro fuera de él; y que amarlo con todo el corazón, con todo el
entendimiento y con todo el ser y amar al prójimo como a uno mismo vale m s
que todos los holocaustos y sacrificios.
      Jesús, viendo que había respondido sensatamente le dijo:
      No estás lejos del Reino de Dios.
      Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas.

Comentario
      El evangelio de hoy nos presenta una de las dos intervenciones de Jesús
en el templo de Jerusalén en diálogo con sus oponentes. Hoy se trata de la
cuestión sobre el principal mandamiento.
      La lectura del Deuteronomio presenta ya uno de los textos a los que se
alude en el evangelio y por tanto prepara al oyente a una mejor comprensión
de las palabras de Jesús. Este no se limita, sin embargo, a repetir lo que
los judíos consideraban como el fundamento de su fe: el Shema Israel repetido
cada día en la oración; Citando el Levítico 19,18, Jesús pone al lado del
primero un segundo mandamiento y el evangelista, rompiendo toda lógica
gramatical, dice textualmente: "No hay otro mandamiento mayor que éstos" (Mc
12,31).
      La novedad de la enseñanza de Jesús está pues, no tanto en haber
resuelto una cuestión que en las escuelas rabínicas de su tiempo se
disputaban sobre la reducción a un único precepto de los 613 que habían
encontrado en el Pentateuco, sino m s bien en compenetrar el mandamiento
referido a Dios con el referido al amor al prójimo, haciendo de los dos uno
solo.
      El declarar ambos mandamientos "el m s grande" no supone, sin embargo
una confusión. Leyendo en detalle las palabras de Jesús, está bien claro que
el amor al prójimo es el segundo mandamiento. No se pueden, pues confundir,
pero tampoco separar ambos aspectos de la vida. Esa es también la conclusión
a la que llega razonablemente el letrado en su segunda intervención: "Amar
a Dios... y amar al prójimo... vale más que todos los sacrificios".

      Dichas en el recinto del templo, esas últimas palabras tienen un mayor
sentido crítico contra el formalismo del culto, pero leídas a la luz de la
respuesta de Jesús dicen bien claramente cómo el amor debe ser la raíz
fundamental que anime y motive las relaciones del hombre tanto con Dios como
con su prójimo. El primer mandamiento, en el sentido evangélico precisado m s
arriba, no sólo está por encima de los demás, sino que los comprende y anima
a todos.

                          El misterio de Nazaret
      El misterio de Nazaret es, ante todo, el misterio de la encarnación de
Dios. Hoy meditamos sobre cómo de los dos mandamientos, el del amor a Dios
y el del amor al prójimo, Jesús hace uno sólo, pero sin confundirlos.
      Una luz para entender mejor esto podemos encontrarla también en el
misterio de la encarnación, pues en ella se funda la unidad del amor a Dios
y del amor al hombre. Es mas, podemos decir que es Dios quien ha realizado
en Cristo esa unidad.
      Ciertamente la unión que se ha efectuado en la encarnación entre la
divinidad y la humanidad es un misterio que escapa a nuestra capacidad de
comprensión. Es demasiado grande para poder expresarlo con nuestras palabras.
Las más viejas fórmulas de la fe reconocen en Cristo una unión verdadera y
perfecta y no una combinación de dos personalidades o entidades distintas,
de manera que, aún conservando todas las propiedades de la divinidad y de la
humanidad, se rechazaba todo dualismo.
      No cabe duda de que hay no sólo un paralelismo formal, sino una hilazón
profunda entre el misterio de la encarnación y la unión entre los dos
mandamientos en que se resume toda la ley y los profetas. Solo el hombre que
era al mismo tiempo Dios podía revelarla de modo perfecto.
      En Nazaret se cumplió de forma misteriosa, pero en toda su plenitud ese
amor a Dios y al hombre en un mismo impulso. Podemos decir que allí, en la
oscuridad de la fe, el amor al hombre (Jesús) era amor a Dios y viceversa.
      María y José‚, que estuvieron implicado en primera persona en los
eventos de la encarnación del Verbo, son también los primeros testigos de esa
situación nueva en la que Dios viene a nosotros en el signo de la humanidad
real y a través de ese mismo signo el hombre accede a Dios.
      Como en el misterio de la encarnación, también en el doble mandamiento,
queda siempre el peligro de enfatizar de tal modo la unión que se llegue a
la confusión o en forma exagerada la distinción hasta llegar a la separación
y el dualismo. Los mismos desastres que se han las herejías en el plano de
la formulación de la fe, pueden producirse siempre en el de la vida
cristiana, si no se integran bien ambos aspectos.
      La praxis humilde de Nazaret nos enseña a amar a Dios que se presenta
como niño, como joven, como hombre, y nos enseña a amarlo precisamente en el
misterio que se encierra en Él.

      Señor Jesús, Dios y hombre verdadero,
      necesitamos que tu nos enseñes
      que "el Señor, nuestro Dios, es uno solo",
      para que nunca pongamos a su lado ningún otro.
      sólo ese Dios, uno y trino, que tu revelas,
      debe acaparar todo el amor
      de nuestras fuerzas, de nuestra mente
      y de nuestro corazón.
      Muéstranos tu,
      como experiencia viva que revela el Espíritu Santo
      en nuestro interior,
      cómo ese es el camino para amar a nuestros hermanos
      con todo el corazón, con toda la mente
      y con todas las fuerzas.


                          Amar a Dios y al hombre
      Los profetas de nuestro tiempo no se cansan de repetir que el drama de
la sociedad contemporánea está en haber separado el comportamiento humano de
la fe, de la ética, de la religión; en definitiva, el hombre de Dios.
      Los esfuerzos de comunicación entre ambos mundos parecen pequeños ante
ese proceso gigantesco que trata de fundar una ‚tica, una sociedad y un
porvenir para la humanidad apoyándose únicamente en la razón y en las
posibilidades de desarrollo y organización del hombre.
      Si somos sinceros, tenemos que reconocer que en cada uno de nosotros
existe esa tendencia a separar el amor a Dios y el amor al hombre, a hacer
dos mundos con leyes completamente independientes, a encauzar nuestras vidas
por dos vías paralelas que no se encuentran nunca.
      La Palabra de Dios nos invita hoy a descubrir que el amor al hombre es
auténtico solamente cuando Dios ocupa el primer puesto en nuestra vida. sólo
amando a Dios de todo corazón y aprendiendo de Él a amar, podemos amar al
hombre respetándolo en su alteridad, dejándolo que sea lo que él es como
persona y no pretendiendo servirnos de él. Es lo que Dios hace con nosotros
cuando, con su amor, nos da la existencia y funda nuestra libertad.
      La unión, sin confusión, de los dos amores está en el camino de la
encarnación, que el mismo Dios empezó en Nazaret.

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28 de octubre de 2012 - TO - DOMINGO XXX – Ciclo B

"Y lo siguió por el camino"


-Jer 31,7-9 // -Sal 125 // -Heb 5,1-6 // -Mc 10,46-52

      Marcos 14,46-52

      En aquel tiempo, al salir Jesús de Jericó con sus discípulos y bastante
gente, el ciego Bartimeo (el hijo de Timeo) estaba sentado al borde del
camino pidiendo limosna. Al oír que era Jesús Nazareno, empezó a gritar:
      Hijo de David, ten compasión de mí.
      Muchos le regañaban para que se callara. Pero ‚él gritaba más:
      Hijo de David, ten compasión de mí.
      Jesús se detuvo y dijo:
      Llamadlo.
      Llamaron al ciego diciéndole:
      Animo, levántate, que te llama.
      Soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús.
      Jesús le dijo:
      ¿Qué quieres que haga por ti?
      El ciego le contestó:
      Maestro, que pueda ver.
      Jesús le dijo:
      Anda, tu fe te ha curado.
      Y al momento recobró la vista y lo seguía por el camino.

Comentario
      La Palabra de Dios se abre hoy con la página de Jeremías que anuncia
los tiempos mesiánicos en los que el Señor cuidará de todas las ovejas de su
rebaño. Esa promesa de salvación se ve realizada en Cristo que cura y salva
a quienes creen en Él, ya que es el sumo sacerdote lleno de compasión para
quienes viven en la ignorancia y el error.
      Si consideramos mas detenidamente la página del evangelio vemos que
tiene dos niveles de significado. En el primero podemos considerar el caso
personal del ciego Bartimeo que lanza un grito desde su situación de
indigencia y, a pesar de los obstáculos hace oír su petición. En un breve
diálogo con Jesús, Éste lo hace pasar desde la exposición de la necesidad de
que lo angustia (recobrar la vista) hasta la fe que salva : "Tu fe te ha
salvado" (10,52). Este diálogo con Jesús es ciertamente el punto culminante
del proceso que sigue el ciego y que va de la invocación insistente y
confiada al encuentro personal con Jesús en el que recupera la vista y llega
a la fe para terminar siguiendo al maestro en camino hacia Jerusalén.
      Precisamente ese itinerario tan bien trazado por el evangelista ha
llevado a ver a muchos comentaristas un segundo nivel de significado en el
relato.
      En primer término hay que decir que se trata del ultimo milagro operado
por Jesús en favor de una persona y, en cuanto tal, pone el punto final a esa
sección del evangelio de Marcos que se caracteriza por las enseñanzas, los
milagros y los anuncios de la pasión mientras va de camino hacia Jerusalén.
      La enseñanza sobre la fe que se desprende de este episodio deja bien
claro que ésta es la condición esencial para acompañarlo hasta el
cumplimiento de su misión en la tierra. Sólo quien cree en Él y lo confiesa
como Mesías puede compartir su destino. La historia de la fe del ciego hijo
de Timeo, es paradigmática de la experiencia de todo discípulo y remite al
lector del evangelio al comienzo de la predicación de Jesús, cuando decía:
"Convertíos y creed en el evangelio".
      La iniciación bautismal que es todo el evangelio de Marcos encuentra
en este pasaje uno de los ejemplos más característicos. Es también una
indicación de que puede siempre ser leído para volver a la fuente de toda
vida cristiana.

                              "Hijo de David"
      El título de Hijo de David dado a Jesús aparece solamente dos veces en
el evangelio de Marcos: en la invocación del ciego Bartimeo y en su discusión
con los fariseos (12,35-37). A pesar del significado mesiánico que comporta
este título, Jesús no impone silencio al ciego, como había hecho en otras
ocasiones para impedir que se rompiera el llamado secreto mesiánico. Quizá 
porque hacia el final de su vida no se prestaba ya a confusión con un papel
político.
      Meditando el evangelio desde Nazaret podemos detener nos sobre el
significado de ese título, ya que es allí donde tiene su origen y ha servido
para confesar la fe en la realidad mesiánica de Jesús. Dejando de lado los
muchos problemas exegéticos que plantean las genealogías de Jesús que Mateo
y Lucas traen en sus evangelios, podemos decir que su sentido global es
confirmar que en Jesús se ha cumplido de la promesa de Dios de que el Mesías
nacería de la familia de David.
      Para los comentaristas actuales los dos evangelistas ofrecen la
genealogía de Jesús a través de José. Mateo daría una genealogía "natural",
mientras Lucas presentaría su ascendencia "legal". Sea como fuere, lo cierto
es que, al llegar a Jesús, hay un eslabón genealógico y tomando al pie de la
letra lo que escriben los evangelistas, sólo María engendra a Jesús por obra
del Espíritu Santo.
      Por otra parte, el origen davídico de Jesús queda subrayado por el
 ángel en el anuncio a María: "El Señor le dará el trono de David su padre"
(Lc 1,32). Y Jesús nace "en la ciudad de David" (Lc 2,11).
      ¿Qué‚ significado pudo tener el título de Hijo de David en boca del
ciego Bartimeo aplicado a Jesús? Quizá  la explicación de esa asociación del
título de Hijo de David con el poder de curación de Jesús, al que el
evangelista hoy se refiere pueda encontrarse en la frase del viejo Simeón,
cuando, lleno del Espíritu santo, exclamó al ver al niño con María y José‚:
"Ha suscitado una fuerza de salvación en la casa de David su siervo" (Lc
1,69).
      Para el ciego, como para María y José‚ y para los primeros cristianos,
la ascendencia davídica de Jesús no era sólo un hecho biológico o de
parentesco. Confesarlo como Hijo de David era un modo de proclamar su fe en
Él y de ponerse en camino para seguirlo.

      Señor Jesús, Hijo de David,
      hoy gritamos a ti desde nuestras tinieblas.
      Queremos dejar el manto de todo lo que nos estorba
      y vencer las resistencias que nos impiden llegar a ti.
      Queremos verte y, a través del encuentro contigo,
      recibir esa luz nueva y esa fuerza
      que nos permita abandonar
      el lugar de miseria y marginación
      para caminar con alegría y esperanza
      con todo los que comparten tu destino
      y te aclaman como Hijo de David.


                              Creer y caminar
      Es la misma fe la que lleva al ciego a lanzar su grito hacia el
Salvador que pasa y a ponerse luego en camino tras Él.
      Hoy podemos poner nuestra fe sobre el calco de la de este hombre. Esa
es sin duda también la intención del evangelista al escribir el relato del
milagro de la curación del ciego.
      Como para Bartimeo, muchos son los obstáculos internos y externos,
personales y de ambiente, que se oponen a ese itinerario de la fe que va de
la invocación convencida desde la propia miseria al encuentro personal con
Jesús. Y desde ese encuentro en el que el ansia de la curación material queda
transfigurada en el deseo de esa otra forma de ver que consiste en saber
quién es realmente Jesús y poderlo proclamar con libertad ante los demás.
      Y no es menos importante la segunda parte del itinerario de la fe que
consiste en el seguimiento de Jesús. El joven rico no fue capaz de dar el
paso del seguimiento porque "tenía muchas riquezas". El ciego que recobra la
vista, es, por el contrario, el modelo del discípulo que sigue a Jesús por
el camino. El primer tramo del itinerario de la fe que va desde la propia
situación al encuentro con Jesús los dos lo recorren igualmente, pero luego,
sólo el ciego siguió a Jesús.
      El contraste de los dos personajes es evidente y aleccionador en el
evangelio de Marcos. Para él (y para nosotros), solo quien es capaz de seguir
a Jesús después de haberlo encontrado es el verdadero discípulo. No valen los
caminos de fe que se quedan truncados.


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21 de octubre de 2012 - TO - DOMINGO XXIX – Ciclo B

"El que quiera ser el primero, sea esclavo de todos"



-Is 53,2. 3. 10-11 // -Sal 32 // -Heb 4,14-16 // -Mc 10,35-45 Marcos 10,35-45 En aquel tiempo, se acercaron a Jesús los hijos de Zebedeo, Santiago y Juan, y le dijeron: Maestro, queremos que hagas lo que te vamos a pedir. Les preguntó: ¿Qué‚ queréis que haga por vosotros? Contestaron: Concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda. Jesús replicó: No sabéis lo que pedís, ¿sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber, o de bautizaros con el bautismo con que yo me voy a bautizar? Contestaron: Lo somos. Jesús les dijo: El cáliz que yo voy a beber lo beberéis, y os bautizaréis con el bautismo con que yo me voy a bautizar, pero el sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo; está ya reservado. Los otros diez, al oír aquello, se indignaron contra Santiago y Juan. Jesús, reuniéndolos, les dijo: (en la forma abreviada: reuniendo a los Doce... ) Sabéis que los que son reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen. Vosotros nada de eso: el que quiera ser grande, sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos. Porque el Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos. Comentario La línea principal del mensaje de este domingo parte de Cristo, Hijo de Dios y sacerdote solidario con nosotros (2a lectura) para subrayar dos aspectos esenciales del misterio cristiano: el servicio y el rescate que Él ha pagado por todos. Este modo de actuar de Cristo configura un nuevo tipo de relaciones dentro de la comunidad de sus discípulos y el modo concreto de ejercer la autoridad. La pregunta de los hijos de Zebedeo revela una vez m s la incomprensión de los discípulos del camino elegido por Jesús para salvar a los hombres. Él no rechaza la pregunta, sino que toma pie de ella para dar una explicación más amplia dirigida a todos sus seguidores. En el breve diálogo con Santiago y Juan y a través de dos imágenes simbólicas bien conocidas den el lenguaje bíblico (el cáliz y el bautismo), Jesús reafirma el anuncio de su pasión y muerte que había hecho inmediatamente antes (Mc 10,33-34). Muestra al mismo tiempo que la muerte del discípulo no puede ser distinta de la del maestro (Jn 13,16). No se trata, sin embargo de un empeño puramente humano; es algo que el Padre "ha prepara- do" (10,40). Ante la reacción de los otros discípulos, que no eran ajenos al problema suscitado por los dos Zebedeos, Jesús los convoca a todos, casi como en una nueva llamada, para dejar bien claro que, frente a lo que sucede en todos los demás pueblos, en la sociedad que el crea existe un orden diverso. En ella, quien quiera ser el primero debe hacerse siervo de todos. Es el "orden" que Él mismo establecerá entregando su vida por todos. Esa situación creada por Jesús con la entrega de su vida, es normativa para la Iglesia en dos sentidos. Primero como exigencia de continuar el mismo estilo de vida del Maestro, pero también indica que nadie puede sustituirlo en el primer puesto. Sólo Él, en efecto, con su muerte en la cruz, ha rescatado a todos. Esa relación entre servicio a la comunidad y rescate constituye una de las primeras confesiones de fe en Jesús como Mesías y hace eco al canto del siervo de Yavé que la liturgia propone en la 1a lectura. El primero en Nazaret A la luz del evangelio de hoy, no sé si es ocioso plantearse la pregunta de quién era el primero en Nazaret. Desde un cierto punto de vista, es María, la madre, el centro del hogar. En torno a su fe en la Palabra y a sus cuidados maternos se construyó la familia de Nazaret. Desde otro punto de vista, evidentemente es Jesús el punto focal de Nazaret. El Hijo de Dios une la familia divina con la familia de Nazaret y le comunica ese valor único que da sentido a todo lo demás. Pero podemos decir también que el primero en Nazaret era José, porque él, como padre de familia, tenía la autoridad. Una autoridad que en el contexto del pueblo hebreo era a la vez social y religiosa. Era, por tanto, la figura y mediación de la voluntad del Padre. ¿Quién era el primero en Nazaret? allí se vivió ya ese "orden nuevo" de la comunidad cristiana que Cristo quiso establecer entre sus seguidores. En el contexto del evangelio de Mateo (23,10), las palabras de Jesús sobre el primer puesto, parecen tener un mayor realismo nazareno, porque están precedidas por la frase "no os llaméis 'padre' unos a otros en la tierra", y van seguidas de esta otra expresión: "A quien se encumbra lo Abajarán". Los autores cristianos, expresando una intuición común en la Iglesia, han asignado los dos puestos reclamados por los Zebedeos a María y José‚. Su santidad y el ministerio que ejercieron en la encarnación del Verbo los sitúan en la órbita más cercana a Cristo (en el orden de la unión hipostática, si se quiere decir con la expresión de Francisco Suárez), mientras que el ministerio de los apóstoles y sus sucesores es de otro orden. Es difícil aventurarse a razonar sobre el puesto de cada uno en la "gloria", porque se corre el riesgo de hace una proyección de nuestra categorías humanas. Lo cierto es que la familia de Nazaret, ignorada a los ojos del mundo, vivió esas dimensiones de la entrega y del servicio, basados en la fe, que hoy leemos en el evangelio, más allá de cuanto lo pueda hacer cualquiera otra familia o comunidad. Por eso el hogar de Nazaret, atravesado por la espada de la cruz, vivió ya la realidad nueva de la redención traída por Cristo. Señor Jesús, venido para servir y dar la vida por todos, danos a manos llenas tu Espíritu de amor para saber vivir la primacía del servicio y de la entrega generosa. Enséñanos tú a construir la comunidad cada día entorno a ti. Te pedimos esa humildad sincera que sabe poner en el primer puesto a quien se hace siervo de todos y sabe ver en quien ejerce la autoridad un representante tuyo. Entrega y servicio Dos líneas de comportamiento se desprenden del mensaje que nos ofrece hoy la Palabra de Dios. Una está representada por "los jefes de los pueblos", figura de quienes pretenden imponerse por la fuerza y someter a los demás. Frene a este modelo de vida, está el que Jesús encarna y ofrece como línea de conducta a sus seguidores. Es importante la frase que marca el contraste entre ambos modelos: "No es así entre vosotros" (Mc 10,43). La vida del cristiano debe reflejar esa actitud básica del servicio que tiene como horizonte último el dar la vida por todos. El servicio que se encarna en mil detalles de la vida y en las funciones más o menos importantes que cada uno está llamado a ejercer en la comunidad cristiana y en la sociedad debe tener, como para Jesús la perspectiva última de la entrega generosa de toda la vida. Sólo así podemos rescatar de la monotonía y de la rutina tantos gestos y sacrificios un día comenzados con amplios ideales. Desde esta perspectiva evangélica, podemos preguntarnos también por las categorías con que clasificamos a las personas; ¿A quién ponemos nosotros en los primeros puestos? ¿Quién cuenta más en nuestra estima, quien más y mejor sirve o tenemos otras categorías que no figuran en el evangelio? Quien elige la línea de conducta que Cristo propone sabe de antemano que poco a poco tendrá que llegar un día hasta la muerte en la cruz. ********************************************************* 14 de octubre de 2012 - TO - DOMINGO XXVIII – Ciclo B

"Sígueme"



-Sab 7,7-11 // -Sal 89 // -Heb 4,12-13 // -Mc 10,17-30

      Marcos 10,17-30
      En aquel tiempo, cuando salía Jesús al camino, se le acercó uno
corriendo, se arrodilló y le preguntó:
      ¿Maestro bueno, qué haré‚ para heredar la vida eterna?
      Jesús le contesta:
      ¿Por qué‚ me llamas bueno? No hay nadie bueno más que Dios.
      Ya sabes los mandamientos: no matarás, no cometerás adulterio, no roba-
rás, no darás falso testimonio, no estafarás, honra a tu padre y a tu madre.
      Él replicó:
      Maestro, todo eso lo he cumplido desde pequeño.
      Jesús se le quedó mirando con cariño y le dijo:
      Una cosa té falta: anda, vende lo que tienes, dale el dinero a los
pobres, así tendrás un tesoro en el cielo, y luego sígueme.
      A estas palabras, él frunció el ceño y se marchó pesaroso, porque era
muy rico.
      Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos:
      ¡Qué difícil les va a ser a los ricos entrar en el Reino de Dios!
      Los discípulos se extrañaron de estas palabras. Jesús añadió:
      ¡Hijos, ­qué difícil les es entrar en el Reino de Dios a los que ponen
su confianza en el dinero! Más fácil le es a un camello pasar por el ojo de
una aguja, que a un rico entrar en el Reino de Dios.
      Ellos se espantaron y comentaban:
      ¿Entonces, ­quién puede salvarse?
      Jesús se les quedó mirando y les dijo:
      Es imposible para los hombres, no para Dios. Dios lo puede todo.
      Pedro se puso a decirle:
      Ya ves que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido.
      Jesús dijo:
      Os aseguro, que quien deje casa, o hermanos o hermanas, o madre o
padre, o hijos o tierras, por mí y por el Evangelio, recibirá  ahora, en este
tiempo, cien veces más casas y hermanos y hermanas y madres e hijos y
tierras, con persecuciones, y en la edad futura la vida eterna.

Comentario
      El mensaje de la Palabra de Dios en este domingo se centra en una
fuerte invitación a esa sabiduría verdadera que consiste en elegir los bienes
auténticos y que tiene como acto culminante la decisión de seguir a Cristo.
      La 1a. lectura nos presenta el gesto de Salomón, prototipo del sabio,
que dejando de lado las riquezas y los honores pide ante todo la sabiduría
y la capacidad de discernimiento para guiar a su pueblo en conformidad con
la voluntad divina. Los versículos que siguen al texto litúrgico muestran
como la elección de la sabiduría no es incompatible con los otros bienes, al
contrario, los atrae todos.
      Se introduce así, de modo espléndido, el episodio evangélico en el que
Jesús, sabiduría absoluta, pone primero al personaje que se le acerca y luego
a sus discípulos en esa coyuntura que lleva a optar por elegirlo a ‚l antes
que a ninguna otra cosa.
      Las palabras de Jesús y su mirada penetrante al rico que pretendía
obtener la vida eterna, muestran la radicalidad del gesto que se pide. No es
suficiente el cumplimiento de la ley en todos sus puntos, es necesaria esa
fe que reconoce en Dios el sumo bien ("Dios ser  tu riqueza") y que como
consecuencia lleva a relativizar todos los demás bienes. A la luz de la
experiencia humana reflejada perfectamente en la comparación que Jesús hace
con el camello y la aguja, los bienes de este mundo tienden a ocupar ese
primer puesto que sólo corresponde a Dios.
      Esa valoración de todos los bienes con respecto al único necesario
debe, sin embargo, concretizarse en un seguimiento de Cristo: "Sígueme". Como
para decir que la liberación de las riquezas debe ser permanente y
constantemente motivada por la adhesión a Jesús. La recompensa prometida al
seguimiento no puede llevar nunca a instrumentalizar el desprendimiento de
las cosas en función de otros bienes del mismo género.

                          La sabiduría de Nazaret
      Si nos situamos en Nazaret y desde allí¡ leemos el evangelio de hoy, hay
varios aspectos que cobran un relieve especial.
      En primer lugar está la opción radical por Jesús que hicieron María y
José‚. Nadie mejor que ellos "siguieron" a Jesús y lo pusieron en el centro
de su existencia, dejando todas las cosas para asumir ese camino nuevo que
Dios les indicó: toda su vida fue para Cristo.
      La opción radical que Jesús pide en el evangelio de hoy, va m s allí 
de las solas fuerzas humanas y nos introduce en ese nivel de gracia donde hay
que fiarse totalmente de Dios. Su respuesta a la objeción de los discípulos,
"todo es posible para Dios" , nos recuerda la que el  ángel dio a María: "Para
Dios nada hay imposible" (Lc 1,37), que a su vez hace eco a la que Dios dio
a Abraham en Gen 18,14,cuando se le prometió tener un hijo en la vejez.
      La enumeración que Jesús hace de las cosas que hay que dejar para
seguirlo, especifica el "todo" de que Pedro había hablado poco antes. Y en
esa enumeración de Jesús sentimos el gran peso afectivo de los términos que
emplea. Los de mayor relieve son evidentemente de orden familiar. Tenemos de
ese modo una valoración de esos vínculos vitales por los que se puede definir
la identidad misma de una persona en su relación con los demás. Jesús dice
que frente al valor de la salvación que ‚l mismo representa y ofrece, todo,
incluso la familia, es menos importante.
      Pero el hecho mismo de que las relaciones familiares hayan servido como
punto extremo de referencia indica la importancia que para ‚él tenían. Además
esos mismos vínculos familiares ser n los que servir n para definir esa nueva
familia a la que se accede mediante la vinculación con Jesús. El mismo fue
el primero que abandonó casa y familia "por el evangelio" y fue así como se
hizo hermano de todos.
      No todos tiene las tantas riquezas que llevaron al hombre del
evangelio de hoy a volverse a casa entristecido, declinando la invitación de
Jesús, pero quizás ese otro capital de los afectos humanos den a muchos la
posibilidad de poner a prueba el radicalismo evangélico que todos estamos
llamados a vivir.

      Padre bueno, danos esa sabiduría de la vida
      que lleva a saber dejarlo todo para seguir a Cristo.
      Tú, tesoro nuestro y familia nuestra,
      vales más que ninguna otra cosa.
      Enséñanos el camino que lleva a esa libertad suprema
      de elegir el sumo bien.
      Danos hoy poder acoger con amor la mirada
      y la invitación de Jesús,
      y caminar tras las huellas de quien,
      rico como era, se desprendió de todo
      para enriquecernos con su pobreza.

                          La sabiduría de la vida
      Si dejamos que la Palabra, como espada de doble filo, penetre en lo m s
¡íntimo de nosotros mismos, tendremos que llegar a esas opciones importantes
que el evangelio nos propone.
      Tanto el sabio y poderoso Salomón como los rudos pescadores de Galilea,
como cualquiera de nosotros, nos vemos abocados a discernir y elegir los
verdaderos valores si queremos "heredar la vida".
      En la perspectiva evangélica, dicha elección no puede hacerse
independientemente de la opción por Cristo; de manera que elegir el bien,
quiere decir seguirlo a ‚l.
      Ahora bien, a esa opción primera y fundamental debe seguir un estilo
de vida conforme al evangelio. Y es precisamente en lo concreto de la vida
donde se plantea el problema del discernimiento de los verdaderos bienes y
valores.
      La tentación de volver a las seguridades materiales o afectivas que un
día se han dejado, es permanente. La apuesta de la fe se plantea así como
tensión permanente. La constatación de que los otros bienes (las "cien casas
y hermanos y madres... ") están ahí, no rompe el drama del despojo al que
lleva la opción permanente por Jesús.
      Hay una sabiduría de la vida que consiste en dejarse llevar por el
Espíritu Santo de manera permanente. Se alimenta de la oración y de esa
atención permanente a los signos que Dios nos va enviando en nuestra propia
vida y en lo que vemos a nuestro alrededor.


****************************************************** 7 de octubre de 2012 - TO - DOMINGO XXVII – Ciclo B

"Lo que Dios ha unido no lo separe el hombre"


-Gen 2,18-24 // -Sal 127 // -Heb 2,9-11 // -Mc 10,2-16

 Marcos 10,2-16 
 En aquel tiempo, se acercaron unos fariseos y le preguntaron a Jesús para ponerlo a prueba: ¿Le es lícito a un hombre divorciarse de su mujer? Él les replicó: ¿Qué os ha mandado Moisés? Contestaron: Moisés permitió divorciarse dándole a la mujer un acta de repudio. Jesús les dijo: Por vuestra terquedad dejó escrito Moisés este precepto. Al principio de la creación Dios los creó hombre y mujer. Por eso abandonará el hombre a Su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne. De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre. En casa, los discípulos volvieron a preguntarle sobre lo mismo. Él les dijo: Si uno se divorcia de su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra la primera. Y si ella se divorcia de su marido y se casa con otro, comete adulterio. Le presentaron unos niños para que los tocara, pero los discípulos les regañaban. Al verlo, Jesús se enfadó y les dijo: Dejad que los niños se acerquen a mí: no se lo impidáis; de los que son como ellos es el Reino de Dios. Os aseguro que el que no acepte el Reino de Dios como un niño, no entrará en él. Y los abrazaba y los bendecía imponiéndoles las manos.

Comentario
Las lecturas de este domingo tienen como tema central la unión matrimo- nial. La narración de la creación de la mujer lleva con mano maestra al lector desde la soledad existencial del primer hombre, al que los animales no logran hacer verdadera compañía, hasta ese primer canto de amor con el que Adán saluda a su verdadera compañera, carne de su carne y hueso de sus huesos. La frase conclusiva de la lectura del Génesis, es de corte sapiencial: "Por eso un hombre abandona padre y madre, se junta a su mujer y hacen una sola carne". En forma sintética nos revela la vocación fundamental del hombre. . En última instancia, no es la atracción instintiva lo que lleva a la unión matrimonial , sino el plan creador de Dios, que ha hecho al ser humano hombre y mujer, es decir el uno para el otro, a imagen de la propia naturaleza divina. A ese proyecto inicial es al que Jesús se refiere cuando, a instancias de los fariseos, da su respuesta sobre la delicada cuestión del divorcio. Evitando enzarzarse en una polémica sobre la interpretación del texto de Moisés, Jesús va directamente a lo que la unión matrimonial representa como voluntad de Dios y como vocación del hombre. No se trata de sustituir una legislación más o menos primitiva por otra más o menos rigorista, sino de comprender bien los dos puntos esenciales de la cuestión: lo que Dios quiere del hombre cuando lo ha creado, es decir, lo que ha escrito en su corazón al hacerlo hombre y mujer, y la causa que ha determinado después la alteración de ese plan inicial, es decir, el pecado del hombre: "por la dureza de vuestro corazón... " (Mc 10,5). Como consecuencia de esas dos situaciones, el momento de la creación y el momento del pecado, hay que situar la 2ª. lectura, que habla de la redención del hombre. Jesús, en efecto se ha comprometido con su palabra y con la donación de su vida a devolver al hombre esa condición primera que lo hace hijo de Dios y abierto a una fraternidad sin límites.

"Hermanos"
La lectura del evangelio desde Nazaret nos lleva a meditar sobre, a partir de la 2ª. lectura, sobre la importancia de la encarnación y a situar ese momento en el plan divino de la salvación. Dios hizo al hombre semejante a sí mismo en la creación. En la encarnación tenemos ese otro momento maravilloso en el que Dios se hace semejante al hombre. para salvarlo. La carta a los Hebreos explicar esa lógica sorprendente que tiene como única explicación el amor de Dios: "Convenía que Dios, fin del universo y creador de todo, proponiéndose conducir muchos hijos a la gloria... " (2,10). Esa solidaridad de Dios con el hombre, que lo lleva a compartir el mismo linaje humano aparece de modo admirable en Nazaret, donde Cristo se hace verdaderamente hermano de todos los hombres. "Por esta razón no tiene Él reparo de llamarlos hermanos" (Heb 2,11). La obra de la redención aparece así como un gran retorno del Hijo mayor con una multitud de hermanos a la casa del Padre. Ese gran retorno se efectúa en la pascua de Cristo y lleva consigo esa reconstitución del hombre en su dignidad primera desde donde es posible la Relación auténtica también con los otros. Un aspecto particular de esa relación es la que hemos considerado a propósito de la unión matrimonial. De esta forma la encarnación es ese momento de alianza, definitiva y total entre Dios y el hombre, sellada en la carne, que la unión matrimonial simboliza, cuando es vivida en el sentido primero dado en la creación. Nazaret, que representa la duración prolongada y progresiva de la encarnación, representa ese aspecto definitivo y total que tiene la acción divina y que aparece tanto en la creación como en la redención del hombre. El amor esponsal de María y José, puede ser visto también en esa perspectiva del hombre nuevo, redimido por Cristo y llevado a su pureza y plenitud primitivas mediante su muerte en la cruz.

Te bendecimos, Padre, porque has creado buenas todas las cosas. 
Quisiste dar a Adán la alegría de poder expresar su amor porque lo habías hecho a tu imagen y creaste a Eva igual a él para que pudiera corresponderle. 
Te bendecimos, Padre, porque tu sabes que el amor construye la unidad, da la armonía interna a cada ser y lo lleva a realizarse plenamente. 
Te bendecimos, Padre, porque gracias al sacrificio de Jesús, has derramado en nuestros corazones tu mismo Amor.

Amor
La página bíblica de hoy ha puesto ante nuestros ojos la belleza del designio de Dios sobre el hombre. La llamada inicial a la vida y a la dignidad única que lo coloca sobre los animales y sobre todo lo creado, llega a la plenitud sólo cuando se realiza en el diálogo y la complementariedad de los dos sexos. Sin esa entrega mutua que lleva a cada uno de ellos a salir no sólo de la propia familia sino también de sí mismo, para darse al otro, el ser humano queda truncado y como agostado en su soledad. El hombre y la mujer sólo son plenamente humanos en el amor. La unión conyugal se presenta así como imagen de todo amor personal, independientemente del modo como se realice. Imagen de todo amor humano que ha de llevar siempre a la entrega, a la aceptación del otro y a la construcción de la unidad. Imagen también del amor de Cristo por su Iglesia (Ef 5) y del encuentro de Dios con el hombre. En esa misma línea de pensamiento, la unión de la naturaleza humana y de la naturaleza divina realizada en Cristo mediante la encarnación, es la cumbre y la fuente desde donde brota la posibilidad de un nuevo encuentro (esta vez verdaderamente definitivo e indisoluble) entre el hombre y la mujer, entre los hombres todos como hermanos, entre el hombre y Dios.
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30 de septiembre de 2012 - TO - DOMINGO XXVI – Ciclo B

"No se lo impidáis"


-Num 11,25-29 // -Sal 18 // -St 5,1-6 // -Mc 9,38-43. 45,47-48

      Marcos 9,37-42
      En aquel tiempo, dijo Juan a Jesús:
      - Maestro, hemos visto a uno que echaba demonios en tu nombre, y se lo
hemos querido impedir, porque no es de los nuestros.
      Jesús respondió:
      - No se lo impidáis, porque uno que hace milagros en mi nombre no puede
luego hablar mal de mí. El que no está contra nosotros está a favor nuestro.
      El que os dé a beber un vaso de agua, porque seguís al Mesías, os ase-
guro que no se quedará sin recompensa. El que escandalice a uno de estos
pequeñuelos, que creen, más le valdría que le encajasen en el cuello una
piedra de molino y lo echasen al mar. Si tu mano te hace caer, córtatela: más
te vale entrar manco en la vida que ir con las dos manos al abismo, al fuego
que no se apaga.
      Y si tu pie te hace caer, córtatelo: más te vale entrar cojo en la vida
que ser echado con los dos pies al abismo.
      Y si tu ojo te hace caer, sácatelo: más te vale entrar tuerto en el
Reino de Dios que ser echado al abismo con los dos ojos, donde el gusano no
muere y el fuego no se apaga.

Comentario
      La enseñanzas que propone la Palabra de Dios en este domingo tienden
a modelar la comunidad de los seguidores de Jesús sobre e la figura de Mesías
que se nos ha presentado en los domingos precedentes: una comunidad abierta
al Espíritu Santo, una comunidad que mira más allá de sus propias fronteras,
una comunidad servidora y atenta a los más pequeños, una comunidad cuyos
miembros se comprometen de forma radical con el evangelio.
      El paralelismo que propone la liturgia entre el episodio de los dos
ancianos que profetizan fuera de la reunión oficial en la que se comunica a
los demás el espíritu de Moisés y el caso del exorcista extraño al grupo de
los discípulos de Jesús, subraya claramente dos modos de entender la acción
de Dios en su pueblo. De una parte se ve la actitud amplia y abierta de
Moisés y de Jesús, de otra la pretensión restrictiva, temerosa y quizá un
poco envidiosa de Josué y de Juan. El contraste entre ambos pares de figuras
abre una perspectiva inmensa hacia la liberalidad de Dios y la libertad de
su Espíritu.
      Desde esas perspectivas amplias se comprenden mejor las enseñanzas
meticulosas y radicales que siguen en el evangelio. La preocupación por el
gesto concreto de hospitalidad (dar un vaso de agua), la atención para evitar
la caída de los más débiles y lo que puede escandalizar a uno mismo, se
presentan así como exigencias de un radicalismo que no tiende a poner
barreras o a crear exigencias artificiales, sino a vivir coherentemente la
opción de seguir el ejemplo de Jesús.
      Seguir a Cristo significa dejarse llevar por la lógica de amor y de
solidaridad que desborda por todas partes y compromete en acciones concretas
no sólo a las personas e individuos, sino también a los grupos y comunidades.

                              Un vaso de agua
      Dos son las pistas por donde podría discurrir nuestra meditación
"nazarena " de la Palabra de Dios hoy.
      Siguiendo la primera, podríamos ver en la familia de Nazaret esa
comunidad abierta al Espíritu Santo y eminentemente mesiánica, pero que, al
mismo tiempo, no se cierra en sí misma, sino que ofrece la salvación (es más,
al Salvador en persona) mas allá de sus propios límites. se presenta sí como
imagen del "Israel de Dios", limpio de prejuicios, capaz de asumir una misión
universal. Imagen también de toda comunidad cristiana, tentada siempre de
hacer coincidir los límites del Reino de Dios con sus propias fronteras.
      La segunda pista nos lleva a ver el contraste existente entre la acción
del exorcista y la de quien ofrece un vaso de agua. Contraste casual o
intencionadamente buscado por el evangelista, lo cierto es que las palabras
elogiosas de Jesús para quien realiza el mínimo gesto de hospitalidad que es
ofrecer agua al visitante, subrayan con fuerza el valor de lo pequeño y lo
humilde.
      Evidentemente, la expulsión de los demonios es una demostración
maravillosa del poder de Dios. Jesús mismo acudió a ese signo para mostrar
la llegada del Reino. En contraste con esas obras grandes, están los gestos
de la vida ordinaria. Las palabras de Jesús en el evangelio de hoy nos llevan
a descubrir la importancia de éstos últimos y la verdadera motivación que
debe animarlos.
      Como el evangelio, la experiencia de la vida ordinaria en Nazaret, nos
lleva a vivir de modo que podamos llegar al encuentro con Dios a través de
esos actos de servicio humildes y poco vistosos que tanto abundan en nuestras
jornadas.
      Es una forma de radicalismo evangélico que nada tiene que ver con los
actos heroicos o de largo alcance y eficacia. No pide, sin embargo, menos
atención y delicadeza y a lo largo es un camino que se demuestra tan
importante como el testimonio más sublime y arriesgado.
      Una vez más el camino de Nazaret se nos presenta como el camino del
evangelio encarnado en lo cotidiano.

      Te bendecimos, Padre, por tu Hijo Jesús
      que nos ha abierto a todos,
      mediante el sacrificio de la cruz,
      el don del Espíritu Santo.
      Te bendecimos porque Él se ha hecho pequeño
      y nos ha enseñado a valorar los gestos sencillos
      que traducen el amor en la vida de cada día.
      Danos su amplitud de miras para ver tu acción
      allí donde verdaderamente se da
      y para servir a todos sin distinción de personas.

                               La comunidad
      También hoy la palabra nos pide un paso adelante en el camino de
conversión que es toda nuestra vida cristiana. Podríamos articularlo en
varios aspectos que afectan a nuestro vivir en comunidad.
      La 1ª. y la 3ª. lecturas llaman nuestra atención sobre el sentido de
pertenencia a la comunidad de seguidores de Jesús. Esta pertenencia debe
estar imbuida por un sentido de tolerancia y de amplitud de miras que lleva
a reconocer el bien allí donde se encuentra, no sólo en nuestro propio
terreno. El Vaticano II, en el decreto Ad Gentes, invita a "reconocer con
alegría y respeto las semillas del Verbo escondidas" también fuera de la
Iglesia (A. G. 11).
      Pero está además esa responsabilidad comunitaria que pone como criterio
supremo el amor fraterno y lleva a apreciar y cultivar los actos concretos
de servicio mutuo, de acogida y hospitalidad. De la pura buena educación, el
cristiano debe pasar a la actitud de fe de quien ve en el otro la presencia
misteriosa de Cristo.
      Y hay un último aspecto que no carece de importancia: la res-
ponsabilidad comunitaria lleva a hacer cualquier cosa con tal de no llevar
al mal a los demás, sobre todo a los más débiles. Esa atención y delicadeza,
a veces poco comprendida, es también una medida de nuestro amor a los demás.
Arrastrar al otro a caer (o a decaer) en su fe, en su ilusión, en su
compromiso es algo que no puede comprenderse viviendo en una comunidad que
tiene a Cristo como cimiento. "Mejor sería ... "


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23 de septiembre de 2012 - TO - DOMINGO XXV – Ciclo B

"El hijo del hombre va a ser entregado"


-Sab 2,17-20 // -Sal 53 // -St 3,16 – 4,3 // -Mc 9,30-37

      Marcos 9,29-36
      En aquel tiempo, instruía Jesús a sus discípulos. Les decía:
      - El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres, y lo
matarán; y después, de muerto, a los tres días resucitará.
      Pero no entendían aquello, y les daba miedo preguntarle.
      Llegaron a Cafarnaún, y una vez en casa les preguntó:
      - ¿De qué discutíais por el camino?
      Ellos no contestaron, pues por el camino habían discutido quién era el
más importante. Jesús se sentó, llamó a los Doce y les dijo:
      - Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor
de todos.
      Y acercando un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo:
      - El que acoge a un niño como éste en mi nombre me acoge a mí; y el que
me acoge a mí no me acoge a mí, sino al que me ha enviado.

Comentario
      La lectura continuada del evangelio de Marcos salta varios episodios
para proponer nuevamente la figura del Mesías entregado a la muerte. Nos
habla además de cómo su enseñanza debe ser acogida en la fe y en la vida.
      La insistencia del evangelista en el mismo tema del domingo pasado nos
obliga a considerar con mayor atención el camino elegido por Dios para salvar
al hombre. Será también un incentivo para asumir e interiorizar más plenamen-
te ese camino de todo cristiano que lleva a la cruz (Mc 9,32).
      El personaje del justo perseguido (1ª. lectura) testigo indefectible de
la verdad y lleno de confianza en Dios, se encarna y cobra todo su realismo
en Jesús, que anuncia nuevamente su pasión.
      La palabra clave de este segundo anuncio de la pasión, muerte y
resurrección es el verbo "entregar"; En el primer anuncio (Mc 8,31) se
insistía en la necesidad de que el Mesías emprendiera la vía dolorosa, en
este se deja percibir la figura del Padre que entrega a su Hijo para la
salvación del mundo (Cfr. Jn 3,16); El Hijo amado, el predilecto es entregado
en manos de los hombres. La persona del Padre se compromete así radicalmente
en ese drama que llevará a la redención del hombre. A esta entrega por parte
del Padre, corresponde el ofrecimiento voluntario de la propia vida por parte
de Jesús (Cfr. Jn 10,17-18), en una comunión perfecta de amor trinitario.
      La pregunta de Jesús, que es a la vez una acusación y su gesto de acogida
hacia los niños, símbolo de los que no cuentan y necesitan ayuda, que viene
a continuación del anuncio de la pasión, nos dicen que en el acto redentor
están todos comprendidos. La preferencia por el último puesto, la acogida de
los pequeños, el servicio humilde, son otros tantos gestos integrantes
del camino paradójico elegido por Dios para salvar al mundo. Por ellos
empieza el seguimiento concreto de Jesús al que hoy somos llamados.
      "Ellos no entendieron sus palabras". En el evangelio de Marcos, ésta
expresión se refiere al anuncio de la pasión. En su lugar otro evangelio pone
la recriminación de Jesús a sus discípulos por no haber entendido su gesto
de acoger a los niños.

                           "El último de todos"
      En una maravillosa síntesis de acciones y Palabras Jesús nos propone
hoy cómo vivir la preferencia por los últimos, los pequeños, los que no
cuentan en la sociedad. Es un estilo de vida que contrasta con las miras
humanas de sus discípulos.
      Pero hay algo más, Jesús se identifica con estos "últimos" y
"abandonados": "El que acoge a un chiquillo de estos por causa mía, me acoge
a mí" (Mc 9,37). Y esta declaración nos lleva naturalmente al tiempo en que
Jesús fue realmente un niño, al tiempo de su infancia en Nazaret. Porque es
precisamente esa experiencia de encarnación la que da un fundamento a la
identificación casi sacramental de Jesús con los pequeños.
      La debilidad, impotencia, pequeñez del niño Jesús deben ser leídas a
la luz de su vocación mesiánica, como una revelación del amor de Dios, que
se manifiesta en su preferencia por lo débil, lo impotente, lo que no cuenta,
para manifestar mejor su fuerza, su gloria y su poder.
      Si damos un paso más en el evangelio de hoy, vemos que esta acogida de
los últimos es una condición para entrar en comunión con el Padre: "El que
me acoge a mí, no es a mí a quien acoge, sino al que me ha enviado" (9,37).
De esta forma, la entrada en el Reino para compartir la vida eterna en la
gran familia de los hijos de Dios, empieza por esa actitud de humildad, de
apertura y abajamiento que caracterizan a quien es capaz de acoger a los
niños.
      Nazaret, donde María y José, respondiendo a la llamada divina acogieron
y vivieron en la fe con Jesús niño, nos indica ya esa actitud básica del
creyente que lleva a abrirse a Dios tal y como se presenta; es decir,
normalmente en un camino de encarnación que contradice todas las falsas
expectativas e ideas preconcebidas acerca de Él. Ese es además el único modo
accesible al hombre para poder colaborar con Él.

      Señor Jesús, que has venido a servir
      y te has hecho el más pequeño de nosotros,
      danos tu Espíritu Santo para que abra nuestros ojos
      y nuestro corazón,
      y podamos verte en los pobres y en los pequeños.
      Haznos partícipes de tu sencillez y humildad;
      queremos repetir tus gestos de acogida y de servicio
      en lo cotidiano de la vida
      para gloria del Padre
      que en ti nos sale siempre al encuentro.

                                  Servir
      Las lecturas de hoy apuntan en el fondo hacia esa actitud tan cristiana
que es el servicio. porque el servicio, antes que ser una acción en favor de
otros, más o menos eficaz, es una forma de ser, una actitud del corazón.
      El evangelio invita ante todo a colocarse en el último lugar y luego
a servir, porque sólo quien es capaz de entrar en una mentalidad de
"servidor", es capaz de servir.
      Muchas veces los servicios que prestamos en el ejercicio de nuestras
funciones u ocasionalmente nos dejan insatisfechos a nosotros mismos porque
no los prestamos con la mentalidad del servidor; es decir, de aquel que
primero en su interior se ha colocado en el último puesto con paz y
serenidad.
      De ahí nacen muchas situaciones en nuestras familias y en nuestras
comunidades que son similares a las que se describen en la 2ª. lectura de hoy:
"despecho", "partidismo", "malas faenas". La conversión que se nos pide hoy
debería llevarnos en el ejercicio de la autoridad y de los diversos
ministerios y servicios a actuar con espíritu "límpido, apacible, comprensivo
y abierto, que rebosa buen corazón y no hace discriminaciones ni es fingido"
(Sant. 3,17). Su fruto es la paz.
      Nazaret es una fuerte llamada a colocarse en el último puesto, estando
convencidos de que sólo desde él se puede acoger a todos y servir a todos.
Para eso nos liberó Cristo.

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16 de septiembre de 2012 - TO - DOMINGO XXIV – Ciclo B

"Tú eres el Mesías"

-Is 50,5-9 // -Sal 114 // -St 2,14-18 // -Mc 8,27-35

Marcos 8,27-35
En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se dirigieron a las aldeas de
Cesarea de Filipo; por el camino preguntó a sus discípulos:
- ¿Quién dice la gente que soy yo?
Ellos le contestaron:
- Unos, Juan Bautista, otros, Elías, y otros, uno de los profetas.
Él les preguntó:
- Y vosotros, ¿quién decís que soy?
Pedro le contestó:
- Tú eres el Mesías.
Él les prohibió terminantemente decírselo a nadie.
Y empezó a instruirlos.
- El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, tiene que ser condenado
por los senadores, sumos sacerdotes y letrados, ser ejecutado y resucitar a
los tres días.
Se lo explicaba con toda claridad. Entonces Pedro se lo llevó aparte
y se puso a increparlo. Jesús se volvió, y de cara a los discípulos increpó
a Pedro:
- ¡Quítate de mi vista, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como
Dios!
Después llamó a la gente y a sus discípulos y les dijo:
- El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue
con su cruz y me siga. Mirad, el que quiera salvar su vida la perderá; pero
el que pierda su vida por el Evangelio la salvará.

Comentario
Las lecturas de este domingo tienen como tema predominante el de la
mesianidad de Jesús, que se perfila a través del anuncio de Isaías y, sobre
todo, por las palabras de Jesús en el evangelio.
Con la confesión de Pedro (Mc 8,29), llegamos al punto central y al
corazón mismo del evangelio de Marcos. Situada a mitad de camino entre la
afirmación inicial del evangelista (1,1) y la profesión de fe del centurión
después de la muerte de Jesús (15,39), la manifestación de fe de los
discípulos, expresada por boca de San Pedro, revela el contenido del "secreto
mesiánico".
La escena evangélica de Cesarea de Filipo es un ejemplo admirable de
catequesis dada por Jesús, quien guía a sus discípulos y oyentes a la verdad.
Contrariamente a la costumbre, es Él quien formula la pregunta inicial. Luego
escucha y confirma la respuesta verdadera dada por Pedro, y previene contra
los posibles errores de interpretación. Pero además saca las consecuencias
prácticas para quien dice creer: "El que quiera venirse conmigo... " (8,35).
La figura de Mesías que emerge de las palabras de Jesús difiere de la
que los judíos de su tiempo tenía en general y está en contraste con las
interpretaciones oficiales de los grupos dirigentes ("senadores, sumos
sacerdotes y letrados" 8,31). De ahí nace la crisis que irá intensificándose
a lo largo de las páginas del evangelio y que se saldará con la pasión y la
muerte de Jesús.
Frente al modo de proceder de Pedro, que después de su confesión toma
aparte a Jesús y le habla movido únicamente por "impulso humano", éste
declara "abiertamente el mensaje" proponiendo a todos esa fe que salva y que
compromete la vida entera. Se muestra así como el verdadero Mesías, que
escucha y sufre, pero lleno de esa presencia de Dios que da una confianza
plena y lo hace inquebrantable (2ª. lectura).
El seguimiento que Jesús pide está directamente marcado por esa
comunión con su persona que debe llevar al discípulo a compartir su destino,
lo que comporta una negación de sí mismo y un "perder la vida" por Él. En eso
consiste la fe verdadera.

El escándalo de Nazaret
La segunda intervención de Pedro en el evangelio de hoy muestra bien
a las claras cómo la fe en Jesús es un don de Dios y cómo existe un modo de
ver las cosas y de razonar que no corresponde a sus designios. San Pablo
habla del escándalo que supone para los Judíos la cruz de Cristo (ICo 1,23)
y más adelante dice: "El hombre de tejas abajo no acepta la manera de ser del
Espíritu de Dios, le parece una locura" (ICo 2,14).
En la misma línea podría hablarse de un "escándalo de Nazaret", incluso
para algunos cristianos. Les parece injustificado, desproporcionado y hasta
escandaloso que el Hijo de Dios, venido a la tierra para traer la buena nueva
de la salvación, se encierre en un silencio incomprensible viviendo por
muchos años en una oscura aldea de Galilea.
Quienes así piensan quizá se atreverían a proponer un programa de vida
diferente para el Mesías. No comprenden que el camino elegido, ya desde
entonces, es el que un día llevaría a decir a Jesús: "Este hombre tiene que
padecer mucho: tiene que ser rechazado por los senadores, sumos sacerdotes
y letrados, ser ejecutado y resucitar a los tres días" (Mc 8,31); En realidad
ya desde su infancia el anciano Simeón lo había presentado como "bandera
discutida" (signo de contradicción) para que quede patente lo que todos
piensan" (Lc 2,35).
En Nazaret se va ya perfilando esa figura de Mesías marcado por la
escucha y la obediencia, atento sólo a la voluntad del Padre, con la actitud
filial del siervo de Yavé (1ª. lectura), que se muestra completamente
disponible al proyecto de Dios sobre su vida. Son éstas las características
que le llevan, a su debido tiempo, a asumir el sufrimiento, no sólo como un
aspecto inherente a toda existencia humana, sino como acto de amor redentor
que conduce a ofrecer la vida por los demás.
De la experiencia de escucha y de silencio, propias del siervo de Yavé,
pasó Jesús a exponer "con una lengua de iniciado" el mensaje del Evangelio,
supo decir una palabra de aliento al abatido y se presentó decidido al
momento de dar su vida por todos (Is 50,4).

Señor Jesús, tú eres el Mesías,
el Hijo del hombre y el siervo de Yavé
con el oído abierto y la lengua suelta.
Tú has padecido por nosotros;
danos esa fe sincera y esa fuerza interior
capaz de cargar, como tú, con nuestra cruz
y con la de los demás.
Caminando tras tus huellas,
descubriremos que en ti está la salvación
porque quien te sigue
"no camina en las tinieblas
sino que tendrá la luz de la vida".


Perder y ganar la vida
El evangelio de hoy se concluye con la máxima de perder o ganar la
vida, y con ella nos invita a iluminar concretamente nuestra vida con la luz
que viene de la Palabra.
El diálogo entre Jesús y Pedro desemboca en un compromiso serio para
toda la comunidad de los seguidores de Jesús, como para indicar que la fe
verdadera, la fe confesada explícitamente, tiene unas implicaciones
existenciales que afectan a todo creyente. Esa es también la línea
fundamental de la 2ª. lectura: no hay fe si no desemboca en las obras.
La comprensión y aceptación de la verdad sobre la mesianidad de Jesús
se expresa en lo concreto de la vida con esa actitud básica del cristiano que
consiste en negarse a sí mismo y cargar con la propia cruz. Es decir, frente
a la forma de vivir que pretende salvar la propia vida confiando en uno
mismo, viendo la existencia como puro resultado de las propias opciones y
decisiones, está ese otro modo de vivir que confía totalmente en Dios, que
acepta la vida como don, que ve en el dolor y en el sacrificio, en la
humillación y el ocultamiento, posibles caminos para vivir el amor, el amor
redentor que salva a los otros, aunque implique la pérdida de la propia vida.
Saber entrar en ese "juego" de perder o ganar la vida es ponerse en el
camino de la fe verdadera. A ello nos invita como preámbulo la experiencia
de Jesús en Nazaret con María y José. Compartir ese género de vida es dar
pasos en la dirección de la entrega de la propia vida. Comprenderlo es ya un
don del Espíritu Santo.

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9 de septiembre de 2012 - TO - DOMINGO XXIII – Ciclo B

"Effetá: ábrete"

-Is 35,4-7 // -Sal 145 // -St 2,1-5 // -Mc 7 31-37

Marcos 7,31-37
En aquel tiempo, dejando Jesús el territorio de Tiro, pasó por Sidón,
camino del lago de Galilea, atravesando la Decápolis. Y le presentaron un
sordo, que, además, apenas podía hablar; y le piden que le imponga las manos.
Él, apartándolo de la gente a un lado, le metió los dedos en los oídos
y con la saliva le tocó la lengua. Y mirando al cielo, suspiró y dijo:
- Effetá.
(Esto es: "Abrete" )
Y al momento se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de la
lengua y hablaba sin dificultad.
Él les mandó que no lo dijeran a nadie; pero, cuanto más se lo mandaba,
con más insistencia lo proclamaban ellos. Y en el colmo del asombro decían:
- Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos.

Comentario
El mensaje de la Palabra de Dios en este domingo se centra en la salva-
ción liberadora que Dios ofrece en Cristo a todos los hombres.
Esta liberación es anunciada por el profeta Isaías (1ª. lectura) en tono
festivo presentándola como un nuevo éxodo en el que Dios se compromete con
su pueblo y lo lleva a su tierra; es también la nueva creación en la que el
hombre es restaurado en su dignidad primitiva y liberado de todo lo que le
degrada y le oprime.
El caso concreto de la curación del sordomudo que presenta el
evangelio, puede ser vista como la realización plena de lo que anunciaba el
profeta. En Cristo, Dios sale al encuentro del hombre y lo salva. En ese
sentido es emblemática la figura del sordomudo, pues, Marcos lo presenta de
tal modo que puede ser la imagen de cualquier hombre o del hombre sin más
calificativo.
Los detalles de la narración cobran así un alto valor significativo;
En primer término el lugar donde acontece el milagro, en plena Decápolis,
tierra de paganos, lleva a ver en este personaje anónimo un símbolo del
paganismo, incapaz de abrirse a la salvación. La doble enfermedad: sordera
y mutismo dejan ver la reprensión de Jesús hacia la cerrazón de sus
discípulos, aspecto particularmente acentuado en Marcos (Cfr. Mc 7,18;
8,17-18), sobre todo si se compara con la fe de la mujer sirofenicia de la
que se habla inmediatamente antes (Cfr. Mc 7,24-30).
Pero lo más interesante es el proceso seguido en la curación, visto
como itinerario del creyente que llega a la salvación en Cristo; El sordomudo
es "presentado" (la salvación es un don que pide una colaboración). Jesús lo
lleva aparte, lejos de la gente (personaliza su intervención) y lo cura
inmediata y totalmente. El milagro lleva al "secreto", a saber quién es
realmente Jesús y a proclamarlo abiertamente.
Esa línea de acercamiento al hombre y liberación de lo que le esclaviza
llevada a cabo por Dios en Cristo es la misma que la 2ª. lectura recomienda
a todo cristiano.

Un cuerpo y una casa
La lectura de la Palabra de Dios desde Nazaret, lugar donde Dios se
encarna, nos lleva a fijarnos en dos aspectos que hoy quedan explicitados de
una manera particular. La liberación salvadora que Jesús trae, toca al hombre
ante todo en su corporalidad.
A través de los detalles narrativos de Marcos en el evangelio y de la
descripción de la intervención salvadora de Dios hecha por Isaías, se
advierte cómo es el cuerpo del hombre, aspecto de la persona que revela
mayormente su debilidad, el que recibe de forma inmediata la liberación:
"Entonces se despegarán los ojos del ciego y los oídos del sordo se
abrirán... " (Is 35,5). "Se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de
la lengua... " (Mc. 7,35).
El haber asumido un cuerpo es lo que permite a Cristo intervenir en
nuestro favor desde la condición más humilde del hombre. Así lo dice la carta
a los Hebreos: "Como los suyos tienen todos la misma carne y sangre, también
Él asumió una carne como la ellos, para, con su muerte, reducir a la
impotencia al que tenía dominio sobre la muerte, es decir, al diablo" (2,14).
El realismo con que Marcos describe el milagro operado por Jesús nos lleva
a pensar cómo el poder de Dios actúa sirviéndose del cuerpo como instrumento:
"Le metió los dedos en los oídos y le tocó la lengua con la saliva" (7,34).
Los comentaristas ven en ese modo de proceder una alusión a la acción de Dios
para liberar a su pueblo de manos del faraón (Ex 8,15). San Efrén dice: "El
poder de Dios, que nosotros no podemos tocar, ha bajado a la tierra y ha
tomado un cuerpo, para que nuestra debilidad pudiera alcanzarlo y llegar a
la divinidad tocando la humanidad. El sordomudo curado por Cristo sintió que
sus dedos de carne tocaban los oídos y la lengua. Pero cuando se le soltó la
lengua y se le abrieron los oídos, a través de aquellos dedos accesibles a
sus sentidos, llegó a la divinidad, que era inaccesible".
La renovación profunda que Dios opera en el hombre que toca tiene
también un reflejo en el medio ambiente que lo rodea; Es lo que Isaías
intenta expresar poéticamente mostrando cómo, cuando Dios interviene, el
desierto hostil e inculto se transforma en un jardín por donde el pueblo
transita alegremente hacia la tierra prometida. El hombre salvado encontrará
así una casa donde habitar con sus compañeros de camino. Ninguna imagen
traduce mejor la salvación completa que Dios nos da en Cristo.

Señor Jesús, que todo lo haces bien,
que haces oír a los sordos y hablar a los mudos,
nos presentamos ante ti con nuestros hermanos los hombres
que necesitan tu liberación.
Señor, mete tus dedos, signo del poder de Dios,
en nuestra boca y en nuestros oídos
para que se cure nuestra sordera y nuestro mutismo.
Que sepamos escuchar lo que el Padre nos dice
y cantar las maravillas que tú operas
en nosotros y en todos.

Vivir la liberación
El hombre sanado por Jesús como nos es presentado en el evangelio de
hoy, nos recuerda esa dimensión liberadora de la acción de Dios en nuestra
vida y en la que nosotros mismos debemos entrar para bien nuestro y de los
demás.
Vivir la liberación en su sentido más radical y profundo, es ante todo
aceptarla como don de Dios que ha creado libre al hombre a su imagen y
semejanza. Entrar en el proceso de liberación que el evangelio nos presenta
es ayudar al hombre a recobrar su integridad y dignidad plena partiendo de
lo más inmediato (la corporeidad disminuida o atrofiada) hasta llegar a la
dimensión más profunda que es la fe en Cristo.
Ese proceso, en el que debemos sentirnos implicados, a la vez como
sujetos activos y pasivos, es el que lleva a reconocer la verdadera identidad
de Jesús y de su acción. Él, como se dice de Dios en el libro del Génesis,
"hace bien todas las cosas".
El punto de llegada del proceso de liberación que debe alimentar
nuestra esperanza es una creación nueva en la que todo hombre recobra su
dignidad de persona humana y de hijo de Dios. Es lo que alienta a la
comunidad de seguidores de Jesús que no puede contener la alegría y rompe el
secreto proclamando que Él es el Señor y que es Él quien (hoy también por
medio nuestro) hace oír a los sordos y hablar a los mudos.
Este es el camino que Dios mismo ha elegido prefiriendo "a los que son
pobres a los ojos del mundo para que fueran ricos de fe y herederos del
Reino" (Sant. 2,5).

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2 de septiembre de 2012 - TO - DOMINGO XXII – Ciclo B

"Su corazón está lejos de mí"

-Dt 4,1-2,6-8 // -Sal 14 // -St 1,17-18,21-22. 27 // -Mc 7,1-8,14-15,21-23

Marcos 7,1-8a. 14-15. 21-23
En aquel tiempo, se acercó a Jesús un grupo de fariseos con algunos
letrados de Jerusalén y vieron que algunos discípulos comían con manos impu-
ras (es decir, sin lavarse las manos).
(Los fariseos, como los demás judíos, no comen sin lavarse antes las
manos, restregando bien, aferrándose a la tradición de sus mayores, y al
volver de la plaza no comen sin lavarse antes, y se aferran a otras muchas
tradiciones, de lavar vasos, jarras y ollas).
Según eso, los fariseos y los letrados preguntaron a Jesús:
- ¿Por qué comen tus discípulos con manos impuras y no siguen la tradi-
ción de los mayores?
Él les contestó:
- Bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas, como está escrito:
"Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El
culto que me dan está vacío, porque la doctrina que enseñan son preceptos
humanos". Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradi-
ción de los hombres.
En otra ocasión llamó Jesús a la gente y les dijo:
- Escuchad y entended todos: Nada que entre de fuera puede hacer al
hombre impuro; lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre. Porque
de dentro del corazón del hombre salen los malos propósitos, las
fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, injusticias, fraudes,
desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad. Todas esas maldades
salen de dentro y hacen al hombre impuro.

Comentario
A través de las lecturas de este domingo podemos percibir algunas
indicaciones de un tema tan importante como el de la relación del hombre con
Dios, que consiste en la acogida sincera de la Palabra y la respuesta que
viene desde el interior de la persona.
La 1ª. lectura pone de relieve el gran valor de la revelación divina
confiado al pueblo de Israel. En el fondo es lo que le identifica como pueblo
"de Dios" y lo que constituye su "sabiduría", es decir su forma de concebir
la vida. Pero ese valor queda muy reducido o anulado cuando la Palabra de
Dios es sustituida por "tradiciones humanas". Es la gran objeción que Jesús
presenta a los fariseos, mostrando al mismo tiempo la novedad del evangelio,
que pretende rescatar la interioridad de la persona devolviéndola a esa
condición de sencillez original donde lo que cuenta en primer lugar es lo que
viene del fondo del corazón.
La lectura selectiva del cap. 7 de Marcos que hace la liturgia,
presenta a Jesús como maestro de "sabiduría" capaz de desarticular las falsas
pretensiones legalistas de los fariseos y de enseñar a todos el recto camino
revelando al hombre, a todo hombre (" a la multitud" v. 14ss) su verdadera
identidad.
En el hombre, en efecto, existe un núcleo interior (el corazón, en la
terminología bíblica) sede al mismo tiempo de la relación con Dios y del
comportamiento moral, y existe una "periferia" (los labios en el texto de
Isaías citado en el evangelio). La confusión de ambos planos es lo que puede
llevar (de hecho así acontecía en algunos ambientes en tiempos de Jesús) a
un "culto vano" y a un legalismo que impiden al hombre manifestarse en su ser
auténtico y dar la respuesta de fe que Dios espera de Él.
Sólo el hombre liberado por Cristo podrá profesar esa religión "pura
y sin mancha" (2ª. lectura), que consiste en colocarse sencillamente ante el
Padre, acoger su palabra en el corazón y llevarla a la vida mediante las
obras de la caridad.

"Tus discípulos no viven conforme a la tradición"
Es la objeción intencionada que los fariseos hacen a Jesús y puede
servirnos a nosotros para leer este evangelio desde el punto de vista de
Nazaret.
Los evangelios de la infancia, sobre todo el de Lucas, presentan a la
Sagrada Familia como fiel cumplidora de la ley de Moisés, de modo particular
en los aspectos cultuales (presentación del primogénito, peregrinación anual
a Jesuralén). Jesús mismo dirá más tarde que no ha venido a abolir la ley ni
los profetas (Mt 5,17).
Pero, al mismo tiempo, vemos en María y en José esa actitud del
creyente que acoge sin reservas la Palabra de Dios, se fía de Él y la pone
por obra. Jesús, venido para cumplir la voluntad del Padre, se identifica de
tal modo con ella (Heb 10,5-7), que cuando expresa su "mandamiento" (Jn
14,15), el mandamiento del amor, se coloca a sí mismo como punto de
referencia en el nuevo modo del encuentro del hombre con Dios propio de la
nueva alianza.
La crítica de Jesús contra la hipocresía de los fariseos no es una
polémica entre especialistas de la ley, ni tampoco la expresión del "laxismo"
galileo frente al integrismo de "los fariseos y de algunos escribas venidos
de Jerusalén" (Mc 7,1).
El profeta de Galilea ha vivido largos años observando la conducta de
los hombres en todos los aspectos de la vida. Ha visto en su propia casa esa
pureza del corazón que hace santas todas las cosas, pero ha visto también a
su alrededor muchas veces ese culto vano, hecho sólo de palabras, que no
llega jamás a interiorizarse ni a expresarse en una conducta coherente. Más
aún, sabe que hay quienes apoyándose en el cumplimiento intransigente de
"doctrinas que son preceptos de hombres" (Mc 7,7), se ha enriquecido a costa
de la gente humilde, poniéndose por encima de los demás y oprimiendo al
pueblo. (Mc. 7,8-13).
Es de esa comprobación, seguramente también patente en la aldea de
Nazaret, de donde nace la fuerte oposición de Jesús a la hipocresía de los
fariseos y escribas.
La pureza de la fe, la fidelidad íntegra a la Palabra de Dios, que
vemos en la familia de Nazaret son el mejor estímulo para rescatar cuanto de
bueno hay en el hombre y para vivir el mensaje de autenticidad de este
evangelio.

Envíanos, Padre, el Espíritu Santo,
que renueva nuestro corazón
y hace posible una alabanza pura
y una caridad laboriosa.
Danos ese Espíritu de sabiduría
que procede de ti, Padre de la luz,
y nos lleva a acoger con docilidad
la Palabra sembrada en nosotros
y a saber discernir lo esencial de lo accesorio;
lo que verdaderamente es bueno
de lo que es pura apariencia;
la auténtica fidelidad de las máscaras del formalismo
.

La sencillez del ser
La experiencia de Nazaret, donde los valores auténticos de la fe y el
amor son vividos lejos de toda manifestación pública y de toda apariencia
engañadora, nos llevan a subrayar en nuestra vida esa sencillez del ser que
tanto se opone al formalismo puramente externo.
La crítica de Jesús a las exigencias de los fariseos sobre la conducta
de sus discípulos se sitúa en esa línea profética que va de Amós a Oseas e
Isaías y pone el valor del amor por encima de "los sacrificios" (Os 6,6), la
vida honrada y justa por encima de un culto formalista (Am 5,21-22), lo que
el hombre tiene en su corazón por encima de lo que dicen los labios (Is
29,13).
Jesús propone esa línea de conducta a sus apóstoles y a todos sus
seguidores de entonces y de ahora. El paso del formalismo religioso a la
sencillez de la fe, que se manifiesta en las obras concretas del amor
cristiano, es una tarea actual de todo bautizado y de toda comunidad; En eso
consiste la verdadera sabiduría. Por ese criterio se podría ver si
verdaderamente somos "un pueblo grande" y si "nuestro Dios está cerca de
nosotros cuando lo invocamos" (Dt 4,7-8).
Sólo desde esa perspectiva cobra sentido la atención a los detalles de
los "preceptos humanos", que tienen también su importancia en la vida pero
que nunca deben oscurecer los valores que vienen en primer lugar.

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26 de agosto de 2012 - TO - DOMINGO XXI – Ciclo B

"Las palabras que os he dicho son espíritu y vida"

-Jos 24,1-2,15-17. 18 // -Sal 33 // -Ef 5,21-32 // -Jn 6,60-69

Juan 6,61-70
En aquel tiempo, muchos discípulos de Jesús, al oírlo, dijeron:
- Este modo de hablar es inaceptable, ¿quién puede hacerle caso?
Adivinando Jesús que sus discípulos lo criticaban les dijo:
- ¿Esto os hace vacilar?, ¿y si vierais al Hijo del hombre subir adonde
estaba antes? El espíritu es quien da vida; la carne no sirve de nada. Las
palabras que os he dicho son espíritu y vida. Y con todo, algunos de vosotros
no creen.
Pues Jesús sabía desde el principio quiénes no creían y quién lo iba
a entregar. Y dijo:
- Por eso os he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo
concede.
Desde entonces muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron
a ir con Él.
Entonces Jesús les dijo a los Doce:
- ¿También vosotros queréis marcharos?
Simón Pedro le contestó:
- Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna;
nosotros creemos. Y sabemos que tú eres el Santo consagrado por Dios.

Comentario
Con la página del evangelio que leemos hoy se concluye el discurso del
pan de vida en la sinagoga de Cafarnaún (y también el paréntesis introducido
en la lectura continua del evangelio de Marcos).
Siguiendo la sucesión de los acontecimientos del IV evangelio, Jesús
ha mostrado su condición divina con los milagros (signos) de la tempestad
calmada y de la multiplicación de los panes. Con su palabra ha intentado
mostrar a los judíos que su origen divino no es incompatible con su condición
humana y que Él mismo es el primer signo del amor de Dios a los hombres. Ante
el rechazo generalizado de la multitud, da un paso más y pretende verificar
(aunque ya lo sabía , Jn 6,64) cuál es la postura de sus discípulos.
En la intención del evangelista parece estar la idea de establecer una
distinción neta entre quienes creen y quienes no creen, es decir, de volver
a colocar en el centro la cuestión fundamental de todo el discurso: reconocer
la verdadera identidad de Jesús.
La lectura del libro de Josué (1ª. lectura) introduce ya a esa opción
radical que se produce entre quien cree (acepta, sirve) al Señor y quien
prefiere otros dioses u otros caminos en la vida.
Quien se aventura en el camino de la fe verdadera sabe que tendrá  que:
fiarse más de Dios que de sus propias luces ("la carne no sirve para nada"),
dejarse conducir más bien por el Espíritu Santo y reconocer, como Pedro, que
Jesús es el "Consagrado de Dios", el Cristo.
La confesión de fe es una opción de vida que implica el dejarse guiar
por el impulso del Padre, el cual conduce al hombre a Cristo.
Esa opción comporta un creer y un conocer ("nosotros creemos y sabemos"
v. 69). Creer y saber en el evangelio de Juan se implican mutuamente. La
adhesión a Cristo lleva a una penetración cada vez m s viva en su misterio
(Jn 4,42) y desemboca en la visión de Dios, "cuando Jesús se manifieste y lo
veamos como es" (I Jn 3,2; 2ª. lectura).
Proclamar que Jesús es el "Consagrado de Dios" (expresión equivalente
a otras empleadas por los sinópticos: el Cristo en Marcos, el Cristo de Dios
en Lucas, el Hijo de Dios vivo en Mateo), es en definitiva, comprometer la
propia vida con Jesús, aceptar el riesgo de perderse o, como asegura la fe,
poseer la vida eterna que brota de sus palabras.

"Dejar  el hombre su padre y su madre" (Ef. 5,31)
Quien entra en comunión con Cristo mediante la fe y el bautismo, se
hace una realidad nueva a partir de la cual todas las instituciones humanas
adquieren un valor nuevo. La aplicación concreta a la que nos lleva la
liturgia de hoy en la celebración de la Palabra se refiere a la familia y es
particularmente cercana a la vida familiar que llevaron Jesús, María y José
en Nazaret. Ello nos lleva a meditar el evangelio con una tonalidad especial.
Para hablar de la familia, la carta a los Efesios toma como punto de
partida el concepto de sumisión de los m s débiles (niños, mujeres, esclavos)
a los más fuertes (hombres, maridos, dueños). Era el punto clave de la
familia tradicional pagana. El apóstol corrige esa visión en dos direcciones:
primero habla de una sumisión mutua, en el temor de Cristo (5,21) y después
presenta el matrimonio como signo de la unión entre Cristo y la Iglesia:
"Este símbolo es magnífico; yo lo estoy aplicando a Cristo y a la Iglesia"
Ef. 5,33.
Ese modo nuevo de construir la familia, en recíproca sumisión, nos
lleva a pensar en la orientación dada por Jesús y recogida en evangelio: "El
mayor entre vosotros, sea vuestro servidor" (Mc 10,43-44). Y refleja
directamente la vida nazarena en la que Jesús, el mayor "bajó con ellos a
Nazaret y siguió bajo su autoridad" (Lc 2,52). "Les estaba sumiso", traducen
otros.
Desde esta perspectiva, se comprenden mejor las implicaciones de la fe
en Cristo y de la participación en la eucaristía. La vida en el amor,
exigencia de toda vida cristiana, construye ese "cuerpo" que es la Iglesia
(Ef 5,21-24) al que Cristo se da y que Cristo da hoy para la salvación del
mundo.
La igualdad radical, en la diversidad de los carismas y las funciones,
sobre la que se construye la familia y la Iglesia, está ya presente
germinalmente en la familia de Nazaret y su vida concreta nos estimula a la
donación recíproca en la vida de cada día, donde el primado de la caridad
pone en segundo lugar la importancia del papel que cada uno juega, para que
aparezca más claro el don y el signo de la comunión.

Señor Jesús, tú tienes palabras
que son Espíritu y vida.
Queremos dejarnos arrastrar hacia ti
por la fuerza misteriosa del Padre.
Desde nuestra fragilidad y pecado
gritamos a ti para que veas nuestras limitaciones
y nuestro deseo de construir una Iglesia-familia
que se inspire en la de Nazaret.


"¿A quién iremos?"
Como a los hebreos del tiempo de Josué, como a los discípulos de Jesús
la escucha de su Palabra y la participación en la eucaristía, nos coloca en
una alternativa existencial: retirarnos a nuestras casas particulares o
servir al Señor formando un solo pueblo guiado por Él; abandonar a Jesús como
tantos otros o reconocer en Él al Consagrado de Dios.
El punto más importante en este caso es plantearse el problema, no
pasar por alto el "ultimátum" de Jesús: "¿También vosotros queréis
marcharos?" (Jn 6,67).
Los pasos que hemos dado tras las huellas de Jesús no nos autorizan
nunca a prescindir del dilema esencial, presente a lo largo de toda nuestra
vida y renovado cada vez en la donación del signo del pan y del vino que se
nos hace en la eucaristía.
No podemos hoy refugiarnos en el pensamiento de que entre los apóstoles
"uno sólo es el traidor" (Jn 6,60), cuando en tantos lugares y en tantos
terrenos los seguidores de Jesús se ven en minoría frente a otras propuestas.
Nuestra fe, don del Padre, se apoya sobre la fe de Pedro y de otros que
han seguido a Jesús y, al mismo tiempo, aun en la oscuridad presente es una
opción personal que lleva a quedarse con Jesús y con quien dice la verdad en
palabras llenas de Espíritu y de vida.
Sólo así se construye la comunidad-familia, minoritaria quizá, pobre
y limitada, pero al mismo tiempo llena de Espíritu vivificante y capaz de ser
un signo y un punto de referencia para cuantos la vean.

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19 de agosto de 2012 - TO - DOMINGO XX – Ciclo B

"El pan que voy a dar es mi carne"

-Prov 9,1-6 // -Sal 33 // -Ef 5,15-20 // -Jn 6,51-58

Juan 6,51-58
En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos:
- Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo: el que coma de este pan
vivirá  para siempre. Y el pan que yo daré‚ es mi carne, para la vida del mundo.
Disputaban entonces los judíos entre sí:
- ¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?
Entonces Jesús les dijo:
- Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis
su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre
tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día.
Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida.
El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él.
El Padre que vive me ha enviado y yo vivo por el Padre; del mismo modo,
el que come vivirá por mí.
Este es el pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros padres,
que lo comieron y murieron: el que come este pan vivirá para siempre.

Comentario
En la parte del discurso sobre el pan de vida que leemos este domingo,
podemos notar una serie de acentuaciones que provocan un clima de mayor
intensidad y realismo en los contenidos. Al mismo tiempo crean la tensión
cristológica y existencial que llevan al planteamiento radical del final del
discurso, objeto de nuestra atención el domingo próximo.
Sobre la pista de ésos, que podríamos llamar, cambios de acento en los
significados, estamos invitados a captar el mensaje que la Palabra nos ofrece
hoy.
De la exigencia de acoger en la fe el "pan" bajado del cielo, se pasa
a la necesidad de comerlo en el sacramento. A partir del "pan de vida", Jesús
pasa a hablar explícitamente de sí mismo como "pan vivo" ("Yo soy el pan vivo
bajado del cielo" Jn 6,51). Su origen está en el Padre, "que vive" (6,57).
Se carga de un mayor realismo el verbo que indica la acogida de Jesús:
"masticar", "triturar", para expresar la acción de comer el pan. Existe
también un progreso en la oposición a las palabras de Jesús; de la
murmuración se pasa a la protesta (v. 41) y luego a "discutir acaloradamente"
(v. 51).
Pero donde más gana en intensidad el discurso es en la rápida
transición de "comer el pan" (v. 50) a "comer la carne" (v. 51). La
identificación de Jesús con el pan de vida se completa con la donación total
de su persona ("carne" y "sangre") en el sacrificio de la cruz (vv. 53-55).
No podemos ver una oposición entre el "comer el pan" que vendría a
significar la aceptación de la revelación de la verdadera identidad de Cristo
y el "comer la carne" que para nosotros implicaría la participación en la
eucaristía. Se da más bien una progresión que el clima litúrgico de la
celebración donde se lee la Palabra pone aún más de manifiesto.
Lo que queda bien claro es la necesidad de entrar en esa dinámica de
comunión ("si no coméis"... "si no bebéis"... ) para "tener vida", la misma
vida que el Padre posee en plenitud y que a través de Jesús distribuye a
todos los hombres.
Ese es el banquete al que somos invitados (1¦ lectura).

"La carne del Hijo del hombre"
El término "carne" usado por Juan en el prólogo de su evangelio (1,14)
y en este discurso (6,51) pone en relación directa el misterio de la
eucaristía con la encarnación. La "carne" en la mentalidad bíblica indica la
persona completa en su aspecto de debilidad y de limitación, pero también de
comunión y apertura a la flaqueza humana.
Cuando se habla, pues, de la "carne del Hijo del hombre" que será
entregada como alimento y que debe ser comida para tener vida, se está
indicando la persona de Jesús en su plena humanidad, el Jesús de Nazaret
nacido de María y un día clavado en la cruz. Y así como al acto de la
encarnación siguió el tiempo de Nazaret, en el que ese misterio adquirió toda
su amplitud al hacerse el hijo de Dios plenamente hombre mediante el
crecimiento, al acto de su entrega en la cruz y de su resurrección gloriosa
corresponde su permanencia en el sacramento de la eucaristía, mediante el
cual su "cuerpo", que es la Iglesia, crece hasta la plenitud del Reino.
Podemos de este modo descubrir una correlación entre el tiempo de
Nazaret y el tiempo de la eucaristía, que de alguna manera encuentra una
confirmación en un verbo usado con frecuencia en el IV evangelio y que tiene
un gran alcance para la vida cristiana. Se trata del verbo "permanecer",
"seguir con", "morar", que tiene una resonancia nazarena y se emplea también
en la página evangélica de hoy. "Quien come mi carne y bebe mi sangre sigue
conmigo y yo con él" (v. 57).
Esa presencia recíproca de Cristo y quien come su carne y bebe su
sangre, revela la intimidad de la relación a la que está llamado quien cree
en Él y tiene su contrapunto en la intimidad trinitaria (Yo vivo gracias al
Padre" v. 57). Naturalmente esa intimidad lleva consigo la permanencia, para
nosotros los hombres, e implica la duración en el tiempo y el crecimiento
constante. La encarnación del Verbo es ya una garantía de permanencia de Dios
entre nosotros; los largos años de Jesús en Nazaret son signo del designio
de Dios que quiere estar para siempre con el hombre.
El evangelio, leído desde Nazaret, nos lleva a acentuar esos aspectos,
quizá  menos dramáticos, pero ciertamente también fundamentales para
comprender esta página evangélica. Ellos también son importantes para nuestra
vida cristiana de cada día donde lo que cuenta es lo que dura y se
desarrolla.

Padre santo, queremos acudir al banquete
que con tu sabiduría infinita nos has preparado.
Tú nos ofreces en tu designio de amor,
a tu Hijo hecho hombre,
hundido en la tierra para que se multiplique el grano
y cocido en el fuego ardiente del Espíritu,
para que todos lo puedan comer.
Nos atraes a Él para que dejemos
las aguas de las cisternas envenenadas
y bebamos el vino mejor,
lleno de la alegría del Espíritu,
que brota de su costado abierto en la cruz.


Permanecer en Él
Muchas veces hemos reflexionado sobre las consecuencias que tiene para
nuestra vida la participación en la celebración eucarística. Necesitamos
pedir fuerzas al Espíritu Santo para que la fuerte invitación que hoy
recibimos a hacerlo de nuevo no sea vana.
"Quien come de mi carne y bebe de mi sangre, mora en mí y yo en él" (Jn
6,51). "Comer la carne", participar en el banquete implica, pues, esa
absorción mutua en la que uno se hace el otro sin perder la propia identidad.
Debemos pensar nuestra participación en la eucaristía en términos
comunitarios. Lo que sucede en nosotros, sucede también en los demás
cristianos. Se construye así en la eucaristía la más perfecta unidad, pues
todos somos uno en Cristo y entre nosotros. Es el triunfo definitivo del
Espíritu que realiza la familia de los hijos de Dios con los hombres
dispersos y desunidos.
Permanecer en Jesús es entrar en esa vida que el Padre posee en
plenitud, rica de horizontes nuevos y de dinamismo inagotable, que nos
arranca de nuestros círculos demasiado cerrados y recortados por la
desesperanza y el pecado.
La vida eterna del cristiano adquiere un nuevo valor cuando es vivida,
desde Nazaret, bajo el signo de la eucaristía. Todo lo que refuerza la
unidad, todo lo que hace familia, todo lo que colabora a la expansión de la
vida encuentra en ella su plenitud. Así puede celebrarse como una verdadera
fiesta, un convite en el que Dios nos da lo mejor de sí mismo y nosotros
llevamos lo que su gracia construye poco a poco en nuestras vidas.

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12 de agosto de 2012 - TO - DOMINGO XIX – Ciclo B

"El pan que voy a dar es mi carne"

-1Re 19,4-8 // -Sal 33 // -Ef 4,30–5,2 // -Jn 6,41-51

Juan 6,41-52
En aquel tiempo, criticaban los judíos a Jesús porque había dicho "yo
soy el pan bajado del cielo", y decían:
- ¿No es éste Jesús, el hijo de José? ¿No conocemos a su padre y a su
madre? ¿cómo dice ahora que ha bajado del cielo?
Jesús tomó la palabra y les dijo:
- No critiquéis. Nadie puede venir a mí si no lo trae el Padre que me
ha enviado.
Y yo lo resucitaré el último día.
Está escrito en los profetas: "Serán todos discípulos de Dios".
Todo el que escucha lo que dice el Padre y aprende viene a mí.
No es que nadie haya visto al Padre, a no ser el que viene de Dios: Ése
ha visto al Padre.
Os lo aseguro: el que cree tiene vida eterna.
Yo soy el pan de vida. Vuestros padres comieron en el desierto el maná
y murieron: Éste es el pan que ha bajado del cielo, para que el hombre coma
de Él y no muera.
Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo: el que coma de este pan
vivirá para siempre.
Y el pan que yo daré es mi carne, para la vida del mundo.

Comentario
En la continuación del discurso sobre el pan de vida que el evangelio
de hoy nos ofrece, el evangelista desarrolla algunos de los temas ya
apuntados anteriormente: la oposición y murmuración de la gente, la fe y la
revelación interior necesarias para acoger a Jesús y, sobre todo, la
identificación de Éste con el pan que da la vida al mundo.
Queda así cada vez más claro el sentido eucarístico del conjunto del
discurso. A ello contribuye también el contexto litúrgico, al presentarnos
la primera lectura ese alimento misterioso que da fuerzas al profeta para
continuar su camino desde el triunfo del Carmelo hasta la experiencia de Dios
en el Horeb y su compromiso para restablecer la justicia en Israel.
En su diálogo con la gente, Jesús se reafirma como pan de la vida para
quien se abre a la atracción interna del Padre, que lleva aceptarlo mediante
la fe.
El significado de la expresión "pan de la vida" viene precisado con más
nitidez. Se trata del punto focal de todo el Cap. VI del evangelio de Juan.
Es un pan "bajado del cielo" y un pan que "voy a dar". Las dos expresiones
engloban la existencia entera de Jesús en la mentalidad del IV evangelio,
pues aluden respectivamente a la encarnación del Verbo y a su entrega en la
cruz.
Los efectos que produce el pan de vida se definen por contraste con el
maná . Este fue un apoyo importante en el camino del pueblo de Israel hacia
la tierra prometida, pero, como dice el mismo evangelio: "Vuestros padres
comieron el pan en el desierto, pero murieron" (6,49). Quien come del otro
pan, no solo no muere, sino que tiene la vida eterna. Se trata de esa
plenitud de vida que Dios tiene en sí mismo y que desea compartir con todos
los hombres: "El Padre dispone de la vida y ha concedido al Hijo disponer
también de la vida" (Jn 5,26). Lo sorprendente es que la donación de la vida
se da a través de la muerte de Jesús en la cruz.

"Nosotros conocemos a su padre y a su madre"
La expresión referente a su familia puesta por el evangelista en boca
de los opositores de Jesús en Cafarnaún nos puede dar pie para una lectura
"nazarena" del evangelio de hoy.
La protesta de los judíos, que recuerda las del pueblo de Israel en el
desierto, se refiere a la afirmación de Jesús de que Él "es pan bajado del
cielo" (Jn 6,41). Como las antiguas también ésta es una oposición al plan
divino porque en la práctica, no se acepta que la salvación pueda acontecer
por los caminos que Dios ha elegido: en el Antiguo Testamento era el camino
del desierto, en la época mesiánica el camino de la encarnación.
Y en la protesta de los judíos contra lo que Jesús dice, queda bien
claro que lo que causa escándalo es en definitiva cómo conciliar su origen
divino (6,41-42) con el hecho de provenir de una familia bien conocida, la
familia de Nazaret, es decir, de ser un hombre como todos los demás. Más
adelante en el mismo evangelio reaparece la misma objeción: "Por qué tu,
siendo hombre, te haces Dios?" (Jn 10,33).
Esta oposición sirve así para reafirmar esa dimensión humana de Jesús
que la vida de Nazaret tan claramente muestra. Quizá  sea útil recordar que
en el curso de los siglos a la Iglesia le ha costado tanto el afirmar la
verdadera humanidad de Cristo como su divinidad. Porque lo que aquí está
en juego, como en tantas otras páginas del evangelio y también en muchas
situaciones de nuestros días, es el saber decir "la verdad sobre Jesucristo"
(Cfr. Documento de Puebla. Discurso inaugural).
En el plan de Dios la "carne" y por tanto la encarnación es un medio
de comunicación de Dios con el hombre, un signo de su presencia amorosa, un
instrumento de gracia y de condescendencia. Pero sólo la fe, don de Dios,
atracción del Padre, logra penetrar en ese sentido verdadero y hacer de ella
la puerta de entrada en el Reino. Sin la fe, la debilidad de la "carne" es
vista sólo como limitación e impotencia, como opacidad que oculta lo divino.
También nosotros necesitamos de la fe del "padre y de la madre" de
Jesús para ver en Él al Dios-con-nosotros, al único que puede llevarnos al
encuentro con el Padre y resucitarnos "en el último día" (6,44), a través del
velo de su "carne" (Heb. 10,20).

Señor Jesús, pan de la vida bajado del cielo,
danos de ese pan y danos tu Espíritu Santo,
que nos lleve a compartir
tu mismo gesto de donación a todos.
Como el profeta y como el pueblo hambriento
necesitamos ese pan
en las arenas movedizas e inconsistentes
de nuestro desierto,
de nuestras dudas y desánimos.
Padre, atráenos tú a Cristo.


Pan para el camino
La Iglesia ha visto siempre en el alimento misterioso que dio nuevas
fuerzas al profeta y en el maná  que el pueblo comió en el desierto sendas
figuras de la eucaristía.
Esta, en cuanto memoria viva de la entrega de Jesús - de su carne y su
sangre en el Calvario - acompaña siempre al nuevo pueblo de Dios en su
peregrinar por el mundo hacia la plenitud del Reino.
La Palabra de Dios nos invita hoy a saber incorporar personalmente y
como comunidad el sentido que tiene la eucaristía, presencia de Cristo
resucitado en la humildad del pan.
Como el del pueblo de Israel, nuestro camino es un proceso de
liberación de la esclavitud, para pasar a la vida nueva y ese paso sólo puede
cumplirse en comunión con Cristo.
Al apropiarnos ahora de su gesto en el sacramento, debemos ser
conscientes de que nos colocamos en esa dinámica que lleva a la entrega de
la carne y de la sangre. Y ese gesto se vive concretamente en la práctica de
la caridad, como recuerda Pablo en la 2ª. lectura de hoy. Lo contrario sería
"irritar al Santo Espíritu que os selló para el día de la liberación" (Ef.
4,30).
Vivir el mensaje de la Palabra de hoy en estilo nazareno, comporta
descubrir esa línea de humildad, de concretez realista que une la
encarnación del Verbo, su presencia viva en la eucaristía y los actos de la
vida diaria en los que se expresa el amor cristiano. A través de ella se
cumple el designio del Padre de llevar a todos a Cristo y de empezar a
comunicar esa vida divina que Él posee en plenitud y que desea ofrecer a
todos los hombres.

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5 de agosto de 2012 - TO - DOMINGO XVIII – Ciclo B

"Yo soy el pan de vida"

-Ex 16,2-4; 12,15 // -Sal 77 // -Ef 4,17. 20-24 // -Jn 6,24-35

Juan 6,24-35
En aquel tiempo, cuando la gente vio que ni Jesús ni sus discípulos
estaban allí, se embarcaron y fueron a Cafarnaún en busca de Jesús. Al
encontrarlo en la otra orilla del lago, le preguntaron:
- Maestro, ¿cuándo has venido aquí?
Jesús les contestó:
- Os lo aseguro: me buscáis no porque habéis visto signos, sino porque
comisteis pan hasta saciaros.
Trabajad no por el alimento que parece, sino por el alimento que
perdura, dando vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre; pues a éste
lo ha sellado el Padre, Dios.
Ellos le preguntaron:
- ¿Cómo podremos ocuparnos en los trabajos que Dios quiere?
Respondió Jesús:
- Éste es el trabajo que Dios quiere: que creáis en el que Él ha
enviado.
Ellos le replicaron:
- ¿Y qué signo vemos que haces tú, para que creamos en ti? Nuestros
padres comieron el maná en el desierto, como está escrito: "Les dio a comer
pan del cielo".
Jesús les replicó:
- Os aseguro que no fue Moisés quien os dio pan del cielo, sino que es
mi Padre quien os da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es el
que baja del cielo y da vida al mundo.
Entonces le dijeron:
- Señor, danos siempre de ese pan.
Jesús les contestó:
- Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no pasará hambre, y el que
cree en mí no pasará nunca sed.

Comentario
El diálogo de Jesús con la multitud, como lo presenta Juan en el
evangelio de hoy, tiene como tema de fondo "el pan de vida". Jesús pretende
que sus oyentes den el paso de penetrar el signo de la multiplicación de los
panes para llegar a un conocimiento de su propia persona y de su misión. Es
también el paso al que la liturgia de este domingo parece invitarnos también
a nosotros, de modo que se transforme nuestra mente y nos revistamos del
"hombre nuevo", como lo pide la 2ª. lectura.
A la gente, que pretende enseguida otras señales (Jn 6,31) porque no
han entendido el signo del pan multiplicado, Jesús le propone el camino de
la fe en Dios, que supone la aceptación de su Enviado (Jn 6,29). De esta
forma a una mentalidad que se detiene sólo en lo más inmediato y que pregunta
sólo por curiosidad, "Maestro ¿cuándo has venido?", Jesús no responde
directamente. El va directamente al fondo de la cuestión poniendo en tela de
juicio las motivaciones que anidan en el corazón de quienes lo siguen y lo
escuchan. A la visión puramente terrena e interesada de las cosas responde
el pan material que, aunque realidad material donde se apoya necesariamente
el signo, termina por corromperse.
Jesús, por el contrario, propone el camino de la fe que es capaz de
"leer" en el pan distribuido, la donación del amor de Dios en su propia
persona. El conocimiento de la Escritura hubiera sido de gran ayuda si los
oyentes de Jesús no hubieran tenido la mente tan cerrada como los que vivieron
el signo del maná en el desierto. También ellos encontraron que el pan del
cielo era insípido y se recordaron de las cebollas de Egipto (Num 11,5).
Al hablar del pan que sacia para siempre, como hizo la samaritana al
oír hablar de la otra agua (Jn 4,15), la reacción inmediata de la gente es:
"Danos siempre pan de ése". Y entonces Jesús no pierde la ocasión de ir hasta
el fondo del significado que tiene tanto el signo del antiguo maná, como el
reciente de los panes: "Yo soy el pan de la vida", dice.
No puede estar más clara la relación entre la fe y los signos que la
suscitan y la expresan.

Las señales
El cuarto evangelio es el libro de los signos o de las señales. A lo
largo de su camino, Jesús va realizando una serie de "obras", algunas de
ellas maravillosas, que quien se acerca a Él debe saber interpretar: son
otros tantos indicadores que permiten a quien se abre a la fe reconocer en
el hombre Jesús al "enviado de Dios".
Aparentemente el tiempo de Nazaret es un período privado de esos
signos. Desde el prólogo, en el cuarto evangelio se pasa a la vida pública
de Jesús. Por eso conviene profundizar en el signo fundamental de que Juan
habla que es el de la encarnación del verbo. "Y la Palabra se hizo hombre,
acampó entre nosotros y contemplamos su gloria: gloria de Hijo único del
Padre, lleno de amor y de lealtad" (Jn 1,14).
José y María viven en Nazaret de ese signo, único y luminoso que marca
toda su vida. Todo el camino de Nazaret se realiza a la luz de ese único
signo. Y en realidad no hacen falta más cuando se ha creído. La multiplicidad
y espectacularidad de los signos tanto en el Antiguo como en el Nuevo
Testamento parece que están más bien en relación con la debilidad humana y
con la condescendencia divina.
María y José vivieron con Jesús el camino de la fe. Ellos supieron
penetrar en la profundidad del signo cuando aceptaron a Jesús como Hijo de
Dios, siempre en la oscuridad de la fe. Llegados a ese punto, sobran todos
los milagros. Es lo que Jesús enseña en su catequesis a la multitud de
Cafarnaún. No se trata de ofrecer otras señales (aunque luego Él mismo las
dá) sino de penetrar en el signo de la multiplicación del pan y aceptar que
es Él el verdadero pan de la vida.
El camino de Nazaret - con la sola luz de la Escritura y de la
presencia del Verbo encarnado - es también nuestro camino. Su modo de
presencia ha cambiado, pero no la exigencia de abrirse al único signo que
sigue siendo su propia persona en la que hay que penetrar desde la
materialidad de su "cuerpo".

El signo del pan, leído a la luz de Nazaret, nos invita a parar de la
exigencia de una multiplicidad de señales a la sencillez del único signo,
nos abre así ya a la experiencia de eucaristía en la época postpascual.

Padre bueno, crea en nosotros
ese hombre nuevo hecho también a tu imagen
con esa rectitud de corazón y esa mirada pura,
que es capaz de leer los signos
que encontramos en la vida,
hasta descubrir la presencia - viva y misteriosa -
de Cristo, el Señor, tu Enviado.
Que la fuerza del Espíritu Santo
sostenga y aumente nuestra fe
hasta que venzamos el egoísmo y la ceguera
que nos impiden ver en Jesús
aquél a quien has marcado con tu sello
.

"Danos siempre pan de ése"
Es la petición de la multitud. Petición ambigua que, de una parte,
parece abrirse al misterio, y de otra tiende a querer perpetuar un régimen
de asistencia inmediata por parte de Dios.
Necesitamos también nosotros preguntarnos por las razones de nuestra
búsqueda de Jesús si queremos profundizar nuestra fe.
Para que la Palabra de hoy no sea vana en nuestra vida, tenemos que
corregir nuestro deseo instintivo de sensacionalismo y de seguridades
inmediatas en lo que se refiere a la fe, y entrar en ese campo abierto a
muchas responsabilidades y compromisos serios que es aceptar a Jesús como
Señor y salvador nuestro y de los demás.
La obra a la que se nos llama hoy es creer, es decir, entrar en la
dinámica de un amor que no se deja ilusionar por un entusiasmo servil ni se
abate porque ya no se ven pruebas palpables. La sobriedad y sencillez de
Nazaret pueden enseñarnos mucho en este sentido.
Ése es nuestro trabajo, el trabajo de la fe. Sin que deje de ser en
último término don, la fe requiere ese empeño, constancia y seriedad que todo
trabajo lleva consigo. Y de ese esfuerzo noble por creer, nacerá el
compromiso para transmitir a otros el gozo de la fe, para ofrecer señales
válidas de la llegada del Reino entre nosotros y para construir un mundo
donde la solidaridad haga el gran milagro de suprimir el hambre de quienes
no tienen pan.

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29 de julio de 2012 - TO - DOMINGO XVII – Ciclo B

"Jesús tomó los panes... "

-2Re 4,42-44 // -Sal 144 // -Ef 4,1-6 // -Jn 6,1-15

Juan 6,1-15
En aquel tiempo, Jesús se marchó a la otra parte del lago de Galilea
(o de Tiberíades). Lo seguía mucha gente, porque habían visto los signos que
hacía con los enfermos.
Subió Jesús entonces a la montaña y se sentó allí con sus discípulos.
Estaba cerca la Pascua, la fiesta de los judíos. Jesús entonces levantó
los ojos, y al ver que acudía mucha gente dijo a Felipe:
- ¿Con qué compraremos panes para que coman éstos?
(Lo decía para tantearlo, pues bien sabía Él lo que iba a hacer)
Felipe contestó:
- Doscientos denarios de pan no bastan para que a cada uno le toque un
pedazo.
Uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, le dijo:
- Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y un par de
peces, pero, ¿qué es eso para tantos?
Jesús dijo:
- Decid a la gente que se siente en el suelo.
Había mucha hierba en aquel sitio. Se sentaron: sólo los hombres eran
unos cinco mil.
Jesús Tomó los panes, dijo la acción de gracias y los repartió a los
que estaban sentados; lo mismo todo lo que quisieron del pescado.
Cuando se saciaron, dijo a sus discípulos:
- Recoged los pedazos que han sobrado; que nada se desperdicie.
Los recogieron y llenaron doce canastas con los pedazos de los cinco
panes de cebada que sobraron a los que habían comido.
La gente entonces, al ver el signo que había hecho, decía:
- Éste sí que es el Profeta que tenía que venir al mundo.
Jesús entonces, sabiendo que iban a llevárselo para proclamarlo rey,
se retiró otra vez a la montaña, Él solo.

Comentario
En lugar de la narración de la multiplicación de los panes como la
presenta Marcos, la liturgia interrumpe la lectura continua de este evangelio
e introduce durante varios domingos la versión, más larga y articulada, que
ofrece el cuarto evangelio de ese mismo relato.
En este domingo se ofrece la narración del milagro y en los próximos
la interpretación del signo realizado con el discurso de Jesús sobre "el pan
de vida" en la sinagoga de Cafarnaún. El conjunto tiene un evidente
significado cristológico y eucarístico, sin que sea fácil deslindar un tema
del otro.
Algunas anotaciones nos ayudarán a leer con mayor atención el evangelio
de hoy, introducido ya por la lectura del antiguo Testamento en la que Eliseo
da de comer a mucha gente con un número reducido de panes.
Jesús, sanando a los enfermos y distribuyendo el pan, sale al encuentro
de las necesidades concretas de la gente, pero, al mismo tiempo, trata de
hacer comprender el significado de los milagros que hace y estimula a quienes
creen en Él a tener hambre de otras cosas: a abrirse plenamente a la fe y a
emprender una vida en la que sólo Dios puede, en definitiva, colmar las
necesidades más importantes del hombre.
Jesús realiza el milagro en diálogo con sus discípulos y con la gente
que lo rodea. No de una forma espectacular, sino usando los medios a
disposición y utilizando lo que ya existe.
El gesto de multiplicar el pan debe ser entendido a la luz de los
acontecimientos del Éxodo. Dios colma la necesidad del pueblo dándole el
maná, pan del cielo. Jesús evoca así la figura de Moisés. Pero su gesto no
es sólo memoria de un pasado, anuncia también una maravilla aún más grande
que se cumplirá en la Pascua. El evangelio da explícitamente esta referencia
temporal: "Se acercaba la Pascua... " (6,4). . Y las palabras y los gestos
de Jesús son los mismos que los otros evangelistas emplean para narrar la
institución de la eucaristía.
Jesús atrae todos a sí ("lo seguía mucha gente" 6,2) y no se opone a
la voluntad del Padre, que un día lo glorificará, pero no siguiendo el camino
que algunos querían. Por eso sabe también desprenderse de las pretensiones
de la multitud y quedarse solo.

"Cinco panes de cebada"
Entre las muchas pistas de reflexión que nos ofrece el evangelio de
hoy, hay una que nos ayuda a leerlo desde Nazaret.
El gesto de contar con aquellos cinco panes de cebada y los dos peces
secos que el chiquillo puso a su disposición corresponde con la experiencia
de todo lo humano que Jesús hizo en la pequeña aldea de Galilea.
El pan de cebada era alimento de los pobres y de los esclavos. Producto
de escaso valor, pro sobre todo, escaso en cantidad para saciar a aquella
multitud. En opinión del discípulo Felipe, "ni medio año de jornal bastaría
para que a cada uno le tocara un pedazo".
Unos de los aspectos principales del "signo" está precisamente en la
desproporción entre el pan disponible y la multitud saciada. A ello hay que
añadir los doce cestos de las sobras que hablan de la abundancia de los dones
de Dios en la época mesiánica.
Pero el lado "nazareno" del milagro está en haber contado con lo poco
y de escaso valor a los ojos humanos para realizar la obra de Dios. Esa
delicadeza "divina" de contar con lo humano para salvar al hombre se inscribe
en el gran gesto de la encarnación, que es asumir lo humano, con todos sus
límites, para comunicar a todos una gracia ilimitada.
La exigüidad de los medios, de que es claro testimonio la vida de
Nazaret (pequeñez de la aldea, insignificancia del trabajo allí realizado,
escaso horizonte cultural, etc), forma parte de los cinco panes de cebada que
Dios toma para cumplir su designio de salvar a todos.
Lo que importa no es tanto la limitación de los medios (Dios puede
sacar hasta de las piedras hijos de Abrahán), cuanto el abrirse a la acción
divina. Lo poco de Nazaret y de los panes se hace de gran valor entre sus
manos.
Ese ser el signo de que allí está " el gran Profeta que tenía que
venir al mundo" (Jn 6,14). Él es quien nos revela el modo de ser de Dios,
quien ahora ya no crea más cosas de la nada, sino que cuenta ante todo con
la colaboración humana para realizar sus obras.

Te bendecimos, Padre,
por la maravilla del pan abundante para todos.
Te bendecimos porque has querido sacarlo
del hogar de Nazaret y lo has dado
a la multitud hambrienta y dispersa
para formar la familia de los creyentes.
Danos hambre de la Palabra y del Espíritu
para que se cumpla en nosotros
el signo del pan ofrecido desde nuestra pobreza
y distribuido desde tu liberalidad.


Presentar nuestro pan
La Palabra nos lleva a vivir la eucaristía no como una celebración que
se agota en sí misma, sino como un estilo de vida del que el momento
celebrativo es a la vez "fuente y culmen".
Presentar nuestro pan, el pan de la miseria, expresión de nuestra
pobreza, para que Dios realice su obra, es la actitud fundamental que nos
enseña hoy la contemplación "nazarena" de la Palabra. Quizá sea ese el
milagro-signo que más necesitamos hoy: compartir el pan. Es decir, no
contentarnos con ser beneficiarios del milagro, sino contribuir a realizarlo.
La doctrina social de la Iglesia presenta el problema de la distri-
bución justa de los bienes de la tierra como un problema ético y no sólo
técnico o económico. Porque lo que más importa es ganar la conciencia del
hombre al movimiento del compartir. De modo que el principal paso está dado
cuando las personas abandonan la actitud egoísta de quedarse con lo que
tienen, con sus panes, y los ponen a disposición de todos.
Y lo que vemos con una cierta lucidez en el ámbito mundial tiene las
mismas dinámicas de aplicación en ambientes más reducidos y en todos los
aspectos de la vida. Pensemos en nuestra ciudad, en nuestra comunidad.
Leer la Palabra de Dios nos compromete. Leerla, escucharla, vivirla en
la eucaristía es empezar a dar ese paso que nos abre a la comunidad desde los
límites de nuestro ser para permitir que Dios haga el signo de la
multiplicación de los panes en nuestra vida.

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22 de julio de 2012 - TO - DOMINGO XVI – Ciclo B

"Le dio lástima de ellos porque andaban como ovejas sin pastor"

-Jer 23,1-6 // -Sal 22 // -Ef 2,13-18 // -Mc 6,30-34

Marcos 6,30-34
En aquel tiempo, los apóstoles volvieron a reunirse con Jesús, y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado. Él les dijo:
- Venid vosotros solos a un sitio tranquilo a descansar un poco.
Porque eran tantos los que iban y venían, que no encontraban tiempo ni para comer.
Se fueron en barca a un sitio tranquilo y apartado. Muchos los vieron marcharse y los reconocieron; entonces de todas las aldeas fueron corriendo por tierra a aquel sitio y se les adelantaron. Al desembarcar, Jesús vio una multitud y le dio lástima de ellos, porque andaban como ovejas sin pastor; y se puso a enseñarles con calma.

Comentario
La figura del pastor, frecuente en la Biblia para expresar las relaciones entre Dios y su pueblo, hace de puente entre las lecturas del Antiguo testamento y las del nuevo en la liturgia de hoy.
Puede verse en la lectura de Jeremías (23,1-6) y en el salmo responsorial una introducción al texto del evangelio en el que, aun de forma sumaria, Marcos presenta la compasión del "buen pastor" y su preocupación por los discípulos que lo siguen. .
En la primera lectura podemos ver cómo Dios, que desde antiguo guiaba como un pastor a su pueblo, anuncia que, vista la incapacidad de los dirigentes, asumirá personalmente la guía de su pueblo en los tiempos del Mesías. El salmo, como respuesta, cantará las delicias de sentirse conducido por un pastor así. Es como participar en un gran festín.
Este contexto en el que la liturgia sitúa el breve pasaje de Marcos, ayuda a comprender mejor la doble intervención de Jesús para reunir en un lugar apartado a los apóstoles al volver de la misión, y su atención compasiva hacia la multitud hambrienta, sobre todo de la Palabra de Dios.
"Y se puso a enseñarles con calma". Es típico de Marcos el uso del verbo enseñar en sentido absoluto, sin decir cuál es el contenido del mensaje. En este caso la enseñanza (aunque no sabemos cuál es), sabemos que brota del momento de calma en compañía de los doce y de la inmensa compasión por la gente que andaba "como ovejas sin pastor". Además esa enseñanza parece ser la introducción al milagro de la multiplicación de los panes que Jesús realizará inmediatamente después.
Tal signo anuncia ya su donación total para salvar a los hombres.
La
2ª. lectura nos lleva a reflexionar sobre el alcance reconciliador y salvador de ese gesto. Aparece así nítida la figura del Mesías, buen pastor, que encarna la misericordia de Dios para con su pueblo, que guía y paga con su persona el precio de nuestra paz.

"Vio Jesús mucha gente" (Mc 6,34)
No es un detalle marginal la anotación de Marcos sobre la "compasión"
de Jesús al ver la multitud. Una lectura apresurada podría pasar por encima de esa observación, pero si nos detenemos a leer el evangelio desde la experiencia de Jesús en Nazaret, podemos decir que expresa una actitud largamente madurada en el corazón del Maestro.
Jesús vio entonces mucha gente y le dio lástima porque andaban como ovejas sin pastor, pero más allá del grupo concreto de gente a la que se refiere el evangelio de hoy, está toda la lista de personas que Jesús conocía en su ambiente, en su pueblo, en su tierra que también "andaban como ovejas sin pastor". La mirada de Jesús se había detenido desde hacía muchos años en la desorientación de la gente, en su sensación de no encontrar puntos de referencia válidos. Y esto a pesar de existir muchos maestros, guías y autoridades.
El acercamiento del texto de Jeremías a la situación contemporánea a Jesús que la liturgia hace de manera indirecta, quizá había sido ya hecho por Jesús muchas veces viendo lo que sucedía en Nazaret y en el pueblo judío en general. Eso explica su polémica con los responsables religiosos que los evangelios ilustran ampliamente.
Lo importante para quien medita el evangelio desde Nazaret es ver que una actitud semejante no se improvisa, no es fruto de un momento pasajero en el que uno siente lástima por una situación desastrosa. No es fruto de sentimentalismo sino una convicción profunda, fruto de una larga observación, meditada, interiorizada, vista a la luz de la fe.
La intervención de Jesús responde a esa actitud básica de compasión que revela la misericordia y el amor del Padre. No se limita a "enseñar"
aquel
día: crea una comunidad de mensajeros que lleven a todas partes el anuncio de la salvación y se entrega personalmente para abrir un camino.
Marchando
tras Él podrá constituirse un nuevo pueblo, un rebaño que sabe por donde camina y que se siente libre e indefectiblemente unido a quien va delante de Él.

Señor Jesús, danos tu mirada y tu compasión.
Que tu Espíritu Santo nos introduzca en tu corazón,
que sabe estar con los amigos
y tenerse siempre pronto para la misión;
discernir de inmediato la verdadera necesidad de la gente
y actuar en profundidad
aportando soluciones válidas y duraderas.
Te bendecimos, Padre, por Jesús, nuestro pastor y guía,
con Él nos sentimos seguros,
en Él vemos el amor que tienes a todos los hombres
.

Ser pastor
Todo cristiano esta llamado a seguir a Cristo, a escuchar su enseñanza y a dejarse guiar por É. Pero, al mismo tiempo todos estamos llamados a compartir con É la tarea de pastoreo, cada uno según sus funciones y sus carismas.
De las lecturas que meditamos hoy deberíamos aprender el modo de ser pastor como Jesús y la participación en la eucaristía debería profundizar cada vez más nuestra identificación con Él.
Subrayamos algunas características que se desprenden de las lecturas de hoy para nuestro comportamiento "pastoral".
- Dios es siempre el pastor. "Yo mismo reuniré al resto de mis ovejas"
(Jer 23,3). Toda función pastoral debe, pues, situarse en la línea del signo y la transparencia, para que aparezca claro lo que decía Jesús: "Mi Padre trabaja siempre y yo también trabajo" (Jn 5,17)

- Antes de la enseñanza está el tiempo de descanso y de reflexión (personal o comunitaria) y esa mirada compasiva que comporta una penetración profunda en la realidad en la que se encuentran los destinatarios del mensaje.
- Hablar a los demás, guiar, dirigir, es comprometerse: "Vosotros los que antes estabais lejos, estáis cerca, por la sangre del Mesías, ...
los
reconcilió con Dios por medio de la cruz (Ef 3,14-16). La palabra llama al sacramento y el sacramento llama a la vida.
- La finalidad de la acción pastoral es crear comunidad, construir el reino, ser colaboradores en el plan del Padre de modo que el mundo sea cada vez más la casa de Dios donde entran todos los hombres.

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15 de julio de 2012 - TO - DOMINGO XV – Ciclo B

"Los fue enviando de dos en dos"

-Am 7,12-15 // -Sal 84 // -Ef 1,3-14 // -Mc 6,7-13

Marcos 6,7-13
En aquel tiempo, llamó Jesús a los doce y los fue enviando de dos en
dos, dándoles autoridad sobre los espíritus inmundos. Les encargó que
llevaran para el camino un bastón y nada más, pero ni pan ni alforja, ni
dinero suelto en la faja; que llevasen sandalias, pero no una túnica de
repuesto.
Y añadió:
- Quedaos en la casa donde entréis, hasta que os vayáis de aquel sitio.
Y si un lugar no os recibe ni os escucha, al marcharos sacudíos el
polvo de los pies, para probar su culpa.
Ellos salieron a predicar la conversión, echaban muchos demonios,
ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban.

Comentario
La Palabra de Dios nos presenta hoy el misterio de la vocación y misión
de Amós (1ª. lectura), de todos los cristianos (2ª. lectura) y de los apóstoles
(3ª. lectura).
En la página evangélica vemos el envío de los doce. Rechazado por los
suyos en Nazaret, Jesús, a partir de este momento, centra más su atención en
el grupo de los que le siguen y comienza a desarrollar un aspecto importante
de su vocación: llamados por Jesús "para estar con Él" (Mc 3,14), ahora los
envía para proclamar el mensaje como Él mismo lo hacía y para llevar a cabo
las señales que Él mismo cumplía. Es curioso observar que el evangelista
emplea para describir la misión de los apóstoles las mismas expresiones que
hasta ese momento había usado para decir en qué consistía el ministerio de
Jesús: "predicar, expulsar los demonios, curar los enfermos".
Estas expresiones dan entender de una parte la continuidad de la misión
de Jesús en el tiempo de la Iglesia, y de otra, en la línea de la revelación,
que la palabra y los signos se complementan.
En el modo concreto de cumplir la misión confiada por Jesús, el
evangelio subraya la importancia de la pobreza. Esta pone de manifiesto la
gratuidad del don recibido (de ello se habla también en la 2ª. lectura) y la
libertad y entrega con los apóstoles deberán dedicarse a anunciar el mensaje.
Las recomendaciones concretas sobre el modo concreto de proceder,
indican también las dificultades reales de la misión. Jesús predice con toda
claridad que en algunos sitios serán rechazados, como Él sabía por propia
experiencia y por la de los profetas del Antiguo Testamento (1ª. lectura).
En todos los casos la realidad primera sobre la que se apoya toda
vocación y misión en la Iglesia es "la inagotable generosidad" (Ef 1,7) del
Padre que llama y que tiene un designio de amor para el mundo.

Desde Nazaret
El evangelista Marcos, que había ya anotado cómo fue de Nazaret (1,9)
de donde Jesús salió para ser bautizado en el Jordán y comenzar su misión,
pone ahora el comienzo de la misión de los doce a continuación de su paso por
Nazaret. Se diría que se trata de un nuevo punto de partida y para ello se
empieza desde el mismo sitio elegido por Jesús para salir a cumplir su
misión.
Así pues, leído desde Nazaret, podemos fijarnos sobre todo en la
importancia del tiempo vivido por los apóstoles con Jesús antes de ser
enviados para aquella primera misión.
Desde que Jesús los llamó uno por uno para que lo siguieran y fueran
sus compañeros hasta el momento del envío, pasó un tiempo de un cierto
aprendizaje y sobre todo de crecimiento en la fe. Jesús por su parte, cumplió
una cierta función educadora reuniendo el grupo, haciéndolo testigo de su
predicación y de sus intervenciones milagrosas, compartiendo la vida con
ellos.
La distancia temporal entre la llamada y el envío comporta un camino
de preparación, de maduración que nos recuerda en varios puntos la
experiencia de Jesús en Nazaret.
En ambos casos el apóstol se prepara, interioriza la llamada, se pone
a disposición para ser enviado. Son pasos a veces juzgados inútiles porque
no se les ve la eficacia o apariencia externa, pero sin ellos difícilmente
se aguanta la inexorable dificultad de la misión.
Pero lo que más necesitamos entender es que ese aspecto de preparación
y formación es una dimensión de debe acompañar siempre al apóstol. "Nazaret"
en ese sentido es una situación a la que hay que volver siempre. Así lo hará
Jesús después de su primera misión en Galilea (Mc 6,1-6) y también al regreso
de los apóstoles (Mc 6,31)
Es también un modo de celebrar el derroche de bondad, misericordia y
amor del Padre, que desde siempre elige y acompaña la acción que tiende a
desarrollar en el mundo su plan de salvación.

Te bendecimos , Padre, porque nos has elegido
antes de crear el mundo.
Danos la fuerza del Espíritu Santo
para cumplir nuestra misión
como Jesús tu Hijo y nuestro Señor.
Tú eres nuestra única riqueza.
Queremos ir en tu nombre y confiado en tu poder,
libres y pobres, para anunciar el mensaje,
para luchar contra el mal,
para curar a los hermanos.

Con la fuerza del envío
Cobra cada vez m s fuerza en la iglesia la idea de que todos somos
llamados y enviados. El bautismo y la confirmación sellan esa llamada y ese
envío de cada uno de los miembros del pueblo de Dios.
La llamada y el envío de los doce por parte de Jesús tiene así, además
de su cometido propio, un valor simbólico y paradigmático, al ser los doce
la representación del nuevo pueblo de Dios.
La fuerza del envío está en la conciencia de que cada uno ha sido
elegido por parte de Dios. Sólo quien siente el peso del amor y de la
predilección de Dios está en condiciones de ser enviado. Como los apóstoles,
que habían vivido con Jesús y habían empezado a creer en Él entreviendo el
misterio de su persona, también ahora es necesario, antes de ser enviado,
"dejarse alcanzar" por el amor de Cristo.
La experiencia del amor de Dios es lo que urge y pone en camino para
anunciar su reino. La premura y la urgencia del envío, la itinerancia y el
poner atención únicamente a los bienes del evangelio que la Palabra de Dios
hoy nos piden, pueden encontrar eco sólo en un corazón que se sabe amado,
elegido muy por encima de los propios méritos: "Destinándonos ya entonces a
ser adoptados por hijos suyos por medio de Jesús Mesías -conforme a su querer
y a su designio - a ser un himno a su gloriosa generosidad" (Ef 1,5-6).
Es ese amor de Dios el que da la libertad y la disponibilidad para ir
sin llevar otra cosa que el evangelio y para ser testigos de lo que se
proclama.

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8 de julio de 2012 - TO - DOMINGO XIV – Ciclo B

"Sólo en su tierra, entre sus parientes
y en su casa desprecian a un profeta"


Marcos 6,1-6
En aquel tiempo, fue Jesús a su tierra en compañía de sus discípulos.
Cuando llegó el sábado, empezó a enseñar en la sinagoga; la multitud que lo
oía se preguntaba asombrada:
- ¿De dónde saca todo eso? ¿Qué sabiduría es ésa que le han enseñado?
¿Y esos milagros de sus manos? ¿No es éste el carpintero, el hijo de María,
hermano de Santiago y José y Judas y Simón? ¿Y sus hermanos no viven con
nosotros aquí?
Y desconfiaban de Él. Jesús les decía:
- No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes
y en su casa.
No pudo hacer allí ningún milagro, sólo curó algunos enfermos imponién-
doles las manos. Y se extrañó de su falta de fe. Y recorría los pueblos de
alrededor enseñando.

Comentario
La lectura de Ezequiel introduce ya el tema del rechazo del profeta por
parte de los destinatarios del mensaje. En el evangelio se agudiza en cierto
modo esa experiencia al producirse el rechazo en el ambiente más familiar al
portador de la buena nueva. Sin pretender excesivas generalizaciones, es la
"espina" en la carne de muchos evangelizadores.
La visita de Jesús a Nazaret es colocada por Marcos después del
desarrollo de su misión entorno al lago de Genesaret. Representa un momento
particularmente difícil a partir del que comienza a delinearse cada vez con
trazos más concretos el drama de la cruz: al rechazo en el pueblo donde se
había criado sigue el relato del martirio de Juan bautista y las dificultades
con los fariseos...
La serie de preguntas con que los habitantes de Nazaret expresan su
incredulidad dejan ver un problema de fondo que tiene sus repercusiones
también en la Iglesia, quizá ya cuando Marcos escribía; Para ellos la
dificultad (el "escándalo" Mc 6,3) estaba precisamente en el conocimiento
inmediato que tenían de Jesús. su rostro humano, su permanencia entre ellos
como uno de tantos, velaba la posibilidad de que fuera el portador de un
mensaje y de unos signos que lo identificaban con el Mesías.
La formulación en serie de las preguntas dan la impresión de ser todos
los recursos a los que la mente humana puede agarrarse para no dar el salto
de la fe. Porque la fe, don de Dios en último término, pide del hombre esa
renuncia a una lógica humana total en la que cada persona y cada situación
es catalogada únicamente por los datos que suministra la razón.
"Jesús se extrañó de aquella falta de fe" (Mc 6,6) Y, sin embargo,
Jesús debía estar ya acostumbrado a una variedad de reacciones ante su
persona y su mensaje. En otros casos había visto también la falta de fe.
Quizá en éste le dolió m s precisamente por los vínculos de amistad que sin
duda le unían a sus conciudadanos y familiares.

"Fue a su pueblo"
Es éste que leemos hoy uno de los pasajes que más datos nos aportan
sobre la vida de Jesús en Nazaret, después de los relatos de su infancia. El
hecho que narra está también atestiguado por los otros dos sinópticos: Mateo
13,53-58), que se atiene fundamentalmente a los datos de Marcos, y Lucas
(4,16-30) que modifica a su modo la narración para presentar la visita a
Nazaret como la inauguración del ministerio público de Jesús.
Tres son los datos que fundamentalmente nos ofrece el texto y los tres
son preciosos para conocer la experiencia de Jesús antes de comenzar su
ministerio; Veámoslos en detalle.
- "¿Qué saber le han enseñado a éste, para que tales milagros salgan de
sus manos?". La pregunta por el origen de su "saber" es interesante si la
ponemos en relación con la afirmación de Lucas de que Jesús crecía en
"sabiduría". Ese "saber" esa "sabiduría" se refiere indudablemente al
aprendizaje que da la experiencia humana en todos los campos. Los conocidos
de Jesús excluyen que mientras vivió con ellos haya tenido otras fuentes de
instrucción.
- Jesús es el hijo de María y sus hermanos y hermanas viven allí.
Marcos no mienta a José, pero sí lo hacen directa o indirectamente Lucas
(4,22) y Mateo (13,55). La familia de Jesús va más allá del círculo
restringido del hogar y que testimonia bien a las claras el enraizamiento en
aquel pueblo, la pertenencia a una familia y a una situación social concreta.
- Es el carpintero. Otro dato esencial para definir la condición de
cualquier persona es el trabajo. Y el trabajo de Jesús no era una ocupación
ocasional, sino un oficio, que lleva consigo un aprendizaje, una práctica
asidua, la inserción en todo un mecanismo de relaciones sociales (encargos,
ventas, etc.) que determinan bastante bien de qué tipo de persona se trata.
Esta ventana abierta a la realidad de Nazaret es de gran importancia
para afirmar el radicalismo de la encarnación y para abrirnos a las
perspectivas del evangelio que Jesús anuncia. Su mensaje va cargado de una
experiencia humana precedente que ilumina las situaciones concretas en que
nosotros nos encontramos que (salvando todas las distancias) son similares
a las suyas.

Padre, tú que conoces el corazón de cada hombre,
cura nuestra incredulidad con la gracia de tu Espíritu,
para que sepamos acoger el mensaje
del profeta de Nazaret.
Su vida con María y José fue ya anuncio y profecía,
y ahora en la Iglesia
nos revela todo el poder de su Palabra.
Danos un conocimiento profundo de Jesús,
para ver en Él al mensajero humilde
del Dios cercano al hombre,
que llega hasta nuestra tierra,
hasta nuestro pueblo,
hasta nuestra casa,
para traer la buena nueva de la salvación
.

Evangelizar Nazaret
El evangelio de hoy deja bien a las claras que hay un conocimiento de
la vida de Jesús en Nazaret que puede ser un obstáculo para la fe. Nazaret,
como toda realidad humana, necesita ser evangelizada.
La visita de Jesús durante su ministerio de anuncio del evangelio al
lugar que le vio crecer para "enseñar en la sinagoga" (Mc 6,2), es un
estímulo para continuar paso a paso llevando la luz del evangelio a nuestra
realidad nazarena de ahora.
Nada hay tan peligroso como "acostumbrarse" a convivir con Jesús y con
los "sacramentos" que hoy nos transmiten su presencia sin discernir su
verdadera identidad. Reducir a Dios a los parámetros de conocimiento y
pretender saberlo todo acerca de Él, es una tentación muy insidiosa de los
conciudadanos de Jesús.
Por eso necesitamos hacer cada vez este esfuerzo de leer el evangelio
desde Nazaret. O dicho en otros términos, dejar que el evangelio penetre cada
vez más en nuestra vida cotidiana para que la vaya abriendo a la salvación
que Jesús trae consigo.
Es el paso necesario para entrar en la nueva parentela de Jesús, donde
se da otro tipo de intimidad y una familiaridad en otra dimensión que los
habitantes de Nazaret entonces no entendieron y que nosotros estamos llamados
a vivir.

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1 de julio de 2012 - TO - DOMINGO XIII – Ciclo B

"Tu fe te ha curado"

Marcos 5,21-43
En aquel tiempo, Jesús atravesó de nuevo a la otra orilla, se le reunió
mucha gente alrededor, y se quedó junto al lago. Se acercó un jefe de la
sinagoga, llamado Jairo, y al verlo, se echó a sus pies, rogándole con insis-
tencia:
- Mi hija está en las últimas; ven, pon las manos sobre ella, para que
se cure y viva.
Jesús se fue con Él, acompañado de mucha gente que lo apretujaba.
Había una mujer que padecía flujos de sangre desde hacía doce años.
Muchos médicos la habían sometido a toda clase de tratamientos y se había
gastado en eso toda su fortuna; pero en vez de mejorar, se había puesto peor.
Oyó habla de Jesús y, acercándose por detrás, entre la gente, le tocó el man-
to, pensando que, con sólo tocarle el vestido, curaría.
Inmediatamente se secó la fuente de hemorragias y notó que su cuerpo
estaba curado. Jesús, notando que había salido fuerza de Él, se volvió en
seguida, en medio de la gente preguntando:
- ¿Quién me ha tocado el manto?
Los discípulos le contestaron:
- Ves como te apretuja la gente y preguntas: "¿Quién me ha tocado?"
Él seguía mirando alrededor, para ver quién había sido. La mujer se
acercó asustada y temblorosa, al comprender lo que había pasado, se le echó
a los pies y le confesó todo. Él le dijo:
- Hija, tu fe te ha curado; vete en paz y con salud.
Todavía estaba hablando, cuando llegaron de casa del jefe de la
sinagoga para decirle:
- Tu hija se ha muerto. ¿Para qué molestar más al maestro?
Jesús alcanzó a oír lo que hablaban y le dijo al jefe de la sinagoga:
- No temas; basta que tengas fe.
No permitió que le acompañara nadie, más que Pedro, Santiago y Juan,
el hermano de Santiago. Llegaron a casa del jefe de la sinagoga y encontró
el alboroto, de los que lloraban y se lamentaban a gritos. Entró y les dijo:
- ¿Qué estrépito y lloros son estos? La niña no está muerta, está
dormida.
Se reían de Él. Pero Él los echó fuera a todos, y con el padre y la
madre de la niña y sus acompañantes entró donde estaba la niña, la cogió de
la mano y le dijo:
- Talitha qumi.
(Que significa: Contigo hablo, niña, levántate)
La niña se puso en pie inmediatamente y echó a andar -tenía doce años-
Con lo que quedaron poseídos del mayor asombro.
Les insistió en que nadie se enterase; y les dijo que dieran de comer
a la niña.

Comentario
Los dos milagros que vemos hoy en el evangelio, históricamente así
acaecidos o asociados por el evangelista, se sitúan en pleno ministerio de
Jesús y tienen como marco geográfico la villas del lago de Genesaret.
Además de la figura de Jesús, dos personajes descuellan en esta
narración: la mujer que padecía flujo de sangre y Jairo, jefe de la sinagoga.
En ambos se da ese paso inicial de la fe que supone buscar la salvación
(curación) fuera de uno mismo y de las propias posibilidades. Ambos la
buscan, en efecto, en Jesús.
Pero Jesús, a través del milagro que cumple y en diálogo con ellos, les
lleva a dar un paso más en su camino de fe: a cada uno desde su propia
situación. A la mujer sanada la lleva desde su fe envuelta en algo de
superstición ("con que le toque, aunque sea la ropa, me curo") a esa relación
más personal con Él que supone identificarse y dar testimonio ante los demás.
Jairo por su parte es conducido desde la confianza en el poder sanador de
Jesús hasta admitir la posibilidad de que su hija muerta resucite.
Es un camino hacia la vida el que Jesús recorre hoy a través de los dos
milagros que cumple (este aspecto es puesto de relieve por la lectura del
libro de la Sabiduría) en el que quiere implicar a los beneficiarios de esos
acciones y a sus discípulos (de entonces y de hoy).
En ese camino dos cosas son importantes: la acción salvadora de Dios
que se manifiesta plenamente en Jesús, de la que son prueba evidente los
milagros, y la fe de quien lo sigue, que necesita constantemente ser
purificada y purificada para no quedarse en el cascarón del acontecimiento
y llegar a lo esencial de los signos.

El secreto
Los comentaristas del evangelio acostumbran a usar el término "secreto
mesiánico" para expresar la insistencia de Jesús en mantener oculta su
verdadera identidad. La prohibición de proclamar abiertamente que Jesús es
el Mesías es particularmente clara en el evangelio de Marcos. El pasaje que
leemos hoy da una muestra cuando, después de resucitar a la hija de Jairo,
el evangelista anota: "Les insistió en que nadie se enterase" (Mc 4,43).
La notación es tanto más interesante desde el punto de vista
cristológico cuanto más contradictoria resulta en sí misma: el milagro esta
cumplido, la niña estaba viva y nadie podía ocultar lo sucedido.
La prohibición que Jesús íntima a sus discípulos parece estar en
relación con la distorsión que podía hacerse de la figura del Mesías en el
ambiente judío de la época si no se tomaban ciertas precauciones. Por otra
parte hay en el evangelio de Marcos una línea clara de revelación de la
verdadera identidad de Jesús que va desde el primer versículo ("Así comenzó
la buena noticia de Jesús, Mesías, Hijo de Dios") hasta la declaración ante
el sumo sacerdote en el momento culminante de la pasión (Mc 14,61-62). Esto
lleva a una educación de la fe de los discípulos recogida sobre todo en la
confesión de Pedro: "Tú eres el Cristo" (Mc 8,29).
A nosotros nos interesa ahora ver ese "secreto mesiánico" en relación
al tiempo de Nazaret. Porque también allí (y durante mucho tiempo) se mantuvo
el secreto de la verdadera identidad de Jesús, proclamada por el Ángel en el
momento del anuncio de su concepción.
Si queremos descubrir toda la profundidad del misterio de Nazaret
tenemos que proyectar a los años de la infancia y juventud de Jesús esa
tensión revelación/secreto que Marcos pone de relieve durante los años de su
ministerio público.
Esa economía de la revelación educó profundamente a María y a José en
su camino de fe, de manera que ellos conocieron el verdadero alcance de la
misión de Jesús y supieron esperar el momento de su manifestación.

Te bendecimos, Padre, Dios de la vida,
porque en el combate entre la vida y la muerte,
Jesús ha vencido a la muerte
y nos ha dado la plenitud de la vida
mediante el Espíritu Santo.
Condúcenos en el camino de la fe,
que sabe acompañar la vida
e irla dando cada día
en las ocasiones en que alguien
se nos acerca para pedir ayuda
.

Nuestro camino con Jesús
Como a los discípulos, testigos de las maravillas obradas por Jesús,
la Palabra nos invita a seguirlo en su ministerio y en su camino hacia la
vida que pasa por el misterio de la muerte y resurrección.
Estando cada día en su presencia henos de buscar el modo de vivir como
Él. Debemos aprender a acoger a las personas en la situación en que se
encuentran, con sus motivaciones actuales, y ayudarlas, como Jesús a dar el
paso de fe que pueden dar.
La tarea de los cristianos en el campo de la atención (esporádica u
organizada) a los enfermos y a los que sufren, es inmensa, si queremos
traducir hoy con realismo la misericordia del corazón de Jesús y sus gestos
de curación.
Los discípulos de Jesús nos movemos hoy, como en los tiempos del
evangelio, en ese camino del testimonio de las obras que va desde el
permanecer en el secreto de su verdadera identidad a la proclamación
explícita del Señor.
La vida en Nazaret después de Pentecostés agudiza, pero no suprime
jamás la tensión entre el secreto y la proclamación del mensaje. Es eso quizá
lo que más debemos aprender en estos tiempos en los que tan fácil resulta
gastar las palabras, incluso las más santas, para no decir nada. Estar en el
secreto y vivirlo hasta el fondo, sin perder la esperanza, es el punto clave
de la vida nazarena y de toda vida cristiana.

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24 de junio de 2012 - TO - DOMINGO XII – Ciclo B

"¿Quién será éste, que hasta el viento y el agua obedecen?"


-Jb 38,1. 8-11 - -Sal 106 - -2Co 5,14-17 --Mc 4,35-41

Marcos 4,35-40
Un día, al atardecer, dijo Jesús a sus discípulos:
- Vamos a la otra orilla.
Dejando a la gente, se lo llevaron en barca, como estaba; otras barcas
lo acompañaban. Se levantó un fuerte huracán y las olas rompían contra la
barca hasta casi llenarla de agua. Él estaba a popa, dormido sobre un almoha-
dón. Lo despertaron diciéndole:
- Maestro, ¿no te importa que nos hundamos?
Se puso en pie, increpó al viento y dijo al lago:
- ¡Silencio, cállate!
El viento cesó y vino una gran calma. Él les dijo:
- ¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis fe?
Se quedaron espantados, y se decían unos a otros:
- ¿Pero, quién es éste? ¡Hasta el viento y las aguas le obedecen!

Comentario
El milagro de la tempestad calmada cierra el capítulo que Marcos dedica
a las parábolas del reino y es el primero de una serie de prodigios que Jesús
realiza durante un viaje. Al igual que las parábolas, se diría que estos
milagros tienen la finalidad no sólo de reanimar al grupo desalentado de los
discípulos, sino de suscitar en ellos la fe que un día necesitarán en su
ministerio. Se ofrece así una catequesis muy concreta sobre la persona de
Jesús y sobre la forma de ser de quien desea seguirlo.
Viniendo al milagro de la tempestad calmada, es evidente su significado
cristológico. La intervención poderosa de Jesús suscita la pregunta esencial
sobre su persona: "¿Quién será éste?". Los discípulos reconocen en Jesús algo
extraordinario y misterioso.
El modo de presentar la intervención de Jesús en el lago hace pensar
que probablemente los discípulos la asociaron con las intervenciones de
Dios en la historia de Israel, sobre todo en le momento del paso del mar
Rojo. Al menos esa es la interpretación a la que la liturgia lleva al lector
actual de la Palabra a través del salmo 106 y de la lectura del libro de Job
que la preceden.
No se trata de una interpretación sin fundamento pues sabemos que,
según la mentalidad judía, el Mesías debía renovar los prodigios del Antiguo
Testamento. Esto explica también el temor que acompaña a la pregunta por la
identidad de Jesús.
El milagro, ese milagro concretamente, no sólo confirma la intuición
de los discípulos de que allí hay algo más que un hombre como los otros, sino
que les lleva a pensar que puede tratarse nada menos que del Mesías esperado.
Esa percepción del misterio, como algo que supera al hombre, es lo que
produce el temor y la angustia de los discípulos, porque al mismo tiempo se
ven confirmados en su fe naciente y desbordados por la manifestación de Dios.

La calma de Nazaret
Contemplando la escena del evangelio de hoy, podemos hacer una
reflexión sobre el proceso que siguieron los discípulos en el nacimiento y
afianzamiento de su fe, alargándola también al que llevaron a cabo María y
José.
Leyendo detenidamente los evangelios se ve cómo la fe inicial suscitada
en los discípulos por la invitación de Jesús a seguirlo y estar con Él,
necesitó ser profundizada cada día a través de la enseñanza, la presencia,
el contacto directo con el Maestro. En este camino juegan un papel muy
importante los milagros. Son momentos en los que la fe es puesta a prueba,
pero también estimulada. Son así pasos adelante que quienes siguen a Jesús
se ven obligados a dar si no quieren adoptar la opción de muchos otros, que
consiste en abandonarlo.
Cuando se plantea la alternativa, los discípulos han recorrido un
camino tan largo, aún en poco tiempo, que les parece imposible volverse
atrás, y responden por boca de Pedro: "¿A quién, Señor, iremos? Tú solo
tienes palabras de vida eterna" (Jn 6,68)
El camino de fe de María y de José en Nazaret no conoció, sino en los
comienzos, esos momentos exaltantes que provocan el "temor" ante la
manifestación de Dios (Lc 1,30). Los largos años de Nazaret, que suponen
también una progresiva maduración en la fe, están caracterizados por la
memoria viva de los acontecimientos ("Su madre conservaba el recuerdo de todo
aquello" Lc 2,51) y por el contacto directo con Jesús en la vida ordinaria.
No cabe duda que ambos elementos irían dando a María y a José una
respuesta cada vez más clara a la pregunta esencial del evangelio que hoy los
discípulos se hacen: "¿Quién será pues, éste?" (Mc 4,41).
Podemos decir que no sólo Jesús, sino también María y José crecieron
en "sabiduría", esa sabiduría que supone el conocimiento cada vez más
profundo del misterio y que supone en primer término la apertura que da la
fe.

Señor, ¿quién eres tú?
Vemos tu poder sobre el viento y el mar,
en el cielo y en la tierra,
pero tú, ¿quién eres?
Tú llenas el espacio y el tiempo del hombre,
y en el momento más oscuro estás ahí,
dispuesto a intervenir y a hacer reinar la calma
donde estaba la borrasca.
Pero, Señor, tú ¿quién eres?

Nuestra fe
Una vez calmado el viento y el mar, Jesús reprocha a sus discípulos su
miedo y su falta de fe. Podemos preguntarnos en qué se manifestó esa falta
de fe, si en haber despertado al Maestro cuando se sentían en peligro o en
no haberlo reconocido como Señor cuando intervino con poder, como después
hicieron. En todo caso, el evangelio de hoy interpela también nuestra fe,
nuestra fe actual y el proceso de maduración de nuestra fe, si leemos el
evangelio a partir de Nazaret.
Con frecuencia vacila también la estabilidad en la barca de nuestra
vida; hay situaciones, problemas, dificultades que nos ponen en crisis. A
veces nos puede venir la duda de si Dios se ha olvidado de nosotros; pero con
más frecuencia nos viene la tentación de creerle dormido. Como consecuencia
hacemos una interpretación de la historia y de nuestra propia existencia sin
tenerle en cuenta, como si Él no estuviese.
Al creyente le asaltan siempre dos tentaciones: la de querer
arreglárselas por su cuenta (sacar el agua de la barca en medio de la
tormenta) y la de querer hacer intervenir a Dios a cada paso para que le
saque las castañas del fuego.
Jesús llama cobardes no tanto a quienes han interrumpido su sueño en
la barca cuanto a quienes no saben reconocerlo a través de los signos que
opera en la naturaleza y en la historia. Bueno es saber que nuestro camino
de maduración en la fe se mueve siempre entre esos dos escollos.

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17 de junio de 2012 - TO - DOMINGO XI – Ciclo B

“…al sembrarlo en la tierra es la semilla más pequeña,
pero después, brota, se hace más alta que las demás hortalizas…”


-Mc 4, 26-34

En aquel tiempo, decía Jesús a las turbas:
El Reino de Dios se parece a un hombre que echa simiente en la tierra. Él duerme de noche, y se levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra va
produciendo la cosecha ella sola: primero los tallos, luego la espiga, después el grano. Cuando el grano está a punto, se mete la hoz, porque ha llegado la siega.
Dijo también:
¿Con qué podemos comparar el Reino de Dios? ¿Qué parábola usaremos? Con un grano de mostaza: al sembrarlo en la tierra es la semilla más pequeña, pero después, brota, se hace más alta que las demás hortalizas y echa ramas tan grandes que los pájaros pueden cobijarse y anidar en ellas.
Con muchas parábolas parecidas les exponía la Palabra, acomodándose a su entender. Todo se lo exponía con parábolas, pero a sus discípulos se lo explicaba todo en privado.

EL COMENTARIO
La finalidad de las parábolas que Marcos recoge en el cap. 4 de su evangelio parece ser la de suscitar la confianza de los discípulos de Jesús en su persona y en su misión. Después del entusiasmo suscitado por los primeros milagros y el anuncio inicial de la llegada del reino, se advierte un momento de dificultad en el ministerio de Jesús: algunos lo abandonan, otros dudan. En esas circunstancias las parábolas tienden a afianzar la fe vacilante de los
discípulos y al mismo tiempo nos descubren dimensiones importantes de la obra de la salvación.
"El reinado de Dios es como cuando un hombre siembra. . . “El mensaje inmediato está claro: Jesús dice a sus discípulos desanimados que hay que tener paciencia; que la palabra anunciada, aunque parezca momentáneamente perdida, un día dará su fruto. La otra parábola, la del grano de mostaza subraya aún con mayor fuerza el contraste entre la debilidad de la situación inicial del reino de Dios y su pleno desarrollo.
De esa fuerte paradoja expresada en las dos parábolas se deduce el mensaje permanente para el discípulo de Jesús: el resultado final de la obra salvadora no depende de lo que él haga o no haga; en primer lugar porque la iniciativa viene de Dios, como subraya también la 1ª lectura. Pero esa acción primera y permanente de Dios invita al seguidor de Jesús a una generosidad sin medida, como la del sembrador, que lo da todo fiándose de la capacidad interna que tiene la semilla para producir fruto.
Quedan así reforzadas las razones de esperanza que tiene el discípulo de Jesús, ya que en último término lo único que se le pide es una confianza total.

Crecimiento y cosecha
El punto de partida para entender las parábolas de Jesús es su experiencia concreta de las situaciones presentadas en esas semejanzas y su el punto de llegada es su experiencia de vida en ellas transmitida. Es el camino de interpretación que han seguido muchas veces los Padres de la Iglesia. Así S. Ambrosio dice un su Comentario a S. Lucas: "Tú siembra al Señor Jesús: él es una semilla cuando lo arrestan y un árbol cuando resucita, un árbol que da vida al mundo entero. Es una semilla cuando es enterrado en el sepulcro y un árbol cuando es elevado al cielo".
Siguiendo ese mismo procedimiento podemos meditar las parábolas de hoy a la luz de la experiencia de Jesús en Nazaret.
En el texto mismo de la parábola de la semilla que crece sola hay como dos progresiones diversas en el paso del tiempo: primero está el lento discurrir de los días y las noches mientras la semilla germina por su cuenta. "La tierra va produciendo la cosecha ella sola" en una duración ininterrumpida que comprende varias etapas: "primero los tallos, luego la espiga, después el grano en la espiga". Después de ese lento proceso, si leemos con atención el texto, parece que todo se precipita: el labrador, que ha esperado tanto tiempo "mete enseguida la hoz". Una sensación parecida produce la lectura de un texto de S. Juan con el mismo tema: "Decís que faltan cuatro mese para la siega, ¿verdad? Pues yo os digo esto: levantad la vista y contemplad los campos; ya están dorados para la siega" (Jn 4, 35, 36).
La paradoja de la "sorpresa" ante lo que uno ha esperado durante mucho tiempo es una experiencia que todos tenemos y refleja también lo que supuso el cambio de ritmo en la vida de Jesús al pasar del tiempo del "crecimiento" en Nazaret al tiempo de la "cosecha" en sus años de ministerio. La paradoja revela en el fondo el mismo mensaje que las parábolas nos transmiten hoy: que no hay parámetros racionales desde una lógica puramente humana para entender el modo de actuar de Dios y la forma de acontecer de su reino.
El lento pasar de los días en Nazaret nos ayuda a entender mejor ese contraste que es una constante en la historia de la salvación.

Nosotros vemos hoy, Señor,
las ramas de tu árbol extendidas
por los cinco continentes
y a través de veinte siglos de historia.
Tan grande el árbol y, sin embargo, tan pequeño
en relación con la magnitud del mundo.
Árbol pequeño y débil en muchas partes
y en muchas situaciones.
Hoy también el reino es una semilla
que un hombre echa en un campo. . .

Sembrar
Sólo con la mentalidad del sembrador se puede colaborar a la extensión del reino de Dios. Sembrador es aquel que lo da todo, que no se queda con una reserva entre las manos. Sembrador es aquel que tiene plena confianza en la fuerza germinativa de la semilla. Sembrador es aquel que después de haber echado la semilla en tierra sabe quedarse en paz (dormir) dejando que pasen las noches y los días. Sembrador es aquel que tiene esperanza de poder cosechar un día. El sembrador es optimista por naturaleza, a veces un poco loco. Sabe que no todos los terrenos producen lo mismo, sabe que no todos los tiempos son iguales para germinar. Pero él sabe que debe arriesgar siempre y siembra en todas partes y a todas horas.
El sembrador evangélico confía en la semilla que es "la palabra de Dios" (Lc 8, 11) y está convencido de que a pesar de los tiempos de oscuridad y aparentemente inútiles que median entre la sementera y la cosecha, la acción de Dios está allí en el secreto y en el silencio.
Este es el aspecto que manifiesta mayormente la experiencia de Nazaret. Por eso quien desea centrar su vida entorno a esa experiencia, pone en primer plano el trabajo sencillo y callado, la atención prolongada a la palabra y a la acción de Dios, la sensibilidad a los signos que él va dando a través de la historia, para percibir cuando es el momento de la cosecha para que nada se pierda por precipitar las cosas, para que nada se pierda por llegar tarde.

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10 de junio de 2012 - SOLEMNIDAD DEL CUERPO Y SANGRE DE CRISTO – Ciclo B

"La sangre de la alianza"

Exodo 24,3-8
En aquellos días Moisés bajó y contó al pueblo todo lo que había dicho
el Señor y todos sus mandatos; y el pueblo contestó a una:
-Haremos todo lo que dice el Señor.
Moisés puso por escrito todas las palabras del Señor. Se levantó
temprano y edificó un altar en la falda del monte, y doce estelas, por las
doce tribus de Israel. Y mandó a algunos jóvenes israelitas ofrecer al Señor
holocaustos y vacas, como sacrificio de comunión. Tomó la mitad de la sangre
y la puso en vasijas, y la otra mitad la derramó sobre el altar. Después tomó
el documento de la alianza y se lo leyó en alta voz al pueblo, el cual
respondió:
-Haremos todo lo que manda el Señor y le obedeceremos. Tomó Moisés la
sangre y roció al pueblo, diciendo:
-Esta es la sangre de la alianza que hace el Señor con vosotros, sobre
todos estos mandatos.

Hebreos 9,11-15
Cristo ha venido como Sumo Sacerdote de los bienes definitivos. Su
templo es más grande y más perfecto: no hecho por manos de hombre, es decir,
no de este mundo creado.
No usa sangre de machos cabríos ni de becerros, sino la suya propia;
y así ha entrado en el santuario una vez para siempre, consiguiendo la
liberación eterna.
Si la sangre de machos cabríos y de toros y el rociar con las cenizas
de una becerra tienen el poder de consagrar a los profanos, devolviéndoles
la pureza externa; cuánto más la sangre de Cristo que, en virtud del Espíritu
eterno, se ha ofrecido a Dios como sacrificio sin mancha, podrá purificar
nuestra conciencia de las obras muertas, llevándonos al culto del Dios vivo.
Por eso Él es mediador de una alianza nueva: en ella ha habido una
muerte que ha redimido de los pecados cometidos durante la primera alianza;
y así los llamados pueden recibir la promesa de la herencia eterna.

Marcos 14,12-16
El primer día de los Ázimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual,
le dijeron a Jesús sus discípulos:
-¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua?
El envió a dos discípulos, diciéndoles:
-Id a la ciudad, encontraréis un hombre que lleva un cántaro de agua;
seguidlo, y en la casa en que entre, decidle al dueño: "El Maestro pregunta:
¿Dónde está la habitación en que voy a comer la Pascua con mis discípulos?".
Os enseñará una sala grande en el piso de arriba, arreglada con
divanes. Preparadnos allí la cena.
Los discípulos se marcharon, llegaron a la ciudad, encontraron lo que
les había dicho y prepararon la cena de Pascua.
Mientras comían, Jesús tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió
y se lo dio, diciendo:
-Tomad, esto es mi cuerpo.
Cogiendo una copa, pronunció la acción de gracias, se la dio y todos
bebieron.
Y les dijo:
-Esta es mi sangre, sangre de la alianza, derramada por todos. Os
aseguro que no volveré a beber del fruto de la vid hasta el día que beba el
vino nuevo en el Reino de Dios.
Después de cantar el salmo, salieron para el Monte de los Olivos.

Comentario
Las lecturas de hoy ponen de manifiesto el significado de la eucaristía
como sacramento de la alianza de Dios con el hombre.
A la descripción del rito que funda el pueblo de Israel como "pueblo
de Dios", sigue el relato de la institución de la eucaristía en la versión
del evangelio de Marcos. Por su parte el autor de la carta a los Hebreos nos
da la perspectiva histórica que permite el paso de la antigua Alianza a la nueva y
definitiva de Dios con los hombres mediante el sacrificio de Cristo.
En la narración de la última cena de Jesús con los suyos están
germinalmente presentes todos los valores que la Iglesia ha ido descubriendo
a lo largo de los siglos en ese gesto único y maravilloso realizado por
Cristo antes de su pasión.
La cena de Jesús representa una continuidad con la celebración pascual
judía en la que se hacía memoria de las maravillas realizadas por Dios.
Respetando ese cuadro tradicional, Jesús lo llena de un contenido nuevo. El
centro de atención no será ya el cordero inmolado y consumido como gesto de
comunión, sino Él mismo, cordero sin mancha entregado voluntariamente por
todos, que con su sangre pone un signo de liberación en las puertas de todos
los hombres.
Los ritos antiguos cobran una valencia nueva desde el gesto de Jesús,
que anticipa su donación en el Calvario. Ya no se referirán a un pasado
lejano, sino al momento clave de la relación de Dios con el hombre que se
cumple en la cruz. Su sangre derramada, "en virtud del Espíritu eterno",
tiene un valor infinitamente superior al de los antiguos sacrificios.
Mediante la fe en su persona, el hombre puede entrar en comunión con Dios y
con sus hermanos y encontrar esa paz profunda consigo mismo "que purifica la
conciencia".
De ahora en adelante no cabe, pues, otro sacrificio, ni otra alianza
ni otro mediador entre Dios y los hombres.

"... y prepararon la cena de Pascua"
Al relato de la última cena precede en el evangelio el de su
preparación (el texto que se lee hoy en la liturgia omite los versículos
referentes a la traición de Judas). Ese relato preparatorio no sólo crea el
clima adecuado, sino que ofrece los elementos necesarios para decir que la
cena de Jesús se sitúa en la tradición hebrea.
El hecho de que el evangelio dé ese relieve a la "preparación" de la
Pascua nos da pie para ir un poco más lejos en esa preparación y leer así ese
pasaje desde la experiencia de Nazaret.
Los años de Jesús en Nazaret fueron, en efecto, fueron una inmersión
vital en las tradiciones cultuales y culturales de su pueblo. Ese es el
sentido más profundo de la encarnación que Nazaret nos descubre. El
crecimiento en edad del que habla Lucas supone el desarrollo físico del
cuerpo, y esto es ya una preparación al sacrificio de la cruz, según la
interpretación que da la carta a los Hebreos en un pasaje paralelo al que
leemos hoy en la liturgia: "Sacrificios y ofrendas no quisiste, en vez de eso
me has dado un cuerpo a mí" (10,5).
Pero además, sólo la vivencia plena, repetida mil veces, del rito
pascual celebrado en familia pudo permitir a Jesús, al mismo tiempo vivir
todo su significado en la línea de la alianza antigua, y emplearlo para
significar su donación total por nuestra salvación. Es esta personalización
y apropiación del rito cumplida por Jesús a lo largo de los años y de forma
explícita en la última cena lo que le permitirá intuir las posibilidades
nuevas que podía tener como vehículo para transmitir el significado de su
gesto de entrega.
Y es esa personalización del rito efectuada por Jesús lo que nos
permite ahora - en el tiempo de la Iglesia - ritualizar el gesto de Jesús en
la celebración eucarística. De esa forma la eucaristía nos enseña a vivir el
tiempo de Nazaret. Tiempo que ahora debe ser para nosotros el de la
apropiación personal del gesto de Jesús en el sacrificio de la cruz.
La repetición del rito debería ir educando nuestra actitud interior de
donación a Dios y a los hermanos hasta el día que, como él, (son todos los
días) debamos cumplir el gesto fuera del rito, en cualquier circunstancia de
la vida.

Padre, cantamos en el Espíritu
el nuevo canto de bendición
porque Jesús, el Señor, ha reconciliado contigo,
mediante la sangre derramada en la cruz,
el universo entero.
Llenos de gozo por esta alianza nueva,
plena, definitiva,
te bendecimos porque estamos en paz contigo
y en paz entre nosotros
.

Vivir la eucaristía
La lectura de la Palabra hecha desde Nazaret nos enseña a vivir cada
día el sacramento de la nueva alianza. Con la fe incorporamos globalmente el
misterio en nuestra vida, pero ¿cuándo lograremos vivir todo lo que
significa?
Nazaret nos invita a ese camino progresivo de asimilación (de
inculturación) y personalización de la fe. Todo está en la eucaristía: el
amor de Dios, su diálogo con los hombres, el fundamento de la comunión entre
los cristianos, el sentido de la misión, la tensión de unidad y de salvación
universal... todo esta en la eucaristía, pero nosotros somos limitados y
necesitamos tiempo para ir apropiándonos todos sus valores. Lo importante es
que sepamos interpretar la vida como un camino hacia la eucaristía y como un
camino desde la eucaristía. "Fuente y cumbre, dice el Vaticano II.
La fuerza del sacramento viene en ayuda de nuestra debilidad y de
nuestra limitación. Si nos abrimos a él, nos irá conquistando poco a poco.
Entrar en la nueva alianza es la cuestión fundamental de la vida cristiana
y en ella nos introduce el sacramento de la eucaristía.
A nuestro esfuerzo por participar en el sacramento corresponde la
acción divina que va trasformando progresivamente nuestro hombre viejo hasta
hacernos llegar a ese corazón nuevo, lleno de fe y de amor, que vemos ya
realizado en Cristo y hacia el que caminamos.

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3 de junio de 2012 - SOLEMNIDAD DE LA SANTISIMA TRINIDAD – Ciclo B

"... en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo"

Deuteronomio 4,32-34. 39-40
Habló Moisés al pueblo y dijo:
-Pregunta, pregunta a los tiempos antiguos, que te han precedido, desde
el día en que Dios creó al hombre sobre la tierra: ¿hubo jamás desde un
extremo al otro del cielo palabra tan grande como esta?, ¿se oyó cosa
semejante?, ¿hay algún pueblo que haya oído, como tú has oído, la voz del
Dios vivo, hablando desde el fuego, y haya sobrevivido?, ¿algún Dios intentó
jamás venir a buscarse una nación entre las otras por medio de pruebas,
signos, prodigios y guerra, con mano fuerte y brazo poderoso, por grandes
terrores, como todo lo que el Señor, vuestro Dios, hizo con vosotros en
Egipto?
Reconoce, pues, hoy y medita en tu corazón, que el Señor es el único
Dios allá arriba en el cielo, y aquí abajo en la tierra; no hay otro. Guarda
los preceptos y mandamientos que yo te prescribo hoy, para que seas feliz,
tú y tus hijos, después de ti, y prolongues tus días en el suelo que el Señor
tu Dios te da para siempre.

Romanos 8,14-17
Hermanos:
Los que se dejan llevar por el Espíritu de Dios, esos son hijos de
Dios.
Habéis recibido, no un espíritu de esclavitud, para renacer en el
temor, sino un espíritu de hijos adoptivos, que nos hace gritar: ¡Abba!
(Padre).
Ese Espíritu y nuestro espíritu dan un testimonio concorde: que somos
hijos de Dios; y si somos hijos también herederos, herederos de Dios y
coherederos con Cristo.

Mateo 28,16-20
En aquel tiempo los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que
Jesús les había indicado.
Al verlo, ellos se postraron, pero algunos vacilaban.
Acercándose a ellos, Jesús les dijo:
-Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra. Id y haced
discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del
Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he
mandado.
Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del
mundo.

Comentario
En esta solemnidad de la Santísima Trinidad la fe que hemos recibido
en el bautismo nos lleva al silencio extasiado ante el misterio de Dios y a
la palabra serena que busca comprender mejor para vivir más intensamente.
El texto conclusivo del evangelio de Mateo que la liturgia nos
presenta, se articula en dos partes: la narración de la última aparición del
resucitado que conduce a los once (=nuevo Israel) al monte de Galilea y el
envío.
La intervención de Jesús en esta segunda parte da fuerza al mandato
misionero porque el envío se hace con la autoridad plena que Él ha recibido
del Padre y, al mismo tiempo, ensancha el panorama de la salvación
ofreciéndola a todas las naciones.
La fórmula trinitaria en la administración del bautismo, que recoge la
práctica de la Iglesia primitiva, resume toda la revelación del misterio de
Dios hecha por Jesús en el evangelio. El Padre es el origen del ser y de la
misión de Cristo y el Espíritu Santo es su continuador después de la Pascua.
Esta centralidad de Cristo y la presencia permanente que asegura a sus
discípulos es una fuerte invitación a entrar, a través de Él, en el misterio
de Dios y a mantener una relación de amor con el Padre y de docilidad al
Espíritu Santo. Esa es la condición de vida de todos los que reciben el bau-
tismo y se comprometen a practicar todas sus exigencias.
Esa cercanía e intimidad con Dios, ya anunciada en el texto del
Deuteronomio (1ª. lectura) encuentra su pleno cumplimiento en la realidad
nueva que crea el bautismo en el hombre. Desde ella el cristiano se siente
verdaderamente hijo de Dios, en su único Hijo; Y esto con una confianza total
que viene del hecho de haber recibido el Espíritu Santo. Quienes se dejan
guiar por Él, esos son verdaderamente hijos de Dios.

La familia de Nazaret
La revelación que Dios ha hecho de sí mismo, no se ha efectuado
solamente con palabras, sino también con hechos. (Cfr. D. V. 2).
En el evangelio que hoy leemos asistimos a uno de esos momentos cumbre
en los que Jesús nos lleva a penetrar en el misterio divino nombrando juntas
a las tres personas de la Trinidad en su afán común de salvar al hombre. Pero
es también significativo para penetrar en ese mismo misterio que Él haya
vivido durante treinta años en una familia.
La familia se basa en la donación recíproca de las personas y crea una
comunión de vida en la que el individuo encuentra el clima y el estímulo
adecuado para madurar y para cumplir su misión. Toda familia que vive esa
relación de amor es al mismo tiempo imagen y participación de la Trinidad.
Pero esa imagen y participación toca su ápice en la familia formada por
Jesús, María y José en Nazaret, porque Jesús, Dios y hombre, forma parte al
mismo tiempo de la imagen y de la realidad representada.
Entre la familia de Nazaret y la Trinidad hay una correlación que no
se basa sólo en la semejanza simbólica, como ocurre con todos los signos. .
En todos ellos, en efecto, hay algo en común entre la imagen y la realidad
que permite dar el paso de la una a la otra. En nuestro caso, la conexión es
mucho más profunda ya que la segunda persona de la Trinidad forma parte de
la familia de Nazaret.
De este modo, la realidad humana de la familia es asumida en el grado
más alto, no sólo para representar y figurar lo que es el misterio de la
familia de Dios, sino también para revelarlo en su sentido más fuerte.
Podemos decir que la Sagrada Familia es el rostro humano de Dios en la
pluralidad de las personas o el icono más perfecto de la Trinidad. Desde la
entrega recíproca de María y José, desde su paternidad y maternidad virginal
con respecto a Jesús, podemos siempre, pero sobre todo en este día vislumbrar
también el misterio insondable de la Trinidad. La Sagrada Familia se coloca
así en la vida del cristiano como trasparencia, como camino hacia el misterio
central de su fe. Desde la Sagrada Familia se va directamente hacia el cora-
zón de Dios.

Luz es el Padre.
Luz de luz es el Hijo.
Fuego es el Espíritu Santo.
Amor es el Padre.
Gracia es el Hijo.
Comunión es el Espíritu Santo.
Poder es el Padre.
Sabiduría es el Hijo.
Bondad es el Espíritu Santo.
Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo
Trinidad Santa, te adoramos. (Liturgia bizantina)


La Trinidad y nosotros
En el diálogo de la oración hay siempre un camino de ida y otro de vuelta,
de nosotros a Dios y de Dios a nosotros, o viceversa.
A partir de la Palabra y a partir del Hecho de Nazaret hemos intentado
hoy acercarnos al misterio de la Trinidad. Pero hay que decir también que es
la Trinidad divina el punto clave para entender el misterio de la persona
humana y de toda forma de comunidad.
En la trinidad cada persona es relación subsistente, es decir, pura
relación con respecto a las demás. Así en la familia divina todo es común:
el mismo amor, el mismo poder, la misma sabiduría, el mismo ser. Pero el
hecho de tenerlo todo en común, no significa que cada persona abandone su
identidad. Se da, pues, en la Trinidad la comunión en el más alto grado, pero
no la confusión.
Y esta es la clave de la comunidad humana en cualquiera de sus
realizaciones: la posibilidad de la comunicación, de la donación recíproca,
sin perder la propia interioridad, la propia identidad. Toda persona se
realiza y llega a madurez en el juego de la vida que consiste en el dar y en
el recibir
Este es también el fundamento de la corresponsabilidad, de la participación,
de la interdependencia y solidaridad entre los miembros de una comunidad y
entre las varias comunidades humanas.
Creado a imagen d Dios, el hombre sólo llega a serlo verdaderamente
cuando vive en sí mismo y en su relación con los demás la realidad del
misterio trinitario que es un misterio de amor.

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27 de mayo de 2012 - DOMINGO DE PENTECOSTES – Ciclo B

"El Espíritu de la verdad"


Hechos 2,1-11
Todos los discípulos estaban juntos el día de Pentecostés. De repente
un ruido del cielo, como de un viento recio, resonó en toda la casa donde se
encontraban. Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se repartían,
posándose encima de cada uno. Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron
a hablar en lenguas extranjeras, cada uno en la lengua que el Espíritu le
sugería.
Se encontraban entonces en Jerusalén judíos devotos de todas las
naciones de la tierra. Al oír el ruido, acudieron en masa y quedaron
desconcertados, porque cada uno los oía hablar en su propio idioma.
Enormemente sorprendidos preguntaban:
-¿No son galileos todos esos que están hablando? Entonces, ¿cómo es que
cada uno los oímos hablar en nuestra lengua nativa?
Entre nosotros hay partos, medos y elamitas, otros vivimos en Mesopota-
mia, Judea, Capadocia, en el Ponto y en Asia, en Frigia o en Panfilia, en
Egipto o en la zona de Libia que limita con Cirene; algunos somos forasteros
de Roma, otros judíos o prosélitos; también hay cretenses y árabes; y cada
uno los oímos hablar de las maravillas de Dios en nuestra propia lengua.

Corintios 12,3b-7. 12-13
Hermanos:
Nadie puede decir "Jesús es Señor", si no es bajo la acción del
Espíritu Santo.
Hay diversidad de dones, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de
servicios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de funciones, pero un mismo
Dios que obra todo en todos.
En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común. Porque, lo
mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del
cuerpo, a pesar de ser muchos, son un solo cuerpo, así es también Cristo.
Todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido
bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Y todos hemos
bebido de un solo Espíritu.

Juan 20,19-23
Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los
discípulos en una casa, con las puertas cerradas, por miedo a los judíos. En
esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:
-Paz a vosotros.
Y diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos
se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:
-Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.
Y dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo:
-Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les
quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.

Comentario
El Evangelio de hoy se compone de dos textos referidos al "Espíritu de
la verdad". Son dos breves pasajes del segundo discurso de despedida que el
cuarto evangelio sitúa antes de la pasión-muerte-resurrección de Cristo. El
autor se propone introducirnos en ese profundo misterio con las palabras
mismas de Jesús.
Leídos a la luz de la fe postpascual y de la experiencia de Pen-
tecostés, situación desde la que también fueron escritas, estos pasajes
cobran un significado más extenso. Los versículos 26-27 del cap. 15 tienen
un marcado sentido trinitario. El Espíritu Santo que Jesús mandará proviene
del Padre y en el tiempo de la Iglesia será testigo del mismo Jesús. Esta
unión íntima y dinámica de las tres divinas personas es como el ambiente en
el que estamos llamados a introducirnos si queremos descubrir algo de lo que
es el Espíritu Santo y de lo que hace.
El pasaje del cap. 16 desarrolla más el sentido de la expresión
"Espíritu de la verdad" refiriéndolo a la función esencial de la tercera
persona de la Trinidad en la Iglesia. La expresión parece tener dos sentidos
complementarios: el Espíritu Santo guiará (ha guiado) a los apóstoles a
comprender el sentido pleno de los acontecimientos que presenciaron durante
la pasión y muerte de Jesús viendo su alcance redentor y universal. Por otra
parte, es dado como capacidad de ir interpretando todo lo que va aconteciendo
a la luz de ese acontecimiento definitivo de la revelación de Dios que es el
misterio pascual.
Desde ahí podemos meditar la narración de la efusión del Espíritu Santo
"en la tarde" de la antigua fiesta de Pentecostés, es decir, en el momento
de la plenitud y del cumplimiento del tiempo, para entender que estamos ya
viviendo en una era nueva caracterizada por la acción del Espíritu Santo en
la historia y, sobre todo, en el corazón de cada creyente, donde produce los
frutos del hombre nuevo redimido por Cristo (2ª. lectura).

"Desde el principio"
El texto evangélico dice que si los apóstoles pueden dar testimonio de
Jesús (y este testimonio se sitúa en paralelo con el que da el Espíritu
Santo) es "porque estáis conmigo desde el principio" (Jn 15,27).
En los evangelios y en los Hechos de los apóstoles la expresión "desde
el principio" significa que los apóstoles han acompañado a Jesús durante los
años de itinerancia por tierras de Palestina presenciando su predicación y
sus "señales"; "A partir del bautismo de Juan hasta el día que nos fue
llevado", precisa S. Pedro cuando se trata de elegir al sustituto de Judas
(Hech 1,22).
Si este "estar desde el principio" es la condición esencial para ser
constituido testigo cuando se trata de los apóstoles, podemos decir que el
Espíritu Santo da testimonio de Jesús porque está también desde el principio,
pero tomando ahora la expresión en el sentido con que la usa el prólogo del
cuarto evangelio: "En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba con
Dios y la Palabra era Dios" (Jn 1,1). El Espíritu Santo es así testigo de la
realidad divina de Cristo y guía a los apóstoles a "la verdad plena", es
decir, a la revelación definitiva del misterio de Cristo, Dios y hombre.
Leyendo este evangelio desde Nazaret, uno piensa instintivamente en
otras dos personas, María y José, que estuvieron con Jesús también desde el
principio, y aquí la expresión tiene un sentido histórico que no coincide con
ninguno de los dos anteriores, pero que los cualifica también sin duda como
"testigos" de esa verdad plena que sólo el Espíritu revela.
Quizá por eso algunos evangelistas sintieron la necesidad de transmitir
también los hechos de la infancia de Jesús, porque también en ellos se revela
la verdad plena de Cristo: su condición de Hijo de Dios, sin duda, pero
también y sobre todo su condición humana, puesto que vivió tantos años en las
mismas circunstancias que los hombres de su tiempo.

Ven Espíritu Santo,
revélanos hoy al Hijo del Padre,
introdúcenos en la verdad completa,
enséñanos a entrar en el diálogo de Dios con el hombre,
enséñanos esa palabra nueva,
piedra fundamental del lenguaje del hombre nuevo
que es ABBA.
Une tu testimonio al nuestro,
fuerza suprema en nuestra debilidad,
para que nuestros gestos, obras y palabras
digan algo de la verdad plena
que tú sólo conoces y que tú sólo revelas
.

Ser testigos hoy en la causa de Jesús
Como lo profetizó Simeón a María y a José, un día la persona de Jesús
y, siempre su mensaje son "bandera discutida".
Hoy la Palabra de Dios nos convoca a ser testigos en la causa de Jesús,
con toda la fuerza que el vocablo tiene en el ambiente de administración de
la justicia de donde está tomado. No se trata, sin embargo, en constituirse
en acusadores ni en defensores a ultranza, sino de dejarse guiar por el gran
abogado, el Paráclito, palabra que significa al mismo tiempo exhortador y
consolador (Hech 2,40; I Co 14,3). El nos lleva a decir la verdad, a resistir
en la fe hasta el martirio y, sobre todo, a construir poco a poco ese hombre
nuevo hecho de "amor, alegría, paz, paciencia, benevolencia, ... " y todo los
otros rasgos que definen al buen cristiano.
Es en esa lucha por conseguir que la verdad proclamada llegue a ser
verdad vivida, por realizar en las personas y en las situaciones la salvación
traída por Cristo, donde se manifiesta la acción del Espíritu Santo. En esa
línea debe situarse nuestra colaboración y nuestro esfuerzo, de modo que lo
que hagamos pueda contribuir al crecimiento de ese hombre nuevo, anclado en
la verdad, y de ese mundo nuevo que esperamos.
Nuestra permanencia en Nazaret nos llevará a dar ese testimonio sobre
todo en las situaciones más ordinarias de la vida y allí donde parece que se
ha apagado el fuego del Espíritu porque nada se manifiesta, porque no hay
cambios notables o porque no se advierte ya el júbilo de Pentecostés.


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20 de mayo de 2012 - SOLEMNIDAD DE LA ASCENCION DEL SEÑOR – Ciclo B

"Id por el mundo entero"

Hechos 1,1-11
En mi primer libro, querido Teófilo, escribí de todo lo que Jesús fue
haciendo y enseñando hasta el día en que dio instrucciones a los apóstoles,
que había escogido, movido por el Espíritu Santo, y ascendió al cielo. Se les
presentó después de su pasión, dándoles numerosas pruebas de que estaba vivo
y, apareciéndoseles durante cuarenta días, les habló del reino de Dios.
Una vez que comían juntos les recomendó:
-No os alejéis de Jerusalén; aguardad que se cumpla la promesa de mi
Padre, de la que yo os he hablado. Juan bautizó con agua, dentro de pocos
días vosotros seréis bautizados con Espíritu Santo.
Ellos lo rodearon preguntándole:
-Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar la soberanía de Israel?. Jesús
contestó:
-No os toca a vosotros conocer los tiempos y las fechas que el Padre
ha establecido con autoridad. Cuando el Espíritu Santo descienda sobre
vosotros, recibiréis fuerza para ser mis testigos en Jerusalén, en toda
Judea, en Samaría y hasta los confines del mundo.
Dicho esto, lo vieron levantarse hasta que una nube se lo quitó de la
vista. Mientras miraban fijos al cielo, viéndole irse, se les presentaron dos
hombres vestidos de blanco, que les dijeron:
-Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? El mismo Jesús
que os ha dejado para subir al cielo, volverá como le habéis visto marcharse.

Efesios 1,17-23
Hermanos:
Que el Dios del Señor nuestro Jesucristo, el Padre de la gloria, os dé
espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo. Ilumine los ojos de
vuestro corazón para que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama,
cuál la riqueza de gloria que da en herencia a los santos y cuál la
extraordinaria grandeza de su poder para nosotros, los que creemos, según la
eficacia de su fuerza poderosa, que desplegó en Cristo, resucitándolo de
entre los muertos y sentándolo a su derecha en el cielo, por encima de todo
principado, potestad, fuerza y dominación, y por encima de todo nombre
conocido, no sólo en este mundo, sino en el futuro.
Y todo lo puso bajo sus pies y lo dio a la Iglesia, como Cabeza, sobre
todo. Ella es su cuerpo, plenitud del que lo acaba todo en todos.

Marcos 16,15-20
En aquel tiempo se apareció Jesús a los Once, y les dijo:
-Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación.
El que crea y se bautice, se salvará; el que se resista a creer, será
condenado.
A los que crean, les acompañarán estos signos: echarán demonios en mi
nombre, hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos, y si beben
un veneno mortal, no les hará daño. Impondrán las manos a los enfermos y
quedarán sanos.
El Señor Jesús, después de hablarles, ascendió al cielo y se sentó a
la derecha de Dios.
Ellos fueron y proclamaron el Evangelio por todas partes, y el Señor
actuaba con ellos y confirmaba la Palabra con los signos que los acompañaban.

Comentario
La ascensión revela la plena glorificación de Jesús en el misterio
pascual. Es su vuelta a la casa del Padre después de haber compartido nuestra
existencia y de haber pasado por la prueba suprema de la cruz.
La parte final del apéndice del evangelio de Marcos que nos presenta
hoy la liturgia, comprende la última aparición de Jesús a los apóstoles
(aunque el texto litúrgico omite la referencia a la incredulidad de los
mismos), el mandato misionero, la ascensión de Jesús y la ejecución del
mandato recibido por parte de los enviados.
Reciben en el texto un mayor desarrollo las dos partes referidas a la
misión: mandato y ejecución. En la primera se expone la doble respuesta
posible al anuncio del evangelio (aceptación o rechazo) con las consecuencias
que le siguen (salvación o condenación); se enumeran también los signos que
acompañan a la predicación del evangelio. Nótese, sin embargo, que tales
signos van aquí referidos a los destinatarios y no a los predicadores del
evangelio ("a los que crean" v. 17), mientras que al hablar de la puesta en
práctica del mandato recibido los signos son realizados por los apóstoles.
Entre ambas partes la ascensión de Jesús es mencionada casi como de
pasada (v. 19). Marca, sin embargo la línea divisoria entre un antes y un
después, entre dos modos diferentes de presencia del Señor en medio a sus
discípulos: el de las apariciones (v. 14) y el de la cooperación con las
señales que confirman la validez del mensaje.
En la 1ª. lectura (Hechos) se desarrolla más el relato de la ascensión
(para respetar el sentido original del texto sería mejor decir "asunción",
"se lo llevaron" Hech. 1,9), pero no deja tampoco de subrayar el mandato
misionero del testimonio y del anuncio con la "fuerza del Espíritu Santo".
Todo esto indica que la ausencia-desaparición visible de Cristo de en
medio de los suyos quiere recalcar la importancia de la presen-
cia-responsabilidad de la Iglesia en el mundo.

Nazaret, tiempo de esperanza
Los comentaristas del evangelio ven en la frase de Jesús adolescente
en el templo "¿No sabíais que yo tenía que estar en la casa de mi Padre?" (Lc
2,49) una referencia a su subida al Padre. La "casa" no podía ser, en efecto,
el templo de Jerusalén, ya que a renglón seguido se dice en el evangelio que
Jesús dejó la ciudad santa y "bajó a Nazaret". Debemos tener presente por
otra parte la frase lapidaria del evangelio de Juan que resume toda la
trayectoria del Verbo: "Salí de junto al Padre y vine a estar en el mundo,
ahora dejo el mundo y me vuelvo con el Padre" (16,28).
El tiempo de Nazaret se configura así también como el tiempo de la
esperanza: ya anunciado desde el principio el retorno-glorificación de Jesús
junto al Padre y, mientras tanto, un largo tiempo de espera. Pero se trata
de una espera llena de sentido, puesto que durante ella Jesús lleva hasta las
últimas consecuencias el misterio de su encarnación y entrada en el mundo.
Es un tiempo en el que Jesús crece, trabaja, construye con María y José una
familia y vive en su entorno como los demás hombres.
Tiempo de esperanza el tiempo de Nazaret porque la esperanza es la
característica de la infancia y de la juventud, pero, sobre todo, porque está
situado antes del cumplimiento de la gran promesa y fue vivido de cara a
ella.
Nazaret nos revela así el modo de vivir el tiempo que se abre con la
desaparición terrena de Jesús y llega hasta su segunda venida. No se trata
de quedarse mirando a lo alto ni de perderse en consideraciones, sino de
volver al compromiso de la vida de cada día y construir desde ella poco a
poco lo que al final se manifestará.
La laboriosidad de Nazaret, el empeño en las cosas cotidianas, el vivir
intensamente de cara a Dios y a los hombres, como en Nazaret, son el modo de
testimoniar hoy el evangelio y de penetrar profundamente en su comprensión.
El misterio de Nazaret nos ayuda a comprender mejor esa faceta de la
esperanza que es, ante todo, compromiso con la historia presente, sin perder
de vista la promesa de futuro.

Señor Jesús, vuelto ya a la casa del Padre
y sentado a su derecha,
tú acompañas y realizas en primera persona,
por medio del Espíritu Santo,
el inmenso esfuerzo de anuncio y testimonio de la Iglesia
para llevar a los hombres de todos los tiempos
el mensaje de la salvación.
Danos ahora la fuerza del Espíritu Santo,
revístenos de su vigor para ser testigos de tu amor
y para caminar hacia ti con todos los que nos rodean
.

Vivir en esperanza
La celebración de hoy es ante todo un fuerte impulso para vivir la
esperanza. La despedida de Jesús está precedida por su promesa de acompañar
por siempre a sus discípulos y de volver un día.
Muchas son las cosas que oscurecen hoy, como siempre, el porvenir de
la humanidad. Nuestra experiencia inmediata y la información que recibimos
de todas partes del mundo nos dan más de un motivo para que nuestra mirada
se ensombrezca sobre el porvenir.
Por otra parte, mucha literatura contemporánea, producida por hombres
sin fe, y muchos medios de comunicación, manejados por quienes pretenden sólo
las ventajas de lo inmediato o los goces puramente mundanos, llevan a apagar
esa ansia de trascendencia y de futuro que está en el corazón de todo hombre.
Vivir hoy la esperanza supone para el cristiano oponerse, en cuanto
vive, piensa, actúa a la filosofía materialista de las ideologías y a la
praxis consumista.
Nazaret educa nuestra esperanza y nos enseña a vivir en plenitud el
momento cotidiano de la historia. Rescata nuestra esperanza de ilusiones
fáciles y de fugas hacia un futuro irreal, pero a la vez colma de sentido las
cosas que parecen menos trascendentes y llamativas, porque las sitúa en la
perspectiva amplia que va del origen sencillo al esplendor que hoy celebramos
en la ascensión de Cristo a los cielos.

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13 de mayo de 2012 - VI DOMINGO DE PASCUA – Ciclo B

"Manteneos en ese amor que os tengo"

Hechos 10,25-26. 34-35. 44-48
Aconteció que cuando iba a entrar Pedro, Cornelio salió a su encuentro
y se echó a sus pies. Pero Pedro lo levantó diciendo:
-Levántate, que soy un hombre como tú. Y tomando de nuevo la palabra,
Pedro añadió:
-Está claro que Dios no hace distinciones; acepta al que lo teme y
practica la justicia, sea de la nación que sea.
Todavía estaba hablando Pedro, cuando cayó el Espíritu Santo sobre
todos los que escuchaban sus palabras.
Al oírlos hablar en lenguas extrañas y proclamar la grandeza de Dios,
los creyentes circuncisos, que habían venido con Pedro, se sorprendieron de
que el don del Espíritu Santo se derramara también sobre los gentiles.
Pedro añadió:
-¿Se puede negar el agua del bautismo a los que han recibido el
Espíritu Santo igual que nosotros?
Y mandó bautizarlos en el nombre de Jesucristo. Le rogaron que se
quedara unos días con ellos.

I de Juan 4,7-10
Queridos hermanos:
Amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios, y todo el que ama ha
nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama no ha conocido a Dios, porque
Dios es Amor.
En esto manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios mandó al
mundo a su Hijo único, para que vivamos por medio de Él.
En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino
en que Él nos amó y nos envió a su Hijo, como propiciación por nuestros peca-
dos.

Juan 15,9-17
En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: Como el Padre me ha amado,
así os he amado yo; permaneced en mi amor.
Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; lo mismo que
yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor.
Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra
alegría llegue a plenitud.
Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado.
Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos.
Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando. Ya no os llamo
siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a vosotros os llamo
amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer.
No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido;
y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto dure.
De modo que lo que pidáis al Padre en mi nombre, os lo dé.
Esto os mando: que os améis unos a otros.

Comentario
En los domingos que siguen a la Pascua los textos de la liturgia nos
llevan a contemplar todos los aspectos de la explosión de vida y de alegría
encerrados para nosotros en la resurrección de Cristo. Hoy nos llevan al
corazón mismo de la experiencia cristiana hablándonos principalmente del
amor.
Si quisiéramos establecer una cierta lógica en la presentación del
mensaje, tendríamos que empezar por la segunda lectura, donde se hace la
afirmación esencial y originaria: "Dios es amor" (I Jn 4,8). Desde ahí, el
evangelio nos lleva a esa dinámica "descendente" en la que lo primero que está
es amor del Padre, amor de donación al Hijo, que se abre hacia la salvación
de los hombres. Luego viene el amor de Cristo que se da a sus discípulos y
lo lleva a la entrega total: "Igual que mi Padre me amó, os he amado yo" (Jn
15,9). Y el tercer paso es el mandato a los discípulos: "Amaos unos a
otros... "
No se trata, pues, de quedarse en la sola dimensión pasiva de recibir
el amor, de sentirse amados o de dejarse amar. Pero tampoco de tomar uno la
iniciativa por sí solo: "No me elegisteis vosotros a mí". Se trata de entrar
en ese dinamismo propio del amor en el que todo se recibe y todo se da. El
amor cristiano no se cierra en la complacencia de la reciprocidad, sino que
queda abierto a la sorpresa de la novedad y gratuidad de lo que viene de Dios
y a una generosidad sin límites en la entrega hacia los demás.
Este parece ser el sentido de la petición de Jesús: "manteneos en ese
amor que os tengo". Es decir, se trata de quedarse, de vivir en el mismo amor
que Cristo ha vivido: abierto al Padre y entregado a los hermanos.
En eso consiste vivir su amistad y llegar a la plenitud de la alegría.
Y esa es la condición, en los términos tajantes que usa Juan, para conocer
a Dios. Quien no ama, no lo ha conocido, porque Dios es amor.

Nazaret
El misterio de Nazaret es siempre una llamada a lo concreto de la vida.
Siguiendo la lógica del mundo, algunas veces pensamos encontrar la alegría,
el amor en la evasión de la vida ordinaria o en la transgresión de las leyes.
El evangelio de hoy dice que el amor consiste prácticamente en cumplir
los mandamientos: "Y para manteneros en mi amor cumplid mis mandamientos;
también yo he cumplido los mandamientos del Padre y me mantengo en su amor"
(Jn 15,10).
El crecimiento de Jesús en Nazaret "en el favor de Dios y de los
hombres" (Lc 2,52) recoge una expresión del libro de los Proverbios en la que
ese "favor y aceptación ante Dios y ante los hombres" (Prov 3,4), es
consecuencia de la memoria de las instrucciones que Dios da y de la práctica
de sus preceptos (Pro. 3,1).
La vida de Jesús, María y José en Nazaret nos enseña que el amor no
está reñido con la obediencia y con el servicio. Al contrario, sólo quien en
ellos descubre la alegría, podemos decir que en verdad ha encontrado el amor.
El amor, cuando se hace donación, tiende a crecer y a desarrollarse en
el tiempo, por eso Nazaret nos ayuda a comprender esa dimensión de
perseverancia que supone el "permanecer" en el amor de Cristo. Y la
verificación de esa continuidad no está en efusiones más o menos aisladas,
sino en el cumplimiento de los mandamientos, o mejor dicho, en el
cumplimiento del único mandamiento que resume todos los otros y que
testimonia la identidad cristiana.
Cuando se ha comprendido lo que es el amor y se vive en él, las
condiciones externas cuentan menos. Y así en la humildad de Nazaret se pudo
vivir ya el gran amor al que Jesús invitó más tarde a todos los que quisieran
seguirle.

Señor, queremos cumplir tu mandamiento.
Gracias por el Espíritu Santo:
"Amor de Dios derramado en nuestros corazones" (Rom 5,5),
que nos une a ti, nos abre al Padre
y nos lleva a darnos a los demás.
Aumenta el Amor en tu Iglesia
con una nueva efusión del Espíritu Santo
que nos lleve a una mayor fidelidad a tu Palabra
.

Vivir en el amor
Significativamente la liturgia de la Palabra de este domingo se abre
con el relato de la efusión del Espíritu Santo sobre Cornelio y su familia,
recién llegados a la fe.
El punto clave para entender correctamente las cosas cuando se habla
del amor cristiano es la donación del Espíritu Santo en el bautismo, que
lleva al cristiano a situarse en el mismo plano de amor que Jesús. Porque el
amor, antes que sea una exigencia objeto de un mandamiento, es un don gratuito
que Dios nos da.
Por eso todo lo dicho en las lecturas de hoy no puede entenderse, y
sobre todo no puede vivirse, sin la donación del Espíritu Santo. En realidad,
cuando se habla de amor desde el punto de vista cristiano, se está hablando
siempre de él, como don del Padre o como manifestaciones concretas en la vida
de los cristianos.
Sólo entonces, en un segundo momento, interviene nuestro esfuerzo para
perseverar en el amor, para continuar amando, pero sin pretender apropiarnos
del don. Porque, como cristianos, estamos llamados a vivir siempre esa
paradoja, desproporcionada a nuestras débiles fuerzas, de "amar como Dios ha
amado"" (Jn 3,16).

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6 de mayo de 2012 - V DOMINGO DE PASCUA – Ciclo B

"Yo soy la vid verdadera"

Hechos 9,26-31
En aquellos días, llegado Pablo a Jerusalén, trataba de juntarse con
los discípulos, porque no se fiaban de que fuera realmente discípulo.
Entonces Bernabé se lo presentó a los apóstoles.
Saulo les contócómo en Damasco había predicado públicamente el nombre
de Jesús.
Saulo se quedó con ellos y se movía libremente en Jerusalén predicando
públicamente el nombre del Señor. Hablaba y discutíatambién con los judíos
de lengua griega, que se propusieron suprimirlo. Al enterarse los hermanos,
lo bajaron a Cesarea y lo hicieron embarcarse para Tarso.
Entre tanto, la Iglesia gozaba de paz en toda Judea, Galilea y Samaría.
Se iba construyendo y progresaba en la fidelidad al Señor y se multiplicaba
animada por el Espíritu Santo.

I de Juan 3,18-24
Hijos míos, no amemos de palabra ni de boca, sino con obras y según la
verdad. En esto conocemos que somos de la verdad, y tranquilizaremos nuestra
conciencia ante El, en caso de que nos condene nuestra conciencia, pues Dios
es mayor que nuestra conciencia y conoce todo.
Queridos, si la conciencia no nos condena, tenemos plena confianza ante
Dios; y cuanto pidamos lo recibiremos de Él, porque guardamos sus manda-
mientos y hacemos lo que le agrada.
Y este es su mandamiento: que creamos en el nombre de su Hijo Jesucris-
to, y que nos amemos unos a otros tal como nos lo mandó.
Quien guarda sus mandamientos permanece en Dios y Dios en Él; en esto
conocemos que permanece en nosotros por el Espíritu que nos dio.

Juan 15,1-8
En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos:
-Yo soy la vid y mi Padre es el labrador, a todo sarmiento mío que no
da fruto, lo arranca; y a todo el que da fruto lo poda para que dé más fruto.
Vosotros ya estáis limpios por las palabras que os he hablado; permane-
ced en mí y yo en vosotros.
Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid,
así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí.
Yo soy la vid y vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo
en Él; ese da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada.
Al que no permanece en mí, lo tiran fuera, como al sarmiento, y se
seca; luego los recogen y los echan al fuego, y arden.
Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pediréis
lo que deseéis, y se realizará. Con esto recibe gloria mi Padre, con que deis
fruto abundante; asíseréisdiscípulosmíos.

Comentario
Como la imagen del buen pastor, también la de la vid nos coloca de
inmediato y de forma intuitiva, ante el núcleo central de la vida cristiana.
Se nos habla simultáneamente de la relación existente entre Cristo y los
cristianos y de la que se da entre Jesús y el Padre.
En la misma línea de los otros discursos de despedida recogidos por el
cuarto evangelio, Jesús revela su identidad a través de una expresión fuerte:
"Yo soy". Y al igual que el adjetivo "bueno" aplicado a pastor tenía un matiz
polémico con los "asalariados", también en la alegoría de hoy, Jesús se
presenta como la vid "verdadera", quizá aludiendo a la tradiciónbíblica que
presentaba al pueblo de Israel comparándolo con la vid (Cfr. Is. 5,1-7; Jer
2,21; Ez 17,1-10; Sal 80). Jesús es, así, el nuevo y verdadero Israel, de
quien el Padre puede estar contento y al que hay que estar unido para recibir
la savia de la vida nueva.
En la segunda parte del texto evangélico la atención se desplaza hacia
"los sarmientos". Se pasa, pues, al lenguaje exhortativo: "dar fruto",
"permaneced en mí". Se pone el acento en dos aspectos fundamentales: la
salvación es gratuita (viene del tronco a los sarmientos) pero al mismo
tiempo se deja toda la responsabilidad a éstos últimos. El lenguaje
escatológico y condenatorio del v. 6 ("los echan al fuego y los queman"),
subraya esa responsabilidad.
Se trata, pues, de "dar fruto abundante" permaneciendo unidos a Cristo.
En los versículos siguientes a los que hoy se leen en la liturgia se explica
que " cumpliendo mis mandamientos", es decir, que la unión con la vid que es
Cristo, se realiza en los hechos de la vida de cada día, no sólo con
palabras. Y éste es precisamente el tema que desarrolla la 2ª. lectura ("Hijos
míos, no amemos sólo con palabras y de boquilla, sino con obras y de verdad"
I Jn 3,18) y que el autor de los Hechos de los apóstoles ve realizado en la
comunidad primitiva, la cual gozaba de "la paz".

"Permanecer" en Nazaret
La figura de la vid, como la del árbol en general sugiere en primer
lugar la idea de estabilidad. Ese significado natural queda subrayado en el
evangelio de hoy por la insistencia de Jesús en el "permanecer" unidos a la
vid.
El verbo griego menein = permanecer, seguir, quedarse, es típico de
cuarto evangelio y es usado siempre para designar esa relación profunda
existente entre Cristo y sus discípulos. Ya en el A. T. se habla de la fe
como elemento esencial de la relación estable entre Dios y su pueblo: "Si no
creéis, no subsistiréis" (Is 7,9).
La larga permanencia de Jesús en Nazaret educa y reposa hoy nuestra
mirada en la figura de la viña para penetrar todo su significado. Cuando
Jesús habla hoy de permanecer unidos a Él tiene presente la inconstancia de
muchos que lo habían seguido en un primer momento y luego le abandonaron
como testimonia el mismo evangelio de Juan (Cfr cap. 6,66). Por otra parte
Él había explicado las condiciones para que la palabra sembrada dé fruto.
Por eso tendríatambién ante los ojos la limpia fidelidad de su madre
y de S. José. Ellos habían perseverado, habían permanecido fieles durante
todo el período de Nazaret; "Su madre conservaba en su corazón el recuerdo
de todo aquello" (Lc 2,52). Nosotros podemos ver en ellos "los dos olivos y
los dos candelabros que están en la presencia del Señor de la tierra" (Ap.
11,4; Zac. 4).
La fe, cuando dura en el tiempo y se traduce en obras, se llama
fidelidad y ese es el testimonio fundamental que recibimos de Nazaret cuando
leemos el evangelio de la viña. Frente a tantas infidelidades, pasadas y
recientes, la "estabilidad" de los testigos de Nazaret nos invita a dejar que
corra de forma permanente la vida que fluye constantemente de Cristo hacia
nosotros y se transforme en acciones concretas.
Esa "permanencia" es la condición de la fecundidad. Dar frutos sólo es
posible cuando las raíces son fuertes y sanas y cuando el tiempo ha permitido
el desarrollo de la planta y la maduración del fruto. No es, pues, tiempo
muerto el tiempo de Nazaret, sino testimonio de una vida que fluye siempre,
aun en los momentos en que nada se ve.

Corra abundante, Señor, la savia de tu Espíritu Santo
por tus vástagos para que se alegre el corazón del Padre
que con tanto amor te ha plantado y nos cuida.
Queremos celebrar hoy
y alegrarnos con los frutos que has dado
desde el árbol de la cruz
y unirnos cada vez m s a ti,
para que cuando el Padre nos pode,
sepamos, como tú, dejarle hacer
y ponernos confiadamente entre sus manos.

"Permanecer"
Permanecer, seguir con Jesús, estar unidos a Él, es la condición
indispensable para dar frutos, para cumplir nuestra misióny, en definitiva,
para ser eficaces.
Desde nuestros muchos quehaceres, desde nuestros muchos planes de
acción, de pastoral, de formación, es bueno, con el evangelio de hoy visto
desde Nazaret, pararnos a considerar que lo primero es estar unidos a Cristo,
si queremos hacer algo que valga la pena. El canal por donde fluye la vida
que produce frutos es nuestra relación con Él, nuestra relación duradera,
permanente, constante.
Como en otras ocasiones, vienen así valorizados para una verdadera
eficacia, todos esos momentos de apertura a Él sólo, de oración, de
permanencia y aguante en el dolor y en frustración vividos con fe, que tan
inútiles nos parecen a veces.
"Sin mí no podéis hacer nada" (Jn 15,6). Vivir hoy en el pleno sentido
de la palabra es aceptar que no hay una relación directa e inmediata entre
nuestro hacer y los frutos que de ello resultan. La maduración y la cosecha
"acontecen" no sin nosotros ciertamente, pero sí en modos y tiempos muy
distintos a lo que podemos pensar.
Celebramos hoy la vida, los frutos, que vienen no sólo del momento de
la floración, sino también del momento de la poda y del largo invierno
durante el cual en apariencia nada se mueve.

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29 de abril de 2012 - IV DOMINGO DE PASCUA – Ciclo B

"Yo soy el buen pastor"

Hechos 4,8-12
En aquellos días, Pedro, lleno del Espíritu Santo, dijo:
-Jefes del pueblo y senadores, escuchadme: porque le hemos hecho un
favor a un enfermo, nos interrogáis hoy para averiguar qué poder ha curado
a ese hombre. Pues quede bien claro, a vosotros y a todo Israel, que ha sido
el nombre de Jesucristo Nazareno, a quien vosotros crucificasteis y a quien
Dios resucitó de entre los muertos; por su nombre, se presenta éste sano ante
vosotros.
Jesús es la piedra que desechasteis vosotros los arquitectos, y que se
ha convertido en piedra angular; ningún otro puede salvar y, bajo el cielo,
no se nos ha dado otro nombre que pueda salvarnos.

I de Juan 3,1-2
Queridos hermanos:
Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios,
pues ¡lo somos!. El mundo no nos conoce porque no le conoció a Él.
Queridos: ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que
seremos. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a Él, porque
le veremos tal cual es.

Juan 10,11-18
En aquel tiempo dijo Jesús a los fariseos:
-Yo soy el buen Pastor. El buen pastor da la vida por las ovejas; el
asalariado, que no es pastor ni dueño de las ovejas, ve venir al lobo,
abandona las ovejas y huye; y el lobo hace estrago y las dispersa; y es que
a un asalariado no le importan las ovejas.
Yo soy el buen Pastor, que conozco a las mías y las mías me conocen,
igual que el Padre me conoce y yo conozco al Padre; yo doy mi vida por las
ovejas.
Tengo, además, otras ovejas que no son de este redil; también a esas
las tengo que traer, y escucharán mi voz y habrá un solo rebaño, un solo
Pastor.
Por eso me ama el Padre: porque yo entrego mi vida para poder
recuperarla. Nadie me la quita, sino que yo la entrego libremente. Tengo
poder para quitarla y tengo poder para recuperarla. Este mandato he recibido
del Padre.

Comentario
En este domingo la liturgia nos presenta cada año la figura del Buen
Pastor desde distintos puntos de vista. El evangelio de este ciclo invita a
considerar la persona misma de Jesús como pastor bueno subrayando el rasgo
de su entrega libre que lo diferencia netamente de los "mercenarios" y lo
coloca en una relación filial con el Padre.
Por tres veces (vers. 11,15,17) en el texto del evangelio se menciona
el desprendimiento de la propia vida. La primera para distinguir al buen
pastor del asalariado, la segunda para expresar su "amor por las ovejas" y
la tercera como motivo del amor que el Padre tiene por Él: "Por eso me ama
mi Padre, porque yo me desprendo de mi vida para recobrarla de nuevo".
Esta relación única y personalísima de Jesús con el Padre, puesta en
evidencia sobre todo en el misterio pascual de muerte y de resurrección, es
la que califica definitivamente a Jesús como pastor. El es el pastor en
cuanto es el Hijo del Padre.
La expresión "Yo soy", que hace eco a la revelación personal de Dios
en el Antiguo Testamento y la figura del pastor con la que Dios se había
identificado muchas veces (Cfr. Jer. 23; Ez 34; Zac. 13) para distinguirse
de los otros pastores, presentan la identidad de Jesús de modo absoluto. Pero
a renglón seguido se hace ver su dimensión relacional: Él es el Hijo ("este
encargo me ha dado el Padre", Jn 18,10).
Su condición de "pastor" es, pues, al mismo tiempo algo que define a
Jesús de modo total y absoluto pero al mismo tiempo lo pone en una relación
peculiarísima con el Padre. Esa relación Él la vive en la dimensión filial
de su vida que le lleva al don de sí, a la entrega generosa desde esa
libertad suprema de poder "desprenderse de su vida para recobrarla de nuevo".
De este modo se comprende que Jesús sea el "único" del que el hombre
pueda esperar la vida y la salvación, como insiste S. Pedro en el discurso
de la 1ª. lectura.

Jesús, el hijo
Jesús, anunciado como sucesor de David, "que reinará en la casa de
Jacob" (Lc 2,33), es en Nazaret ante todo el "hijo".
En el episodio de los tres días en el templo el evangelista lo muestra
ya con esa libertad interior de quien posee el dominio sobre su propia vida
(se pierde y se deja encontrar) que el texto de la misa de hoy pone también
en primer plano.
Pero ya en Nazaret ese aparente acto de insubordinación que es la
permanencia en Jerusalén, es visto por Lucas en relación con el Padre. La
vinculación misteriosa con "la casa de mi Padre", deja entrever esa relación
personal de Jesús con el Padre que comportará su muerte, resurrección y
glorificación.
Y como signo y ratificación de su condición filial con respecto al
Padre está su obediencia a María y a José durante su infancia y juventud. Es
este el modo más convincente de interpretar la obediencia y sumisión de Jesús
a sus padres.
Este es nuestro pastor, el modelo de pastor. Alguien de quien podemos
fiarnos totalmente, porque Él mismo es hijo, es decir obediente. Sabemos así
que entrando en su modo de ser, Él nos llevará al Padre.
Jesús, a quien contemplamos hoy como pastor y guía, es también, ya
desde su infancia "modelo del rebaño", como dice la primera carta de Pedro
(5,3).
Lo que da a Jesús su condición de pastor y Mesías es su vinculación
única con el Padre, pero esa condición no lo hace ajeno a nuestra condición
humana.
Mirando a Jesús en sus años de Nazaret, y desde ellos todo el arco de
su existencia terrena, podemos ver esa trayectoria nítida de libertad y
sometimiento que hacen de la obediencia a Dios y a los hombres un acto de
amor: algo que brota de lo más íntimo de la persona, algo que constituye al
hombre en una libertad nueva y lo lanza hacia espacios antes ignorados.
"Tengo otras ovejas que no son de este recinto" (Jn 10,16).

Señor Jesús, somos conocidos por ti,
como tu eres conocido por el Padre.
Tú eres nuestro pastor,
transparencia diáfana del rostro de Dios,
tú nos conoces y nos llevas a Él.
Introdúcenos, con la fuerza del Espíritu Santo,
en tu gesto supremo y permanente de donación
que es la eucaristía;
así llegaremos a la libertad radiante de los hijos
.

Somos hijos
"Hijos de Dios lo somos ya", dice S. Juan en la 2ª. lectura de hoy. La
unión con Jesús en el bautismo nos ha colocado en esa situación maravillosa.
Ser hijos hoy para nosotros, mirando al evangelio desde Nazaret, es
profundizar en esa situación de libertad interior que lleva a entregar
voluntariamente la vida por los demás: "De buena gana, como Dios quiere",
dice S. Pedro cuando habla de los pastores.
La condición de hijos nos lleva también a esa obediencia sencilla y
clara a quienes son constituidos como pastores, como lo hizo Jesús con María
y José, descubriendo en lo que ellos dicen y deciden "el encargo que me ha
dado el Padre" (Jn 10,18).
Esta condición filial de Jesús en Nazaret nos revela la de todo hombre,
a la vez responsable de otros y dependiente de ellos, y el camino para
vivirla hoy como hijos de Dios: entregar la propia vida con la fe puesta en
el Padre, sabiendo que un día nos la devolverá en modo nuevo.
La jornada de oración por las vocaciones que se celebra en este domingo
es una ulterior llamada a tomar conciencia de esa responsabilidad que tenemos
todos en la Iglesia: todos por ser hijos y hermanos somos responsables de la
vida de los otros (Gen 4,9). Jesús, el buen pastor, nos indica cómo vivir
hasta el fondo esa responsabilidad ministerial. En distintos modos y a varios
niveles el esquema de toda vocación es el mismo: responder a la llamada,
desprenderse de la propia vida para recobrarla "cuando Jesús se manifieste
y lo veamos como es, entonces seremos como Él" (I Jn 3,2).

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22 de abril de 2012 - III DOMINGO DE PASCUA – Ciclo B

"Soy yo en persona"

Hechos 3,13-15. 17-19
En aquellos días, Pedro tomó la palabra y dijo:
-Israelitas, ¿de qué os admiráis?, ¿por qué nos miráis como si hubiése-
mos hecho andar a éste por nuestro propio poder o virtud?. El Dios de Abra-
hán, de Isaac y de Jacob, el Dios de nuestros padres, ha glorificado a su
siervo Jesús, al que vosotros entregasteis ante Pilato, cuando había decidido
soltarlo.
Rechazasteis al santo, al justo y pedisteis el indulto de un asesino;
matasteis al autor de la vida, pero Dios lo resucitó de entre los muertos y
nosotros somos testigos.
Sin embargo, hermanos, sé que lo hicisteis por ignorancia y vuestras
autoridades lo mismo; pero Dios cumplió de esta manera lo que había dicho por
los profetas: que su Mesías tenía que padecer.
Por tanto, arrepentíos y convertíos, para que se borren vuestros
pecados.

II de Juan 2,1-5a
Hijos míos, os escribo esto para que no pequéis. Pero si alguno peca,
tenemos a uno que abogue ante el Padre: a Jesucristo, el Justo.
Él es la víctima de propiciación por nuestros pecados, no sólo por los
nuestros, sino también por los del mundo entero.
En esto sabemos que le conocemos: en que guardamos sus mandamientos.
Quien dice: "Yo le conozco" y no guarda sus mandamientos, es un mentiroso y
la verdad no está en él. Pero quien guarda su palabra, en él ciertamente el
amor de Dios ha llegado a su plenitud.

Lucas 24,35-48
En aquel tiempo contaban los discípulos lo que les había acontecido en
el camino y cómo reconocieron a Jesús en el partir el pan.
Mientras hablaban, se presentó Jesús en medio de sus discípulos y les
dijo:
-Paz a vosotros.
Llenos de miedo por la sorpresa, creían ver un fantasma. El les dijo:
-¿Por qué os alarmáis?, ¿por qué surgen dudas en vuestro interior?
Mirad mis manos y mis pies: soy yo en persona. Palpadme y daos cuenta de que
un fantasma no tiene carne y huesos, como veis que yo tengo.
Dicho esto, les mostró las manos y los pies. Y como no acababan de
creer por la alegría, y seguían atónitos, les dijo:
-¿Tenéis ahí algo que comer?
Ello le ofrecieron un trozo de pez asado. El lo tomó y comi¢ delante
de ellos. Y les dijo:
-Esto es lo que os decía mientras estaba con vosotros; que todo lo
escrito en la ley de Moisés y en los profetas y salmos acerca de mí, tenía
que cumplirse.
Entonces les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras. Y
añadió:
-Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los
muertos al tercer día, y en su nombre se predicará la conversión y el perdón
de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén.

Comentario
El tema central de las lecturas de este domingo es la salvación que
Cristo resucitado ofrece a sus discípulos y por medio de ellos a todos los
hombres.
El camino de la salvación empieza por el reconocimiento del propio
pecado (1ª. y 2ª. lecturas) y termina en el reconocimiento de Jesús como Señor
(evangelio).
La página del evangelio nos lleva de la mano a través de ese proceso
en el que Jesús, haciéndose compañero de camino del hombre, lo cambia por
dentro: primero a los dos de Emaús, luego a los apóstoles y a los que estaban
con ellos y, finalmente, a través de ellos "a todos los pueblos, empezando
por Jerusalén" (Lc 24,47).
De la desesperanza, el abatimiento y dispersión se pasa en el relato
evangélico, gracias a la fe que nace o renace, a la valentía del compromiso
y del testimonio.
Tres son los puntos que el evangelista destaca en este proceso de
transformación. Primero está el hacer comunidad. Jesús se aparece "mientras
hablaban", mientras los de Emaús cuentan lo que les ha pasado y los once
comunican su fe: "Ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón" (Lc
24,34). Segundo, está el reconocimiento del resucitado, vivo, presente, capaz
de intervenir en su vida: "soy yo en persona". Y, finalmente, como punto de
apoyo permanente que podrá generar siempre el proceso está la apertura del
entendimiento para comprender las Escrituras.
Existe en la Escritura, en efecto, una lógica (anuncio-cumplimiento)
que ahora los discípulos pueden entender, pero, sobre todo, mediante la fe,
pueden ahora constatar recreando así el camino que va de la certeza personal
a la comunión con los otros creyentes y al anuncio de la buena nueva de la
salvación a todos los pueblos. Es lo que Pedro hace en su discurso a los
judíos después de Pentecostés (1ª. lectura); es lo que Juan recuerda a todos
los cristianos: "Así podemos saber que estamos con Él" (I Jn 2,5).

"Ellos no comprendieron"
En los evangelios de la infancia de Cristo tenemos ya todo el
vocabulario evangélico referido a la inteligencia de las escrituras. Con la
misma fuerza del "así estaba escrito" (Lc 24,46), referido a la pasión y
muerte de Cristo, tenemos el "para que se cumpliera lo que dijeron los
profetas", repetido varias veces en los dos primeros capítulos de Mateo,
refiriéndolo a los acontecimientos de la infancia del Salvador.
Pero tenemos, sobre todo, la figura de María (y de José), a quien Lucas
presenta verdaderamente como la "virgo sapiens". Ella ya desde el principio
supo conservar en el corazón los hechos y las palabras, vivió en sí misma el
drama entender - no entender, drama que vivirán luego los discípulos de
Jesús a lo largo de todo el evangelio y hasta después de la resurrección.
Pero María mereció sobre todo ser bienaventurada porque ya en los comienzos
creyó en el cumplimiento de la Palabra de Dios: "¡Dichosa tú que has creído!
Porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá" (Lc 1,45).
Ese "entender las Escrituras" que Jesús da a sus discípulos consiste
no tanto en una penetración intelectual o en una capacidad de descubrir la
lógica de los acontecimientos por una concatenación establecida teóricamente,
sino en la apertura confiada al Dios fiel que promete y cumple y que conduce
todo según su sabiduría.
Esa es también la actitud básica de la Virgen de Nazaret. Ella creyó
en el momento de la anunciación que en el Hijo que se le prometía se iban a
cumplir las Escrituras: "Será grande, se llamará Hijo del Altísimo y el Señor
Dios le dará el trono de David su antepasado" (Lc 1,32). Y creyó que el
momento histórico que le tocaba vivir era el de la máxima actuación del
todopoderoso, que verdaderamente Dios estaba cumpliendo las promesas hechas
a Abrahán y a David (Lc 1,55).
Desde la "alegría de la fe" y el "asombro" de los apóstoles ante el
Señor resucitado comprendemos mejor la fe de María ("Alégrate, María, llena
de gracia") y de José; Y a su vez María y José nos enseñan a vivir esa
actitud básica del creyente (puro don de Dios) que consiste en "entender" las
Escrituras.

Ven, Espíritu Santo,
"Espíritu de la verdad" (Jn 16,13),
danos hoy el don de "comprender" las Escrituras,
de ver cómo se cumple en nosotros,
en las situaciones que ahora vivimos
y en el mundo actual, la Palabra de Dios,
manifestada en Jesús, el resucitado.
Ábrenos a la fuerza de la Palabra
que nos transforma y nos puede cambiar,
si somos testigos fieles, para el mundo en que vivimos.


La fuerza de la Palabra
El testigo necesita la fuerza de la Palabra. el apóstol Pedro,
dirigiéndose a su propio pueblo, se apoya en la fuerza de la Escritura para
afirmar la verdad de la resurrección de Jesús y para pedir, en su nombre, la
conversión. La consecuencia, en virtud de la misericordia y de la comprensión
de Dios manifestadas en Jesús, es "el perdón de los pecados" (Hech. 3,19).
No se trata de dominar con soltura las diversas formas que tiene el
hablar humano ni de la fuerza de persuasión que puede tener un discurso, sino
de la fuerza de la Palabra, que penetra el corazón y lleva a la persona a
ponerse ante su propia situación, a reconocerse a sí mismo y desde ahí,
abrirse al Dios misericordioso que en Cristo le ofrece la salvación.
Sólo quien ha echo el camino de vuelta de Emaús o, como Pedro, ha
llorado su traición, es capaz de dejar que la Palabra desarrolle todo su
poder de conversión primero en uno mismo y luego en los demás.
A ese testimonio fuerte somos llamados hoy en el "entender las
Escrituras" que el resucitado nos ofrece. Somos llamados a "predicar en su
nombre el arrepentimiento y el perdón de los pecados a todos los pueblos" (Lc
24,47).
La Escritura, testigo permanente e inalterable de la fidelidad de Dios,
es el apoyo siempre válido de todos los testigos del mensaje de Jesús. La
historia personal de cada uno, está contada ya en ella de forma objetiva e
irrecusable. Quien se abre a su mensaje, llega a la fe.

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15 de abril de 2012 - II DOMINGO DE PASCUA DE RESURRECCION – Ciclo B

"¡Señor mío y Dios mío!"

Hechos 4,32-35
En el grupo de los creyentes todos pensaban y sentían lo mismo: lo po-
seían todo en común y nadie llamaba suyo propio nada de lo que tenía.
Los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor con mucho
valor.
Todos eran muy bien vistos. Ninguno pasaba necesidad, pues los que
poseían tierras o casas las vendían, traían el dinero y lo ponían a
disposición de los Apóstoles; luego se distribuía según lo que necesitaba
cada uno.

I de Juan 5,1-6
Queridos hermanos:
Todo el que cree que Jesús es el Cristo ha nacido de Dios; y todo el
que ama a Aquel que da el ser, ama también al que ha nacido de Él.
En esto conocemos que amamos a los hijos de Dios: si amamos a Dios y
cumplimos sus mandamientos.
Todo el que ha nacido de Dios vence al mundo. Y esta es la victoria que
vence al mundo: nuestra fe; porque, ¿quién es el que vence al mundo, sino el
que cree que Jesús es el Hijo de Dios?
Este es el que vino con agua y con sangre: Jesucristo. No sólo con
agua, sino con agua y con sangre: y el Espíritu es quien da testimonio,
porque el Espíritu es la verdad.

Juan 20,19-31
Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los
discípulos en una casa con las puertas cerradas, por miedo a los judíos. Y
en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:
-Paz a vosotros. Y diciendo esto, les enseñó las manos y el costado.
Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:
-Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.
Y dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo:
-Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados les
quedan perdonados; a quienes se los retengáis les quedan retenidos.
Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando
vino Jesús. Y los otros discípulos le decían:
-Hemos visto al Señor. Pero él les contestó:
-Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en
el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo.
A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con
ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo:
-Paz a vosotros. Luego dijo a Tomás:
-Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi
costado; y no seas incrédulo, sino creyente.
Contestó Tomás: -¡Señor mío y Dios mío!- Jesús le dijo:
-¿Porque has visto has creído? Dichosos lo que crean sin haber visto.
Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús
a la vista de los discípulos. Estos se han escrito para que creáis que Jesús
es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su
Nombre.

Comentario
La exclamación de Tomás, el discípulo incrédulo-creyente, ante el Señor
resucitado es el punto final y culminante de toda la narración del cuarto
evangelio sobre el camino de fe recorrido por los discípulos de Jesús después
de su muerte en cruz. En el cap. 20 de este evangelio encontramos la
experiencia de fe de la Magdalena, de Pedro y del otro discípulo, de los
apóstoles y, finalmente, de Tomás.
Mucho podría decirse sobre la personalidad de Tomás desde el punto de
vista psicológico, pero la escena del "octavo día" narrada por el evangelista
tiene un valor eminentemente teológico. Se trata de narrar una de las muchas
"señales", escritas "para que vosotros creáis que Jesús es el Mesías" (Jn
20,30).
Con su acto de fe, punto final de un sufrido proceso, Tomás se suma a
los doce, es decir, a los que "han visto" al Señor (Jn 20,25). En su caso
aparecen claras dos características esenciales de la fe: es un don y es un
acto personal. El hecho de que sea el Señor quien sale al encuentro del
discípulo incrédulo con una aparición "suplementaria" atestigua el primer
aspecto y la confesión personalizada (Señor "mío" y Dios "mío") subraya el
segundo.
Y es en esta fe de los apóstoles, al mismo tiempo personal y
comunitaria, que tiene por objeto al Hijo de Dios, quien nos remite en último
término al Padre (cfr. 2ª. lectura), y que desemboca en el amor a Dios y a los
hermanos, en la que se funda nuestra fe. La fe primigenia de los apóstoles
tiene ese valor testimonial insustituible. Ellos son los que han visto. Sobre
ella se apoya la de quienes no hemos visto.
Esta fe en el Hijo de Dios que se hizo hombre sólo es posible gracias
al testimonio interno del Espíritu Santo, "porque el Espíritu es la verdad"(I
Jn 5,6), es decir actualiza y hace que podamos apropiarnos hoy de la verdad
que es Jesús.

La fe de Nazaret
La pretensión de evidencia con la que Tomás manifiesta su incredulidad
("si no toco, no creo... "), nos lleva, por contraste, a los primeros
testigos de nuestra fe: María y José. Ellos, como los apóstoles, oyeron,
vieron y palparon (I Jn 1,1) al Verbo de la vida.
Nuestra fe se apoya también, de otro modo, en su testimonio, pues así
como la fe de Tomás y sus compañeros nos garantiza la identidad entre el
crucificado y el resucitado (tocar con el dedo en la señal de los clavos),
del mismo modo, el testimonio de José y de María es la garantía, el sello,
de que el Hijo de Dios se ha hecho hombre.
Ese es el primer criterio para discernir la verdad de la fe. "Toda
inspiración que confiesa que Jesús es el Mesías venido ya en la carne mortal
procede de Dios, y toda inspiración que no confiesa a ese Jesús, no procede
de Dios" (I Jn 4,3).
El realismo al que nos lleva la incredulidad de Tomás, es el mismo al
que nos lleva la fe de María y de José, que presenciaron de tan cerca los
primeros pasos del Hijo de Dios en este mundo. "Estando allí le llegó el
tiempo del parto y dio a luz a su hijo primogénito: lo envolvió en pañales
y lo acostó en un pesebre" (Lc 2,7).
La fe de los apóstoles, vista a la luz de la de María y José, se sitúa
en la misma línea que va, por obra del Espíritu Santo, de la constatación de
lo que se ve y se toca a la confesión de lo que no se ve, pero es capaz de
cambiar la vida de las personas.
No por eso es menos importante el elemento material sobre el que se
apoya la fe. Contra la tendencia a exagerar el valor de lo trascendente hasta
despreciar lo sensible, está esa humildad de la fe cristiana que reconoce la
importancia de los signos, los cuales comportan un elemento material.
Recordemos el aforismo usado por los padres de la Iglesia: "Caro cardo
salutis", la carne es el quicio de la salvación.
Con María y José, con Tomás y los otros apóstoles, con tantos otros que
"no vieron" hoy se nos invita nuevamente a dar el salto de la fe y creer en
Jesús, el Hijo de Dios resucitado que nació en el tiempo para salvarnos.

¡Cuántas veces nos perdemos, Señor, como Tomás,
por los caminos tortuosos
de nuestra inteligencia y de nuestro corazón,
ávidos de evidencias, pero alejados de los hermanos!
Llévanos hoy tú,
con la acción firme y suave de tu Espíritu,
al recinto de la fe, al lugar donde te manifiestas,
con las puertas cerradas,
con las llagas en las manos, los pies y el corazón.
Abre nuestros ojos,
nuestras manos, nuestros pies y nuestro corazón
a la fe y al amor
.

Nuestra fe
Hay una lógica clara en la Palabra de Dios proclamada en este domingo
que lleva desde la fe en Cristo resucitado al amor fraterno y al compromiso
para construir la comunidad. Si la escuchamos de verdad nos sentiremos
invitados a abandonar nuestra automarginación para pasar, como Tomás, de la
incredulidad a la fe.
Pero esta fe, que es en un primer momento un dejarse alcanzar por la
gracia, un postrarse ante el Señor y confesarlo como Hijo de Dios, pasa ense-
guida a un compromiso de solidaridad y de testimonio. Tomás estaba con los
otros cuando Jesús se apareció al borde del lago de Galilea (Jn 21) y en el
cenáculo esperando la venida del Espíritu Santo (Hech 1).
La Palabra de Dios nos llama hoy a una vida renovada, a pasar de la
vida según la carne a la vida según en el Espíritu, a dar testimonio de haber
encontrado al Señor en compañía de los hermanos.
El mundo necesita el testimonio concreto, el realismo de la carne (como
en la encarnación, como en la resurrección) de nuestro testimonio individual
y comunitario. Esta es la fe que vence (I Jn 5,3). Quien no cree, necesita
hoy ver realizaciones concretas de la caridad que tengan la fe como
motivación.
Ojalá entendiéramos hoy que son inseparables en nuestra vida los dos
gestos en los que se vive la fe: el postrarse ante el Señor y el compartirlo
todo con los demás.

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8 de abril de 2012 - DOMINGO DE PASCUA DE RESURRECCION – Ciclo B

"No está aquí: ha resucitado"

Hechos 10, 34a. 37-43
En aquellos días, Pedro tomó la palabra y dijo:
-Vosotros conocéis lo que sucedió en el país de los judíos, cuando Juan
predicaba el bautismo, aunque la cosa empezó en Galilea. Me refiero a Jesús
de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó
haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo; porque Dios está
con Él.
Nosotros somos testigos de todo lo que hizo en Judea y en Jerusalén.
Lo mataron colgándolo de un madero. Pero Dios lo resucitó al tercer día y nos
lo hizo ver, no a todo el pueblo, sino a los testigos que Él había designado:
a nosotros, que hemos comido y bebido con Él después de su resurrección.
Nos encargó predicar al pueblo, dando solemne testimonio de que Dios
lo ha nombrado juez de vivos y muertos. El testimonio de los profetas es
unánime: que los que creen en Él reciben, por su nombre, el perdón de los
pecados.

Colosenses 3,1-4
Hermanos:
Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allí arriba,
donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de
arriba, no a los de la tierra.
Porque habéis muerto; y vuestra vida está con Cristo escondida en Dios.
Cuando aparezca Cristo, vida nuestra, entonces también vosotros apareceréis,
juntamente con Él, en gloria.

Juan 20,1-9
El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro al amane-
cer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro. Echó a
correr y fue donde estaba Simón Pedro y el otro discípulo, a quien quería
Jesús, y les dijo:
-Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto.
Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían
juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó
primero al sepulcro; y, asomándose, vio las vendas en el suelo: pero no
entró.
Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: Vio las
vendas en el suelo y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no por
el suelo con las vendas sino enrollado en un sitio aparte.
Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero
al sepulcro; vio y creyó.
Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que Él había de
resucitar de entre los muertos.

Comentario
Entre la disparidad de detalles que ofrecen los evangelistas sobre el
número de mujeres que fueron al sepulcro de Jesús el primer día de la semana,
sobre si eran uno o dos los Ángeles que allí estaban, sobre el mensaje que
dieron, sobre las idas y venidas del sepulcro al cenáculo, emerge en todos
ellos la afirmación esencial: "No está aquí: ha resucitado".
Leyendo los relatos de los evangelios sobre la resurrección de Jesús
se tiene esa impresión de movilidad, de dinamismo, de una gran verdad dicha
y callada al mismo tiempo ("no dijeron nada a nadie" Mc 16,8), algo que pasa
de boca en boca, que algunos creen y otros no. Da la sensación de que, como
siempre que ocurre algo importante e inaudito, los hechos desbordan la
capacidad de comunicación de las personas que los están viviendo. Todos
transmiten a su modo la misma cosa, pero la experiencia de cada uno es
fragmentaria. Hará falta tiempo para que lo esencial se vaya decantando.
Es bonito ver como el gran mensaje pascual, el centro del kerigma
cristiano, se va revelando en esas idas y venidas, en esas comunicaciones
precipitadas, en esas miradas, gestos, palabras, anuncios entrecortados que
tienen poco que ver con una declaración solemne y preparada de antemano, con
una manifestación o un discurso bien elaborado.
Se diría que la nueva vida del resucitado entra en la vida de los
primeros testigos de la resurrección a través de los canales normales de la
vida: una confidencia, una visita, un ir a avisar, correr, ir y venir,
moverse en medio de la agitación de cada día. Y a través de todo cruza como
un rayo de luz la gran noticia: "Ha resucitado".

"Vuestra vida está escondida con el Mesías en Dios"
Son las palabras de la carta a los Colosenses que se leen en esta
solemnidad, madre de todas las fiestas, y que pueden ayudarnos a contemplar
desde Nazaret el evento pascual.
Traducen la realidad de la vida nueva de quien , mediante el bautismo,
ha "resucitado con Cristo". La fe en Cristo coloca al bautizado en esa
situación de tensión que lleva a "estar centrado en las cosas de arriba"
mientras vive en esta tierra. La manifestación gloriosa es para más adelante.
Por eso podemos ver en la condición de vida de la familia de Nazaret
una imagen de la situación presente del cristiano. También en la aldea de
Nazaret alguien sabía ya quien era Jesús. Como en la mañana de la
resurrección, el misterio había sido revelado a los testigos en la aparición
de Ángeles, en las idas y venidas de Nazaret a Belén y de Belén a Nazaret.
El misterio estaba allí, en las situaciones ordinarias de una familia
cualquiera.
Verdaderamente fueron María y José los primeros que pudieron decir que
su vida estaba "escondida con el Mesías en Dios". Y ellos más que ningún otro
vivieron en la esperanza de que "cuando se manifieste el Mesías, que es
nuestra vida, con Él os manifestaréis vosotros gloriosos".
Una "vida escondida con el Mesías" fue la de Nazaret. Es el tiempo que
sigue al primer anuncio. Es el tiempo que sólo aguantan los que tienen en el
corazón la certeza de que Jesús es verdaderamente el Señor. Todavía sin pro-
clamarlo en público (no olvidemos que el discurso de Pedro que leemos hoy en
la primera lectura fue pronunciado después de Pentecostés) pero ya sabiéndolo
gozosamente, compartiéndolo en la comunidad-familia y testimoniándolo con una
vida "en Dios".
Vivir como en Nazaret es verdaderamente la vida del cristiano. Su fe
le introduce en una condición nueva en la que comparte la vida del Mesías,
aunque aún no se manifieste en todo su esplendor.

Señor, en esta mañana de la Pascua
te hemos visto glorioso,
como María en el camino.
Renueva nuestra fe,
que nos lleve a la certeza de la resurrección,
que nos lleve a testimoniarla y a anunciarla,
que nos lleve a crear comunidad en torno a ti
y a aguardar con gozo y esperanza
la efusión del Espíritu Santo.
Con Él iremos hasta los confines de la tierra
anunciando la gran noticia del amor del Padre
a todos los hombres y la posibilidad para todos
de pasar a una nueva vida
.

Vivir la pascua
Necesitamos cada año y cada semana celebrar la pascua para ir dejando
que la vida nueva del resucitado vaya transformándonos poco a poco. La fe en
la resurrección de Cristo es, ante todo, el compromiso de cambiar de vida,
de dejar que a través de los gestos ordinarios de nuestra existencia vaya pe-
netrando esa luz que viene de Él.
Nazaret nos invita a esconder nuestra vida con Cristo. No debemos
entenderlo como una cobardía o como un afán de rehuir la propias
responsabilidades. Es más bien la invitación a ese camino de vida nueva en
el que Cristo es no sólo compañero, sino ese agente interior de
transformación que va renovándolo todo, nuestra persona, nuestras comunidades
y el mundo entero, hasta que llegue el día de su manifestación. Entonces
caerá, como fruto maduro, ese hombre nuevo, esa comunidad nueva, ese mundo
nuevo que su gracia y nuestro esfuerzo han ido tejiendo en secreto, "en
Dios".
Ese es el camino de Nazaret y el camino de la pascua para nosotros hoy.
En realidad se trata de volver al proyecto primero que el amor de Dios tiene
para cada uno de nosotros y para el mundo. El hombre nuevo, fundamento de
todo, surge de la tumba de Nazaret, como Cristo, sólo surgió el tercer día, por la
potencia de Dios que actuó en Él y que actúa también en cada uno de nosotros,
si nos abrimos a Él.

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1 de abril de 2012 - DOMINGO DE RAMOS DE LA PASION DEL SEÑOR – Ciclo B

"Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios"

Isaías 50,4-7
Mi Señor me ha dado una lengua de iniciado, para saber decir al abatido
una palabra de aliento. Cada mañana me espabila el oído, para que escuche
como los iniciados.
El Señor Dios me ha abierto el oído; y yo no me he rebelado ni me he
echado atrás. Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, la mejilla a los que
mesaban mi barba. No oculté el rostro a insultos y salivazos. Mi Señor me
ayudaba, por eso no quedaba confundido; por eso endurecí mi rostro como peder-
nal, y sé que no quedaré avergonzado.

Filipenses 2,6-11
Hermanos:
Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría
de Dios; al contrario, se despojó de su rango, y tomó la condición de
esclavo, pasando por uno de tantos. Y así actuando como un hombre cualquiera,
se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz.
Por eso Dios lo levantó sobre todo, y le concedió el "Nombre-sobre-
todo-nombre"; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble -en el
Cielo, en la Tierra, en el Abismo-, y toda lengua proclame: "¡Jesucristo es
el Señor!", para gloria de Dios Padre.

Marcos 14,1-15,47
Faltaban dos días para la Pascua y los Ázimos. Los sumos sacerdotes y
los letrados pretendían prender a Jesús a traición y darle muerte. Pero
decían:
S. -No durante las fiestas; podría amotinarse el pueblo.
C. Estando Jesús en Betania, en casa de Simón, el leproso, sentado
a la mesa, llegó una mujer con un frasco de perfume muy caro, de nardo puro;
quebró el frasco y se lo derramó en la cabeza. Algunos comentaban indignados:
S. -¿A qué viene este derroche de perfume? Se podía haber vendido
por más de trescientos denarios para dárselo a los pobres.
C. Y regañaban a la mujer. Pero Jesús replicó:
J. -Dejadla, ¿por qué la molestáis? Lo que ha hecho conmigo está
bien. Porque pobres tendréis siempre con vosotros y podréis
socorrerlos cuando queráis; pero a mí no me tendréis siempre. Ella ha hecho lo
que podía: se ha adelantado a embalsamar mi cuerpo para la sepultura. Os
aseguro que, en cualquier parte del mundo donde se proclame el Evangelio, se
recordará también lo que ha hecho ésta.
C. Judas Iscariote, uno de los Doce, se presentó a los sumos sacer-
dotes para entregarles a Jesús. Al oírlo, se alegraron y le prometieron darle
dinero. Él andaba buscando la ocasión propicia para entregarlo.
El primer día de los Ázimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual,
le dijeron a Jesús sus discípulos:
S. -¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua?
C. -Él envió a dos discípulos diciéndoles:
J. -Id a la ciudad, encontraréis un hombre que lleva un cántaro de
agua; seguidlo, y en la casa en que entre, decidle al dueño: "El Maestro pre-
gunta: ¿Dónde está la habitación en que voy a comer la Pascua con mis
discípulos?". Os enseñará una sala grande en el piso de arriba, arreglada con
almohadones. Preparadnos allí la cena.
C. Los discípulos se marcharon, llegaron a la ciudad, encontraron
lo que les había dicho y prepararon la cena de Pascua. Al atardecer fue Él con
los Doce. Estando a la mesa comiendo dijo Jesús:
J. -Os aseguro, que uno de vosotros me va a entregar: uno que está
comiendo conmigo.
C. -Ellos, consternados. empezaron a preguntarle uno tras otro:
S. ¿Seré yo?
C. Respondió
J. -Uno de los Doce, el que está mojando en la misma fuente que yo.
El Hijo del Hombre se va, como está escrito; pero, ¡ay del que va a entregar
al Hijo del Hombre!; ¡más le valdría no haber nacido!
C. Mientras comían, Jesús tomó un pan, pronunció la bendición, lo
partió y se los dio diciendo:
J. -Tomad, esto es mi cuerpo.
C. Tomó luego una copa, pronunció la acción de gracias, se las dio y
todos bebieron. Y les dijo:
J. -Esta es mi sangre, sangre de la alianza, derramada por todos.
Os aseguro, que no volveré a beber del fruto de la vid hasta el día que beba
el vino nuevo en el Reino de Dios.
C Después de cantar el salmo, salieron para el Monte de los Olivos.
Jesús les dijo:
J. -Todos vais a caer, como está escrito: "Heriré al pastor y se
dispersarán las ovejas. "Pero cuando resucite, iré antes que vosotros a
Galilea.
C. Pedro replicó:
S. Aunque todos caigan, yo no.
C. Jesús le contestó:
J. -Te aseguro, que tú hoy, esta noche, antes que el gallo cante dos
veces, me habrás negado tres.
C. Pero él insistía:
S. Aunque tenga que morir contigo, no te negaré.
C. Y los demás decían lo mismo. Fueron a una finca, que llaman
Getsemaní y dijo a sus discípulos:
J. -Sentaos mientras voy a orar.
C. Se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan, empezó a sentir terror y
angustia, y les dijo:
J. -Me muero de tristeza: quedaos aquí velando.
C. Y, adelantándose un poco, se postró en tierra pidiendo que, si
era posible, se alejase de Él aquella hora; y dijo:
J. -¡Abba! (Padre): tú lo puedes todo, aparta de mí ese cáliz. Pero
no sea lo que yo quiero sino lo que tú quieres.
C. Volvió, y al encontrarlos dormidos. dijo a Pedro:
J. -Simón, ¿duermes?, ¿no has podido velar ni una hora? Velad y
orad, para no caer en la tentación; el espíritu es decidido, pero la carne
es débil.
C. De nuevo se apartó y oraba repitiendo las mismas palabras.
Volvió, y los encontró otra vez dormidos, porque tenían los ojos cargados.
Y no sabían qué contestarle. Volvió y les dijo:
J, -Ya podéis dormir y descansar. ¡Basta ya! Ha llegado la hora; mirad
que el Hijo del Hombre va a ser entregado en manos de los pecadores, ¡Levan-
taos, vamos! Ya está cerca el que me entrega.
C. Todavía estaba hablando, cuando se presentó Judas, uno de los
doce, y con él gente con espadas y palos, mandada por los sumos sacerdotes,
los letrados y los ancianos. El traidor les había dado una contraseña,
diciéndoles:
S. -Al que yo bese, es Él: prendedlo y conducidlo bien sujeto.
C. Y en cuando llegó, se acercó y le dijo:
S. -¡Maestro!
C. Y lo besó. Ellos le echaron mano y lo prendieron. Pero uno de los
presentes, desenvainando la espada, de un golpe le cortó la oreja al criado
del sumo sacerdote. Jesús tomó la palabra y les dijo:
J. -¿Habéis salido a prenderme con espadas y palos, como a caza de
un bandido? A diario os estaba enseñando en el templo, y no me detuvisteis.
Pero, que se cumplan las Escrituras.
C. Y todos lo abandonaron y huyeron. Lo iba siguiendo un muchacho
envuelto sólo en una sábana; y le echaron mano; pero él, dejando la sábana,
escapó desnudo.
Condujeron a Jesús a casa del sumo sacerdote, y se reunieron todos los
sumos sacerdotes y los letrados y los ancianos. Pedro lo fue siguiendo de
lejos, hasta el interior del patio del sumo sacerdote; y se sentó con los
criados a la lumbre para calentarse.
Los sumos sacerdotes y el sanedrín en pleno buscaban un testimonio
contra Jesús, para condenarlo a muerte; y no lo encontraban. Pues, aunque
muchos daban falso testimonio contra Él, los testimonios no concordaban. Y
algunos, poniéndose de pie, daban testimonio contra Él diciendo:
S. -Nosotros le hemos oído decir: "Yo destruiré este templo,
edificado por hombres, y en tres días construiré otro no edificado por
hombres."
C. Pero ni en esto concordaban los testimonios.
El sumo sacerdote se puso en pie en medio e interrogó a Jesús:
S. -¿No tienes nada que responder? ¿Qué son estos cargos que
levantan contra ti?
C. Pero Él callaba, sin dar respuesta. El sumo sacerdote lo
interrogó de nuevo preguntándole:
S. -¿Eres tú el Mesías, el Hijo de Dios bendito?
C. Jesús contestó:
J. -Sí, lo soy. Y veréis que el Hijo del Hombre está sentado a la
derecha del Todopoderoso y que viene entre las nubes del cielo.
C. El sumo sacerdote se rasgó las vestiduras diciendo:
S. -¿Qué falta hacen más testigo? Habéis oído la blasfemia. ¿Qué
decidís?
C. Y todos lo declararon reo de muerte. Algunos se pusieron a
escupirle, y tapándole la cara, lo abofeteaban y le decían:
S. -Haz de profeta.
C Y los criados le daban bofetadas.
Mientras Pedro estaba abajo en el patio, llegó una criada del sumo
sacerdote y, al ver a Pedro calentándose, lo miró fijamente y dijo:
S. -También tú andabas con Jesús el Nazareno.
C. El lo negó diciendo:
S. -Ni sé ni entiendo lo que quieres decir.
C. Salió fuera al zaguán, y un gallo cantó. La criada, al verlo,
volvió a decir a los presentes:
S. -Este es uno de ellos.
C. Y él volvió a negar. Al poco rato también los presentes dijeron
a Pedro:
S. -Seguro que eres uno de ellos, pues eres galileo.
C. Pero él se puso a echar maldiciones y a jurar:
S. -No conozco a ese hombre que decís.
C. Y en seguida, por segunda vez, cantó el gallo. Pedro se acordó
de las palabras que le había dicho Jesús: "Antes de que cante el gallo dos
veces, me habrás negado tres", y rompió a llorar.
Apenas se hizo de día, los sumos sacerdotes con los ancianos, los
letrados y el sanedrín en pleno, prepararon la sentencia; y, atando a Jesús,
lo llevaron y lo entregaron a Pilato.
Pilato le preguntó:
S. -¿Eres tú el rey de los judíos?
C. Él respondió:
J. -Tú lo dices.
C. Y los sumos sacerdotes lo acusaban de muchas cosas. Pilato le
preguntó de nuevo:
S. -¿No contestas nada? Mira de cuántas cosas te acusan.
C. Jesús no contestó más; de modo que Pilato estaba muy extrañado.
Por la fiesta solía soltar un preso, el que le pidieran. Estaba en la
cárcel un tal Barrabás, con los revoltosos que habían cometido un homicidio
en la revuelta. La gente subió y empezó a pedir el indulto de costumbre.
Pilato les contestó:
S. -¿Queréis que os suelte al rey de los judíos?
C. Pues sabía que los sumos sacerdotes se lo habían entregado por
envidia. Pero los sumos sacerdotes soliviantaron a la gente para que pidieran
la libertad de Barrabás. Pilato tomó de nuevo la palabra y les preguntó:
S. -¿Qué hago con el que llamáis rey de los judíos?
C. Ellos gritaron de nuevo:
S. -¡Crucifícalo!
C. Pilato les dijo:
S. -Pues ¿qué mal ha hecho?
C. Ellos gritaron más fuerte:
S. -¡Crucifícalo!
C. Y Pilato, queriendo dar gusto a la gente, les soltó a Barrabás;
y a Jesús, después de azotarlo, lo entregó para que lo crucificaran.
Los soldados se lo llevaron al interior del palacio -al pretorio- y
reunieron a toda la compañía. Lo vistieron de púrpura, le pusieron una corona
de espinas, que habían trenzado, y comenzaron a hacerle el saludo:
S. -¡Salve, rey de los judíos!
C. Le golpearon la cabeza con una caña, le escupieron; y, doblando
las rodillas, se postraban ante Él.
Terminada la burla, le quitaron la púrpura y le pusieron su ropa. Y lo
sacaron para crucificarlo. Y a uno que pasaba, de vuelta del campo, a Simón
de Cirene, el padre de Alejandro y de Rufo, lo forzaron a llevar la cruz.
Y llevaron a Jesús al Gólgota (que quiere decir lugar de "La
Calavera"), y le ofrecieron vino con mirra; pero Él no lo aceptó. Lo
crucificaron y se repartieron sus ropas, echándolas a suerte, para ver lo que
se llevaba cada uno.
Era media mañana cuando lo crucificaron. En el letrero de la acusación
estaba escrito: EL REY DE LOS JUDIOS. Crucificaron con Él a dos bandidos, uno
a su derecha y otro a su izquierda. Así se cumplió la Escritura que dice: "Lo
consideraron como un malhechor".
Los que pasaban lo injuriaban, meneando la cabeza y diciendo:
S. -¡Anda!, tú que destruías el templo y lo reconstruías en tres
días, sálvate a ti mismo bajando de la cruz.
C. Los sumos sacerdotes, se burlaban también de Él diciendo:
S. -A otros ha salvado y a sí mismo no se puede salvar. Que el Me-
sías, el rey de Israel, baje ahora de la cruz, para que lo veamos y creamos.
C. También los que estaban crucificados con Él lo insultaban. Al
llegar el mediodía toda la región quedó en tinieblas hasta la media tarde.
Y a la media tarde, Jesús clamó con voz potente:
J. -Eloí Eloí lamá sabactaní. (Que significa: Dios mío, Dios mío,
¿por qué me has abandonado?)
C. Algunos de los presentes, al oírlo, decían:
S. -Mira, está llamando a Elías.
C. Y uno echó a correr y, empapando una esponja en vinagre, la
sujetó a una caña, y le daba de beber diciendo:
S. -Dejad, a ver si viene Elías a bajarlo.
C. Pero Jesús dando un fuerte grito, expiró. El velo del templo se
rasgó en dos, de arriba abajo. El centurión, que estaba enfrente, al ver
cómo había expirado, dijo:
S. -Realmente este hombre era Hijo de Dios.
C. Había también unas mujeres que miraban desde lejos; entre ellas
María Magdalena, María la madre de Santiago el Menor y de José y Salomé,
que cuando Él estaba en Galilea, lo seguían para atenderlo; y otras muchas
que habían subido con Él a Jerusalén.
Al anochecer, como era el día de la Preparación, víspera del sábado,
vino José de Arimatea, noble magistrado, que también aguardaba el reino de
Dios; se presentó decidido ante Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús.
Pilato se extrañó de que hubiera muerto ya; y, llamando al centurión
le preguntó si hacía mucho tiempo que había muerto.
Informado por el centurión, concedió el cadáver a José. Este compró una
sábana y, bajando a Jesús, lo envolvió en la sábana y lo puso en un sepulcro,
excavado en una roca, y rodó una piedra a la entrada del sepulcro.
María Magdalena y María, la madre de José, observaban dónde lo ponían.

Comentario
El relato de la pasión que leemos hoy en el evangelio de Marcos es el
más antiguo y se caracteriza por su sencillez, objetividad y dramaticidad.
Se diría que estamos ante un proceso verbal de los hechos, que el evangelista
ofrece para que cada uno saque las consecuencias.
Siguiendo la línea narrativa, tenemos en primer lugar la preparación
a la pascua con la escena en casa de Simón, el leproso, y los preparativos
en Jerusalén, que crean el ambiente adecuado y ofrecen ya varios motivos de
reflexión. Viene luego la cena pascual en la que Jesús anticipa
sacramentalmente su entrega total y donde se cruzan como un relámpago el
anuncio de la traición de Judas y del abandono de Pedro. La impresión de que
Jesús vive su drama solo, ya sentida durante la cena, se acentúa durante la
oración en Getsemaní y culmina luego en la cruz.
El doble proceso a que Jesús es sometido, ante las autoridades
religiosas judías y ante Pilato, pone de manifiesto su condición de Mesías
y de Rey. Ambos culminan con la muerte en la cruz. Jesús, abandonado de
todos, ora con las palabras del salmo 21, la oración del justo sometido al
dolor; su plegaria se hace grito angustioso al expirar.
En ese momento se rasga el velo del templo, como para indicar que a
partir del sacrificio de Jesús, todos tienen acceso en Él a Dios. Y el
primero que pasa por esa nueva puerta abierta es el centurión quien, en las
antípodas del sumo sacerdote, reconoce en Jesús, por el modo cómo le ha visto
morir, al Hijo de Dios: "Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios".
Esa es también la confesión de fe que cada uno de nosotros es invitado
a hacer escuchando el evangelio de hoy. Sólo así será verdaderamente
evangelio, es decir, buena nueva.

En los comienzos
Los relatos de la pasión son el núcleo más primitivo del evangelio. Su
contenido fue el primer anuncio postpascual. Entorno a él la primitiva
comunidad cristiana y luego los evangelistas fueron recuperando (y de algún
modo interpretando) los otros acontecimientos referentes a la vida de Jesús,
desde su bautismo (Marcos), desde su encarnación y nacimiento (Lucas y
Mateo).
Por eso, ya desde los comienzos, los evangelistas ven o interpretan
ciertos datos a la luz de los acontecimientos pascuales. Esto facilita y
legitima de alguna manera el camino de quien quiere leer el evangelio desde
Nazaret.
Juan dice en el prólogo de su evangelio que el Verbo "vino a su casa
y los suyos no le recibieron". Ese rechazo tiene su punto culminante en la
negativa del sumo sacerdote y sus acompañantes a reconocer a Jesús como "el
Mesías, el Hijo de Dios bendito". "Todos sin excepción pronunciaron sentencia
de muerte" (Mc 14,64).
Este juicio y condena, expresión de la ceguera culpable de las
autoridades religiosas, está ya de algún modo anticipada en la turbación que
produjo en "Jerusalén entera" la visita de los magos al principio de la vida
de Jesús (Mt 2,34). La persecución desencadenada por Herodes contra los
inocentes marca ya el camino de oposición a quien, del modo que fuera,
pudiera hacer sombra al detentador del poder. A través de otros episodios se
llegará así al drama que hoy contemplamos.
La muerte de Jesús en la cruz no es un accidente. El previó y anunció
varias veces lo que iba a suceder. ¿Desde cuándo? Los evangelios presentan
varios anuncios de la pasión. Quizá nosotros podamos percibir algunos otros
y aprender a introducirnos poco a poco, desde Nazaret, en el misterio de la
pasión y de la muerte del Señor. El ya cuando tenía 12 años estuvo en
aquellos lugares donde se produjo su condena haciendo las primeras preguntas
y dando las primeras respuestas...

Señor Jesús, creemos en ti
y te reconocemos como Hijo de Dios
junto con el centurión
y todos aquellos a quienes has liberado
con tu muerte en la cruz.
Junto a ti, Señor, queremos vivir hoy
la agonía de los que son víctima de la injusticia,
de la calumnia, de la incomprensión...
En tu grito tremendo de muerte
ponemos el sufrimiento
de todos los que se sienten abandonados.
Danos tu espíritu filial, tu Espíritu Santo,
que nos lleve a abrazar a todos
y caminar con ellos hacia el Padre
.

El paso de la fe
"Hermanos, tenemos libertad para entrar en el santuario llevando la
sangre de Jesús y tenemos un acceso nuevo y viviente que Él nos ha abierto
a través de la cortina, que es su carne, y tenemos además un gran sacerdote
al frente de la familia de Dios" (Heb 10,19-21). Es la invitación a dar, como
el centurión, el paso de la fe, que consiste en reconocer en "aquel hombre"
al "Hijo de Dios".
Esa es la puerta que nos da la inmensa libertad de la fe; libertad que
quita todas las trabas para acercarnos a Dios en Cristo Jesús, libertad que
debe llevarnos a ese modo nuevo de vivir que consiste en entregarse
totalmente para la salvación de los hombres.
La contemplación de la cruz desde Nazaret debería educar nuestra mirada
para reconocer los rasgos dramáticos del Calvario no sólo en las situaciones
finales, irreversibles, donde ya todo está claro, sino también en esas otras
que todavía tienen un futuro, pero donde se encuentran ya larvados todos los
gérmenes que producirán un día la opresión y la muerte del inocente. Pero
además está pidiendo nuestro empeño para evitar la tragedia desde los
comienzos y para reconocer todo el drama de la redención en las proporciones
modestas de muchas situaciones de nuestra vida de cada día.

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25 de marzo de 2012 - V DOMINGO DE CUARESMA – Ciclo B

"Queremos ver a Jesús"

Jeremías 31,31-34
Mirad que llegan días -oráculo del Señor- en que haré con la casa de
Israel y la casa de Judá una alianza nueva.
No como la que hice con vuestros padres, cuando los tomé de la mano
para sacarlos de Egipto: Ellos, aunque yo era su Señor, quebrantaron mi
alianza; -oráculo del Señor-. Sino que así será la alianza que haré con
ellos, después de aquellos días -oráculo del Señor-: Meteré mi ley en su
pecho, la escribiré en sus corazones; yo seré su Dios, y ellos serán mi
pueblo.
Y no tendrá que enseñar uno a su prójimo, el otro a su hermano, dicien-
do: Reconoce al Señor. Porque todos me conocerán, desde el pequeño al grande
-oráculo del Señor-, cuando perdone sus crímenes, y no recuerde sus pecados.

Hebreos 5,7-9
Cristo, en los días de su vida mortal, a gritos y con lágrimas,
presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte, cuando en
su angustia fue escuchado.
Él, a pesar de ser Hijo, aprendió sufriendo a obedecer. Y, llevado a
la consumación, se ha convertido para todos los que le obedecen en autor de
salvación eterna.

Juan 12,20-33
En aquel tiempo entre los que habían venido a celebrar la Fiesta había
algunos gentiles; estos, acercándose a Felipe, el de Betsaida de Galilea, le
rogaban:
-Señor, quisiéramos ver a Jesús.
Felipe fue a decírselo a Andrés; y Andrés y Felipe fueron a decírselo
a Jesús.
Jesús les contestó:
-Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del Hombre. Os
aseguro, que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo;
pero si muere, da mucho fruto. El que se ama a sí mismo, se pierde, y el que
se aborrece a sí mismo en este mundo, se guardará para la vida eterna. El que
quiera servirme, que me siga y donde esté yo, allí también estará mi
servidor; a quien me sirva, el Padre le premiará.
Ahora mi alma está agitada y, ¿qué diré?: Padre, líbrame de esta hora.
Pero si por esto he venido, para esta hora. Padre, glorifica tu nombre.
Entonces vino una voz del cielo:
-Lo he glorificado y volveré a glorificarlo.
La gente que estaba allí y lo oyó decía que había sido un trueno; otros
decían que le había hablado un Ángel.
Jesús tomó la palabra y dijo:
-Esta voz no ha venido por mí, sino por vosotros. Ahora va a ser juzga-
do el mundo; ahora el Príncipe de este mundo va a ser echado fuera. Y cuando
yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí.
Esto lo decía dando a entender la muerte de que iba a morir.

Comentario
La Palabra de Dios nos invita a caminar en este domingo con ánimo
renovado hacia la pascua. El deseo de ver a Jesús manifestado a Felipe por
algunos peregrinos griegos, con el que se abre el evangelio, da pie a una
catequesis sobre el misterio pascual.
Tenemos que notar en primer lugar que en el lenguaje del cuarto
evangelio "ver" es algo más que una percepción de las cosas. Para Juan el
verbo ver cuando va referido a Jesús significa frecuentemente creer. A partir
de esa interpretación, avalada por muchos textos (Cfr. Jn 1,14; 18,51; 3,11.
32 ...), el lector de la Palabra es invitado a entrar y situarse en la "hora"
de Jesús, el momento en que "es glorificado" el Hijo del Hombre.
Ese momento descrito por el evangelio de hoy es llamado el Getsemaní
del cuarto evangelio y tiene una intensidad inmensa, subrayada por el
realismo del sufrimiento de Jesús en el paso de la carta a los Hebreos.
El Hijo, en medio de su agitación interior, acepta la voluntad del
Padre: "Padre, manifiesta la gloria tuya", es decir acepta su propia muerte,
como pone de manifiesto la parábola del grano de trigo narrada poco antes.
Y nosotros somos invitados a "ver" a Jesús, es decir a reconocer en Él
al Señor, no porque otros nos lo digan, sino por nosotros mismos (2ª.
lectura), por ese movimiento interior del corazón que da la fe, don del
Espíritu Santo, que lleva a creer en Él.
Pero creer en Él significa compartir su destino: "El que quiera
seguirme, que me siga, y allí donde esté yo, está también mi servidor" (Jn
12,26).
Esta es la nueva alianza en la que se nos propone entrar hoy como
pueblo de Dios y cada uno individualmente: "Esta es la alianza que haré con
la casa de Israel en aquellos días". Esta es la alianza que renovamos hoy
participando en la eucaristía.

"aprendió a obedecer"
El pasaje de la carta a los Hebreos que leemos hoy, puede darnos una
pista para meditar el evangelio desde Nazaret, es decir, desde "los días de
su vida mortal", o "de su carne", si se traduce a la letra, indicando así la
debilidad, sufrimiento y limitación de la condición humana de Jesús.
También este texto podría llamarse el Getsemaní de la carta a los
Hebreos. En él se pone de manifiesto que Jesús era verdaderamente un hombre,
como lo revela también a su modo la permanencia en Nazaret. El Hijo de Dios
recorrió verdaderamente todas las etapas de la aventura humana, sin dejar de
lado el sufrimiento y la muerte.
"Sufriendo aprendió a obedecer". El que había crecido en Nazaret
"sumiso" a María y a José, tuvo que dar luego ese último y supremo paso del
aprendizaje de la obediencia, mediante el sufrimiento. Camino duro el de la
obediencia, sobre todo si se tiene que dar en la escuela del dolor.
Jesús, profundamente humano en Nazaret y en Getsemaní, obediente a sus
padres y a su Padre, comparte la condición del hombre que se somete ante el
silencio y el misterio de Dios: silencio y misterio de los largos años de
Nazaret, silencio y misterio de la cruz.
Fue la penetración progresiva en nuestra tierra durante los largos años
de Nazaret lo que permitió a aquel "buen grano" de trigo, sembrado por el
Espíritu Santo en el seno de María, consumirse totalmente en su pasión y
muerte para ser "causa de salvación eterna de todos los que le obedecen a
Él". Ese es el misterioso plan de Dios: quien es obediente y se somete, por
la resurrección de entre los muertos, llegará a ser Señor a quienes todos
obedecen y a quien todo le está sometido; "Dios le escuchó, pero después de
aquella angustia" (Heb. 5,8).
Así pues, quien "podía liberarlo de la muerte" no lo hizo sino después
de haberlo dejado compartir plenamente nuestra condición humana, a través del
sufrimiento y de la muerte, para indicar por donde pasa el camino de nuestra
vida y de nuestra salvación.

Padre, junto con Jesús
ponemos toda nuestra confianza en ti:
"glorifica tu nombre";
"sea santificado tu nombre".
Queremos colocarnos con Él "en la brecha" (Eclo 45,23),
"con oraciones, súplicas, gritos y lágrimas"
e interceder por el pueblo que sufre,
por quienes no ven sentido a su sufrimiento,
por quienes no encuentran luz en su vida,
por quienes no saben esperar cuando tu callas.
Pueda, Señor, nuestra oración y nuestra entrega,
unidas a las de Cristo,
ser también fuente de Amor y de vida nueva
.

Entrar en la "nueva alianza"
Necesitamos siempre una conversión del corazón, de lo más profundo de
nosotros mismos, si queremos permanecer en la condición filial de Jesús, tal
y como aparece en el evangelio de hoy. Quizá sea esta experiencia de
filiación la más profunda y la más dolorosa que podamos vivir.
Compartir la condición filial de Jesús, en la que hemos sido
introducidos por el bautismo, no es perderse en vanos lamentos ante un Dios
aparentemente mudo e incomprensible. Se trata de dar el salto de la fe para
abandonarse con absoluta confianza entre las manos del Padre y de entregar
en el mismo gesto la vida por los demás. Tal es el impulso único del corazón
ganado por el amor.
El camino del discípulo y de toda comunidad cristiana es el de la cruz.
No podemos imaginar una fecundidad verdadera que no pase por la donación, en
plena libertad , de la propia vida.
La cruz queda así como signo que corrige toda ilusión de una eficacia
fácil y también todo desaliento ante la prueba, porque sabemos que, como para
Jesús, también para nosotros, en la cruz queda sellada la alianza nueva de
Dios con los hombres y de esa alianza surge el hombre plenamente libre y
totalmente realizado.


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18 de marzo de 2012 - IV DOMINGO DE CUARESMA – Ciclo B

"Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único"

2§ Crónicas 36,14-16. 19-23
En aquellos días, todos los jefes de los sacerdotes y el pueblo
multiplicaron sus infidelidades, según las costumbres abominables de los
gentiles, y mancharon la Casa del Señor, que Él se había construido en
Jerusalén.
El Señor, Dios de sus padres, les envió desde el principio avisos por
medio de sus mensajeros, porque tenía compasión de su pueblo y de su Morada.
Pero ellos se burlaron de los mensajeros de Dios, despreciaron sus palabras
y se mofaron de sus profetas, hasta que subió la ira del Señor contra su
pueblo a tal punto, que ya no hubo remedio.
Incendiaron la Casa de Dios y derribaron las murallas de Jerusalén;
pegaron fuego a todos sus palacios y destruyeron todos sus objetos preciosos.
Y a los que escaparon de la espada los llevaron cautivos a Babilonia, donde
fueron esclavos del rey y de sus hijos hasta la llegada del reino de los
persas; para que se cumpliera lo que dijo Dios por boca del Profeta Jeremías:
"Hasta que el país haya pagado sus sábados, descansará todos los días
de la desolación, hasta que se cumplan los setenta años".
En el año primero de Ciro, rey de Persia, en cumplimiento de la Palabra
del Señor, por boca de Jeremías, movió el Señor el espíritu de Ciro, rey de
Persia, que mandó publicar de palabra y por escrito en todo su reino:
"Así habla Ciro, rey de Persia: El Señor, el Dios de los cielos, me ha
dado todos los reinos de la tierra. Él me ha encargado que le edifique una
Casa en Jerusalén, en Judá. Quien de entre vosotros pertenezca a su pueblo,
¡sea su Dios con él y suba!"

Efesios 2,4-10
Dios, rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó: estando
nosotros muertos por los pecados, nos ha hecho vivir con Cristo -por pura
gracia estáis salvados- nos ha resucitado con Cristo Jesús y nos ha sentado
en el cielo con Él.
Así muestra en todos los tiempos la inmensa riqueza de su gracia, su
bondad para con nosotros en Cristo Jesús.
Porque estáis salvados por su gracia y mediante la fe. Y no se debe a
vosotros, sino que es un don de Dios: y tampoco se debe a las obras, para que
nadie pueda presumir.
Somos, pues, obra suya. Dios nos ha creado en Cristo Jesús, para que
nos dediquemos a las buenas obras, que Él determinó practicásemos.

Juan 3,14-21
En aquel tiempo dijo Jesús a Nicodemo:
-Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que
ser elevado el Hijo del Hombre, para que todo el que cree en Él tenga vida
eterna.
Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que no
perezca ninguno de los que creen en Él, sino que tengan vida eterna.
Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para
que el mundo se salve por Él.
El que cree en Él, no será condenado; el que no cree, ya está
condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios.
Esta es la causa de la condenación: que la luz vino al mundo, y los
hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas.
Pues todo el que obra perversamente detesta la luz, y no se acerca a
la luz, para no verse acusado por sus obras.
En cambio, el que realiza la verdad se acerca a la luz, para que se vea
que sus obras están hechas según Dios.

Comentario
En Jesús levantado en la cruz tenemos la plena revelación del amor de
Dios al hombre y al mundo. Al acto de donación por parte del Padre,
corresponde por parte de Jesús la entrega generosa y total (inmolación) para
salvarnos.
La Palabra proclamada hoy por la Iglesia nos presenta en primer término
el resumen de un siglo de historia del pueblo de Israel. El cuadro puede
resultar emblemático para el conjunto de la historia humana y de nuestra
historia personal. Al pecado del hombre se contrapone la oferta de amor, de
amistad y de liberación por parte de Dios.
Esta historia de salvación tiene su punto culminante en el momento en
que Jesús, el Hijo de Dios, muere en la cruz.
La radicalidad y el alcance profundo, tanto del gesto de Dios como de
las transformaciones operadas en el hombre por la vida nueva son subrayados
por S. Pablo. El apóstol habla del "Dios rico en misericordia" y del "gran
amor con que nos amó" y refiriéndose al hombre dice que "cuando estábamos
muertos por las culpas, nos dio la vida por el Mesías" (Ef 2,4)
En esa revelación del amor de Dios está también la revelación de quién
es el hombre: misterio de pecado y de ansia de liberación. Su drama se juega,
como apunta la última parte del pasaje evangélico, en el dilema
juicio-salvación, luz-tinieblas, hacer el bien-hacer la verdad.
La única vía señalada por el evangelio está en esa mirada a quien ha
sido elevado en la cruz, que traduce la actitud profunda de quien cree
verdaderamente.

Jesús bajó a Nazaret
En el lenguaje simbólico del cuarto evangelio, el camino de Jesús hacia
el Calvario y la sucesión de los tormentos que le fueron infligidos en su
pasión hasta llegar a la crucifixión, son vistos como una progresiva
elevación y glorificación porque son contemplados por el evangelista a la luz
de la pascua.
En el pasaje que leemos hoy hay ya un indicio de ese modo de ver las
cosas, cuando recordando la experiencia del pueblo de Israel en el desierto,
afirma que "también el Hijo del hombre tiene que ser levantado en alto, para
que todos los que crean en Él tengan vida eterna" (Jn 13,14)
Ese camino de abajamiento y humillación que es la pasión y muerte en
cruz, visto por Juan como elevación, nos hace pensar en Nazaret y aprender
a leer el Evangelio a la luz de ese misterioso abajamiento y limitación que
supone la encarnación. "Jesús bajó a Nazaret", dice S. Lucas, en sentido
geográfico porque Jerusalén está más elevada. Pero, guiados por el
evangelista Juan, podemos ver en ese camino en descenso un paso en la
trayectoria seguida por Jesús que va desde su salida de Dios hasta su muerte
en la cruz (Jn 3,13). La mirada del creyente, que según Juan debe volverse
al crucificado, puede descubrir ya en quien bajó a Nazaret los mismos rasgos
de aquel que subió a la cruz para salvar a los hombres. Y nuestra mirada
debería estar llena de luz y de confianza, como la de María y José, a cuya
autoridad Él se sometió.
Nazaret se sitúa así en el camino que va hacia la cruz y nos revela
también el amor de Dios "que dio a su Hijo único" y lo dio a través de una
familia como para hacernos comprender mejor lo que significa tener un hijo
sólo y sacrificarlo por alguien. En ese gesto inaudito, que humanamente
hablando nubla todo el horizonte de esperanza de una familia, (en este caso
la de Dios) se escondía misteriosamente el triunfo de la resurrección y de
la donación de la vida nueva a la multitud.

Padre santo, viendo a tu Hijo Jesús,
hemos comprendido tu amor inmenso.
Su donación total
es la revelación de tu deseo
de hacer pasar el hombre de la muerte a la vida,
de las tinieblas a la luz,
de la condena a la salvación.
Te pedimos tu espíritu de amor,
que nos lleve con confianza,
a someter toda nuestra vida
al juicio de tu misericordia
y a imitar el gesto de Jesús,
que ofreció su vida para que todos se salve
n.

"Hacer la verdad"
La Palabra de Dios que hemos leído hoy nos juzga y nos salva a la vez.
Ella nos revela quien es Dios quienes somos nosotros, pero después del gesto
amoroso de Dios coloca entre nuestras manos la posibilidad de una respuesta
positiva.
Necesitamos una profunda actitud de acogida para dejar que la luz
penetre en nuestra situaciones de pecado y visite nuestras tinieblas. Este
"hacer la verdad" (hacer la luz) en nosotros mismos es el primer paso para
obrar conforme a la verdad y acercarnos a la luz de la vida en nuestras
palabras y en nuestras actividades.
La claridad interior, llena de la misericordia de Dios, es la mirada
que salva, mirada de la fe que reconoce en Jesús muerto en la cruz a aquel
hijo del hombre que bajó del cielo para redimir a todos los hombres. La
verdad es que aquél a quien miramos, también nosotros lo hemos traspasado (Jn
19,37)
Muchas veces no logramos "hacer la verdad" en nuestra vida ni "venir
a la luz" porque rehusamos comprender el signo (la cruz) que da sentido a
todos los otros signos. Nos aferramos en ver en lo que hay de cruz en nuestra
vida sólo un signo de muerte cuando deberíamos ver que representa la entrega
hasta el final de nuestras fuerzas y de nuestro amor. sólo entonces el
abajamiento de Nazaret está en función de la elevación de la cruz.

******************************************************
11 de marzo de 2012 - III DOMINGO DE CUARESMA – Ciclo B

"El celo por tu casa me consumirá"

Éxodo 20,1-17
El Señor pronunció las siguientes palabras:
Yo soy el Señor, tu Dios, que te saqué de Egipto, de la esclavitud.
No tendrás otros dioses frente a mí. No te harás ídolos ni figura alguna
de lo que hay arriba en el cielo, abajo en la tierra, o en el agua debajo de
la tierra.
No te postrarás ante ellos, ni les darás culto; porque yo, el Señor tu
Dios, soy un dios celoso: castigo el pecado de los padres en los hijos,
nietos y biznietos, cuando me aborrecen. Pero actúo con piedad por mil
generaciones cuando me aman y guardan mis preceptos.
No pronunciarás el nombre del Señor, tu Dios, en falso. Porque no
dejará el Señor impune a quien pronuncie su nombre en falso.
Fíjate en el sábado para santificarlo. Durante seis días trabaja y haz
tus tareas, pero el día séptimo es un día de descanso, dedicado al Señor, tu
Dios: no harás trabajo alguno, ni tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu esclavo,
ni tu esclava, ni tu ganado, ni el forastero, que vive en tus ciudades.
Porque en seis días hizo el Señor el cielo, la tierra, el mar y lo que hay
en ellos. Y el séptimo día descansó; por eso bendijo el Señor el sábado y lo
santificó.
Honra a tu padre y a tu madre: así prolongarás tus días en la tierra,
que el Señor, tu Dios, te va a dar.
No matarás. No cometerás adulterio. No robarás. No darás testimonio
falso contra tu prójimo. No codiciarás los bienes de tu prójimo: no
codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su esclavo, ni su esclava, ni un buey,
ni un asno, ni nada que sea de él.

Corintios 1,22-25
Hermanos:
Los judíos exigen signos, los griegos buscan sabiduría. Pero nosotros
predicamos a Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los
griegos; pero para los llamados a Cristo -judíos o griegos-: fuerza de Dios
y sabiduría de Dios.
Pues lo necio de Dios es más sabio que los hombres; y lo débil de Dios
es más fuerte que los hombres.

Juan 2,13-25
En aquel tiempo se acercaba la Pascua de los judíos y Jesús subió a
Jerusalén. Y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y
palomas, y a los cambistas sentados; y, haciendo un azote de cordeles, los
echó a todos del templo, ovejas y bueyes, y a los cambistas les esparció las
monedas y les volcó las mesas y a los que vendían palomas les dijo:
-Quitad esto de aquí: no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre.
Sus discípulos se acordaron de lo que está escrito: "el celo de tu casa
me devora".
Entonces intervinieron los judíos y le preguntaron:
-¿Qué signos nos muestras para obrar así?
Jesús contestó:
-Destruid este templo, y en tres días lo levantaré.
Los judíos replicaron:
-Cuarenta y seis años ha costado construir este templo, ¿y tú lo vas
a levantar en tres días?
Pero Él hablaba del templo de su cuerpo. Y cuando resucitó de entre los
muertos, los discípulos se acordaron de que lo había dicho, y dieron fe a la
Escritura y a la Palabra que había dicho Jesús.
Mientras estaba en Jerusalén por las fiestas de Pascua, muchos creyeron
en su nombre, viendo los signos que hacía; pero Jesús no se confiaba con
ellos, porque los conocía a todos y no necesitaba el testimonio de nadie
sobre un hombre, porque Él sabía lo que hay dentro de cada hombre.

Comentario
Al igual que en el episodio de las bodas de Caná, que precede al
evangelio propuesto para este domingo, el evangelista Juan ofrece con el
hecho narrado una serie de connotaciones simbólicas que ayudan a leerlo más
en profundidad.
Jesús expulsa a los mercaderes del templo. Pero no es que Él pretenda
con ese gesto reformar el culto del templo de Jerusalén y llevarlo a su
primitiva pureza. Su acción, como ocurre frecuentemente en el cuarto
evangelio, es un signo. La purificación del templo es ese signo de la
"destrucción " del templo: "destruid este templo y en tres días lo levantaré"
(2,19). La segunda parte de la frase puesta por Juan en boca de Jesús nos
remite al signo definitivo que será su muerte y resurrección. A partir de
ésta, el verdadero templo será su cuerpo, es decir éste será el "lugar" del
verdadero culto dado a Dios, "en espíritu y en verdad". . Su cuerpo muerto
y resucitado será en la época de la nueva alianza el punto de encuentro entre
Dios y el hombre.
Ese es el gran signo, escándalo para unos y locura para otros, como
dice S. Pablo en la segunda lectura, y pone a prueba la fe verdadera. De esa
fe habla también la última parte del evangelio. La fe, en efecto, es esa
capacidad de leer e interpretar los signos de los tiempos desde dentro, no
deteniéndose en la realidad material del signo sino yendo hacia el contenido.
Y en la catequesis simbólica que propone el cuarto evangelio el contenido del
signo es evidentemente Cristo, muerto y resucitado. Sólo a partir de esa fe
auténtica, que Jesús conoce, es posible interpretar correctamente los hechos
de su vida y también (añadimos nosotros) los de nuestra propia historia.

El signo de Nazaret
El cuerpo "destruido" de Jesús a través de su pasión y de su muerte,
se fue construyendo poco a poco en Nazaret.
A partir de la fe en el gran signo, el último y definitivo, que es la
resurrección, ¿tendrá algún significado el crecimiento "en estatura" que
llevó a cabo en Nazaret?
"En tres días lo levantaré", decía Jesús hablando de su propia
resurrección. Pero sus adversarios, razonando en un modo puramente humano,
le recuerdan los "cuarenta y seis años" que había costado el construirlo.
Ellos, sin embargo, observa Juan "no sabían que el templo del que hablaba era
su propio cuerpo" (v 21). Lo maravilloso del signo está, pues, en el
contraste entre los "tres días" y los "cuarenta y seis años".
La construcción del cuerpo-templo de Jesús se hizo poco a poco, piedra
a piedra, en Nazaret. El misterio de muerte y destrucción que precedió el
gran momento del "levantamiento" del sepulcro contradice la perspectiva
humana del crecimiento y la maduración. Es una "locura" y un "escándalo".
Y sin embargo, si miramos más en detalle las cosas, todo crecimiento
lleva consigo un aspecto de muerte y de destrucción, y esto ya en el orden
natural. Lo sorprendente es que esto se dio también en el orden de la gracia,
por voluntad e inmenso amor del Padre. Se trata de esa vinculación entre la
muerte de Cristo y nuestra vida nueva, entre la destrucción de su cuerpo y
esa maravillosa fecundidad manifestada en la Iglesia y en el reino.
De este modo, una vez más la sombra de la cruz se proyecta sobre
Nazaret y nos ayuda a comprender el maravilloso desarrollo del cuerpo de
Cristo, no como una prolongación natural de su crecimiento en Nazaret, sino
como fruto de la "destrucción" a la que voluntariamente se sometió.
La maravilla del signo está en que el crecimiento "en estatura", lento
y progresivo, según el orden natural, es señal de ese otro crecimiento, "en
tres días", que supone la fuerza resucitadora de Dios.

Te bendecimos, Padre,
por tu maravilloso designio de salvación.
Animados por el espíritu Santo,
que en el bautismo has derramado sobre nosotros,
queremos alabarte y darte gracias
"en espíritu y en verdad",
desde el templo nuevo, reconstruido,
que es el Cuerpo de Cristo.
En comunión con Él,
y sintiéndonos piedras vivas,
queremos aceptar y cumplir tu voluntad,
queremos ofrecer nuestra propia existencia
"como sacrificio vivo, consagrado y agradable" a ti
.

Nuestro sacerdocio
Los pasos de conversión que el tiempo de cuaresma nos pide, deben
llevarnos a una progresiva incorporación a Cristo, quien se ofreció a sí
mismo como sacrificio agradable al Padre para salvar al mundo. Él es, como
dice una plegaria eucarística, al mismo tiempo "sacerdote, víctima y altar".
Nuestro bautismo, que nos hace templo del espíritu Santo, nos capacita
también para la maravillosa función de ser, en Cristo, sacerdotes de nuestra
propia ofrenda, de nuestra propia existencia. Ese es nuestro "culto
espiritual" (Rom 12,2). En el fondo la intervención de Jesús en el templo de
Jerusalén no trataba de modificar las leyes del culto hebraico, sino de
llegar a ese culto nuevo que se basa en la fe en su persona y tiene el
bautismo como signo sacramental.
Se trata, pues, en nuestro esfuerzo de conversión, de purificar nuestra
fe, "Él conocía al hombre por dentro" (Jn 2,26), para que nuestra ofrenda sea
verdadera y pura.
Sólo la adhesión a Jesús , que lleva a compartir su destino de
"destrucción-reconstrucción" nos pone en camino para transformar toda nuestra
existencia según la voluntad de Dios. Ese es el sentido de los mandamientos
que hoy se leen en la primera lectura. Su práctica concreta produce el hombre
nuevo que encuentra su realización en el reino de Dios predicado por Cristo.

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4 de marzo de 2012 - II DOMINGO DE CUARESMA – Ciclo B

"Allí se transformó delante de ellos"

Génesis 22,1-2. 9a. 10-13. 15-18
En aquellos días Dios puso a prueba a Abrahán llamándole:
- ¡Abrahán!
El respondió:
-Aquí me tienes.
Dios le dijo:
-Toma a tu hijo único, al que quieres, a Isaac, y vete al país de Moria
y ofrécemelo allí en sacrificio, sobre uno de los montes que yo te indicaré.
Cuando llegaron al sitio que le había dicho Dios, Abrahán levantó allí
un altar y apiló leña. Entonces Abrahán tomó el cuchillo para degollar a su
hijo; pero el Ángel del Señor gritó desde el cielo:
- ¡Abrahán, Abrahán!
Él contestó:
-Aquí me tienes.
El Ángel le ordenó:
-No alargues la mano contra tu hijo ni le hagas nada. Ahora sé que
temes a Dios, porque no te has reservado a tu hijo, tu único hijo.
Abrahán levantó los ojos y vio un carnero enredado por los cuernos en
la maleza. Se acercó, tomó el carnero y lo ofreció en sacrificio en lugar de
su hijo. El Ángel del Señor volvió a gritar a Abrahán desde el cielo:
-Juro por mí mismo -oráculo del Señor-: por haber hecho eso, por no
haberte reservado tu hijo, tu único hijo, te bendeciré, multiplicaré a tus
descendientes como las estrellas del cielo y como la arena de la playa. Tus
descendientes conquistarán las puertas de las ciudades enemigas. Todos los
pueblos del mundo se bendecirán con tu descendencia, porque me has obedecido.

Romanos 8,31b-34
Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? El que no
perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó a la muerte por nosotros, ¿cómo
no nos dará todo con Él? ¿Quién acusará a los elegidos de Dios?
Dios es el que justifica, ¿Quién condenará?, ¿será acaso Cristo que
murió, más aún, resucitó y está a la derecha de Dios, y que intercede por
nosotros?.

Marcos 9,1-9
En aquel tiempo Jesús se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan, subió con
ellos solos a una montaña alta, y se transfiguró delante de ellos. Sus
vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como no puede dejarlos
ningún batanero del mundo.
Se les aparecieron Elías y Moisés conversando con Jesús. Entonces Pedro
tomó la palabra y le dijo a Jesús:
-Maestro. ¡Qué bien se está aquí! Vamos a hacer tres chozas, una para
ti, otra para Moisés y otra para Elías.
Estaban asustados y no sabía lo que decía.
Se formó una nube que los cubrió y salió una voz de la nube:
-Este es mi Hijo amado; escuchadlo.
De pronto, al mirar alrededor, no vieron a nadie más que a Jesús, solo
con ellos.
Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó: No contéis a nadie lo
que habéis visto hasta que el Hijo del Hombre resucite de entre los muertos.
Esto se les quedó grabado y discutían qué querría decir aquello de
resucitar de entre los muertos.

Comentario
La cuaresma se nos presenta cada año como una ocasión para ir
penetrando cada vez más s profundamente y viviendo con mayor intensidad el
misterio de la cruz de Cristo. El evangelio de la transfiguración de Cristo
nos encamina hacia la pascua, misterio de muerte y de vida, de dolor y de
resurrección.
A la luz de la primera lectura (episodio del sacrificio de Isaac) Jesús
es visto en el camino de su pasión, que sigue a la transfiguración, como el
verdadero hijo de Abrahán, el hijo de la promesa.
Los santos Padres han visto constantemente en el sacrifico de Isaac una
figura del sacrifico de Cristo. Con la diferencia de que Dios, que ve y
provee (tal es el significado de la palabra Moria que designa el lugar donde
tuvieron lugar los hechos), no dejó que el hijo de Abrahán fuera sacrificado,
mientras que el sacrificio de su hijo se consumó realmente.
La fe y obediencia de Abrahán nos remiten así como un espejo al Padre
que entrega a su hijo para la salvación de todos los hombres: "No escatimó
a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros", leemos en la 2ª.
lectura.
Con estas palabras en el corazón, podemos contemplar la anticipación
de la resurrección reflejada en el rostro luminoso de Jesús sobre el monte
Tabor. Este momento de gloria no anula, pues, el paso doloroso que suponen
la pasión y la muerte en la cruz, no le quita su amargura y seriedad, como
tampoco el final feliz del episodio de Abrahán restó dramatismo a la prueba.
El evangelio de hoy nos lleva a considerar el misterioso designio de
Dios, que comprende el paso de Jesús por la hora de la muerte, pero que
culmina en su resurrección. Ello suscita en nosotros una profunda esperanza
basada en su palabra: "Si Dios está a favor nuestro, ¿quién podrá estar en
contra?" (Rom 8,31)
El seguimiento de Cristo se ilumina as¡ desde el inmenso amor del
Padre, del que podemos estar absolutamente seguros, si compartimos su suerte.

Desde Nazaret
Desde Nazaret se ve el monte Tabor. Aparece a la vez como una cumbre
cercana y misteriosa. Para los habitantes de la zona, y en modo particular
para los de las suaves colinas de Nazaret, el Tabor debía ser percibido, en
su soledad, sencillamente como "el monte". Para la sensibilidad religiosa del
israelita aquella montaña, que con sus 528 metros de altura domina la llanura
de Izre'el, evocaba, sin duda, la otra montaña , la montaña por excelencia
de la Biblia, el Horeb, donde Dios había manifestado su gloria a Moisés y a
todo el pueblo al salir de Egipto.
El horizonte geográfico donde transcurrió la infancia y juventud de
Jesús con María y José, incluía la silueta del Tabor y seguramente ninguno
de ellos escapó a su poder evocador.
Los mosaicos que adornan la actual basílica edificada sobre la cima del
Tabor pueden ayudarnos a contemplar el evangelio de hoy desde Nazaret. El
ábside de la nave central está ocupado por la figura resplandeciente de
Cristo transfigurado, y a ambos lados las dos capillas dedicadas a Moisés y
Elías. En las paredes laterales están representadas las cuatro
"transfiguraciones" o manifestaciones de Jesús: el nacimiento, la muerte, la
resurrección y la eucaristía. En esa serie de manifestaciones tiene su lugar
propio la que se produjo en el Tabor ante los tres apóstoles elegidos.
Para nosotros es importante considerar hoy que el tiempo de Nazaret se
sitúa después de la primera manifestación (el nacimiento de Jesús y los
acontecimientos que lo acompañaron). La Sagrada Familia vivió esos
acontecimientos como una verdadera manifestación de la presencia de Dios en
el niño Jesús.
Para ellos tuvieron también esos acontecimientos ese efecto anticipador
(al menos así los interpretaron los evangelistas), que la transfiguración
tuvo para los apóstoles. Como éstos, tampoco ellos comprendieron (Mc 9,10 =
Lc 2,50). Pero la fe y la esperanza que suscitaron en su corazón les dio
aliento para vivir en lo cotidiano de la vida, en las llanuras de Nazaret,
lo que habían visto en su monte.

Te bendecimos, Padre, por la efusión del Espíritu Santo
que ha producido el envío de tu hijo amado
para salvarnos.
Queremos escucharlo, como tú nos mandas,
y ponernos tras sus huellas en el camino que lleva,
por la entrega total de nosotros mismos
en favor de los demás,
a la cruz y a la muerte.
Sabemos que ese es el camino que nos lleva,
como a Jesús, a la luz definitiva de la resurrección
.

Para vivir hoy
La mirada al Cristo transfigurado en el Tabor proyectada desde Nazaret
nos da nuevos ánimos para llevar nuestra cruz en lo cotidiano de la vida.
Amplias son las llanuras de la Galilea de todos los días. Pero allí
Tabor sólo hay uno. Hay momentos en los que parece vivimos ya la mañana
radiante de la resurrección, cuando el Señor nos alegra por dentro y nos
sentimos dispuestos a caminar sobre las alturas. Pero muchas otras veces el
camino es pesado y se hace largo. Las pruebas, pequeñas pruebas que nos da
la vida o que el Señor nos envía, sólo encuentran una respuesta de amor y de
obediencia, cuando en el corazón brilla la esperanza que da la fe.
La transfiguración, signo de la resurrección, que, como los discípulos,
tenemos que mantener muchas veces en secreto, o, como María, guardarlo todo
y meditarlo en nuestro corazón, es hoy en nuestro camino un estímulo para
nuestra esperanza.
Para nosotros, como para los apóstoles, bajar del monte es emprender
un camino que ciertamente terminará en la cruz, si seguimos a Jesús. Pero el
haber visto su rostro ya transfigurado da a la vida un sabor nuevo y comunica
energía para continuar por largo tiempo andando por el llano, del que los
años de Nazaret son el mejor paradigma.

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26 de febrero de 2012 - I DOMINGO DE CUARESMA – Ciclo B

"El Espíritu lo empujó al desierto"

Génesis 9,8-15
Dios dijo a Noé y a sus hijos:
-Yo hago un pacto con vosotros y con vuestros descendientes, con todos
los animales que os acompañaron, aves, ganado y fieras, con todos los que
salieron del arca y ahora viven en la tierra. Hago un pacto con vosotros: El
diluvio no volverá a destruir la vida ni habrá otro diluvio que devaste la
tierra.
Y añadió:
-Esta es la señal del pacto que hago con vosotros y con todo lo que
vive con vosotros, para todas las edades: Pondré mi arco en el cielo, como
señal de mi pacto con la tierra. Cuando traiga nubes sobre la tierra,
aparecerá en las nubes el arco y recordará mi pacto con vosotros y con todos
los animales, y el diluvio no volverá a destruir los vivientes.

I de Pedro 3,18-22
Queridos hermanos:
Cristo murió por los pecados una vez para siempre: el inocente por los
culpables, para conducirnos a Dios.
Como era hombre, lo mataron; pero como poseía el Espíritu, fue devuelto
a la vida.
Con este Espíritu fue a proclamar su mensaje a los espíritus
encarcelados que en un tiempo habían sido rebeldes, cuando la paciencia de
Dios aguardaba en tiempos de Noé, mientras se construía el arca, en la que
unos pocos -ocho personas- se salvaron cruzando las aguas.
Aquello fue un símbolo del bautismo que actualmente os salva: que no
consiste en limpiar una suciedad corporal, sino en impetrar de Dios una con-
ciencia pura, por la resurrección de Cristo Jesús Señor nuestro, que está a
la derecha de Dios.

Marcos 1,12-15
En aquel tiempo el Espíritu empujó a Jesús al desierto. Se quedó en el
desierto cuarenta días, dejándose tentar por Satanás; vivía entre alimañas
y los Ángeles le servían.
Cuando arrestaron a Juan, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el
Evangelio de Dios; decía:
-Se ha cumplido el plazo, está cerca el Reino de Dios. Convertíos y
creed la Buena Noticia.

Comentario
El ciclo pascual, que comienza con el período preparatorio de la
cuaresma, da una luz nueva a los textos de la liturgia. Seguimos, sin
embargo, leyendo el cap. I de Marcos que narra los comienzos de la misión de
Jesús y, en ese contexto, su experiencia de desierto y de tentación.
Marcos subraya dos aspectos en esta experiencia que marca los comienzos
de la llamada vida pública de Jesús: que fue el Espíritu Santo, bajado sobre
Él en el bautismo, quien lo empujó hacia el desierto y que este lugar, donde
tiene lugar la prueba y la tentación (Dt 8,2ss), es también el ámbito donde
Dios se acerca al hombre, donde se deja sentir con más fuerza su presencia,
su amor, su palabra (Os 2,14).
Podemos ver más detenidamente el último aspecto teniendo presentes las
lecturas que acompañan al evangelio de hoy. Según Marcos, Jesús "estaba con
las fieras, y los Ángeles lo servían" (1,13). Podemos ver en esta frase una
expresión de la paz mesiánica (Is. 11,6-9), esa reconciliación cósmica
anunciada para los últimos días que evoca la situación paradisíaca del
hombre. Esa misma paz universal en la que también los animales y demás
elementos del cosmos participan, es el contenido de la alianza de Dios con
Noé. El momento de la prueba (el diluvio, el desierto) manifiestan así la vo-
luntad de Dios de devolver al hombre a su condición primera, a aquella situa-
ción paradisíaca en que el hombre estaba en armonía consigo mismo, con la
naturaleza y con su Creador.
El comienzo de la cuaresma nos lleva así a través de los textos
litúrgicos a considerar nuestra condición de bautizados que nos coloca en una
situación de "creación nueva". El bautismo nos ha introducido, en efecto ,
en la experiencia pascual de Cristo, quien ya desde el desierto vence a
Satanás, victoria que culminará con la cruz y la resurrección.

Nazaret, tiempo de desierto
Quizá nos hemos acostumbrado a una imagen demasiado idílica de la
Sagrada Familia en Nazaret.
Desde el evangelio de hoy, podemos ver todo el tiempo de Nazaret como
un tiempo privilegiado de encuentro filial con Dios, de obediencia serena,
de confianza en su amor y en su poder. Sin dejar de lado este aspecto,
Nazaret fue también para Jesús, y para María y José, un tiempo de prueba, una
etapa en la que tuvieron que resistir los ataque del mal. Pruebas fueron
ciertamente los desplazamientos de los comienzos, pero también fue una prueba
la monotonía de los días, el cansancio de la espera, el ocultamiento del
misterio que ellos conocían.
Instintivamente estamos llevados a ver el tiempo de la prueba como un
momento breve, por el que se pasa como sobre ascuas. Ciertamente vemos la
importancia de la fidelidad en esos momentos, pero tendemos a verlo como algo
aislado del conjunto de nuestra vida. Quizá el evangelio de la prueba de
Jesús en el desierto, leído en Nazaret, pueda decirnos hoy que el desierto
no es tal o cual momento de nuestra vida, sino una dimensión permanente de
la misma.
Los largos años del desierto de Nazaret pueden ser una imagen de la
vida entera y una revelación de cómo la tentación, el abandono aparente de
Dios y la oscuridad anidan en lo más profundo de toda existencia cristiana
y ésto a lo largo de todos los días.
Ver la prueba del Señor en lo cotidiano de nuestras vidas no es
minusvalorar el tiempo de la cuaresma o los momentos de gran tentación. Es
quizá el mejor modo de vivirlos, incorporándolos a lo normal de la vida.
Esa fue también la experiencia de Jesús, que vivió treinta años en
Nazaret y luego, cuando empezó su ministerio, fue llevado por el Espíritu al
desierto, y allí "Satanás lo ponía a la prueba". tentación última que pone
de manifiesto la fidelidad de siempre.

Te bendecimos, Padre, por tu alianza con los hombres
y con todo lo creado.
Te bendecimos porque en Cristo esa alianza universal
se ha hecho real y duradera
mediante el sacrificio de la cruz.
Reaviva en nosotros el Espíritu
que llevó a Jesús a bajar a Nazaret y a ir al desierto,
para que también nosotros sepamos
optar radicalmente por ti en el momento de la prueba
y en toda nuestra vida.

Vivir el desierto
El comienzo de la cuaresma, como todos los comienzos en los que se
juega una parte importante de nuestra existencia, nos propone volver a las
cosas esenciales. Hoy concretamente a replantear nuestra vida partiendo del
bautismo y a vivir en nuestra situación actual la pureza primera de nuestra
relación con Dios, con nosotros mismos y con todo el mundo.
El camino cuaresmal es un viaje a nuestras raíces cristianas que
concluirá en la vigilia pascual, noche bautismal por excelencia.
La experiencia de Jesús en el desierto, acompañado por la fieras y
servido por los Ángeles, nos indica que esa situación de armonía completa,
reflejo de otra más profunda que es la armonía con Dios, sólo llega después
de haber vencido la tentación del diablo. Y sabemos que ese primer combate
llegó a su culmen cuando en el momento de la pasión y de la muerte se
desataron, por así decirlo, todas las potencias del mal.
Nuestro camino con Jesús, viviendo el misterio de Nazaret, nos lleva
a incorporar toda la dramaticidad de la vida cristiana a la existencia de
cada día, dónde la opción por Dios, debe ir haciéndose cada vez más clara e
intensa, hasta que efectivamente Él, como en el desierto, lo sea todo. No
porque las demás cosas ya no existan, sino porque es quien les da sentido a
todas.
Viviendo así estamos seguros que en el momento de la prueba sabremos
también nosotros optar definitivamente por Él.
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