VOLVER A NAZARET - Hno. Teodoro Berzal

23 de junio de 2013 - XII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO – Ciclo C

                            "El Mesías de Dios"
                                                  
      Lucas 9,18-24
      Una vez que Jesús estaba orando solo, en presencia de sus discípulos,
les preguntó:
      - ¿Quién dice la gente que soy yo?
      Ellos contestaron:
      - Unos que Juan el Bautista, otros que Elías, otros dicen que ha vuelto
a la vida uno de los antiguos profetas.
      Él les preguntó:
      - Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?
      Pedro tomó la palabra y dijo:
      - El Mesías de Dios.
      Él les prohibió terminantemente decírselo a nadie. Y añadió:
      - El Hijo del Hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los
ancianos, sumos sacerdotes y letrados, ser ejecutado y resucitar al tercer
día.
      Y, dirigiéndose a todos, dijo:
      - El que quiera seguirme, que se niegue a sí  mismo, cargue con su cruz
cada día y se venga conmigo. Pues el que quiera salvar su vida, la perderá;
pero el que pierda su vida por mi causa, la salvará.

Comentario
      La Palabra de Dios proclamada hoy en la Iglesia nos lleva a una
cuestión central en el Evangelio. ¿Quién es Jesús?
      Jesús, "que estaba orando solo en presencia de sus discípulos", propone
Él mismo la cuestión en dos tiempos. En el primero pregunta por la opinión
"de la gente" y recoge varias respuestas, todas ellas difusas e inseguras.
En el segundo propone la pregunta directamente y en forma personal a sus
discípulos.
      Pedro reconoce el primero de forma explícita que Jesús es el Cristo,
el Ungido de Dios, el Mesías. Es la primera declaración pública de la
identidad de Jesús, es decir, la primera vez en que es proclamado Señor y
Salvador, anticipando así el tiempo en que todos los discípulos, toda la
Iglesia lo proclamará el Señor.
      La prohibición por parte de Jesús de decírselo a los otros, de revelar
a otros el secreto, así como el posterior anuncio de la pasión y muerte en
cruz, parece tener una doble finalidad. Por una parte la de apartar de la
figura del Mesías que Jesús encarna las resonancias nacionalistas y po-
líticas, y por otra la de mostrar el modo absolutamente sorprendente en que
llegaría a ser constituido Señor y Salvador: la pasión y muerte en cruz.
      Llegar a aceptar este camino no sólo supone un cambio radical de
mentalidad, sino ponerse ya en marcha: aceptar en la propia vida la rea-
lización de la voluntad de Dios, cargar cada día con la cruz y seguirlo.

                       La confesión de fe en Nazaret
      El evangelio de hoy pone de manifiesto el contraste entre las opiniones
que la gente tenía acerca de Jesús y la explícita confesión de fe de S.
Pedro.
      Algo parecido sucedió en Nazaret. Si se hubiera preguntado a la gente
de Nazaret durante el período de los treinta años de vida oculta quién era
Jesús, su respuesta hubiera sido la misma que los evangelistas nos trans-
miten: "Pero ¿no es éste el hijo de José?" Lc 4,22. "¿No es éste el carpin-
tero, hijo de María, hermano de Santiago, José, Judas y Simón? ¿No viven con
nosotros sus hermanos aquí? Mc 6,2. En cambio María y José sabían, como
Pedro, quién era de verdad Jesús. Estaban en el secreto.
      A María se le había anunciado un "Hijo del Altísimo" a quien el Señor
Dios dará el trono de David su padre" Lc 1,31. A José le habían dicho "en
sueños" que el nombre del hijo concebido por María por obra del Espíritu
Santo sería "Jesús porque Él salvará al pueblo de sus pecados" Mt 1,21. Ambos
habían escuchado la palabra de Simeón y las misteriosas palabras de Jesús en
el templo a los 12 años.
      María y José‚ sabían, creían,... Pero aún no era el momento de proclamar
en público su fe en el Señor.
      La expresión de su fe es cumplir lo que Jesús pide a los que dicen
creer en Él: "El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que
cargue cada día con su cruz y que me siga" Lc 9,23.
      Ese "cada día" tiene una especial resonancia en los largos años de la
entrega callada de Nazaret.

                          Llevar la cruz cada día
      El hombre (nosotros) tiende a organizar la vida prescindiendo de Dios.
La fe confesada y vivida lleva por el contrario a deshacer esa tendencia
hacia la autonomía y hacia la autarquía para colocarnos en sintonía con Dios.
      Creer cada día lleva consigo una reestructuración del modo de pensar
y de actuar en lo cotidiano. Es lo que algunos llaman la ascética de la fe.
      Ser cristiano, ser de Cristo, ser discípulo suyo significa compro-
meterse a llevar la cruz cada día, es decir, vivir como vivió Él. Y sabemos
que en su vida la cruz no fue una cosa marginal, un acontecimiento sólo del
viernes santo, sino algo preanunciado, asimilado, la explicación de toda su
existencia.
      No se puede llevar la vida de Jesús sin que esté profundamente marcada
por el signo de la cruz. Una vida marcada por el signo de la cruz es una vida
donde Dios tiene la primera palabra, donde Dios actúa con fuerza y salva de
la debilidad humana.
      Viviendo con Jesús, María y José‚ en Nazaret, hoy podemos aprender a
llevar la cruz como ellos. Se trata de vivir como María y José en función de
Jesús, creyendo con toda el alma en Él, aun cuando no tengamos muchas
ocasiones de confesar en público nuestra fe con las palabras.
      Viviendo como Jesús, siguiendo sus pasos en la humildad, en la pobreza,
en la apertura al Padre y en la actitud de entrega generosa por la salvación

del mundo, llevaremos nuestra cruz cada día.

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16 de junio de 2013 – TO - DOMINGO XICiclo C

 "Porque ha mostrado mucho amor"

      Lucas 7,36 8,3
      En aquel tiempo, un fariseo rogaba a Jesús que fuera a comer con él.
Jesús entrando en casa del fariseo se recostó a la mesa. Y una mujer de la
ciudad, una pecadora, al enterarse de que estaba comiendo en casa del
fariseo, vino con un frasco de perfume, y, colocándose detrás junto a sus
pies, llorando, se puso a regarle los pies con sus lágrimas, se los enjugaba
con sus cabellos, los cubría de besos y se los ungía con el perfume. Al ver
eso, el fariseo que lo había invitado, se dijo:
      - Si éste fuera un profeta, sabría quién es esta mujer que lo está 
tocando y lo que es: una pecadora.
      Jesús tomó la palabra y le dijo:
      - Simón, tengo algo que decirte.
      El respondió:
      - Dímelo, maestro.
      Jesús le dijo:
      - Un prestamista tenía dos deudores: uno le debía quinientos denarios
y el otro cincuenta. Como no tenían con qué pagar, los perdonó a los dos.
¿Cuál de los dos lo amará más?
      Simón contestó:
      - Supongo que aquel a quien le perdonó más.
      Jesús le dijo:   
      - Has juzgado rectamente.
      Y, volviéndose a la mujer, dijo a Simón:
      - ¿Ves a esta mujer?. Cuando yo entré‚ en tu casa, no me pusiste agua
para los pies; ella en cambio me ha lavado los pies con sus lágrimas y me los
ha enjugado con su pelo. Tú no me besaste; ella en cambio desde que entró,
no ha dejado de besarme los pies. Tú no me ungiste la cabeza con ungüento;
ella en cambio me ha ungido los pies con perfume. Por eso te digo, sus muchos
pecados están perdonados, porque tiene mucho amor: pero al que poco se le
perdona, poco ama.
      Y a ella le dijo:
      - Tus pecados están perdonados.
      Los demás convidados empezaron a decir entre sí:
      - ¿Quién es éste, que perdona pecados?
      Pero Jesús dijo a la mujer:
      - Tu fe te ha salvado, vete en paz.
      Más tarde iban caminando de ciudad en ciudad y de pueblo en pueblo
predicando la Buena Noticia del Reino de Dios; lo acompañaban los Doce y
algunas mujeres que Él había curado de malos espíritus y enfermedades: María
la Magdalena, de la que habían salido siete demonios, Juana, mujer de Cusa,
intendente de Herodes; Susana y otras muchas que le ayudaban con sus bienes.

Comentario
      Esta página del evangelio pone de manifiesto el neto contraste que
existe entre el fariseo y la pecadora.
      A primera vista parece que el fariseo es quien acoge y da hospitalidad
a Jesús, a medida que va avanzando el relato, nos damos cuenta que la acogida
externa vale poco cuando no hay apertura del corazón. Incluso los detalles
y signos externos de afecto son descuidados de manera chocante.
      Quien verdaderamente acogió a Jesús fue la mujer "conocida como
pecadora en la ciudad". Ella supo abrir su corazón a la palabra de Jesús,
"que caminaba de pueblo en pueblo y de aldea en aldea proclamando la buena
noticia del reino de Dios".
      No sabemos en qué‚ forma le llegó a aquella mujer el anuncio de la
Palabra, pero el Evangelio nos describe con detalle su reacción de con-
versión. Todos los gestos que el relato enumera son la manifestación de ese
gran amor que Jesús pone en contraste con la mezquindad del fariseo y de esa
fe que salva y da la paz.
      El punto clave de la comparación es la actitud profunda de la persona:
amar o no amar. Es a ese punto donde Jesús quiere llegar con la parábola que
describe de forma figurada la actitud de la mujer y del fariseo. Una vez más
aparece cómo la finalidad de la predicación evangélica es la transformación
profunda de las personas. El evangelio es llamada a una vida nueva y el
camino de una vida nueva se decide en el corazón de la persona.

                           La acogida de Nazaret
      El evangelio de hoy nos lleva a meditar sobre cómo se acoge a Jesús.
En contraste entre la hospitalidad fría del fariseo y la acogida de la mujer
en el fondo de su ser, nos proyecta hacia el tiempo en el que ya no se puede
recibir materialmente a Jesús en casa, pero sí se le puede acoger mediante
la fe.
      El Evangelio de S. Juan dice refiriéndose al Verbo que "vino a su casa,
pero los suyos no le recibieron" Jn 1,11. Y más adelante, durante la vida
pública de Jesús, precisa: "De hecho ni siquiera sus parientes creían en Él"
Jn 7,5.
      Pero en la familia de Nazaret Jesús fue acogido con fe y cuidado con
todo amor y cariño. En Nazaret hubo una mujer que le ofreció mil veces agua
para lavarse y una toalla para secarse, que le besó y lo ungió con amor de
madre. Y todo ello como manifestación de la fe profunda que veía en Jesús al
"Hijo del Altísimo" anunciado por el  Ángel Gabriel.
      En Nazaret, María y José acogieron a Jesús en su corazón antes de
hacerle un hueco en su casa, de modo que todos los sacrificios que tendrían
que imponerse para atenderlo, cuidarlo y acompañarlo eran una expresión de
esa fe sincera.
      Nazaret nos muestra cómo se debe acoger a Dios cuando se acerca al
hombre. El no busca la comodidad de una casa sino el corazón del hombre.

                           Nuestra hospitalidad
      La mujer pecadora llegó al punto esencial del evangelio de Jesús: "Se
ha cumplido el plazo. Ya llega el reino de Dios. Convertíos y creed en la
buena noticia" Mc 1,15. Su actitud es una llamada para nosotros. Somos
invitados a dar hospitalidad ante todo en nuestro interior al Verbo de la
vida.
      Lo importante es esa experiencia del amor misericordioso de Dios que
lleva consigo la alegría del perdón. Como S. Agustín cada uno de nosotros
debería poder decir: "De una sola cosa estoy seguro, Señor: de que te amo".
Confesiones X,6,8.
      Esta acogida inicial es la que da sentido profundo a todas las otras
de que se compone la vida cristiana. La acogida de la Palabra de Dios cada
día ("Lámpara de mis pasos"), la acogida del Señor en la Eucaristía, que
renueva, transforma y vivifica nuestra capacidad de amar, la acogida del
hermano, sacramento de Dios, que nos presenta su figura bajo tantas formas
y modos, la acogida del Señor que pasa a través de las circunstancias de la
vida.
      No siempre nos visita el Señor de igual modo. Lo importante es que
nuestro amor "crezca todavía más y más en penetración y sensibilidad para
todo, como pedía S. Pablo a los Filipenses (1,9). Es la "abundancia de amor"
lo que nos hará descubrir la presencia del Señor que se nos acerca y el modo
de poder agradarlo en todo.
      A esta luz cobran sentido pleno todos los detalles concretos de la
hospitalidad para recibir a quien se acerca a nuestra comunidad y de la

acogida diaria a quien vive con nosotros.

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9 de junio de 2013 - TO - DOMINGO X - Ciclo C


Tener “los mismos sentimientos de Jesucristo”

1Re 17, 17-24 - Salmo responsorial: 29 - Gál 1, 11-19  

 Evangelio según San Lucas 7, 11-17  

 En aquel tiempo, iba Jesús camino de una ciudad llamada Naín, e iban con él sus discípulos y mucho gentío. Cuando estaba cerca de la ciudad, resultó que sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de su madre, que era viuda, y un gentío considerable de la ciudad la acompañaba.
 Al verla el Señor, le dio lástima y le dijo:
 - No llores.
 Se acercó al ataúd (los que lo llevaban se pararon) y dijo:
 - ¡Muchacho, a ti te digo, levántate!
 El muerto se incorporó y empezó a hablar y Jesús se lo entregó a su madre.
 Todos, sobrecogidos, daban gloria a Dios diciendo:
 - Un gran Profeta ha surgido entre nosotros. Dios ha visitado a su pueblo.
 La noticia del hecho se divulgó por toda la comarca y por Judea entera.

EL COMENTARIO DESDE NAZARET  

"Le dio lástima"

La resurrección del hijo de la viuda de Naín nos ha sido transmitida sólo por Lucas, "scriba mansuetudinis Christi".
 El relato dentro de su sencillez nos deja percibir con toda claridad la inmensa bondad y compasión de Jesús. En otros milagros se pone de manifiesto su poder o la fe de quienes piden el milagro, aquí lo que aparece en primer plano es el amor de Jesús, que parece no poder soportar una situación tan dolorosa para la madre viuda.
 El evangelista pone de manifiesto la profunda comprensión y solidaridad de Jesús con una de las facetas más típicas del hombre: el sufrimiento.
 Se podría decir que el milagro, la intervención de Dios en las leyes de la naturaleza, no hace sino elevar a sumo grado el gesto humano de Jesús.
 Así lo entiende la multitud que, al ver la resurrección del joven, exclama: "Un gran profeta ha surgido entre nosotros, Dios ha visitado a su pueblo". En efecto, en Jesús "nos ha visitado la entrañable misericordia de nuestro Dios" Lc 1,69. Esa es la razón de cada uno de los milagros, que son acciones de Dios, y esa es la razón del milagro por excelencia que es la salvación del hombre, acción suprema de Dios.
 Jesús nos ha revelado cómo es Dios con sus actos y con sus palabras. La "lástima" que Jesús experimenta ante el dolor de una viuda y ante el cadáver de un joven, antes de decir nada, antes de operar el milagro, revela el rasgo fundamental de Dios que "se apiada de nosotros", que tiene misericordia, que hace el primer gesto de comprensión y amor hacia el hombre.  

 En Nazaret  

 ¿Dónde aprendió Jesús lo que es el dolor humano? ¿Dónde aprendió a intervenir para remediarlo?
 La Biblia habla repetidas veces de la terrible situación de la mujer que queda viuda y ya en el libro del Exodo se dan normas humanitarias para remediar esa situación: "No explotarás a viudas ni huérfanos, porque si los explotas ellos gritarán a mí, yo los escucharé" Ex 22,21-22.
 Jesús presenciaría más de una vez en Nazaret lo que es un hogar roto por la muerte de un padre o de una madre. Podemos incluso suponer que él mismo vivió su propia familia el drama de la orfandad y de la viudez cuando la muerte de S. José. Cuando Jesús vio a las puertas de Naín a la madre de aquel otro "hijo único", quizás le vino a la mente la imagen de su propia madre.
 Sea como fuere, Jesús aprendió a ser hombre viviendo en Nazaret y uno de los aspectos más delicados y más importantes de la persona humana es su emotividad. También en esta faceta "creció" Jesús en Nazaret. El evangelio de hoy con una sola palabra nos descubre algo de la profundidad de sus sentimientos: "le dio lástima".
 El retiro de Nazaret, la vida oculta, no fue apartamiento de lo humano. Al contrario, era la mejor posibilidad de penetrar en ello sin condicionamientos.

 Ser hombre  

 Viendo hoy a Jesús hacer un milagro porque le dio lástima de la situación de una madre que perdió a su hijo, nos damos cuenta de lo importante que es esa parte de la persona que llamamos afectividad.
 A veces se piensa que un aspecto de la madurez es el control de la propia afectividad por parte del cerebro. Bien puede ser así cuando se trata de exageraciones o de poner freno a una dependencia afectiva exagerada. Esto no debe llevar, sin embargo, a una minusvaloración de la riqueza emotiva, de afectos y sentimientos que son el trasfondo de todo desarrollo equilibrado y normal de la persona.
 Como en el caso que hoy presenciamos en el evangelio, un sentimiento puede desencadenar la más noble de las acciones.
 El Jesús que maduró humanamente en Nazaret y que hoy manifiesta hasta donde llegan la hondura de sus sentimientos, nos enseña a crecer en esta dimensión de nuestra personalidad, a saber equilibrar, expresar y hacer eficaces nuestros sentimientos. Crecer en esta dimensión tan delicada hasta llegar a un equilibrio afectivo no es fácil.
Algo pueden enseñar los manuales de psicología, pero es sobre todo la propia experiencia y la reflexión sobre nuestra experiencia la que más puede enseñarnos.
 La obra de transformación que el Espíritu Santo lleva a cabo en cada cristiano, debe llevarnos a tener "los mismos sentimientos de Jesucristo" Fil 2,5.


H. TEODORO BERZAL. FSF.

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2 de junio de 2013 - EL SANTISIMO CUERPO Y SANGRE DE CRISTO – Ciclo C

 "Dadles de comer vosotros"

      Génesis 14,18-20
      En aquellos días, Melquisedec, rey de Salem, ofreció pan y vino. Era
sacerdote del Dios Altísimo. Y bendijo a Abrahán diciendo: "Bendito sea
Abrahán de parte del Dios Altísimo, que creó el cielo y la tierra. Y bendito
sea el Dios Altísimo, que ha entregado tus enemigos a tus manos".
      Y Abrahán le dio el diezmo de todo.

      Corintios 11,23-26
      Hermanos: Yo he recibido una tradición, que procede del Señor y que a
mi vez os he transmitido: Que el Señor Jesús, en la noche en que iban a
entregarlo, tomó un pan, y, pronunciando la acción de gracias, lo partió y
dijo: "Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria
mía". Lo mismo hizo con la copa después de cenar, diciendo: "Esta copa es la
nueva alianza sellada con mi sangre; Haced esto cada vez que bebáis, en
memoria mía". Por eso, cada vez que comáis de este pan y bebáis la copa, pro-
clamáis la muerte del Señor hasta que vuelva.

      Lucas 9,11b-17
      En aquel tiempo, Jesús se puso a hablar a la gente del Reino de Dios,
y curó a los que lo necesitaban.
      Caía la tarde y los Doce se le acercaron para decirle:
      - Despide a la gente; que vayan a las aldeas y cortijos de alrededor
a buscar alojamiento y comida, porque aquí estamos en descampado.
      El les contestó:
      - Dadles vosotros de comer.
      Ellos le replicaron:
      - No tenemos más que cinco panes y dos peces; a no ser que vayamos a
comprar de comer para todo este gentío. (Porque eran unos cinco mil hombres).
      Jesús dijo a sus discípulos:
      - Decidles que se echen en grupos de unos cincuenta.
      Lo hicieron así y todos se echaron.
      El, tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo,
pronunció la bendición sobre ellos, los partió y se los dio a los discípulos
Para que se los sirvieran a la gente. Comieron todos y se saciaron, y
Recogieron las sobras: doce cestos.

Comentario                
      El evangelio de hoy leído en la Iglesia a la luz del misterio pascual
adquiere todo su significado eucarístico.
      Los gestos, los hechos, las palabras de Jesús, de sus apóstoles, de la
gente, vistos en la perspectiva del gran gesto de entrega de Jesús en la
última cena y ratificado en la cruz, tienen toda la fuerza de una profecía
y nos descubre horizontes ilimitados en nuestras celebraciones eucarísticas.
      Jesús habla en primer lugar del reino de Dios a la multitud que lo
sigue y luego cura a los que lo necesitan. Es ya el anuncio de un misterio
más amplio que se desarrollará  en la Iglesia a lo largo de todos los tiempos
a través de la predicación y de los sacramentos y sobre todo a través de la
eucaristía, palabra hecha carne y fármaco de inmortalidad.
      Jesús da el pan a la multitud hambrienta mediante el ministerio de los
apóstoles, sus íntimos colaboradores.
      El pan dado, repartido, comido cada día es el símbolo de la fidelidad
de Dios y de la fidelidad a Dios. El pan, junto con el vino, también cargado
de significado humano, es el signo de otra donación más profunda e íntima que
Cristo se dispone a hacer. "Yo soy el pan de la vida. El que se acerca a
no pasará hambre y el que tiene fe en no tendrá nunca sed" Jn 6,35. La
autodonación total de Jesús en la última cena y en la cruz está maravillo-
samente simbolizada en esa entrega generosa y abundante del pan a la multitud
hambrienta. Es el gesto típico de Jesús, el que lo define con un solo trazo.
Jesús es, ante todo el que se da.

                           Eucaristía y Nazaret
      Nazaret nos descubre el aspecto de encarnación que tiene la eucaristía.
El pan de Dios bajado del cielo para dar la vida al mundo se coció en Naza-
ret.
      "El Verbo se hizo carne" Jn 1,14. De esta forma el Hijo de Dios asumió
la debilidad, impotencia y precariedad del hombre. Al tomar sobre el "ser
carnal del hombre" se ha hecho solidario de la humanidad entera. "Ahora el
Verbo forma parte del mundo sensible, limitado, localizado. Habiendo querido
nacer, crecer, morir, participa de la realidad humana sin medias tintas y se
ve implicado en el torbellino de nuestra misma historia" (H. SCHILIER, Le
temps de l'Eglise, París 1961).
      El Verbo hecho carne que habitó entre nosotros es el lugar de la pre-
sencia de Dios y su suprema manifestación. La carne de Jesús es el lugar de
la manifestación de Dios, es la tienda de Dios entre nosotros, pero también
el medio a través del cual aparece su gloria, es decir, su amor salvador. En
la carne de Jesús resplandece la luz del Padre.
      Participar en la eucaristía es participar en el misterio de la carne
del Señor, "vivificado por el Espíritu", y establecer con Dios los mismos
lazos de amor que existen entre el Padre y el Hijo. "Pues sí, os aseguro que
si no coméis la carne y no bebéis la sangre de este Hombre no tendréis vida
en vosotros. Quien come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo
resucitaré en el último día, porque mi carne es verdadera comida y mi sangre
verdadera bebida" Jn 6,53-56.
      Pero la "carne" es no sólo el cuerpo, sino todo el ser humano de Jesús
que se fue formando en Nazaret, es su humanidad hecha de carne y de sangre
y de los demás componentes que forman el ser del hombre. La carne de Jesús
es una carne entregada, sacrificada en la cruz y en el sacramento de la
eucaristía que actualiza aquel momento supremo y todos los otros en que el
hombre Jesús fue formándose.

                               Comer el pan
      Comer el pan eucarístico es entrar en comunión con Cristo que se hizo
carne para redimir al hombre y que se hace pan para dar la vida al mundo.
      Participar en la eucaristía es meterse en la dinámica encarnatoria de
Cristo. El sentido pleno de comer el pan de la eucaristía es hacernos pan
entregado también nosotros.
      En Nazaret aprendemos cuánto cuesta hacerse pan para los demás. A pri-
mera vista podría parecer sencillo y hasta fácil participar en la eucaristía.
Los largos años de la encarnación de Nazaret nos muestran cómo el hacerse pan
entregado para la vida de todos es un proceso prolongado.
      El sacramento nos da la gracia que significa. Es el momento fuerte de
la acción de Dios. Nos pone en la pista y nos da la forma, nos va modelando
la imagen del Cristo que se da. De parte nuestra, la participación en la
eucaristía es un compromiso de vida que nos lleva a dar todo lo nuestro, a
trabajar por los demás, a crear comunión, a hacernos todo de todos, a

entregar nuestro pan.

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26 de mayo de 2013 - SOLEMNIDAD DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD – Ciclo C

 "El Espíritu de la verdad os irá guiando en la verdad toda".

Proverbios 8,22-31
      Esto dice la Sabiduría de Dios: El Señor me estableció al principio de
sus tareas, al comienzo de sus obras antiquísimas. En un principio remotísimo
fui formada, antes de comenzar la tierra. Antes de los abismos fui
engendrada, antes de los manantiales de las aguas.
      Todavía no estaban aplomados los montes, antes de las montañas fui en-
gendrada. No había hecho aún la tierra y la hierba, ni los primeros terrones
del orbe.
      Cuando colocaba los cielos, allí estaba yo; cuando trazaba la bóveda
sobre la faz del abismo; cuando sujetaba el cielo en la altura y fijaba las
fuentes abismales. Cuando ponía un límite al mar, y las aguas no traspasaban
sus mandatos; cuando asentaba los cimientos de la tierra, yo estaba junto a
Él, como aprendiz; yo era su encanto cotidiano, todo el tiempo jugaba en su
presencia: jugaba con la bola de la tierra, gozaba con los hijos de los hom-
bres.

      Romanos 5,1-5
      Hermanos: Ya que hemos recibido la justificación por la fe, estamos en
paz con Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo. Por Él hemos obtenido
con la fe el acceso a esta gracia en que estamos, y nos gloriamos apoyados en
la esperanza de la gloria de los hijos de Dios. Más aún hasta nos gloriamos
en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce constancia; la
constancia, virtud probada; la virtud, esperanza, y la esperanza no defrauda,
porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones en el Espíritu
Santo que se nos ha dado.

      Juan 16,12-15
      En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos:
      - Muchas cosas me quedan por deciros, pero no podéis cargar con ellas
por ahora; cuando venga Él, el Espíritu de la Verdad, os guiará hasta la
verdad plena. Pues lo que hable no será suyo: hablará de lo que oye y os
comunicará lo que está por venir.
      El me glorificará, porque recibirá de lo que os irá comunicando.
      Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso os he dicho que tomará de
lo mío y os lo anunciará.

Comentario
      En la fiesta de la Santísima Trinidad se lee en la misa una parte de
los discursos de despedida que S. Juan coloca antes de la pasión del Señor.
Jesús predice la situación de los discípulos cuando Él vuelva al Padre y se
produzca la efusión del Espíritu Santo. "Cuando Él venga, el Espíritu de la
verdad, os guiará en la verdad toda". Será, pues, el Espíritu de la verdad
el nuevo maestro-guía de los creyentes en Jesús. "La unción con que Él os
ungió sigue con vosotros y no necesitáis otros maestros" IJn 2,26.
      Pero no se trata de una nueva enseñanza o de una nueva revelación.
Tampoco se trata de una autorevelación por parte del Espíritu Santo, que "no
habla nunca de sí", como dice Santa Teresa.
      Lo que el Espíritu Santo enseña, o mejor, hacia lo que conduce, es lo
que Jesús había enseñado. No se trata, pues, de nuevos contenidos, sino de
asimilación, profundización, vivencia de lo que Jesús enseñó. Y lo que Jesús
enseñó es "todo lo del Padre", es decir, que Dios, es Padre "amó tanto al
mundo que dio a su hijo único para que tengan vida eterna y no perezca
ninguno de los que creen en Él" Jn. 3,16.
      La tradición cristiana ha reflexionado largamente sobre los textos de
la Biblia referentes a la Trinidad. Ha llegado a formulaciones precisas y
exactas que nos hablan de la profundidad de este misterio. Es bueno leer con
calma de vez en cuando algunas de esas formulaciones antiguas forjadas con
tanto empeño y con tanta fe, viendo en ella más que un afán por la precisión,
el amor de una Iglesia que sabe que en ella todo depende de ese misterio de
amor y que ella misma es "una multitud reunida por la unidad del Padre, del
Hijo y del Espíritu Santo" (San Cipriano) (L.G. 4).

                        La "trinidad de la tierra"
      San Juan Damasceno y otros santos han llamado así a la Sagrada Familia.
      Desde que Dios creó al hombre a su imagen y semejanza, éste lleva den-
tro de una vocación a la comunión y al amor. Pero en ningún momento de la
historia se ha realizado tan plenamente esta vocación como en Nazaret cuando
dos personas humanas vivieron en la más estrecha comunión de vida con el Dios
hecho hombre. María y José, entregándose plenamente el uno al otro en
comunión de amor virginal y ofreciéndose ambos enteramente al hijo de Dios
venido a dar la vida por el mundo, son la realización más perfecta en la
tierra de la comunidad de amor que es la Santísima Trinidad.
      Cuando Jesús vino a la tierra, la primera realidad que creó fue una
familia, imagen de la familia divina.
      La familia de Nazaret es la realización más cercana a la comunidad de
comunión que es la Santísima Trinidad. En ambas el valor de la comunión hace
que cada una de las personas tenga (sea) algo que le es propio y al mismo
tiempo está en unidad con las otras. La autodonación al otro no es vacia-
miento sino enriquecimiento de la unidad.
      Como la Trinidad divina, también la de la tierra se abrió a lo que
estaba fuera de su seno, para comunicar la vida que albergaba en sí.
      De este modo la Sagrada Familia, imagen de la Trinidad, es al mismo
tiempo la primera realización de la Iglesia y el modelo de la misma. Como la
Sagrada Familia, toda comunidad cristiana se constituye en comunidad de comu-
nión entorno a Cristo para comunicar al mundo la salvación.

                               Inhabitación
      En su camino descendente al encuentro del hombre, Dios ha llegado hasta
su interior, hasta lo más profundo del ser del hombre. No se trata ya de la
presencia del creador en la criatura, como la de un artista en su obra, sino
de una presencia personal y viva, íntima y real de las tres divinas personas
en quien ha sido bautizado en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu
Santo.
      Visto desde fuera, el misterio de la inhabitación de las tres divinas
personas en el bautizado, aparece como algo oscuro, difícil de analizar,
imposible de ser contemplado con claridad. De manera muy distinta se expresan
quienes tienen una experiencia auténtica de vida cristiana. Oigamos, por
ejemplo a Santa Teresa: "Y metida en aquella morada, por visión intelectual,
por cierta manera de representación de la verdad, se le muestra la Santísima
Trinidad, todas tres personas, como una inflamación que primero viene a su
espíritu a manera de una nube de grandísima claridad, y estas personas
distintas, y por una noticia admirable que se da al alma entiende con
grandísima verdad ser todas tres Personas una sustancia y un poder y un saber
y un solo Dios; de manera que lo que tenemos por fe, allí lo entiende el
alma, podemos decir, por vista" (Moradas séptimas cap I,6)
      Para el cristiano vivir este misterio es fundamental: da razón de la
unidad de su persona, del realismo de su oración, del dinamismo de su vida
espiritual, de la dignidad de toda persona.
      Viviendo en Nazaret se aprende que vivir con Dios dentro de uno mismo,

tener a Dios en la propia casa, no sólo es posible, sino el principio y la
razón de toda la vida.

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19 de mayo de 2013 - DOMINGO DE PENTECOSTES – Ciclo C

              "Yo le pediré al Padre que os otro abogado"
      
       Hechos 2,1-11
      Todos los discípulos estaban juntos el día de Pentecostés. De repente
un ruido del cielo, como de un viento recio, resonó en toda la casa donde se
encontraban. Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se repartían,
posándose encima de cada uno. Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron
a hablar en lenguas extranjeras, cada uno en la lengua que el Espíritu le
sugería.
      Se encontraban entonces en Jerusalén judíos devotos de todas las na-
ciones de la tierra. Al oír el ruido, acudieron en masa y quedaron des-
concertados, porque cada uno los oía hablar en su propio idioma. Enormemente
sorprendidos preguntaban: ¿No son galileos todos esos que están hablando?
Entonces, ¿cómo es que cada uno los oímos hablar en nuestra lengua nativa?
      Entre nosotros hay partos, medos y elamitas, otros vivimos en Mesopo-
tamia, Judea, Capadocia, en el Ponto y en Asia, en Frigia o en Panfilia, en
Egipto o en la zona de Libia que limita con Cirene; algunos somos forasteros
de Roma, otros judíos o prosélitos; también hay cretenses y  árabes; y cada
uno los oímos hablar de las maravillas de Dios en nuestra propia lengua.

      Corintios 12,3b-7,12-13
      Nadie puede decir "Jesús es Señor" si no es bajo la acción del Espíritu
Santo.
      Hay diversidad de dones, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de
servicios, pero un mismo Señor y hay diversidad de funciones, pero un mismo
Dios que obra en todos.
      En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común.
      Porque, lo mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos
los miembros del cuerpo, a pesar de ser muchos, son un solo cuerpo, así es
también Cristo.
      Todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bau-
tizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Y todos hemos
bebido de un solo Espíritu.

      Juan 20,19-23
      Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los
discípulos en una casa, con las puertas cerradas, por miedo a los judíos. En
esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:
      - Paz a vosotros.
Y diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se
llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:
      - Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.
      Y dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo:
      - Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les
quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.

Comentario
      El evangelio de S. Juan que se lee el día de Pentecostés nos presenta
la promesa prepascual de Jesús de enviar al Espíritu Santo, "el Espíritu de
la verdad" que "el mundo no puede recibir porque no lo percibe ni lo conoce",
pero que los discípulos sí conocen porque "vive" ya con ellos y "está" en
ellos. El se lo enseñará todo y recordará todo lo que Jesús les dijo.
      El mismo Juan habla de la efusión del Espíritu Santo sobre los
apóstoles al contar la aparición del resucitado. "Sopló sobre ellos y les
dijo: recibid el Espíritu Santo" Jn 20,23.
      El acontecimiento de Pentecostés es una nueva efusión del Espíritu
Santo, más plena y solemne, y sobre todo con un alcance universal que
inaugura una era nueva.
      Con una feliz expresión de Y. Congar diremos que "la Iglesia que Cristo
fundó en sí mismo, con la pasión sufrida por nosotros, ahora, en Pentecostés,
la funda en nosotros y en el mundo mediante el envío del Espíritu Santo".
      "Consumada, pues, la obra que el Padre confió al Hijo en la tierra (Jn
17,4), fue enviado el Espíritu Santo en el día de Pentecostés, para que
santificara plenamente a la Iglesia y de esta forma los que creen en Cristo
Jesús pudieran acercarse al Padre con un mismo Espíritu (Ef 2,18" L.G.4.
      En el discurso explicativo del suceso de Pentecostés, S. Pedro anuncia
el alcance del mismo. Citando las palabras del profeta Joel, dice que el
Espíritu Santo es "para todo hombre" Hch 2,17. Como el don de la gracia (Rom
5,15) y la sangre de Cristo (Mt 26,28), también el Espíritu Santo es para la
multitud.
      Se inaugura así la época del Espíritu Santo. No como una era nueva
desconectada de la acción redentora de Cristo, sino como la realización defi-
nitiva de la alianza fundada en la sangre derramada en la cruz.
      La característica de esta época del Espíritu Santo, el tiempo de la
Iglesia, es la acción del Espíritu en el interior de cada creyente y en la
Iglesia en cuanto comunidad y en el mundo entero. El Espíritu Santo lleva al
creyente a recordar lo que dijo Jesús, a vivir como Él, a ser testigo suyo
en el mundo, a esperar en el pleno cumplimiento de lo que ya anida dentro de
él. El Espíritu Santo guía, unifica, fortalece a la Iglesia para ser a través
del tiempo "sacramento o señal e instrumento de la íntima unión con Dios y
de la unidad de todo el género humano" L.G. 1.
      La conmemoración de Pentecostés nos lleva a valorar lo que el Espíritu
Santo es y lo que está haciendo en cada uno de nosotros y en la Iglesia. Pero
también lo que "obra en los hermanos separados" (U.R. 4) y en todos los
hombres, pues como dice el Vaticano II, "El Espíritu Santo, que con admirable
providencia guía el curso de los tiempos y renueva la faz de la tierra, no
es ajeno a esta evolución" G.S. 26.

                             Volver a Nazaret
      Los comienzos de la época mesiánica están ya marcados por la efusión
del Espíritu Santo. Por obra suya fue engendrado Jesús en el seno de la
Virgen María y las personas que se mueven entorno a Él actúan movidas por ese
mismo Espíritu. Basta leer los evangelios de la infancia de Cristo, sobre
todo en la versión de Lucas, para caer en la cuenta de que los momentos
iniciales de la vida de Jesús están envueltos en una efusión del Espíritu
Santo.
      Pero el mismo Lucas nos dice que, después del episodio del templo,
Jesús bajó con ellos a Nazaret y siguió bajo su autoridad" Lc 2,51. Empieza
así el largo período de obediencia a la autoridad, de vida oculta, de
crecimiento en todas las dimensiones. Hay un fuerte contraste entre todo lo
sucedido hasta entonces y lo que desde ese momento comienza. ¿Se terminó
también la efusión del Espíritu Santo en el tiempo de Nazaret?.
      Seguramente que no. Pero su acción es distinta. María no es llevada por
el Espíritu en el tiempo de Nazaret como al principio a cantar en voz alta
las maravillas del Señor, sino que "conservaba en su interior el recuerdo de
todo aquello" Lc 2,51. Empezó a practicar lo que Jesús anuncia a sus
discípulos para después de la venida del Espíritu Santo: "Os enseñará todo
y os irá recordando todo lo que yo os he dicho".
      El tiempo de Nazaret y el tiempo de la Iglesia son momentos de inte-
riorización y de crecimiento. Nazaret nos ayuda de modo muy especial a
descubrir la acción del Espíritu Santo allí donde aparentemente nada cambia,
donde nada se mueve, donde por años y años se prolongan las mismas
situaciones.

                            Nuestro Pentecostés
      Nuestro Pentecostés se ha cumplido el día de nuestro bautismo y el día
de nuestra confirmación. "Recibisteis un Espíritu que os hace hijos y que nos
permite gritar: ¡Abba! ¡Padre! Ese mismo Espíritu le asegura a nuestro espí-
ritu que somos hijos de Dios" Rom 8,15.
      Necesitamos continuamente renovarnos en esta convicción para que
nuestra vida sea coherente con lo que somos. "Vosotros no estáis sujetos a
los bajos instintos, sino al Espíritu, ya que el Espíritu de Dios habita en
vosotros" Rom 8,9.
      Es maravilloso ver cómo el Espíritu Santo cambia a las personas. En los
momentos más fuertes o más aparentes de su actuación toda la persona se
conmueve. El Espíritu Santo cuando es acogido sinceramente en el fondo de una
persona, cura sus heridas, vivifica todo lo que estaba muerto, derrama sus
dones, pone en camino.
      Nuestro error está muchas veces en pensar que sólo actúa el Espíritu
Santo cuando hay gritos de júbilo, cuando brotan las lágrimas de alegría,
cuando se rompen las estructuras, cuando se estremece el corazón. Y no
descubrimos su vuelo suave sobre las aguas (Gen 1,2), su acción escondida en
el curso de la historia dirigiendo los acontecimientos hacia su plenitud, su
mano misteriosa en los signos de los tiempos, su presencia alentadora y vital
en el fondo de nosotros mismos.
      Desde Nazaret, el Pentecostés de ahora es una invitación a pararnos
para escuchar en silencio el continuo obrar del Espíritu Santo: su tensión
hacia la unidad de los cristianos, su caminar en alas del viento, ("Oyes el
ruido, pero no sabes de dónde viene ni adónde va" Jn 3,8), su impulso en el
continuo caminar de la Iglesia hacia la parusía, su esfuerzo de encarnación
del mensaje evangélico en todas las culturas, su acción interna en cada uno
de nosotros para que, como en Nazaret, vayamos "creciendo en saber, en esta-
tura y en el favor de Dios y de los hombres" Lc 2,52.


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12 de mayo de 2013 - SOLEMNIDAD DE LA ASCENSION DEL SEÑOR - Ciclo C

 "Se separa de ellos y se lo llevaron al cielo"
    
      Hechos 1,1-11
      En mi primer libro, querido Teófilo, escribí de todo lo que Jesús fue
haciendo y enseñando hasta el día en que dio instrucciones a los apóstoles,
que había escogido, movido por el Espíritu Santo, y ascendió al cielo. Se les
presentó después de su pasión, dándoles numerosas pruebas de que estaba vivo
y, apareciéndoseles durante cuarenta días, les habló del reino de Dios.
      Una vez que comían juntos les recomendó: No os alejéis de Jerusalén;
aguardad que se cumpla la promesa de mi Padre, de la que yo os he hablado.
Juan bautizó con agua, dentro de pocos días vosotros seréis bautizados con
Espíritu Santo.
      Ellos lo rodearon preguntándole: Señor, ¿es ahora cuando vas a restau-
rar la soberanía de Israel?.
      Jesús contestó: No os toca a vosotros conocer los tiempos y las fechas
que el Padre ha establecido con su autoridad. Cuando el Espíritu Santo
descienda sobre vosotros, recibiréis fuerza para ser mis testigos en
Jerusalén, en toda Judea, en Samaría y hasta los confines del mundo.   
      Dicho esto, lo vieron levantarse hasta que una nube se lo quitó de la
vista. Mientras miraban fijos al cielo, viéndole irse, se les presentaron dos
hombres vestidos de blanco, que les dijeron: Galileos, ¿qué hacéis ahí
plantados mirando al cielo?. El mismo Jesús que os ha dejado para subir al
cielo, volverá como le habéis visto marcharse.

      Efesios 1,17-23
      Que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os dé
el espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo. Ilumine los ojos de
vuestro corazón para que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama,
cuál la riqueza de gloria que da en herencia a los santos y cuál la
extraordinaria grandeza de su poder para nosotros, los que creemos, según la
eficacia de su fuerza poderosa, que desplegó en Cristo, resucitándolo de
entre los muertos y sentándolo a su derecha en el cielo, por encima de todo
principado, potestad, fuerza y dominación y por encima de todo nombre
conocido, no sólo en este mundo, sino en el futuro.
      Y todo lo puso bajo sus pies y lo dio a la Iglesia, como Cabeza, sobre
todo. Ella es su cuerpo, plenitud del que lo acaba todo en todos.

      Lucas 24,46-53
      En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
      - Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los
muertos al tercer día y en su nombre se predicará la conversión y el perdón
de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén.
      - Y vosotros sois testigos de esto. Yo os enviaré lo que mi Padre ha
prometido; vosotros quedaos en la ciudad, hasta que os revistáis de la fuerza
de lo alto.
      Después los sacó hacia Betania, y levantando las manos, los bendijo.
      Y mientras los bendecía se separa de ellos (subiendo hacia el cielo).
      Ellos se volvieron a Jerusalén con gran alegría; y estaban en el templo
bendiciendo a Dios.

Comentario
      La ascensión del Señor es el coronamiento de su misterio pascual. "Pa-
deció bajo el poder de Poncio Pilato, fue crucificado, murió y fue sepultado,
descendió a los infiernos, subió a los cielos y está sentado a la derecha del
padre". Con la ascensión el Señor, que fue humillado, es glorificado.
      Para Jesús no se trata de volver a la misma situación en la que se
encontraba antes de la encarnación. Con su venida a la tierra algo cambió
radicalmente en la historia del hombre y también en la historia de Dios.
      La alegría de los discípulos de que habla Lucas después de decir que
Jesús subió a los cielos, se explica porque fue entonces, después de la
resurrección, cuando los apóstoles empezaron a entender de qué se trataba.
Cristo resucitado "les abrió el entendimiento para que comprendieran las
escrituras" (Lc 24,25) y así empezaron a entender no sólo la ilazón entre los
últimos acontecimientos de su vida en la tierra sino, sobre todo, la conse-
cuencia que de ellos se deriva: "En su nombre se predicar  el arrepentimiento
y el perdón de los pecados". Las palabras del resucitado les han hecho caer
en la cuenta de que una era nueva ha comenzado: la era de la predicación y
del testimonio. Y en esta nueva fase de la historia de la salvación ellos
tendrán un papel importantísimo cuando reciban lo que el Padre tiene prome-
tido, es decir, el bautismo en el Espíritu Santo, porque, como decía Juan
Bautista, "Yo os he bautizado con agua, Él os bautizará con Espíritu Santo"
Mc 1,8.
      Los discípulos "se volvieron a Jerusalén llenos de alegría". Lo que
habían recibido y lo que esperaban recibir era mucho más grande que la in-
mensa tarea que les esperaba. Cuando se sabe quién es Jesús, contárselo a
todos no es un peso, sino una inmensa alegría. "Después de hablarles el Señor
Jesús subió al cielo y se sentó a la derecha de Dios. Ellos se fueron a
predicar el mensaje por todo las partes y el Señor cooperaba confirmándolo
con las señales que los acompañaban" Mc 16,20.

                              Bajó a Nazaret
      El Cristo glorioso que sube a los cielos y que los apóstoles de todos
los tiempos proclamarán es el mismo Jesús que "bajó a Nazaret" Lc 2,51.
      Al hacerse hombre, el Hijo de Dios "descendió" y "tomó la condición de
esclavo, haciéndose uno de tantos" Fil 2,7.
      La bajada a Nazaret es un paso más en el camino de descenso y de en-
carnación del Hijo de Dios. Allí vivió "bajo su autoridad" (de María y de
José) preparando de algún modo el paso supremo de la muerte en cruz. "Hijo
y todo como era, sufriendo aprendió a obedecer y, así consumado, se convirtió
en causa de salvación eterna para todos los que le obedecen" Heb 5,8-9.
"Tenia que parecerse en todo a sus hermanos para ser sumo sacerdote compasivo
y fidedigno en lo que toca a Dios y expiar los pecados del pueblo" Heb 2,17.
      Jesús recorrió un largo camino que lo llevó desde el abajamiento de la
encarnación, a la humildad del nacimiento, a la sencillez y anonimato de
Nazaret hasta "la muerte y muerte de cruz". Por eso Dios lo encumbró sobre
todo" Fil 2,8-9.
      Visto desde Nazaret, el triunfo de la ascensión aparece como la vic-
toria de una apuesta: la victoria de Jesús que opta por entregarse totalmente
al hombre, que acepta la humillación y la muerte con tal de que los hombres
tengan vida y vida abundante. "Así tenía que ser nuestro sumo sacerdote" Heb
7,26.
      Desde Nazaret, la ascensión aparece como el coronamiento del misterio
pascual. Es la etapa final del Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre, muerto
por nosotros, vencedor de la muerte y del pecado, resucitado de entre los
muertos por el poder del Padre. La ascensión marca el retorno de Jesús junto
al Padre, pero el Jesús que ahora vuelve al seno del Padre es el Jesús
cargado con nuestra experiencia humana con un cuerpo como el nuestro, con una
cultura y una patria, con el polvo en los pies de todos los caminos de la
tierra de Israel, con la amarga experiencia de la cruz.

                                En el cielo
      Entrando Jesús en el cielo, algo nuestro entró también con Él. Algo de
Nazaret ha entrado en el cielo. "subió a los cielos llevando cautivos, dio
dones a los hombres (Sal 67,19). Ese "subió" supone necesariamente que había
bajado antes a lo profundo de la tierra, y que fue el mismo que bajó quien
subió por encima de los cielos para llenar el universo" Ef 4,8-10.
      En la historia de la salvación sabemos que es una constante la verdad
proclamada por María en su canto: "Derriba del trono a los poderosos y exalta
a los humildes" Lc 1,52. María y José no se limitaron a estar con Jesús en
Nazaret. Se pusieron en la dinámica de fe y de amor que lleva al servicio,
a la entrega de la vida, al trabajo por los demás. Por esto también a ellos
Dios los exaltó. Desde el día de la ascensión empezó a formarse la Sagrada
Familia del cielo.
      La ascensión de Jesús, conmemorada hoy en la Iglesia, es una fuerte
llamada a la esperanza para quien quiere vivir como en Nazaret.
      El creyente que vive en Nazaret sabe que está en una dinámica de amor
y de gracia que lo llevará, si él no la rompe a ser un día parte de la
familia de los hijos de Dios en el cielo.



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5 de mayo de 2013 - VI DOMINGO DE PASCUA – Ciclo C

                           "Y viviremos con él"

      Hechos 15,1-2.22-29
      En aquellos días, unos que bajaban de Judea se pusieron a enseñar a los
hermanos que, si no se circuncidaban como manda la ley de Moisés, no podían
salvarse. Esto provocó un altercado y una violenta discusión con Pablo y
Bernabé; y se decidió que Pablo, Bernabé‚ y algunos más subieran a Jerusalén
a consultar a los Apóstoles y presbíteros sobre la controversia.
      Los Apóstoles y los presbíteros con toda la iglesia acordaron entonces
elegir algunos de ellos y mandarlos a Antioquía con Pablo y Bernabé. Eligie-
ron a Judas Barsabás  y Silas, miembros eminentes de la comunidad, y les
entregaron esta carta: "Los Apóstoles, los presbíteros y los hermanos saludan
a los hermanos de Antioquía, Siria y Cilicia convertidos del paganismo.
      Nos hemos enterado de que algunos de aquí, sin encargo nuestro, os han
alarmado e inquietado con sus palabras. Hemos decidido por unanimidad elegir
algunos y enviároslos con nuestros queridos Bernabé y Pablo, que han dedicado
su vida a la causa de nuestro Señor. En vista de esto mandamos a Silas y a
Judas, que os referirán lo que sigue: Hemos decidido, el Espíritu Santo y
nosotros, no imponeros más cargas que las indispensables: que no os
contaminéis con la idolatría, que no comáis sangre ni animales estrangulados
y que os abstengáis de fornicación.
      Haréis bien en apartaros de todo esto. Salud".

      Apocalipsis 21,10-14.22-23
      El  ángel me transportó en espíritu a un monte altísimo y me enseñó la
ciudad santa, Jerusalén, que bajaba del cielo, enviada por Dios trayendo la
gloria de Dios.
      Brillaba como una piedra preciosa, como jaspe traslúcido.
      Tenía una muralla grande y alta y doce puertas custodiadas por doce
 ángeles, con doce nombres grabados: los nombres de las tribus de Israel.
      A oriente tres puertas, al norte tres puertas, al sur tres puertas, y
a occidente tres puertas.
      El muro tenía doce cimientos que llevaban doce nombres: los nombres de
los Apóstoles del Cordero.
      Templo no vi ninguno, porque es su templo el Señor Dios Todopoderoso
y el Cordero.
      La ciudad no necesita ni luna que la alumbre, porque la gloria de Dios
la ilumina y su lámpara es el Cordero.

      Juan 14,23-29
      En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
      - El que me ama guardará mi palabra y mi Padre lo amará, y vendremos
a él y haremos morada en él.
      El que no me ama no guardará mis palabras. Y la palabra que estáis
oyendo no es mía, sino del Padre que me envió.
      Os he hablado ahora que estoy a vuestro lado, pero el Paráclito, el
Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe
todo y os vaya recordando todo lo que he dicho.
      La Paz os dejo, mi Paz os doy: No os la doy como la da el mundo. Que
no tiemble vuestro corazón ni se acobarde. Me habéis oído decir: "Me voy y
vuelvo a vuestro lado." Si me amarais os alegraríais de que yo vaya al Padre,
porque el Padre es más que yo. Os lo he dicho ahora, antes de que suceda,
para que cuando suceda, sigáis creyendo.

Comentario
      El domingo pasado hemos meditado que cumplir el mandamiento del amor
es posible porque el mismo Cristo, que nos manda amar como Él amó, está pre-
sente en nosotros mediante su Espíritu. Hoy el evangelio nos invita a
contemplar la presencia de las divinas personas en quien acoge el mensaje de
Jesús iniciando con Él una relación íntima y personal, como decía el evange-
lio del buen pastor.
      El Dios que ya desde el principio se había acercado al hombre y con él
"paseaba por el jardín" (Gn 3,8), el Dios que quiso ser huésped de Abrahán
(Gn 18) e hizo alianza con él, el Dios que quiso habitar en medio de su
pueblo (Ex 29,45) y tener morada en Jerusalén (IRe 8,27), "cuando llegó la
plenitud de los tiempos", "acampó entre nosotros" Jn 1,14.
      El texto que leemos hoy muestra cómo, a partir de Jesús, la presencia
de Dios no está ligada a tiempos o lugares, sino a la actitud profunda de la
persona frente a Él. "Si uno me ama hará caso de mi mensaje, mi Padre lo
amará y los dos vendremos con él y viviremos con él". Se trata de una
presencia profundísima y personal. Dios habita (vive con) quien acepta a
Jesús y su mensaje. Es una presencia de comunión que introduce al creyente
en el círculo del amor del Padre y del amor del Padre y del Hijo mediante la
acción del Espíritu Santo. De esta forma la persona se convierte en la casa
de Dios, su templo vivo. "¿Habéis olvidado que sois templo de Dios y que el
Espíritu de Dios habita en vosotros?" ICo 3,16.
      Juan subraya la fusión reveladora del Espíritu Santo. Las palabras
dichas por Jesús deben ser acogidas, asimiladas, incorporadas a nuestro
vivir. El Espíritu Santo es quien nos enseña en cada momento a vivir como
cristianos, a descubrir la profundidad de nuestra existencia, a actuar en
conformidad con lo que llevamos dentro desde el día del bautismo. "Os lo
enseñará todo". El es quien nos enseña ese modo nuevo de vivir caracterizado
por la presencia de Jesús en nosotros. Porque si Jesús se va, se aleja con
su muerte es para ir al Padre y estar de nuevo con Él presente en quien cree.
      Este nuevo modo de vivir viendo a Jesús allí donde el mundo no lo ve
("el mundo no me verá, mas vosotros sí me veréis" Jn 14,19), da la paz. Una
paz que Jesús da y que el mundo no puede dar.     

                           Presencia en Nazaret
      La voluntad de acercamiento de Dios al hombre llegó a su culmen cuando
"la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros" Jn 1,14. En Nazaret el
Dios hecho hombre vivió entre los hombres, estuvo cercano a los hombres,
compartió su vida, su trabajo, sus inquietudes.
      El Jesús que anunció en el evangelio su presencia con el Padre y el
Espíritu Santo en quien lo acoge, lo anunció también con su vida en Nazaret
al hacerse presente y cercano a cada hombre, al hacerse Él mismo hombre, en
el seno de María.
      María y José son quienes vivieron más prolongadamente y con más in-
tensidad la presencia de Dios hecho hombre en su casa.
      El salto de Dios hacia el interior de cada hombre pasó por la expe-
riencia de Nazaret. Y esto no porque Nazaret sea una zona intermedia, como
si Dios necesitara acostumbrarse a lo humano, sino porque en Nazaret Jesús
no sólo fue acogido en la casa, en el ambiente, en su manera de ser, lo fue
también en el fondo del alma, ¡y de qué modo!, por la fe.
      Cuando Jesús anuncia su presencia en las personas que acogerán su men-
saje, pensaría en primer lugar en su Madre María que ya desde el principio
no sólo había formado su cuerpo sino que lo había acogido en la fe.
      Una vez más podemos decir que lo que se vivió en Nazaret es a la vez
la primera realidad y anuncio y figura de lo que se vivirá  en la Iglesia.

                              Nazaret soy yo
      El Espíritu Santo enseña todo en el tiempo de la Iglesia y va recor-
dando a los cristianos lo que Jesús dijo. Descubre a través del tiempo y en
cada época la plenitud del evangelio.
      En todos los momentos de la historia de la Iglesia ha habido quienes
se han sentido movidos por el Espíritu Santo para vivir el evangelio de
Nazaret: la pobreza, el silencio, la vida de familia que allí llevó el Hijo
de Dios con María y José.
      Vivir en Nazaret es un modo de vivir cristiano como tantos otros. Cada
palabra del evangelio tiene allí un sabor especial. La que hoy promete la
presencia de las divinas personas en quien ama a Jesús y acepta su mensaje,
tiene una honda resonancia nazarena porque, como hemos visto, es cierto que
Jesús vivió en Nazaret, pero estuvo sobre todo presente en las personas que
allí lo acompañaron.
      Poniendo en primer plano las personas, se comprende fácilmente que lo
importante no es ya, a partir de la resurrección de Cristo, éste o el otro
lugar, sino la actitud que se adopta ante su persona y su mensaje. Además el
Nazaret de la tierra de Israel, sin templo, sin rey, sin historia, es la
confirmación más clara de cuán poco importan los sitios.

            Decid, si preguntan dónde
            que Dios está, sin mortaja
            en donde un hombre trabaja
            y un corazón le responde. (Himno de sexta).

      Recrear el misterio de Nazaret se puede en cualquier parte del mundo.
La condición primera es que el Espíritu Santo haya actuado de tal modo en el
corazón de una persona o de un grupo de personas que el Padre y el Hijo hayan
venido a vivir con él.
      Nazaret nos hace intuir lo que puede significar ese vivir Dios con
nosotros, de manera íntima y prolongada, hasta dónde puede llegar la comunión
de vida con Dios y la familiaridad que se puede tener con Él, lo que es vivir
en alianza con Dios. Desde Nazaret se vislumbra ya el momento en el que "Dios
lo será todo en todos".


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28 de abril de 2013 - V DOMINGO DE PASCUA – Ciclo C

"Amaos como yo os he amado"

      Hechos 14,21b-26
      En aquellos días volvieron Pablo y Bernabé a Listra, a Iconio y a
Antioquía, animando a los discípulos y exhortándolos a perseverar en la fe
diciéndoles que hay que pasar mucho para entrar en el Reino de Dios.
      En cada iglesia designaban presbíteros, oraban, ayunaban y los encomen-
daban al Señor en quien habían creído. Atravesaron Pisidia y llegaron a
Panfilia. Predicaron en Perge, bajaron a Atalía y allí se embarcaron para
Antioquía, de donde los habían enviado, con la gracia de Dios, a la misión que
acababan de cumplir. Al llegar, reunieron a la comunidad, les contaron lo que
Dios había hecho por medio de ellos y cómo había abierto a los gentiles la
puerta de la fe.

      Apocalipsis 21,1-5a
      Yo, Juan, vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo
y la primera tierra han pasado, y el mar ya no existe.
      Vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que descendía del cielo, en-
viada por Dios, arreglada como una novia que se adorna para su esposo.
Y escuché una voz potente que decía desde el trono: Esta es la morada de Dios
con los hombres: acampará entre ellos. Ellos serán su pueblo y Dios estará
entre ellos.
      Enjugará las lágrimas de sus ojos. Ya no habrá muerte, ni luto, ni
llanto, ni dolor. Porque el primer mundo ha pasado. Y el que estaba sentado
en el trono dijo: "Ahora hago el universo muevo".

      Juan 13,31-33a.34-35
      Cuando salió Judas del cenáculo, dijo Jesús:
      - Ahora es glorificado el Hijo del Hombre y Dios es glorificado en Él.
(Si Dios es glorificado en Él, también Dios lo glorificará en sí mismo:
pronto lo glorificará).
      - Hijos míos, me queda poco tiempo de estar con vosotros.
      - Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros como yo os he
amado. La señal por la que conocerán que sois discípulos míos, será que os
améis unos a otros.

Comentario
      Para adentrarnos en el significado del gran mandamiento del amor, será
conveniente situarnos en el contexto en que fueron pronunciadas las palabras
que lo expresan. Fue durante la noche de la última cena, y en la perspectiva
más amplia, en el contexto de toda la vida de amor y entrega a los demás de
Jesús. Podemos verlo también a la luz de la nueva alianza establecida en su
persona mediante la efusión del Espíritu Santo.
      En la tarde del jueves santo, estableciendo una clara conexión con la
pascua judía, memoria de la liberación de Egipto y de la alianza del Sinaí,
Jesús celebra con sus discípulos la cena de la nueva alianza, anticipación
del sacrificio que tendría lugar al día siguiente. Hacia el final de la cena,
Jesús da a Judas con el bocado de honor, la prueba de su amor y la
confirmación de haberlo elegido, como a los otros once, para ser apóstol...
Pero en aquel momento terminó de fraguarse en su corazón la traición hacia
su maestro. "Judas tomó el pan y salió inmediatamente. Era de noche". Jn.
13,30.
      Y precisamente en aquella noche oscura de la traición, Jesús pronuncia
las palabras del mandamiento del amor. "La luz brilló en las tinieblas" Jn
1,5. Precisamente en la oscuridad del pecado, Dios manifiesta su amor infi-
nito y revela su gloria, es decir, su divinidad en su Hijo hecho hombre. Es
el momento en que "acaba de manifestarse la gloria de este Hombre y por Él
la de Dios".
      La "hora" de Jesús es el momento de su pasión, muerte y resurrección.
En el camino hacia esa "hora" Jesús manifiesta su gloria y revela el amor de
Dios "que ha amado tanto a los hombres...".
      El misterio pascual descubre la perspectiva completa de la vida terrena
de Jesús. A su luz, la encarnación, su vida pobre y sencilla, todos sus
gestos de ayuda, de afecto, de entrega, todas sus palabras, todos los
milagros brillan con un amor total y desinteresado. "Si os amáis, todos
sabrán que sois mis discípulos". No haréis más que calcar en vuestra vida lo
que ha sido un gesto permanente en la mía.
      El mandamiento del amor es la ley de la nueva vida de los creyentes en
Cristo. Pero la exigencia de esta ley viene precedida por el don del Espíritu
Santo en el corazón del creyente. Lo que exige el mandamiento (un amor como
el de Cristo) viene anticipado como don y como gracia (el amor de Cristo nos
es dado por el Espíritu Santo). De este modo todo cristiano puede decir con
San Agustín: "Dat quod jubes et jube quod vis" (Dame lo que me mandas y
mándame lo que quieras") Confesiones X, 29,40.
O como Santa Teresa de Lisieux: "­Cuánto amo, Señor, tu mandamiento! Me da
la certeza de que tú quieres amar en mí a todos aquellos a quienes me mandas
amar".

                              Amor en Nazaret
      La vida en Nazaret es una realidad marcada ya por la nueva alianza. De
algún modo la "hora" de Jesús y la efusión del Espíritu Santo tuvieron allí
ya su anticipación.
      El mandamiento nuevo, coherente con la realidad de gracia de la nueva
alianza, se vivió ya en Nazaret.
      María fue llamada ya desde el principio al amor total, a poner toda su
persona a disposición de Dios, a vivir para Jesús y José y después para la
Iglesia naciente y de todos los tiempos. Ella, la llena de gracia.
      José‚ aceptó plenamente entrar en el plan de salvación, renunciando a
su propio proyecto de vida. Su existencia fue un servicio continuo a la
familia. Cuando Jesús dijo: "como yo os he amado", en ese "os" bien pueden
entrar también María y José.
      Pero lo que constituye la naturaleza nueva del amor cristiano es la
fuente de donde ese amor nace. Es el Espíritu Santo infundido en el corazón
del creyente. Es Él quien lo mueve a amar con un amor que va más allá de las
posibilidades del corazón humano porque procede del mismo Dios.
      Si esto es así, no podemos dudar de que en Nazaret esa realidad del
amor de Dios, derramado en el interior de las personas se desarrolló en un
dinamismo inimaginable.
      Además, el amor de Nazaret no se cerró en una felicidad idílica de
donación recíproca. El Nazaret de los treinta años se abrió como una semilla
madura, cayó y se deshizo para que pudiera brotar una comunidad más grande,
un Nazaret nuevo, no circunscripto ya por el espacio ni por el tiempo.
      Desde el núcleo del amor de Nazaret avanzó Jesús hacia su "hora" para
abrir de par en par las puertas del Espíritu Santo a todos los hombres.

Vivir el amor
      El pueblo de la nueva alianza vive en el amor ante todo como un don de
Dios, como fruto de la actividad del Espíritu Santo que habita en el corazón
del creyente. Esta situación de amor creada por Dios en el íntimo de la
persona es el origen de todo el dinamismo cristiano, que se manifiesta en los
mil modos de su actuar. La caridad puede así ser llamada la nueva ley o la
ley de la nueva alianza. "Nueva" por su contenido, pero "nueva", sobre todo,
por el modo como viene actuada.
      La ley antigua fue dada al hombre desde el exterior, quedando su co-
razón inmutado. La nueva ley primero es realizada en el corazón del creyente
y sólo después es exigido su cumplimiento. Es una ley "no escrita con tinta,
sino con Espíritu de Dios vivo, no en tablas de piedra, sino en tablas de
carne, en el corazón" 2 Cor. 3,3.
      Si no fuera así ni siquiera el mandamiento de Jesús -"Amaos los unos
a los otros como yo os he amado"- podría llamarse completamente nuevo, pues
quedaría desconectado de la lógica de la nueva alianza.
      El amor cristiano brota del fondo de la persona. Y no sólo como pro-
yección de los estratos más íntimos de su personalidad, sino como mani-
festación de lo que Dios ha operado en ella.
      Esta es la realidad que da verdadero peso al amor cristiano.


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21 de abril de 2013 - IV DOMINGO DE PASCUA – Ciclo C

                         "Yo y el Padre somos uno"

      Hechos 13,14.43-52
      En aquellos días, Pablo y Bernabé desde Perge siguieron hasta Antioquía
de Pisidia; el sábado entraron en la sinagoga y tomaron asiento.
      Muchos judíos y prosélitos practicantes se fueron con Pablo y Bernabé,
que siguieron hablando con ellos, exhortándolos a ser fieles al favor de
Dios.
      El sábado siguiente casi toda la ciudad acudió a oír la Palabra de
Dios. Al ver el gentío, a los judíos les dio mucha envidia y respondían con
insultos a las palabras de Pablo.
      Entonces Pablo y Bernabé‚ dijeron sin contemplaciones: Teníamos que
anunciaros primero a vosotros la Palabra de Dios; pero como la rechazáis y
no os consideráis dignos de la vida eterna, sabed que nos dedicamos a los
gentiles. Así nos lo ha mandado el Señor: "Yo te haré luz de los gentiles,
para que seas la salvación hasta el extremo de la tierra".
      Cuando los gentiles oyeron esto, se alegraron mucho y alababan la Pala-
bra del Señor, y los que estaban destinados a la vida eterna, creyeron.
      La Palabra del Señor se iba difundiendo por toda la región. Pero los
judíos incitaron a las señoras distinguidas y devotas y a los principales de
la ciudad, provocaron una persecución contra Pablo y Bernabé‚ y los expulsaron
del territorio.
      Ellos sacudieron el polvo de los pies, como protesta contra la ciudad
y se fueron a Iconio. Los discípulos quedaron llenos de alegría y de Espíritu
Santo.

      Apocalipsis 7,9.14b-17
      Yo, Juan, vi una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda
nación, razas, pueblos y lenguas, de pie delante del trono y del Cordero,
vestidos con vestiduras blancas y con palmas en sus manos.
      Y uno de los ancianos me dijo: Estos son los que vienen de la gran
tribulación, han lavado y blanqueado sus mantos en la sangre del Cordero.
      Por eso están ante el trono de Dios dándole culto día y noche en su
templo.
      El que se sienta en el trono acampará entre ellos.
      Ya no pasarán hambre ni sed, no les hará daño ni el sol ni el bochorno.
Porque el Cordero que está delante del trono será su pastor, y los conducirá 
hacia fuentes de aguas vivas.
      Y Dios enjugará las lágrimas de sus ojos.

      Juan 10,27-30
      En aquel tiempo, dijo Jesús:
      - Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco y ellas me siguen, y yo
les doy la vida eterna; no perecerán para siempre y nadie las arrebatará de
mi mano.
      - Mi Padre, que me las ha dado, supera a todos y nadie puede arrebatar-
las de la mano de mi Padre.
      - Yo y el Padre somos uno.

Comentario
      A través de la imagen del pastor y las ovejas, el Evangelio nos des-
cribe hoy de modo profundo y bello la relación personal que existe entre
Cristo y sus discípulos.
      "Mis ovejas obedecen mi voz, yo las conozco y ellas me siguen". Más que
una sucesión de actos distintos, estas frases indican los polos de una rela-
ción personal caracterizada por la reciprocidad del amor. La alternancia de
las acciones expresa el dinamismo de la amistad, que implica mutua acepta-
ción, comprensión y compromiso. La fuerza y radicalidad de los verbos, sin
otros adornos, indican la profundidad de la relación. La forma de la
explicación centra toda la atención en Jesús: mis ovejas, mi voz, yo las
conozco, me siguen.
      La relación personal con Jesús crea en quien lo sigue una realidad
nueva, una vida nueva y eterna. Esta vida es un don que procede sólo de Él.
Y esta relación personal creada por el don de la vida nueva es tan fuerte que
nadie podrá  destruirla. La fuerza está precisamente en que la vida nueva se
funda en Él, en Cristo.
      Cristo "el mayor de una multitud de hermanos" (Rm 8,29), considera a
sus discípulos como dones del Padre: "Yo te ruego por ellos; no te ruego por
el mundo, sino por los que me has confiado; porque son tuyos" Jn 17,9. La
relación con Cristo crea, pues, también una nueva relación con el Padre.
"Nuestra comunión lo es con el Padre y con su Hijo, Jesús, el Mesías" I Jn
1,3.
      "Y nadie puede arrancar nada de la mano del Padre". La frase puede
tener dos sentidos. Puede indicar la fuerza de esta relación nueva, sólida
y profunda, fundada en el amor que el Padre tiene a quienes siguen a Jesús.
Pero puede indicar que la vida nueva con Jesús y con el Padre no se puede
obtener por la fuerza. La fraternidad con Jesús es, en efecto, donación del
Padre. "Estos no nacen por impulso de la carne ni por deseo de varón, sino
que nacen de Dios" Jn 1,13.
      La unidad que existe entre el Padre y el Hijo en el Espíritu Santo es
el punto de referencia para la unión entre Cristo y sus discípulos y de éstos
entre sí. Por esta unidad oró Jesús antes de su pasión: "Padre santo, protege
tú mismo a los que me has confiado para que sean uno como lo somos nosotros"
Jn 17,11. "Que sean todos uno, como tú Padre estás conmigo y yo contigo" Jn
17,22. "Yo les he dado a ellos la gloria que tú me diste, la de ser uno como
lo somos nosotros, yo unido a ellos y tú conmigo, para que queden realizados
en la unidad" Jn 17,23.
      La unidad entre el Padre y el Hijo no es tan solo un ideal o una meta
a la que aspirar, es ya una realidad presente en los cristianos quienes,
habiendo recibido el Espíritu Santo, pueden llamar a Dios padre como Jesús.
"Mirad qué magnífico regalo nos ha hecho el Padre: que nos llamemos hijos de
Dios; y además lo somos" IJn 3,1.

                            Jesús, María y José
      ¿Quién podría describir la relación personal existente entre Jesús y
María, entre Jesús y José‚ entre Jesús, María y José‚ en el tiempo de Nazaret?
      Durante los meses de la gestación, el canto del Magnificat y la visita
a Isabel nos permiten descubrir algo de la nueva situación creada en María
a partir de la encarnación. "Difícilmente podrá  la mente concebir, y la
lengua expresar, y la intuición más penetrante adivinar, cuál fue la amplitud
y profundidad de la vivencia en Dios, de nuestra madre por esta época. El
mundo interior de María debió enriquecerse poderosamente en estos nueve
meses, en orden físico, psíquico y espiritual. Aquello debió ser algo único
e inefable" I. LARRAÑAGA, El silencio de María p. 173.
      Esa relación maravillosa de Madre e Hijo centró por así decir toda la
vida de María. Durante los primeros años de la vida de Jesús iría matizándose
con todos los colores de la ternura, afecto y confianza. Al crecer Jesús en
Nazaret iría enriqueciéndose con los mil detalles de la vida en común. El
Evangelio sólo alude a este amor materno-filial cuando dice que, al constatar
la pérdida de Jesús, sus padres lo buscaron "angustiados".
      Lo mismo habría que decir de la relación que se creó entre Jesús y
José. Llamado a ser padre de Jesús, sin haber intervenido en su generación,
José‚ debió no sólo asumir las funciones de padre, sino serlo de verdad.
Cuando Jesús quiso enseñar a los hombres cómo es Dios, les dijo que es un
Padre. Difícilmente hubiera podido hacerlo si no hubiera tenido una
experiencia directa, clara y positiva de lo que es un padre aquí en la
tierra. Y esa experiencia la adquirió viviendo con José‚ en Nazaret.
      Pero María y José‚ tuvieron que dar un paso más en su relación con Je-
sús. También ellos tuvieron que hacer la larga travesía de la fe hasta llegar
a descubrir que su hijo era a la vez su Señor.
      El Evangelio sólo da algunas indicaciones sobre la experiencia de María
que la llevó de ser la Madre de Jesús a ser la Madre de la Iglesia a través
del misterio de la cruz. De algún modo María tuvo que "olvidarse" de que era
la Madre según la carne y experimentar que "la carne no vale nada" Jn
6,63,para entrar en el nuevo modo de vivir de Cristo a partir de la Reus-
rrección y su nueva función de Madre de la Iglesia nacida en Pentecostés.
Algo de esto había ya anticipado Jesús cuando en el templo de Jerusalén les
había dicho que Él tenía que estar en la casa de su Padre.

                       Jesús, María, José‚ y nosotros
      El evangelio de este domingo nos habla de nuestra relación personal con
el Cristo que vive hoy.
      La comunidad que vivió en Nazaret con Jesús nos muestra de manera ma-
ravillosa cómo desde la trama de las relaciones humanas se da el salto de la
fe. Sin negar nada de lo humano, sin romper nada de cuanto tiene un valor
tenemos que aprender a vivir la dimensión nueva de la fe.
      Nuestra relación personal con Cristo madura y se fortalece en el con-
tacto con Él. En el encuentro de la vida a través de las situaciones y las
cosas y en el encuentro inmediato, de tú a tú, de la oración.
      Nazaret es el modelo de cómo la experiencia de vivir con Jesús puede
centrar todas las componentes de la persona en Él y cómo puede estructurarse
una comunidad entorno a su persona.
      Lejos de ser una comunidad intimista que exagera el aspecto senti-
mental, la relación personal con Cristo nos coloca en una dinámica de madura-
ción, de equilibrio y de libertad que lleva a la construcción de la persona
de manera íntegra y a la edificación de una comunidad de personas en todos
los ámbitos

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14 de marzo de 2013 -  III DOMINGO DE PASCUA - Ciclo C

"¡Es el Señor!"

      Hechos 5,27b-32.40b-41
      En aquellos días, el sumo sacerdote interrogó a los Apóstoles y les
dijo: ¿No os habíamos prohibido formalmente enseñar en nombre de ése?. En
cambio, habéis llenado Jerusalén con vuestra enseñanza y queréis hacernos
responsables de la sangre de ese hombre.
      Pedro y los Apóstoles replicaron: Hay que obedecer a Dios antes que a
los hombres. "El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús a quien vosotros
matasteis colgándolo de un madero. La diestra de Dios lo exaltó haciéndolo
jefe y salvador, para otorgarle a Israel la conversión con el perdón de los
pecados". Testigo de esto somos nosotros y el Espíritu Santo, que Dios da a
los que le obedecen.   
      Azotaron a los Apóstoles, les prohibieron hablar en nombre de Jesús y
los soltaron. Los Apóstoles salieron del Consejo, contentos de haber merecido
aquel ultraje por el nombre de Jesús.

      Apocalipsis 5,11-14
      Yo, Juan, miré y escuché la voz de muchos  ángeles: eran millares y
millones alrededor del trono y de los vivientes y de los ancianos, y decían
con voz potente: "Digno es el Cordero degollado de recibir el poder, la
riqueza, la sabiduría, la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza".
      Y oí a todas las creaturas que hay en el cielo, en la tierra, bajo la
tierra, en el mar, -todo lo que hay en ellos- que decían "Al que se sienta
en el trono y al Cordero la alabanza el honor, la gloria y el poder por los
siglos de los siglos".
      Y los cuatro vivientes respondían: Amén.
      Y los ancianos cayeron rostro en tierra, y se postraron ante el que
vive por los siglos de los siglos.

      Juan 21,1-19     
      En aquel tiempo, Jesús se apareció otra vez a los discípulos junto al
lago de Tiberíades. Y se apareció de esta manera: Estaban juntos Simón Pedro,
Tomás apodado Mellizo, Natanael el de Caná  de Galilea, los Zebedeos y otros
discípulos suyos.
      Simón Pedro les dice:
      - Me voy a pescar.
      Ellos contestaron:
      - Vamos también nosotros contigo.
      Salieron y se embarcaron; y aquella noche no cogieron nada.
      Estaba ya amaneciendo, cuando Jesús se presentó en la orilla; pero los
discípulos no sabían que era Jesús.
      Jesús les dice:
      - Muchachos, ¿tenéis pescado?
      Ellos contestaron:
      - No.
      El les dice:
      - Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis.
      La echaron, y no tenían fuerzas para sacarla, por la multitud de peces.
Y aquel discípulo que Jesús tanto quería le dice a Pedro:
      - Es el Señor.
      Al oír que era el Señor, Simón Pedro, que estaba desnudo, se ató la
túnica y se echó al agua. Los demás discípulos se acercaron en la barca,
porque no distaban de tierra más que unos cien metros, remolcando la red con
los peces.
      Al saltar a tierra, ven unas brasas con un pescado puesto encima y pan.
Jesús les dice:
      - Traed de los peces que acabáis de coger.
      Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red repleta
de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y aunque eran tantos, no se rompió
la red.
      Jesús les dice:
      - Vamos, almorzad.
      Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque
sabían bien que era el Señor.
      Jesús se acerca, toma el pan y se los da; y lo mismo el pescado.
      Esta fue la tercera vez que Jesús se apareció a los discípulos, después
de resucitar de entre los muertos.
      Después de comer dice Jesús a Simón Pedro:
      - Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?
      El le contestó:
      - Sí Señor, tú sabes que te quiero.
      Jesús le dice:
      - Apacienta mis corderos.
      Por segunda vez le pregunta:
      - Simón, hijo de Juan, ¿me amas?
      El le contesta:
      - Sí Señor, tú sabes que te quiero.
      El le dice:
      - Pastorea mis ovejas.
      Por tercera vez le pregunta:
      - Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?
      Se entristeció Pedro de que le preguntara por tercera vez si lo quería
y le contestó:
      - Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero.
      Jesús le dice:
      - Apacienta mis ovejas. Te lo aseguro: cuando eras joven, tú mismo te
ceñías e ibas a donde querías; pero cuando seas viejo, extenderás las manos,
otro te ceñirá y te llevará a donde no quieras.
      Esto dijo aludiendo a la muerte con que iba a dar gloria a Dios.
      Dicho esto, añadió:
      - Sígueme.

Comentario
      El Evangelio de S. Juan en su última página cuenta la tercera aparición
de Jesús a sus discípulos en un relato cargado de símbolos y con detalles muy
significativos.
      Jesús se aparece a los apóstoles junto al mar de Tiberíades. Según el
Evangelio de S. Mateo, el mismo Cristo resucitado había dicho a las mujeres:
"Id a avisarles a mis hermanos que vayan a Galilea: allí me verán" Mt 28,10.
Pero al principio no lo reconocen. Sólo después del milagro empiezan a darse
cuenta de quién se trata.
      El primero en reconocerlo es el discípulo amado. Quizá tenía los ojos
más limpios. Cuando su semblante está dibujado dentro, los ojos captan pronto
al Señor. Sin embargo, no es el discípulo amado el protagonista de la escena.
Enseguida interviene Pedro. Era él quien había tenido la iniciativa de ir a
pescar y ahora, movido por su carácter impulsivo y por su gran amor al Señor,
no vacila en lanzarse al agua para ir adonde él estaba. Será también Pedro
quien saque las redes con la pesca milagrosa y el interlocutor de Jesús en
el diálogo que sigue al almuerzo a las orillas del lago.
      Es muy significativa la actitud de los discípulos que "no preguntan
quién era, sabiendo muy bien que era el Señor". Los Hechos de los Apóstoles
dicen que Jesús se les apareció "durante muchos días" Hech. 13,10,pero da la
impresión de que no acababan de acostumbrarse a este modo de presencia del
Señor. Este les prepara el almuerzo, se los da, les hace participar
pidiéndoles algo suyo. Se diría que emplea todos los medios para entrar en
comunicación con ellos, pero ellos parece que no acaban de convencerse. En
la aparición del cenáculo "los discípulos se alegraron mucho al ver al Señor"
(Jn 20,20) y también sin duda en esta ocasión, pero no acababan de hacerse
a este nuevo modo de estar el Señor con ellos.
      "Jesús se acercó, tomó el pan y se lo repartió y lo mismo el pescado".
Es el mismo gesto de la multiplicación de los panes y de la institución de
la Eucaristía. Se diría que con este gesto Jesús ha querido educar a sus
discípulos para que lo reconozcan en el nuevo modo de presencia con que él
estará para siempre en su Iglesia. La Eucaristía, celebrada en la Iglesia,
es el signo por excelencia de su manifestación de su presentarse ante los
Discípulos a partir de entonces. Cada vez que coman y beban el cuerpo y la
sangre del Señor en la Eucaristía, renovarán el misterio de Cristo, muerto
y resucitado, y él estará presente en medio de ellos como don de vida en el
signo del pan y del vino.
      Después de la comida viene en el evangelio el diálogo de Jesús con
Pedro. Con la triple respuesta de amor, Pedro borra la triple negación de su
momento de debilidad. Pedro ya no se escandaliza de su propia fragilidad,
pero sobre todo no se escandaliza de la cruz de Cristo. Como buen discípulo
se apresta a tomar la cruz y a caminar tras el Maestro: Pedro se había ceñido
el vestido para ir en busca del Señor a la orilla del mar. Ahora Jesús le
anuncia que otro le ceñirá indicando con qué muerte iba a glorificar a Dios.
Jesús le había mostrado ya el camino con el gesto de ceñirse para servir ("se
puso a lavarles los pies a los discípulos" Jn 13,5) Ahora Pedro debe com-
prender que su misión de servicio en la Iglesia le llevará hasta el martirio.

                             Jesús en Nazaret
      También María y José tuvieron que acostumbrarse al nuevo modo de pre-
sencia de Dios entre los hombres cuando vino a "visitarnos" en Jesús.
      El israelita sabía que Dios "está en el cielo" y que el templo de Je-
rusalén era el lugar de la manifestación de su presencia. Por eso hacia ese
lugar convergía toda la actitud religiosa del pueblo de Israel. Los profetas
habían expresado con términos muy claros que Dios está por encima de los
lugares que él mismo elige para manifestarse: "El cielo es mi trono y la
tierra el estrado de mis pies: "¿Qué templo podréis construirme o qué lugar
para mi descanso?" Is 66,1 "No os hagáis ilusiones con razones falsas
repitiendo: el templo del Señor, el templo del Señor, el templo del Señor"
Jr 7,4 El mismo Salomón que construyó el primer templo oró así: "Ahora, pues,
Dios de Israel, confirma la promesa que hiciste a mi padre David, siervo
tuyo. Aunque, ¿es posible que Dios habite en la tierra? Si no cabes en el
cielo y en lo más alto del cielo, cuánto menos en este templo que he cons-
truído I Re 8,27.
      Aun así los judíos seguían pensando en Jerusalén como lugar de la
presencia de Dios. "Vosotros (los judíos) decís que el lugar donde hay que
celebrarlo está en Jerusalén" dijo a Jesús la Samaritana (Jn 4, 20). "Sus padres
(María y José‚) iban cada año a Jerusalén por las fiestas de Pascua" Lc 2,41.
      Pero cuando a María "le llegó el tiempo del parto "y dio a luz a su
hijo primogénito" (Lc 2,7), todo cambió. "La Palabra se hizo hombre, acampó
entre nosotros y contemplamos su gloria" Jn. 1,14.  "El es imagen del Dios
invisible" Col 1,15. "Dios, la plenitud total, quiso habitar en él" Col 1,19.
      El tiempo de Nazaret es como los "muchos días" en que Jesús se mani-
festó a sus discípulos después de la resurrección, es un tiempo de aprendizaje
al nuevo modo de estar Dios-con-nosotros. Es un ir acostumbrando los ojos a
la nueva luz.
      La acogida generosa dispensada por María y José‚ al Dios que había ve-
nido para liberar a su pueblo (Lc 1,68), preparó el tiempo en que "no daréis
culto al Padre ni en este monte ni en Jerusalén... Pero se acerca la hora,
o mejor dicho, ha llegado, en que los que dan culto auténtico, darán culto
al Padre con espíritu y verdad, pues de hecho el Padre busca hombres que lo
adoren así" Jn 4,22-23.
      La experiencia de María va aún más adelante puesto que ella vivió tam-
bién de cerca el misterio pascual y los primeros tiempos de la Iglesia post-
pentecostal.

                        En el tiempo de la Iglesia
      "Cristo está siempre presente en su Iglesia, sobre todo en la acción
litúrgica. Está presente en el sacrificio de la misa, sea en la persona del
ministro, ofreciéndose ahora por ministerio de los sacerdotes el mismo que
se ofreció en la cruz, sea sobre todo en las especies eucarísticas. Está pre-
sente con su virtud en los sacramentos, de modo que cuando alguien bautiza
es Cristo quien bautiza. Está presente en su palabra, pues cuando se lee en
la Iglesia la Sagrada Escritura, es él quien habla. Está presente, por último
cuando la Iglesia suplica y canta salmos, el mismo que prometió: "Donde están
dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos" (Mt 18,20)
S.C.7.
      Estamos en una nueva fase de la economía de la salvación. Cristo, como
a los apóstoles en la orilla del lago, como a María y José‚ en Nazaret, se nos
presenta en un modo nuevo. Ahora, en el tiempo de la Iglesia, se nos presenta
bajo múltiples formas. Pero como en Nazaret o como en la orilla del lago de
Tiberíades, lo primero que necesitamos para reconocerlo es la fe y lo segundo
es el impulso del amor para seguirlo dando la vida por los demás.
      María y José‚ vivían, como Juan el apóstol, con el corazón despierto,
y cuando Dios se presentó en su vida en un modo inesperado y sorprendente (a
José‚ en sueños, a María a través de un mensajero celeste), ellos en seguida
supieron reconocerlo, supieron también que era "el Señor".
      A la luz del evangelio de hoy, la vida de Nazaret nos enseña a vivir
en nuestro tiempo atentos al Señor que se presenta de mil modos en nuestra
vida y a dar el paso generoso de seguirlo hasta el fin.


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7 de abril de 2013 -  II DOMINGO DE PASCUA - Ciclo C

 "Llegó Jesús, se puso en medio y dijo: paz con vosotros"

      Hechos 5,12-16
      Los Apóstoles hacían muchos signos y prodigios en medio del pueblo.
      Los fieles se reunían de común acuerdo en el pórtico de Salomón; los
demás no se atrevían a juntárseles, aunque la gente se hacía lenguas de
ellos; más aún, crecía el número de los creyentes, hombres y mujeres, que se
adherían al Señor.
      La gente sacaba los enfermos a la calle, y los ponía en catres y cami-
llas, para que al pasar Pedro, su sombra por lo menos cayera sobre alguno.
      Mucha gente de los alrededores acudía a Jerusalén llevando enfermos y
poseídos de espíritu inmundo, y todos se curaban.

      Apocalipsis 1,9-11a.12-13.17-19
      Yo, Juan, vuestro hermano y compañero en la tribulación, en el reino
y en la esperanza en Jesús, estaba desterrado en la isla de Patmos, por haber
predicado la palabra de Dios y haber dado testimonio de Jesús.
      Un domingo caí en ‚éxtasis y oí a mis espaldas una voz potente, como una
trompeta, que decía: Lo que veas escríbelo en un libro, y envíaselo a las
siete iglesias de Asia.
      Me volví a ver quién me hablaba, y al volverme, vi siete lámparas de
oro, y en medio de ellas una figura humana, vestida de larga túnica con un
cinturón de oro a la altura del pecho.
      Al verla, caí a sus pies como muerto.
      El puso la mano sobre mí y me dijo: No temas: Yo soy el primero y el
último, yo soy el que vive.
      Estaba muerto, y ya ves, vivo por los siglos de los siglos; y tengo las
llaves de la Muerte y del Infierno.
      Escribe, pues, lo que veas: lo que está sucediendo y lo que ha de su-
ceder más tarde.

      Juan 20,19-31
      Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los
discípulos en una casa con las puertas cerradas, por miedo a los judíos.
      Y entró Jesús, se puso en medio y les dijo:
      - Paz a vosotros.
      Y diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos
se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:
      - Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.
      Y dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo:
      - Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados les
quedan perdonados; a quienes se los retengáis les quedan retenidos.
      Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando
vino Jesús. Y los otros discípulos le decían:
      - Hemos visto al Señor.
      Pero él contestó:
      - Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en
el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo.
      A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con
ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo:
      - Paz a vosotros.
      Luego dijo a Tomás:
      - Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi
costado; y no seas incrédulo, sino creyente.
      Contestó Tomás:
      - ¡Señor mío y Dios mío!
      Jesús le dijo:
      - ¿Porque me has visto has creído?. Dichosos los que crean sin haber
visto.
      Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús
a la vista de los discípulos. Estos se han escrito para que creáis que Jesús
es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su
Nombre.

Comentario       
      El evangelio de hoy nos presenta a Cristo resucitado en plena cons-
trucción de su Iglesia nacida del sacrificio redentor.
      Presentándose en medio de los discípulos, los saluda con la paz y les
infunde la paz, don de la salvación realizada con su muerte y resurrección
para toda la humanidad. El gesto de mostrar las manos y los pies lleva en
primer lugar a los apóstoles a no confundirlo con un fantasma, pero sobre
todo a identificarlo con el Jesús a quien habían conocido antes de la pasión
y muerte. Esta identificación del resucitado con el crucificado es fun-
damental para la fe de los apóstoles y para la nuestra.
      Una vez más el evangelio subraya el cambio radical de quien empieza a
creer. "Los discípulos se alegraron mucho al ver al Señor". Esta vez el
cambio viene expresado como paso de la tristeza a la alegría, cosa que ya
había sido predicha por Jesús antes de padecer: "Lloraréis y os lamentaréis
vosotros. Mientras el mundo estará alegre: vosotros estaréis tristes, pero
vuestra tristeza acabará en alegría" Jn 16,20. La alegría es, en efecto, un
don típico de la pascua.
      La acción del resucitado, reconocido como Señor, en su Iglesia, con-
centrada entonces en la comunidad de los discípulos, comprende tres aspectos:
la misión, la donación del Espíritu Santo y del poder de perdonar los
pecados.
      - "Como el Padre me ha enviado, os envío yo también". Con estas pala-
bras Jesús confía a la Iglesia que Él ha fundado su misma misión divina:
anunciar a la humanidad el reino de Dios y la salvación. La Iglesia se
convierte así en "sacramento o señal e instrumento de la íntima unión con
Dios y de la unidad de todo el género humano" L.G. 1. Esta confianza que Dios
pone en los hombres al entregarles su plan divino de salvación, es un miste-
rio que a la vez entusiasma y da miedo. La presencia del Cristo resucitado
y la acción del Espíritu Santo son la garantía de que la Iglesia podrá 
cumplir tan sublime misión.
      - "Recibid el Espíritu Santo". "Exaltado así a la diestra de Dios, ha
recibido del Padre el Espíritu Santo que estaba prometido y lo ha derramado"
Hch. 2,23, dirá  S. Pedro después de Pentecostés. Y S. Juan afirma que antes
de la resurrección de Cristo "no había Espíritu por que Jesús no había sido
glorificado" Jn 7,39.
      El Espíritu Santo comunicado por Cristo funda en los discípulos la
realidad de la vida nueva, los lleva al conocimiento de la verdad completa
y a testimoniar con fuerza y confianza que "Jesús es el Señor".
      - "A quienes perdonáis los pecados..." La donación del Espíritu Santo
y la comunicación del poder de perdonar los pecados están en íntima conexión.
Es con el poder del Espíritu como los apóstoles y sus sucesores pueden
liberar, sanar, renovar al hombre caído en pecado; es con el poder del
Espíritu Santo como la Iglesia se renueva en el camino de crecimiento hacia
la plenitud del Reino.
      La segunda parte del evangelio narra la experiencia de fe del apóstol
Tomás. Su camino de fe subraya la identidad personal entre el crucificado y
el resucitado, pone de manifiesto el riesgo que supone la fe y provoca la
bienaventuranza de "los que tienen fe sin haber visto".

                   Precariedad y permanencia de Nazaret
      El evangelio de hoy en su conjunto da una sensación de plenitud, de
vida, de inmensa apertura hacia el futuro. La presencia del Señor resucitado
lo llena todo de luz y de paz. La donación del Espíritu garantiza la fuerza
y la unidad.
      Bajar desde estas alturas a Nazaret puede causar impresión de pobreza,
de limitación, de precariedad. Y sin embargo en Nazaret tenemos ya la fe de
quienes creen sin haber visto, pues en nada aparecería la gloria del Señor
cuando estaba con María y José. Su fe, como la de Abrahán, se apoyaba sólo
en la promesa del Señor: ­"¡Dichosa tú la que has creído! porque lo que te ha
dicho el Señor se cumplirá " Lc 1,45.
      En Nazaret fue recibido el Espíritu Santo con mayor fuerza y plenitud
que en ningún otro sitio: "El Espíritu Santo bajará  sobre ti y la fuerza del
Altísimo te cubrirá con su sombra! Lc 1,35. Y su acción transformó por
completo la vida de María y de José.
      En Nazaret se comenzó a experimentar lo que significa vivir con Jesús
como centro de la familia, de la comunidad. Allí los "discípulos" María y
José empezaron a "ver" al Señor.
      Y sin embargo estas grandes realidades estaban ocultas, no aparecían,
se vivían sin el brillo pascual. Pero la muerte y la resurrección de Cristo
han rescatado para siempre el sentido de los años de Nazaret. Lo que en
Nazaret aparecía incipiente y germinal, se ha revelado, a la luz de la
Pascua, permanente y definitivo.

                                   Ahora
      La ascensión de Cristo a los cielos nos obliga a bajar al Nazaret de
ahora donde es más real que nunca la bienaventuranza de "los que creen sin
haber visto".
      La situación es diferente, pero la oscuridad de la fe que se vivió en
Nazaret nos ayuda a vivir la oscuridad y misterio de reconocer a Cristo en
la humildad del pan, en el hermano que está a nuestro lado, en los pobres,
en la Palabra, en quien tiene las manos, los pies o el costado llagados.
      La apuesta que supuso la fe de María y de José en el Cristo aún no
resucitado estimulan nuestra fe en el Cristo que aún no vemos glorioso y nos
ayuda en el camino que lleva hacia Él.

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31 de marzo de 2013 - DOMINGO DE PASCUA DE RESURRECCION – Ciclo C

  "Ellos lo habían reconocido al partir el pan"

      Hechos 10,34 a 37-43     
      En aquellos días, Pedro tomó la palabra y dijo: Vosotros conocéis lo
que sucedió en el país de los judíos, cuando Juan predicaba el bautismo,
aunque la cosa empezó en Galilea. Me refiero a Jesús de Nazaret, ungido por
Dios por la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando
a los oprimidos por el diablo; porque Dios estaba con Él.
      Nosotros somos testigos de todo lo que hizo en Judea y en Jerusalén.
Lo mataron colgándolo de un madero. Pero Dios lo resucitó al tercer día y nos
lo hizo ver, no a todo el pueblo, sino a los testigos que Él había designado:
a nosotros, que hemos comido y bebido con Él después de su resurrección.
      Nos encargó predicar al pueblo, dando solemne testimonio de que Dios
lo ha nombrado juez de vivos y muertos. El testimonio de los profetas es
unánime: que los que creen en Él reciben, por su nombre, el perdón de los
pecados.

Colosenses 3,1-4
      Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allí  arriba,
donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de
arriba, no a los de la tierra.
      Porque habéis muerto; y vuestra vida está  con Cristo escondida en Dios.
Cuando aparezca Cristo, vida nuestra, entonces también vosotros apareceréis,
juntamente con Él, en gloria.

      Lucas 24,13-35
      Dos discípulos de Jesús iban andando aquel mismo día, el primero de la
semana, a una aldea llamada Emaús, distante unas dos leguas de Jerusalén;
iban comentando todo lo que había sucedido. Mientras conversaban y discutían,
Jesús en persona se acercó a ellos y se puso a caminar con ellos. Pero sus
ojos no eran capaces de reconocerlo. El les dijo:
      - ¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino?
      Ellos se detuvieron preocupados. Y uno de ellos, que se llamaba
Cleofás, le replicó:
      - ¿Eres tú el único forastero en Jerusalén que no sabes lo que ha
pasado allí estos días?
      El les preguntó:
      - ¿Qué?
      Ellos le contestaron:
      - Lo de Jesús el Nazareno, que fue profeta poderoso en obras y palabras
ante Dios y todo el pueblo; cómo lo entregaron los sumos sacerdotes y
nuestros jefes para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. Nosotros
esperábamos que Él fuera el futuro libertador de Israel. Y ya ves, hace dos
días que sucedió esto. Es verdad que algunas mujeres de nuestro grupo nos han
sobresaltado, pues fueron muy de mañana al sepulcro, y no encontraron su
cuerpo, e incluso vinieron diciendo que habían visto una aparición de
 ángeles, que les habían dicho que estaba vivo. Algunos de los nuestros fueron
también al sepulcro y lo encontraron como habían dicho las mujeres; pero a
Él no le vieron.
      Entonces Jesús les dijo:
      - ¡Qué necios y torpes sois para creer lo que anunciaron los profetas!
¿No era necesario que el Mesías padeciera esto para entrar en su gloria?
      Y comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas les explicó lo que
se refería a Él en toda la Escritura.
      Ya cerca de la aldea donde iban, Él hizo ademán de seguir adelante,
pero ellos le apremiaron diciendo:
      - Quédate con nosotros porque atardece y el día va de caída.
      Y entró para quedarse con ellos. Sentado a la mesa con ellos tomó el
pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. A ellos se les abrieron
los ojos y lo reconocieron. Pero Él desapareció. Ellos comentaron:
      - ¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos
explicaba las Escrituras?
      Y levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén, donde encontraron
reunidos a los Once con sus compañeros, que estaban diciendo: Era verdad, ha
resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón. Y ellos contaron lo que les
había pasado por el camino y como lo habían reconocido al partir el pan.

Comentario 
      Entre otras experiencias de fe en el Señor resucitado, el evangelio de
hoy nos transmite la de los dos discípulos que iban a Emaús. Es una expe-
riencia riquísima de contenido porque convergen en ella la presencia de
Cristo, la memoria de su pasión y muerte, el resumen de la vida y fama del
resucitado, la explicación e interpretación de las Escrituras por parte del
mismo Cristo y la fe de los discípulos que acompaña el gesto de partir el
pan. Esta página del Evangelio recoge ese ambiente único, repetido otras
muchas veces en el Nuevo Testamento, del surgir de la fe, de abrir los ojos
a la verdad, del empezar a creer. Es un momento maravilloso que se recuerda
siempre. En realidad no se acierta a explicar lo que sucede y algunos deta-
lles aparentemente sin ningún relieve empiezan a cobrar un significado
importantísimo.
      Dejándonos llevar por la experiencia de los dos de Emaús, podemos
nosotros también leer en lo que a ellos les aconteció, nuestro propio camino
de fe.
      En los dos de Emaús se produce ese cambio radical de quien se encuentra
personalmente con Jesús. Del escepticismo o la desesperanza, pasan a la
ilusión y a la fe. De hablar de un Jesús del pasado, muerto y acabado, pasan
al reconocimiento del Jesús viviente. De la desvaloración de todas las
pruebas que apuntan hacia la resurrección, a la aceptación de las mismas y
a la proclamación ante los demás.
      Pero este cambio radical no es fruto de un razonamiento, ni siquiera
de la argumentación de Jesús, que "comenzando por Moisés y siguiendo por los
profetas, les explicó lo que se refería a Él en toda la Escritura". El cambio
que ocurrió en ellos no tiene una explicación lógica: primero "estaban en
ascuas mientras les hablaba por el camino" y luego lo reconocen; es decir,
lo identifican con el crucificado del que habían hecho la descripción al
desconocido que se les unió en el camino, al verle partir el pan. "Se les
abrieron los ojos y lo reconocieron", eso es todo. Como para decir que la fe
es ante todo un don de Dios.
      El Dios que se hizo vecino del hombre, acampando entre nosotros en
Jesús, se hace ahora compañero de camino. Y más que eso, actúa misteriosamen-
te en el corazón del hombre para que abra los ojos a la verdad. Compañero de
camino, Jesús es también, mediante su Espíritu, el compañero del hombre por
dentro en el viaje que hace de la increencia a la fe.

                            La noche de Nazaret
      Los evangelios no nos dan noticia de la experiencia de María el día de
la resurrección. Sólo tenemos el detalle importantísimo de su presencia
activa en la primera comunidad cristiana en los días de Pentecostés.
      Para entender lo que sucedió aquel día lleno de luz, podemos fijarnos
en quienes estaban a su alrededor, pero podemos también regresar al tiempo
de Nazaret, al tiempo de la noche de Nazaret para descubrir con más pro-
fundidad el fulgor de la mañana de la pascua. Porque fue en Nazaret donde la
abeja fecunda elaboró la cera para hacer la lámpara preciosa que, aunque
distribuyese su luz, no mengua al repartirla: Cristo resucitado que al salir
del sepulcro brilla sereno para el linaje humano y reina glorioso por los
siglos de los siglos (Pregón pascual). La cera que se derritió en la antorcha
de la cruz para que la luz brillara el día de la pascua fue elaborada en
Nazaret poco a poco. Este es el sentido pascual del tiempo de Nazaret.
      La fe de María y de José‚ acogiendo al "compañero de camino" de toda
la humanidad, al "Hijo del Altísimo", al heredero de David que "reinará para
siempre en la casa de Jacob y su reino no tendrá  fin" (Lc 1,32), al Salvador
colocado como "luz para alumbrar a las naciones" (Lc 2,32), es el anticipo
de la fe post-pascual de los discípulos.
      El Vaticano II describe así la colaboración de María en la obra de la
redención: "Concibiendo a Cristo, engendrándolo, alimentándolo, presentándolo
en el templo al Padre, padeciendo con su hijo mientras Él moría en la cruz,
cooperó de forma del todo singular, por la obediencia, la fe, la esperanza
y la encendida caridad, en la restauración de la vida sobrenatural de las
almas. Por tal motivo es nuestra madre en el orden de la gracia" L.G. 61.
      La colaboración inicial, del tiempo de Nazaret, compartida con José‚
se sitúa en la misma línea del momento culminante de la cruz y de la
resurrección.
      El misterio pascual, visto desde Nazaret, da sentido a todo el trabajo
de la noche de Nazaret.

                            Vivir hoy la Pascua
      El misterio pascual es el origen y fundamento de toda fraternidad que
se base en la fe. No se puede vivir hoy en Nazaret prescindiendo del misterio
pascual, porque el asumir el estilo de vida de Nazaret no es un deseo más o
menos romántico o un modo de querer ser original. El estilo nazareno de vida
es modo cristiano de ser y como tal tiene su fundamento en el misterio
pascual de Cristo.
      La Pascua nazarena de después de Pentecostés es memoria viva de lo que
sucedió un día en Jerusalén, es celebración de lo que ocurre hoy entre noso-
tros y es anuncio de lo que un día será  lo que hoy vivimos.
      Pero hay un modo nazareno de vivir la Pascua: consiste en volver a
creer como al principio, con toda sencillez, en reconocer a Cristo en el
gesto humilde de partir el pan, en leer toda la Escritura como referida a Él,
en aceptar una vida oscura como la del primer Nazaret sin saber cuando
brillará la luz, en afanarse como María y José‚ por dar vida y hacer que
crezca el hombre nuevo en nosotros y en los demás.
      La paz y la alegría son los dones pascuales que Cristo ofrece a los
hombres de hoy en cada comunidad que busca reproducir el modo de vida que
Jesús, María y José llevaron en Nazaret.

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